jueves, 10 de diciembre de 2015

Supervivientes

Artículo publicado en CTXT: http://ctxt.es/es/20151209/Deportes/3311/F%C3%BAtbol-biequipisimo-equipos-peque%C3%B1os-liga-espa%C3%B1ola-La-Colchoner%C3%ADa.htm


De vez en cuando me aventuro a salir de Madrid. A hacer una tournée por provincias, como decían antes los comediantes o las folclóricas. Así, con ínfulas de pionero me planto en cualquier rincón de este país nuestro y disfruto de los paisajes, de las gentes y del comer bien, que es principalmente a lo que va uno, no nos engañemos. Encuentra uno tiempo, entre digestión y digestión, para pasear despreocupadamente por las calles y no deja de sorprenderse de la cantidad de suvenires futbolísticos que habitan en los escaparates de colmados, mercerías y pequeño comercio en general. Eso sí, siempre con el factor común de ser productos oficiales –o casi– de Zipi y de Zape. Plumieres, ceniceros, carpetas, albornoces y batamantas en blanco o en azul y grana gozan de un espacio preponderante entre el género a expender. Una vez vi incluso un despertador, lo que me produjo una muy lógica turbación al pensar en las consecuencias que para el frágil equilibrio espacio-temporal del universo tuviera que un ciudadano se levantara de la cama cada mañana tras sonar un despertador tatuado con un escudo en forma de despertador. Apresuré el paso, despavorido, no fuera a caerme encima un trozo de satélite sacado de órbita por tal atrocidad. 

Uno, que es muy de tocar las narices y más cuando está fuera de casa y no le conocen tanto, en muchas ocasiones accede al establecimiento y pregunta por la disponibilidad de productos –merchandising me parece una palabra terrible, digna de bautizar a un síndrome– del Atleti. Es que eso no vende, suelen contestar mirando por encima de las gafas los tenderos. Como mucho se ofrecen a pedir el artículo en cuestión por encargo, sin duda a algún distribuidor lo suficientemente bohemio para representar mercancías sin mercado. Normalmente, comienzo en ese punto un sentido alegato destinado a hacer ver que a lo mejor no se vende porque no se oferta. Me enciendo y censuro el cerril bipartidismo al que se condena a las futuras generaciones locales por no ofrecer otras alternativas que las fáciles. En una ocasión, mientras andaba yo argumentando contra el duopolio a voz en grito, la amable dueña de una tienda en una localidad que no viene al caso se adentró en la trastienda y depositó frente a mí, con la misma veneración con la que se traslada una reliquia, unas zapatillas de estar por casa bordadas con el escudo del equipo de la provincia sobre las que descansaba un manto de polvo antiguo, casi primigenio. Tampoco se vendían a pesar de la cercanía, del tirón de la tierra. La mayoría de los encargados de los comercios encogen los hombros y, desganadamente, dirigen sus miradas hacia los periódicos deportivos o el televisor que descansa en una repisa. No les quito un ápice de razón a la hora de señalar a los culpables. 



La prensa deportiva convencional, siempre con el mantra del no vender entre los dientes, se ha transmutado en un Nodo moderno desde el que ensalzar tabletas de abdominales o edulcorar fraudes fiscales. Los últimos peinados y los chantajes por un quítame allá esos vídeos se han convertido, debidamente maquillados, en los nuevos pantanos inaugurados. Victorias elevadas a gestas y derrotas que ningunean al contrario, no vayan a distraerse de la hercúlea tarea de diseccionar las miserias de los de siempre. Más allá de la estricta dieta que cada uno se autoimponga con respecto al aparato mediático que diariamente transforma retazos de palabras sueltas en noticias a triple columna, cierto es que algo de responsabilidad también recae en los dirigentes del resto de equipos. Famélicos pero contentos recogen las migajas del reparto televisivo que perpetúa el régimen establecido. Mención especial merecen los prescritos próceres de nuestro Atleti, jugando a una desvergonzada suerte de escondite inglés donde no es una opción ser pillado en movimiento, por lo que pudieran hablar de ellos y del ejército de esqueletos que pueblan sus armarios. Se preguntarán ustedes por el orden de llegada entre huevo o gallina en el asunto informativo: ¿Se habla de ellos porque son los que venden o venden porque solamente se habla de ellos? Si son ustedes –lo  dudo– de los que creen con la primera parte de la pregunta, ahí les lanzo otra, ¿de verdad interesa a alguien este titular –abro comillas, aquí no hay una pizca de inventiva– "Bale deja los Lamborghinis porque cree que le lesionan"? No hay edredón conseguido a base de cartilla de cupones que tape esta realidad.   

A veces, pocas, la verdad, durante esos paseos por las tripas de nuestras ciudades de los que antes les hablaba, uno encuentra alguna joya. Una flor nacida entre el estiércol del pensamiento único bidireccional. Alguien como Antonio, que dedica un estante entero del escaparate de su estanco a productos del Atleti pero se niega a exhibir los de otros equipos bajo la firme creencia de que matan más rápidamente que fumar dos paquetes diarios. Lugares de celebración de la disidencia en las que ustedes y yo, acostumbrados a vivir en multitudinaria minoría, nos sentimos como en casa. En esos oasis rojos y blancos se alimenta un sentimiento que por estar geográficamente más lejos del Calderón no es menos intenso. Ciudadelas en los que los periódicos deportivos se empiezan a leer a partir de la página diez, reductos en los que no se da crédito a tanto interesado rumor sobre supuestas ventas de jugadores colchoneros. Como decía antes no son muchas, pero son las mejores.


Cuando salgo de Madrid acostumbro también a dejarme caer por los parques de los lugares que visito. No es raro encontrar en ellos a grupos de chavales corriendo tras un balón. En los últimos tiempos, por obra y gracia de los triunfos de la era cholista, cada vez es más frecuente ver a uno o dos niños, a veces incluso más, que portan la sagrada zamarra atlética. Siempre que eso ocurre me acerco a ellos para brindarles una palabra de aliento. Para animarles a seguir resistiendo frente a los que toman el camino fácil con la paupérrima excusa de lo que vende. Si puedo saludo efusivamente a los padres o madres que curiosos, o quizás precavidos, se acercan para vigilar la escena de cerca y les felicito por la exquisita educación que están brindando a su hijo. De vuelta a casa, con el baúl de folclórica en gira lleno de sabores, olores y experiencias de otras tierras, tengo la sensación de que esos niños, ese Antonio, el del estanco, son héroes. Supervivientes. Nadadores contra corriente que afrontarán las pruebas que la vida les ponga enfrente de mejor manera que otros. Aunque solo sea por el hecho de tener tan claro lo que querían que no les importara esperar pacientemente a que llegara tras encargarlo. 

viernes, 4 de diciembre de 2015

Entrevista en el programa El Travesaño de Radio Atleti

Les dejo el podcast de mi intervención en el programa “El Travesaño” de Radio Atleti. Mi agradecimiento por la invitación y por el buen rato que echamos.



(Empieza mi pobre show a partir de la hora de programa, más o menos, por si el tiempo les es esquivo)

lunes, 30 de noviembre de 2015

Como un crujido

Fue como un crujido. Ocurrió en una jugada que algunos, ignorantes de la trascendencia que a la presión se otorga en el Atleti, calificarían de intrascendente. La memoria histórica del fútbol está llena de jugadas nimias que han alcanzado el nivel de leyendas en nuestras mentes. Al cierre de estas líneas todavía no se ha podido constatar si el crujido se oyó o no, pero todos lo sentimos. Crujió la tibia de Tiago aunque no crujiera más que en sentido figurado. Tal vez fue un chasquido, tal vez solo una explosión de dolor, pero pareció un crujido al que siguió un estruendoso silencio. La afición, consciente de la importancia del portugués en el equipo, notó muy dentro un crujido helador, cerca de donde debe estar el alma. Crujió el ánimo de la grada y crujieron los cimientos del Calderón de una manera que hizo pensar si aquella aluminosis de la que se curó nuestro estadio no se hubiera reproducido. Se han recogido testimonios de conductores que transitaban por la M30, justo en su discurrir al lado del estadio, que aseguraron notar un crujido sordo que les obligó a sujetar el volante más fuertemente para no perder el control de sus vehículos. Más tarde el Instituto Geográfico Nacional, tras consultar las mediciones sismológicas de la zona, corroboró las versiones de los testigos localizando el crujido en la parcela central del campo, puntualizando que más que epicentro, en este caso debería hablarse de mediocentro del seísmo.



Evacuaron a Tiago en camilla entre los aplausos del público asistente y, desde ese punto, anduvo el equipo con la cabeza en otro sitio. Intentándose convencer de que habría vida tras el crujido. No es fácil asumir la pérdida del timón, de uno de los líderes. Tiago se rompía, crujido mediante, justo cuando estaba haciendo la mejor temporada de las muchas buenas que hizo junto a nosotros. Llegó el Atleti destemplado al descanso y en la grada se podían escuchar los crujidos del pan de los bocadillos mordisqueados desganadamente. El silencio y la preocupación seguían siendo dueños de la tarde desde el crujido. Ya en la segunda parte el partido se dejó ir, respetuoso con las circunstancias. Tampoco puso en mayores aprietos el Español, por si alguien pudiera afearle poca solidaridad con los afectados por el crujido. Demandaba el aficionado partes médicos esperanzadores, no crónicas de lo que pasaba en el césped.  


