martes, 31 de mayo de 2011

La maldición del brazalete.

No, no se vayan todavía. Esperen. Sigan leyendo, se lo ruego. Puede ser que el título les pueda sonar a novela victoriana trufada de asesinatos cometidos por amas de llaves, con la biblioteca como escenario y con el candelabro como arma homicida. Puede ser que crean que ésta es una historia para leer a las cinco, con el té y un sándwich de pepino en la mano, aunque las cosas no estén como para abusar de esa hortaliza. ¡Cuánto daño se ha hecho a la agricultura española durante los últimos días! Dentro de un tiempo, un alto comisario de traje rozado presentará un estudio lleno de gráficos para evaluar el impacto económico de la crisis del pepino español. Pero, ¿qué me dicen del daño moral? ¿cuántos pepinos españoles han dejado de ser comidos? Estremecedor, lo sé. Sigo, que ya saben ustedes mi tendencia a la dispersión. Puede ser que incluso esperen ustedes encontrar por algún lado la palabra frisar, que como ustedes sabrán es un término que solo aparece en ese tipo de libros, pero no, nada de eso. La historia vuelve a ir sobre nuestro Atleti, ¿cómo no?

Hoy les voy a proponer un ejercicio de memoria. Les invito a recordar quiénes han sido los últimos capitanes del Atleti. Eso, eso, intenten acordarse y saquen a Antonio López del grupo por cuestiones de mercado ¿Cuántos quedan en nuestro equipo? En nuestro equipo el brazalete se ha convertido en un cartel de se vende. Un anuncio por palabras. Un distintivo que anuncia gangas en la sección de oportunidades. Antes no, no crean. Antes era una garantía. Un certificado de fidelidad a la causa. Una medalla otorgada por veteranía en la empresa.

Antiguamente, los capitanes colchoneros eran aquellos señores con bigote o con patillas de hacha que mandaban dentro y fuera del campo. Eran sobre los que se posaban las miradas cuando una decisión injusta nos perjudicaba o cuando algún central rival pisaba al habilidoso del equipo. Entonces, el capitán se cruzaba el campo a paso ligero si hacía falta, ponía su cara muy cerca de la del árbitro pidiendo explicaciones o chocaba pecho y cabeza contra el capitán contrario en una suerte de duelo de machos dominantes. Ahora no, ahora aunque cosan a patadas a un compañero, el capitán sólo se acerca trotando a la zona con la intención de lanzar la falta cobrada, posiblemente al palo del portero. Ahora, algunos se atreven a hacer bicicletas o a hacer pases con la chepa cuando juegan con nosotros sin que nadie le eche el aliento en la cara mientras le agarra por la pechera.

Hace unos años, el capitán atlético se hubiera ido a por ese compañero que a su entender no lo está dando todo y le hubiera dicho cuatro cosas o dieciséis. Las que fueran necesarias. Eran otros tiempos, tiempos en los que el brazalete parecía tatuado. Tiempos en los que los capitanes fallaban un despeje y se echaban la bronca a sí mismos con el tono de voz que le imaginamos a otro capitán, aquel Achab que perseguía a Moby Dick a través de las tormentas.




En nuestros días el brazalete pesa mucho, demasiado. Cansa llevarlo. Un capitán es elegido como tal por su asertividad, por haber desarrollado una gran empatía y por haber entrenado de igual manera la inteligencia emocional y los saques de banda en propio campo. Ya ninguno pega un puñetazo en la puerta de contrachapado de un vestuario con olor a linimento. Ahora se comunican a través de twitter y se rebajan las cejas. Acuden a inauguraciones y emiten comunicados dictados por representantes. Antes, vender a un capitán conllevaría una pañolada y un lanzamiento de almohadillas que obligaría a intervenir a los grises o a los marrones. Hoy en día, nadie sacaría un mal kleenex, aunque esté arrugado y aromatizado con mentol. Un capitán no se vende, oiga. Un capitán no se va nunca. Se retira cuando él quiere, cuando él mismo se da cuenta de que ya no puede exigirse lo que exige a los demás. Ahora el capitán pide comprensión hacia sus decisiones y no se para a pensar en lo que su figura significa.

No crean que no hay ninguna esperanza, no. Hace poco hubo un capitán de los de antes. De los que tenía el brazalete marcado a fuego. Le empujaron a irse en una suerte de Fuenteovejuna cuyo nexo de unión eran las comisiones. Aún así, desde donde esté ejerce como capitán, como el mejor representante atlético. Aunque vaya de rojo o de azul. Esta semana se ha recordado su nombre poniéndolo en el mismo saco con el último que se ha puesto el brazalete de marras. No es lo mismo. Ni de lejos.

Los capitanes ya no son intrépidos. Los capitanes no llegan a sargentos y no son de hierro. Puede que se deba a que los capitanes frisan los veinte años y no permanecen suficiente tiempo en el club. Cada uno tendrá su punto de vista, unos dirán que es culpa de los de siempre y su razón tienen, otros dirán que será cuestión de principios y de mercenarios. No les falta razón tampoco. Algunos solo sabemos, que desde que aquel del que les he hablado antes se fue, echamos de menos a los capitanes de antaño. A aquellos por los que nos subiríamos a una mesa en medio de la clase de literatura para gritar: “Oh Capitán, Mi Capitán”.

miércoles, 25 de mayo de 2011

La comunidad

Después de luchar a brazo partido con el tom-tom del coche y ganar la pelea a los puntos, Magdalena aparcó enfrente del portal de la finca a la que su amiga se acababa de mudar. Subió con reparo en el vetusto ascensor. Hombre, pues sí, la comunidad tenía una fachada peculiar. Estaba claro que en el momento de su construcción sin duda habría sido uno de los edificios más bellos de la ciudad, ¡qué digo ciudad, del país entero! Ahora no, ahora poseía una belleza decadente. Una belleza difícil de digerir. Una belleza, o más bien fealdad resultona, que casi dolía. Su amiga le había dicho que, aunque estuvieran para reformar y se entregaran sucios, llovían tortas por alquilar un piso en la comunidad. Ella, sinceramente, agradecería que algún amigo le cosiera a bofetadas si algún día tenía la tentación de vivir en un sitio como aquel.

