lunes, 25 de abril de 2011

Paradojas, días del niño y alguna que otra buena noticia


Los atléticos adelantaron el regreso de unas vacaciones pasadas por agua para volver al lugar común, al de siempre. A ese del que no se quieren mover para ir a otros estadios, aunque les vendan que serán de cinco estrellas. Mire, no lo necesitamos, los bares de los aledaños ya están suficientemente provistos de cinco estrellas, y de San Miguel, y de Estrella de Galicia, que para muchos es la mejor.
Acudieron con algo de antelación llevando a la niña y al niño de la mano. Los pequeños marchaban ilusionados, pero sus progenitores no demasiado. Pensaban en la paradoja del día. Día del niño, sí. Pero organizado por aquellos que no parece que vayan a dejar un Atleti reconocible para ellos, para los innumerables niños que sueñan en rojo y blanco. Los niños no son tontos, quizá algo malcriados y tal vez cabroncetes, pero tontos no, y notaban algo raro en sus padres. Les agarraban la mano con tensión. Y no porque no les gustara éste tipo de eventos, no, que muy acostumbrados están, que para eso renovaron el carnet de Parques Reunidos y hasta se conocen los nombres de pila de varios de los pingüinos de Faunia. Estaban fastidiados porque no les acababa de convencer eso de participar en celebraciones auspiciadas por los del palco. Porque creen que amar estos colores es algo más que inflar tres o cuatro castillos de plástico y pagar horas extras a un mapache de peluche acogido a reducción de jornada de cuarenta y cinco minutos. Aún así, intentaron que no se notara, dejaron a sus retoños en brazos de algún voluntario de sonrisa aliñada con corrector dental y se pusieron a un lado mirándolos disfrutar con expresión bobalicona. Ya habría tiempo de explicarles lo que pasa porque ellos son el futuro de esto y no las alianzas estratégicas con otras sociedades de países emergentes. Más adelante les contarían por qué últimamente la bufanda con los colores de siempre disfruta de una excedencia en el armario y qué representan los colores verde y oro. Ya habrá tiempo para que los niños conozcan el significado de palabras como apropiación, indebida, cooperador, comisiones. Pero no ahora. A costa de la ilusión de ellos, no. Como mucho les intentarán explicar qué es una paradoja, aún a sabiendas de que se pudieran convertir en unos niños redichos, usuarios de palabras altisonantes como lo debió ser en su infancia nuestro actual entrenador.
Rendía visita al Calderón el Levante, equipo entrenado por un colchonero declarado que nos puso la cara roja en el encuentro de la primera vuelta. Equipo admirable por la temporada que está haciendo. Equipo que intenta jugar al fútbol con lo que tiene, aspecto éste que no es baladí en estos tiempos en los que se celebra abiertamente el paso atrás que acaba de dar el fútbol español. Así son las cosas amigos, después de celebrar éxitos mundiales y europeos con un estilo reconocible y vistoso, ahora lo que pita es maltratar y despreciar el balón y los trofeos, sacando pecho por ello. Serán los signos de estos tiempos llenos de paradojas en los que no queda claro si te vas a jubilar a los 110 o si debes ir en autovía a 67 por hora. Será también que las copas deben estar aseguradas, aunque sea a terceros, que nunca se sabe cuando puedes tener un golpe con un autobús.
Presentaba muchas bajas nuestro equipo, por sanción, por lesión o tal vez por exceso de torrijas. Nueva oportunidad para amarrar la clasificación europea, a la competición pobre, a la que los equipos como el nuestro acceden por la gatera de la no consecución de objetivos. Salió el Atleti raro, como tantas otras veces en las que no sabemos si el equipo tiene sueño o le están saliendo los dientes. Algo inapetente y menos dado al aprendizaje alrededor del balón por la falta de Tiago. Entonces llegó un señor gol de Elías, ese niño del que se duda tal vez injustamente por haber llegado de la mano de quien vino. Entonces empezó la cosa a ir mejor, sobre todo por el crecimiento de Mario Suárez. Mario no ha parado de crecer desde que ha pasado de la guardería del banquillo al parvulario titular. Quizás nosotros no nos demos cuenta del todo, por eso de que le vemos todos los días, pero si ponemos su fútbol en la pared dónde le medimos constatamos que sí, que ha crecido mucho en los últimos tiempos y que cada partido que pasa supera con creces la raya anteriormente marcada con lápiz. Aunque a veces haga alguna chiquillada como cometer un penalty por arriesgar demasiado. Aunque el penalti solo fuera una consecuencia lógica de la enésima desconexión de los nuestros, siempre dado a dar un paso atrás cuando el marcador se pone a favor.
Empezó la segunda parte y daban ganas de poner la mano en la frente al equipo. Pues calentura no tiene, decían algunos. Será un virus, algo que explica lo inexplicable en estas cuestiones, decían otros muy serios. Lo que era seguro era que el equipo no quería comerse ni el puré ni el yogur, y miraba con ojos de que el puré se lo iba a comer nuestra señora tía, la del pueblo, esa que cuando ve al sobrino ametralla sus mofletes con besos de repetición. Y ahí surgió el niño prodigio, el genio precoz: Agüero. Al Kun no se le debe nunca perder de vista, lo mismo te abre el cajón de las medicinas y se toma dos ibuprofenos, que mete un gol tras varios rebotes. A partir de ahí, partido plácido. Goleada no del todo merecida. Alguna que otra buena noticia: Filipe ya come sólido por su banda, las primeras palabras de un Juanfran hiperactivo y ansioso, un Diego Costa que ya casi lee de corrido, un Raúl García cumplidor, la vuelta de Domínguez, el debut de un nuevo retoño, Noguera. Y la grada, feliz. Acordándose del entrenador para bien y del palco para mal. Contenta a pesar de que a veces castigaría al equipo sin postre, pero es lo que tienen estos rojiblancos que son la niña de nuestros ojos, hacen una gracia y les perdonamos casi todo ¡Qué paradojas!
Metidos ya en el atasco tras el partido, los niños miraban por las ventanillas la marea de colchoneros que se dispersaban hacia sus casas. La niña, siempre tan observadora, se dirigió a su madre:
– Mamá, ¿cuánta gente es del Atleti?
– Mucha, cariño, mucha
– Por eso lleváis las bufandas de ese color, ¿no? Para que el Atleti vuelva a ser grande.
Sí hija, sí, y volverá a serlo –dijo la madre mirándola por el retrovisor con orgullo y sonriendo a su marido.
Y es que los niños no son tontos, quizá algo malcriados y tal vez cabroncetes, pero tontos no.