Terminado el encuentro, el diagnóstico del alcance de la lesión hizo revivir el crujido. Crujieron entonces las esperanzas. Muchos notaron crujir todas las ilusiones depositadas en la temporada. Hubo quien notó crujir a un tiempo Liga, Copa y Champions. Se dice que crujió el cuero dolorido de los balones que fueron, son y serán, sabiendo que pasará tiempo hasta que alguien en el Calderón los vuelva a tratar con el respeto que lo hacía el luso. Todavía en shock por el crujido, es necesario remontar y no dejarse llevar por la desesperación. La capital baja de Tiago deberá ser suplida como tantas otras veces solventó este Atleti las adversidades: desde lo colectivo. Thomas, Saúl, Koke, la llegada de Kranevitter, Gabi, siempre Gabi, deberán sobreponerse al crujido inmediatamente y sumar las condiciones de cada uno para poder sustituir al mediocentro con mayor dominio posicional que uno recuerda. Ése que fue el sábado con todo para presionar al jugador rival intentando evitar un contraataque del equipo contrario. Un segundo después, solo había crujido.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Viejos amigos

Reencontrarse con viejos amigos produce una sensación difícilmente comparable a cualquier otra. Una sonrisa, un abrazo. Las palabras sobran casi siempre. No es necesario ponerse al día con las nimiedades que uno vierte cuando el azar hace que te cruces con un conocido o un compañero de trabajo, por ponerles un ejemplo. Las vivencias en común, las andanzas que contaremos a nuestros nietos son las que permiten que uno se desnude de toda convención social. Así, totalmente pelados, mostrando solo carne y corazón, uno empieza a comportarse de manera natural, como si no hubieran pasado años desde la última vez. Muchas veces basta una mirada para saberlo todo. Probablemente vuelva a pasar demasiado tiempo hasta el próximo encuentro pero en esa futura ocasión ocurrirá lo mismo: no hará falta manchar el momento con ninguna palabra que pueda sobrar.

No había sacado todavía el Atleti de centro y ya era dueño del partido. No era necesario analizar nada más, no hacía ninguna falta acordarse de las dudas que entre algunos sembraron partidos anteriores. Los primeros compases sirvieron para abrazar en silencio a nuestro viejo amigo, el que nunca falla y viste de rojo y blanco. Volvió el Atleti que recordamos, el de los goles que brotan de una voraz presión. Volvió el equipo que no recula, que no teme. Sonreímos al volver a reconocer a Filipe, a Koke, a Gabi e incluso a Griezmann, aunque estuviera fallón en los últimos metros. Disfrutamos sin querer verbalizar los desmarques de Torres. Recuperamos la certeza de que Godín es indestructible y constatamos de nuevo que nuestra tranquilidad está íntimamente ligada a la presencia de Oblak bajo los palos. Si a todo lo anterior le suman ustedes que Tiago y Carrasco mantuvieron el altísimo nivel de pasados partidos, podrán imaginar de lo que les hablo. Hubo tiempo incluso de acordarse menos silenciosamente pero de manera muy sentida de la señora madre del colegiado, viejo enemigo con tradicional fijación por perjudicar a los nuestros.




Cualquier conocido, especialmente si es de esos tan molestos con tendencia a moverse entre cielo e infierno tres veces en el mismo día, buscará hoy motivos para la preocupación en la cortedad del resultado o en la incertidumbre final de un partido que debería haber fallecido por goleada. Háganse el favor y sáquenselos de encima con las convenciones sociales usadas en casos parecidos. No permitan bajo ningún concepto que nada ensombrezca el recuerdo de los noventa minutos vividos ayer. Esos en los que nos volvimos a abrazar con nuestro viejo amigo el Atleti sin pronunciar palabra alguna por si pudiera ensuciar el momento. 

jueves, 19 de noviembre de 2015

Óliver y la pausa

Artículo publicado en CTXT: http://ctxt.es/es/20151118/Deportes/3044/Oliver-Torres-Atletico-de-Madrid-futbol-La-Colchoner%C3%ADa.htm

Corren malos tiempos para la pausa. Se mira con recelo a cualquiera que tarde más de un segundo en contestar cualquier tipo de pregunta, se sospecha de aquel que no desagüe sus opiniones en las redes sociales antes incluso de que los sucesos acaezcan. La inmediatez como valor. Primero dispare, luego ya veremos. Consumismo salvaje de bienes y personas. Puede que ese sea el mayor problema con el que ha tenido que lidiar Óliver Torres desde el inicio de su carrera. También lo está sufriendo este año, el de su retorno a casa.

Tal vez el caso Óliver tenga asimismo que ver con la irreal percepción que llevamos esperándole demasiado tiempo. Es algo que nos ocurre con prematuros proyectos de estrellas rojiblancas como él, como Torres en su día, como los hermanos Obama, cuya adolescencia se nos antoja interminable. Las primeras noticias sobre ellos nos llegaron recién terminada su etapa en la guardería. Aquellas diabluras en torneos de futbol 7 o en selecciones inferiores, semillas de expectativas no siempre cumplidas, alimentaron la ansiedad de la afición. No se acaba de digerir el infantil regate del mozalbete que amansa un balón con más peso que su menudo cuerpo cuando ya se imagina cómo será el centro del campo de nuestro equipo cuando dé el salto a la primera plantilla y se pueda dejar bigote. La sensación recurrente en este tipo de episodios es la de que el tren de su madurez llega con demora a la estación de nuestros deseos. Aun a sabiendas de la dificultad de la empresa y conociendo el inmenso abismo que engulle a todos aquellos que se quedan en el camino, nos equivocamos al pensar que su llegada al primer equipo es una meta. Ese paso es solo el inicio del trayecto. Salvo casos excepcionales como el de Fernando, obligado a cargar sobre sus pecosas espaldas con todo el peso de una historia en proceso de oxidación por obra y gracia de unos añitos en el infierno, lo normal es que la máquina devore al niño. Se habla entonces de miedo a las alturas cuando en muchas ocasiones debería achacarse el fracaso a la falta de paciencia. Otra vez la pausa, que anda en retirada.



Óliver debutó en partido oficial con el primer equipo del Atleti en verano de 2012. No había puesto siquiera un pie en el campo y gran parte de la hinchada ya sabía casi todo sobre él. Era tanta la información, tan enormes las expectativas, que aquel debut prematuro con solo 17 años llegó a parecer tardío a los que llevaban varios años relamiéndose viéndole jugar en campos de tierra o buscando en youtube jugadas imposibles con su rúbrica. Con mayor o menor grado de ansiedad, en lo que existía consenso general era en que ese chaval de pelo indomable, frágil presencia física y tez aceitunada poseía algo que le distinguía: llevaba la pausa dentro de él. Era su amiga. Podía moldearla y jugar con ella. Invocarla cuando conviniera de la misma manera que otros jugadores anteriormente habían podido hacerlo: deteniendo el tiempo con un balón en los pies. Los partidos de aquella temporada y del comienzo de la siguiente fueron discurriendo y la participación de Óliver en el equipo fue dosificada por Simeone. El técnico, que algo sabe de esto, quiso dirigir pausadamente cada etapa de la descompresión necesaria para que el jugador extremeño emergiera sin sobresaltos a la superficie del más alto nivel. Aun así hubo quien opinó si Simeone no fue demasiado tacaño en minutos con nuestro protagonista, ignorando desde esa trinchera que por cada Koke que brota cientos de Kekos se malogran.

Han pasado los años, imagino que con lentitud exasperante para los amantes de lo rápido, del usar y tirar, del devorador ritmo de vida vertiginoso. Óliver Torres ha regresado tras pasar por Villareal y Oporto. Ha ganado en físico, su principal talón de aquiles, y en cuajo como futbolista. Se rumoreó a lo largo de la pretemporada con una nueva posible cesión que le curtiera aún más pero el Cholo desechó esa idea de un plumazo. Para el entrenador ya estaba listo. Totalmente preparado para la exigencia, todos los demás valores se le conocen y presuponen. Comenzó la temporada de titular. Jugando un poco escorado en banda debido al carácter no negociable de la presencia de la guardia pretoriana del cholismo, Gabi y Tiago, en los dibujos firmados por nuestro técnico. Hemos visto a un Óliver sacrificado, solidario y a veces más pendiente de defender que de crear. Es de justicia admitir que su influencia sobre el juego parece multiplicarse exponencialmente cuando se separa de la cal y se adelanta unos cuantos metros, pero esas preferencias individuales no encuentran cabida en la máquina al servicio de lo colectivo soñada por Simeone. Cierto es que su participación en el equipo se ha visto eclipsada por la irrupción de dos valores emergentes, Correa y Carrasco, que han conseguido convencer a crítica y público con sus espumosos inicios de temporada. Competencia. Nada que no supiera que se iba a encontrar a su vuelta. Algo que en este Atleti se eleva a nivel de axioma.