El ascensor se detuvo con un frenazo demasiado brusco, un frenazo de esos que solo se soportan si posees cuello de piloto de fórmula uno. Al abrir la puerta de tijera, Magdalena fue golpeada por un olor a comida rancia mezclado con humedad y dejadez. No osó a buscar el interruptor de la luz palpando porque la poca claridad que filtraba un tragaluz situado varias plantas más arriba, dejaba ver una pared mohosa y agrietada. Finalmente, llamó a la puerta descascarillada golpeando con los nudillos desconfiando de los cables pelados que asomaban tras el aplique del timbre.

– Hola Magda, ¡por fin has llegado!, ¿qué te parece? –saludó su amiga con una sonrisa de oreja o oreja.

– Bueno…bien, sí, bien –dijo Magdalena mirando alternativamente al suelo del recibidor anegado por un palmo de aguas fecales y a las botas de agua que calzaba su anfitriona.

– Tal vez he exagerado un poquito cuando os lo describí, pero no me digas que no es el piso ideal –explicó con despreocupación mientras esquivaba cajas flotantes y masas de morfología y procedencia igual de indefinida–.  Ya te dije que hemos tenido una suerte bárbara. Ayer me dijo el administrador que hay 800 inquilinos que han solicitado el alquiler para el año que viene, ¡ya ves, qué cosas!

– Pero… ¿y este agua? –preguntó la visitante sin dar crédito a lo que veía.

– Pequeñeces, es que tenemos alguna fuga en la instalación. Se producen fugas de agua, fugas de gas, fugas de delanteros centros pecosos, fugas de capitanes internacionales, fugas de mediapuntas de pelo fosco y talento discutible, fugas de estrellas con potente tren inferior, fugas de cancerberos jóvenes pecosos…Ahora que lo pienso, ¿no será esto culpa de la gente pecosa? –se preguntó–. Pero dice el administrador que las fugas se producen porque no se puede retener ciertas cosas. Los fugados juegan donde ellos quieren.

– No te reconozco ¿Cómo podéis vivir aquí? ¿No te das cuenta de que es un foco de insalubridad?

– ¡Qué exagerada eres! Son minucias. Una vez que estás instalado te acostumbras. Hay gente que lleva casi un cuarto de siglo aquí arrendados. Además, los peritos que informan sobre el estado del edificio diariamente nos dicen que estemos tranquilos, que el edificio está fuerte como un roble y que durante el próximo verano se acometerán reformas estructurales que lo dejarán de nuevo a la vanguardia de las comunidades de vecinos. Claro, que a lo mejor tiene que ver lo bien que se llevan con el administrador y con el portero.

– Siento tener que marcharme así, pero es que tengo que recoger a los niños de la clase de taekwondo –cortó Magdalena dispuesta a poner fin a la visita al notar que algo con vida propia le rozaba la pierna–. Te llamo luego por teléfono y seguimos hablando

– ¡Madre mía, qué precipitado todo! Bueno, pues nada, ya sabes dónde tienes tu casa ¡Ah!, mejor llama el móvil, que no nos llega la línea del fijo, no sé qué problema hay.

Magdalena ganó la calle rápido, sin querer detenerse a mirar alrededor mientras bajaba los escalones de tres en tres. Cruzó la calzada y se detuvo en la acera de enfrente para volver a mirar el edificio. El poco encanto que atesoraba hace unos minutos se había desvanecido. Ya no existía belleza de ningún tipo. Después de haberlo visto por dentro solo emanaba ruina.

– Una pena, ¿eh? –se dirigió a ella un anciano de mirada viva–. ¿Sabe? Yo viví ahí muchos años pero me tuve que ir. Éste era un edificio admirable y admirado pero, hace ya demasiado tiempo, se hicieron cargo de él un administrador y un portero que son un par de sinvergüenzas. Ahora cualquier día se viene abajo. Está para el derribo.

– Lo que dice usted. Una pena –admitió Magdalena paseando por última vez la mirada por la fachada. Por esa fachada tan peculiar pintada de rojo y de blanco.

domingo, 22 de mayo de 2011

Primas y primos


A medida que mayo envejece, y hasta que nos quitamos el sayo cuando muere al cumplir cuarenta días, vamos asistiendo al progresivo cambio que se adueña de las calles. Jerséis que comienzan su hibernación en cajones con olor a naftalina, mangas que migran de largas a cortas, faldas que achican espacios de tela colocando la línea de presión muy por encima de las rodillas, noches durmiendo al raso de la indignación, ya saben, lo típico. También mayo nos trae días de celebraciones. Días que conmemoran amores de menor o mayor duración y futuro, días en los que los niños se visten de marineros y hasta de guardias civiles, días de vestidos de tul. Días, al fin y al cabo, como el de ayer, con aroma a reencuentros familiares. Días en los que las protagonistas son las primas.

Todos miraban a las primas en el día de ayer. No por llevar ese vestido que dejaba poco a la imaginación. No por aparecer del brazo de un mozalbete no muy recomendable al que presentaba formalmente. No, ayer se erigieron en protagonistas por estar flotando en el ambiente allá donde miráramos. De La Coruña a Valencia, de San Sebastián a Palma. Primas guardadas en maletines de piel buena o en bolsas de deporte con el logotipo de Montreal 76. Primas que se ofrecen a escondidas, primas de las que se habla con boca chica, primas que son como las meigas, nadie las ha visto, pero haberlas, haylas. Primas gallegas que se han pasado la noche llorando. Primas de otros cinco sitios que festejan. Primas cercanas. Primas venidas a más que pertenecen a ramas enfrentadas de la familia. Unas dicen que las otras fingen y son favorecidas, otras que las unas son agresivas y poco dadas a pasar la segadora en el jardín. Primas lejanas, demasiado lejanas para nosotros. Primas del que se despide, esas primas folclóricas que cantan “Sarandonga” o “Mi gato”. Primas hermanas. Primas de la mujer de nuestra estrella, a las que ponemos velas por su condición de sobrinas de Dios para que intercedan evitando su marcha.



