Los atléticos adelantaron el regreso de unas vacaciones pasadas por agua para volver al lugar común, al de siempre. A ese del que no se quieren mover para ir a otros estadios, aunque les vendan que serán de cinco estrellas. Mire, no lo necesitamos, los bares de los aledaños ya están suficientemente provistos de cinco estrellas, y de San Miguel, y de Estrella de Galicia, que para muchos es la mejor.
Acudieron con algo de antelación llevando a la niña y al niño de la mano. Los pequeños marchaban ilusionados, pero sus progenitores no demasiado. Pensaban en la paradoja del día. Día del niño, sí. Pero organizado por aquellos que no parece que vayan a dejar un Atleti reconocible para ellos, para los innumerables niños que sueñan en rojo y blanco. Los niños no son tontos, quizá algo malcriados y tal vez cabroncetes, pero tontos no, y notaban algo raro en sus padres. Les agarraban la mano con tensión. Y no porque no les gustara éste tipo de eventos, no, que muy acostumbrados están, que para eso renovaron el carnet de Parques Reunidos y hasta se conocen los nombres de pila de varios de los pingüinos de Faunia. Estaban fastidiados porque no les acababa de convencer eso de participar en celebraciones auspiciadas por los del palco. Porque creen que amar estos colores es algo más que inflar tres o cuatro castillos de plástico y pagar horas extras a un mapache de peluche acogido a reducción de jornada de cuarenta y cinco minutos. Aún así, intentaron que no se notara, dejaron a sus retoños en brazos de algún voluntario de sonrisa aliñada con corrector dental y se pusieron a un lado mirándolos disfrutar con expresión bobalicona. Ya habría tiempo de explicarles lo que pasa porque ellos son el futuro de esto y no las alianzas estratégicas con otras sociedades de países emergentes. Más adelante les contarían por qué últimamente la bufanda con los colores de siempre disfruta de una excedencia en el armario y qué representan los colores verde y oro. Ya habrá tiempo para que los niños conozcan el significado de palabras como apropiación, indebida, cooperador, comisiones. Pero no ahora. A costa de la ilusión de ellos, no. Como mucho les intentarán explicar qué es una paradoja, aún a sabiendas de que se pudieran convertir en unos niños redichos, usuarios de palabras altisonantes como lo debió ser en su infancia nuestro actual entrenador.
Rendía visita al Calderón el Levante, equipo entrenado por un colchonero declarado que nos puso la cara roja en el encuentro de la primera vuelta. Equipo admirable por la temporada que está haciendo. Equipo que intenta jugar al fútbol con lo que tiene, aspecto éste que no es baladí en estos tiempos en los que se celebra abiertamente el paso atrás que acaba de dar el fútbol español. Así son las cosas amigos, después de celebrar éxitos mundiales y europeos con un estilo reconocible y vistoso, ahora lo que pita es maltratar y despreciar el balón y los trofeos, sacando pecho por ello. Serán los signos de estos tiempos llenos de paradojas en los que no queda claro si te vas a jubilar a los 110 o si debes ir en autovía a 67 por hora. Será también que las copas deben estar aseguradas, aunque sea a terceros, que nunca se sabe cuando puedes tener un golpe con un autobús.
Presentaba muchas bajas nuestro equipo, por sanción, por lesión o tal vez por exceso de torrijas. Nueva oportunidad para amarrar la clasificación europea, a la competición pobre, a la que los equipos como el nuestro acceden por la gatera de la no consecución de objetivos. Salió el Atleti raro, como tantas otras veces en las que no sabemos si el equipo tiene sueño o le están saliendo los dientes. Algo inapetente y menos dado al aprendizaje alrededor del balón por la falta de Tiago. Entonces llegó un señor gol de Elías, ese niño del que se duda tal vez injustamente por haber llegado de la mano de quien vino. Entonces empezó la cosa a ir mejor, sobre todo por el crecimiento de Mario Suárez. Mario no ha parado de crecer desde que ha pasado de la guardería del banquillo al parvulario titular. Quizás nosotros no nos demos cuenta del todo, por eso de que le vemos todos los días, pero si ponemos su fútbol en la pared dónde le medimos constatamos que sí, que ha crecido mucho en los últimos tiempos y que cada partido que pasa supera con creces la raya anteriormente marcada con lápiz. Aunque a veces haga alguna chiquillada como cometer un penalty por arriesgar demasiado. Aunque el penalti solo fuera una consecuencia lógica de la enésima desconexión de los nuestros, siempre dado a dar un paso atrás cuando el marcador se pone a favor.
Empezó la segunda parte y daban ganas de poner la mano en la frente al equipo. Pues calentura no tiene, decían algunos. Será un virus, algo que explica lo inexplicable en estas cuestiones, decían otros muy serios. Lo que era seguro era que el equipo no quería comerse ni el puré ni el yogur, y miraba con ojos de que el puré se lo iba a comer nuestra señora tía, la del pueblo, esa que cuando ve al sobrino ametralla sus mofletes con besos de repetición. Y ahí surgió el niño prodigio, el genio precoz: Agüero. Al Kun no se le debe nunca perder de vista, lo mismo te abre el cajón de las medicinas y se toma dos ibuprofenos, que mete un gol tras varios rebotes. A partir de ahí, partido plácido. Goleada no del todo merecida. Alguna que otra buena noticia: Filipe ya come sólido por su banda, las primeras palabras de un Juanfran hiperactivo y ansioso, un Diego Costa que ya casi lee de corrido, un Raúl García cumplidor, la vuelta de Domínguez, el debut de un nuevo retoño, Noguera. Y la grada, feliz. Acordándose del entrenador para bien y del palco para mal. Contenta a pesar de que a veces castigaría al equipo sin postre, pero es lo que tienen estos rojiblancos que son la niña de nuestros ojos, hacen una gracia y les perdonamos casi todo ¡Qué paradojas!
Metidos ya en el atasco tras el partido, los niños miraban por las ventanillas la marea de colchoneros que se dispersaban hacia sus casas. La niña, siempre tan observadora, se dirigió a su madre:
– Mamá, ¿cuánta gente es del Atleti?
– Mucha, cariño, mucha
– Por eso lleváis las bufandas de ese color, ¿no? Para que el Atleti vuelva a ser grande.
– Sí hija, sí, y volverá a serlo –dijo la madre mirándola por el retrovisor con orgullo y sonriendo a su marido.
Y es que los niños no son tontos, quizá algo malcriados y tal vez cabroncetes, pero tontos no.