lunes, 30 de abril de 2012

Ensayo sobre la resaca


El sonido del despertador sacudió a Leónidas de su movido sueño. Había pasado la noche enrollándose y desenrollándose en la funda nórdica, levantándose mil y una veces al baño y a beber agua, tragando tabletas de antiácido con avidez y ocupando la cabeza con una pesadilla recurrente en la que una cajera de Mercadona desdentada le negaba el cambio para el carro con el consiguiente quebranto anatómico y moral para su persona. Se sentó en la cama despacio, midiendo los movimientos cuidadosamente para no ejercer más aceleración de la necesaria a su cerebro, convertido en esos instantes en sede organizadora de un campeonato mundial de bailes folclóricos a base de dulzaina y tamboril o algo sospechosamente parecido. Él, que era una persona coherente, no acudiría al fácil propósito de decirse que no volvería a beber. Él no era de esos. Él moriría con su idea, lo mismo que Juanma Lillo, aunque a éste último le hayamos visto morir mil veces y todavía no tengamos clara en qué demontres se basa su idea.

Visualizó sus próximos pasos al detalle. No era de esos que hacen caso a las recomendaciones de los demás para trances parecidos: “Tómate una cerveza en ayunas y se te pasa”, “Un buen vaso de zumo de tomate es lo mejor por sus propiedades depurativas”. Nada de eso. Él tenía claro que el problema estuvo en la mezcla. Ese chorrito de brandy en el café fue el que fastidió toda la noche. Esa pequeña dosis de licor extranjero y ajeno a lo que tenía en el estómago era la que había desencadenado la boca pastosa, el dolor de cabeza y las ganas de morir rápidamente. De esa burra no le iba a bajar nadie. Moriría con su idea, lo mismo que Juanma Lillo, sin hacer caso a los que aseguraban con tanta ligereza que el problema no estaba el brandy sino los diecisiete gintonics previos y posteriores…



El Atleti se desplazó a Sevilla para jugar un partido resacoso para ambos contendientes. De un lado, los béticos inmersos en noches con aroma a fino que terminan rayando el alba, del otro los rojiblancos nadando en la dulce resaca de la borrachera europea del jueves. Se jugaban más los otros que los unos, ya casi salvados. Se jugaban el poder seguir soñando con alcanzar esos puestos casi utópicos e incomprensiblemente lejanos la mayoría de las veces. Salió el Atleti con casi todo al campo y también con Salvio. Quedaban fuera de la titularidad Arda, sin duda revuelto de estómago tras sus últimas y brillantes actuaciones, Miranda y Mario, aunque a este último no se le presuponga más resaca que la propia de abusar del licor de las redes sociales. Salió el Atleti como al trantrán, parsimonioso, sin ganas de hacer ningún movimiento brusco que pudiera conllevar dolores de cabeza. Salió el Betis sin ganas de hacer daño y con olor a fritura todavía encima. Empanados o más bien enharinados los dos.

Aún así, casi sin querer, los nuestros se hicieron con un mando del partido relativo y cómodo. Era como una tregua dentro de otras batallas libradas. Un armisticio de juego pastoso y boca seca que fue suficiente para rondar el gol en alguna que otra ocasión. Era Salvio el que llevaba más peligro, a la portería contraria, no crean, pero no se llegaba a materializar ese dominio en goles. Algún ¡uy! y muy pocos ¡ays! resumen una primera parte resacosa. Prescindible. Funcionarial. Poca cosa. Se retiraron los conjuntos a la caseta…

– ¿Qué me dice? ¿A la feria se fueron?

– No. Y no fue por falta de ganas, ni de ellos ni del respetable.

Comparecieron los equipos en el segundo tiempo con la misma dinámica: “Pase usted”, “No, no, usted primero, que va cargado de ilusiones para llegar a Champions”, “No crea, a usted también se le ve con falta de un punto para asegurar la permanencia”. Se acercaba el Atleti pero no remataba. Salió Koke por un Diego exhausto y jugó muy buenos minutos ofreciéndose y llegando al área. Fruto de una de esas llegadas llegó un gol, así como si nada. Un gol mal defendido y tras fenomenal dejada de Falcao, para que luego digan que los delanteros centros son egoístas. Tan resacoso parecía el Betis que se fue el Atleti más para arriba tras el gol. Demasiado arriba tal vez. Tan cerca parecía el segundo y que empezó aparecer la sombra del empate. Recobró lucidez el Betis entre sevillana y sevillana y entre platos de gambas de Huelva y jamón con pan de picos. No solo empató sino que se pudo por delante en un par de jugadas plenas de posiciones adelantadas y manos blandas y temblorosas de nuestro portero.

Justo ahí, ahí mismo, nos dimos cuenta que toda resaca tiene aparejado su bajón correspondiente. Reparamos en que las plantillas cortas no pueden mantenerse de fiesta varios días seguidos sin sufrir consecuencias. Los que más y los que menos dejaron de hacer las cuentas para llegar a los manidos objetivos y se zambulleron en el dolor de cabeza habitual, el de casi todos los años. En los oídos zumbaba todavía la música de muchas otras noches: “¡Si no hubiéramos dejado escapar esos dos puntos de Santander!”, “¡Si se hubiera ganado al Sporting!” De casi nada sirvió el postrer gol del colombiano, que trajo algo de insuficiente justicia. Queda un sabor de pescado que no es del día. De mezclas de licores poco recomendables. Sí, lo pasamos muy bien en la fiesta del otro día, pero hoy tenemos poco cuerpo para nada. Nuestro hígado no da para tanta feria y tan seguida. Aún así, los hay que todavía piensan en poder llegar frescos y despejados a ciertas posiciones de la tabla y defienden sus argumentos con números e hipótesis peregrinas. Morirán con esa resacosa idea, lo mismo que Juanma Lillo…

viernes, 27 de abril de 2012

A Bucarest con escala en Transilvania


Ayer no era un día normal para la Peña atlética de Transilvania. Sus miembros y miembras (como pueden ver en Transilvania serán un poco supersticiosos pero lo de la paridad lo llevan en la sangre), por fin pudieron reunirse para ver todos juntitos el partido del Atleti en el mesón del pueblo después de un año de partidos matinales que impedía un quórum mínimo aunque fuera de manera extracorpórea. Con tanto partido mañanero, los integrantes de una de las más antiguas peñas rojiblancas se han visto obligados durante toda la temporada a trasnochar, o más bien trasmañanar, intentando escuchar vía transistor el partido del equipo de sus amores en la cripta, misión casi imposible ésta porque como todo el mundo sabe una cripta no es buena ni para la artrosis ni para captar ondas radiofónicas con antena telescópica. La emoción era doble: por un lado, la importancia del partido en cuestión, nada menos que una semifinal europea, por otro, el hecho de que la final soñada se fuera a disputar ahí al lado como quien dice, con lo que el desplazamiento del personal para vivir in situ el evento se torna obligado y llevadero, aspecto nada desdeñable cuando de movilizar la infraestructura propia de una peña con la idiosincrasia de la que nos ocupa se trata. Tras los abrazos salutatorios y los típicas conversaciones de reencuentro: (“Hija, yo no sé cómo lo haces pero parece que tuvieras tres siglos menos de los que tienes, que piel más cerúlea y qué ojeras tan bien trabajadas” o “Mira ese que buen color tiene, claro, solo toma sangre de tetrabrik con abrefácil y eso a la larga se paga”), los asistentes se sentaron muy tiesos delante del televisor para ver el inicio del partido.