De cara a lo que resta de esta temporada ni siquiera esbozada, esperamos a un Óliver como el que hemos adivinado a su regreso: Más hecho. Más futbolista. Más proclive a la búsqueda de lo práctico que a adornarse cuando no sea imprescindible. Más disciplinado tácticamente aunque sin dejar a un lado que su talento brote espontáneamente. Más concienciado sobre lo colectivo. Más Óliver, en suma, que aquel muchacho con pinta de pillo dickensiano al que vimos debutar hace unos años. Ya entonces, pudimos constatar que cuando el cuero caía en sus pies, el tiempo parecía pararse. Todos nos dimos cuenta de que ese chaval llevaba la pausa dentro de él. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

La simpatía perdida

Me parece recordar que el día en el que el Atleti dejó de ser un equipo simpático fue un jueves. Dicen los psicólogos que el jueves es el día de la semana laboral estándar que mejor se afronta, dado que el viernes se convierte en un dejarse llevar hacia el prometido horizonte del fin de semana, pero aquel jueves fue muy distinto. Mi memoria no acierta a recomponer los sucesos acaecidos en los días previos a aquel jueves de hace más o menos dos años en el que el Atleti se liberó de esa dudosa carga, llena de condescendencia, que hacía que muchos ciudadanos le consideraran su segundo equipo. Probablemente, en las fechas que precedieron a aquel fatídico día, el Atleti osó a plantar cara de nuevo e hizo morder el polvo a rivales que hasta poco tiempo antes afrontaban los partidos contra los rojiblancos con la misma preocupación con la que se espanta una mosca. Puesto que nadie había advertido previamente de la dolorosa pérdida, los aficionados colchoneros nos levantamos ese día como si fuese un día cualquiera. Nada hacía presentir el fatal desenlace. En ocasiones así, es de esperar una señal que anuncie la extinción contractual como equipo simpático. Tal vez un crujido seco. Acaso un grito desgarrador. Un punto de inflexión que permita iniciar el nuevo camino. Un suceso más o menos teatral desde el que asumir la nueva condición de seguidor de equipo antipático.

Al llegar a la máquina de café en el trabajo o al pedir un cortado con churros en la barra del bar ya se notaba que algo había cambiado. Las bromas de antaño se habían evaporado dejando en su lugar todo un catálogo de gestos avinagrados. No quedaba rastro de aquellas sonrisitas llenas de suficiencia ni de la falsa empatía que los otros nos donaban graciosamente, habían sido sustituidas por actitudes de profunda ofensa para con nosotros. Donde antes había flores ahora había dolor y rencor. El ambiente se llenó de lugares comunes: permisividad, violencia, límites del reglamento tradicionalmente respetados mancillados dentro del proceso de transmutación de la simpatía en animadversión. Fue significativo constatar cómo aquellos que nos poníamos la camiseta del Atleti pasábamos a ser sospechosos por portarla. Cómo de un día para otro nos convertíamos en cómplices de la banda que pretendía poner patas arriba el orden establecido. De qué manera los padres prohibían a sus hijas en edad de merecer hablar con ese chico del cuarto derecha porque era aficionado rojiblanco. Desde entonces, la escalada de rechazo hacia las malas artes de aquel conjunto destinado a perder que cumplió su sueño de ganar ha ido en aumento. Diariamente se vierten nuevos testimonios a los que agarrarse con fuerza para reforzar la antipatía hacia los chicos de Simeone, hacia el cuerpo técnico y hasta el oso y el madroño, que algo tendrán que ver en todo esto. Pasado el tiempo, uno recuerda ese jueves con mucha nostalgia. Ese día hubo muchos que disfrutamos una barbaridad, todo sea dicho.



Desde hace unas cuantas semanas, hemos ido notando al recoger a los niños del colegio o al departir con el frutero que esa antipatía ajena que con el tiempo se ha convertido en una inseparable y fiel compañera ha conseguido propagarse como el virus de la gripe en nuestras propias filas. Tampoco en esta ocasión hubo ninguna señal que vaticinara el hecho. Nos levantamos como cualquier otro día y no llegamos a escuchar ningún crujido. Ningún sobresalto. Ni rastro de un suceso traumático desde el que entender las posiciones de los que no piensan como tú. Ya no solo se nos mira con prevención desde otras orillas, continuamente surgen voces a nuestro lado de neoaficionados atléticos en los que el discurso de la simpatía extraviada ha calado por el método del gota a gota. De nada ha servido esgrimir la hemeroteca a modo de objeto punzante con el que pinchar el globo de los que olvidan oscuro pasado reciente preSimeoniano. Toda la simpatía que este grupo de jugadores ha ido sembrando a lo largo de su admirable camino se torna antipatía con el paso de las jornadas. Se usan argumentos sobados como el del mal juego, la falta de calidad en ciertas posiciones, la gestión de plantilla por parte del Cholo. Se sospecha de los cambios y del sistema. Se recela del plan y se blasfema sin pudor calificando la etapa como quemada. Con este panorama, no se libran tampoco ni oso ni madroño, culpables sin presunción de inocencia por su sola presencia.


Toda la naturalidad y el regocijo con los que se había asumido la compañía de la antipatía ajena, se han tornado pesadumbre en cuanto la antipatía se ha mudado a nuestro barrio. La pregunta sobre la que uno no es capaz de encontrar respuesta posible es la de cuándo pasamos a ser un equipo antipático para nosotros mismos ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué nos hemos perdido los que no encontramos suficientes motivos para señalar al equipo como intrínsecamente antipático? A veces solo la perspectiva que ofrece el paso del tiempo permite responder a muchas de las preguntas que asaetean a los seres humanos. Quizá solo un análisis arqueológico de los restos de la simpatía perdida entra los nuestros pueda arrojar luz sobre lo que pasó el día en el que decidió irse a por tabaco. Creo recordar que fue un jueves. 

jueves, 22 de octubre de 2015

Partidos de lata

De los partidos contra rivales exóticos como el Astaná, cuyo nombre evoca reminiscencias de fragancia fresca y juvenil, raras veces puede uno extraer conclusiones a las que elevar a ningún altar. Poseen estos encuentros una pátina como de comida de lata. Un aporte de calorías mínimo. Un quitar el hambre con tintes de supervivencia y poco más. La ración de campaña o la pastilla con la que el astronauta engaña a un gusanillo mareado por la ausencia de gravedad. La noche de ayer, que traía bajo la capa un frío más traidor de lo que la mañana dejó entrever, quiso saltarse el guion establecido y legó en herencia a las memorias algo más de chicha que saborear. Se agradeció, claro está, que no por ser un partido en conserva deja uno de mandar en sus hambres.

El primer bocado a destacar lo protagoniza Carrasco. Demostró ayer el belga lo que iba apuntando en los minutos en los que había participado con anterioridad: desborde, clase, ganas, hambre en definitiva. Se sacudió Yannick esa etiqueta de jugador revulsivo, de estilete en el contraataque con dificultades ante defensas con tendencia al hacinamiento. Abandonando la banda cuando fue preciso dejó en la afición ganas de un segundo plato elaborado por sus manos, o más bien por sus piernas. El segundo mordisco para el recuerdo proviene de la coincidencia sobre el campo de Oliver y Correa. Cuando la inventiva y la pausa se juntan aparecen las jugadas meritorias e incluso los goles de relumbrón como setas en temporada. A ciertos platos hay que darles tiempo. Mimarlos. Rectificar la sal o avivar el fuego según convenga. Si el producto es de calidad, y en ambos casos de eso van sobrados, la espera tiene sus frutos.