lunes, 18 de abril de 2011

Conocimiento del medio

Permítanme hoy dirigirme a los Agónicos más jóvenes. Autorícenme ustedes a relatarles cómo eran las cosas hace un tiempo. Cómo se estudiaba antes, cuando lo hacíamos los que ahora sólo reflejamos crecimiento capilar en zonas muy localizadas como las orejas, la espalda o las fosas nasales.
Han de saber ustedes que cuando el que suscribe estudiaba, íbamos al colegio cargados con todo tipo de libros a la espalda sin que ni un miserable osteópata pusiera el grito en el cielo preocupado por nuestra salud lumbar. Tirando de libros voluminosos que no cambiaban cada año, a los que cada septiembre se les cambiaba la camisa del forro para simular lozanía pero que habían sido dejados en herencia tras haber pasado por tres primos, dos hermanos e incluso el vecino del cuarto izquierda. Libros ajados, con heridas de guerra en forma de dibujos de autoría anónima. Libros con alguna que otra hoja ilegible. Libros en los que al entrar en la página dedicada a los diagramas de Venn, podías encontrarte con el nombre de tu hermana al lado del de un tal Edu sólo separados por un corazón atravesado por una flecha seguramente perdida del libro de historia, lanzada por algún aborigen en el capítulo del descubrimiento de América. Esos hallazgos te alegraban el día, te servían para meterte en el cuarto de tu hermana sin permiso y plantear los términos de un chantaje en toda regla esgrimiendo el libro como prueba. Ella se reía de ti, te revolvía el pelo (entonces presente con rebeldía y profusión) y te decía que eso era de hace mucho, que hacía un par de años que Edu había marchado a hacer la mili de voluntario a Ceuta.
Reparen ustedes en que, las heridas infringidas a los libros podían tener como causante cualquiera de los habitantes de un estuche en el que moraban rotuladores Carioca, pinturas Alpino y bolis bic cristal, los que escribían normal. ¿Se acuerdan de los estuches? ¿Se acuerdan también de esos niños tan finos (como el bic naranja) que en vez de estuche decían plumier pronunciando con la boca afrancesada, imitando los morros de Victoria Vera? Seguro que sí, que se acuerdan de esa rivalidad entre los que apostábamos por los Carioca y los que optaban por los rotuladores Pelikan, menos sucios ellos. Seguro que se acuerdan de esos estuches de segunda generación que venían equipados de serie con artículos indispensables como la lupa y el transportador de ángulos ¿Cuántas veces han transportado un ángulo en sus vidas? Apuesto a que, como mucho, habrán transportado en parihuelas a algún conocido suyo de humor agudo, a una prima muy recta o a un compañero algo obtuso tras esguince, borrachera o la confluencia de ambos sucesos.
También deberían conocer que, amén de las de toda la vida como las Matemáticas y la Lengua, existían dos asignaturas llamadas Naturaleza y Sociedad. En ellas, aprendíamos cosas tan interesantísimas como qué son los nemátodos, cuáles son los afluentes del Guadiana por la derecha, por qué existen rocas basálticas o la diferencia entre una Castilla nueva y otra vieja, por ponerles varios ejemplos. Tengan presente además, que rizando el rizo de los planes de estudio siniestros, había años en los que las teníamos unidas en una sola materia que atendía al original nombre consensuado de Naturaleza y Sociedad. En años así, el cacao estaba servido. Llegabas a junio sin tener del todo claro si Colón era bivalvo o si en León, provincia y región a la vez, existían zonas calizas cerca de algún afluente del Duero, fuera por la derecha o por la izquierda, aspecto relevante si tenemos en cuenta que los afluentes no son como los extremos, tan obstinados en jugar a orilla cambiada. ¡Qué cosas! Ahora no existen estos problemas. Ahora los tiernos púberes estudian en pizarras electrónicas y pasean sus mochilas con ruedas por los vericuetos de la ESO. Ahora la Naturaleza de antes se llama Conocimiento del medio.