Se plantó el Atleti algo reservón en Mestalla o tal vez fue el Valencia el que salió un poco desatado. Los chés llegaban con facilidad a las inmediaciones del área colchonera con más sensación de peligro que peligro en sí. Nadie dijo que fuera a ser fácil, pero anduvimos un buen rato sin que la camisa nos llegara al cuello. Uno piensa que la clave de esos minutos estuvo en la actuación de dos parejas de jugadores. En la parte negativa, unos Tiago y Mario con la poca sangre habitual, superados ampliamente por los volantes levantinos. En la positiva, unos centrales que firmaron uno de sus partidos más serios como pareja a pesar de esa tendencia que tienen a hacernos mala sangre con sus burdos fallos puntuales. Muy bien estuvieron Godín y Miranda toda la noche y volvió a estar entonado de nuevo Courtois, al que habría que agradecer un par de intervenciones meritorias que evitaron que se nos disparara la presión sanguínea. No presionaba el Atleti, no se mantenía el balón en nuestro poder y daba la sensación de que el primer gol de los rivales era una cuestión de tiempo por el empuje que mostraba. Después de pedir la hora durante casi treinta minutos, los nuestros se agarraron al descanso con alivio, con esa veneración con la que en la patria de nuestros protagonistas de hoy, los lugareños se aferran a crucifijos y baldes de agua bendita. Quedaba el resultado intacto, incólume, que no era poco después de ver lo que se había visto.

A pesar de los años que los contemplan y la de cosas que han visto, quedaron algo azorados esos atléticos transilvanos e intentaron engañar al bajón propio del descanso con esos pequeños gestos con los que todos nos entretenemos mientras bajamos pulsaciones: visitas al tocador, que siempre está bien estirar las piernas por muy contrario a los espejos que sea uno; salir a fumar un cigarrito a la noche refrescada por el aire que viene de los Cárpatos; “¿Señor mesonero, ¿no tendrá usted una ración de morcilla o de sangre encebollada?” ,“No, solo tenemos pollo al ajillo”, “No me joda, al ajillo no, que pasamos luego una mañana toledana”…En fin, lo que haríamos todos.



Empezó la segunda parte con un Valencia más comedido, con un colmillo menos afilado. Seguía empujando, sí, pero ya se sabe que, cuando se trata de remontar, las ansiedades vencen a las voluntades a medida que el reloj corre. Empezó el Atleti a no pasar tantos apuros, empezó a estirar el cuello para mirar más allá de su área. Los de arriba, invisibles hasta el momento, recibían alimento de balón. Reparamos en que Arda, Diego y Adrián estaban en el campo y en una de sus combinaciones el asturiano selló el pasaporte a Bucarest de un latigazo violento y hemoglobínico.

– Ya lo decía yo –apuntó la vizcondesa Natasha, tesorera de la peña –. Esto lo tenía que arreglar Adrián, que es quien más sangre fría tiene. Líbreme el destino de cruzarme con sangres más calientes. Una añada fresca y afrutada de sangre fría es otra cosa, ¡dónde va a parar!.

El gol fue como una estaca en el corazón de la fe valencianista. De ahí al final quedó tiempo para abrazos, para alguna lagrimita, para que Tiago sacara a relucir su sangre caliente a destiempo y para que alguno solicitara permiso para hacer una vista a Soldado cualquier noche de estas para tentarle la yugular con ánimo de hacerle siervo, que alguien de su carácter y pasado no merece pertenecer a según qué nobles colectivos.

– No podía ser de otra manera. No podíamos caer en el día del cumpleaños del Atleti –peroró Don Vlad, presidente y miembro más veterano de la peña–. ¡Fijaos, 109 años de vida! Como mi pequeño Vlade, que está hecho un torbellino –dijo señalando a un mozalbete pálido y revoltoso que miraba al gato del mesonero con avaricia–. Pues, nada, a ganar la final.

“A ganar”, gritaron todos a coro mientras salían todos del local para fundirse en uno con la noche. “¿Te quedas a tomar la última?”, “¡Uy!, no. Que tengo a la madre de mi mujer en el castillo pasando unos días y no quiero dormir en el sarcófago de invitados”. Quedaron todos en reunirse de nuevo para ir a Bucarest. Para vivir una noche que esperemos nos haga entrar en la eternidad. Ellos saben lo que es eso. Lo de la eternidad, digo. Ellos saben de eso y saben también de por qué de eligieron estos colores a los que aman como ustedes o como yo. Por ser rojo de sangre y blanco de palidez. No podía ser de otra manera….

lunes, 23 de abril de 2012

Los atléticos del futuro


Ya era hora. Ya era hora de poner un partido a un horario de copa y puro y no de café con porras. Ya era hora de que la parroquia se broncease con el sol de la tarde, mucho menos dañino que ese sol de la mañana que aconseja protecciones factor 50. Ya era hora de dejar al despertador quietecito los domingos. Ya era hora de que los atléticos pudiéramos dedicar la mañana dominical a holgazanear o a arreglar el recodo de la tubería de debajo del fregadero, que lleva perdiendo desde hace ya ni se sabe sin más solución que poner una bayeta debajo. Ya era hora oigan, ya era hora.

Se dirigieron los atléticos al estadio y lo hicieron con sus churumbeles de la mano. Se llenó el estadio y los alrededores de atléticos de nuevo cuño, de rojiblancos con coletas y pantalones cortos continuistas de la tradición familiar. Uno los mira y detrás de esas camisetas de varias tallas más grandes de lo aconsejable, ve un presente lleno de inocencia y odio a las verduras rehogadas y un futuro en el que podrán ver a un Atleti que sea de ellos y no de hacienda o de un fondo de inversión. Uno ve una felicidad y una emoción en ellos cuando se acercan al estadio que reconoce perdida en muchos otros. Ellos son los atléticos del futuro y tarea de sus progenitores es ilustrarles sobre la historia de la institución cuando el demonio de la tentación se cruce en sus caminos para ofrecerles transitar en cuestiones futbolísticas por terrenos más fáciles, por esos terrenos bipartidistas a los que se ven tristemente abocados algunos por mor de esta sociedad nuestra de pensamiento único. Servidor, que no es partidario de aferrarse a las tradiciones familiares en todos los campos y para ello aporta los sangrantes ejemplos de Rody o Liberto Rabal como exponentes de grandes carreras como apretadores de tuercas que se perdieron por seguir el camino de su estirpe, sí pide a las madres y padres cuidar de ese legado atlético. Falta hace ese recuerdo para minimizar el daño que infringe el digno continuador del padre que le preparó que ahora rige nuestros destinos.

