martes, 20 de diciembre de 2016

En la despedida de Domínguez

Cuando hace unos días anunció Domínguez con una mirada en la que se podría nadar que su espalda había dicho basta muchos nos sentimos culpables.

Para encontrar la raíz de su dolor quizás haya que remontarse varios años atrás. A un tiempo en el que el Atleti era una sombra que deambulaba por las competiciones como alma en pena. Adictos a cualquier tipo de esperanza, fue verle entrar con asiduidad en las alineaciones y allí nos subimos. A su espalda. Lo hicimos por su condición de canterano y por una determinación al ir al corte que recordaba al semblante de los que esperaban a que abrieran las puertas de los grandes almacenes en el primer día de rebajas. He venido a llevarme el balón, te pongas como te pongas, parecía decir Domínguez cada vez que se medía a un delantero. Sin circunloquios. Sin excusas. Dejando que el corazón supliera su falta de estatura y sus carencias técnicas.

A medida que el calendario avanzaba, más iban encaramándose a su espalda. Álvaro se convirtió en compañero ideal, yerno perfecto y titular indiscutible en un equipo lleno de discusiones. Con el tiempo llegaron los títulos, las llamadas, aunque quedas, de los seleccionadores y, lo más importante, empezó a adivinarse el Atleti parecido a aquel que nuestros mayores nos contaron del que ahora disfrutamos. Domínguez seguía llevando a un gran número de aficionados a cuestas pese a tener mucho menos nombre y cuota de responsabilidad que otros. De repente, un día quisimos creer la enésima mentira y el central se marchó, como tantos otros antes que él.


También ahí tuvimos culpa. Nos apeamos de su espalda como si nada, como si nos hubiéramos pasado de estación por ir distraídos. El brillo de lo que Simeone estaba consiguiendo nos hizo olvidar un poco a Domínguez pese a que él nunca nos olvidó. Le habíamos dejado como recuerdo un dolor de espalda permanente y ese veneno que las rayas rojiblancas inoculan sin piedad en sus víctimas. De repente, reparamos en que el tiempo ha ido pasando y, al volver a reencontrarnos con Álvaro, vimos reflejado en su cara el dolor que le lleva mordiendo demasiados años. El dolor que le produjo llevarnos a la espalda cuando aún era un chaval.

Por una vez el club estuvo a la altura e invitó a Domínguez a la cena de Navidad del equipo, a la que asistió como uno más, lo que siempre ha sido, y le encomendó realizar el saque de honor del pasado partido ante Las Palmas. De esta manera pudo recibir el calor de una afición que le ovacionó con cariño y también con algo de remordimiento. Por lo del olvido y, sobre todo, por lo de la espalda. Espero que sepa perdonarnos con la misma grandeza con la que defendió la rojiblanca ¡Buena suerte, central!

jueves, 15 de diciembre de 2016

Imaginaria carta abierta a la clientela

No hay quien os entienda, la verdad. Parece que no estáis contentos con nada. Mirad el revuelo que habéis montado a cuenta del escudo. No habíamos acabado de presentarlo y ya estabais sacando del zurrón la monserga de siempre: historia, identidad, tradición, sensación de pertenencia a unos colores y a unos símbolos. Paparruchas. Menos mal que por un oído nos entra y por el otro nos sale, si no esto sería un sinvivir.

No creáis que no nos lo esperábamos. Sabíamos que esto iba a suceder. En el fondo sois totalmente previsibles. Debo confesaros que todo forma parte de un plan concebido por mentes mucho más preclaras que las vuestras. No ha sido más que una cortina de humo. El ruido a cuenta del escudo ha silenciado cualquier tipo de pregunta incómoda sobre el traslado al estadio. El debate sobre si el oso es ahora un koala con tortícolis y el madroño ha migrado a nube tóxica causante del efecto invernadero ha hecho olvidar el tema de los accesos que no acceden y el de las cuentas que no suman. Solo ha sido un subterfugio y de eso sabemos un rato. Tantos años de experiencia esquilmando sirven para algo.


Mientras debatís sobre las formas redondeadas del escudo o sobre el nombre de estadio exótico al que le hemos añadido las migajas de un apellido con aroma de antaño seguimos a lo nuestro. Desde hace ya bastante tiempo os habéis convertido en clientes. Ya no sois socios, ni abonados, ni casi aficionados por mucho que lo creáis. No tenéis ni voz ni voto. Vuestra única opción es la de tragar. Con lo que sea. Total, ya habéis tragado con una apropiación indebida, con una intervención judicial, con negritos y hasta algún blanquito que tuvisteis que merendaros. Hemos ido dejando morir el estadio que teníais en propiedad y os hemos llegado a convencer de que no había más salida que mudarse. Si no os volvisteis hacia el palco cuando no pusimos un duro o cuando nos visitaba el Racing de Ferrol, ¿lo vais a hacer ahora? No creo. Por si acaso no haremos acto de presencia, no vaya a ser.

A pesar de todo, debo decir que en el fondo me molesta vuestra actitud. Ese afán de protestar con la boca chica por cualquier nadería para luego acabar callando ¿Por qué no asumir desde el principio que este es nuestro cortijo? ¿No os ha quedado suficientemente claro después de tantos años? Me hace mucha gracia cuando oigo lo de que se debería haber consultado a la masa social. Aquí las decisiones las tomamos nosotros, que para eso cobramos como si metiéramos veinte goles por temporada. A vosotros os dejamos solamente la falsa impresión de que formáis parte de esto. Seguid con vuestras inanes pataletas románticas. Inundad las redes sociales de indignación e incluso manifestaos en los ratos libres, que aquí estaremos nosotros para no escucharos. Ciertamente, esto de gestionar con pretendido éxito un club como este tiene muchos sinsabores. Aguantaros, por ejemplo. Lidiar con vosotros que no ocasionáis más que molestias. La verdad, hay días que se levanta uno y dan ganas de mandar todo al garete. A veces dan ganas de dar un portazo e irse a dilapidar vuestro patrimonio a otro sitio. 

jueves, 1 de diciembre de 2016

Ha vuelto el Atleti

Sudor, contrataque y balón parado. La Santísima Trinidad de la religión cholista condujo a la victoria en Pamplona, retirando en gran parte la marea de dudas que los nuevos bocetos habían dejado. Ha vuelto el Atleti, pensó más de uno cuando al descanso reflexionaba sobre lo visto. Bastaron unos minutos para caer en la cuenta de que el añorado modelo se había hecho carne en la capital navarra pese al intercambio de golpes inicial, pese al necio penalti que Oblak supo descifrar con mano firme. Avisaron los de Simeone previamente como era costumbre: explotando al máximo los fallos del rival y recuperando la confianza en la estrategia. Llegó un gol de córner por fin y tuvo que ser Godín el que rompiera el maleficio de la pizarra. Un minuto más tarde, con el rival todavía valorando la herida dejada por la primera picadura, Gameiro finiquitó el choque definitivamente con un remate cruzado tras contragolpe fulgurante ¡Cómo se echaban de menos estos partidos que fallecían de inanición tras el primer gol del Atleti!

Es de justicia reconocer que gran parte de la culpa por la vuelta a los orígenes la tiene la presencia de Tiago sobre el campo. No falla. Cuando un rato antes de que los partidos del Atleti comiencen se confirma que sale Tiago de titular, las agencias de calificación de la deuda rojiblanca guardan todas las incertidumbres en un congelador no-frost de última generación. La inclusión del portugués asegura equilibrio, criterio a la hora de sacar el balón y, por encima de todo, mando en plaza. No extraña que el Cholo haya querido olvidarse de carnés de identidad y condicionantes estéticos. Contaban que cuando las fiestas del pueblo de al lado coincidían con los días en los que Matías, el pastor de espaldas tan recias como los montes en los que pasaba meses con el ganado, volvía a casa, los mozos iban con otro ánimo y hasta se atrevían a sacar a bailar a las chicas locales sin temor a ser lanzados al pilón. Ante cualquier escaramuza, Matías andaba al quite evitando que la sangre llegara al río. Lo mismo que Tiago, vamos. Miles de ataques rivales con pretensiones han muerto a sus pies por obra y gracia de su proverbial colocación. Miles de ataques rojiblancos de los que levantan del asiento tuvieron el prólogo de un primer pase suyo en vertical de esos que derrumban primeras líneas de presión. Con él sobre el césped el equipo se vuelve hermético, sí, pero también infinitamente más reconocible.