Nosotros, los atléticos, nos acordamos de igual manera de los primos. De la cara de primos que se nos queda otra temporada. Primos séptimos, no hermanos ni segundos. De lo primos que son los que siguen creyendo en proyectos. Primos crédulos. De lo primos que debemos ser para pagar más, aunque sea en comisiones, por jugadores que no lo valen. Engañados como primos. De lo primos que fuimos por dejarnos puntos en los partidos contra Almería y Hércules. Primos a los que decimos hasta luego. De ser tan primos como para confiar en que el año que viene algo cambiará. De comportarnos como primos al creer que giras asiáticas o americanas son tan importantes. De ser tan primos como para aguantar que vendan a los mejores. Un día al primo pecoso de Fuenlabrada, mañana al primo de Toledo de pelo encrespado. Pasado al primo Koke o al primo Domínguez.

Debemos ser primos, pero de otra manera. Primos como los números. Primos para no dejarnos dividir por cualquiera, da igual que sean entrenadores o delanteros uruguayos. Si nos mantenemos indivisibles, caerá por su peso que hay algo que no funciona. Que, tal vez, debamos juntarnos todos en cualquier plaza para pasar la noche al raso de la indignación. Para expresar nuestra oposición a que las dos primas de la que anteriormente les hablé sean tan lejanas porque nunca lo fueron. ¡Seamos primos! En otro caso, nos dividirán y volveremos a salir perdiendo porque ni el cociente ni el resto serán suficientes. Porque hay dos primos sueltos a los que no les importa ni les duele lo mismo que a ustedes y que a mi.  


Sonó el teléfono. Felipa se dirigió a cogerlo masticando el último bocado de la tostada del desayuno.

– Hola Felipa ¿Te he despertado? –dijo Sebastiana, la prima con la que mejor se llevaba. La prima con la que compartía vacaciones en la playa desde hace tantos años.

– No, no, estaba desayunando. Queremos ir a votar pronto para irnos con los niños a comer fuera.

– Es que quería preguntarte si habría posibilidades de cambiar las vacaciones. A nosotros nos vendría mejor la primera quincena de julio.

– Pero Sebastiana…si ya tenemos el piso de Santa Pola alquilado. Además, siempre vamos en la segunda de julio –dijo Felipa contrariada.

– Ya…, pero es que este año no podemos en la segunda. Andaremos enfrascados en una previa –confesó la prima.


jueves, 19 de mayo de 2011

La otra despedida

(Retrotraiganse al domingo pasado. Viajen con la imaginación a la Ribera del Manzanares, a nuestro estadio. Sí, sí, usted también, y si tiene la sartén en el fuego, apártela o baje el gas al mínimo, que prometo no entretenerle demasiado. Acaba de terminar el partido contra el Hércules y un sector de la afición despide al tío segundo de Elena Furiase de manera excesivamente sentida bajo mi humilde punto de vista. Comienza aquí la historia de hoy)
Nuestro protagonista se apartaba el pelo de la cara con uno de esos tics tan característicos que adquieren con el tiempo los que gustan de llevar el flequillo largo. Observaba furtivamente la escena con insana envidia. Había sido testigo de la gran despedida que se le había dado al técnico. Sí, a ése ¡Qué cosas había que ver! Nunca había llegado a aguantarle del todo a pesar de los años que habían pasado ya desde que coincidieron a orillas del Turia. Acababa de terminar su baño de multitudes y pasó henchido a su lado sin reparar en él. Como siempre. Él era invisible para casi todos. Pero para él también era el último partido en el Calderón y quería una despedida. Creía que se lo merecía.
Cuando ya el último de los fieles fue engullido por el vomitorio correspondiente, se aventuró a salir de su escondite. Primero avanzó andando por la banda con timidez, casi disimulando, después se adentró en el terreno de juego a medida que ganaba en seguridad en sí mismo. Lo que primero eran pasos titubeantes se convirtieron en carreritas al trote alrededor del círculo central. Pasado un instante, se quedó clavado y paseó su mirada por los cuatro puntos cardinales del estadio. Esa era la señal indicada para que su gente empezara a aplaudir. No eran muchos, no crean. Familiares con grado directo de consanguinidad, un concuñado de Alicante y la profesora de inglés de su hijo pequeño, una nativa de Illinois con tendencia a apuntarse a un bombardeo a la que hacía mucha gracia la espontaneidad española. Siete en total. Para él suficientes. Conforme su estima convertía las tibias palmas en aplauso, se fue creciendo más y empezó a intentar cabriolas de alegría, llenas de sentimiento pero torpes en ejecución y dificultad. Posteriormente, dio dos volteretas laterales y se revolcó por el suelo trazando tirabuzones sobre la hierba como si tuviera fuego en la espalda.
Los integrantes del equipo de operarios de la subcontrata encargada de la limpieza y clasificación de residuos del estadio, que habían empezado su faena, se dieron la vuelta y pospusieron la decisión de si aquel tapón de botella de refresco debiera ir al contenedor amarillo o al azul, tal era el alboroto que se estaba formando. Con esa personalidad que rezuma el ser humano cuando ve a uno de sus iguales haciendo algo, empezaron también a batir palmas. Primero despacio, sin demasiado convencimiento, luego tan fuerte que volaban las hojas de las revistas de difusión gratuita y las bolsas vacías de pipas con sal. Para responder, nuestro hombre empezó a dar vueltas al ruedo rojiblanco con paradas programadas en cada fondo para tirarse de esa manera pecho-deslizadora tan en boga en las celebraciones. Dichas demostraciones gimnásticas fueron muy celebradas por una concurrencia que empezó a salpicar la atronadora ovación con bravos y vivas que salían de lo más hondo. No eran muchos, de acuerdo, pero le estaban dando la despedida soñada.
Seguidamente, se acercó al escudo pintado en la banda y se tiró de bruces sobre él. Lo besaba y golpeaba alternando los golpes con puñetazos en el pecho, a la altura del corazón. Sin esa gracia con la que lo hizo anteriormente el otro, sí, pero con un indiscutible donaire para alguien que no lleva en los genes el golpe que se practica en las cuevas del Sacromonte cuando ya los autobuses de turistas han emigrado. A pesar de que ya estaba el taco formado, todavía quedaba la sorpresa final. Cuando ya el homenajeado perpetraba una especie de danza de cortejo previa a la cópula alrededor de unos de los banderines de corner, aparecieron por la bocana de vestuarios Seitaridis, Costinha, Cléber y Fabiano (éste último tras pedir un permiso en el juzgado de guardia para saltarse la orden de alejamiento de recintos deportivos que pesa sobre él por maltrato sistemático y continuado del balón). Llevaban una tarta de varios pisos de la que salió el niño de sus ojos. Su Nuno. Algo más hermoso, si podemos admitir como sólo hermosura los treinta kilos en canal que había engordado desde la última vez que le vio. Se fundió en un abrazo con Maniche al que se unieron el resto de sus chicos. Los suyos, los que había traído él bajo el brazo. Sus creaciones, al fin y al acabo. Brotaron las lágrimas, se erizaron los vellos y la emoción llegó a un punto de climax que obligó a operarios, familiares y profesoras bilingües a saltar al campo. Él repartía abrazos y besos sin distinción, embriagado por el inolvidable momento. Parecía que flotaba, que volaba y reparó en que era porque un espontáneo le estaba llevando a hombros. Cerró los ojos mientras le llevaban en volandas y notó que sus incondicionales le arrancaban los botones dorados de la chaqueta cruzada como recuerdo o como recurso para futuras visitas al monte de piedad. La comitiva orgiástica enfiló la puerta cero abierta para la ocasión y se perdió en la noche madrileña entre gritos que le calificaban de torero e incluso de presidente.