Párrafo aparte merece la ración menos futbolística que se sirvió anoche. Desde la vertiente emocional debe ponderarse lo de Jackson. Continuaba el colombiano con su particular batalla personal contra el gol, buscaba encontrarse sin ser capaz ni aun mirándose en un espejo cuando cayó en sus dominios un balón tierno. Un balón que parecía puesto en remojo, ablandado y desalado, que permitía múltiples preparaciones. Remató el centrodelantero a la media vuelta un cuero que pedía más un pase a un compañero que afrontara el lance de cara y rebotó en su camino en todo lo rebotable para finalmente alojarse en las mallas con semblante de alivio. Resopló Martínez también, caído en el suelo tras el escorzo, y el hambre que acababa de saciar se maridó a la perfección con la alegría incontenible de sus camaradas de vestuario. Lo mejor de la noche estuvo ahí. Tras un gol contrahecho. Segundos después de un tanto elaborado con sobras de otros muchos goles que en el mundo fueron. La lectura que debe hacerse de ese gol con tintes de ropa vieja es la de un equipo unido. La de un grupo que ofrece la mano para que el individuo que pasa dificultades escale la montaña que en su mente ha tallado. Hay veces que comer de lata le deja a uno un cuerpo estupendo, miren por dónde…

lunes, 19 de octubre de 2015

No apueste contra el Atleti

Si se diera el caso poco probable de que a ustedes les sobrara el dinero y anduvieran pensando en invertirlo, no lo hagan apostando contra el Atleti. No preguntaré por la procedencia de ese fajo de billetes que pretenden quemar. No me pararé a investigar si cayó a sus bolsillos llovido de un supuesto cielo en el que ahora descansa una tiíta solterona que se acordó de sus lejanísimos sobrinos en uno de sus últimos arrebatos de lucidez o si proviene de la recalificación de un terrenito rústico hábilmente gestionado por un cuñado que hizo carrera en éste o aquel partido. Mi consejo no abraza objetivos morales, sino prácticos. Si la mejor estrategia que han encontrado para hacer que sus ahorros crezcan y se multipliquen es la de pensar que los rojiblancos no van a dar que hablar este año, olvídenlo. Busquen ustedes otras acciones con las que dilapidar sus rentas, háganse ese favor.

Tal vez las jornadas iniciales de calendario rocoso hayan podido mellar la confianza de algún creyente no practicante. Tampoco ayudan a rememorar si las botellas lucen medio llenas o no esos coitus interruptus tan exasperantemente abundantes que en forma de parones de selecciones sufrimos los adictos al fútbol de clubes. Pudiera llegar a admitir que si echáramos un rápido vistazo al balance del Atleti en lo que llevamos de temporada, refleja éste quizás más sombras que luces. Que el equipo parece menos engrasado, domesticado incluso en ciertos lances del juego. Podría invocar, y justo sería, a los necesarios tiempos de ensamblaje, a respetar los tiempos de cocción para que las lecciones del catecismo del partido a partido ganen en untuosidad. Comprendería, puestos a ceder terreno, a quienes pretendieran devaluar el bono a muy corto plazo de una plantilla todavía inmersa en forjar su propia identidad, pero eso sí, no consintiendo colocar las expectativas de un equipo recién echado a rodar a la altura de cualquier bono basura: de ese tipo de urgencias y rentabilidades cortas de miras saben bien en otras orillas, no en la nuestra. Les advierto además que si persisten en su actitud y no pliegan velas, les envío a mis padrinos, bien sea para acordar lugar, hora y armas a utilizar, bien para administrarles de manera terapéutica un soplamocos si la cosa se enquistara más allá de lo caballeroso.



Sí debatiría detenidamente sobre el justo equilibrio entre intensidad y buen trato del balón que los nombres del plantel aconsejan mantener e incluso no me extrañaría que los mercados mostraran una pizca de desconfianza ante esa nueva imagen del Mono Burgos trajeado. Ya desde el pasado verano, estando aun el equipo en versión borrador, fueron muchas las voces que se alzaron exigiendo el escurridizo objetivo de jugar mejor. Vaya por adelantado que puestos a elegir bando entre resultadismo y preciosismo rococó, a servidor de ustedes lo encontrarán parapetado tras la trinchera de los que quieren ganar, ganar y ganar, como decía el Sabio. Confesaré sin reparos que llegados a este punto la estética quedó olvidada en el fondo de alguna maleta ajada por el uso, será cosa de los años o de no acabar de aguantar esa pose de los que se emboscan en la bandera del guardiolismo más militante, ése que desprecia el fin para regodearse hasta el sopor en los medios a base de toque fútil. Reconozco que el Atleti que me levanta del asiento es el de la intensidad, el de llegar una décima de segundo antes a los balones divididos, el de comerse al adversario por una pata, preferiblemente la de apoyo. Uno, que es un nostálgico además de un redicho, piensa que si un equipo de eminentes científicos descifrara el genoma rojiblanco, esos valores estarían ahí presentes entre proteína y proteína. Ésa debe ser la base, el sofrito del guiso. El esfuerzo no negociable sobre el que construir el edificio que esperamos ver relucir a finales de curso. Entiendo no obstante que sobre esos cimientos debieran surgir conexiones y automatismos, amabilidad con el cuero si se tercia. Si tras esa evolución sin traicionar las raíces el resultado es además fácil de ver, mejor que mejor. No crean que no disfruto cuando feroces balones con alma de saltimbanquis son domados por Óliver. Las gambetas de Correa y esas carreras desbocadas de Griezmann que dejan en evidencia la velocidad de los centrales rivales provocan en mí ataques agudos de síndrome de Stendhal. Me solazo como el que más cuando Koke encuentra ese resquicio en forma de último pase que desmorona las defensas numantinas y alabo la pulcritud de Tiago sacando el balón de atrás. Espero mucho de Vietto cuando olvide los apéndices, de Carrasco en las batallas a campo abierto y de Jackson cuando decida dejar de vivir sin vivir en sí pero sobre todo espero de ellos que sean capaces de asumir que la intensidad y el compromiso tienen más razón de ser en el escudo del club que el oso y el madroño. Ahora que tan de moda está el concepto, mi patria es ese Atleti indómito y salvaje al que nos hemos bien acostumbrado en los últimos años.


Si con todo lo anterior todavía siguen pensando en tirar sus ahorros no reconociendo al caballo ganador, permítanme añadir un último argumento. Uno irrefutable. Miren al banquillo. Fíjense en ese señor que normalmente viste de oscuro, el que lleva unos cuantos años obrando el milagro de los panes y los peces con cada pitido inicial. El valor más seguro maneja el timón de la nave. Les pido que observen la evolución de la cotización de las acciones de todo lo que su mano ha tocado en los últimos tiempos y les vuelvo a conminar a no malvender sus títulos y a no escuchar a los interesados brokers afines a medios del régimen, siempre tan en su papel de agencias de calificación de lo balompédico dispuestas a ignorar e incluso despedazar todo aquello que pretenda salirse de los pérfidos renglones del bipartidismo al que sirven. Este Atleti volverá a enamorar, se lo aseguro. Diría más, lo mismo el Mono Burgos vuelve a embutirse en su sempiterno chándal y se cuelga de nuevo el cronómetro al cuello, todo se andará…

lunes, 5 de octubre de 2015

Hay partidos

Hay partidos que nacen con rictus de moribundo. Partidos de los que se espera una barbaridad, como de ciertas relaciones, aun sabiendo que la mayoría de ellas no merecerían trascender más allá del primer beso. Hay batallas que prometen un nuevo desembarco de Normandía y acaban en una escaramuza saldada con un herido por esguince de tobillo al pisar una piel de platano. Hay encuentros a los que les sobran ochenta minutos. Choques llenos de respetos o, lo que es peor, de pizarras, que quedarían perfectamente resumidos con unos minutos de descuento. Hay días del calendario marcados en rojo que traicionan todas las expectativas formadas. Hay partidos, como el de ayer, a los que les ocurren todas estas cosas que les cuento juntas.

Hay partidos que se dejan atrapar por la vulgaridad más absoluta sin proponérselo. Partidos llenos de burocracia en los que el balón es tratado por uno de los contendientes como un formulario ante la mirada prevenida del rival, que queda apoyado en el quicio de la ventanilla rezando para que no falte un sello, una firma, para que la fotocopia aportada esté compulsada debidamente. Hay encuentros que se asemejan a un mal poema, estrofas que ni ese verso suelto que siempre es Correa es capaz de resucitar. Hay contiendas que hacen imposible destacar a alguien. Rácanas en héroes, plagadas de villanos. Hay ocasiones en las uno maldice que el destino, que a veces toma forma de fax tardío, haya puesto en nuestro camino a un portero que para los suyos fue como un embarazo no deseado, por mucho que ahora digan.


Hay partidos llenos de ausencias: la intensidad, la tensión, alguna trifulca que acelere los pulsos. Hay encuentros en los se echa y se echará de menos al navarro de la nariz curvada. Se equivocaba Arbeloa, el mejor del Atleti ayer, cuando en la previa hablaba de que los de rojo y blanco esperan todo el año este partido. Lo que realmente esperaban todos era su presencia. Carrasco, Jackson, Filipe, todos querían transitar por la autopista de la ineptitud que construye el susodicho cada vez que comparece. Hay historias en las que un jugador de buen gusto técnico pasa a la posteridad rematando con la canilla un balón que casi se le escapa fuera. Hay choques que dejan sabor a incompletos pese a haberse antojado insufriblemente tediosos durante todo su discurrir. Hay obras en las que el planteamiento y el nudo no sirven de mucho, pero cuyo desenlace le deja a uno sensación de orfandad. Hay partidos que merecerían una mucha mejor crónica que esta, crónicas llenas de adjetivos grandilocuentes, de palabras esdrújulas con las que llenar la boca. Este partido solo lleva como equipaje estas pobres líneas. Hay partidos que no merecen más. 

jueves, 24 de septiembre de 2015

Nunca es fácil ser el nuevo

Nunca es fácil ser el nuevo. En el colegio, ser el nuevo supone verse sometido a una minuciosa observación desde que entras en el aula. Notas las miradas clavándose como puñales en tu espalda mientras buscas un pupitre huérfano y sin dueño desde el que pasar desapercibido en estas primeras horas de la que será tu nueva vida durante al menos un año. Hay veteranos que incluso olfatean a tu alrededor sin disimulo, intentando detectar aroma a repetidor o a refugiado que huye de otras escuelas que quedaron en el recuerdo. Más tarde, cuando te toca leer la redacción sobre cómo fue tu verano, el resto de los alumnos presta más atención de la debida buscando pistas, puntos débiles. Resquicios por los que meter mano a la posible nueva relación. A la hora del recreo lo más probable es verse relegado a ocupar la portería en el partido de fútbol que seis clases juegan simultáneamente en el patio. Con suerte puedes intercambiar unas palabras breves con los otros dos porteros, también nuevos, sobre la operativa a seguir en caso de dos balones que lleguen a la vez. A lo mejor, cuando ya llevas dos semanas de clase alguien te ofrece poder acompañar a modo de prueba al grupo ya formado.