No es menos justo hablar también de Koke, no fuera a ser que algún despistado pudiera pensarle señalado por el párrafo anterior. La largamente perseguida y aplaudida adaptación del vallecano al mediocentro dotaba al equipo de un perfil más dado a plantear los partidos en una batalla a campo abierto en la que normalmente la pegada final decidía el rumbo. Siendo la apuesta válida en muchas citas, no dejaba de vivirse como una contradicción para un ejército que se mueve con comodidad en la guerra de guerrillas. Probablemente no fuera Koke el responsable de que el equipo se mostrase más vulnerable, pero ciertamente el resultado perdía empaque. Con él en el puesto de interior que le pertenece desde hace casi un lustro, se aprovechan de igual manera sus cualidades sin desguarnecer la fortaleza. Si en las impensables cotas alcanzadas no hace mucho Koke se movía en terrenos del ocho, ¿por qué cambiar? Su paso atrás no deja de ser un recurso a valorar, pero no tiene por qué ser el nuevo dogma.

Retornó el Atleti, el de siempre, cuando más necesario parecía. El partido del Reyno de Navarra comparte ADN con tantos otros encuentros en los que el conjunto colchonero consiguió la victoria desde el juego directo y la defensa sin fisuras. Choques que agonizan sin esperanza hasta el pitido final cuando los de rojo y blanco se ponen por delante. Es de imaginar a los próximos rivales contrariados, pensando en las mayores posibilidades de arrancar algo positivo con aquel otro Atleti menos áspero que se ha mostrado en el primer tramo de la competición. Sabemos que ese Atleti existe. Sabemos que es un lugar al que podemos volver e incluso disfrutar la estancia, pero este otro Atleti de Pamplona es el hogar. Nuestra casa. Ha vuelto el Atleti. 

lunes, 21 de noviembre de 2016

Ser lo que uno no es

En una de las tramas centrales de la segunda temporada de True Detective, que no es ni la mitad de inquietante que la primera pero tampoco tan mala como la crítica denunció, el personaje que interpreta Vince Vaughn, Frank Semyon, trata de convertirse en algo que no es. Pretende dejar atrás su pasado de matón sin escrúpulos, de tipo duro y fiable en trabajos de medio pelo. Frank intenta medrar en la escala social del crimen pasando de sicario a gran hombre de negocios perdiendo en el intento el sueño, la pasta y hasta la vida, valga el spoiler. No es difícil empatizar con un personaje ahogado en unas reglas que imponen otros. Una piraña antiguamente temible que se convierte en bocado apetecible cuando pretende pescar en un mar donde campan a sus anchas los tiburones. Ser lo que uno no es. Esa es la cuestión.

El pasado sábado, esperaba la afición al Atleti que se ha visto en los derbis desde que Simeone se hizo cargo del equipo: cuchillo entre los dientes, corazón bombeando adrenalina aceleradamente, ánimo de no hacer prisioneros. Lucía el Calderón una belleza nostálgica ante uno de sus últimos partidos grandes. Con todo el papel vendido, arropaba la grada elevando la temperatura de gargantas y sentimientos. Todo estaba dispuesto para vivir otra noche llena de magia. Fueron necesarios solamente un puñado de minutos para darse cuenta de que al encuentro le faltaba algo. El Atleti no había saltado al campo. Sobre el césped había dos conjuntos, uno de ellos vestía incluso de rojo y blanco y sus integrantes parecían pertenecer a la plantilla colchonera, pero era otro equipo.

Achinaba el aficionado atlético los ojos, intentando enfocar mejor para descartar una posible suplantación de identidad pero no, Koke y Saúl estaban sobre el campo aunque no parecieran ellos. Se veía también a Savic, pero a un Savic sin la solvencia acostumbrada. Correteaba sobre el tapete Griezmann sin acercarse al balón para aportar algo relevante y solamente Torres se asemejaba al Torres de los últimos partidos, lo que sin duda es una pésima noticia. Ni rastro de las señas de identidad que han llegado a convertirse en denominación de origen Ribera del Manzanares. No hubo presión ni intensidad. No apareció siquiera ese compromiso de luchar cada balón como si fuera la vida en ello. Por el contrario, era el rival el que mordía, el que buscaba la contra con ánimo de hacer sangre, el que vencía en cada balón dividido ante la pasividad del Atleti que no era el Atleti.


Es de imaginar que mientras todo esto ocurría, los guardianes de la estética futbolística disfrutarían una barbaridad. Después de tantos años y tantas líneas escritas denunciando la fealdad del juego de los de Simeone, el desempeño de este Atleti impostado les debió parecer casi poético. Hace tiempo que se atisban señales para la preocupación en el feudo rojiblanco, aunque algunos lo califiquen de jugar mejor. No obstante, al comenzar la segunda mitad compareció un Atleti que por un instante volvió a ser él mismo. Retornando a las esencias, el cuadro del Calderón se intuyó de nuevo reconocible. Fueron solamente quince minutos, tal vez menos, pero llenaron de esperanza y de fútbol supuestamente feo la noche y los corazones.

Tras la derrota, merecida más allá de cualquier otra consideración, se presenta una encrucijada ante la que merece la pena reflexionar ¿Cuál es el camino a seguir? Los resultados parecen aconsejar una vuelta a los orígenes. Ser de nuevo el equipo que nos acompañó en viajes que nunca olvidaremos mientras vivamos. Redescubrir al Atleti canalla. Preservar la virginidad de nuestro marco como primer axioma. Atacar desde la defensa. Entregar el balón si debe ser entregado. Ganar la batalla de cada minuto, como dijo el Mono Burgos. Vivir al filo del partido a partido y no entablar ningún tipo de negociación sobre el esfuerzo. Es probable que los entendidos califiquen esa vuelta al punto de partida como una traición, pero no existe una mayor traición que la que uno se hace a sí mismo fingiendo ser lo que no se es. Intentando taponar con la mano la herida por la que se escapa su vida, Frank Semyon comprende al fin su error. Haber intentado ser lo que uno no es. Como el Atleti en los últimos tiempos. Esa es la cuestión. 

martes, 8 de noviembre de 2016

Críticos agazapados

Decía Mao que la crítica es algo que debía hacerse a tiempo y que no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar solo después de consumados los hechos. Trasladada la idea al mundo del fútbol, podría decirse que han bastado dos derrotas seguidas a domicilio en Sevilla y San Sebastián para que los agazapados críticos de Simeone vuelvan a asomar la patita usando los resultados como arma arrojadiza. Pese a las impensables cotas alcanzadas por el Atleti en los últimos años, un par de reveses vuelven a permitir que la desmemoria y el histerismo tomen la fortaleza al asalto. Nada nuevo bajo el sol. Ya a principios del presente curso hubo que hartarse de escuchar sandeces sobre ciclos agotados, sobre el compromiso de entrenador y jugadores o sobre la abuela, de la que se sospechaba que se encendía un pitillo a la mínima de cambio.

Asombra la ambivalencia de la turba que escruta cada movimiento del técnico con la intención de afearlo. Cansados prematuramente del supuesto nuevo juego bello que tanto reclamaron, abogan por una vuelta a los orígenes de la fealdad. Aquellos que antes tildaban a Diego Pablo de reservón, de gran estratega de la defensa y pésimo planificador de ataques, echan ahora de menos al Atleti intenso y hermético que tanto les aburría cuando pedían a boca llena delanteros sobre el campo. Lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más, que cantaba Kiko Veneno.  


Sabida era la animadversión que El Cholo recolectaba entre aficionados y cronistas de otras parroquias. No cuesta entenderlo siendo él el artífice de convertir el Atleti en una máquina de competir que en nada se parece a aquel rival simpático y generoso que regalaba puntos a cualquier equipo mínimamente ordenado. Extraña más cuando la crítica injustificada proviene de dentro, de cierto sector de seguidores rojiblancos que confunden la exigencia reconquistada con los vicios más recalcitrantes de los nuevos ricos. No conviene desenfocarse, que el Atleti salga ahora a ganar en cada campo no justifica la ola de convulsión creada cada vez que no lo hace.

No queda otra que asumir que a Simeone se le espera detrás de cada partido, navaja o pluma en mano, como si fuera la esquina de un callejón sombrío. Cada palabra, cada gesto, cada alineación se pone bajo la lupa. Unos y otros buscarán el resquicio para introducir su cuña. A los de fuera se les comprenderá mejor, su único ánimo es el de que el Atleti deje de molestar como lo lleva haciendo desde casi hace un lustro. No son más que malcriados púberes acostumbrados a ser los protagonistas de las fiestas que las instancias deportivas pergeñan para ellos en exclusiva. A los de dentro se les explicará más difícilmente. No acaba uno de adivinar el fin último de sus andanadas. Convendría que se definieran, eso sí. Saber si en sus plegarias piden un equipo que se lance a tumba abierta al ataque o uno que construya su imperio desde la seguridad defensiva. Conocer qué jugadores debería poner el técnico sobre el campo para contentarlos. Saber más de ellos. Dejarse ver, salir del armario del resultadismo a posteriori expresando de antemano sus preferencias. Si todo ello no aclara el panorama, habrá que preguntar a la abuela, que fuma una barbaridad. 

jueves, 3 de noviembre de 2016

Crónica desordenada del Atleti-Rostov

Conviene de vez en cuando dejar que el desorden se apodere de las rutinas que creemos imprescindibles, para así apreciarlas más. Merece la pena salir a la calle desarreglado, sin haber pasado por la ducha, dispuesto a fiar toda tu suerte a no ser convocado a una reunión de última hora o a cazar un rebote que se produzca cuando Godín, un delantero centro atrapado en el cuerpo del mejor central del mundo, pelee cada balón llovido al borde del área contraria. El ingenio se agudiza cuando te das cuenta de que olvidaste el paquete de tabaco y el dinero suelto en el pesado cenicero del mueble de la entrada. Solo así, puede uno llegar a valorar lo que tiene, aunque solo sea un cigarrillo con la punta doblada que no sabes si llegará a prender.