Sin que casi diera tiempo a los niños a ocupar los asientos en los que colgaban sus piernas, se puso el Atleti por delante. Fue tras una jugada de bloqueos y pantallas en el área que culminó Godín en lo que algunos bautizaron como su particular quite del perdón por las terribles actuaciones que nos brindó en episodios anteriores. Tras el gol volvió el Atleti a pecar de echarse algo atrás y se temió a partes iguales por el resultado y por una posible expulsión de un Gabi sobreexcitado. Se fue haciendo el Español, así con eñe, con el mando del partido y los niños empezaron a preguntar a sus mayores qué por qué el Atleti no iba a por el segundo, no sabiendo los padres si echarle la culpa al cansancio del primoroso partido del jueves pasado o acogerse a la quinta enmienda para no contestar. El caso es que, entre cuestiones de los preguntones infantes se fue pasando la tarde: “Mamá, ¿por qué Indy desaparece en cuanto se tira la foto con las nuevas generaciones?”, “Abuelo, ¿si no me pongo derecho en la silla acabaré como ese jugador del Atleti que juega en banda derecha?”, “¿En una pelea a muerte quién ganaría? ¿Juanfran o Lobezno?” Mientras los niños preguntaban curiosos y algo aburridos por lo que se veía sobre el terreno de juego, los de Cornellá empataron aprovechando empanada defensiva colectiva y hasta hicieron temblar el poste de la portería del belga que dejó la juventud hace poco rato en un saque de falta que produjo la petición popular de la hora para ver si el descanso cambiaba las dinámicas, la del equipo y la de los interrogadores jovenzuelos.



Tras el descanso, y con la grada saboreando las excelencias del tradicional en días como estos, bocadillo de nocilla, salió otro Atleti. No el desatado y brillante de hace unos días, no, pero uno bueno de todos modos. Dejaron los niños de hacer preguntas inoportunas mientras ponían sus ojos en el campo y especialmente en el número 11 de los nuestros. Empezó el turco a destapar el tarro de sus otomanas esencias y metió un gol acrobático que dejó al respetable de todas las edades con la boca abierta.

– Paquito, hijo, cierra la boca que se te va llenar de moscas con tanta nocilla como tienes en los dientes –reprendían los padres con regocijo pero sin descuidar aspectos educativos de sus cachorros.

No había dejado la muchachada de glosar el primer zarpazo de Arda cuando éste anotó el segundo de su cuenta tras remate al palo y dibujo de trayectoria curva con forma de cimitarra de sultán con la que el balón quiso homenajear al ejecutor. Partido resuelto y bullanguera fiesta con Turan como hombre más aclamado. De ahí al final, el equipo se sumó a la celebración con invitados de esos a los que uno no espera casi nunca, por lo que los púberes colchoneros preguntaron con un deje de maledicencia: “Mamá, ¿de verdad ese que se ha ido de cuatro y ha tirado dos caños es Salvio?”, “Tío Eufrasio, ¿no es ese que corta, manda y reparte juego Mario Suárez, al que tú normalmente dedicas epítetos que recuerdan a su familia más cercana?”. Miraban los mayores orgullosos a sus pequeños y miraban al campo con incredulidad y con un orgullo parecido por lo que el equipo ha brindado en últimos compromisos. 

Murió el partido de manera plácida, entre jolgorio y coreos de cambios oportunos en los que es tan experto Simeone y salieron los niños del campo un poco más convencidos de su atleticidad. Tan contentos iban que llegaron a casa y accedieron a bañarse y lavarse el pelo sin que esto supusiera la lucha acostumbrada. Se pusieron el pijama sin rechistar y comieron el plato de verduras rehogadas que ayer parecía menos soso. No hubo reproches a la hora de acostarse, ellos y ellas mismos se fueron a repasar mentalmente lo que habían visto durante la tarde antes de caer rendidos. Cuando los mayores fueron a darles el beso de buenas noches, los reyes de la casa dictaron sentencia:

– Mamá, yo de mayor quiero ser Arda Turán…– dijeron todos ante la emoción de unos progenitores a los que una lagrimita empezaba a asomar en la mirada.

viernes, 20 de abril de 2012

Hablemos de la camiseta...

Los alguaciles que guardaban la puerta del camino del Este pararon al viajero que se disponía a traspasar la muralla de la ciudad como tantos otros que iban a ofrecer sus mercaderías en días como ese y le miraron de arriba abajo como sólo sabían mirar los alguaciles en la antigüedad, lo que llevado a nuestros días sería la mirada propia de portero de discoteca cuando ve unos calcetines blancos con raquetas cruzadas.

– Maese…¿Émery? ¿De dónde proviene ese nombre? ¿Es vuesa merced normando? ¿Occitano? ¿De padres librepensadores y a la vez diletantes heráldicos? –inquirió uno de los guardianes con desconfianza.

– Pues no, querido amigo. Soy norteño pero vengo de Levante. Traigo a la ciudad mi repertorio de muecas y gestos desenfrenados. Me dedico a la venta itinerante de ilusiones y jugadas de estrategia, sé que suena pretencioso pero normalmente cumplo objetivos –respondió ufano el caminante mostrando una rapidez de manos propia de un extra de película de Bruce Lee.

– ¿Y qué le trae por estos pagos?

– Le cuento, a pesar de tener mi sede en Levante, allí mi arte anda bajo sospecha. No hay día que no me silben al pasar por la ribera del Turia, ni día que no me comparen por mis cambios con mi burro, aquí presente.

– Ya…Hablando del burro, y sin ánimo de establecer comparaciones équidas, ¿qué atesora usted en las alforjas del susodicho para que ande tan exigido físicamente?

– ¡Bah!, minucias…Fruslerías para vender de cara a llevar una escudilla de comida a la boca ¡Ah! Y también traigo telas, retales al peso de muy buen ver provenientes de los afamados telares de Valencia –confesó Maese Émery con franqueza.

– Pues nada, señor viajante ¡Ya se está usted dando la vuelta y retomando el camino hacia sus Levantes con viento fresco! Intentar colocar telas de Valencia con la bien sabida poca resistencia que tienen las mismas es de ser muy rufián. 

El repeinado buhonero dio media vuelta para volverse por donde vino. Quedaron los alguaciles comentando la poca vergüenza de aquellos que comercian con paños de Valencia:

– ¡Anda que..! Tiene tela el gachó…Mira que mentar la tela valenciana con la que está cayendo….Eso sí, ¡cómo movía las manos el tío!....



Venía el Valencia de Émery al Calderón y durante toda la semana no se ha hablado de otra cosa que no fuera de una camiseta. A unos les sigue escociendo el ultraje que supuso aquel agarrón que terminó en serbio destape de hace dos años. A otros, les extraña lo grabadas que quedan algunas imágenes en la memoria colectiva y lo volátiles que parecen otras como dos fueras de juego inexistentes pitados en contra en acciones de gol. Todos, desconfían desde entonces de la calidad de las zamarras fabricadas en el levante español hasta tal punto que prefieren comprar chinescas imitaciones de blazers malva de Zara para uniformar al equipo de la urbanización en el típico torneo canicular de veraneantes contra aborígenes que se celebra en cualquier pueblo de serranía. No se ha hablado casi nada de la irregularidad de los equipos, de lo que emociona meter un gol en campo contrario, ni de la importancia que la competición entre manos pudiera tener para tapar vergüenzas clasificatorias. De eso nada. Si hay que hablar de algo, hablemos de la camiseta.