Tampoco es fácil ser el nuevo en el trabajo. Por más que te esfuerces en sacar de lo más hondo una simpatía largamente olvidada es imposible evitar el desconfiado escrutinio de los recién estrenados compañeros. Da igual que te ofrezcas a pagar el café más veces de las que tocan, da lo mismo que rías gracias que te piden a gritos echarte a llorar. Pasarán varios meses, años incluso, antes de ser aceptado como uno más, antes de conocer los códigos que los demás manejan con soltura. Mientras tanto, solo resta la incómoda trinchera de ese traje que te queda largo de mangas, último bastión de resistencia ante los embates de aquellos que piensan que tu llegada les arrebatará la posición ganada a base de trienios.  



No es fácil ser nuevo en este Atleti. Da igual que hayas llegado en olor de multitudes luciendo el marchamo de estrella consolidada en otras tierras y otras escaramuzas. Da lo mismo que hayas regado de sudor la pretemporada diseñada por ese Mengele de la preparación física que es el Profe Ortega. Da igual tu precio, tu condición o tu nacionalidad. No es fácil encontrar una grieta en el muro que en cada encuentro levantan la pareja de centrales uruguayos. No es fácil presionar más que Gabi ni llegar a poseer el conocimiento del juego que atesora Tiago. Nada de simple tiene aguantar sobre los hombros el peso del estandarte que Simeone ha otorgado a Koke. Nadie dijo que fuera sencillo encontrar un hueco en la punta de ataque, desbancando a un Griezmann exuberante y a un Torres que adorna su espléndida veteranía con la ilusión de cuando nos enamoró siendo apenas un adolescente. Todas reglas tienen sus excepciones y esas son Oliver y Filipe. Tampoco ha sido fácil para ellos pero contaban con la ventaja de que ya sabían lo que era esto. Lo suyo ha sido un reencuentro, un deja vu en rojiblanco. Sabían lo que les esperaba y lo que de ellos se espera. Si veinte años no son nada, como dice el tango, una temporada fuera es el destello de una estrella lejana. Un paréntesis que rebosa continuidad.


Todos anhelamos poder llevarnos a la boca una gambeta del Vietto que esperamos. Queremos que la velocidad de Carrasco levante turbulencias que nos despeinen el flequillo. Deseamos empaparnos de la sobriedad de Savic y defenderíamos espada en mano que Thomas recuerda al Patrick Vieira de los mejores años. Moriríamos por ver al Jackson asesino que veíamos por la tele perforar las redes rivales con esa cara de “no es nada personal” que el colombiano refleja antes de disparar. A todos les llegará su hora. Todos serán importantes a lo largo del apasionante camino que se acaba de comenzar a transitar. Cada uno en su medida deberá aportar su granito de arena para levantar la montaña cuya cima esperamos tocar allá por mayo. Será cuando ya todos ellos reciten de memoria los versículos del evangelio del Cholo, hasta entonces todos deben estudiar para aprenderlo de corrido. Nunca es fácil ser el nuevo a no ser que seas Correa. De él hablaremos en futuras ocasiones, los que son como él en ningún lugar se sienten como si fueran nuevos y para ellos todo es mucho más fácil.

martes, 15 de septiembre de 2015

Parones, chorizos y tempranos análisis

Sabemos por experiencia que un parón de selecciones es como un primo lejano que viene a la ciudad y se te mete en casa de okupa con la austera intención de ahorrarse el hotel. El parón, que siempre aparece de manera inoportuna y más cuando la liga acaba de comenzar y todavía no ha dado tiempo a saborearla, se presenta en nuestros dominios con su maleta de cartón e intenta paliar su molesta condición aportando a la causa familiar suculentas viandas traídas del pueblo, algo muy apreciado por los que somos de ciudad. Llenas están las hemerotecas de casos en los que pobres urbanitas como el que suscribe se regodean paladeando chorizo de gato disfrazado de cerdo ibérico pero que degustado lejos del asfalto da el pego como si el minino hubiera sido alimentado con bellotas desde su más tierna infancia. Teniendo al parón en casa uno no puede pasearse en calzoncillos ni meterse el dedo en la nariz cuando le pica y debe evitar aparecer en la cocina con las sandalias de la piscina sobre unos calcetines de rombos por muy cómodo que el conjunto resulte. Es probable también que uno se vea desterrado a dormir al sillón porque al parón hay que dejarle la cama del niño para que tenga algo de esa intimidad que nos ha robado con alevosía, pasando inmediatamente el niño a dormir con la madre siguiendo el dictado de una de esas leyes no escritas sobre prioridades que existen en todos nuestros domicilios. Uno cuenta los días para que el parón termine pronto de solucionar los asuntos que le han traído a estos nuestros lares y se vaya con viento fresco para poder recuperar nuestra vida: nuestra cama, nuestros discutibles estilismos caseros, nuestros sábados y domingos con fútbol de nuestro equipo y no con partidos contra combinados nacionales que representan a países con nombres de postre o de enfermedad contagiosa. Aun así, en esta ocasión uno agradece que el parón de selecciones se hiciera carne después del partido en el Pizjuán. Con ese regusto a partido grande, a equipo que puede aspirar a todo que dejó el Atleti.




Si el parón se hubiera demorado solo un poco, si su tren hubiera llegado una jornada más tarde a la estación, hubiéramos tenido que soportar la estancia del parón escuchando los lamentos de los habituales cenizos, que los hay y a racimos entre los nuestros y entre otros de cuyo nombre no quiero acordarme. No estuvo bien el Atleti ante el equipo del padre de los hijos de Shakira, sí. Tal vez no salió el plan como se esperaba pero tuvieron en el lance más peso los fallos individuales y las actuaciones algo oscuras que los fallos en el planteamiento. Lo mismo alguien ha llegado a interiorizar tras un verano de castigo subliminal que este Atleti está confeccionado para retar a los dos equipos del régimen a campo abierto. Cierto es que David tumbó a Goliath y a eso se aspira, pero con honda, no a bofetadas. Cuando el equipo se olvida de meter en el equipaje la presión asfixiante o el acudir a la llamada de los balones divididos como si no hubiera mañana y cuando varios de los acostumbradamente más brillantes entre los nuestros se ponen de acuerdo para levantarse poco católicos ocurre algo parecido a lo que ocurrió. Añadan a la ecuación si son ustedes tan amables que Marimar y Messi rebuscaron en la chistera para sacar de ella dos palomas justo cuando el número flaqueaba. Nada de jinetes apocalípticos ni de aguas que se abren. Solo fútbol.