A ojos del que suscribe, partidos como el del Rostov de ayer llenan la mochila de alternativas que hacen que el Atleti crezca. Es incalculable el valor futuro de esos encuentros en los que el plan se hace trizas un minuto después de conseguir el gol que parecía espantar cualquier tipo de incertidumbre. Son choques en los que más que al rival, debe vencerse a la ansiedad. Mañanas que nos sorprenden pidiendo ser afrontadas mal afeitados y con la camisa arrugada. Supo el equipo rojiblanco adaptarse al caos y se descolocó conscientemente sin dejar que la desesperación hiciera carne. La amenaza de perder antes de tiempo los privilegios que otorga ser primeros de grupo propició que el campo se sembrara de delanteros con carnet o sin él, como el caso del central uruguayo. Filipe aparecía por todas las zonas de la cancha dándole sentido al término todocampista, Koke pasó a comandar las operaciones aéreas, harto de no encontrar resquicios y hasta Savic llegó a parecer humano, aunque esto último probablemente no fuera más que un espejismo producido por la intensidad del momento. 


Tuvo que ser Griezmann, cuando más pinta de cama deshecha tenía el equipo, el que rompió la igualada no sin suspense. Lo hizo en una posición de fuera de juego habilitada por el toque previo de un rival, de igual forma que en el primer gol, que tal vez no fuera más que un ensayo con público del segundo. Los dos goles del francés tuvieron como factor común un escorzo genial. Fueron dos remates poco académicos, de esos que se llevan dentro porque no existe manera de entrenarlos. Sacó el Atleti petróleo porque lo mereció, porque supo mimetizarse con un partido áspero y sin concesiones. Permitió que el desorden anegara el campo, dejándolo todo perdido de emoción y obtuvo el premio anhelado traicionándose a sí mismo: no acordándose de la pizarra.

La personalidad de un equipo debe medirse teniendo en cuenta su capacidad de adaptación. Mostró ayer el Atleti buenas dosis de ella. En días como estos, en los que reparas en que olvidaste las llaves de casa, el juego vistoso y los goles que últimamente tan propicios se estaban mostrando en el pesado cenicero del mueble de la entrada, solo el desorden puede salvarte. Ser capaz de saltarte las reglas y sentirte cómodo aun estando descolocado. A veces, como ayer, esa flexibilidad obtiene el premio de un gol con aspecto de cigarrillo con la punta doblada que al final pudo llegar a prender en el descuento. 

martes, 25 de octubre de 2016

La inevitable existencia de los domingos por la tarde

Aunque todavía haya quien lo dude, los domingos por la tarde existen. Cualquier humano, por muy apasionante que sea su vida, conoce en primera persona el sabor de esos momentos posteriores a la sobremesa del último día de la semana. Esos minutos que transcurren pesadamente para volver a colocar en su sitio todo el maravilloso desorden que el fin de semana dejó en medio del salón. Los más receptivos son capaces incluso de notar como los mecanismos y engranajes del universo se ajustan para volver a la rutina con pequeños crujidos que se escuchan a media tarde, justo cuando en la tele ponen una película alemana ambientada en Mallorca con pretensiones de thriller psicológico. Cabría preguntarse si en Alemania se programan a las mismas horas filmes españoles de suspense, lo que quizás explicaría la reticencia teutona a extender los fondos de cohesión comunitarios para el desarrollo ibérico. Todo puede ser.

Una vez admitida la existencia de los domingos por la tarde, conviene reconocer que normalmente nos pillan desarreglados. Un poco a medio vestir, como le cogió a Simeone el otro día. El acostumbrado y sobrio traje negro fue sustituido por un chándal de tacto inimaginable. Conociendo las supersticiones que adornan al técnico con respecto a la ropa a elegir cuando hay día de partido, tal vez El Cholo intuyera que de un encuentro a media tarde del domingo poco había que esperar. Para redondear el conjunto, nuestro entrenador se calzó unas botas en tono naranja radiactivo. Era una señal de alerta, un aviso a navegantes de lo que esperaba. Tal vez no supimos verlo hasta que fue demasiado tarde ¡Ojo, que el partido tiene trampa! Que este Sevilla parece que va en serio. El que avisa no es traidor, mírenme las botas si creen que bromeo.


Tampoco ayudó la persistente lluvia a que el partido no cogiera al Atleti a contramano ¿Quién no puede entender las escasas ganas de salir de casa en un domingo por la tarde lluvioso? La tarde sevillana pedía sofá y manta. Pedía pijama siendo exagerado. Varios de los jugadores colchoneros estuvieron desdibujados: poco se supo de Griezmann, Correa volvió a reñir con el acierto, Gameiro estaba sumergido en sus recuerdos, Koke llegó a parecerse al Koke al que no se le confiaba la manija y hasta Savic y Godín parecían descolocados en bastantes ocasiones, lo que ya es mucho decir.

Lo mejor de los domingos por la tarde, una vez aceptada su inevitable existencia, es que rápidamente se les pone cara de lunes, lo que es muchísimo peor a todas luces. Podrían enunciarse cientos de teorías sobre su génesis o sobre la paradoja de que las postreras horas de un día festivo puedan llegar a ser tan deprimentes. Podría analizarse la primera derrota de la temporada desde muchos puntos de vista. Probablemente el rival fue mejor en ciertas fases y en otras lo fue el Atleti, aunque sin acertar de cara al marco. Hay partidos que se escapan porque nacen marcados para escaparse, para escurrirse por el sumidero del calendario como si fueran los segundos de un domingo por la tarde. Quizás la única explicación posible estribe en el color de las botas de Simeone. A los domingos por la tarde no les gustan los colores demasiado estridentes ni los partidos con lluvia. Su miseria solo se disfruta plenamente mientras se ve una película alemana de misterio ambientada en Mallorca. 

jueves, 20 de octubre de 2016

El paso atrás de Koke

No siempre dar un paso al frente supone avanzar. Muchas veces dar un paso atrás es el acto que ayuda a crecer exponencialmente. Cantaba Robe Iniesta, líder de Extremoduro y letrista merecedor a rascar, visto lo visto, un premio como el de Dylan, que no conviene creer que se está huyendo al retroceder, sino que tal vez se esté cogiendo carrera. La respuesta a casi todas las preguntas puede encontrarse no en el viento, como decía el Nobel de Literatura, sino en los diez o quince metros que Koke ha retrocedido para adueñarse del mediocampo del Atleti.

La inclusión de Koke en la sala de máquinas ofrece un inagotable abanico de posibilidades al equipo, siendo una de las más relevantes la del espacio que queda libre en la alineación para que otro jugador con perfil más atacante comparezca de inicio. Desde la llegada de Simeone, el técnico siempre quiso acercar al de Vallecas al círculo central, pero hasta la fecha no había encontrado el momento de entregarle la manija en propiedad, quizás también temeroso de perder último pase con su reubicación. Con Resurrección a los mandos y Gabi desempeñando el papel de fiel escudero que siempre borda, no se pierde un gramo de sacrificio y la inspiración encuentra más sitio en las inmediaciones del área contraria. La potencia de Saúl, las diagonales de Carrasco o la anarquía en el desmarque de Correa se abren paso para descoser defensas pobladas sabiendo que en la retaguardia queda el retén que guarda el sueño de la defensa rojiblanca. 


Argumentaba, con razón, un colchonero de solera con el que tuve la suerte de coincidir hace unos días, que desde que Koke ha retrasado su posición, han vuelto al Calderón cambios de juego que no se recordaban desde que Schuster impartía su magisterio en la zona ancha. Esa es otra seña de identidad del seis que siempre llevó un cinco dentro: desarmar planes rivales moviendo rápidamente el balón de banda a banda. Abrir los campos hasta latitudes en las que las pizarras se llenan de goteras.