Puestos a hablar camisetas, hablemos de la nuestra. Hablemos de ella, del peso que parece dejar sobre hombros no demasiado preparados para llevarla, de lo resistente que es para soportar el pisoteo que la gerencia perpetra contra ella, de lo sufrida que fue cuando la mancharon con publicidad de películas de palomita acaramelada. Hablemos de que muchas veces no reconocemos los valores que se presuponen en los que se la enfundan, pero hablemos también de otros días como ayer en los que sobre el campo parecía que hubiera muchas más de once. Hablemos de un entrenador que la respeta y sabe lo que significa. Hablemos de la especial sensación que debe suponer sudarla hasta la extenuación mientras la grada corea tu nombre. Hablemos, hablemos…

Puede que hiciera noche de camiseta sobre sudadera y también de camiseta interior para los que se acercaron al Calderón, pero sobre el campo sobraba todo lo que no fuera la zamarra rojiblanca. Salió el Atleti desatado, ávido. Vimos al Atleti como en muchos años no lo habíamos visto. Salió el Atleti sin publicidades cambiantes en la elástica. Fue a por el partido de cara y a tumba abierta. Se veía al equipo enchufado y Arda Turán más. Los primeros veinticinco minutos del equipo fueron maravillosos, pero lo del turco fue de órdago. Tras varias incursiones percutiendo por la izquierda, fabricó un gol que tuvo control malabar, autopase casi largo y pillería marca de la casa que Falcao cabeceó a las mallas con la eficiencia acostumbrada. No crean que los nuestros se fueron a guardar la renta a su área, no. Seguía el equipo desmelenado, ganando cada duelo y cada porfía ante un Valencia superado. Quiso el fútbol, tan injusto tantas veces, que los visitantes se llevaran un gol en el descuento de la única manera en la que parecían poder hacer algo de daño, a balón parado. Se vino el descanso encima con ese agridulce sabor del mal resultado pero del buen juego. Los aficionados se estiraron las mangas de las camisetas para engañar a la fresca noche, muchos niños empezaron a entender lo que significa esa camiseta que le ponen sus padres y Gabi echó a lavar la suya, llena de sudor por la inmensidad de kilómetros recorridos y de sangre por la intensidad de la batalla a codo limpio.

Salieron los equipos al campo tras el paréntesis y volvió el Atleti a morder. Volvió a ser la rojiblanca omnipresente. Se marcó un segundo casi en remate colectivo. Se marcó un tercero con esa pasmosa facilidad que tiene Adrián para hacer sencillo lo complicado y se marcó un cuarto que hubiera propiciado el lanzamiento de una cartilla de cupones para la adquisición de cuberterías y vajillas conmemorativas con la cara del ejecutor, si éste hubiera acaecido un poco más al norte de la ciudad. La afición se besaba el escudo de la camiseta y se persignaba teatralmente ante la transformación de los suyos. Los más viejos se permitieron sonreír abiertamente tras tantos lances de boca apretada y los más jóvenes empezaban a comprender por qué somos del Atleti a pesar de todo lo que ustedes ya saben. 

Imposible destacar a alguno por encima de los demás sin pecar de injusto: un descomunal Falcao, un brillante Adrián, un desconocido por su atrevimiento Filipe, un inconmensurable Gabi, un omnipresente aunque algo sobreactuado Diego, un internacional ya Juanfran, un Arda que enamora, un meritorio Miranda, un Domínguez que parece volver a ser lo que iba a ser, un Mario al que casi le perdonamos los pases a la nada por su lucha y los balones que robó y un Courtois al que se le está criticando por la helada jarra que nos cayó en lo alto cuando la fiesta tocaba a su fin. Podríamos discutir ustedes y yo sobre si en estos goles de ayer o en los de aquel otro día hubiera podido hacer más y a lo mejor hasta llegábamos a un entente cordial, pero puestos a discutir sobre porteros cedidos, mejor hablemos sobre la idoneidad de traer a becarios para otras empresas con derecho a minutada y dejemos tranquilo al belga.  

Nos dejó cara de tontos el desenlace del encuentro. Nos dejó bien pero mal. Los que tras el golazo de Falcao empezaron a buscar vuelos a Bucarest por internet, anularon la transacción cuando ya sólo les faltaba meter la fecha de expiración de la tarjeta de crédito. Habrá que ir a Mestalla sin esa suficiencia de saber que los deberes están hechos, pero habrá que ir agarrándose a la dinámica que pudiera dejar el partido de ayer. Tal vez se pasará mal o a lo mejor será una noche de relajo y disfrute. Lo que es seguro es que el jueves que viene nos volveremos a poner la camiseta con esos alegres colores rojo y blanco y lo haremos con el orgullo con el que siempre lo hacemos y con un poquito más por saber que hay días en los que esos a los que pagan por ponérsela entienden realmente lo que significa. 

lunes, 16 de abril de 2012

Fútbol de barrio (o el no saber quien es uno)

Como todos los domingos por la mañana, el grupo se reunió entre bostezos y desperezos varios. Se reunió como tantos otros grupos de amigos que pretenden engañar al tiempo jugando en ligas municipales de barrio.

– Buenas…Mirad, éste es Tiburcio, el compañero de trabajo del que os hablé. Es un futbolero empedernido y nos viene a echar una mano para que podamos tener un cambio.

– ¿Y con qué ficha va a jugar? –preguntó alguien tras los saludos de rigor.

– Con la de Edu, claro. Si él ya nunca viene desde que se ha echado esa novia con la que anda descubriendo en sentido totalmente bíblico las bonanzas del turismo rural. Fijaos, fijaos, si tuerce un poco la cara y abre la boca mucho, hasta tiene un aire a Edu – dijo el entusiasta cicerone mientras el resto del elenco miraba con desconfianza por no ver el parecido por ninguna parte.

– Bueno…Pues a partir de ahora tú eres Edu – pontificó el portero con esa autoridad que tienen los cancerberos con mucha barriga.

Se desarrollaba el partido como siempre: lleno de goles tontos, discusiones subidas de tono y golpeos de balón indignos. “Sal, Edu”, dijo alguien sin que el nuevo fichaje se diese casi por aludido. “¡Edu!”, llamaron de nuevo hasta que el suplantador de flamante ingreso entró al campo. Salió Tiburcio-Edu y no es que no cambiara el signo del partido, es que casi ni la tocó, lo que parecía lógico dado el poco acoplamiento de la plantilla con su nuevo compañero. Eso sí, de tanto oír “¡Edu, tapa!”, “¡Edu, aquí, solo!”, Tiburcio se sentía más Edu. Ya casi se había olvidado cómo se llamaba en realidad e incluso pidió jugar como delantero centro como hacía el Edu real. Tan Edu se sentía, que en un corner ensayado cuya estrategia evidentemente él no conocía, fue a rematar en plancha un balón al primer palo cuando debería haberlo dejado pasar. Edu-Tiburcio se golpeó con violencia contra el poste quedando conmocionado tras el brutal impacto.

– ¡Edu!...¿Estás bien Edu? –preguntaban compañeros y rivales arremolinados a su alrededor mientras le abofeteaban esperando una reacción.

Llegados a este punto y ante la gravedad de la situación, el defensa central del equipo contrario, desde la autoridad que le confería ser uno de los más veteranos de la tuna de medicina pese a seguir en el segundo curso a sus cincuenta y dos años, decidió lobotomizar al accidentado con un palo de chupa-chup que encontró al borde del terreno de juego para intentar mejorar la presión craneal de ese Edu impostor.

