martes, 14 de noviembre de 2017

El retraso

Hay mañanas en las que tras parecer haber superado con éxito la rutinaria contrarreloj diaria, todo se tuerce en el último momento. El niño espera junto a la puerta de casa abrigado como para afrontar una expedición al Himalaya. Las tazas ya descansan en el fregadero, tras mucha pelea secas como un pantano castellano. La camisa todavía luce las líneas del planchado que irán perdiéndose con el paso de las horas. Es entonces cuando te palpas los bolsillos y reparas en que faltan las llaves. O quizás el móvil. A lo mejor los goles y la sonrisa de Antoine.

En esos segundos de pánico todo se viene abajo. Esas ausencias hacen que el plan se derrumbe como un castillo de naipes. Buscas en todos los sitios posibles. Revuelves el cubo de la ropa sucia y, entre calcetines tiesos, encuentras declaraciones realizadas al borde de una piscina que no esconden las ganas de marcharse del Atleti. Finalmente, los objetos buscados acaban apareciendo aplicando solamente una pizca de pausa. Las más de las veces suelen estar en algún lugar previsible: las llaves en el cajón del mueble del pasillo de entrada, el móvil en el baño, justo al lado del rollo de papel higiénico. No obstante, cuando lo perdido es la actitud de un atacante, no solo basta pausa y detenimiento. Tal vez para reencontrarlos sea necesaria una estancia con todos los gastos pagados (la pasada revisión contractual manda) en el banquillo o la grada ¿Por qué conformarse con sacarle del campo diez minutos antes de un nuevo desastre? Normalmente, el cartelón del cuarto árbitro alivia pero casi nunca soluciona. Se entienden las sustituciones cuando el partido y el ánimo agonizan. Aferrados a un (no siempre) probable arreón final, ¿que sentido tendría colgar balones al área para que sean rematados de cabeza por alguien que la tiene en Manchester?


Pese a ser breve, el retraso ocasionado por la búsqueda trastoca el plan de forma irreparable. Se tuercen el día, la tarde o incluso la temporada. La existencia se compone de esos pequeños automatismos que la hacen llevadera. Cinco minutos de demora pueden suponer media hora más de atasco. Diez o quince partidos sin noticias de la estrella conllevan las casi segura eliminación en Champions. Cientos de trenes se escapan en esos instantes de zozobra. Miles de parejas se rompen. En millones de pases de la muerte el rematador no llega a contactar con el balón por una décima de segundo. El fútbol, o lo que es lo mismo, la vida, no esperan. Las mañanas y los pases entre líneas caducan a velocidad de relámpago. Con menos razón a aquellos que podrían utilizar su sueldo como eficaz repelente de la pereza. El tiempo de la comprensión y los perdones yace aquí, muerto a consecuencia de un retraso. Aunque lo parezca, la vida no es un tweet que pueda borrarse y empezar de cero. Da igual que sea suyo o de su hermano.