Quique ha llevado todo el año la asignatura con alfileres, la de conocimiento del medio quiero decir. Hasta hace poco el medio en el Atleti era un erial sobre el que pasaban los balones a varios metros sobre el suelo impulsados por De Gea o los centrales con destino a la cabeza de Reyes o a unos delanteros que lo perseguían con desigual ahínco. Últimamente, al pasar lista te das cuenta de que el medio se ha convertido en algo más, un lugar por el que pasa el balón con gusto por la mejora que ha experimentado el trato hacia él. Un lugar donde el balón se encuentra casi como en casa, se pone cómodo, se afloja la corbata e incluso se bebería el caldo de la lata de berberechos sorbiendo un poco. Por fin, exclamamos algunos. No era tan difícil, ¿no? Subraye usted la lección con un tercer centrocampista de toque y la cosa irá mejor, oiga. Y si además tienes la suerte de encontrarte con un pupilo de notable alto como Koke, mejor. También nos gusta que haya un nueve de los de toda la vida. Una referencia. Uno de esos como Altobelli o Vandenbergh (salvando las distancias) a los que veíamos jugar de espaldas mientras hacíamos los deberes. Un nueve que volvió a ser titular en el pueblo de Estopa ante la ausencia de Forlán, aquejado de inflamación en el periostio, lesión que nos suena rara, psicosomática tal vez.
Salió el Atleti y se encontró con un defensa que le sopló la respuesta a la primera pregunta del examen. Gol de Koke, el mejor del partido a pesar de jugar solo 40 minutos. Pudo el equipo sacar más de los primeros compases, pero éste Atleti está acostumbrado a conformarse con el cinco pelado. No busca notas más brillantes. A base de empuje el equipo de casa empató y nos fuimos a la caseta con la misma sensación que tenías al hacer un examen de matemáticas en el que no te había dado tiempo a hacer la prueba del cociente, puede que sí o puede que no. Continuó el control en la segunda parte recuperando la ventaja empatada en otro ejercicio sencillo para alguien tan listo como Agüero y, de nuevo, la falta de ambición, el no bordar las respuestas cuando se podría haber hecho. Total, un suficiente alto, casi un bien. Dejando aromas de lo que pudo haber sido y no fue, dejando para el examen global de junio la clasificación para la Europa League. Olvidando la bici prometida como recompensa por el notable de la clasificación de Champions. Dejando de lado los progresa adecuadamente y los necesita mejorar, porque sí, parece que en las últimas jornadas el equipo progresa, pero parece tarde. Éste equipo vuelve a intentar sacar el curso como en pasados años, estudiando el último día.
¿Qué hubiera pasado si se da antes con la tecla? ¿Había plantilla para sacar más nota? ¿Qué calificación le ponemos al señor Sánchez? Podemos en definitiva, preguntar por qué jugadores que ahora se destapan como válidos (Mario, Koke, Diego Costa) no han asistido a clase lo que debieran durante el curso. No hablemos ya de los dos niños revoltosos que se sientan en la última fila casi tapados por los abrigos del perchero. Ésos dos, Fran y Álvaro, acumulan faltas de asistencia sin justificar. Podemos también pedirle cuentas por no tomar la lección al equipo en muchos partidos y por experimentar con alineaciones raras, surgidas del laboratorio de química entre reacciones de hidruros y sulfatos.
Podemos concluir diciendo que Flores es un alumno rezagado, que intenta recuperar la asignatura tras varios reveses, pero lo que no podemos reprocharle es que sea un alumno díscolo. Él se limita a observar callado con su uniforme heredado algo justo de talla y sólo abre la boca para hablar de sensaciones o para soltar un circunloquio incomprensible, lo que no es desdeñable en estos tiempos en los que el más zángano de la clase se permite el lujo de hablar de la Abeja Maya o el alumno maleducado con facilidad para los idiomas, no para de justificar su mediocridad en base a supuestas manías de los profesores (siempre dejándole con un jugador menos).
¡Qué poco conocimiento! (...del medio, por supuesto)

