lunes, 25 de noviembre de 2013

De monos, fríos y Calippos

Si el sábado por la noche ustedes tuvieron a bien darse un garbeo por los alrededores del Calderón o por boites y otros lugares de alterne en los que el aficionado rojiblanco gusta de ver los partidos de su equipo, inmediatamente detectarían un par de detalles: uno, que hacía un frío que pelaba, un frío muy adecuado para poner un partido a las diez de la noche, un frío de los que llenan las urgencias de gente tosiendo y las farmacias de guardia de ciudadanos con la nariz roja y la voz de Marlon Brando y dos, que todos los seguidores colchoneros iban acompañados a donde fueran de un mono. Sí, sí, de un mono. Como Marco, pero a la rojiblanca, que siempre tiene más gracia.


La consecuencia más llamativa de estos parones de selecciones tan antinaturales, tan a desmano, es la aparición de un mono al lado de cada aficionado. No ocurre esto con los hinchas de todos los equipos, no. Los hay a los que les da igual eso de estar quince días sin ver a los suyos sobre el campo, los hay que se alimentan de tertulias llenas de gritos y venas del cuello a punto de explotar. Los hay que se nutren de portadas de diarios deportivos que parecen editados en Lisboa o Braganza, por lo lusitanos que se vuelven en ocasiones así, y más en ésta. Los hay a los que les basta con mendigar balones dorados para jugadores con tendencia a la cabriola argumentando que al susodicho le hace mucha ilusión tener un balón de ese material para hacer juego con las dentaduras de varios de sus familiares. Hay gente pa’ tó, como decía aquel. No es así en cambio el aficionado a nuestro Atleti. El seguidor rojiblanco echa de menos al equipo de la misma manera que hace unos años, aquellos oscuros años antes del advenimiento de Simeone, le echaba de más y necesita su doble ración semanal. Su dosis en vena de emoción, de presión asfixiante y de intensidad. Su chute de evasión que le transporta a un mundo de esfuerzo, de sudor derramado y de brillantez e inspiración, que de eso también hay mucho aunque se diga menos. Por todo lo anterior, el hincha del Atleti nota brotar de su interior un mono que dependiendo de la circunstancias puede llegar al tamaño de un gorila de lomo plateado. Sin más remedio que aguantar los devaneos del calendario el fiel seguidor asume su condición de padre putativo del mono y le saca de casa, le apunta a clases de inglés después del colegio y si sale a tomar algo a media tarde le pide un trinaranjus del tiempo, que estos fríos para los simios de climas tropicales son proclives a la faringitis. No era raro en los últimos días presenciar el encuentro de dos vecinos de abono en cualquier calle y comparar los tamaños de los monos que el parón les había otorgado: “Pues el suyo ya está muy crecido”, decía un contable con asiento en tribuna baja comparando su mono con el de un abonado de tres filas más abajo que lo llevaba de la mano mientras el macaco lamía un chupachups con fruición.


Si ustedes le cuentan esto a otros, e incluso si osan contarle esto a uno de esos otros que ustedes saben, no les creerán y les mirarán como solo esos otros suelen mirar, siempre por encima del hombro, pero ya saben que, como en tantas otras cosas, ellos se lo pierden. Ellos no saben disfrutar de esas pequeñas cosas como la emoción de asistir a la función navideña del mono disfrazado de pastorcillo…




Saltó el Atleti al campo y el público y los monos acompañantes que se atrevieron a desafiar al frío aplaudieron a rabiar. Saltó también el Getafe y se presentó para la ocasión vestido de Calippo lo que de por sí es un punto negativo en un equipo que al que suscribe le cae medio mal por su presidente y por dar asilo político a una pléyade de mediapuntas. Puso el Cholo en liza a los habituales salvo Godín, al que suplió Darth Vader con solvencia y torería, y Diego Costa, que fue dejado por precaución en la banca siendo su lugar ocupado por Raúl García. Comenzó el partido a temperaturas ambientes, es decir frío y algo desangelado. Miraba la concurrencia a su derecha y a su izquierda y allí seguían los monos, comiendo pipas sin pelar, lo que es de agradecer dada la basura que se acumula en el estadio. Tras el calentamiento inicial, fue Arda en connivencia con los laterales, espléndidos de nuevos en despliegue y profundidad, el que templó el partido a base de aparecer por todas las zonas ofreciendo sus gotas de arte bizantina. Se ha echado de menos al turco en su ausencia, puede seguir funcionando el equipo, pero de un modo menos especial.