Se le esperaba durante la semana para ir vaciando su despacho. No se ha vuelto a tener más noticia de él. Puede que ande todavía celebrando su despedida o puede que acabara de mala manera, devorado por el éxtasis de los invitados a la catarsis que se produjo. Si fuera así, tuvo la despedida que quiso. Fue feliz.

lunes, 16 de mayo de 2011

Coplillas para una despedida llena de sensaciones.




 
Permítanme ustedes entrar
en sus casas sin aviso.
Hasta hoy miré remiso
por si se había de quedar.
Ya que parece acabar,
les vuelvo a pedir permiso
y tener terreno liso,
para empezar mi cantar.

Les traigo mis reflexiones.
Sobre un hombre yo les hablo
y también sobre un vocablo
¿Qué vocablo? Sensaciones
¿Sensaciones? ¡No me diga!
A quien pida explicaciones,
le mostraré mis razones,
ahora que muere la Liga.

Tenemos en nuestro equipo
un tipo enjuto que espera,
más que el lucir en Primera,
sensaciones de otro tipo.
¿Qué sensaciones tolera?
Sensaciones como el hipo,
¡Y esto es solo un anticipo,
también la de cagalera!

Sobrino de Faraona,
aunque no ha heredado el arte.
Él es más punto y aparte,
tiene un arte bravucona.
Sus necedades reparte
con su mirada saltona
y se erige en baluarte
de la estrategia ramplona.

Muy quieto en su pedestal,
rota, mueve y vuelve loco.
¡Menos mal que queda poco!
¡Ya se marcha, menos mal!
Al partir suena un murmullo,
mientras se aleja del foco.
Se va el del estilo barroco,
mas que Flores es capullo.

No usa ciertos fichajes,
la cantera le da sueño.
Y mientras, va haciendo encajes
para no poner a Fran.
¡Ésta no rima! Verán…
El que no entra en su plan
se trata de ese otro Fran
con apellido extremeño.

Le cae mal el uruguayo,
dice que le ve pedante.
Que no corre para atrás,
tampoco va pa’ delante.
Menos mal que acaba en mayo.
Si esto dura un poco más,
terminan a “bofetás”
por hacer de capas, sayo.


Un sector sin gran memoria,
le dedica una canción,
esa del que fue campeón,
la del serbio que hizo historia.
Ante tal demostración,
agachamos la cabeza
no entendiendo al Calderón.
¡Ni que fuera el de Hortaleza!

Muy crecidito por ello
se piensa más de lo que es.
Aquí no consta tu sello,
la defensa da traspiés.
Pero Quique, ¿no lo ves?
Tú que te creías bello.
Sale esto, sale aquello
y sale todo del revés.

Aún así, los hay felices
se denominan “quiquistas”,
¡Váyanse a mirar la vista!
¡Vayan ya, manda narices!
Antes de irse, no crean,
le han dado un baño de masas,
si lo sé me quedo en casa,
poco más y le mantean.

Dice que deja progreso.
Dice que deja en Europa.
Con los números se topa
por tanto usar la sinhueso.
¡No, Don Quique, nada de eso!
Progreso sería ganar,
ser séptimo, experimentar
un muy claro retroceso.

Ha sido el que más perdió,
de los técnicos habidos,
y el tío tan relamido,
no crean que dimitió.
Anda justo de decencia,
eso se lo digo yo,
sin tanta clarividencia
de la que gasta el gachó.

¿Ya se marcha? No se explica,
el que nos deje gran duelo.
Entendería el desconsuelo
del jersey de talla chica.
Que la afición le suplica,
que se cambie alguna vez.
¡Es que me va con la tez!
Dice el dueño, justifica.

Termino aquí. Mil perdones,
por usar el eufemismo:
nos tiene ya hasta los mismos,
de tantas las sensaciones.
¡Qué les digo hasta los mismos!
Nos tiene hasta los cojones,
por usar un vulgarismo
acorde con sus acciones.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Entre todos la matamos...

Sabíamos que esto iba a pasar. Más tarde o más temprano, pero tenía que pasar de nuevo. Asumámoslo. No sé si la culpa será mía o de usted o de aquel señor tan respetable, ése al que el único pecadillo que podemos achacar es el de atiborrarse de fiambre cuando va a un hotel con desayuno incluido. Si usted le pregunta le dirá que sí, que en casa tiene también chorizo de pamplona y hasta mortadela con aceitunas y, aún así, sale cada día a la calle con el café bebido sin ocurrírsele desayunar derivados del cerdo. Pero es que hay cosas que no se pueden evitar. Cosas que van en la naturaleza de la gente. Cosas que, tal vez, solo puedan comprenderse por el hecho de no costar nada.

