jueves, 24 de septiembre de 2015

Nunca es fácil ser el nuevo

Nunca es fácil ser el nuevo. En el colegio, ser el nuevo supone verse sometido a una minuciosa observación desde que entras en el aula. Notas las miradas clavándose como puñales en tu espalda mientras buscas un pupitre huérfano y sin dueño desde el que pasar desapercibido en estas primeras horas de la que será tu nueva vida durante al menos un año. Hay veteranos que incluso olfatean a tu alrededor sin disimulo, intentando detectar aroma a repetidor o a refugiado que huye de otras escuelas que quedaron en el recuerdo. Más tarde, cuando te toca leer la redacción sobre cómo fue tu verano, el resto de los alumnos presta más atención de la debida buscando pistas, puntos débiles. Resquicios por los que meter mano a la posible nueva relación. A la hora del recreo lo más probable es verse relegado a ocupar la portería en el partido de fútbol que seis clases juegan simultáneamente en el patio. Con suerte puedes intercambiar unas palabras breves con los otros dos porteros, también nuevos, sobre la operativa a seguir en caso de dos balones que lleguen a la vez. A lo mejor, cuando ya llevas dos semanas de clase alguien te ofrece poder acompañar a modo de prueba al grupo ya formado.

Tampoco es fácil ser el nuevo en el trabajo. Por más que te esfuerces en sacar de lo más hondo una simpatía largamente olvidada es imposible evitar el desconfiado escrutinio de los recién estrenados compañeros. Da igual que te ofrezcas a pagar el café más veces de las que tocan, da lo mismo que rías gracias que te piden a gritos echarte a llorar. Pasarán varios meses, años incluso, antes de ser aceptado como uno más, antes de conocer los códigos que los demás manejan con soltura. Mientras tanto, solo resta la incómoda trinchera de ese traje que te queda largo de mangas, último bastión de resistencia ante los embates de aquellos que piensan que tu llegada les arrebatará la posición ganada a base de trienios.  



No es fácil ser nuevo en este Atleti. Da igual que hayas llegado en olor de multitudes luciendo el marchamo de estrella consolidada en otras tierras y otras escaramuzas. Da lo mismo que hayas regado de sudor la pretemporada diseñada por ese Mengele de la preparación física que es el Profe Ortega. Da igual tu precio, tu condición o tu nacionalidad. No es fácil encontrar una grieta en el muro que en cada encuentro levantan la pareja de centrales uruguayos. No es fácil presionar más que Gabi ni llegar a poseer el conocimiento del juego que atesora Tiago. Nada de simple tiene aguantar sobre los hombros el peso del estandarte que Simeone ha otorgado a Koke. Nadie dijo que fuera sencillo encontrar un hueco en la punta de ataque, desbancando a un Griezmann exuberante y a un Torres que adorna su espléndida veteranía con la ilusión de cuando nos enamoró siendo apenas un adolescente. Todas reglas tienen sus excepciones y esas son Oliver y Filipe. Tampoco ha sido fácil para ellos pero contaban con la ventaja de que ya sabían lo que era esto. Lo suyo ha sido un reencuentro, un deja vu en rojiblanco. Sabían lo que les esperaba y lo que de ellos se espera. Si veinte años no son nada, como dice el tango, una temporada fuera es el destello de una estrella lejana. Un paréntesis que rebosa continuidad.


Todos anhelamos poder llevarnos a la boca una gambeta del Vietto que esperamos. Queremos que la velocidad de Carrasco levante turbulencias que nos despeinen el flequillo. Deseamos empaparnos de la sobriedad de Savic y defenderíamos espada en mano que Thomas recuerda al Patrick Vieira de los mejores años. Moriríamos por ver al Jackson asesino que veíamos por la tele perforar las redes rivales con esa cara de “no es nada personal” que el colombiano refleja antes de disparar. A todos les llegará su hora. Todos serán importantes a lo largo del apasionante camino que se acaba de comenzar a transitar. Cada uno en su medida deberá aportar su granito de arena para levantar la montaña cuya cima esperamos tocar allá por mayo. Será cuando ya todos ellos reciten de memoria los versículos del evangelio del Cholo, hasta entonces todos deben estudiar para aprenderlo de corrido. Nunca es fácil ser el nuevo a no ser que seas Correa. De él hablaremos en futuras ocasiones, los que son como él en ningún lugar se sienten como si fueran nuevos y para ellos todo es mucho más fácil.

