lunes, 21 de noviembre de 2016

Ser lo que uno no es

En una de las tramas centrales de la segunda temporada de True Detective, que no es ni la mitad de inquietante que la primera pero tampoco tan mala como la crítica denunció, el personaje que interpreta Vince Vaughn, Frank Semyon, trata de convertirse en algo que no es. Pretende dejar atrás su pasado de matón sin escrúpulos, de tipo duro y fiable en trabajos de medio pelo. Frank intenta medrar en la escala social del crimen pasando de sicario a gran hombre de negocios perdiendo en el intento el sueño, la pasta y hasta la vida, valga el spoiler. No es difícil empatizar con un personaje ahogado en unas reglas que imponen otros. Una piraña antiguamente temible que se convierte en bocado apetecible cuando pretende pescar en un mar donde campan a sus anchas los tiburones. Ser lo que uno no es. Esa es la cuestión.

El pasado sábado, esperaba la afición al Atleti que se ha visto en los derbis desde que Simeone se hizo cargo del equipo: cuchillo entre los dientes, corazón bombeando adrenalina aceleradamente, ánimo de no hacer prisioneros. Lucía el Calderón una belleza nostálgica ante uno de sus últimos partidos grandes. Con todo el papel vendido, arropaba la grada elevando la temperatura de gargantas y sentimientos. Todo estaba dispuesto para vivir otra noche llena de magia. Fueron necesarios solamente un puñado de minutos para darse cuenta de que al encuentro le faltaba algo. El Atleti no había saltado al campo. Sobre el césped había dos conjuntos, uno de ellos vestía incluso de rojo y blanco y sus integrantes parecían pertenecer a la plantilla colchonera, pero era otro equipo.

Achinaba el aficionado atlético los ojos, intentando enfocar mejor para descartar una posible suplantación de identidad pero no, Koke y Saúl estaban sobre el campo aunque no parecieran ellos. Se veía también a Savic, pero a un Savic sin la solvencia acostumbrada. Correteaba sobre el tapete Griezmann sin acercarse al balón para aportar algo relevante y solamente Torres se asemejaba al Torres de los últimos partidos, lo que sin duda es una pésima noticia. Ni rastro de las señas de identidad que han llegado a convertirse en denominación de origen Ribera del Manzanares. No hubo presión ni intensidad. No apareció siquiera ese compromiso de luchar cada balón como si fuera la vida en ello. Por el contrario, era el rival el que mordía, el que buscaba la contra con ánimo de hacer sangre, el que vencía en cada balón dividido ante la pasividad del Atleti que no era el Atleti.


Es de imaginar que mientras todo esto ocurría, los guardianes de la estética futbolística disfrutarían una barbaridad. Después de tantos años y tantas líneas escritas denunciando la fealdad del juego de los de Simeone, el desempeño de este Atleti impostado les debió parecer casi poético. Hace tiempo que se atisban señales para la preocupación en el feudo rojiblanco, aunque algunos lo califiquen de jugar mejor. No obstante, al comenzar la segunda mitad compareció un Atleti que por un instante volvió a ser él mismo. Retornando a las esencias, el cuadro del Calderón se intuyó de nuevo reconocible. Fueron solamente quince minutos, tal vez menos, pero llenaron de esperanza y de fútbol supuestamente feo la noche y los corazones.

Tras la derrota, merecida más allá de cualquier otra consideración, se presenta una encrucijada ante la que merece la pena reflexionar ¿Cuál es el camino a seguir? Los resultados parecen aconsejar una vuelta a los orígenes. Ser de nuevo el equipo que nos acompañó en viajes que nunca olvidaremos mientras vivamos. Redescubrir al Atleti canalla. Preservar la virginidad de nuestro marco como primer axioma. Atacar desde la defensa. Entregar el balón si debe ser entregado. Ganar la batalla de cada minuto, como dijo el Mono Burgos. Vivir al filo del partido a partido y no entablar ningún tipo de negociación sobre el esfuerzo. Es probable que los entendidos califiquen esa vuelta al punto de partida como una traición, pero no existe una mayor traición que la que uno se hace a sí mismo fingiendo ser lo que no se es. Intentando taponar con la mano la herida por la que se escapa su vida, Frank Semyon comprende al fin su error. Haber intentado ser lo que uno no es. Como el Atleti en los últimos tiempos. Esa es la cuestión. 

martes, 8 de noviembre de 2016

Críticos agazapados

Decía Mao que la crítica es algo que debía hacerse a tiempo y que no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar solo después de consumados los hechos. Trasladada la idea al mundo del fútbol, podría decirse que han bastado dos derrotas seguidas a domicilio en Sevilla y San Sebastián para que los agazapados críticos de Simeone vuelvan a asomar la patita usando los resultados como arma arrojadiza. Pese a las impensables cotas alcanzadas por el Atleti en los últimos años, un par de reveses vuelven a permitir que la desmemoria y el histerismo tomen la fortaleza al asalto. Nada nuevo bajo el sol. Ya a principios del presente curso hubo que hartarse de escuchar sandeces sobre ciclos agotados, sobre el compromiso de entrenador y jugadores o sobre la abuela, de la que se sospechaba que se encendía un pitillo a la mínima de cambio.