jueves, 14 de abril de 2011

Señales del futuro

¿Se acuerdan ustedes de la conversación que vivimos en la pasada entrada de la Agonía? Sí, sí esa en la que nuestro entrenador le comunicaba al presidente que tanto está haciendo para entrar en la oscura historia atlética su intención de no continuar la próxima temporada. Pues si no la han leído, hagan ustedes scroll al final de la página y se ponen al día, oigan. Que porque uno se rezague en clase no podemos los demás estar esperando. En fin, continúo tras este apasionado arrebato de profesor de filosofía de colegio concertado. Pues bien, tras un arduo trabajo de investigación, me propongo arrojar luz sobre los hechos que desencadenaron esa decisión, una decisión que nos condena en un futuro cercano a no ver tantos suéteres ajustados ni a experimentar tan variada pléyade de sensaciones.
Quique se adentró en el oscuro pasillo que le había indicado el sirviente. El ambiente estaba cargado, flotaba un olor a cocimientos, a brebaje preparado a fuego lento en una marmita en la que nunca meterías el dedo para comprobar el punto de sal. ¡Vaya idea la suya! Pero es que no estaba seguro del todo. ¿Y si se equivocaba marchándose? ¿Y si su sitio estaba en el Atleti? Desde luego, una parte de la afición le demostraba su cariño casi diariamente. Tal vez como daño colateral ante protestas de más enjundia, pero cariño al fin y al cabo. Necesitaba una ayuda y, justo cuando más vueltas le estaba dando a la cabeza, se encontró con el anuncio en el periódico: “Manoletta: Videncia zíngara. Sanación, males de ojo, adivinación y otros trabajos más o menos ocultos. Seriedad y discreción. Descuento a grupos y a desempleados”. Decidió llamar ante la confianza que le dio ese factor común que ambos tenían por su condición de descendientes de romanís, por la sangre nómada que corría por sus venas. Todavía con aprensión empujó la puerta entornada y vio a Manoletta sentada delante de una mesa camilla sobre la que reposaba una bola de cristal esmerilado.

– Pase, pase –invitó la bruja con exagerados ademanes de los brazos, lo que provocó una sinfonía de sonidos de pulseras entrechocándose–. Usted me dirá. No…deje, no diga nada. Usted viene porque se encuentra ante una encrucijada. No sabe si sí, si no o si todo lo contrario. Viene a que los astros le den una respuesta.
– Pues sí –dijo nuestro entrenador abrumado por el talento esotérico que se estaba vertiendo a arrobas en la pequeña estancia–. Vengo a realizar una consulta de tipo laboral. No sé si seguir en mi actual trabajo.
– Lo he notado en cuanto le he visto entrar. A usted no le mueve el vil metal. A usted le mueven otras cosas. Los pequeños placeres, el contacto humano, las experiencias, las…–se paró dando un excesivo dramatismo a la pausa y entornando los ojos para simular agudeza–…sensaciones.
– ¡Eso, eso! –apuntó Sánchez Flores entusiasmado y un poco atraído por el extraño acento de la adivina –. Yo soy de esos.
Déjenme parar un momento para recuperar el resuello y ponerles en antecedentes sobre Manoletta. Manoletta se llamaba Manuela Pérez, era natural de un pueblo de la provincia de Ávila y se le manifestaron los poderes esotéricos en el mismo instante en el que su jefe del supermercado le comunicó su despido procedente por haber distraído en casi igual proporción dinero de la caja y yogures del expositor de lácteos. Cabría mencionar como única experiencia relacionada con su actual profesión, una interinidad en el servicio de correos de su pueblo, periodo en el que pudo haber comenzado su afición por lo de echar cartas. Se inclinó por anunciarse como zíngara por su tez olivácea y por un pequeño defecto en el frenillo que le impedía pronunciar bien las consonantes palatales pero que, metida en el papel de eslava, le daría un toque sofisticado. Una vez decidida su vocación ocultista y antes incluso de darse de alta como autónoma, recibió la llamada de un personaje misterioso. Un personaje que se encargó de todo lo necesario para montar el gabinete astrológico en dos días, que le avisó sobre la visita de Quique y sobre lo que tenía que decirle.
– Deme su mano. Voy a intentar vislumbrar qué le depara el futuro, señor Flores –dijo poniendo los ojos en blanco al instante–. Veo…veo, veo un futuro plagado de éxitos, veo grandes fichajes que van a venir a ponerse a sus órdenes. Veo rubias que salen del equipo. Veo cracks que permanecen. Veo porteros que no se van a Manchester. Veo una plantilla plagada de internacionales. Le veo a usted dando conferencias en las más prestigiosas universidades. Le veo convertido en una referencia en lo que a sensaciones se refiere. Veo un futuro de jerseys algo más holgados que los actuales. Veo Champions, veo Liga, veo Copa.
– Oiga, ¿y ve algo sobre Domínguez y Mérida?
– Les veo renovados y convertidos en referencia del equipo.
– ¿Renovados? Mire de nuevo, oiga, que eso no puede ser posible –dijo amohinado el técnico.
– Pues mire, yo humildemente, les veo renovados y bañados en éxito. Les veo incluso vistiendo la roja. No le digo más.
– ¿Seguro? ¿No se van?
– Hombre, la videncia no es como las matemáticas. Aquí tres y cuatro no siempre son seis –dijo Manoletta con la deformación profesional que le había costado el puesto como cajera de supermercado.
– Pues nada, ya me voy. Me ha ayudado usted mucho. Le dejo el dinero en la puerta. Gracias y encantado –dijo el sobrino de la Faraona con una leve reverencia.
Manoletta quedó sola en la habitación, invadida por ese vacío que deja contactar con el más allá aunque sea de mentira. También quedó preocupada. No le quedaba del todo claro si había cumplido con el trabajo asignado. No sabía a ciencia cierta si el misterioso personaje le pagaría lo que prometió. Lo vio en uno de sus trances. Una bisabuela suya por parte de madre se lo anunció: “Ten cuidado Manuela…Miguel Ángel es mal pagador”. ¿Y si al final de todo tenía poderes de verdad?

lunes, 11 de abril de 2011

Tenemos que hablar

–Tenemos que hablar –dijo sentándose a su lado en el sillón.