Tal vez la naturaleza de los partidos por venir nos traigan a Koke de nuevo en el interior, más cerca de las líneas enemigas. Quizás más adelante, El Cholo reconsidere su posición sobre el tapete dependiendo de las circunstancias pero su hábitat natural se encuentra en el epicentro de las operaciones. Pidiendo el balón con avidez a los centrales y dibujando pases que esconden llaves para asaltar fortalezas. Benditos diez o quince metros retrocedidos. 

jueves, 6 de octubre de 2016

Pobres tertulianos

Pobres tertulianos deportivos. Se les viene encima a traición un parón de selecciones y, al mirar la tabla clasificatoria, en lo más alto aparece el Atleti. Sí, el Atleti. Esa banda que, según ellos, juega tan malamente. El conjunto que aburre a las ovejas. El equipo al que se pretendió enterrar antes de tiempo, cuando no había hecho acto de presencia este septiembre que quiso ser final de agosto al que acabamos de despedir. Por si fuera poca desdicha, ni los números ofrecen algo de abrigo, algún consuelo. Los de Simeone permanecen imbatidos en todas las competiciones a pesar de un calendario tremendamente exigente. Las clasificaciones de máximo goleador y de portero que menos ha encajado llevan nombre rojiblanco y, puestos a desdecir, el colchonero es el segundo equipo que menos tarjetas amarillas recibe. Ya ni a lo de violentos pueden agarrarse. Lo dicho, pobres.

No obstante, conviene no bajar la guardia. Las cifras no son suficientes para desarmar a los empecinados críticos del modelo. Al Cholo se le sigue esperando, navaja en mano, a la vuelta de la esquina de cada partido. Su pecado fue transformar al equipo simpático y perdedor en una máquina perfecta de competir que osó sentarse en una mesa reservada solo para dos. Cuentan que los rivales miran el calendario con prevención y planean fingir una indisposición en las fechas de cruce con el Atleti de Simeone para ahorrarse el amargo trago. Hace tiempo que los de rojo y blanco dejaron de ser una sorpresa. Siguen siendo una realidad. Una certeza en la que no tiene cabida negociar el esfuerzo.


Ocurra lo que ocurra, siempre habrá voces dispuestas a afear el desempeño del técnico. A poco que la concentración de mediocentros repunte, volverán las oscuras golondrinas que le acusan de reservón. Cuando algún rival se atragante pertrechado en área propia, se lanzará la piedra envolviéndola en falta de capacidad de reacción, en no saber plantear alguna alternativa válida. Ojalá sean los dioses propicios y no tengan a bien enviar un empate a cero en una semana con tres partidos y horarios imaginativos, por lo que pudiera pasar. Ahora andan a vueltas con los penaltis fallados, como si ganar desde el punto fatídico no fuera una ordinariez mayúscula salvo cuando se produce cerca de Concha Espina.


No intenten entenderlos. Dice el proverbio que algunos llaman razonar a encontrar argumentos para seguir creyendo en lo que creen, aunque sea una necedad. Ayer mismo escuché de pasada a un creador de opinión balompédica asegurando que el rojiblanco era un equipo ultradefensivo. En plena hora de comer lo dijo el gachó y sin invitar a una ronda de antiácido. El manual de instrucciones para lidiar con pensadores de este tipo aconseja taparse los oídos siempre y en todo lugar. Ya lo dijo nuestro guía: no consuman. Cada segundo que el Atleti pasa con el culo sentado en los puestos de privilegio se convierte en un dolor lacerante para los que vuelven a constatar que hace tiempo que las ligas no están ganadas en octubre, como siempre pretendieron. Snif. Pobres tertulianos. 

jueves, 29 de septiembre de 2016

De recuerdos y memorias

Más de treinta años tuvieron que pasar para que el Atleti lograra vengarse del Bayern por aquello de Bruselas y en unos meses tres veces ha sido negado el equipo bávaro por los colchoneros. Imagino que los fieles adoradores de la posesión de balón deben estar compungidos ante tamaña atrocidad. Hablando de equipos alemanes, uno recuerda una previa de Champions contra el Schalke, equipo con gran tradición en el cuidado paliativo de jugadores terminales, en la que el Atleti se metió en la fase de grupos de la competición tras arrollar a los teutones. Fue un partido extraordinario. Una rara avis en aquel Atleti de entonces donde lo más extraordinario era que Maniche terminara los partidos sin sacarse un bocadillo de chorizo de Pamplona del dobladillo de la media para apagar el hambre.

Servidor de ustedes ese día incluso participó, no sin algo de vergüenza, de esa suerte propia de graderío conocida como hacer la ola. Nunca volví a caer en esa frivolidad, pese a asistir a encuentros que la merecían más holgadamente. Más allá de esta confesión que pudiera cambiar el altísimo concepto que alguno de los lectores pudiera tener, aun a estas alturas, del que suscribe, lo significativo del hecho es la capacidad que uno tiene para recordar los partidos extraordinarios de hace unos años, seguramente por ser escasos, y la falta de espacio en el disco duro craneal para recordar cada momento excepcional que nos ha dejado el Atleti de Simeone, de tantos que fueron. Hay noches, como la de ayer, en la que uno querría agarrar cada segundo y guardarlo en un cajón con llave para que nunca escapara. Dentro de algunos años los dejaremos salir, todavía frescos, con el ánimo de volverlos a vivir si la agujereada memoria que tendremos lo permite.


Cuando eso ocurra, rememoraremos la mano prodigiosa de Oblak sin la que pudo haber cambiado todo. Tendremos que describir las fantásticas conducciones en diagonal de Carrasco y esos latigazos con los que las finaliza. Volveremos a llenar de adjetivos grandilocuentes las hazañas de Filipe y Juanfran, capaces de anular a las estrellas adversarias y de provocarles dolores de cabeza en cada una de sus incorporaciones al ataque. Admitiremos que, pese a no estar del todo finos frente al marco contrario, Torres y Griezmann se marcaron un partidazo. Recordaremos el despliegue y poderío de dos centrocampistas totales: Koke y Saúl, por los que el Atleti es envidiado en todo el continente. Rendiremos de nuevo homenaje a Savic y Godín, capitanes inexpugnables de la guardia de la noche que custodia el muro defensivo del reino rojiblanco. Por último, evocaremos con emoción la nueva lección magistral de conocimiento del juego que Gabi impartió desde su cátedra en el mediocentro.

Lo grande de este Atleti no estriba tanto en lo que nos hace vivir, que es muchísimo, sino en lo que nos deja guardar para más adelante. Solo es de esperar que la memoria nos aguante, porque las gestas del equipo parecen tener cuerda para rato. Iremos devorando con avidez cada lance, cada imagen que el equipo nos regala para poder contarlo dentro de unos años. Entonces, sacaremos todo otra vez, todavía fresco, para contarlo de nuevo, si es posible a algún nieto vestido de rojo y blanco que se siente sobre nuestras rodillas.

martes, 27 de septiembre de 2016

Partidos clónicos

Nos vamos a hartar esta temporada de ver partidos como el del Deportivo del pasado fin de semana. Encuentros copiados al más mínimo detalle. Choques mellizos, casi idénticos a los del Leganés o el Alavés que tanto alarmaron a los cenizos de guardia. Son las servidumbres de un Atleti que de un tiempo a esta parte se ha instalado perpetuamente en la nobleza de la tabla abandonando su antiguo rol de revelación pintoresca. Los rivales desfilarán por el Calderón o recibirán a los nuestros calcando el planteamiento: líneas juntas, defensa algo adelantada, un portero al que venerar y un delantero con vocación de náufrago que a lo peor hasta se dedica a repartir estopa, como el punta de los gallegos.

Hace un par de meses, sentado en una terraza con un viejo compañero de fatigas y calvicies, reparamos, fijándonos en las mesas desde las que los adolescentes nos miraban como a reliquias babilónicas, en la uniformidad estética de los tiempos. Recordábamos los años de instituto y su hormonal ecosistema de pijos Privata, punkies de imperdible en la oreja, rockers de tupé arquitectónico, mods soñando que la Vespino fuera Lambretta y heavies que ocultaban la mirada en un mar de pelo. Hoy en día, a uno le cuesta encontrar los rasgos distintivos, las diferencias entre unos y otros. Si acaso podría trazarse una línea entre aquellos de ellos, al género masculino me refiero, que están fuertes y los que están muy fuertes. Lo más probable sea que, pese a creernos todavía jóvenes, somos tan mayores que los vemos iguales. Los asumimos como clones ante nuestra incapacidad de distinguirlos. Algo así debió pasarle a los dinosaurios. Tal vez nunca pudieron diferenciar los tipos de meteorito que los convirtieron en carne de museo de Ciencias Naturales.


