jueves, 27 de diciembre de 2012

¡Si me queréis, irse...!


Hace pocos días tropecé con una de esas imágenes que todos tenemos metidas en lo que los más finos llaman la memoria colectiva. Asomó así, como de casualidad, escondida en un programa de esos que copia, corta y pega vídeos a troche y moche. Un espacio resumen de fácil digestión. Un pastiche que rellena tiempos muertos, un programa con vocación de sal de frutas entre comilona y comilona navideña. Un activador de recuerdos, un recordador de peinados con sobredosis de laca y de estilismos imposibles. Allí, entre las empanadillas de Móstoles, entre la falda de Bosé, entre Doña Rogelia, Macario y las Mama Chicho mostrando muslamen, apareció la imagen de la que les hablo.

Para que se pongan en situación, la imagen muestra una iglesia abarrotada, con gente colgada hasta de las lámparas, hasta los topes, vamos. En primer plano, Lola, en tonos salmón vaporosos. Lola, la única. A su lado Lolita, con cara de no enterarse muy bien de lo que pasaba, como si fuera un recién aterrizado mediapunta con poca llegada de esos que tantos se han presentado en nuestra casa, caídas de culo incluidas. Cerca también un novio, en este caso argentino, pero perfectamente intercambiable con otro que hubiera sido paraguayo o mejor letón, que no hubiera ocupado plaza de extracomunitario. Completa el cuadro el padrino, El Cordobés, luciendo para la ocasión sonrisa fronteriza con la esquizofrenia y despeinado académico. Dijo Lola en la víspera que todo el mundo estaba invitado al enlace, ¡que se casa mi niña, coño! Todo Marbella (¡qué casualidad!) le tomó la palabra y quiso asistir. La Faraona, micrófono en mano intentaba dispersar a la muchedumbre a su manera: excesiva y genial. Con sus innumerables grandezas y sus no pocas miserias (“si cada español diera una peseta para que yo no fuera a la cárcel”, soltó tan pancha cuando hacienda le quiso meter mano por debajo de la bata de cola defraudadora). Derrochando por arrobas ese arte que de ninguna forma heredó su sobrino Quique, el hijo rarito de Carmen, Lola, que era esa España, se dirigió a la multitud dejando para la historia una de las frases más gloriosas que uno recuerda:

– ¡Si me queréis, irse….!



Hace unos días también, servidor se tropezó con otro conjunto de imágenes de esas que ya se han instalado en la memoria colectiva del aficionado rojiblanco. Asomaron así, como de casualidad, formando parte de un programa resumen de esos que copia, corta y pega vídeos a troche y moche. Un espacio de fácil digestión que pretendía sintetizar los mejores momentos, que no fueron pocos, de la temporada atlética. Sirvieron para reavivar recuerdos, para volver a vivir. Allí, entre fotogramas de Bucarest y Mónaco, asomó la imagen de la que quiero hablarles.

Para que se pongan en situación, la imagen muestra a un Simeone que tras el pitido final de Bucarest, se echa a un lado. Los jugadores celebran y la afición enloquece pero él se aparta para reflexionar, para buscar un minuto consigo mismo. Pasan unos segundos y Cholo se dirige andando despacio a la grada donde ondean los colores rojiblancos y se queda mirando a los suyos, a los nuestros, con el mismo brillo en los ojos que teníamos todos en ese instante. Continuaba el reportaje discurriendo por todos esos momentos que él, principalmente él, nos ha hecho vivir. Se recordaban las victorias, las ruedas de prensa académicas, la templanza calibrada, la exaltación contagiosa y los guiños a la afición cuando proceden. Siempre con Simeone como gran protagonista del año. También salían los goles de Falcao, las diabluras de Arda, la reconversión de Juanfran, un Koke que parece haber crecido cuatro años en uno, la presencia del recordado Diego, sí, salía todo eso también, pero principalmente salía el Cholo. Cholo con toda la afición detrás, con él. Asomaban también por el resumen los dos que ustedes saben y sufren. Siempre con las declaraciones inoportunas, siempre con los papeles bien distribuidos, el enterrador bueno y el enterrador malo. Uno siempre hablando por hablar, con el chiste fácil por bandera. Otro, siempre ejecutando, con la venta y el desmontaje fácil de la institución por bandera. La misma ruina presente en este resumen y tantos como se han hecho desde hace un cuarto de siglo.