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La enfermera del turno de noche del pabellón de enfermos de larga duración vigilaba los valores que devolvían los aparatos. Tras un rápido reconocimiento del paciente, anotó el resultado de sus observaciones en la pizarra que colgaba a los pies de todas las camas del sanatorio:

“El paciente Eduardo Tamboril sigue sin responder a estímulos sencillos como el reconocimiento de su nombre. Se aconseja continuar con el tratamiento e incluso aumentar la dosis del mismo con una nueva vuelta de tuerca del palo de chupa-chup incrustado en su cráneo…..”



Tiene Vallecas algo que impregna los partidos que allí se juegan de aroma de futbol de barrio, de fútbol de tierra y rodillas llenas de costras. Será por ese muro que vigila una de las porterías o será por los vallecanos que se arraciman en las terrazas de los edificios colindantes, vayan ustedes a saber. Conscientes de la idiosincrasia de su feudo, los rayistas intentan arrimar el ascua a su sardina y convertir el partido en un duelo con tintes de regional preferente. No por la falta de calidad, que la hay por arrobas en tipos como Movilla, sino por plantear encuentros llenos de trampas y emboscadas. Contra estas legítimas armas que empuñan los franjirrojos, cabe esperar que los equipos contrarios opongan resistencia e incluso intenten imponer su idea balompédica. No fue el caso del Atleti en el partido de ayer.

Salió el Atleti al campo de la calle Payaso Fofó rotando. No es que saliera dando vueltas sobre su eje, no, es que salió sin Gabi, sin Arda y sin Godín, siendo la ausencia de este último menos achacable a la rotación y más a castigo sustitutivo de unas posibles orejas de burro y brazos en cruz por sus últimas actuaciones. Como más destacada novedad táctica, cabe reseñar que ahora Salvio es el que saca los fueras de banda con ánimo de darles profundidad de lanzamiento de catapulta. Dos saques recuerda servidor en el partido de ayer, uno regalado al contrario tras resbalón del cuero sobre los mitones del mediapunta con escoliosis, otro castigado con infantil falta por mala ejecución. Suponemos que se seguirá trabajando en ese aspecto táctico, claramente todavía en proceso de experimentación. Salió el Atleti y se dejó impregnar por el fútbol guerrillero de los de Vallecas. Volvían los balones a no rodar por el suelo, los pases al contrario y los controles imprecisos que acaban en la Avenida de la Albufera. Es curiosa la capacidad de nuestro equipo de mimetizarse con el entorno que le rodea, lo que no habla demasiado bien de la personalidad del mismo. Parece que el Atleti salga al campo y algún señor con barriga le diga: “Tú eres Edu”, y va el Atleti y se lo cree. Se cree que es otro equipo, que no tiene toda la historia que tiene detrás y que no está obligado a salir a mandar y a buscar el partido siempre y en todo lugar. No crean que este Atleti-Edu es fruto de esta temporada, no. De tanto llamarle Edu durante veinticinco años, se siente cómodo rondando la novena plaza y hasta piensa en ir a una fuente a celebrar un cuarto puesto cuando el auténtico Atleti y no éste Edu que nos ha tocado en suerte bajaría la mirada avergonzado ante ciertos partidos y posiciones en la tabla.

El partido de ayer tuvo todos los ingredientes que se suelen ver en campos de tierras compactadas: tuvo sus faltas reiteradas y sus piques; tuvo su árbitro maniático e incomprensible; tuvo su lateral correoso, Juanfran, que amarga la vida de los más habilidosos de los contrarios; tuvo a Movilla, ese veterano curtido en mil batallas; tuvo a Salvio, el típico compañero de equipo rarito que no se queda a tomar nada en el tercer tiempo; tuvo a un entrenador de campechanía marrullera que bloqueó un saque de banda como si fuera un orondo jugador de voleibol; tuvo a Tiago, ese jugador que se pasa el partido pidiendo a los demás que tapen porque él no acaba de llegar a hacerlo; tuvo a Mario todo el partido regalando balones al contrario; tuvo a Domínguez, lo que alegra; tuvo a una banda derecha del equipo rival poblada de jugadores con tan amateurs nombres como Piti y Tito; tuvo a Diego, que si bien tiene más clase que ninguno, a veces desespera por su tendencia a desempeñar el papel de chupón de categorías aficionadas; tuvo cositas de Adrián, aunque no demasiadas; seguro que tuvo también una caja de botellines en la banda aunque el que suscribe no lo pudo ver a través de la tele y solo faltó que saliera un niño espontaneo en mitad del partido para pedirle a un papá fuera de sí que no se peleara. Tuvo también un gol el partido. Un gol de buena ejecución por parte de Falcao y del portero del Rayo, que salió de manera atolondrada y precipitada como esos porteros de equipos de barrio que ante la falta de trabajo, dedican el tiempo a pegar la hebra con una rubia con mechas a la que han invitado a verles jugar en localidad cercana al poste derecho con ánimo de cultivar amistades o lo que surja, más bien lo que surja.

Poco queda de lo de ayer salvo el resultado. Si hablamos de fútbol, de ideas, de sensaciones incluso, nos vamos casi de vacío. Sabemos que la plantilla es corta, sí, mucho, pero muchas veces dan ganas de llamar a algún amigo y decirle que se venga a ayudar para poder hacer algún cambio más. Dan ganas de decirle a ese amigo que este equipo es el Atleti y que aproveche los momentos en los que el balón no está en juego para recordárselo a los que están en el campo con la rojiblanca o zamarra sustitutiva. Parece que los nuestros se hubieran golpeado en la cabeza y no recordaran ahora cuál es exactamente el nivel de exigencia mínimo de este club y debemos ser nosotros, ustedes y yo, los que se lo hagamos saber, ya que no podemos esperar que nadie de la zona noble lo haga. Andan en la zona noble muy ocupados con otras cosas: preparar las rebajas de verano, hablar de que los jugadores juegan donde quieren y hasta sellar una alianza estratégica con un club de barrio de Namibia. Insisto, debemos ser nosotros. Damas y caballeros, esto es el Atleti, el de toda la vida aunque la mayoría no veamos el parecido por ningún sitio salvo en ocasiones muy contadas, justo cuando tuerce un poco la cara y abre la boca mucho...

jueves, 12 de abril de 2012

Cuando éramos mucho más jóvenes...

Cuando muchos de ustedes y yo mismo éramos mucho más jóvenes de lo que somos ahora, uno vivía partidos como este de una manera especial y diferente. Éramos tan insultantemente jóvenes, que los resultados y los puntos que se ponían en juego no se convertían en factores a los que aplicando un logaritmo neperiano y varios paréntesis que multiplicados por un número indeterminado de carambolas favorables en los marcadores de rivales que en ese tiempo no lo eran, nos pudieran otorgar un “siga usted buscando” en el rasca y gana del acostumbrado cuento de la lechera que supone una clasificación europea esmirriada y alevosa. Antes, el Atleti ganaba casi todos los encuentros y, en los que no estaba tan clara la victoria, como en partidos como éste, el resultado era de todo menos predecible. Les contaba lo de la insultante juventud porque en aquellos tiempos, encuentros así traían cola durante toda la semana, pero no en platós y estudios de tertulias de bufanda y vena hinchada, no. Antes la previa de los derbis se jugaba en los patios de los colegios.