Achuchaba el Atleti a balón parado y fue de esa manera como el titular de la cátedra de jugadas de estrategia Don Jorge Resurrección puso el primer gol en la cabeza del titular de la cátedra de llegadas y goles abrelatas, Don Raúl García I de Navarra. Continuaba el asedio al marco de un equipo Calippo que ya mostraba claros síntomas de derretimiento cuando, casi sin querer, llegó el segundo en forma de autogol tontuelo. Tontuela fue también la expulsión de Valera, ese supuesto lateral que se nos vendió en su día como el carrilero del futuro y que, a pesar de dejar de lado su pelo ochentero, demostró que debajo sigue sin haber demasiado.


Arrancó la segunda parte con el Calippo prácticamente licuado y golpearon otra vez Villa en boca de gol y Raúl García cabeceando de nuevo. Justo en ese momento, la afición ya entrada en calor reparó en que habían desaparecido los monos con los que habían accedido al estadio, al haber cumplido estos la función que se les encomienda, la de acompañar al hincha lleno de morriña por no poder ver a los suyos en el campo. No crean que algún aficionado no se alarmó ante la ausencia de los simios, los hubo incluso que se acercaron a un puesto de control pretendiendo que desde megafonía llamaran a un mono pequeño con forma de tití que vestía plumífero azul marino y pantalón de pana gorda. Terminó la desazón de golpe cuando el estadio presenció la obra de arte que Diego Costa tenía guardada para los pocos minutos de los que disfrutó. El de Lagarto se hizo sitio y giró el cuerpo para enganchar una chilena que de ser ejecutada por otro jugador hubiera acarreado la emisión urgente de varias cartillas de cupones para tazas de café y edredones con la foto del lance inmortalizado para la posteridad.



Moría el partido y todavía hubo tiempo para que la conexión astur, esto es Villa y Adrián, redondeasen la cuenta ante el alborozo de una afición que ya no se acordaba del mono de los últimos días ni de los parones que apetecen como acompañar a la suegra al callista. Marchaba el respetable feliz a sus casas y había olvidado el frío, la hora y el aburrimiento de la última semana pero guardaba en sus retinas la nueva exhibición de los suyos. Guardaba un gol de bandera y un partido completísimo ante un rival con sabor lima-limón. Comentaban los aficionados los distintos lances vividos de camino a sus vidas y algún despistado preguntó a otro porqué llevaba una cazadora pequeña y una bufanda rojiblanca tamaño infantil en la mano y éste no supo contestar. Recordaba lejanamente que acudió al partido de la mano de alguien, de un mono tal vez, pero no fue capaz de hacer más memoria. Estos chutes de fútbol que el Atleti proporciona dejan estos maravillosos efectos secundarios.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Teoría aplicada de grandes superficies (o Terror en el Hipermercado, según prefieran)

Ni playa ni montaña, ni tan siquiera sumido en un atasco, servidor de ustedes comenzó el puente metido en una gran superficie, echado pa’lante que es uno. Quizás tuviera que ver el hecho de que al abrir la nevera se le cayera a uno el alma a los pies. Solamente un limón seco con varios trienios de antigüedad guardaba el fuerte, no quedaba ni siquiera un mal sobre de ketchup de los que dan en las hamburgueserías o un árbitro que se haya comido un penalti en jornada previa. Todo vacío. La nada absoluta. El que suscribe llenó su carrito de artículos inútiles y de alguno necesario, claro está, pero siempre manteniendo la férrea disciplina táctica que la dueña de mi casa había esbozado en forma de lista. Una lista de esas que acaban manoseadas y arrugadas de tan consultadas, una lista plagada de ambigüedades, una lista en la que no se aclara al sufrido comprador por poderes si los yogures de fresa hay que comprarlos con trozos, edulcorados o bajos en grasa. En fin, que les voy a contar que ustedes no sepan.