El que suscribe imagina cómo será el resumen del año que en breve empezará. Será, como de costumbre, un compendio de imágenes que uno desearía que se instalaran para siempre en la memoria colectiva atlética. Uno espera más victorias. Más títulos si son posibles. Uno espera seguir creyendo en este Atleti que le ha devuelto la fe pero, sobre todo, cree en Simeone y espera que siga a nuestro lado muchos años más. Los que él quiera o le dejen. Con sus cosas buenas y las malas, con sus muchas grandezas y esas miserias que todos tenemos y a él casi se le desconocen. Con sus celebraciones que algunos tildan de exageradas y con su dominio de los tiempos para con la grada. Eso sí, más que ninguna espera otra imagen. La de los enterradores habituales con las maletas en la mano. La de la certeza de haber extirpado el mal que comía la salud y el patrimonio. Uno visualiza la imagen con el Cholo en primer plano, detrás de él la afición, proverbialmente unida en torno a su figura. Completan el encuadre un grupo de jugadores sin esa tendencia pretérita a ser aves de paso. Jugadores de primera fila que quieren quedarse y a los que los que mandan no pretenden malvender. Entonces, solo entonces, Cholo, que más que saber qué es el Atleti, podría decirse que es el Atleti presente, toma el micrófono y, señalando la puerta de salida, deja para la historia colchonera una de las frases más gloriosas que uno recuerda:

– ¡Si me queréis, irse….!

lunes, 17 de diciembre de 2012

De nombres, sueños y pesadillas


Los nombres marcan. Normalmente para mal, todo sea dicho. Piensen ustedes en el momento en el que se le otorga un nombre a alguien. Una decisión tan importante en la vida de un ser humano se toma sin reflexionar, sin medir el momento debidamente. Pudiera ser que estando en el vientre de su señora madre, que no hay más que una, alguien decidiera que usted se iba a llamar Salustiano. Sí, ya sé que el nombre fue elegido por un trasnochado continuismo de la tradición familiar que remonta la existencia de Salustianos en su estirpe casi al medievo, pero, ¿y si usted sale enclenque y amante de la poesía asonante en los versos pares?, ¿cree que Salustiano es un nombre adecuado para usted? Salustiano es nombre de señor recio, de señor con manos grandes y dedos como morcillas de Burgos con el que normalmente no se puede bromear so pena de que te deje marcados esos proverbiales dedos en los mofletes de una bofetada. Pudiera ser que, dejándose llevar por la emoción del momento, sus progenitores decidieran que su gracia iba a ser Genoveva con ánimo de apocoparla para llamarla coloquialmente Veva, que es un diminutivo muy pinturero. Usted se pregunta a día de hoy qué narices hará llamándose Veva mientras cuenta el número exacto de sardinas que debe llevar cada lata que pasa por delante de sus ojos en la cadena de montaje de la conservera y decide, con buen criterio, que Veva es un nombre más adecuado para una señora que toma el té en un café con muchos espejos. “Veva es un amor. Es ideal”, dicen sus compañeras de bridge haciéndose heridas en el labio inferior al pronunciar Veva como solo saben pronunciarlo las que han tenido servicio desde su más tierna infancia. Los nombres deberían tener una revisión. Probablemente deberían renovar su vigencia a partir de los once años más o menos. Para entonces, uno ya tiene que tener claro si el nombre le pega o no y podría cambiar a otro que se ajustase más a su idiosincrasia. Ya sé que este alegato no será tomado debidamente en cuenta por las autoridades ni por los padres y madres del futuro, pero ya saben, está en su mano poder cambiar el destino de sus púberes, porque usted, sí, sí, usted, el del paraguas verde, ha marcado sin saberlo el futuro de sus gemelos llamándolos Fabio y Aldo, ya que, salvo que se dediquen en cuerpo y no tanto en alma al cine porno, no llevarán unos nombres adecuados para pasearse por la vida.