Volviendo a los partidos clónicos, no queda otra que acostumbrarse. Buscar espacios donde no los hay. Desequilibrar por fuera y cambiar de registro para filtrar pases por dentro en la siguiente jugada. Abrir los campos y esperar. Son estos encuentros donde importa menos el toque o el balón largo y más la paciencia. No mirar el reloj más de lo necesario y nunca dejar de creer. Nadie recuerda, con el paso de los años, si los choques que supusieron tres puntos fueron más o menos sufridos ni si la recompensa llegó a pocos minutos del final cuando el rival cayó como fruta madura. Lo más probable sea que, pese a creernos todavía jóvenes, los aficionados del Atleti nos hemos hecho tan mayores que vemos a la mayoría de los equipos que se enfrentan al nuestro como si fueran el mismo.

Sentados en una terraza tras finalizar el partido del Atleti, la cerveza nos supo a nostalgia mientras en el horizonte se dibujaba un año de partidos trabados que se decidirán por detalles. Encuentros clonados. Comentamos que añorábamos una barbaridad a aquellos equipos visitantes con beisbolera que meneaban el balón y las caderas a ritmo de rockabilly o a esos conjuntos con cresta que se presentaban en nuestro feudo volcándose al ataque como si no hubiera futuro. Echábamos también de menos tener más pelo, pero esa es ya otra historia.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Cuando muera

En mi declaración de últimas voluntades he dispuesto que, cuando muera, esparzan mis cenizas sobre algún partido como el de anteayer en Barcelona. A pesar de sus ratos de agobio y de sus fases de juego poco reluciente. No crean que no disfruto con las goleadas plácidas ni con los encuentros en los que el Atleti gana por agotamiento cuando a los rivales les llega el otoño a las piernas, pero es en este tipo de choques donde uno quiere reposar eternamente.

Es en ellos, cuando el barro llega a la cintura, cuando cada decisión del árbitro se protesta como si no hubiera mañana, donde me gustaría yacer. Saber que habitaré por siempre al lado de ese Atleti de dientes apretados, presión alta y latigazos traidores a la contra. El fútbol sería un pasatiempo para clases acomodadas sin estos encuentros de sobresaltos y latidos de corazón que se desacompasan. No encontraríamos razón ninguna para cuadrar las actividades del fin de semana con el horario del partido sin esos controles orientados de Correa sobre un campo de minas. Sin los viajes de Filipe por las carreteras secundarias de la banda izquierda y sin las mil artimañas de Koke para amansar la pelota estaríamos hablando de petanca.


Puestos a pedir, quisiera también, si no es molestia, nombrar a Savic, a Juanfran y a Godín albaceas de mi escasísima fortuna. Son tipos de honor. Gente de fiar. De esos que no abandonan a un compañero herido en la batalla. Como último capricho, quisiera que Gabi no se retirara jamás. Desearía verle siempre con la rojiblanca puesta, mostrando esa oblicua sonrisa llena de gravedad con la que entra en el bar apartando adversarios cuando los vasos ya han comenzado a volar.

Debo reconocer que a lo mejor pido mucho o tal vez poquísimo. Evaporarme mientras el Atleti, el de Simeone, se faja regando de sudor y sangre un tapete de césped infinito. 

martes, 20 de septiembre de 2016

¿Cuánto cuesta Griezmann?

Una pregunta llena de aristas que se repite de cuando en cuando, sobre todo tras exhibiciones del francés como ante el Celta y el Sporting. Pudiera parecer lógico que alguien, con vocación de tratante de ganado, tuviera simple curiosidad por saber el valor de mercado del delantero, pero, ¿con qué fin? Contaba un conocido, empleado del monte de piedad, que cada mes acudía a sus oficinas una señora bien con la intención de revisar la tasación del anillo de compromiso que su difunto le obsequió cuando estaba en la mili. Con el paso del tiempo, esas visitas fueron motivo de gran especulación en la oficina, llegándose a cruzar apuestas sobre la autenticidad de una joya a todas luces fuera del alcance adquisitivo de un recluta, sobre cuándo empeñaría definitivamente la pieza o sobre en qué ventanilla sería depositado al fin el anillo de marras. Con menos chicha y algo más de imaginación escribió Tolkien una trilogía sobre algo parecido, vamos.

Este Griezmann que se erigió en máxima esperanza goleadora de un Atleti que en la pasada temporada pudo reinar o en líder de una selección francesa a la que aupó a la final de la Eurocopa pese a su planicie futbolística concita intereses, a veces desmedidos. Su presencia en las resabiadas ternas entre las que se otorgan los precocinados premios individuales o en las listas de los más deseados entre los que pisan las áreas contrarias provoca el merodeo. Si a todo ello le añadimos una pizca de la sinrazón que el mercado de fichajes pasado arrastró a la orilla, con los sonrojantes montantes de los traspasos de Pogba o Higuaín como botones de muestra, podría explicarse la polvareda alrededor del galo. Aun así se debe insistir, ¿de qué sirve conocer su tasación actual?, ¿qué objetivo ulterior se busca poniéndole precio?


Siendo desconfiado, cualidad muy higiénica cuando se habla de dinero a la ribera del Manzanares, podría pensarse en una estrategia a medio plazo para vestir una futura marcha. Ya conocen el desarrollo de la trama: oferta irrechazable, inversión recuperada con creces, los jugadores juegan donde quieren, se ha buscado lo mejor para todas las partes, vendrá otro igual o mejor, en fin, nada que no conozcan. Siendo confiado, no se encuentran razones para actualizar tantas veces la estimación económica de un posible traspaso de Antoine. Está claro que Griezmann ha crecido enormemente como jugador desde su llegada al Atleti pero no es necesario poner ceros al lado de esa afirmación para convencerse de ello.

La historia del dichoso anillo culminó cuando el director de la casa de empeños decidió tomar cartas en el asunto. Al mes siguiente, hizo pasar a la señora a su despacho para atenderla personalmente. Tras mirar la joya desde todos los puntos de vista posibles, suspiró y con su mejor cara de circunstancias mintió a su clienta espetándole que el anillo era una imitación burda que no había sido antes detectada por la impericia de otros tasadores. No obstante, como compensación por las molestias ocasionadas, se ofrecía a mantener la última oferta que le hicieron por él, aún a sabiendas de que era falso. La mujer se levantó con una sonrisa pintada en la boca y, agradeciendo la atención prestada, se encaminó hacia la puerta. El director conminó a la señora a reconsiderar su postura. La oferta perdería validez en cuanto abandonara la oficina.

–Nunca tuve la menor intención de desprenderme del anillo. Ni ahora ni antes, fuera auténtico o falso –aclaró la señora condescendientemente–. Pero es que a ustedes, con esa cara de seta que gastan, se les veía tan entretenidos…

Venga de donde venga el afán de tasar constantemente a Griezmann, suba o baje su cotización, se crucen apuestas sobre su salida o permanencia, o se aventure sobre el club que pudiera pagar su fluctuante precio para convertirse en su próximo destino, solo es de esperar que el equipo rojiblanco no tenga ninguna intención de desprenderse de él. Ojalá, puestos a no desconfiar, se trate solo de un ejercicio para tener a algunos tan entretenidos, caras de seta aparte. 

martes, 13 de septiembre de 2016

Posesión irresponsable

No hay mayor acto de irresponsabilidad por parte de un rival que arrebatarle el balón al Atleti. Varios años de observación minuciosa me hacen enunciar este nuevo teorema, que como todos solo busca provocar para que lo refuten. Las cunetas del balompié están llenas de cadáveres de equipos que pensaron quitarse de en medio al Atleti manejando el cuero empalagosamente, adorando sin reparo al falaz becerro de oro del fútbol mundial, la posesión de balón. Es entonces, mientras el contrario amasa el balón, lo arropa y lo acuna con mimo como si fuera un recién nacido, cuando el conjunto de Simeone se muestra más puro y salvaje. Es entonces cuando más cómodo se encuentra, frente a los que maleducan el esférico. 

Suele suceder que los equipos que tratan la pelota como un neonato hayan interiorizado tanto su rol protagonista para con el balón que cuando éste cae en las botas de alguien que viste de rojiblanco, la desconfianza les hace perder el duelo. El Atleti se convierte para los jugadores rivales en una canguro que se presenta en casa con el pelo teñido de azul y piercings en todos los lugares imaginables para hacerse cargo del balón mientras te vas de cena. Los contrincantes a veces conceden, con todo el dolor de su corazón, un saque de banda sin mayor peligro y contienen el impulso de quitarle de las manos el cuero a Juanfran o Filipe antes de ponerlo en juego, exasperados al creer que no está siendo tratado como merece. Normalmente, los enemigos acaban desquiciados de tanto mirar el móvil, esperando ansiosamente que el Atleti llame para decir que al balón le ha subido la fiebre o que se ha declarado un incendio en su habitación mientras ellos estaban fuera.