A favor de los que suelen apreciar la botella medio llena habría que apostillar que un Atleti en clara fase de rodaje perdió por un escaso margen de diferencia y que hasta se puso por delante a pesar de los pesares. No me esperen tan pronto para señalar, que además queda muy feo, ni para buscar alternativas desesperadas. Nadie prometió que esto fuera a ser fácil ni que las temporadas se analizaran cuando empiezan a dar sus primeros y titubeantes pasos. Tomen ustedes distancia, disfruten del camino y sean pacientes. Tiempo habrá para jubilar, vender o mandar a hacer puñetas a éste o aquel y para saber si los nuevos fichajes acaban convirtiéndose a la religión de la cual Simeone es el único profeta verdadero. No confundan exigencia con cortoplacismo, por caridad. Mientras tanto, permítanme disfrutar de los últimos vestigios del glorioso chorizo que el parón me trajo como obsequio para intentar minimizar los trastornos ocasionados por su presencia. Nada que ver con los chorizos de aquí, de la ciudad. El de pueblo tiene un sabor difícil de describir, una frescura que parece que el cerdo que lo posibilitó hubiera pronunciado su último miau hace tan solo unos minutos…

lunes, 31 de agosto de 2015

Guía de tallas

Solo un par de segundos después de marcar los goles que definieron el monumental encuentro que el Atleti se marcó, tanto Koke como Gabi se acordaron del número 8 y de su talla humana dedicándole sus tantos. Ofreciendo al navarro una victoria reveladora que augura un año no apto para los cenizos ni los consumidores de prensa deportiva de mirada única en dos direcciones. El Atleti, sobre el que algún confundido militante de uno o ambos colectivos mencionados anteriormente albergaba muy serias dudas, salió reforzado de un campo complicado y lleno de trampas como si nada, sacudiéndose distraídamente el polvillo de los hombros. Apretó el Sevilla principalmente en los comienzos de la segunda parte y tal pudiera haber parecido que el Atleti lo pasó regular aunque el que suscribe crea que fue más un acoso territorial que moral y que tan solo la posibilidad de un rebote o un balón perdido entre la maraña de piernas que se concentraban en el área llegara a crear algo de desasosiego en esos minutos en los que el adversario, de los que Reyes es el capitán, con todo lo que eso conlleva, pareció más rival de lo que fue. Hubo tiempo también para que Jackson convirtiera un gol de delantero caro que ojalá sirva para sacudirse esa sensación de tener jet lag permanente pese a haber volado solo desde Oporto. Pudieron golear los nuestros en un campo complicadísimo y habla eso muy bien de la talla de este conjunto. Dadas las circunstancias, hasta aquí llega la corta crónica de un partido que merecería muchas palabras más, infinidad de párrafos que desglosaran las virtudes de este equipo armado y afinado y lo bien que estuvieron todos, desde el portero hasta el último suplente pero no será en este artículo, hoy no. Hoy vamos a hablar de tallas y del 8, claro.


Cuando Raúl García llegó al Atleti hubo quien sospechó si la camiseta no le quedaría grande y, tal vez por ello, se le colocó en un sitio en el campo que no era el suyo. Intentaba el navarro ajustarse lo mejor que podía la zamarra de mediocentro en un equipo que no era un equipo sino una colección de retales comprados al peso. Un gran sector de la afición la tomó con él de manera incomprensible y descarnada pero él no eligió el camino fácil que muchos otros toman: dedicar un gesto feo a la grada, borrarse dentro de una alineación plagada de garabatos difuminados. Continúo el 8 a lo suyo, erigiéndose en timón no siempre afortunado de una nave desnortada y sin rumbo. Echándose a las espaldas y con poca ayuda una escuadra herida de muerte desde la planificación de la plantilla. De aquellos años queda en la memoria la reprimenda educativa al malcriado niñato de Madeira, siempre tan solícito a la hora de ir a favor de obra, tras un quite poco caballeroso con la espalda. Quedó claro que con Raúl en el campo nadie haría de menos al Atleti. Ningún cabaretero de tres al cuarto osaría a hacer eso en sus monumentales narices. Fue entonces, mientras muchos silbaban y peroraban devorando pipas sin sal sobre esa camiseta que a su juicio le quedaba varias tallas grande, cuando otros nos dimos cuenta de que el problema de talla no estaba en él, sino en esos sectores de la masa social a los que era el Atleti el que les venía grandísimo.



Fueron pasando los años, fueron los títulos cayendo y el desaguisado de plantel maquillándose. Desde su llegada, todos los técnicos contaron con él en mayor o menor medida, jugando unos 30 partidos de media con todos ellos pese a no jugar en la posición ideal para él y no estar casi nunca en las alineaciones ideales que se vierten en cafeterías y bares de carretera. Hubiera sido un lujo no contar con ese jugador profesional en el campo y amigo y pilar en el vestuario. Tuvo que emigrar a su Osasuna natal de manera temporal y silenciosa, seguramente un poco harto del runrún de la grada, de esa exigencia de peras a su olmo. Regresó al Atleti sin aspavientos y con naturalidad. Aquí se encontró a Simeone, el único que supo ver que ese jugador sobre el que sospechaba era otro si se le adelantaban quince o veinte metros sobre el terreno de juego.


Cuenta Simeone que en una de sus primeras convocatorias dejó fuera a Raúl García y que a la mañana siguiente éste ya estaba entrenando cuando a las 8 de la mañana el técnico se presentó en el Cerro del Espino. “Eso es lo que quiero en mis jugadores”, recalcaba nuestro entrenador emocionado recordando aquel gesto del número 8. La confianza que el Cholo le otorgó fue recompensada con goles, sudor y entrega. No había partido grande, duro, partido de talla XXL en el que el argentino no contara con el navarro. Por algo debe de ser. Se nos marcha un Raúl más cuajado, internacional, el jugador atlético con más partidos en competiciones europeas y uno de los que en más ocasiones se puso la rojiblanca sumando todas las competiciones. Se nos marcha el amigo al que todos sus compañeros destacan casi sin preguntarles, el perfecto jugador número doce. Se nos marcha uno de los capitanes de los de antes, de los de carrera y ascendente entra la tropa. Se nos marcha y no debiera achacarse a eso de no estar de nuevo entre las alineaciones ideales que todos barajamos, eso a él nunca le ha afectado. No son cuestiones de minutos sino tal vez familiares y personales las que aconsejan su marcha. Volviendo al tema de las tallas, permítanme aconsejarles que contemplen la foto que acompaña a estas líneas y díganme si no creen que la camiseta del Atleti le queda a Raúl como un guante, más allá de tallas. Personalmente recuerdo a muy pocos hombres a los que les quedara así de bien como a este navarro de humanidad, profesionalidad y narices mayúsculas. Gracias y que te vaya bonito, Rulo.

miércoles, 1 de julio de 2015

De dioses y hombres

Después de convencernos de su divinidad detalle a detalle, tras conquistar a base de sonrisas a una legión de fieles del ardaturanismo, religión con varios padres y muchísimos más discípulos, justo cuando muchos de nosotros hubiéramos abjurado de cualquier creencia alentados por la promesa de ese rebañar milagroso del balón a ras de césped que deja a los contrarios vencidos y desarmados, llegan Turan y su entorno y nos devuelven al agnosticismo más crudo.

Tuvimos las primeras noticias hace unos días. Fue entonces cuando Ahmed Bulut, locuaz agente turco con apellido de pastelito relleno de chocolate recubierto con crema de avellana, mostró la patita apoyándose en la supuesta ilusión infantil de ejercer ministerios en otras ligas mucho más bárbaras. Nada nuevo bajo el sol: cuando no es el ciclo que cambia es la necesidad imperiosa de probarse en otros pastos. Hubo incluso quien se permitió suponer si el mesías otomano no se hubiera cansado de correr tanto como desde el banquillo rojiblanco se exige. Quédense con la versión-excusa que más les haga descansar la espalda, la razón suele ser la misma de siempre. Justo esa que se suele evitar nombrar.


De Arda nos quedan en el album varias imágenes que recordaremos con nostalgia dentro de un tiempo: aquel primer balón que le cayó en pies en la final de Bucarest que terminó con un caño anunciador de la buena nueva del triunfo venidero; sus lágrimas al retirarse del Camp Nou, impotente al no poder sanar su propia cadera maltrecha; su mala puntería lanzando botas y su elevación a los cielos a brazos de sus compañeros tras culminar en feudo enemigo aquella jugada en la que Raúl García engañó a todos menos al turco. Nunca como en ese último lance estuvo Turan más cerca de la divinidad. Contemplen la foto y no me digan que no tiene algo de Rafael o de Miguel Ángel (el italiano, no Gil Marín, no me sean…).


Destapados los artificios, el Arda de hoy se revela solo como un hombre, que no es poco, pero nada más. No queda ni un atisbo de divinidad en sus acciones ni las que ese representante-muñeco de ventrílocuo con reminiscencias de bollycao. Tampoco crean que el tema dé para rasgarse vestiduras. Pasados unos meses de duelo, nos devolverá la fe cualquier regate inspirado en una banda porque nosotros somos así: crédulos por naturaleza con todo aquel que, vistiendo la rojiblanca, nos ofrezca una mínima promesa de salvación. A Arda le recordaremos con el cariño que merece, sí, pero ya nunca más peregrinaremos a Bayrampasa para pasar los dedos lentamente por la puerta del garaje que sirvió de primaria portería al mago. 

lunes, 8 de junio de 2015

Exigencias de temporada

Era tan extraño ver aparecer a la exigencia por aquí que cuando regresó de la mano de Simeone para quedarse ha llegado a ser confundida por algunos. La exigencia siempre fue una mujer de bandera, un monumento de señora que a lo largo de la historia del Atleti no ha fallado cuando de estar al lado de los nuestros se trataba. No piensen que la exigencia se deja camelar fácilmente, de eso nada. Ella, que es muy suya, es capaz de mostrarse ceñuda incluso en la victoria si ésta se ha logrado de manera injusta o poco elegante. Durante bastantes años la exigencia dejó de frecuentar los territorios rojiblancos porque le dolía lo que allí veía: innumerables equipos a la deriva sin un plan que llevarse a la boca, crónicas de descensos anunciados, pruebas de vestuario con una camiseta que algunos nunca deberían haber osado a enfundarse…En aquellos oscuros tiempos el rastro de la exigencia se esfumó. Tramperos y exploradores de todo el mundo salieron a buscarla siguiendo las débiles pistas que sobre ella se reunieron: que si un primo lejano que la vio del brazo de un gachó con aspecto patibulario en un puerto del Mediterráneo, que si una carta que supuestamente dejó escrita antes de fugarse desesperada por no asimilar la pizarra de Aguirre. Nunca más se supo de ella hasta que apareció de repente en Málaga, justo el bendito día en el que un Entrenador (así, con mayúsculas) debutaba al frente de la nave colchonera.