Jugaba el Atleti en Barcelona y se esperaba un duelo acorde a la prestancia de los dos equipos que comandan la clasificación de esta liga nuestra con más nombre que emoción. La prensa esperaba el partido agazapada, sin esas alharacas que acompañan ciertos otros partidos en los que uno de los contendientes era nuestro rival de ayer, y nosotros esperábamos esperanzados a que este Atleti que tanto nos hace recordar otros tiempos lo corroborara poniendo su nombre tan alto como siempre estuvo. Salió el Atleti de gala y salió el rival con uno de esos tres o cuatro trajes de ceremonia que tiene para poder lucir en ocasiones como estas, cosas de la igualdad de la competición. Se plantaron bien los nuestros. Con las líneas juntitas y mucha mala idea en la mirada. Mareaba la perdiz, como es menester, el equipo rival y salían los nuestros con presteza al contraataque. Se veía cómodo al Atleti y algo atascado al equipo que dicen es más que un club, incapaz de conectar con su gente de arriba. Un palo y un control algo largo preludiaron el gol rojiblanco. Salió Falcao como una flecha tras meritorio robo de Diego Costa y se plantó en el área para definir con esa maestría suya que aparece siempre que huele sangre o red rival. Jugaba el Atleti, inquietaba e intimidaba y uno se frotaba los ojos ante el repaso que los de rojo y blanco estaban recetando al equipo plebiscitario por excelencia. Los hubo incluso que, de tan bien como veían al Atleti, se olvidaron de salvar las distancias existentes y creyeron ver en una jugada en banda un regate descomunal y pocas veces repetido de nuestro director deportivo al tío de Rafa Nadal. Los hubo que recordaron cuatro goles como cuatro soles de Pantic y los hubo que rememoraron una cabalgada de un niño con pecas que burlaba en su salida al meta rival. Treinta minutos con el nombre en todo lo alto. Treinta minutos para soñar.



Andábamos todos soñando a la vez, degustando de nuevo imágenes con sabor a victoria de solera, cuando un cubo de agua fría desde fuera del área nos despertó de mala manera. Tras ver varias repeticiones, uno no acaba de saber si la culpa del gol se la debe de echar a los de la banda izquierda, a un portero quizás algo adelantado o simplemente debe asumir que a veces los hados, los astros o la puta que los parió decide que un balón vaya donde casi nunca va. Justo en ese momento, tras el gol, el Atleti, que había salido a afrontar el partido con un nombre sonoro y rimbombante, decidió ponerle un diminutivo a su nombre. Decidió empequeñecerse y echar quince metros para atrás las líneas que se habían mostrado prietas hasta ese lance, probablemente considerando el empate como un resultado suficiente. El Atleti, que salió polisílabico y contundente, se quedó en un apodo terminado en "in", como si fuera más chico de lo que es.

Volvió el Atleti de los tumultos en área propia mal resueltos, volvió el Atleti que perseguía rivales sin convicción. Decidió el equipo cambiar su nombre a mitad del partido y lo cambió para mal. Todos los que habían dejado volar la imaginación para recordar gloriosas lides pasadas despertaron sin saber muy bien cómo llamar al Atleti de los últimos sesenta minutos, lo que probablemente no sea más que un necesario ejercicio de realismo. Sesenta minutos con el nombre equivocado. Sesenta minutos de pesadilla. De esas pesadillas de las que uno despierta empapado en sudor y dolorido, justo como si hubiera recibido una bofetada de alguien con manos grandes y dedos como morcillas de Burgos. Una bofetada de Salustiano, vamos…

jueves, 13 de diciembre de 2012

De horarios, equipos que caen medio mal y delicias turcas


–…¿y a mí qué con lo de que te lleves la bufanda? A estas horas un miércoles solo sale a la calle gente de mal vivir y poco orden, Lucio.

