Artículo publicado en CTXT: http://ctxt.es/es/20151209/Deportes/3311/F%C3%BAtbol-biequipisimo-equipos-peque%C3%B1os-liga-espa%C3%B1ola-La-Colchoner%C3%ADa.htm
De vez en cuando me aventuro a salir de Madrid. A hacer una tournée por provincias, como decían antes los comediantes o las folclóricas. Así, con ínfulas de pionero me planto en cualquier rincón de este país nuestro y disfruto de los paisajes, de las gentes y del comer bien, que es principalmente a lo que va uno, no nos engañemos. Encuentra uno tiempo, entre digestión y digestión, para pasear despreocupadamente por las calles y no deja de sorprenderse de la cantidad de suvenires futbolísticos que habitan en los escaparates de colmados, mercerías y pequeño comercio en general. Eso sí, siempre con el factor común de ser productos oficiales –o casi– de Zipi y de Zape. Plumieres, ceniceros, carpetas, albornoces y batamantas en blanco o en azul y grana gozan de un espacio preponderante entre el género a expender. Una vez vi incluso un despertador, lo que me produjo una muy lógica turbación al pensar en las consecuencias que para el frágil equilibrio espacio-temporal del universo tuviera que un ciudadano se levantara de la cama cada mañana tras sonar un despertador tatuado con un escudo en forma de despertador. Apresuré el paso, despavorido, no fuera a caerme encima un trozo de satélite sacado de órbita por tal atrocidad.
De vez en cuando me aventuro a salir de Madrid. A hacer una tournée por provincias, como decían antes los comediantes o las folclóricas. Así, con ínfulas de pionero me planto en cualquier rincón de este país nuestro y disfruto de los paisajes, de las gentes y del comer bien, que es principalmente a lo que va uno, no nos engañemos. Encuentra uno tiempo, entre digestión y digestión, para pasear despreocupadamente por las calles y no deja de sorprenderse de la cantidad de suvenires futbolísticos que habitan en los escaparates de colmados, mercerías y pequeño comercio en general. Eso sí, siempre con el factor común de ser productos oficiales –o casi– de Zipi y de Zape. Plumieres, ceniceros, carpetas, albornoces y batamantas en blanco o en azul y grana gozan de un espacio preponderante entre el género a expender. Una vez vi incluso un despertador, lo que me produjo una muy lógica turbación al pensar en las consecuencias que para el frágil equilibrio espacio-temporal del universo tuviera que un ciudadano se levantara de la cama cada mañana tras sonar un despertador tatuado con un escudo en forma de despertador. Apresuré el paso, despavorido, no fuera a caerme encima un trozo de satélite sacado de órbita por tal atrocidad.
Uno, que es
muy de tocar las narices y más cuando está fuera de casa y no le conocen tanto,
en muchas ocasiones accede al establecimiento y pregunta por la disponibilidad
de productos –merchandising me parece una palabra terrible, digna de bautizar a
un síndrome– del Atleti. Es que eso no vende, suelen contestar mirando por
encima de las gafas los tenderos. Como mucho se ofrecen a pedir el artículo en
cuestión por encargo, sin duda a algún distribuidor lo suficientemente bohemio
para representar mercancías sin mercado. Normalmente, comienzo en ese punto un
sentido alegato destinado a hacer ver que a lo mejor no se vende porque no se
oferta. Me enciendo y censuro el cerril bipartidismo al que se condena a las
futuras generaciones locales por no ofrecer otras alternativas que las fáciles.
En una ocasión, mientras andaba yo argumentando contra el duopolio a voz en
grito, la amable dueña de una tienda en una localidad que no viene al caso se
adentró en la trastienda y depositó frente a mí, con la misma veneración con la
que se traslada una reliquia, unas zapatillas de estar por casa bordadas con el
escudo del equipo de la provincia sobre las que descansaba un manto de polvo
antiguo, casi primigenio. Tampoco se vendían a pesar de la cercanía, del tirón
de la tierra. La mayoría de los encargados de los comercios encogen los hombros
y, desganadamente, dirigen sus miradas hacia los periódicos deportivos o el
televisor que descansa en una repisa. No les quito un ápice de razón a la hora
de señalar a los culpables.