martes, 15 de septiembre de 2015

Parones, chorizos y tempranos análisis

Sabemos por experiencia que un parón de selecciones es como un primo lejano que viene a la ciudad y se te mete en casa de okupa con la austera intención de ahorrarse el hotel. El parón, que siempre aparece de manera inoportuna y más cuando la liga acaba de comenzar y todavía no ha dado tiempo a saborearla, se presenta en nuestros dominios con su maleta de cartón e intenta paliar su molesta condición aportando a la causa familiar suculentas viandas traídas del pueblo, algo muy apreciado por los que somos de ciudad. Llenas están las hemerotecas de casos en los que pobres urbanitas como el que suscribe se regodean paladeando chorizo de gato disfrazado de cerdo ibérico pero que degustado lejos del asfalto da el pego como si el minino hubiera sido alimentado con bellotas desde su más tierna infancia. Teniendo al parón en casa uno no puede pasearse en calzoncillos ni meterse el dedo en la nariz cuando le pica y debe evitar aparecer en la cocina con las sandalias de la piscina sobre unos calcetines de rombos por muy cómodo que el conjunto resulte. Es probable también que uno se vea desterrado a dormir al sillón porque al parón hay que dejarle la cama del niño para que tenga algo de esa intimidad que nos ha robado con alevosía, pasando inmediatamente el niño a dormir con la madre siguiendo el dictado de una de esas leyes no escritas sobre prioridades que existen en todos nuestros domicilios. Uno cuenta los días para que el parón termine pronto de solucionar los asuntos que le han traído a estos nuestros lares y se vaya con viento fresco para poder recuperar nuestra vida: nuestra cama, nuestros discutibles estilismos caseros, nuestros sábados y domingos con fútbol de nuestro equipo y no con partidos contra combinados nacionales que representan a países con nombres de postre o de enfermedad contagiosa. Aun así, en esta ocasión uno agradece que el parón de selecciones se hiciera carne después del partido en el Pizjuán. Con ese regusto a partido grande, a equipo que puede aspirar a todo que dejó el Atleti.




Si el parón se hubiera demorado solo un poco, si su tren hubiera llegado una jornada más tarde a la estación, hubiéramos tenido que soportar la estancia del parón escuchando los lamentos de los habituales cenizos, que los hay y a racimos entre los nuestros y entre otros de cuyo nombre no quiero acordarme. No estuvo bien el Atleti ante el equipo del padre de los hijos de Shakira, sí. Tal vez no salió el plan como se esperaba pero tuvieron en el lance más peso los fallos individuales y las actuaciones algo oscuras que los fallos en el planteamiento. Lo mismo alguien ha llegado a interiorizar tras un verano de castigo subliminal que este Atleti está confeccionado para retar a los dos equipos del régimen a campo abierto. Cierto es que David tumbó a Goliath y a eso se aspira, pero con honda, no a bofetadas. Cuando el equipo se olvida de meter en el equipaje la presión asfixiante o el acudir a la llamada de los balones divididos como si no hubiera mañana y cuando varios de los acostumbradamente más brillantes entre los nuestros se ponen de acuerdo para levantarse poco católicos ocurre algo parecido a lo que ocurrió. Añadan a la ecuación si son ustedes tan amables que Marimar y Messi rebuscaron en la chistera para sacar de ella dos palomas justo cuando el número flaqueaba. Nada de jinetes apocalípticos ni de aguas que se abren. Solo fútbol.


A favor de los que suelen apreciar la botella medio llena habría que apostillar que un Atleti en clara fase de rodaje perdió por un escaso margen de diferencia y que hasta se puso por delante a pesar de los pesares. No me esperen tan pronto para señalar, que además queda muy feo, ni para buscar alternativas desesperadas. Nadie prometió que esto fuera a ser fácil ni que las temporadas se analizaran cuando empiezan a dar sus primeros y titubeantes pasos. Tomen ustedes distancia, disfruten del camino y sean pacientes. Tiempo habrá para jubilar, vender o mandar a hacer puñetas a éste o aquel y para saber si los nuevos fichajes acaban convirtiéndose a la religión de la cual Simeone es el único profeta verdadero. No confundan exigencia con cortoplacismo, por caridad. Mientras tanto, permítanme disfrutar de los últimos vestigios del glorioso chorizo que el parón me trajo como obsequio para intentar minimizar los trastornos ocasionados por su presencia. Nada que ver con los chorizos de aquí, de la ciudad. El de pueblo tiene un sabor difícil de describir, una frescura que parece que el cerdo que lo posibilitó hubiera pronunciado su último miau hace tan solo unos minutos…