– Mujer, son cosas de los derechos televisivos y de los horarios.

– Pues le dices al que los ponga que estos horarios son de ir a la whiskería, no de eliminatorias de Copa, por mucho que éstas sean a doble partido…


Jugaba el Atleti la ida de su eliminatoria de Copa a deshora, en un horario puesto a traición. En un horario que invita al brasero y a taparse con el faldón de la mesa camilla, no a salir de casa para pasar frío. Seguramente los prebostes del balompié patrio dirán muy serios que estos horarios sirven para estratificar los públicos objetivos a los que el producto debe impactar u otras frases igual de peregrinas aprendidas en un máster de marketing por correspondencia certificada. Se oye decir que si la saturación de partidos, que si los virus FIFA y que si debiera haber fútbol en navidad porque es una cosa muy inglesa, no tanto como el fish and chips, pero cerca le anda. Uno casi agradece que las preclaras mentes que rigen los designios del balón no programen encuentros en navidades evitando así el riesgo de que pongan un Balompédica-Calvo Sotelo a las 22 horas del día 24 o un Montañeros-Puerta Bonita a las 23 del día 31, eso sí, repartiendo cotillón y uvas de la suerte al descanso. Lo cierto es que casi es mejor dejarles a sus cosas, a reclamar si la piedra en la que van a asar el lomo de buey está lo suficientemente caliente o a negociar si las gambas entran en el precio del menú degustación, cualquier otra pretensión sería peligrosa dada su tendencia a pensar con la misma parte de la anatomía en la que las avispas tienen su aquel, esto es, el trasero.

Salió el Atleti para enfrentar al Getafe y lo hizo frío, como la noche. Puso Simeone en liza al equipo titular menos Falcao, por problemas musculares, y uno se preguntaba si la poca gente que había en el estadio se debía al horario, al frío o a una masiva peregrinación de la afición al centro de salud más cercano para tratarse de urgencia los primeros síntomas de una galopante diarrea combinada con episodios de ansiedad por no saber el alcance del mal que aqueja al rematador colombiano. Empezó bien el Getafe, equipo que, probablemente sin motivo, a servidor le cae medio mal sin tener claro si es por la cantidad excesiva de mediapuntas o de extramposos que moran en su plantilla. Pudiera ser también por las simpatías de su presidente por el equipo de las mocitas y el señorío, pero al cierre de estas líneas he podido descartar esa teoría al tener como claro contraejemplo a otro presidente, Enrique Cerezo, que es forofo del equipo Nessum Dorma sin suponer ello menoscabo para que el equipo que preside, cooperando necesariamente, me caiga requetebién.

Les contaba eso de que no salió mal el Getafe y es que en los diez primeros minutos salvó Thibaut I de Gante dos remates con mala idea a raudales de esos que complican eliminatorias. A esas oportunidades se sumó, confirmando que éste no parece su año, la lesión de Adrián, víctima de una torcedura de tobillo acaecida a mayor gloria de ese colegiado librepensador y contracultural que es Mateu Lahoz. Es curioso cómo el césped de los campos en los que pita el árbitro favorito de The Special K, se siembra de jugadores contusionados, doloridos y hasta violados (de manera dulce, claro), mientras el trencilla pasea sus principios de que el show debe continuar sin que haya faltas que lo afeen.

Se repuso el Atleti pronto, sí, y lo hizo principalmente de la mano de Diego Costa. Cuando Costa está centrado, cuando se dedica a sus regates con tropezón, a sus caídas atropelladas a banda y a sus arrancadas de toro encastado, es un jugador no sólo válido, sino casi imprescindible en una plantilla como la nuestra. Ayer se comportó así y completó un gran partido adornado por dos goles, uno de ellos de penalti, lo que pudiera usarse para valorar cómo maneja la relación con cierto tipo de jugadores de carácter más voluble el Cholo.