Se acercaba el momento de mayor estrés para el visitante a la gran superficie: el de sacar todo del carro para pagar. El momento supremo, el momento que pone el corazón a doscientas pulsaciones incluso a los opositores a bombero. Uno, tras recoger el testigo de plástico que otorga el honor de poner cosas en la cinta de caja como cliente siguiente, fue sacando las cosas de forma ordenada según dictan los cánones del comprador profesional: primero lo congelado, luego lo fresco, un poco después las cajas de leche y los packs de bebidas en lata, en medio todo lo que no es ni fresco, congelado, ni está en caja o pack y por último los artículos de droguería. Quedan fuera de esta regla los huevos y el pan Bimbo, que por delicados pueden ponerse tanto al principio como al final, pero nunca mezclados con los otros recios productos. El caso es que ya andaba uno desplegando esas bolsas de rafia que hoy en día anegan los maleteros del sufrido ciudadano, esas invasoras de diseño de largas asas, esas usurpadoras del sitio que antes disfrutaban los balones en las partes de atrás de los coches, esas bolsas que impiden el partido espontáneo y hasta el gol regañao en cualquier porción de césped mínimamente practicable, esas que sirven para lavar conciencias medioambientales del comercio en general cuando, de improviso, aparece un señor de mediana edad que, primero colocándose en línea como si fuera un delantero burlando el fuera de juego y segundos después adelantándose unos pasitos, pretendía sacar ventaja en el noble arte de colarse. Ya casi veía uno la parte de atrás de su brillante chándal oscuro cuando éste que les habla decidió poner claras las cosas al espabilado caballero:

- ¡Uy!, no le había visto -aquí uno tiene que poner cara de que sí, de que seguro que no me ha visto, a pesar de los dos metros de altura y de la altura, valga la redundancia, que alcanza lo almacenado en el carro, víveres con los que se podría sobrevivir varios años en una isla desierta-. De todas formas, mire solo llevo estas dos minucias. Un par de productos que ni necesito ni utilizo de manera regular, pero que se me han antojado ahora que se inicia el puente ¿Me dejaría usted pasar?

Uno, que normalmente intentan conducirse por la vida de manera comprensiva y empática, le hubiera dejado pasar para verle alejarse con sus minucias rumbo al parking, pero hubo algo que le impulsó a decir que no, que de eso nada, que se mantuviera atrás que ese era el sitio que le correspondía. El individuo, claro está, se amohinó, sin duda poco acostumbrado a estar detrás, a esperar su turno y protestaba por lo bajinis lleno de soberbia. Ya les digo que todavía no sé si fue el ciclo lunar, el inicio del puente o qué fue lo que me empujó a no dejarle pasar bajo ningún concepto. Aunque ahora que lo pienso, lo mismo fue ese escudo en forma de despertador que lucía el gachó en el pecho del chándal, vayan ustedes a saber.