Como les decía, es exactamente ahí, cuando el adversario se muestra más sobreprotector con la bola, cuando el Atleti se destapa. En esos terrenos aparece el mejor Griezmann, menos apretujado que con equipos de líneas abigarradas. Allí se puede ver a Koke descolgándose y llegando al área para hacer pupa. Saúl y Carrasco se sienten más libres para explotar sus potencias y velocidades respectivas. Los laterales pueden llegar por sorpresa y hasta Godín capitanea embestidas que comienzan en una arrancada que deja regusto a centrales de otras épocas. Siempre fue el Atleti un equipo de agazaparse y esperar el contraataque. Lo lleva en el ADN, como las rayas de los colchones. Así lo comprendieron el sabio Luis y el aplicado Ivic. Así lo supo ver Antic, pese a otorgar una mayor importancia a la pelota. Así lo adaptaron muchos y otros muchos, desgraciadamente, no supieron entender que el Atleti es mucho más Atleti a campo abierto.

Bienaventurados sean los equipos sobones con el balón, ganarán el efímero reino de los que triunfaron en la posesión de partidos que perdieron. Cuentan que en el vestuario rojiblanco se esperan con ansia las fechas en las que el calendario empareja a los nuestros con equipos de toque acaramelado. Mientras se afilan las uñas, los pupilos de Simeone se relamen pensando en la llamada que harán al móvil de los rivales avisando de que el balón no ha cenado nada de nada o de que les han metido tres o cuatro goles a la carrera, por poner un ejemplo. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El (mal) sueño de una noche de verano (tardío)

Les ruego sepan perdonar cualquier incorrección ortográfica o sintáctica que pudiera ocultarse a lo largo del artículo que ahora comienza. En mi defensa alegaré que lo estoy escribiendo sin apenas haber dormido. Rectifico, dormido sí, pero apenas sin haber descansado. He pasado la noche envuelto en una pesadilla horrenda. No creo que fuera el calor ni una cena excesivamente copiosa, debe ser cosa del subconsciente, siempre dispuesto a traicionarte en los peores momentos, como si fuera el talento de un mediapunta guadianesco.

Les cuento. La pesadilla comenzaba en los aledaños del Calderón. Iba yo, como otros muchos, acercándome al estadio y alrededor se oían conversaciones que identificaban cada temporada con un número de proyecto. Se escuchaban comentarios sobre entrenadores de quita y pon, sobre limpias en la plantilla e incorporaciones, muchas incorporaciones. Tras acceder al Templo rojiblanco, fui consciente de que no era un partido a lo que iba a asistir, sino a una presentación de trece o catorce fichajes de una tacada. Recuerdo ver la cara del Tren Valencia y la de Dobrovolski, algo congestionada por cierto. Recuerdo también a Richard Nuñez repartiendo besos a diestro y siniestro, al Pato Sosa cayéndose de culo, a Avi Nimni más perdido que un burro en un garaje y a Ibagaza ejecutando pases al hueco que se había formado en mi estómago. Recuerdo también a Maniche, Costinha y Seitaridis en unida fila, bailando una suerte de cancán a cámara lenta por tanta exigencia física. Un número, vamos. Lo que no fui capaz de atisbar fue quién era el entrenador que vigilaba la escena sin parecer querer formar parte del esperpento. Durante el sueño, el técnico estaba de espaldas y me fue imposible reconocerlo. Hubo momentos en los que pensé que era Maturana para al segundo siguiente creer que era Pastoriza y más tarde, Atkinson. Solo sé que su apariencia cambiaba casi a cada instante.


Tras un breve paréntesis onírico, se me reveló el siguiente pasaje de la pesadilla. De nuevo estaba sentado en el Calderón, aunque esta vez era presenciando un partido. El Atleti no jugaba a nada pero eso no sorprendía a la afición. Sobre el campo, deambulaba un equipo perdido y digno de lástima. Un conjunto roto, sin alma. Unos jugadores que llegaban siempre una décima tarde a cualquier balón dividido y que pifiaban pases aparentemente sencillos. Lo más curioso fue que nadie se removía en sus asientos excepto yo, e incluso algún aficionado, molesto por mi inocultable nerviosismo, me increpó pidiendo que me callara y apoyara al equipo, que la clasificación para la UEFA estaba todavía a tiro, siempre y cuando el Zaragoza o el Mallorca pincharan en sus próximos encuentros. Me senté por no armar más alboroto y ahí volví a sumergirme en el sueño, que se hizo más profundo.

Lo siguiente que recuerdo fue una pared de color azul llena de pegatinas de patrocinadores. Imagino que me encontraba en una sala de prensa. Frente al micrófono se sentaba un entrenador enjuto y atezado que repetía, sistemáticamente, la palabra sensaciones. Se veía satisfecho al técnico, tal vez por algún triunfo recién conseguido. Profetizaba, sin duda crecido, que pasarían muchos años antes de que el Atleti volviera a levantar un título y terminaba la frase alzando la voz para hacerse oír por encima del clamor que se escuchaba en el exterior pidiendo la convocatoria para la selección de Reyes. De repente, al lado suyo apareció un señor, al parecer también entrenador, que atendía al nombre de Goyo. Vestía ricos ropajes de seda oriental que combinaba desacertadamente con el color de las patillas de sus gafas. En un momento dado, comenzó a proferir sonoras carcajadas mientras levantaba tres dedos en cada una de sus manos. “No hay dos sin tres, no hay dos sin tres”, decía entre risotadas con un marcado acento jiennense.

En ese punto del sueño me desperté acongojado. Intenté desperezarme con el tembleque todavía metido en lo más profundo del cuerpo y, mientras me preparaba un café que borrara toda huella del mal sueño en el que había pasado sumido la noche, repasé en el móvil los comentarios que en las últimas horas se habían volcado en las redes sociales. Sorprendentemente se hablaba de ciclo acabado. También se criticaba el carácter eminentemente conservador del equipo colchonero y la poca vistosidad de su juego. Tuve tiempo incluso para leer una atropellada teoría apocalíptica sobre las consecuencias en el medio ambiente de alinear cuatro mediocentros de corte defensivo y una disertación de lo más ceniza sobre el vicio de coleccionar empates con recién ascendidos. No tuve más remedio que pellizcarme, para asegurarme de que la pesadilla había terminado. Pasadas varias horas sigo sin estar del todo seguro. 

sábado, 3 de septiembre de 2016

Los jugadores juegan donde quieren, pero menos

Las mentiras, al igual que Romario o Agüero, tienen las patas muy cortas. Bastó acercar un micrófono a un Diego Costa recién aterrizado en la concentración de la selección para que el castillo de falsedades tejido cuidadosamente a lo largo del verano se derrumbara con un soplido. Quizá nadie contó con que las palabras del de Lagarto se desbocarían como sus carreras hacia el área contraria. Diego se explicó con claridad y reconoció que quiso volver, pero que no hubo manera. De un plumazo se desvanecía la tinta vertida interesadamente durante el periodo estival. Si Costa no volvió a recalar en el Atleti no fue por él. Por Simeone tampoco.

El hispano-brasileño era el elegido. El deseado. La petición expresa. La guinda para coronar un pastel con el que ahuyentar las dudas que pudieran albergar afición, técnico y compañeros. Con Diego, el equipo recuperaría un nueve de garantías y ese estilo algo pendenciero que se nos ajustaba como un guante. Un delantero letal con el que pasear por Europa, la gran asignatura pendiente, sin complejos. Aún antes de anunciar en caliente que quería reflexionar, Cholo pensaba en Costa y nunca tuvo ojos para ningún ariete más. Las cosas del amor, que a veces se explican desde un despecho anterior, como en este caso.


Una vez confirmado por el del Chelsea que su no fichaje no fue una cuestión de voluntades, como se había asegurado, solo queda pensar que fue el vil metal el que truncó la incorporación del atacante. No queda otra que exigir a los gestores atléticos explicaciones sobre la operación. Si el jugador quería y el banquillo otorgaba, ¿dónde radicó el problema? ¿tan seca andaba la caja para acometer su fichaje a pesar de las ventas, las cesiones y los premios recibidos en las competiciones de años anteriores? Ni ese ápice de utilidad vamos a poder arrancarle a Jackson Martínez. Ruego que nadie saque la calculadora, sabido es que la contabilidad atlética es una especie de agujero negro interplanetario en el que dos y dos no siempre suman cuatro.