Con el marcador a favor se entonaron los nuestros. Hubo momentos de buen fútbol, no de buen fútbol de ese que tan de moda está que solo promulga el amasamiento cansino del balón y mirar más al porcentaje de posesión que al resultado, no. Hubo fútbol del que gusta a Simeone y a algún otro como por ejemplo al que suscribe: combinaciones eléctricas y salidas de balón rápidas, oportunidades y hasta un esperanzador mejor aspecto físico en jugadores a los que en partidos anteriores se veía cansados, como Gabi, Mario o Juanfran. Discurría el partido por cauces plácidos. Dominaba el Atleti y se desinflaba el Getafe a cada minuto. Y entonces, junto entonces, al excelentísimo señor Don Arda Turan le dio por destapar el tarro de esas esencias traídas del antiguo Bizancio que solo él atesora.

Cuando Arda toma el mando de las operaciones, pareciera que el campo se vuelca hacia su lado. Dicen los más creyentes de esa nueva religión ardaturanista que tantos adeptos congrega, que existen corrientes tectónicas a varios kilómetros de profundidad bajo la corteza terrestre que hacen que el Calderón se convierta en una cuesta debajo de derecha a izquierda que no es más que la continuación de la bajada de Pontones hacia Carabanchel. Aprovechando ese pendiente favorable empezó a sacar el turco su repertorio de gambeteos, taconazos y quites pintureros, casi siempre con Koke (una vez más, imponente) y Filipe como cómplices de su duende. Fue el lateral brasileño el que aprovechó un disparo seco del turco para afianzar la ventaja y aún hubo tiempo para un tercer gol, el segundo de Costa, para dejar encarrilada la eliminatoria.

Deja el Atleti los deberes hechos antes de las navidades en la competición de Copa, esa que tan bonita es cuando se llega lejos en ella. Deja el equipo buen pálpito antes de afrontar la salida al Campo Nuevo, en lo que será el choque entre los dos mejores equipos de nuestra liga, por más que pese a algunos. Deja a un Costa redimido tras sus chiquilladas anteriores. Deja la sensación de que los equipos a los que pasa por encima son más flojos de lo que realmente son, lo que debe ser contabilizado en el haber de los nuestros. Deja a un Koke colosal y a un Arda genial. Deja atisbos de la presión de inicio de temporada y deja a la afición caliente por dentro y helada por fuera como consecuencia de unos horarios que anteriormente intentaron enganchar al público asiático y en la actualidad buscan fidelizar al aficionado atlético de la Guayana Francesa. Deja bastantes cosas, la verdad.



– ¡Uy! ¡Qué pies más fríos! Anda Lucio, que vienes tarde y con mal recado…

– Mujer, es cosa de los horarios….

lunes, 10 de diciembre de 2012

Atascada crónica del Atleti-Depor


De nada había valido el haber salido justo después de comer. Ahí estaban de nuevo. Primera, freno, punto muerto. Atrapados. Parados en el kilómetro cincuenta y siete con doscientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles. La radio hablaba de niveles amarillos en la circulación, sin duda refiriéndose al tono de tez que se extendía entre los conductores ante tal atasco. Es lo que tienen los puentes. Si no tuvieran estos finales y aquellos principios, tal vez serían demasiado perfectos para ser de verdad. Aquilino dormía profundamente. Cosas de las digestiones subsiguientes a un plato colmado de judiones de la Granja con su correspondiente repetición, un cuarto de cochinillo ronchón y unas cucharadas de ponche segoviano, “No me lo como todo, no vaya a ser mucho”, había dicho él pretendiendo parecer comedido, manda güevos. Así, con g, que es más gráfico. Los niños empezaban a impacientarse tras la cuarta proyección de la película de Disney y lanzaban al aire las preguntas malditas: “¿Cuánto queda, mamá?, ¿Cuándo llegamos?”. Ella intentaba contestar sin dejar de concentrarse en el embotellado tráfico. Primera, freno, punto muerto. La radio repite que Tráfico recomienda el regreso escalonado ¿Cómo se escalona el regreso? ¿Quedo con el vecino y volvemos por turnos? ¿Se vuelve en orden de la fecha de nacimiento? ¿De la primera letra del apellido? ¿Del signo zodiacal? Eso estaría bien. Alivia saber que todos los conductores viven su enclaustramiento bajo la influencia del signo de Leo con ascendente Acuario. Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente cincuenta y seis kilómetros y setecientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles.