La prensa
deportiva convencional, siempre con el mantra del no vender entre los dientes,
se ha transmutado en un Nodo moderno desde el que ensalzar tabletas de
abdominales o edulcorar fraudes fiscales. Los últimos peinados y los chantajes
por un quítame allá esos vídeos se han convertido, debidamente maquillados, en
los nuevos pantanos inaugurados. Victorias elevadas a gestas y derrotas que
ningunean al contrario, no vayan a distraerse de la hercúlea tarea de diseccionar
las miserias de los de siempre. Más allá de la estricta dieta que cada uno se
autoimponga con respecto al aparato mediático que diariamente transforma retazos
de palabras sueltas en noticias a triple columna, cierto es que algo de
responsabilidad también recae en los dirigentes del resto de equipos. Famélicos
pero contentos recogen las migajas del reparto televisivo que perpetúa el
régimen establecido. Mención especial merecen los prescritos próceres de
nuestro Atleti, jugando a una desvergonzada suerte de escondite inglés donde no
es una opción ser pillado en movimiento, por lo que pudieran hablar de ellos y
del ejército de esqueletos que pueblan sus armarios. Se preguntarán ustedes por
el orden de llegada entre huevo o gallina en el asunto informativo: ¿Se habla
de ellos porque son los que venden o venden porque solamente se habla de ellos?
Si son ustedes –lo dudo– de los que
creen con la primera parte de la pregunta, ahí les lanzo otra, ¿de verdad
interesa a alguien este titular –abro comillas, aquí no hay una pizca de
inventiva– "Bale deja los Lamborghinis porque cree que le lesionan"? No
hay edredón conseguido a base de cartilla de cupones que tape esta
realidad.
A veces, pocas,
la verdad, durante esos paseos por las tripas de nuestras ciudades de los que
antes les hablaba, uno encuentra alguna joya. Una flor nacida entre el
estiércol del pensamiento único bidireccional. Alguien como Antonio, que dedica
un estante entero del escaparate de su estanco a productos del Atleti pero se
niega a exhibir los de otros equipos bajo la firme creencia de que matan más
rápidamente que fumar dos paquetes diarios. Lugares de celebración de la
disidencia en las que ustedes y yo, acostumbrados a vivir en multitudinaria
minoría, nos sentimos como en casa. En esos oasis rojos y blancos se alimenta
un sentimiento que por estar geográficamente más lejos del Calderón no es menos
intenso. Ciudadelas en los que los periódicos deportivos se empiezan a leer a
partir de la página diez, reductos en los que no se da crédito a tanto
interesado rumor sobre supuestas ventas de jugadores colchoneros. Como decía
antes no son muchas, pero son las mejores.
Cuando
salgo de Madrid acostumbro también a dejarme caer por los parques de los
lugares que visito. No es raro encontrar en ellos a grupos de chavales
corriendo tras un balón. En los últimos tiempos, por obra y gracia de los
triunfos de la era cholista, cada vez es más frecuente ver a uno o dos niños, a
veces incluso más, que portan la sagrada zamarra atlética. Siempre que eso
ocurre me acerco a ellos para brindarles una palabra de aliento. Para animarles
a seguir resistiendo frente a los que toman el camino fácil con la paupérrima
excusa de lo que vende. Si puedo saludo efusivamente a los padres o madres que
curiosos, o quizás precavidos, se acercan para vigilar la escena de cerca y les
felicito por la exquisita educación que están brindando a su hijo. De vuelta a
casa, con el baúl de folclórica en gira lleno de sabores, olores y experiencias
de otras tierras, tengo la sensación de que esos niños, ese Antonio, el del
estanco, son héroes. Supervivientes. Nadadores contra corriente que afrontarán
las pruebas que la vida les ponga enfrente de mejor manera que otros. Aunque
solo sea por el hecho de tener tan claro lo que querían que no les importara
esperar pacientemente a que llegara tras encargarlo.