Solo con dar una vuelta por los alrededores del Calderón, se adivinaba que andaba la gente con ganas de fútbol. Invitaba a ello el rival, el horario y hasta una pequeña tregua climática antes de que lleguen los fríos siberianos que azotan nuestro estadio con regularidad. Dispuso el Cholo a los habituales en los partidos de casa, esto es, Tiago por Mario, y tuvo a bien además otorgar una nueva oportunidad a Adrián para sustituir al renqueante Arda. Salió el Atleti dubitativo y el Athletic con un uniforme que parecía un pijama de entretiempo y pareció durante los primeros minutos que el fútbol andaba todavía inmerso en la operación retorno del puente. Minutos de imprecisiones, de batalla estéril y de protagonismo para el árbitro, empeñado en sacar tarjeta amarilla a todo aquel que osara saltar en balón dividido por alto con Adúriz, que debe ser un futbolista que cae bien al gremio arbitral. Poco a poco se sacudieron los nuestros el buñuelo, por no decir la torrija, que es más de otros puentes, y fue principalmente de la mano de Koke, imperial de nuevo ayer encontrando huecos a la espalda de la zaga rival allá donde los hubiera, y de Villa, lo que es noticia y buena.

Fue el asturiano el que abrió la lata rival tras centro meritorio de Juanfran con un remate en escorzo invertido, o lo que es lo mismo un remate raro y medio mordido que además rebotó en un defensa antes de alojarse en la portería rival. Sirvió el gol para darle confianza al asturiano y para asentar a los nuestros. Si poco se había visto del equipo vasco hasta entonces, quejas en cada salto aparte, menos se vio a partir de ese momento. Solo quedó sobre el campo el Atleti, este Atleti reconocible e insaciable que nos ha tocado disfrutar. Se desdoblaban Juanfran y Adrián haciendo suya la banda derecha, se sumaba Filipe por la izquierda, Tiago se entonaba y Gabi demostraba una vez más que a pulmones no hay nadie que le gane. Encontraba el equipo a Villa con asiduidad, hecho que pudiera atribuirse a que el asturiano se mostró menos estático y más caído a banda izquierda y todo el ataque giraba en torno a Koke, siempre Koke.

Faltaba por sumarse a la fiesta Diego Costa y lo hizo culminando de manera brillante una arrancada suya de esas que rebosan velocidad, una jugada de esas que parece que va a perderse en el limbo de las jugadas olvidadas  por descontrolada pero que el de Lagarto controla de forma medida. Se quitó del medio a dos rivales con un cambio de pierna y fusiló por bajo dejando la moral rival y el partido finiquitados. Dicen las malas lenguas que, tras ver en los resúmenes de la noche, tarde en hora local, la finalización de Diego Costa en el gol, Scolari salió corriendo de su apartamento con vistas a la playa de Copacabana rumbo al consulado español más cercano, para ver si podría acreditar un abuelo extremeño que le hiciera tener bajo sus órdenes a un delantero como el que nos ocupa y no a Fred y otras extravagancias cariocas, Marimar incluido.  

Más de lo mismo en la reanudación: un Atleti desatado y unos leones con peligro de gatitos siameses. Toda la fiereza perdida de los bilbaínos militaba del lado de los madrileños, todos los balones divididos tenían color rojiblanco y los que no estaban divididos, también. Pudo el Atleti ensanchar la herida y pareció que no quisiera. Pudo Villa cabecear a la red tras otra subida del efervescente Juanfran y encontró carne de portero. Pudo Koke volver a sentar cátedra y pudieron varios meter un gol que se difuminó generosamente entre los participantes en la jugada. Pudo ser más si hay lugar para que se pueda pedir más a este equipo y ya les digo por adelantado que pedirles más parece caprichoso.


Suma y sigue este equipo que de manera permanente nos dibuja una sonrisa y nos mantiene el pecho el posición de henchido orgulloso. Sea con oficio o con juego, sea en las buenas o en las menos buenas. Falten o no algunos pilares. Aún abrazando como un dogma de fe la filosofía del partido a partido, empieza uno a pensar que será difícil descabalgar a este grupo de la ola a la que les ha subido Simeone. Deberán andar con ojo los que andan delante con exigua ventaja y deberán seguir detrás los que andan amohinados por estarlo. Los que están poco acostumbrados a ver nuestra gloriosa retaguardia y protestan por lo bajinis siempre tan llenos de esa soberbia tan suya. No intenten colarse, leñe, y menos con ese chándal tan feo con ese escudo-despertador ahí puesto.