Ya desde una semana antes, los recreos andaban convulsos con la ritual danza que se ejecutaba un par de veces al año. A un lado, esa mayoría de niños que simpatizaban con los colores asidos al señorío desde la victoria pero en raras ocasiones desde la derrota. Al otro lado, los niños del Atleti, que en ese tiempo no éramos tan pocos como lo son ahora y estábamos mucho más convencidos de nuestra condición. Bien es verdad que para este tipo de encuentros siempre se necesitaba rellenar la plantilla colchonera con ese compañero rarito que era del equipo exomesetario porque a su madre le gustaba el pelo de Neeskens y con el que era del Burgos porque sus padres acababan de llegar como quien dice a la capital siguiendo los flujos migratorios de la Transición española, ya que no en vano el ser atlético siempre ha tenido un toque de distinción especial y exclusivo que nunca ha estado al alcance de las masas.

Comenzaban las hostilidades con los mozalbetes dejándose la piel en cada lance, como hacían sus mayores en ocasiones así. Con porteros que se lanzaban a atrapar el balón en singular palomita sin tener en cuenta una nueva rotura de ese pantalón con tantas cicatrices como rodilleras cosidas de manera superpuesta para tapar agujeros y dar aspecto de piloto de MotoGp. Con volantes que seguían presionando entre bocado y bocado del gomoso bocadillo de mortadela. Con delanteros habilidosos y hasta algo chupones y con defensas en los que parecía nacer el bigote a pesar de tener apenas diez años. Defensas que colocaban a su equipo a golpe de voz atiplada de preadolescente. Todos fuimos Mejías, Pedraza y Rubio. Nuestro compañero de banco tiraba las faltas como Landáburu, el delegado bajito era un Marina resabiado y el gafitas de la clase corría la banda con la velocidad de Quique Ramos. Muchas veces perdimos y muchas otras ganamos esos partidos sin más descuento que el que otorgaba el timbre de vuelta a las clases. Casi nunca fueron capaces los profesionales de coincidir con nosotros en nuestros abultados resultados. Muchas veces se perdieron los partidos de los grandes, muchas otras se ganaron. Eso sí, en ese Atleti de mayores había también un defensa con bigote que tiraba la línea a golpe de vozarrón, miren por dónde.

Tras la sudorosa y agotadora previa, llegaba el día del partido. Uno se comía el arroz rápido y casi sin masticar para estar ya desde antes de las cinco pegado al transistor que moraba en el cuarto de estar. Allí, uno imaginaba cada jugada que se producía, se mordía las uñas, saltaba con las oportunidades e incluso con los anuncios de Boquillas Targard. Dependiendo del resultado nuestros padres, en un alarde de irresponsabilidad, nos dejaban trasnochar para ver los goles en Estudio Estadio y así poder sentar cátedra en el debate de la mañana siguiente sobre si Votava chutó o centró en aquel balón que se envenenó. Eso sí, los debates duraban hasta la hora del recreo. A un lado, los otros. Al otro, los del Atleti, reafirmados en sus creencias fuera cual fuera el resultado del día anterior. La rueda volvía a girar, esta vez para jugar el postpartido. Muchas veces ganamos y muchas otras veces perdimos….



Puso Simeone prácticamente todo lo que tenía en liza. De entrada parecía lo más razonable ir a por el partido sin pensar en utilizar tácticas más edulcoradas. Se aferraron los nuestros a la presión y también algo a la imprecisión en los primeros minutos. Salió un partido algo bronco. Espeso. Balón dividido y pugna viril. Casi sin darnos cuenta, se fue el Atleti asentando y, si alguien nos hubiera preguntado en ese momento, la emoción nos hubiera llevado a decir que no solo estaba dando la cara sino que incluso merecía. No crean que fuera aquello una hemorragia de oportunidades y de juego total, no, pero era algo. Toda una generación de atléticos se permitió creer un poquito a base de embestidas poco profundas, desde el que vivía su primer partido consciente con el chupete todavía en la boca hasta la que a sus trece años recién cumplidos vuelve a casa los viernes algo achispada y discute con sus progenitores por casi cada cosa. Ninguno de ellos vio nunca ganar al Atleti un partido contra este rival. Se dice pronto.  

Todas esas creencias que eran una sola se difuminaron a raíz de un gol típico de patio de colegio: cañonazo desde lejos que se traga un portero barbilampiño después de que el balón siguiera una trayectoria parecida a la que tomaban los esféricos de goma con logotipo de España 82 cuando eran golpeados con la uña del gordo. Baño helado de realidad. La pegada dicen algunos mientras otros maldecimos por lo raros que siempre nos parecen los goles que encajamos contra el equipo del parque temático petrolífero. Aún así, se levantó el Atleti, no de golpe, que eso siempre marea un poco, pero se levantó. Siguieron los nuestros intentándolo con más corazón que cabeza, con más esfuerzo que claridad. Se nos vino el descanso encima y muchos padres, en un alarde de responsabilidad horaria, mandaron a la cama a esos atléticos bajitos que creen sin haber visto. Fue lo mejor que pudieron hacer.

Fue lo mejor porque aunque se perdieron el gol que insufló una esperanza efímera, lo oyeron desde sus dormitorios justo antes de caer en los brazos de Morfeo y pudieron soñar con romper la dolorosa racha. Durmieron con la felicidad que da la ignorancia de no haber visto esos últimos minutos de sangría. De acularse en tablas, de penaltis atropellados e innecesarios, de televisores apagados entre imprecaciones y de gente pidiendo la cuenta en el bar veinte minutos antes del final. De impotencia y de asunción de que solo es posible la pelea montados en el caballo de una sobreexcitación que acaba acalambrando muslos y gemelos. De lo vacío que está el banquillo y lo llenos de apuntes que están los balances en el apartado del debe. Sí, fue lo mejor.

Puede que esta mañana esa generación de atléticos que han dormido como troncos no hayan caído en preguntar a sus mayores por el resultado final. Puede que no lo hayan hecho viendo las ojeras que el dormir atormentado ha dejado en los rostros de sus progenitores. Irán al colegio y evitarán hablar de fútbol centrándose en los ejercicios de fracciones y en cómo simplificar numerador y denominador con salero. A la hora del recreo se acercarán a sus compañeros con la inercia de cada día y se planteará el partido acostumbrado, no cómo un epílogo de lo de ayer, sino como un eterno prólogo del único partido que en estos tiempos importa. A un lado, esos que idolatran a la recua de lusitanos que celebran los goles de manera malencarada. Al otro, esos que simpatizan con el equipo del barroco ilustrado: azul mediterráneo y grana de falsa humildad transmesetaria. Se le unirán los niños del Atleti, esos de los que cada vez hay menos, para rellenar el partido. Se les añadirá también ese niño apocado que es del Burgos aunque ya nadie recuerde casi en qué categoría anda metido el Burgos. Jugarán el reñido partido con una certeza: de un tiempo a esta parte muchas veces perdimos, ya nunca ganamos. 

viernes, 6 de abril de 2012

Hay tipos...