Pergeñábamos que después del fiasco de la Europa League, después de la eliminación en Copa a manos del equipo de Carlos Sainz y después de la utópica y fallida pelea por entrar en Champions, era lo lógico. Pero, aún así todavía había algunos que pensaban que no, que no podía pasar otra vez. Para ello se han creído las fábulas contadas sin moraleja clara. Han puesto cara de interés cuando alguien peroraba sobre objetivos peregrinos, han adquirido varios metros de cortinas de humo despachadas por los habituales vendedores de crecepelo, lo que fuera necesario para intentar que no pasara, en definitiva. Pero ha pasado. De nuevo. Y van ya… ¡vaya!, casi ni nos acordamos ¡Cómo pasa el tiempo! ¿Por qué proyecto iremos ya?

A decir verdad, se veía venir. No debería pillarnos de sorpresa después de la travesía que llevamos. Sabíamos que su situación era muy grave, casi crítica, aunque, cierto es que cada inicio de curso parece que renace aunque cada vez con menos fuerza, casi como una hastiada ave fénix. Y vuelve. Vuelve, pero no como antes, no, quite, quite. No es lo mismo. Antes tenía otro color. Sana, mofletuda, con cara de salud. Como mucho, cogía un constipado primaveral, de esos que se propagan en estas fechas de chaquetas mañaneras y bermudas de media tarde. Pero solo eso. Siempre estaba ahí. Inquebrantable. Segura. Fuerte.

Ahora, intentamos revivirla cada año de manera artificial, dejándonos llevar por sentimientos ajenos a la razón. Pero cada vez cuesta más que vuelva. Nos mira y nos pide que la dejemos tranquila, que la dejemos morir del todo y en paz. Habrá un día que nadie podrá hacerla despertar de su letargo veraniego. Total, ¿para qué? ¿Para que vuelva a pasar lo que pasa a finales de otoño? Entonces volveremos a mirar hacia los lados y nos preguntaremos por enésima cómo hemos dejado que ocurra. Volveremos a acordarnos del señor que guarda en la bolsa de la playa dos suizos y una napolitana para media mañana porque la media pensión sale mejor de precio. Casi todos nos reprocharemos no haber hecho más cuando estábamos a tiempo. Y nos daremos cuenta de que hay cosas que se pueden evitar. Cosas que no se deben dejar pasar aunque estén en la naturaleza de la gente. Cosas que no se comprenden, ya que además no nos cuestan nada.

Ayer murió definitivamente la ilusión de los atléticos para esta temporada tras larga enfermedad. Sus restos reposan ya junto a los de muchas otras ilusiones de campañas pasadas. Les ruego reflexionen sobre si podríamos haber hecho algo más. 


domingo, 8 de mayo de 2011

¡Que viene el jeque!


El empleado encargado de protocolos, fastos y convites pasó al despacho del presidente tras una espera algo larga en la antesala.

– Don Enrique, ya tenemos casi todo preparado para la comida de directivas. Hemos quitado del menú el salmorejo porque quedaría soso sin los taquitos de jamón. Además nada de ibéricos ni de canapés de sobrasada. Tampoco se servirá alcohol, ni antes ni durante la comida, y mire que me duele porque hemos recibido un gran reserva de esos que hacen revivir a un muerto. Pero nada, también retirado esta semana.

– Hombre Olmedilla, tampoco hay que ser tan escrupuloso. Haremos una cosa, me esconde usted una petaquita debajo de la silla y me voy sirviendo a demanda cuando el señor jeque no mire, ¿de acuerdo? –ordenó preocupado el mandatario–. Así que dice usted que la sobrasada proviene del cerdo, pues primera noticia Olmedilla, cada día aprendemos algo en la gerencia.

– Se hace lo que se puede Don Enrique.

– Haga, haga, ultime usted todo. El señor jeque y su séquito llegarán a las dos más o menos. Obvio decirle que con una propina de las que dejan éstos con un café le compramos nosotros a Mendes un mediapunta con llegada. Tienen el crudo por castigo, o sea que como no causemos buena impresión lo llevaremos crudo y valga la…, la…, la como se llame que para conocer palabros ya tenemos a Quique.

Olmedilla trajinó, industrió y ultimó todo lo ultimable. Desenrolló las alfombras rojas, quitó las telarañas de la caja fuerte y cerró con llave la amplia estancia de las facturas impagadas. A eso de las dos menos diez se incorporó a la fila habilitada para el besamanos que encabezaba su jefe, cuando apareció el ujier acompañando a un individuo atezado, de bigote poblado y mirada que guardaba sabiduría de antiguas civilizaciones.

– Señor Olmedilla, aquí el señor Ahmed que dice que…–anunció el ujier rascándose la oreja.

– Déjelo en nuestras manos, le estábamos esperando –se adelantó interrumpiendo el responsable de festejos visiblemente nervioso.

– ¿Será éste no? Viene solo ¿Y no tendría que llevar chilaba? –murmuró el cooperador por lo bajinis.

– Seguro que es él, Don Enrique, no se fíe de las apariencias, que esta gente anda muy globalizada. ¡Si estos han estudiado casi todos en “Cambris”! –aclaró alardeando de viajado el adlátere organizador.

– Bienvenido Don Jeque, pase, pase, cuánto gusto tenerle por aquí ­–saludó el mandamás (o menos, como ya ustedes saben) haciendo una reverencia que sirvió de detonante para el inicio de un baile perpetrado por un grupo folclórico andalusí, en muestra de buena voluntad y de hermanamiento de culturas.

– Es que yo…–intentó meter baza el invitado.

– Calle, no se esfuerce. Aunque el idioma sea un problema, la gente como usted y como yo nos entendemos sin palabras –dijo el presidente guiñando un ojo.

– Pero…

– Insisto Don Jeque, pasemos a mis aposentos. Como verá han sido ambientados como una haima en honor a su presencia. Sentémonos que debo hablarle de un negocio redondo ¡Coja un dátil si se le antoja, hombre, no sea tímido! –ofreció con excesivos ademanes–. Le cuento, tenemos un director deportivo y algún que otro jugador a los que tenemos que dar salida, y creo que a usted le interesarían para su equipo. Nosotros somos flexibles en el cobro, aunque sea en camellos.

– Mire déjelo, ya no puedo perder más el tiempo. Les agradezco sus atenciones pero se me va a escapar el autobús de la excursión. Yo solo me había perdido buscando el servicio –cortó la negociación el supuesto jeque perdiendo así gran parte de su encanto califal.

– Pero, ¿no es usted el señor Ahmed? –preguntó Olmedilla horrorizado.