Asombra la ambivalencia de la turba que escruta cada movimiento del técnico con la intención de afearlo. Cansados prematuramente del supuesto nuevo juego bello que tanto reclamaron, abogan por una vuelta a los orígenes de la fealdad. Aquellos que antes tildaban a Diego Pablo de reservón, de gran estratega de la defensa y pésimo planificador de ataques, echan ahora de menos al Atleti intenso y hermético que tanto les aburría cuando pedían a boca llena delanteros sobre el campo. Lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más, que cantaba Kiko Veneno.  


Sabida era la animadversión que El Cholo recolectaba entre aficionados y cronistas de otras parroquias. No cuesta entenderlo siendo él el artífice de convertir el Atleti en una máquina de competir que en nada se parece a aquel rival simpático y generoso que regalaba puntos a cualquier equipo mínimamente ordenado. Extraña más cuando la crítica injustificada proviene de dentro, de cierto sector de seguidores rojiblancos que confunden la exigencia reconquistada con los vicios más recalcitrantes de los nuevos ricos. No conviene desenfocarse, que el Atleti salga ahora a ganar en cada campo no justifica la ola de convulsión creada cada vez que no lo hace.

No queda otra que asumir que a Simeone se le espera detrás de cada partido, navaja o pluma en mano, como si fuera la esquina de un callejón sombrío. Cada palabra, cada gesto, cada alineación se pone bajo la lupa. Unos y otros buscarán el resquicio para introducir su cuña. A los de fuera se les comprenderá mejor, su único ánimo es el de que el Atleti deje de molestar como lo lleva haciendo desde casi hace un lustro. No son más que malcriados púberes acostumbrados a ser los protagonistas de las fiestas que las instancias deportivas pergeñan para ellos en exclusiva. A los de dentro se les explicará más difícilmente. No acaba uno de adivinar el fin último de sus andanadas. Convendría que se definieran, eso sí. Saber si en sus plegarias piden un equipo que se lance a tumba abierta al ataque o uno que construya su imperio desde la seguridad defensiva. Conocer qué jugadores debería poner el técnico sobre el campo para contentarlos. Saber más de ellos. Dejarse ver, salir del armario del resultadismo a posteriori expresando de antemano sus preferencias. Si todo ello no aclara el panorama, habrá que preguntar a la abuela, que fuma una barbaridad. 

jueves, 3 de noviembre de 2016

Crónica desordenada del Atleti-Rostov

Conviene de vez en cuando dejar que el desorden se apodere de las rutinas que creemos imprescindibles, para así apreciarlas más. Merece la pena salir a la calle desarreglado, sin haber pasado por la ducha, dispuesto a fiar toda tu suerte a no ser convocado a una reunión de última hora o a cazar un rebote que se produzca cuando Godín, un delantero centro atrapado en el cuerpo del mejor central del mundo, pelee cada balón llovido al borde del área contraria. El ingenio se agudiza cuando te das cuenta de que olvidaste el paquete de tabaco y el dinero suelto en el pesado cenicero del mueble de la entrada. Solo así, puede uno llegar a valorar lo que tiene, aunque solo sea un cigarrillo con la punta doblada que no sabes si llegará a prender.

A ojos del que suscribe, partidos como el del Rostov de ayer llenan la mochila de alternativas que hacen que el Atleti crezca. Es incalculable el valor futuro de esos encuentros en los que el plan se hace trizas un minuto después de conseguir el gol que parecía espantar cualquier tipo de incertidumbre. Son choques en los que más que al rival, debe vencerse a la ansiedad. Mañanas que nos sorprenden pidiendo ser afrontadas mal afeitados y con la camisa arrugada. Supo el equipo rojiblanco adaptarse al caos y se descolocó conscientemente sin dejar que la desesperación hiciera carne. La amenaza de perder antes de tiempo los privilegios que otorga ser primeros de grupo propició que el campo se sembrara de delanteros con carnet o sin él, como el caso del central uruguayo. Filipe aparecía por todas las zonas de la cancha dándole sentido al término todocampista, Koke pasó a comandar las operaciones aéreas, harto de no encontrar resquicios y hasta Savic llegó a parecer humano, aunque esto último probablemente no fuera más que un espejismo producido por la intensidad del momento. 


Tuvo que ser Griezmann, cuando más pinta de cama deshecha tenía el equipo, el que rompió la igualada no sin suspense. Lo hizo en una posición de fuera de juego habilitada por el toque previo de un rival, de igual forma que en el primer gol, que tal vez no fuera más que un ensayo con público del segundo. Los dos goles del francés tuvieron como factor común un escorzo genial. Fueron dos remates poco académicos, de esos que se llevan dentro porque no existe manera de entrenarlos. Sacó el Atleti petróleo porque lo mereció, porque supo mimetizarse con un partido áspero y sin concesiones. Permitió que el desorden anegara el campo, dejándolo todo perdido de emoción y obtuvo el premio anhelado traicionándose a sí mismo: no acordándose de la pizarra.

La personalidad de un equipo debe medirse teniendo en cuenta su capacidad de adaptación. Mostró ayer el Atleti buenas dosis de ella. En días como estos, en los que reparas en que olvidaste las llaves de casa, el juego vistoso y los goles que últimamente tan propicios se estaban mostrando en el pesado cenicero del mueble de la entrada, solo el desorden puede salvarte. Ser capaz de saltarte las reglas y sentirte cómodo aun estando descolocado. A veces, como ayer, esa flexibilidad obtiene el premio de un gol con aspecto de cigarrillo con la punta doblada que al final pudo llegar a prender en el descuento.