– Ya, ya… –dijo él sin apartar la mirada de la pantalla. Sin escuchar, como tantas veces hacía.
– ¡Escúchame por una vez! Esto es serio –dijo agarrando el mando y apagando la televisión.
– A ver… ¿Qué pasa ahora? ¿Me he vuelto a dejar la tapa del wáter levantada? –preguntó él incorporándose un poco y cambiando el mondadientes de lado de la boca con salero.
– No, no te voy a hablar sobre asuntos como tu tendencia a dejar bolas de pelo mayores que muchos mamíferos en el desagüe de la bañera. Es otra cosa. Es sobre nosotros. Esto ya no es lo mismo. Ya no es como antes. Creo que lo mejor es que me vaya.
– ¿Irte? Pero, pero, ¡si somos felices! ¿Cómo me haces esto? De ti no me lo esperaba –contraatacó haciéndose el ofendido.
– No te hagas ahora el mártir. Te lo he avisado muchas veces y no cambias. Siempre estás a tus cosas. Que si tus viajes a Miami, que si tus comidas con periodistas. Yo soy tu última prioridad, pero ya no es por ti, es por mí  –dijo con tristeza.
– No me creo que esto vaya a acabar. ¿No te acuerdas de lo del año pasado?
– Sí, siempre lo recordaré. Pero después de eso volvimos a la rutina. Volviste a prometerme cosas que luego no cumpliste. Traer un organizador, por ejemplo.
– ¿Y qué harás? ¿Dónde vas a ir? ¿Por qué no te quedas y lo intentamos arreglar? –ofreció buscando una última oportunidad.
– Ya es tarde. Además he conocido a alguien. Me voy con él a Sevilla. Él me valora y es un caballero de los que ya no queda, de esos que sale a la calle con sombrero calado cuando la ocasión lo requiere.
– Pero… ¿No hay vuelta atrás? –dijo poniendo ojos de perro abandonado, lo que tal vez explicara lo de los pelos anteriormente expuesto.
– No hay vuelta atrás. Me quedaré hasta el final de temporada pero voy a ir sacando mis cosas. Adiós Enrique…
– Adiós, Quique –dijo el mandatario con el corazón quebrándose a pedazos y el peluquín temblando de la emoción.
Cosas de la primavera, mis queridos lectores. Esa que reparte amores, desamores y alergias con arbitrariedad. Esa que altera la sangre de todos y  también de los atléticos. Los atléticos, esa especie cuya sangre siempre guarda un equilibrio perfecto entre los glóbulos rojos y blancos aunque se altere. Sangre que cumple a rajatabla la ley de las proporciones definidas de Proust en cuanto a la presencia de los dos tipos de glóbulos.
Todavía epatados por la filtración del anuncio de la no continuidad de nuestro técnico, se nos hizo domingo. Domingo de fútbol, además. Salieron los nuestros de casa antes de lo normal, todavía con la comida en la mesa, sin querer café, aunque fuera con hielo. Terminando de masticar en el descansillo las últimas fresas de la temporada, ya demasiado maduras. Salieron con prisa, tan precipitadamente que se dejaron algunos glóbulos en el cenicero de la mesilla donde se dejan las llaves. Algunos cogieron el coche, tal vez para vivir la intensa experiencia de aparcar cerca del Calderón. Otros cogieron el metro, pero se pasaron de parada conscientemente. No se apearon en Pirámides, no. Si alguien les preguntaba decían aquello de: “Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?” “También, yo también me bajo en Marqués de Vadillo”.