Desde entonces, la exigencia no ha vuelto a moverse de nuestra vera. Puede uno encontrársela no solo en eliminatorias de Champions, esa otra gran mujer que también retornó tras repetidas ausencias, sino también por ejemplo en partidos de Copa en casa del Sant Andreu, ocasiones propicias para dejarse ir o para excederse, para meter un gol y echarse un bailecito de esos que gustan tanto a jugadores de peinados estrafalarios sobre los que la prensa perora como si no hubiera mañana. Está cómoda la exigencia a orillas del Manzanares porque se siente cuidada, valorada en cada pequeño detalle. Ella se pasea desenvuelta, sabiéndose querida, dejándose mimar por equipo y afición mientras sonríe a todos los que se cruza por lo que ella ya considera su casa.


Miren ustedes cómo es el ser humano. Tenemos la inmensa suerte de contar con el favor de esta exigencia tan rotunda a la que tanto habíamos echado de menos cuando cierto sector, confundido, perjura que esa que volvió a nosotros no es la exigencia, sino una impostora que pretende usurpar a la verdadera exigencia, aunque ésta última sea cejijunta y contrahecha. Una exigencia muy poco realista que cree que caer en cuartos de Champions o ser tercero en liga es ciertamente un bagaje escaso. Que competir de igual a igual con los que hace no poco no osábamos mirar a los ojos raya la racanería. Uno se sorprendería menos de encontrar a esos malos fisonomistas de la exigencia en otros escaparates, pero lo hace radicalmente cuando surgen entre nuestros iguales. Muchos de ellos se han pasado las últimas jornadas de liga masticando una frustración que nadie les vendió, suspirando por un nuevo milagro o lo que es lo mismo, restándole valor a los milagros obrados en el año pasado, dándoles carácter de rutina.

Antes de que algún adalid de la nueva corcovada exigencia me acuse a quemarropa de conformista, permítanme confesar que ahora, justo en este momento en el que acabamos de enterrar las competiciones pasadas y todavía reposan calientes los ecos de las voces en el estadio, me paso al bando de los nuevos exigentes. Todo el sereno realismo que me inundaba mientras el balón rodaba se torna impaciencia en esta época del año tan tradicionalmente dañina para nuestros intereses. Ahora hay que exigir. Justo ahora. Es tiempo de fruncir el ceño y dejar de comulgar con las ruedas de molino habituales: jugadores que juegan donde quieren y los supuestos iguales o mejores que vendrán para alegrarnos la vida. Lo reconozco, me he vuelto un inconformista veraniego. Veo pasar delante de mí a la hermosa exigencia que me llena cuando el frío aprieta y me quedo como si nada, como si hubiera parado el autobús que nadie espera junto a la marquesina. Cuando los calores llegan prefiero apalancarme en esa exigencia irreal y también en las matemáticas, no vaya a ser que como suele pasar, los gastos y los ingresos a pesar de que debieran ser mellizos no se parezcan en nada. 

Les aviso de que este inconformismo mío perdurará mientras no haya un balón de por medio o más bien perdurará hasta que se cierre el mercado de fichajes. Entonces, con el balón ya desperezado tras su hibernación estival volveré a abrazar a la hermosa y exigencia que tanto costó recuperar. A la bellísima exigencia de los pies en el suelo. Mientras tanto déjenme soñar con la luna y volverme incrédulo por costumbre. La inocencia de exigir poco a los veranos me fue arrebatada el día en el que presentaron de una tacada a Dobrovolsky y al Tren Valencia.  

miércoles, 6 de mayo de 2015

Dejarse ganar

Dejarse ganar. Es tal la amargura, la antinaturalidad del concepto que ya solo retrata al que lo insinúa. Renunciar a todo eso con lo que uno nace: querer vencer siempre, competir, no dar tu brazo a torcer, luchar como hermanos defendiendo tus colores, derroches de coraje y corazón... Prescindir de todo ello como si fuera el postre tras una comilona, una copa de más, un segundo beso de despedida a la suegra camino de la estación. Uno, que peinaría ya canas si la invasión de la alopecia hubiera dejado alguna plaza sin tomar, recuerda aquél otro día, uno de los más negros de la historia reciente, en el que el mismo rival que rendirá visita al Calderón en breve goleó a los nuestros ante al alborozo de un sector de neoatléticos de boquilla que durante la semana habían tenido la desfachatez de proponer lo de dejarse ganar. Aquel día, del que pueden recordar mal y tardío epitafio aquí, se nos marchó Torres y una buena porción de dignidad. Costó recuperar a ambos con el paso de los años y la llegada de Simeone y quiere el destino repetir la jugada. Emparejar de nuevo al Atleti con el mismo contendiente en parecidas circunstancias: deberes casi hechos, el coche al ralentí esperando, cargado con el equipaje de un veraneo que comienza merecido y prematuro.

Han pasado los años pero uno oye sin querer oír voces parecidas a las de entonces. Poco aprendió en el camino el que entendiera que este equipo de Godines y Kokes, de Gabis y de Ardas, de Juanfran y de, sobre todo, Simeone pudiera recrear la pantomima de aquel otro de Maniches y Fabianos, de Jurados y Luccines, de Ze Castros y, claro está, de Aguirre. Fernando, factor común en ambos sumandos, volvió hace nada seguro de la certificada muerte de aquel Atleti de pandereta y esperpento recurrente con el que se nos fue la juventud a borbotones. No nos hará lo mismo este Atleti al que se le ha puesto cara de señor respetable. Este equipo bigotudo y de ceño fruncido. Este grupo áspero que nos hizo en más de una ocasión bajar al kiosko a comprar tras una gran gesta cinco o seis periódicos del mismo día para guardarlos como tesoros.




Como atenuante, los aplaudidores de la derrota, redactores jefes incluidos,  esgrimen el afilado axioma del consuelo del tonto. Joder al rival. No se han parado a pensar si acaso el rival respeta y teme a este Atleti por cómo se ha comportado en las últimas batallas. El enemigo al que se pretende fastidiar se mofaba de aquel otro Atleti por inofensivo y mostraba pancartas que llegaban a escocer pero le tiene miedo al actual. Cuando uno invoca ciertos fantasmas debe estar preparado para que se aparezcan y apechugar con las consecuencias. Cuidado con desear un Atleti que no compita, que lo mismo a alguien se le ocurre volver a traer a Manzano, único técnico al que sus planteamientos en chino suenan a chino a los mismísimos chinos.  

No me malinterpreten, servidor de ustedes quiere que el equipo de los que beben Ballantine’s pierda todos los partidos, el avión, el oremus y hasta el virgo en cualquier asiento trasero de un coche de segunda mano, pero hay precios que no debemos estar dispuestos a pagar. El de dejarse ganar es uno de ellos. Solo insinuarlo debería estar penado con un abono con acceso desde la calle Concha Espina.

miércoles, 29 de abril de 2015

Simeone y el 2 de Mayo

A Simeone, al que felicitamos ayer por su cumpleaños y hoy felicitaremos por sus 200 partidos al frente de la nave, le estaban esperando como se esperaba a los franceses cuando lo del 2 de Mayo. Le acechaban agazapados en un recodo del camino, faca y pluma en mano. No crean que el Cholo haya puesto de rey a un hermano suyo o haya paseado por las calles de la capital silbando la Marsellesa, que como todo el mundo sabe es un himno que inflama el ánimo gabacho pero toca las narices a los de enfrente con tanto enfants de la patrie y tanta matraca. A nuestro técnico le estaban esperando a cuenta, supuestamente, de un cambio mal hecho y de que no acabó de salir bien el plan de no desabrigarse en exceso ante el gélido ambiente que siempre mora en casa del enemigo. Eso dicen los que pretenden derribarle del caballo. Puristas de la pizarra mal entendida, nuevos creyentes de la religión basada en montes atestados de orégano. Mienten.

Nadie como Simeone trabaja antes de los partidos. Ningún entrenador maneja tantas variantes en forma de jugadas ensayadas hasta la extenuación. No se conoce técnico que vea vídeos de los rivales tantas veces, que estudie hasta el más mínimo detalle todo aquello que pueda influir en un lance. Valga como ejemplo lo que contaba Juanfran en una entrevista hace poco: en los descansos se habla y se ensaya cómo se va a sacar de centro, cómo se desarrollará, como si fuera una coreografía, la primera jugada de la segunda parte. Aun así, le esperan acusándolo de descuidado, de no haber tenido en cuenta otras alternativas, de dejación de funciones. Manda oeufs, que dirían los afrancesados.