Tal vez lo más grave de las declaraciones de Diego Costa no sea imaginar lo que pudo haber sido y no fue o constatar que las peticiones del técnico caen en un saco agujereado por la dirección. Lo peor habrá sido descubrir que el mantra que lleva lustros acompañando las ventas injustificadas y las bajadas de cláusula a la altura de los tobillos pierde vigencia. Es de esperar que nuestro rumboso presidente no vuelva a asegurar que los jugadores juegan donde quieren, no vayan a recordarle en el futuro este pequeño episodio canicular. Aunque llegados a tal nivel de descaro, lo mismo nos desayunamos pasado mañana con una variante de la consigna: los jugadores juegan donde quieren, pero menos. Todo en Cerezo es imprevisible, menos su peinado. 

jueves, 1 de septiembre de 2016

Volver de Milán

Dejémonos de elucubraciones y análisis apresurados. El Atleti, nuestro Atleti, el del Cholo y sus guerreros, el que fue capaz de enamorarnos de nuevo, no ha vuelto de Milán. Ahí radica todo el problema. El equipo no ha regresado aun de la capital lombarda y deambula, todavía, con la amarga medalla de subcampeón colgada al cuello por el césped del estadio donde se disputó la final.

Cierto es que el grupo se marchó de vacaciones, volvió al trabajo, viajó a Australia y se hizo fotos enternecedoras con crías de canguro, jugó el Carranza y alguna otra pachanga más, presentó fichajes y comenzó la liga, pero lo hizo todo a distancia. Fue como casarse por poderes. Lo hicieron, pero no. Están sin estar. Siguen en Milán del primero al último. Intentando digerir lo indigerible. Sintiendo incluso punzadas de dolor en la herida, más fresca de lo que pudiera parecer.

De nada sirve teorizar sobre sistemas, mediocentros, jugadas a balón parado buscando tratamientos de fertilidad, estados de forma, piernas cargadas, motivaciones y metas, viejas y nuevas caras, roles a desempeñar ni rumores mientras el Atleti siga varado en San Siro, enredado en las mallas que aquel maldito penalti no quiso besar.


Inútil se antoja cualquier debate sobre si Gameiro funcionará pese a ser el segundo o, más bien, el quinto plato. Sobre si Gaitán debiera tener guardado un sitio en la alineación de cara a ensanchar los campos con estrecheces o sobre si pronunciamos el nombre de Vrsaljko con un mínimo de dignidad: poco puede pedirse a los que acaban de llegar a un conjunto que hizo añicos el billete de vuelta a la vez que su mayor sueño.

No merece la pena tampoco personalizar ni señalar, que además queda muy feo. Koke no es Koke ni Saúl es Saúl. Oblak tampoco es el mismo y Juanfran suda lágrimas cada vez que sube por la banda. Ninguno ha vuelto. No aporta nada comparar estadísticas ni medir actuaciones. No hablamos de nombres ni se barajan alternativas. Tampoco se trata de una cuestión de estilos futbolísticos, no ahora. Hablamos de volver. De reponerse, aún maltrechos, y pasar página, aunque cueste.

Hablaba recientemente Simeone en una entrevista de muerte y de duelo a la hora de referirse a aquella noche de mayo. Quiso el técnico mostrar más entereza de la que realmente guarda y añadió que el luto había terminado, no siendo cierto. La nación rojiblanca va quemando las etapas del duelo más lentamente de lo deseado. Ya hemos pasado por la negación, por la ira y por la negociación pero queda un trecho para dejar atrás la depresión que desembocará en la aceptación de lo que ocurrió. De inoportunas, como mínimo, deberían calificarse las críticas, algunas muy descarnadas, que sobre jugadores y, especialmente, técnico se han vertido tras los dos primeros partidos de Liga. Venían a decir que los dos tropiezos nos alejaban del objetivo sin ser conscientes que el único y principal objetivo debe ser comprar un pasaje de vuelta. Volver de Milán. 

jueves, 21 de julio de 2016

La investidura del nueve

Artículo publicado en CTXT:

http://ctxt.es/es/20160720/Deportes/7315/delantero-Atletico-de-Madrid-fichaje-Simeone-choilismo-Mendes.htm

Al asunto del nueve del Atleti se le está poniendo cara de terceras elecciones. De poco sirvieron aquellas palabras, líquidas y calientes, de Simeone con la final de Champions recién muerta. Casi dos meses después, no acaba de atisbarse qué candidato se presentará a la investidura. Mientras tanto El Cholo completa los circuitos físicos ideados por el Profe Ortega al mismo ritmo que sus pupilos, quien sabe si para que las agujetas silencien las voces que en su interior gritan que algo no cuadra. Correr para olvidar, o algo parecido.

Higuaín, Aubameyang, Gameiro, Cavani, Morata, Diego Costa…la flexibilidad de la lista es tan infinita como insuficientes los plazos que el técnico se va a ver obligado a manejar para que el elegido mame cholismo antes de que llegue la hora de la verdad. Tal vez habría que instar a Cerezo a reformular uno de los mantras de la casa: los jugadores juegan donde quieren, aunque a veces quieren jugar un poco más lejos ¿Dónde está el problema? Entendiendo como atrayente el proyecto deportivo que el subcampeón de Europa puede ofrecer a una figura de tronío solo queda sospechar del vil metal. Quizás todo el dinero que se prometía para fichar haya habido que desviarlo a la compra de cemento y hormigón: la Peineta manda. Malamente puede llenarse un estadio, por muy cinco estrellas que vaya a ser, sin goles.


Los más crédulos optan por no dejar que los nervios gobiernen. Recuerdan como ejemplo las llegadas tardías de Villa o de Falcao, pactos alcanzados con agosto bien avanzado. Los más reticentes, entre los que servidor de ustedes se incluye, temen el arribe de un punta con marchamo de desecho de tienta. Uno de esos atacantes que permanecen sentados en su butaca contemplando cómo todos los demás danzan ya sobre la pista. Es posible, incluso, que el nueve llegue de la mano de Mendes y transmute de fea del baile a deseado con solo una leve capa de maquillaje. Sería de esperar una presentación con banda de música arrancándose con pasodobles para celebrar la llegada del susodicho antes de que el presidente del pelo infinito pronuncie a trompicones el nombre del elegido. Un fichaje al que se aceptará en segunda vuelta, con la abstención de ceja alzada de varios grupos parlamentarios de lo rojiblanco. Dios y Jackson Martínez, puestos a pedir, nos cojan confesados.

Pudiera también darse el caso de que nada de lo anterior ocurriera. Pudiera presentarse la competición de un día para otro, sin avisar casi, y obligar a configurar un once sin demasiado gol. Un conjunto titular preñado de mediapuntas -¡ay!- con el que afrontar los retos. Siempre nos quedará el buen hacer de Torres, haciendo de delantero titular en funciones, y la ciega confianza en un Simeone al que se visualiza machacándose físicamente para estar preparado para correr, por si fuera preciso y hubiera unas cuartas elecciones de las que huir a la carrera.  

martes, 12 de julio de 2016

No aprendemos

Artículo publicado en CTXT:

http://ctxt.es/es/20160706/Deportes/7107/Futbol-Eurocopa-final-Portugal-Francia.htm

La final de esta Eurocopa plomiza resultó coherente con el denso guion que ha caracterizado a la competición. El resultado final se adivinó a los nueve minutos, los que discurrieron hasta la lesión de Ronaldo, pero tardó en mostrarse casi cien minutos más. Demasiados. Hubiera bastado parar el partido en ese punto, justo cuando Francia dejó que se enfriasen los ánimos encendidos por una Marsellesa de pelos como escarpias y Portugal encontró un mártir al que encomendarse para conquistar la victoria. El resto fue relleno, como lo ha sido todo en un torneo tan largo como perfectamente olvidable.

Tras la postración lacrimógena y posterior visita anunciadora de la polilla al delantero, los lusitanos parecieron liberados. Hay estrellas que exigen tanto que son incapaces de nivelar la balanza con sus aportaciones. Desprovistos del yugo del enorme ego del de Madeira pero con su imagen doliente sobrevolando el terreno de juego de Saint Denís, los portugueses se descubrieron cómodos de repente ante una Francia que exhibía poco más que músculo. Apareció menos Griezmann, aunque tuvo la final en su cabeza por dos ocasiones, y no hubo noticias de Payet, acaso afectado por prender la cerilla que comenzó la hoguera de la nueva Juana de Arco.


La idea de Deschamps, que es un Javier Clemente nacido más allá de los Pirineos, de poblar sus alineaciones de mediocentros con lomos de porteros de discoteca funciona con Alemania, España y otros combinados de corte esponjoso, pero se descose cuando se mira en el espejo táctico. Conviene reflexionar profundamente si tu ataque es comandado por Sissoko. Mención aparte merece Pogba, por el que a no mucho tardar alguien pagará una factura desmedida con el objetivo de poseer su peinado y su poco fútbol. Segundos antes del gol portugués, que con el paso de las horas se antoja más justo, planeaba Didier sacar al campo a Kanté. Pocos cambios desnudan los principios de un técnico como aquellos que pudieron haber sido y no fueron.