Jugaba el Atleti más o menos a la hora en la que el puente se podía dar oficialmente por finalizado. Seguramente muchos todavía no habrían vuelto, atrapados en la consabida caravana por no saber escalonarse los muy ignorantes. Jugaban los nuestros ante el Depor al final de un puente que empezó ahondando en Europa la depresión postderby. Si en vez de puente, llega a ser viaducto, algún aficionado de poca personalidad se hubiera tirado ante las lecturas vertidas sobre el estado del equipo. Si hace cuatro meses, mes arriba o mes abajo, alguien nos hubiera dicho que estaríamos vivos en Copa y en Europa y segundos en Liga, con una ventaja de cinco puntos sobre el autoproclamado mejor equipo del mundo, la galaxia y constelaciones sin vida inteligente, hubiéramos invitado a ese profético alguien a una semana en un hotelito con encanto de Torrevieja en régimen de media pensión por lo menos. Nos ha hecho subir el nivel de exigencia este Atleti de esta temporada, lo que es bueno. No nos debería hacer perder la perspectiva, lo que sería malo.

Salió el Atleti algo atascado, no sabiendo escalonarse en el trayecto hacia la portería de Aranzubía. Pretendía llegar al destino prendido de Diego Costa y sus desmarques, lo que a efectos circulatorios se traduciría en un camino lleno de tirones, choques por alcance y usos excesivos del embrague. Sin ánimo de ser poco optimista, parece claro que el equipo ha perdido frescura en la presión y se muestra más prudente a la hora de exceder la velocidad del balón, seguramente sumido en un valle físico de esos que los preparadores miden con la precisión que da el cronómetro colgado al cuello. Amagó el rival más no llegó a inquietar seriamente, dejando aromas de equipo que pasará serios problemas. Decían los agudos comentaristas de gafa de pasta que el Depor echaba de menos en la creación a Pizzi, ausente ayer como consecuencia de la cláusula “arrieritos somos”, que tan de moda sigue estando entre los cedidos. Mal le irá al equipo gallego si debe encomendarse a ese mediapunta de mirada huidiza al que tanto valora, a pesar de las crisis y las estrechuras, nuestro equipo gerente.



Metió Costa, demostrando que su cabeza sirve para algo más que para sopesar durezas de frentes contrarias, un gol casi regalado por un portero que no salió y unos centrales que no encimaron y el partido cambió. Cambió como un embotellamiento cuando se abre un carril adicional, como cuando la Benemérita deja circular por los arcenes, que es algo que siempre hace mucha ilusión al que conduce. Más que por la fluidez de los nuestros, el partido se convirtió en una autopista de incontables carriles por cómo se averió el equipo herculino, muy flojo de moral y de argumentos futbolísticos. Llegó entonces el turno de Falcao, hambriento como urbanita que se desplaza a la típica casa rural. Se atracó el tío, vamos. Le hincó el diente con la misma voracidad al primer plato a pase de Koke, a un segundo de volea pinturera tras meritoria asistencia de un recogepelotas al que deberían ascender en el cadete en el que jugara, a un tercero de penalti autogestionado, a un cuarto en el que se jugó el físico y casi el químico y a un quinto de glotón redomado. No tuvo la falsa intención de dejarlo para otro momento, de decir que si eso dejaba algún gol para alguien más necesitado y hambriento, como Adrián por ejemplo, por si eran muchos cinco goles. Queda la hartura de goles para la historia y entra el colombiano en ella en plena digestión de tanto tanto, frase muy tonta y redundante pero que a servidor hace mucha gracia utilizar en una crónica, la misma que si usara, ¿usted no nada nada?, o, es que no traje traje.