– Sí, señores. Miembro fundador de la peña colchonera de Melilla. Es que hemos venido un grupo a hacer la visita guiada del estadio pero se me ha hecho tardísimo ¡Hala, hasta más ver!

– ¡Oiga, no se vaya! Que no le hemos hablado de las alianzas estratégicas…–intentaron frenarle sin éxito– ¡Don Jeque vuelva! –dijo el presidente con desesperación–. Nada que se va el jeque, aunque…, ahora que no nos oye nadie, no me negará usted, Olmedilla, que éste jeque tenía bastante pinta de moro.



Llegaba el Málaga al Calderón con el pecho henchido por los últimos resultados. También llegaba nuestro equipo de la misma manera, muy derecho y estirado tras la racha disfrutada. No les voy a volver a aburrir con eso de que ya es tarde y que esta buena postura corporal no soluciona el encorvamiento que hemos llevado toda la temporada. Parece que el doctor Flores, traumatólogo de prestigio discutible más dado a captar sensaciones que a interpretar radiografías de juego, ha tardado más tiempo del necesario en recetar el collarín corrector. Parece también que no tendría demasiadas razones para sacar pecho, pero lo saca. Lo saca él y lo sacan sus superiores, esos que deberían ir cargados de hombros por todo el daño que infringen a las cervicales de los atléticos, por obligarnos a forzar el cuello para mirar desde abajo a las zonas altas de la clasificación, a las zonas a las que, por historia, pertenecemos. Pues se ha quedado buena tarde, dijeron los aficionados al sentarse en su sitio echando de menos las botas de agua al ver que el suelo bajo sus asientos parecía un arrozal asolado por las mañaneras lluvias cuasi monzónicas.

Para la ocasión, nuestro técnico volvió a apostar por un equipo de músculo, de pecho inflado. Craso error, amigos, ayer no era un partido para el músculo trabajado, porque los de la Costa del Sol tienen más. Tienen, por ejemplo, un nueve grande, de esos que se atragantan a nuestra defensa, como pasó con Osvaldo, como pasó con Caicedo, como pasa con tantos otros. Nuestra defensa se encuentra más cómoda negociando con delanteros ratoneros y mediapuntas abrochaditos. Oiga, ¿y qué pasó en la Europa League con Javito?, seguro que preguntará alguno. Miren, lo de Javito se lo preguntan al que no se cambia de jersey, yo tampoco me lo explico.

Y es que hay días en que se tiene que hacer algo diferente, días en los que los mejores no andan inspirados del todo. En esas ocasiones, uno espera que los secundarios tomen el testigo. Allí donde no llega el jeque, debería estar su séquito. Pero de la misma forma que en nuestra historia de hoy, el séquito no se presentó. Ni un ayudante de cámara, ni algún secretario eficiente que te lleve las carpetas. Los más descreídos se plantean si los que rodean a nuestras estrellas son tan solventes como nos los quieren pintar ¿Cuántos de ellos serían titulares en los equipos que tenemos por encima? Uno piensa que la gran diferencia con los equipos mejor clasificados está en esa clase media. En su capacidad para destacar con la guitarra cuando los cantaores andan medio afónicos. En soportar sobre sus hombros la acción de la película. Y dejan dudas. Muchas.

Cuando la afición duda se empieza a acordar de los huevos, como cuando les ponen un pincho de tortilla al que sobra patata. También se acuerdan de la madre de algún mediocentro navarro o del padre de algún delantero rubio, pero les traiciona la memoria a la hora de acordarse de los verdaderos responsables. No seré yo quién justifique bajos estados de forma que duran demasiado ni expectativas no satisfechas, no. Pero si hay algo que dura demasiado es éste periodo mediocre sin la exigencia debida. Un periodo que debería invitar a la reflexión. Pero una de las de verdad, no como las del primo de Lolita, que dice que no puede pedir más a éstos jugadores después de la racha que llevaban. ¡Vaya mensaje! No les exijo más a ustedes que en la séptima plaza se está muy calentito. Y ahí, justamente ahí, sí aparece el séquito. Pero el otro. El de los del palco. El que acompaña a la guitarra y al baile. Ése séquito palmero que introduce una semana el mensaje de que la Champions es posible para hinchar pechos crédulos. La siguiente, lanza que jugar la Europa League es mucho mejor, dónde va a parar. Más tarde, hablarán sobre éxitos futuros y fichajes de relumbrón. Y no hablarán más porque la temporada se acabará y porque ya no hay Intertoto, que si no…

Y mientras, nos damos cuenta de que todo vuelve a ser un espejismo. De que nos volveremos a quedar en el camino sin dar con el oasis prometido de juego, casi todos con el pecho hundido y los hombros encorvados. Maltratados por la sed de seriedad, de exigencia, de justicia. ¡Qué pena señores, tanto séquito en la moqueta y tan poco en el césped! 

miércoles, 4 de mayo de 2011

La vida es como una pescadilla (o crónica de un flechazo tecnopop-new wave)

