Pese a lo
que se había dicho durante la semana era imposible desconfiar. El estadio
estaba de un bonito que dolía y con ese ambiente no hay lugar para dudas ni
miedos. Cierto es que el Milán traía prendida de su camiseta, aunque fuera de
la suplente en tonos sidra El Gaitero, toda la historia que lleva a sus
espaldas. No menos cierto es que el Atleti tiene también bastante historia en
las suyas, y más presente también, no nos engañemos. Salieron los jugadores al
terreno de juego y se quedaron atónitos ante cómo se había arreglado el
Calderón. Estaba nuestro estadio guapo de verdad, maquillado para la ocasión
para potenciar sus puntos fuertes y minimizar el descuido al que la gerencia le
condena. Parecía el Calderón recién inaugurado y lo notaba la afición añadiéndole
un toque festivo y cercano. Estuvo la afición también guapa, como siempre suele
estar pero quizás un poco más. Les contaba que el Calderón estaba arrebatador y
seductor, que estaba que daban ganas de ponerle un piso exterior con dos baños completos
y presentarle a tus padres si se tercia y uno volvía a pensar en qué demonios
se nos habrá perdido a nosotros en un campo a las afueras de las afueras, pero
ese pensamiento junto con todos los pensamientos amargos que pudieran asaltar
al aficionado ayer se diluyeron ante la belleza del campo, de la afición y de
los siempre bellos colores rojo y blanco que inundaban la noche. Así no hay lugar
para la desconfianza, toma, claro…
Decretó el
colegiado delgaducho y despeinado el inicio del encuentro y se fue el Atleti
para arriba. A matar por si alguien osara pensar que pudiera morir. Adelantó
las líneas y asfixió con las presiones y casi todavía estábamos admirando lo
precioso que estaba todo cuando Gabi le cedió el balón a Koke tras cortar el
primero de los innumerables balones que corta en esta y tantas noches.
Resurrección puso el balón en el área templadito pero quizás algo largo, en
esos terrenos donde no llegan los delanteros chaparros o cuellicortos. Apareció
Costa cuando parecía imposible y se marcó un remate con reminiscencias de
capoeira que terminó en culazo, como suelen terminar todos los remates imposibles
y bellísimos de Diego Costa y Abbiati, deslumbrado por la belleza del remate y
del centro, por la guapura que Gabi otorga a la presión en banda y por la
exquisita divinidad del ambiente a orillas del Manzanares, solo pudo acostarse
como es norma de la casa ante cualquier remate que no vaya a dirigido a su barriga.
Tras el gol
se mostró el Atleti exuberante. Desatado. Poseído por la belleza que flotaba en
el ambiente. Parecía haber muchísimos Diegos Costa sobre el terreno, Gabi y
Koke parecían también multiplicados y faltaban metros en la banda para que la
corriera Juanfran una y otra vez. Cuentan algunos aficionados de esos que no
miran al juego sino a otras cosas mientras se desarrolla la acción que en esos
minutos Courtois jugaba a los chinos con el árbitro de área que el azar y la
UEFA le había deparado para poder entretenerse. Parecieron los nuestros verlo
tan bonito, tan fácil por momentos que se relajaron y dieron un pasito atrás.
Un pasito corto de los que no lleva a ningún sitio, pero un pasito que sirvió
para darle aire al rival.
Los
argumentos ofensivos del rival se resumen en la bipolaridad de Balotelli, en el
habilidoso Taarabt, que se pasó la noche desaparecido y abrumado por la ausencia
de Insúa y por Kaká, ese jugador que precisamente ayer quiso reencontrar la
tilde perdida de su apellido en dos remates de cabeza que inquietaron pero
nunca hicieron dudar ni minar la confianza. En esos minutos de transición, de
nudo del argumento planteado con la ventaja rojiblanca, murió el Milán si en
algún momento llegó a estar vivo del todo en la eliminatoria. Reaccionó el
Atleti y fue como suele ser en los partidos grandes. Como lo fue en el derby
pasado y en alguna que otra final de las que tenemos plasmadas en la retina.
Con intensidad y con el turco.
Escribió
ayer el evangelio ardaturanista una nueva página más allá de sus diabluras y de
lo que presiona, que es mucho. Creó Turan un nuevo prodigio en forma de disparo
rebotado que cogió trayectoria tan traidora que pensábase que fuera estudiada.
Los niños que estudien este hecho en el futuro dentro del catecismo de alabanza
al turco lo conocerán por la parábola de Arda. ¡Aleluya y a la caseta!
Nunca creyó
el Milán achampanado en nada tras el descanso, y si lo hizo fue por poco
tiempo, de nuevo arrollado por la ola de belleza en la que estaba subido el
Atleti. Pudo marcar un Gabi desatado y finalmente marcó Raúl García de cabeza
en su habitual cita con el gol. Pudo haberlo hecho antes tras haber esbozado
una chilena de las que quitan el sambenito de llegador para otorgar el
título de delantero con todas las letras y se desató una fiesta solo interrumpida
por el epílogo que Diego Costa escribió para hacerse conocer más si cabe en
Europa entera, si es que hubiera quedado alguien en Europa que no conociera las
andanzas del de Lagarto a estas alturas.
Nunca hubo
motivo para desconfiar ni para mostrar temor. La historia sola gana muchos
menos partidos que los árbitros con entradas que dejan jugar, por ponerles un
ejemplo. La historia está para respetarla y para escribirla. Para escribirla en
noches en las que el Calderón se pone de un guapo que enamora y la afición luce
su mejor sonrisa sabedora de que la imagen de ese día pasará a la posteridad. Estaba
el Calderón esplendoroso y todos lo que allí se dieron cita estuvieron a la
altura de la belleza del entorno. Estaba el Calderón tan bonito que daban
muchas ganas de soñar despierto. Hemos llegado hasta aquí traídos por un sueño,
a partir de aquí hay un sueño mucho más grande. Uno muy bello.