El partido más importante del domingo se jugaba a las cinco de la tarde. Cerca del Calderón, sí. Protagonizado por rojiblancos, también. Partido en el que se jugaban más de tres puntos, sin duda. Los actores principales del partido son unos aficionados como usted y como yo. Podría ser aquel. O el de más allá, ese que mira de reojo. Dos factores comunes les unen: el amor a unos colores y la preocupación por una situación que ya se alarga demasiado en el tiempo. Atléticos que miran atrás y ven que algo se ha quedado en el camino. Colchoneros que recuerdan un equipo que miraba de tú a tú a los mejores de Europa o colchoneros más jóvenes a los que se les ha contado. Algunos pretenden ensuciar sus motivos vistiéndolos con harapos de manipulación. Otros dicen que para qué, que son ganas de enredar. Que flaco favor le hacen al equipo. Que si tanto quieren a la entidad, por qué no pusieron dinero en su momento. Esos mismos silencian interesadamente que nadie puso dinero. Eso lo ha dicho una sentencia. Sin ejecutar por esos vericuetos entre los que la justicia acostumbra a agazaparse, pero sentencia al fin y al cabo que, aunque no llevada a efecto, sí debería servir para unir pareceres y barrer dudas.
Se juntaron para andar un trayecto no muy largo pero que simbólicamente recorría la enorme distancia entre el me da igual y el esto no puede seguir así. Cruzando un puente que conducirá a un futuro mejor. Hombro con hombro. Unidos, que es como mejor se lleva el camino. Pasándole el agua a una compañera cuando desfallece. Pasándole esa bebida isotónica a otro camarada que la rechaza educadamente aunque esté sudando más de la cuenta, por la aprensión que le produce ese color pitufo. Estuvieron muchos, ¿qué más dará cuantos? Seguro que cada uno de ellos llevaba en la mochila el corazón de muchos otros que no pudieron estar. Se ganó el partido. Se llevaron los tres o cinco o veinte puntos que se jugaban en el envite. Ganaron. Ganamos. Ganaremos.


Al terminar la concentración accedieron al estadio como de costumbre mientras guardaban el abono en la cartera, y notaron que llevaban en el bolsillo una cosa más. Una sensación de esas que tanto gustan a nuestro entrenador. La de la satisfacción del deber cumplido. Saludaron a sus vecinos de asiento. Se sentaron con la espalda más derecha de lo normal. Comentaron que Diego Costa parece otro. Se remangaron la camisa. Se alegraron por Filipe. Se sorprendieron con lo que había adelgazado el primo de Talavera siguiendo una dieta con nombre de portero del Steaua. Vieron a Reyes caminar por la cuerda floja de la línea de fondo tras hacer un gran surtido de fintas. Echaron cuentas de cuánto hacía que no rendía visita la Real al Calderón. Constataron que sí, que parece que Mario Suárez puede estar llamado a hacer grandes cosas en este equipo. Hicieron de tripas corazón para beber lo que quedaba de la bebida isotónica del color de la camiseta del Chelsea y así evitar un golpe de calor. Añoraron a Domínguez. No entendieron el mal gusto de algunos cánticos. Se abrazaron cuando Agüero dio otra nueva muestra del gran jugador que es. Salieron sonrientes. Se dirigieron hacia sus casas. Cenaron ligero. Maldijeron como cada lunes el sonido del despertador. Se agarraron como a un salvavidas a la máquina de café y entonces pasó por allí Sánchez.

– ¡Qué buena cara tenéis hoy los del Atleti, cómo os sientan las victorias!
– Sí Sánchez, ayer ganamos un partido muy importante.
– ¡Y jugando bien además! ¡Menudos goles!
– ¡Ah! Ese partido…Sí, sí ese también estuvo muy bien

jueves, 7 de abril de 2011

Cazadores...(aguanten ustedes hasta el final y verán de qué)


Una vez superada la interrupción de la camarera para llenar las tazas de café por tercera vez continuaron hablando:

– No sé, no acabo de ver el negocio. ¿Seguro que alguien va a pagar por esto? –dudó el más joven de los dos mientras se llevaba el dedo al puente de las gafas para asegurarse de que el esparadrapo que las mantenía unidas seguía en su sitio.
– No me jodas. Sabes que hay mucho millonario loco en el mundo. Y si lo dice el jefe, me lo creo. Yo le conozco desde el instituto y todo lo que ha vaticinado, se ha cumplido –dijo cargado de razones el del chaleco repleto de bolsillos por los que asomaban puntas de papeles a medio escribir de todas las formas y tamaños–. Empezó con esto en el garaje de casa de su tía, famosa ella. Ella le cedió electrodomésticos de gran valor sentimental, nada menos que una aspiradora de esas que en vez de bolsa llevan agua y una termomix, con las que construyó el primer prototipo de cazador.
– Y si está tan seguro del éxito, ¿Por qué cada vez está más desmejorado? ¿Por qué solo se afeita cada tres o cuatro días? ¿Por qué cada vez habla más raro? ¿Has escuchado lo de hace un momento? “Sinergias casuísticas de contraindicaciones aliteradas” ¿Qué cojones es eso? –argumentó descreído el recién llegado al grupo.
– Todo eso es por involucrarse demasiado en el proyecto. Porque es un genio.
– Lo que tu digas, a mi me parece que vende un poco de humo.
– ¿HUMO? ¿Humo llamas a perfeccionar su máquina hasta poder captar las más rebuscadas? Hace menos de un año sólo podíamos cazar alguna suelta como la del frío en un empaste, la de lamer piel de melocotón con la lengua quemada por la sopa o la de pasar las uñas por la pizarra de un colegio público. Ahora somos capaces de cazar el amodorramiento propio de una digestión pesada por abusar de costillas untadas en mantequilla de cacahuete. Ahora somos capaces de cazar la frustración que provoca en el chico que reparte los periódicos que los Mets no lleguen a las Series Mundiales –esgrimió levantando la voz más de lo necesario, lo que sirvió para provocar que varias cabezas del local se volvieran hacia ellos–. ¡Si hasta ayer mismo cazamos una muy emocionante, la de desabrochar el primer sostén! ¡No me jodas hombre, no me jodas! ¿De verdad crees que un ricachón de Madison Hills no pagaría lo que fuera por experimentar de nuevo el momento en que desabrochó su primer sujetador en el asiento trasero de un Mustang del 72 a la capitana del equipo de animadoras? Deberías dar gracias por poder trabajar con él. Mira a Kings, él sí que está agradecido. Él estaba acabado y el jefe le dio una nueva razón para vivir. Cazar.
– No hay que ponerse así. Solo era una opinión. ¿Y qué me dices del uniforme? ¿Es realmente necesario? –dijo señalándose– ¿Sirve para algo un jersey de pico tan estrecho? ¿Es imprescindible el abrigo entallado? No sé a ti, pero a mí desde luego me incomoda mucho cuando salgo de batida.
– Es una cuestión de imagen de empresa –admitió mucho más calmado–. Permíteme un consejo, pasa menos tiempo con Forlanowsky y con Frank Meridaugh. Ellos sólo saben criticar al jefe porque son dos fracasados. Hazme caso a mí.
La música corporativa de ambos comunicadores sonó a la vez. Se levantaron corriendo y dejaron dos billetes de 5 dólares sobre la barra. Siempre sobraba algo, pero Molly se lo merecía de sobra por aguantarlos a cualquier hora del día y de la noche y por tener la mejor tarta de arándanos del Medio Oeste. El mensaje era claro, tenían que ir a la avenida Lincoln para cazar la vergüenza que un oficinista había sentido tras haberse aliviado intestinalmente en el ascensor de la empresa sin saber que el director general se montaría en la siguiente planta.
– Adiós chicos, ¡que Dios os bendiga! –masculló la camarera echando a un lado de la boca el tabaco que mascaba.
– Nos vemos Molly –repitieron al unísono cuando ya sólo se veían los depósitos que llevaban a la espalda, esos recipientes en los que se almacenaban las nuevas, las que todavía no habían descargado en la central.
– Molly, ¿quiénes son estos? –preguntó un camionero que había parado camino de Wichita para tomar un bourbon.
– Son los cazadores de sensaciones. Son los chicos de Harry Flowers, nuestros heroes locales. El orgullo de nuestro condado. Si tiene la suerte de encontrarles, tal vez pueda contratarles –imitó Molly la voz de un jingle radiofónico, mostrando una sonrisa amarillenta a la que faltaba más de una pieza...o al menos esa sensación daba.

– Cazadores de sensaciones...¡Que me aspen si no suena bien! –admitió el transportista constatando que una de las sensaciones se había escapado de su cautiverio: se le estaba poniendo la piel de gallina.