La cuenta atrás del temporizador adosado a la maraña de cables del artefacto descontaba segundos inexorablemente al plazo que quedaba para que se produjera la explosión. Todos los que quedaban dentro de la zona acordonada se movían trabajosamente dentro de esos trajes de buzo en tierra que se suelen poner los del gremio. Bueno, no todos. Crescencio era el que más cerca estaba de la bomba y ni su atuendo ni sus actos mostraban el más mínimo nerviosismo. Él encontraba aparatoso eso de ponerse corazas para trabajar y por ello esperaba junto al paquete sospechoso con su mejor chándal de los domingos. Se permitió incluso liarse un cigarrillo sin boquilla y dejar que varias briznas de tabaco cayeran sobre el detonador. El resto de sus compañeros nadaban en sudores fríos mientras él demostraba el aplomo que tendríamos ustedes y yo al ir a comprar el pan y permitirnos el lujo de decir que ésa barra no es la que queremos, que nos gusta más ésa otra que está menos cocida. Cuando ya tan solo quedaban treinta segundos para la detonación y el resto de actores de la trama se habían distanciado del lugar de los hechos, Crescencio rebuscó en el bolsillo del pantalón y sacó el cortaúñas que siempre llevaba encima. Se agachó junto a la bomba y estudió con despreocupación las posibilidades ¿Qué cable cortar? ¿El rojo? Sí, el rojo siempre solía ser el que funcionaba en las películas. A lo mejor esta vez era el azul, el verde o el amarillo, vayan ustedes a saber. Justo cuando la pantalla indicaba que solo quedaban cinco segundos de margen, nuestro protagonista se acercó teatralmente a uno de los cables y cortó. No se crean que pensó demasiado en las consecuencias de un posible error. Era lo que tenía ser artificiero y daltónico….



Hay tipos que van por la vida sin mostrar el más mínimo síntoma de preocupación ante ciertos retos. Individuos que suturan una aorta con pulso firme mientras disertan en el quirófano sobre si la mejor manera de tomar los callos es con garbanzos o no. Hay tipos que provocan interjecciones de admiración en los que les ven actuar con tanta seguridad y con tanta sangre fría. A lo mejor alguno de ustedes caería en el error de pensar que más que fría su sangre es de horchata, pero no sería más que un mecanismo de defensa que los que nos atacamos en según qué circunstancias tenemos hacia esos tipos que se mueven por alambres suspendidos con la gracia del que va por la calle de las tiendas deteniéndose a casi cada paso para mirar los escaparates.

Hay tipos que con un primer toque de balón se quitan de en medio a un defensa pegajoso aunque algo torpe y ese detalle hace olvidar una primera parte imprecisa y anunciadora de sufrimientos futuros. Hay tipos que amagan con disparar donde casi todos lo hubieran hecho y continúan conduciendo con el balón cosido a la bota, lo que nos hace no acordarnos de la firmeza defensiva mostrada ante un equipo que no fue demasiado salvo en un rebote tras saque de banda. Hay tipos que recortan hacia fuera a porteros que salen algo alocadamente y parece que van a perder la oportunidad que se les presentan lo que eclipsa un mejor comienzo de segunda parte con dominio y llegadas. Hay tipos que vuelven sobre sus pasos y meten la punta de la bota una décima de segundo antes de que el cancerbero meta las manos en la ecuación de la jugada, lo que parece obviar el buen partido de algunos de sus compañeros como Courtois, Diego, Tiago, Perea o Mario. Hay tipos que, cuando todos estábamos chutando imaginariamente desde nuestros sillones, esperan un segundo para ver qué pasa y eso nos vale para casi no acordarnos de esos siete u ocho minutos en los que a punto estuvimos de ponernos la pastilla del corazón debajo de la lengua. Hay tipos que, en esa espera que les contaba, tienen tiempo todavía de dejar pasar a un defensa que se acerca a velocidad de embestida de toro cuatreño, lo que casi deja en anécdota la volea de Falcao que cerraba el pase a semifinales. Hay tipos que rematan justo en ese momento en el que lo tienen que hacer, ni antes ni después. Probablemente noventa y nueve de cada cien futbolistas profesionales, todos los amateurs y la gran mayoría de los empleados de Correos lo hubieran hecho en cualquiera de los episodios del lance que les intento narrar y no en el momento que lo hizo él. Hay tipos que provocan interjecciones de admiración en los que les ven actuar con tanta seguridad y con tanta sangre fría…y Adrián es uno de ellos. 

miércoles, 4 de abril de 2012

Semana de salvaje pasión

– Pues tú dirás lo que quieras Aniceto, pero no veo yo que a los de la hermandad les haga mucha gracia que te pongas un capirote rojiblanco por mucho que esta Semana Santa el Atleti se la juegue –dijo sin apoyar la moción de su colchonero vástago la madre del penitente –. Y deja de visitar la nevera de noche con tanta asiduidad, que una cosa es no seguir el precepto de ayuno a pies juntillas y otra zamparse diecinueve torrijas de cada sentada. Mira, mira cómo te queda el hábito, ni al nostálgico Maniche le quedaba la camiseta tan prieta…

Se nos ha echado la Semana Santa encima así, como quien no quiere la cosa, y nos trae de la mano varias citas decisivas para los nuestros. La semana de salvaje pasión empieza mañana con el partido en Alemania. Se rinde visita al “Hanofa” con una renta corta pero esperanzadora gracias al postrer gol en el partido de ida de Salvio, ese jugador con postura corporal de costalero pluriempleado. No por obvio debe dejar de decirse que los equipos alemanes tienen siempre ese toque Merkel que machaca sin piedad debilidades tácticas y déficits de ayuntamientos y diputaciones provinciales por lo que habrá que aplicar oficio y sacrificio a partes iguales en tierras teutonas.

Casi sin hacer la digestión del potaje de vigilia, con sus espinacas, sus trocitos de bacalao y sus siestas colindantes, volveremos a poner la alarma el próximo domingo y retomar esa costumbre tan nuestra que son las “madrugás” para poder ver al equipo en liga. De nuevo saldremos en rutinaria procesión mañanera hacia los sofás con cheslón situados en las salitas de nuestros hogares con la intención de asistir a la escenificación del enésimo reenganche a esos magros objetivos que se nos venden recurrentemente durante cada temporada del mandato de nuestros ilustres gestores. Habrá que ganar en Valencia, algo de obligado cumplimiento mirando presupuestos e historia y de dureza apreciable viendo el desempeño de los veteranos granotas y la poca profundidad del banquillo de nuestro elenco.