La sesión de tarde estaba más animada que de costumbre. Daba gusto ver que cada vez más gente redescubría los ochenta y se acercaba a éste pequeño reducto donde se veneraba a Ultravox, a la ELO o a Roxy Music. Sarita volvió de la barra con las bebidas de todos y puso sobre la mesa los combinados imposibles de vivos colores con una flexión de rodillas que dejó en el ambiente un aroma a laca y a colonia afrutada. Cada uno cogió su vaso de tubo con movimientos calculados. Ellos, intentando mantener la simetría en la amplia americana de lino con las mangas subidas. Ellas, procurando que no se movieran las hombreras sujetas con velcro a la parte interior de las blusas con estampado de paramecios, amebas u otros seres monocelulares.
– ¡Uy Sarita! Ya está otra vez tu novio en la pista haciendo el baile del robot. Mejor no mires para no llevarte el disgusto –dijo Blanca, la mejor amiga de Sara con una expresión mezcla de incredulidad y de asco.
– ¡Vosotros y vuestras ideas integristas! Pues a mí me parece que tiene su gracia. Además está muy mono con los vaqueros rosas tan cortos y esos calcetines de rombos asomando –contestó Sarita comprensiva.
– Lo que tú digas. Mira que te lo avisamos, que ése era más del segundo lustro de los ochenta, pero tú, como si nada. Los ochenta fueron muy amplios Sarita y nosotros somos más de los principios ¿Acaso te imaginas a Brian Ferry con pantalones en tonos pastel? –pontificó Blanca con el asentimiento de varios de los presentes–. Hay cosas que es mejor no mezclar. De todas formas, como todo tiene solución menos una separación de The Human League, hoy te tengo una sorpresa. Te voy a presentar a un amigo de mi hermano. Es futbolista, pero es de los nuestros y tiene mucho tiempo libre porque no cuenta mucho en su equipo. No es un cuarentón nostálgico, es de los puros. Ama los ochenta a pesar de no haberlos vivido, con decirte que no tiene ni treinta años.
– Blanca, qué pesadita te pones. Me voy a bailar para no tener que escuchar más tonterías –cortó Sarita dirigiéndose hacia la pista presidida por una bola de espejos mientras sonaba esta desenfadada canción.
Sarita se dejó ir transportada por los acordes de los sintetizadores. Se imaginaba subida en una ola de movimientos casi espasmódicos, rodeada de cuerpos sin nombre con peinados imposibles y pantalones de talle subido. Sólo la irrupción de Blanca la sacó de su ensimismamiento. Iba acompañada de un joven de pelo rebelde plagado de mechas rubias y mirada reflexiva, mirada de ver los partidos desde el banquillo o desde la grada. Lo reconoció como uno de los suyos, sin duda. Éste se apoyó en una pared sin motivo aparente, aunque más tarde pudo explicar su extraño comportamiento en base a una manía suya, una deformación profesional que pretendía evitar que le cogieran la espalda. Sarita todavía recuerda las primeras palabras que cruzaron.
– Esta es Sarita, la chica de la que te hablé. Este es Juan –soltó Blanca quitándose de en medio acto seguido para no molestar.
– Encantada –casi balbució Sarita impresionada–. Así que tú eres Juan…¿Juan qué más?
– Juan Valera –dijo él–. Encantado de conocerte Sarita.

Y es que todo vuelve amigos. La vida es como una pescadilla (de enroscar no de pincho). Vuelven los ochenta, los setenta, luego volverán los noventa y más tarde los dosmiles o como se diga, que ya habrá tiempo para ponerles nombre. Muchos evitan dar al trapero la ropa pasada de moda y la guardan esperando su vuelta a la rabiosa actualidad. Ésos mismos intentan hallar una fórmula empírica que les aclare cuánto tiempo tiene que pasar para que ese jersey tan hortera pase a ser vintage ¿Diez años? ¿Veinte? ¿Treinta? Los progenitores menos previsores recurren a las sales cuando ven llegar a sus hijos con una cazadora de cuero modelo Starsky y Hutch por la que han pagado 150 euros igualita a la que ellos tiraron por demodé hace tanto que ya casi no se acordaban. ¡Qué cosas!
No se crean ustedes que nuestro equipo se libra de estos ciclos, nada de eso. Cuando llegan estas fechas y hasta el inicio de la temporada siguiente, nuestros discutibles dirigentes y sus acólitos repiten un mantra vergonzante con sabor de crecimiento social, de opciones de compra y recompra o de jugadores interesantes a precios interesados. También se les llena la boca con proyectos de ciudades deportivas o con el inicio de unas obras que dejan las de El Escorial a la altura de una reformilla veraniega. Mientras tanto, el socio repite religiosamente el acto de pagar una anualidad que solo garantiza ilusiones más o menos hasta el mes de noviembre, salvo en contadas y celebradas ocasiones. Hace tiempo que el aficionado atlético entiende casi más de acciones apropiadas que de acciones del juego. De estrategias empresariales más que de jugadas de estrategia. Pero no queremos volver a arriesgarnos, no. Queremos mirar hacia delante libres, tranquilos al saber que no se repetirán los errores de pasados recientes y presentes continuos. Dejando atrás estos tiempos de gerencia hortera y pasada de moda. Como todo ciclo pasará y, entonces, podremos esperar expectantes la vuelta de aquellos tiempos. Los que algunos vivieron y a otros fueron contados. Cuando la ilusión duraba hasta el final de la primavera y nos pillaba con un pantalón vaquero cortado del que colgaban flecos. Cuando solo sabíamos de derroches de coraje y corazón, no de derroches en comisiones. Esos tiempos deben volver para quedarse. Y, con la ayuda de todos, volverán.
– ¿Y tú te comportas de manera ochentera también en el fútbol? –preguntó Sarita subyugada.
– Bueno, sí, lo intento…mi ideal de juego es la Bélgica de los primeros ochenta. Con ese Gerets gritando para que todos salieran sincronizados para dejar al contrario en fuera de juego. La verdad es que a veces lo he llevado a cabo pero como tengo poco ascendente, no me hace caso nadie y me vuelven a coger la espalda, así que ya no lo intento –reconoció apesadumbrado Juan ante la mirada rendida de Sarita.

domingo, 1 de mayo de 2011

Una de suspense

Tomó la salida de la autopista tras ver las luces que anunciaban el motel. Era lo más prudente tras tantas horas al volante con esa maldita lluvia. Había conducido mucho, demasiado. Tanto como cuando Reyes coge el balón en su campo y quiere llegar regateando a la portería contraria, sin mirar a Ujfalusi cuando le dobla, sin reparar en que casi siempre el checo podría doblar las camisetas, las medias, los calzoncillos y varias esquinas antes de recibir el cuero. Plazas libres. Ambiente familiar. Se aventuró en la desierta recepción y tocó el timbre de llamada varias veces. Mientras miraba un mapa de la zona se materializó a su lado un individuo delgado y de mirada inquietante.

– Buenas noches, ¿tiene habitaciones libres?

– Sí, el motel está vacío. Si quiere descansar, éste es el sitio ideal. Le voy a dar una habitación exterior, tiene unas magníficas vistas a la colina. De hecho, yo vivo con mi madre en el caserón que está en la cima de la loma. Por cierto, la habitación tiene bañera, aspecto éste importante para el devenir de la historia.

– Genial, señor…

– Bates, Norman Bates. Para servirle –se adelantó mostrando una sonrisa de las que ocultan otras intenciones, una sonrisa como de consejero delegado, para que me entiendan.