lunes, 4 de abril de 2011

Volvió el fútbol

Los parones futbolísticos por partidos internacionales producen un efecto muy positivo en el turismo interior. Los aficionados marcan esos fines de semana en el calendario con rotulador rojo de punta gorda como candidatos ideales para irse con sus amigos de casa rural o para irse al pueblo a ver cómo van secando los chorizos de la matanza pasada. El hincha español ha sido siempre primero de su equipo y, a pesar del auge de la Roja tras las últimas hazañas, luego de la selección. Si a eso sumamos los innumerables y apasionantes partidos contra selecciones bálticas, balcánicas y otras repúblicas de nuevo cuño que sólo algunos elegidos podrían situar en un mapa político, comprenderán ustedes el por qué de ese afán de coger carretera y manta. Además, en esta ocasión, la vuelta de la competición ha sido más celebrada tras la incertidumbre por la amenaza de huelga por parte de la patronal del balompié.
Nuestros dirigentes, siempre velando por lo mejor para la sociedad anónima deportiva, querían ir a la huelga pero poco. Votaron a favor de la misma pero en sus declaraciones anunciaban que querían que no se suspendiese la jornada. Ya sabrán ustedes que nuestro presidente es hombre de firmes convicciones y de celebradas intervenciones en la prensa. También conocerán que las declaraciones de Cerezo hay que dejarlas reposar, como a la sopa castellana para que la clara del huevo cuaje. Que no admiten lectura rápida y que tomadas en frío pueden provocar empacho y meteorismo. Durante esta semana se ha prodigado en pregonar, incluso durante una premonitoria visita a la cárcel, que sí pero no, que blanco y también negro y que alto aunque de baja estatura, no quedando muy claro de qué lado de la pancarta está, ni si hay que llamarle esquirol o descontarle un día de empleo y sueldo. Si le preguntan ustedes a algún analista de verbo fácil como nuestro perifrástico entrenador, les dirá que la postura del club destaca por su ambivalencia, por su pluralidad y por incorporar a la vez el ying y el yang. Otros, unos descreídos entre los que me incluyo, describimos su postura con la sentencia que mi señora madre utiliza en estos casos: “¡A ver, que ni se muere padre, ni cenamos!”. Será que no somos tan sesudos y que pensamos que la horquilla en su gestión se mueve entre hacer lo peor para el equipo y lo más malo.
Volvió el fútbol para el Atleti en Pamplona, en ese estadio anteriormente conocido como el Sadar o el Sádar, que no está muy claro dónde habita la sílaba tónica. Volvió después de haber pasado mucho tiempo desde el anterior choque, por lo que no teníamos muy claro si estábamos inmersos en una buena racha, en una mala o en una racha ni fu ni fa de esas que sufrimos con más asiduidad de la deseable. Volvió tarde además, a pesar de que el pasado cambio de hora haga que parezca mucho más pronto. Muchos de los nuestros dejaron prácticamente la comida en la mesa para iniciar la operación regreso con tiempo de sobra para ver el partido en casa o en el bar, renunciando con ello a una larga sobremesa dominguera pero seguros de que un camión volcado en Tarancón o unas retenciones en El Espinar no les iba a impedir ver el encuentro.
Volvió el fútbol, y nos acomodamos delante de la tele con el pálpito de que en campos así, nuestro equipo se suele mostrar arrugado y timorato contradiciendo una historia que nos otorga un papel principal, de equipo grande. Los más avispados habrán caído en que en el Atleti ha mutado genéticamente en los últimos tiempos para nuestra desesperación. Podría decirse más, en el último año se ha convertido en un equipo de sensaciones y de costumbres por obra y gracia de nuestro técnico. Ése que, en vez de abroncar al equipo cuando pega un petardazo en campos de obligada victoria, saca al equipo a corretear por el monte cercano al Cerro del Espino en una suerte de castigo excursionista cuyo objetivo es aprehender las máximas sensaciones posibles.
Volvió el fútbol y se presentó el Atleti con esa camiseta que parece la del Capitán América tras pasar por una serigrafiadora estropeada. Para la ocasión, ese rapsoda metido a estratega que es el tío segundo de Elena Furiase sorprendió a todos, como no podía ser de otra manera, incluyendo como novedades en el equipo titular a tres exosasunistas, por lo de las costumbres, y a Diego Costa, tal vez por su pinta de aficionado a la chistorra, por lo de las sensaciones. ¿Y Domínguez? Pues, como de costumbre tenemos la sensación de que algo pasa con él. Salió también Reyes en la posición esa que saben ustedes que no gusta al que suscribe y a los fieles del sitio. Salió Osasuna dispuesto a demostrar que no es equipo de correteo, sino de carrera continua y presión agobiante desde tiempos de Iriguibel. Equipo de pañuelo rojo al cuello y periódico en la mano derecha que tiene impreso en su adn el vértigo de los encierros, ya desde que jugaba Dioni. Se encontraron los navarros con un gol tras varios avisos sobrevenidos por fallos de un elemento también muy típico de las fiestas pamplonicas, la charanga o banda. Pero no de música, no, la banda izquierda, en la que dos de los antiguos jugadores de la casa parecían toros de esos que salen sin ganas a los encierros, de esos que no cogen a nadie por muy fácil que se lo ponga un turista neozelandés empapado en vino de la tierra. Salvó también De Gea los muebles en un par de ocasiones, a pesar de esa pinta suya de ciudadano de Wisconsin despistado al que la policía foral mira con reticencia para ver si tiene que sacarlo del encierro por no tener la edad. Andaba peligroso el encierro cuando otro de los de pasado rojillo dio un gran pase a Costa que empató tal vez inmerecidamente.
Volvió el fútbol en la segunda parte y la cosa cambió. Ya se nos había pasado la resaca del comienzo, se empezó a ver a Reyes algo más participativo, se hicieron con los mandos Mario y Tiago y, sobre todo, se vio a Diego Costa. Diego Costa fue una de las apuestas de este verano tras ganarle la partida en la pretemporada a Salvio, ese jugador al que tan mal quedan las camisetas. Lo bueno de Diego Costa es que ofrece una alternativa diferente a los delanteros que tenemos, más partidarios del gambeteo, de la caída a banda y del disparo desde donde me apetece que de aguantar y jugar de nueve de toda la vida. Hasta ayer, muchos pensábamos si no habría sido una equivocación su elección tras solo ver detalles en los primeros partidos de la temporada. Pero ayer no, oigan. Ayer, ese delantero con pinta de secuaz de película de narcotraficantes, se destapó con un partido excepcional. Dio una lección de desmarque, aguantó el balón, sacó de quicio a los defensas y marcó dos goles más, tres en total que podrían haber sido cuatro si el pensador de Utrera le hubiese dejado tirar un penalti a él, cosa que en casos así parece adecuada y hasta elegante. De ahí al final, un penalti en contra de esos raritos, algún nervio, algún cambio incomprensible pero seguramente plagado de sensaciones, un árbitro muy malo y más de un cigarro de los debidos para aplacar la tensión.Tres puntos que acercan objetivos miserables. Esto es lo que hay.
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– Enrique, ¿cómo quieres el café?
Pues un poco con leche y un poco solo. Y para mojar no sé si quiero algo o no, tal vez una magdalena. Mira, mejor tráeme los cereales que hoy me apetecen galletas.