Tras el partido queda regusto a goleada con mucha más pegada que juego pero alegra la llegada de un resultado de esta holgura para ahuyentar las dudas que pudieran haber asaltado a la parroquia. Uno, al que como antes les decía, este Atleti ha devuelto la exigencia que nunca debió perder, considera el resultado una vuelta al buen camino aún con ese bajón físico que se detecta, bajón en ciertos momentos preocupante en jugadores como Juanfran, al que sus amistades en la selección no parecen sentarle del todo bien. Termina el puente de mejor manera que empezó, lo que no era difícil y afrontamos la operación retorno con el estómago lleno de goles. Ojalá los hayamos poder digerido para lo que esta semana ofrecerá, que no es poco.

“¡Uy!, me he quedado algo traspuesto”, tuvo Aquilino la desfachatez  de decir tras dos horas y media de rebuznos en los brazos de Morfeo. “¡Qué tarde!, ¿Ha terminado ya el Atleti?”, preguntó. “Seis ha metido. Seis”, respondió ella estirando la espalda. Terminaba bien el puente. Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente treinta y tres kilómetros y cuatrocientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Otra vez será


Ahí estaba él. Plantado delante de la puerta que un segundo antes había encajado sus tímidos golpecitos. Ahí estaba, esperando. Se había atrevido a dar el paso tras sopesar reflexivamente las señales que los últimos tiempos le habían mostrado: las señoras que le dijeron que le veían distinto, más guapo tal vez, cuando iban a pagar la contribución a su ventanilla de la caja de ahorros; los consejos de una vidente telefónica de las de a euro y medio el segundo convencida de que Júpiter y Saturno se habían alineado a su favor. Todo desembocaba en ese momento. El momento para el que se había preparado con esmero, colocando con precisión quirúrgica cada pelo de su rala cabellera para tapar de igual forma claridades e inseguridades. La puerta se abrió. Ella volvió a iluminar con su sonrisa el tétrico descansillo. Vestía solo un top muy ajustado que pregonaba a los cuatro vientos la necesidad de subir tres o cuatro grados el termostato de la calefacción de su piso. Ella miró desde la atalaya de su imponente estatura al amable vecino de enfrente, compañero de noches de sopas de ave con fideos y películas fácilmente digeribles, casi tiritando en el rellano con el único atavío de una camiseta imperio y unos calzoncillos abanderado gastados por el uso.

 – ¡Ay, Marcelino! ¡Qué cosas tienes! –dijo volviendo a cerrar la puerta tras mostrar una sonrisa condescendiente que le dejó nadando en su propia indignidad.

“Otra vez será” se oyó decir al bueno de Marcelino al cerrar la puerta de su apartamento para zambullirse de nuevo en su soledad…


Comenzó el partido casi ocho horas antes de lo previsto. No comenzó donde hubiera debido, sino donde hubiéramos elegido, en el Calderón. Salió el equipo a estirar, a hacer rondos y a corretear desenfadadamente y veintiún mil de los nuestros estaban allí para jalear hasta los más nimios detalles. Miraban los jugadores, sobre todo los más nuevos o los más extranjeros y no daban crédito a lo que veían. Pensaban en el recurrente mantra de lo de ir partido a partido, en lo de que este encuentro, a nivel de puntos, vale lo mismo que uno ante el vicecolista y repararon en que no era cierto. Ni de lejos. Corrieron a resguardarse en los vestuarios con el calor de tantas voces metido en el cuerpo y los aficionados se fueron a casa satisfechos por haber insuflado esos ánimos que horas más tarde permitirían estirar el pie un poquito más y esprintar de nuevo aún cuando el gemelo pidiera una tregua.