Le entregó una llave de esas de motel u hostal de categoría indefinida, de llavero pesado y aparatoso. Dejó la maleta de mano sobre la colcha ajada y empezó a desvestirse para darse una ducha, no sin antes constatar el tétrico aspecto del caserón. ¿Había visto una silueta en una de las ventanas? Le había dado mala espina, mala sensación que diría Quique. Decidió no pensar más y se encaminó al baño.

– ¡AHHHHHHHHHHHH! –sonó un grito desgarrador en la noche.

– ¿Qué coño pasa? –se oyó una voz en el baño.

– ¡Ay, calle! Se me ha pegado el trasero en la cortina de la ducha, cosa muy desagradable cuando uno se encuentra en pisos compartidos, alquilados o establecimientos hoteleros de dudosa reputación. Pero… ¿qué hace usted en el baño de mi habitación vestido de mujer? ¿Y, por qué lleva un cuchillo en la mano?

– Le venía a traer las toallas y las amenities…

– ¿Amenities? –interrumpió ella tapándose con la cortina rasgada.

– Los “champules”, vamos. Permítame explicarme, lo de travestirme es porque siempre pensé que la falda no debía ser patrimonio exclusivo del género femenino como bien promulgaron Miguel Bosé o John Galliano, pero no le voy a engañar –dijo en tono de confidencia–, yo siempre me he sentido una mujer encerrada en cuerpo de hombre. Lo del cuchillo es porque me ha pillado usted partiendo pan de torrijas, que las previsiones de ocupación para la semana santa eran muy altas y el mal tiempo nos ha dejado mucho excedente de materia prima.

– No me malinterprete, oiga. Que una es muy moderna y entiende…bueno yo no, pero…, ya sabe, entiende su condición. Además esa rebeca le realza a usted la tez y le va muy bien con la peluca. Se ve que es buena, la peluca digo.

– Mucho, compro las pelucas por internet. Son ediciones limitadas y exclusivas y están teniendo un éxito apreciable entre todo tipo de descuideros, ya sean sus objetivos furgones blindados o acciones de sociedades anónimas deportivas –explicó muy ufano mientras pasaba por delante de ellos un señor orondo y calvo que por lo visto tiene costumbre de aparecer siempre por sorpresa en este tipo de historias.

– Pues una torrija si me tomaba, ¿sabe? –dijo ella agarrándose de su brazo con alivio. Se había alarmado sin motivo. Nunca se sabía dónde podía uno encontrarse con un señor que decide dejar que su madre se amojame sentada en una mecedora en vez de darle sepultura. Pero este sitio, desde luego, hacía honor al eslogan. ¡Aquí te sentías en familia!



Debemos admitir con preocupación que vivimos tiempos de psicosis. Psicosis por no poder llegar a final de mes o porque hay gente algo teatrera. Psicosis porque no queda claro a qué se dedica Unicef, si a los niños o a manipular competiciones. Psicosis generalizada, por resumir. No crean ustedes que es la única patología que últimamente ha repuntado, no, también existe una preocupante obsesión compulsiva por coleccionar maleducados. Aparecen pacientes no diagnosticados de síndrome de Tourette, hablando de putos esto y de putos lo otro. Depresiones en técnicos que no dejan de llorar. Enfermedades hasta ahora silenciosas pero latentes, que se han hecho visibles en cuanto se ha dado el caldo de cultivo adecuado.

En nuestro Atleti, la cosa no ha tomado estos tintes pandémicos, pero no por ello estamos libres de desequilibrios. Por ejemplo, el de la ansiedad que se apodera cada verano de los empleados de la intendencia del vestuario al no saber como meter tantas taquillas, de tantos rumores de fichajes que hay. Fichajes rimbombantes, fichajes de baratillo, saldos, ventas de ocasión, jugadores de kilómetro cero. Créanse ustedes el diezmo del diezmo. Los que ya tenemos algunos años, sabemos de esto.

Jugaba nuestro equipo en La Coruña, con la sensación flotando en el ambiente de que el tiempo se escapa de las manos, de que quedan muy pocas jornadas. De que estamos con la muerte en los talones por no haber hecho los deberes antes. Es que ahora estamos muy bien, dicen algunos. Si esto llega a durar cinco jornadas más, llegamos a Champions sobrados, dicen otros con frenesí. Estamos instalados en dinámicas grupales positivas, dice nuestro técnico, ese hombre que sabía demasiado. Yo confieso que algunos nos miramos y nos dan ganas de pellizcarnos fuerte, retorciendo con saña ¿Es que acaso no sabíamos que son sólo 38 jornadas? ¿Es que nos sentimos cómodos mirando por la ventana indiscreta del sexto o séptimo puesto? ¿Estar más arriba nos da vértigo?

Pues resulta que hemos vuelto a ganar, ya tenemos otra semana con olor a sueño de cuarto puesto.

– ¿Y el equipo ha jugado bien? –pregunta ese colchonero que hoy tenía la comunión de la Vane y no ha podido ver el partido.

– Hombre, bien, lo que se dice bien –contesta su vecino de escalera y de abono en el Calderón.

– Bueno, entonces, ¿es que ha jugado mal? –dice el padre de la homenajeada con cara de es que me he liado más de la cuenta.

– No, si mal tampoco ha jugado –responde el vecino que sí ha visto el pre, el post y el partido en sí, extrañado porque la comunión empezaba a las 11 de la mañana.

– ¿Ha estado equilibrado? ¿Ha sido un partido de poder a poder? –inquiere algo cansado, porque cuando viene la familia de Toledo siempre se lía la cosa.

– Yo diría que ha sido un partido…que ha acabado. Pero, sí, ha acabado bien. Es que teniendo a Agüero todo es más fácil –resume en solo una frase el vecino la idiosincrasia de muchos partidos.

Seguiremos con el suspense metido en el cuerpo al menos hasta la semana que viene. Para finalizar, permítanme felicitar a la Vane aunque sea con retraso. También a todas las madres, incluidas las que se amojaman en mecedoras. No me quiero olvidar tampoco de… ¡Uy! ¿Qué ha sido ese ruido? Oigan, les dejo que acaban de chocarse un estornino y una paloma en la cristalera del salón. Andan los pájaros medio revueltos, no sé, no sé.