Fernando Santos, en cambio, puso sobre el campo a un delantero en el que ni él mismo creía para abrochar una vanguardia superviviente a dos extremos que mostraban muchos más años que desborde. La valentía, aunque tímida, recogió su fruto en un disparo lejano que mereció evitar la tanda de penaltis. El antihéroe que fue héroe por un día se llama Eder y tiene garantizada esa titularidad que se le resiste sobre el terreno en los libros de historia. Su relato debería servir para recordar que, entre todos, como un equipo, es como se juega a esto antes de volver a plantear cada partido como un continuo cara a cara. Portugal se alza con el trofeo de manera tan merecida o inmerecida como lo hubiera hecho cualquier otro contendiente e inaugura su casillero de triunfos rotundos de manera coral. Es de suponer que hoy o mañana, Lisboa vivirá una gran fiesta en la que, como colofón, sacarán en procesión el paso de la Dolorosa para su veneración. No aprendemos. 

jueves, 7 de julio de 2016

Nadie hablará de esta Eurocopa cuando haya muerto

Artículo publicado en CTXT:

http://ctxt.es/es/20160706/Deportes/7026/eurocopa-islandia-francia.htm

Nadie hablará de esta Eurocopa cuando haya muerto. Dentro de unos años, cuando desgraciadamente la memoria se nos agujeree, al recordar esta cita nadie será capaz de dibujar con palabras un penalti como el de Panenka, un gol de volea como el de Van Basten, una jugada de Xavi de esas que se utilizan como arma arrojadiza en los debates entre “cuñaos” elevándola a unidad de medida perfecta para glosar el valor futbolístico de un lance. Se recordará, si acaso y con dificultad, al combinado ganador, pero si no cambian las cosas mucho en los partidos que quedan, la selección victoriosa dejará una huella perfectamente borrable en la orilla del mar de una competición que ha traspasado en demasiadas ocasiones el umbral de la pobreza balompédica. Demasiado miedo a perder. Demasiadas tandas de penaltis. Demasiado poco atrevimiento. Demasiados demasiados, que suelen ser síntoma de exceso de carencias. 

Los profetas del planeta fútbol lo avisaron. Ensanchar el torneo hasta los veinticuatro contendientes podría llegar a suponer una excesiva y peligrosa democratización de la reunión que la vieja Europa organiza cada cuatro años para elegir campeón sobre el césped. Se equivocaron. Ha sido la rancia aristocracia quien está defraudando. A una Holanda que no fue capaz de sacar el baratísimo billete al evento se le debe añadir el eterno aislamiento, Brexit o no mediante, inglés. Sumen ustedes a esa ecuación el esperado fallecimiento del tiqui taca español, la racanería portuguesa, el enésimo tropiezo de una Italia de la que ilusionaba su apuesta y la ya viejísima bisoñez belga y tendrán un retrato robot bastante aproximado de los sospechosos. Solamente Francia, con Payet y Griezmann nadando a contracorriente del exceso de músculo que enamora a su entrenador, y Alemania, con pasajes que recuerdan más al conjunto que predicaba la victoria por aplastamiento que al del virtuoso toque vacuo importado de aquella España que ya no se parece en nada a la actual, pueden permitirse mirar su trayectoria sin sonrojo.


Las mejores noticias vienen de la clase turista. La frescura de una Gales que es mucho más que Bale, pese a lo que se ha vendido por la prensa interesada en vender el muñeco. La dignidad de Albania. La esponjosa rocosidad de Polonia. El contagioso entusiasmo de las Irlandas, dentro y fuera del campo. Las diferentes caras, casi todas buenas, de Croacia. Los adorables pantalones del chándal del portero húngaro. El maravilloso cuento de la Cenicienta protagonizado por Islandia, un país con más o menos la población de la ciudad de Alicante, sin contar con los veraneantes ni los que se acercan a saltar las hogueras de San Juan. Sin ellos, la competición hubiera rozado la chabacanería futbolística más absoluta.

Cuando el domingo parta la comitiva fúnebre que eche el cierre a esta Eurocopa, la despediremos sin nostalgia. Agitaremos el pañuelo sin tristeza, pensando en otra cosa, quizás en la pretemporada que se nos viene encima. Casi inmediatamente, habremos olvidado sin esfuerzo casi todo lo ocurrido durante este mes. Se comprenderá entonces eso de que nadie vuelva a hablar de ella una vez muerta. Quizás en estos tiempos de fútbol de usar y tirar sea la mejor opción. Siempre nos quedará Islandia. 

martes, 28 de junio de 2016

Dimitido sin saberlo

Artículo publicado en CTXT:

http://ctxt.es/es/20160622/Deportes/6909/Del-Bosque-seleccion-espanola-Eurocopa-eliminacion-Italia.htm

Hay ocasiones en que los acontecimientos han dimitido por ti sin que llegues a acusar recibo. Cuando eso ocurre, no hay nada peor para uno mismo que fingir que no sucede nada. Seguir acudiendo cada mañana a la fábrica que cerró hace meses maletín en ristre, pretender sorprender con flores a tu pareja cuando ella ya ha agotado los cambios permitidos sustituyéndote tres veces por otros revulsivos con más pelo y menos tripa, aferrarse al asiento de seleccionador que quedó desoladoramente vacante hace un par de años, cuando lo de Brasil.

Fue entonces, tras constatar que los preocupantes síntomas mostrados por el combinado nacional en anteriores comparecencias se transformaban en achaques irreversibles, cuando a Del Bosque le dimitieron sin saberlo. Probablemente no sirvió de mucha ayuda para la digestión de su nueva condición de cesante la benevolencia vertida a arrobas sobre su gestión de La Roja. Ante los reveses, siempre ha habido lugar para encontrar atenuantes: los calores, la longitud del césped, el exceso de partidos o la abuela, que tenía el tabaco guardado en el refajo, a la altura del doble pivote. Se habló entonces de cambio generacional, de una transición a la que se le adhirió de forma antinatural el adjetivo de tranquila. Jugándole al contragolpe a la historia, se mantenía a un noble marqués para capitanear una revolución, lo nunca visto.

Lejos de levantar barricadas en las que subirse con un pecho al aire, el técnico dimitido sin enterarse continuó desempeñando su burocrática tarea añadiendo solamente una leve capa de maquillaje. Unas pocas caras con tinte de novedades forzadas por las dimisiones, aquí sí conscientes, de ciertos estandartes de tiempos pasados. Ni una enmienda al estilo. Permanecía el mareo del balón y el trote pausado. Ni rastro del hambre, de la presión, ni de la sangre que suele servir de tinta a ciertas revueltas.


Con la Eurocopa a la vista, ni el desconocimiento de su situación de totalmente dimitido absuelve al Sr. Marqués de diseñar una convocatoria contrahecha con sobredosis de mediocentros. Tras una preparación de fogueo en la que alguna alarma se dispara, un par de victorias ante una Chequia timorata y una Turquía en avanzadísimo estado de descomposición instauran el irreal escenario lleno de humo con el que se acostumbra a analizar el desempeño de la selección tras los éxitos pasados. Nos devuelve a la realidad Croacia y más concretamente su técnico, conocedor como cualquiera que se dedique a esto que con presión adelantada y líneas juntas se desinfla fácilmente el globo de este prostituido tiqui taca. Varios incendios se suceden en la concentración sin que el entrenador dimitido en diferido pegue un golpe en la mesa, sea en un sentido o en otro. La sombra de la autogestión, por no llamarla dejación de funciones, asoma la patita en un penalti fallado del que el dimitido técnico no quiere saber nada. Tres alineaciones iguales. Ausencia absoluta de alternativas. El plan B y el C debieron decidir tomarse unas vacaciones ante el ambiente de ignota dimisión que reinaba.

En el primer todo o nada de octavos esperaba Italia como solo Italia sabe esperar: agazapada, amenazante, siempre dispuesta a hacer carne a la vuelta de cualquier esquina. Mismo equipo inicial. Similar trote cochinero. Idéntica falta de instinto asesino. Nula repercusión de los cambios sobre el juego. Jugadores de referencia acumulando polvo en el banquillo, degradados al papel de hacer grupo. El resto es historia (negra) del fútbol patrio y aún se agradece que el resultado no reflejara la auténtica diferencia entre ambos contendientes que el terreno de juego dictó.

Finalizado el encuentro Del Bosque apareció, todo dimitido de antemano, en zona mixta. Se esperaba alguna declaración en caliente, aún a sabiendas de que su caliente se asemeja a la temperatura mínima de Teruel en una madrugada del mes de enero, pero no la hubo. Tras analizar el partido a la manera de Don Tancredo, fue preguntado por su futuro al frente del combinado nacional y él, sabiéndose al fin exasperantemente dimitido con efecto retroactivo, volvió a no dimitir con su mejor cara de dimitido sin saberlo por segunda vez.