Comenzó de nuevo el partido ocho horas más tarde. Comenzó en el sitio designado, ese estadio con hechuras de prisión de baja seguridad del norte de la capital. Ese recinto al que muchos se refieren como teatro sin llegar a considerar que a lo que asemeja realmente es a un circo romano con sus fieras y todo. Salió el Atleti y extrañó la falta de Filipe Luis pero extrañó aún más la presencia de Cata Díaz para sustituirle, en lo que fue un mensaje que pudiera interpretarse como poco osado desde el banquillo. Salió el Atleti y parecía bien plantado. Un equipo que se aferraba al orden. Salió el rival como suele salir en estos partidos. Fiel a su tradición de señorío, de caballero del honor. Salió a no jugar y a no dejar jugar. Salió a alentar a la masa que vociferaba pidiendo sangre. Salió dispuesto a valerse del empujoncito, de la patada tardía, de las reuniones poco espontáneas para protestar airadamente éste o aquel saque de banda. Salió así, de la misma manera que hace un tiempo salía cuando había un portero cuyo apellido rimaba con capullo que daba vueltas por el césped como una croqueta hasta que encontraba a un rival caído y daba un volatín que pretendía ocultar el pisotón que había dado. Salió como cuando un jugador de Málaga con orejas de soplillo sopesaba los pómulos rivales con sus codos en cada salto y nunca era sancionado. Salió como cuando el actual entrenador del Sevilla, siempre tan chistoso, hacía chanzas sobre un lateral rojiblanco poco dotado técnicamente. Salió así el enemigo, como suele, y los nuestros no supieron ni pudieron contrarrestar con juego o casta sus artes. Se desquiciaron los nuestros tras cada manotazo, tras cada protesta y algunos, en especial Diego Costa, se equivocaron al ponerse a la altura de los locales. Uno hubiera esperado que el árbitro hubiera puesto algo de paz en el paisaje, pero el colegiado, altamente valorado en instancias federativas, decidió delegar su labor arbitral en el número catorce del equipo contrario, jugador de notable desplazamiento en largo de balón y de incontable falta táctica. Parece un milagro que el hijo de Perico Alonso no se vaya de ciertos partidos antes de tiempo si no es con la connivencia de los trencillas de turno, tal vez pretendiendo no afear el espectáculo con tarjetas de color amarillo, que ya se sabe que es un color que en los teatros está muy mal visto.

Servidor no querría que ustedes, gente de bien, e incluso algunas gentes de peor vivir que pasaran a leer estas líneas se quedaran con la percepción de que el párrafo anterior pretende justificar la derrota en el partido de ayer. No, no es esa la intención del que suscribe. Frente a un rival que despliega sus armas, aunque sean marrulleras y conocidas, no queda otra que mostrar las propias. No fue así. No ofreció nada el Atleti. No creó peligro, no se acercó casi al marco rival ni tuvo arrestos para dar una mala patada. Se vio a un Atleti chico, no se sabe si acomplejado o superado. Mostraron los nuestros su peor cara desde que Simeone se hizo con las riendas de la nave. Una cara surcada por las arrugas de la impotencia. No hubo noticias de Arda, ni de Falcao, ni de Koke. No hubo presión. No hubo bandas, entregada la izquierda de antemano, poco inspirada la derecha. No hubo seguridad defensiva en el segundo gol ni consuelo tras el primero, marcado tras falta directa por ese jugador tan mono que ayer volvió a dejar una imagen para el recuerdo tras inspirado regate malabarista que acabó en el recogepelotas. No hubo juego directo ni tampoco elaborado. No hubo nada, la verdad.

“Otra vez será”, decimos todos como tantas otras veces. Aunque no, no es lo mismo que otras veces. Esta vez el equipo ha dado señales que alimentan las esperanzas. No ayer, claro. De ayer solo se puede esperar que la noche sea olvidada lo más pronto posible y luego seguir confiando. Aunque duela y a pesar de los cinco puntos de ventaja que todavía existen. Antes eran ocho. Tal vez ustedes hayan interiorizado también ese mantra recurrente de que lo de ayer eran solo tres puntos más. Los mismos que se ponen en juego en un partido de primavera contra un equipo de media tabla que no se juega demasiado. No es cierto. Ni de lejos.