Tras estas dos estaciones de penitencia, llegaremos a un partido de esos que antes levantaban pasiones y en los últimos años raramente levantan de los asientos a los colchoneros. Será el miércoles de la semana siguiente, será casi a deshoras para descanso de todos esos aficionados atléticos de ultramar que llevan abusando de la merienda-cena o del café durante varias jornadas. Pero ya les hablaré de ello más adelante, vivamos antes estos días. Disfrutemos de las ocho horas de nivel amarillo con paradas intermitentes a la altura de Tarancón en la A-3 y de los duelos sombrilla en mano por defender honores y sitios donde ubicar la toalla. Permitámonos no pensar en el por qué de esas ovaciones con saludos desde la terraza para ese camarero que nos ha cobrado veinticuatro euros por dos cañas y una de aceitunas gordal con su pepinillo violador. No pensemos en los bichitos que habrá en la cuadra restaurada con denominación de casa rural con encanto. Dejémonos llevar y vivamos con pasión esta semana. Con salvaje pasión, por supuesto…


lunes, 2 de abril de 2012

Alarmas y tempranos despertares

De un tiempo a esta parte, los domingos ya no son días para alargar perezosas mañanas ni son jornadas para abandonarse a descansos y porras. Ahora son días de alarmas y despertadores. Los horarios que nos otorga la liga con ánimo de captar fidelidades de asiáticos de media tarde y americanos insomnes, obliga a los atléticos a programar la alarma dominical como si fuera un martes cualquiera. Los silenciosos amaneceres son rasgados por esos estridentes pitidos que sirven de inicio para que los nuestros se lancen a ejecutar la misma mecánica danza de cada día: el café bebido, las abluciones con ese agua que nunca deja de estar demasiado fría o alarmantemente caliente y la búsqueda en el armario del disfraz acostumbrado. Los hay incluso que, llevados por la rutina se ponen un traje de chaqueta desgastado por el uso y se anudan la corbata o se plantan los tacones de presentación apoyada por powerpoint. Eso sí, se ponen su bufanda del Atleti al cuello, que una cosa es estar dormido y otra muy diferente es no saber que se trae uno entre manos.

Salen los atléticos de sus portales a pisar las calles frescas, recién puestas y se cruzan en su camino con las razas que pueblan esos horarios en días festivos: damas de chándal ajustado y cinta en el pelo que hacen marcha acompasando una respiración que recuerda a locomotora antigua; perros que pasean a sus dueños; jóvenes tambaleantes de vuelta a la patria del hogar tras haber vencido de nuevo la batalla librada contra otra larga noche y jubilados encorvados por el peso de periódicos dominicales y sus interminables coleccionables. A esa jungla salen los aficionados rojiblancos ya algo más despejados. Los integrantes de esas otras razas de los amaneceres les saludan educadamente, aceptando ya al simpatizante atlético como uno más de los suyos, como uno de los gusta recibir los domingos a porta gayola. Ya de camino al estadio piensan los aficionados que a lo mejor se pueden permitir una cabezadita que dure lo que tarde el vagón en llegar a Pirámides y cuando intentan arrebujarse en su asiento notan una incomodidad que les impide cerrar el ojo mientras se preguntan por qué leches se habrán puesto esos taconazos o esa corbata tan fea que tan poco marida con sus colores rojos y blancos.



Se sentaron los atléticos en sus localidades todavía con el zumbido de la alarma de los despertadores resonando en sus cabezas y percibieron alarmados tres circunstancias que podrían ser relevantes: una que en la alineación del Cholo faltaban Adrián y Koke, medida tal vez hasta necesaria por la sobrecarga de minutos que lleva esta plantilla paticorta. Dos, que el rival del sur de Madrid salía con un terno amarillo limón Fukushima que hacía daño a las pupilas todavía no demasiado acostumbradas a esas horas a ciertas gamas cromáticas, y tres, que sobre la sagrada camiseta rojiblanca se veía publicidad después de tanto tiempo de dimes y diretes sobre patrocinadores muy principales que morían y extendían cheques en blanco por colocar su anuncio sobre el pecho de los nuestros. Cuentan los más viajados que la cadena de hoteles hermanada es un referente en Oriente Medio y varias ex repúblicas soviéticas, lo que nos entristece al pensar lo bien que nos vendría que fuera un referente en Gandía o Nerja y poder pedir descuento colchonero en la primera quincena de julio, y lo que nos alegra esperanzadoramente al pensar en una hipotética reacción de los mandamases del emporio hotelero cuando repararan en que faltan toallas y champús anticaspa tras una visita de cortesía de nuestra directiva a sus instalaciones.

Empezó el partido sin que los jugadores fueran demasiado conscientes de su inicio, los primeros compases de la contienda fueron mecánicos, prescindibles tal vez. Jugados de la misma manera en la que te preparas un café madrugador, sin saber muy bien si llevaba sacarina, ni si era tueste natural o torrefacto. Se sucedían patadones e imprecisiones, se alternaban dominios infructuosos y en el respetable cundió la alarma ante otro posible partido lleno de casi nada. Llegados a este momento, se miraron Diego y Arda y decidieron que no querían ver pasar el balón por encima de sus cabezas más de lo estrictamente necesario. Para ello, ambos dos dieron unos pasitos para atrás y empezaron a levantar paredes entre ellos que fueron tabiques sobre los que se cimentó la victoria de ayer. Hemos echado de menos a Diego, sí. Tal vez nos haya venido hasta cierto punto bien su baja para darnos cuenta de lo importante que es un jugador de su corte para según qué empresas y para acostumbrarnos a su ausencia, dadas las perspectivas económicas de la entidad para poder pagar por la propiedad del brasileño. Despertó el Atleti y lo hizo de golpe por mediación de un gol de Salvio, ese jugador que hace de lo involuntario virtud. Colocó el argentino un cabezazo a la escuadra contraria desde lejos, sin marcar los tiempos, golpeando al balón con un hueso craneal todavía por investigar y sin girar el cuello, esa parte tan ignota de su anatomía.

Tras el gol, el Getafe se diluyó alarmantemente como azucarillo en café mañanero y el Atleti se desesperezó del todo. Llegaron dos goles más, uno de ellos lleno de papeles cambiados con Falcao centrando y Diego cabeceando y remachando. Llegó otro de Falcao tras meritorio centro del incansable Juanfran. Siguió Diego a lo suyo, buscando a Turán y a los laterales. Se atisbaron un par de arranques y cortes de un Mario ayer más entonado, que sirven de débil argumento a sus partidarios. Llegó un reconocimiento justo y siempre necesario a Perea por ser como es, con sus errores y sus muchos más aciertos y se produjeron cambios con espíritu de rotación y de tribunerismo para que varios de los artistas pudieran llevarse una ovación mañanera.

Victoria sin alarmas. Victoria que acerca a la zona menos rebajada de esta liga de saldo. Se espera que esta victoria sirva de punto de apoyo para la semana de pasión que espera a los nuestros. Primero irá el equipo a Hannover a jugarse el sueño de la temporada y nosotros haremos procesión con ánimo de buscar un sitio en el bar del camping para verlo mientras digerimos con estoicismo la sobredosis de torrijas y potaje con bacalao. Más tarde, el próximo domingo, nos jugaremos muchas opciones para seguir mínimamente ilusionados en esta liga nuestra. Será también a mediodía. Será también un día de alarmas y de despertares prematuros. Da igual que estemos o no de vacaciones o que nos invada la pereza de la operación retorno. Volveremos a levantarnos pronto, a conocer las alineaciones taza en mano, a cruzarnos por la calle con esa señora tan bronceada del sol de la mañana y a sorprender con nuestra temprana presencia a la hija de el del segundo despidiéndose ansiosamente en un hueco del portal de su penúltimo noviete. Vayan poniendo ustedes la alarma…