Lo más inquietante es que la turba, formada realmente por cuatro gatos despeinados pero ruidosos, eso sí, se compone de igual manera de guerrilleros de la otra orilla, de los que se puede esperar cualquier atrocidad, como de la nuestra, lo que sorprende y preocupa más. Supongo que Manoletes, Matallanas y otras hierbas se habrán echado al monte impelidos por la nostalgia hacia Ferrando o Manzano, con los que la cosa iba mucho mejor para ellos. Los habrá que dirán que son muy del Atleti, muy patriotas y por ello les llaman a ciertas tertulias en las que pretenden representar, sonrojo tras sonrojo, al aficionado rojiblanco. Callaban calentitos en sus guaridas cuando el objetivo era la intertoto, cuando la ilusión de la temporada se descosía sin llegar a las navidades, cuando los tribunales calificaban las apropiaciones y las cooperaciones pero salen indignados a pasar a navaja a nuestro técnico por un planteamiento más o menos afortunado.

Lo mismo pasado mañana vuelven a salir trabuco en mano para disparar a quien se mueva en nuevo episodio de esta chusca búsqueda de la Independencia y dirán que lo hacen para vengar un corner mal defendido o una alineación que a sus (cortos) juicios parezca descompensada. Volverán a alzar horcas, guadañas y antorchas pidiendo la cabeza del técnico, acusándolo de hijo de más allá de los Pirineos. Teniendo los santos cojones de hablar de cambio de ciclo sin que se les caiga la cara de vergüenza. Sepan ustedes que ese comportamiento tampoco aparecerá movido por ningún interés deportivo ni estratégico. Ese comportamiento, esa inquina desmedida nació en el mismo instante en el que Simeone, visionario él, señaló a estos cobardes guerrilleros dándonos un consejo que nunca deberíamos olvidar: No consuman. 

jueves, 23 de abril de 2015

Un lance cualquiera

Andaba el partido cerca de los postres y el Atleti, coincidiendo como en la ida con la salida de Raúl García, mostraba más disposición a mirar a otros horizontes, a pisar terrenos casi inexplorados durante la eliminatoria. Abrazados a la pasmosa seguridad de Oblak los nuestros le ponían ojitos a los penales, aquellos nuevos viejos amigos redescubiertos hace tan poco. Se alargaba el partido más de lo que agrada a los técnicos y un lance cualquiera, un lance de esos que pasan por los partidos como los extras de una película de griegos y troyanos, un lance invisible y prescindible, un lance olvidado antes de nacer, lo cambió todo. Pugnó Arda por el balón con el pie tal vez demasiado alto. Falta. Tal vez amarilla si fuera la primera, nunca cuando de la segunda hablamos. Leerán y oirán ustedes en los próximos días a exárbitros, exanalistas y exseres humanos que certificarán muy serios que sí, que reglamento en mano eso es una amarilla y probablemente no mintieran si sacáramos la acción absolutamente de contexto, pero lo hacen conocedores del paisaje que rodea a un arbitraje europeo, ese concepto-manto bajo el cual cabe casi cualquier tropelía. Es curioso con qué autoridad se esgrime el reglamento en la mano cuando conviene pero uno no recuerda si la semana pasada alguien sacó al reglamento de donde estuviera descansando para azuzarlo con mano firme contra los que soslayaron un mordisco que fue y luego se esfumó y un puñetazo en el estómago en los interiores del área. Nada fue lo mismo a partir de ahí para los de rojo y blanco: tres pasos atrás, un cambio raro y un nuevo episodio de la paradoja espacio temporal que asola a los descuentos, a veces ensanchándose y a veces, como ayer, encogiendo como una rebeca de punto cuando el Atleti se mide a ese equipo cuyo presidente cada día se parece más a Doña Rogelia.


Vaya por delante que en el cómputo global de la eliminatoria el Atleti racaneó con los merecimientos. Propuso poco. Arrendó sus fuerzas al cero a cero tanto en ida como en vuelta y a no dejar descubrirse ninguna rendija en la coraza. En los últimos partidos contra esta patulea, jugó el Atleti de igual a igual e incluso mucho mejor. Arrollando en ocasiones. No fue así ninguna de estas dos veces. Pudiendo vestir de etiqueta elegimos volver a ponernos el mono de hace un tiempo y, claro, el mono es áspero y pica en las corvas, con lo que eso molesta. En definitiva jugó poco el Atleti y jugó también menos el rival de lo que hoy dirán que jugó. Cuando los partidos brotan así solo los detalles los desnivelan y normalmente los detalles se esconden con más frecuencia tras una segunda amarilla rigurosa que tras el oropel florido de aquel al que le engrandecen por encargo la leyenda tras marcar terceros y cuartos goles de partidos resueltos contra equipos de media tabla para abajo.


Aun así, a uno le parecen impúdicamente ventajistas análisis sobre ciertos detalles del uno a uno de los nuestros. No obstante, esas opiniones vertidas con singular ligereza pueden servir de detonante para la reflexión, para que las rumiemos durante los cruciales partidos que restan para asegurar la tercera plaza: la desorientación de Griezmann, que Gabi no mejorara a un Saúl superado o que Mandzukic siguiera jugando el partido de hace una semana en su particular día de la marmota. Dicen algunos, por ejemplo, que para estos partidos siempre hay que contar con Torres. Confían en que en citas así puede hacer aparecer algún prodigio con esa varita que él guarda para las ocasiones especiales. Nunca sabremos qué hubiera podido cambiar pero lo que sí sabemos con total seguridad son tres cosas. Que Simeone sabe mucho más de fútbol que usted y que yo, que moriremos con este Atleti sea cual sea la manera en la que elija encontrar muerte y que si hoy tenemos esta cara de acelga, tras caer en cuartos de final de Champions y luchando por ser terceros en la Liga, es que algo se estará haciendo bien…

lunes, 13 de abril de 2015

Coplas de la eliminatoria que se nos viene


Aun sin nadie que lo pida
abro el zurrón de consejos.
Sea por diablos o viejos
tenemos la piel curtida
y se distingue de lejos,
ya nos enseñó la vida,
la humareda difundida
por sus lacayos tipejos.

Tipejos, sí, y no es por nada.
A nadie casi ya extraña,
ver iniciar la campaña,
ver tanta hiena alineada.
Morderán aún con más saña
tras las dos lides pasadas.
Brillantemente ganadas
ante tales alimañas

Fue tocar en el sorteo
la bolita colchonera,
y ya la Central Lechera
comenzó con el goteo.
La práctica, muy rastrera,
El proceder, siempre feo.
Complejo es todo, yo creo,
de ahí se explica tanta cera.

Dicen que el Ser Superior
arrugó irritado el ceño:
“Cuando lo hace Butragueño,
toca siempre uno menor”
Habrá puesto mucho empeño
en subsanar el error,
pondrá un árbitro deudor,
de esas prácticas es dueño.

A mí el rival, la verdad,
casi me es indiferente.
Lo mejor del continente,
tendrá la capacidad
Pareciera más prudente,
rogar, aún por caridad
no tanta continuidad
al cruzar con cierta gente.

Si nos ha tocado en suerte
no trae miedo, trae fatiga.
Como cigarra y hormiga.
Nuestra vida, vuestra muerte.
Pues miren, antes que siga,
diré que no me divierte,
harto estoy de conocerte,
de ganarte en Copa y Liga.


Desde entonces, habrán visto,
todos los nuestros en venta:
si no se va, se le tienta.
si se queda, poco listo.
El titular condimenta,
como si fuera de un pisto,
que interesa a todo cristo,
incluida a su parienta.

Mucho se hablará en el mes,
de lo de equipo violento,
de que Cholo en sí es un cuento,
del puto noventa y tres.
Y dirán que es un portento
entre grandes hincapiés
el niñato portugués,
el rey chusco del talento.

Si la ida se torciera,
saldrá de nuevo la ouija,
por si por esa rendija
se aparece algún cualquiera.
El fantasma que así elija,
si alguno lo conociera,
valdrá para que creyera,
mocitas, hijos e hijas.

Pasarán pronto esos días,
no se apuren, pasarán.
Y otras fechas nos vendrán
también con anomalías.
Sus artes nunca podrán,
dejar nuestras voces frías.
Más probable es que te rías,
cuando juega Arda Turan.

No consuman, hagan caso.
Den la espalda a tertulianos.
Si quieren llegar a ancianos,
no cometan error craso.
Comentarios cotidianos
vertidos por un payaso,
se condenan al fracaso
si caen en cerebros sanos.

Solo una cosa además.
Solo una, poco pido.
Vivan partido a partido.
No les escuchen jamás.
Pero si en algún descuido,
ustedes no pueden más,
mándenles dar por detrás.
De esta forma me despido…