jueves, 29 de septiembre de 2016

De recuerdos y memorias

Más de treinta años tuvieron que pasar para que el Atleti lograra vengarse del Bayern por aquello de Bruselas y en unos meses tres veces ha sido negado el equipo bávaro por los colchoneros. Imagino que los fieles adoradores de la posesión de balón deben estar compungidos ante tamaña atrocidad. Hablando de equipos alemanes, uno recuerda una previa de Champions contra el Schalke, equipo con gran tradición en el cuidado paliativo de jugadores terminales, en la que el Atleti se metió en la fase de grupos de la competición tras arrollar a los teutones. Fue un partido extraordinario. Una rara avis en aquel Atleti de entonces donde lo más extraordinario era que Maniche terminara los partidos sin sacarse un bocadillo de chorizo de Pamplona del dobladillo de la media para apagar el hambre.

Servidor de ustedes ese día incluso participó, no sin algo de vergüenza, de esa suerte propia de graderío conocida como hacer la ola. Nunca volví a caer en esa frivolidad, pese a asistir a encuentros que la merecían más holgadamente. Más allá de esta confesión que pudiera cambiar el altísimo concepto que alguno de los lectores pudiera tener, aun a estas alturas, del que suscribe, lo significativo del hecho es la capacidad que uno tiene para recordar los partidos extraordinarios de hace unos años, seguramente por ser escasos, y la falta de espacio en el disco duro craneal para recordar cada momento excepcional que nos ha dejado el Atleti de Simeone, de tantos que fueron. Hay noches, como la de ayer, en la que uno querría agarrar cada segundo y guardarlo en un cajón con llave para que nunca escapara. Dentro de algunos años los dejaremos salir, todavía frescos, con el ánimo de volverlos a vivir si la agujereada memoria que tendremos lo permite.


Cuando eso ocurra, rememoraremos la mano prodigiosa de Oblak sin la que pudo haber cambiado todo. Tendremos que describir las fantásticas conducciones en diagonal de Carrasco y esos latigazos con los que las finaliza. Volveremos a llenar de adjetivos grandilocuentes las hazañas de Filipe y Juanfran, capaces de anular a las estrellas adversarias y de provocarles dolores de cabeza en cada una de sus incorporaciones al ataque. Admitiremos que, pese a no estar del todo finos frente al marco contrario, Torres y Griezmann se marcaron un partidazo. Recordaremos el despliegue y poderío de dos centrocampistas totales: Koke y Saúl, por los que el Atleti es envidiado en todo el continente. Rendiremos de nuevo homenaje a Savic y Godín, capitanes inexpugnables de la guardia de la noche que custodia el muro defensivo del reino rojiblanco. Por último, evocaremos con emoción la nueva lección magistral de conocimiento del juego que Gabi impartió desde su cátedra en el mediocentro.

Lo grande de este Atleti no estriba tanto en lo que nos hace vivir, que es muchísimo, sino en lo que nos deja guardar para más adelante. Solo es de esperar que la memoria nos aguante, porque las gestas del equipo parecen tener cuerda para rato. Iremos devorando con avidez cada lance, cada imagen que el equipo nos regala para poder contarlo dentro de unos años. Entonces, sacaremos todo otra vez, todavía fresco, para contarlo de nuevo, si es posible a algún nieto vestido de rojo y blanco que se siente sobre nuestras rodillas.

martes, 27 de septiembre de 2016

Partidos clónicos

Nos vamos a hartar esta temporada de ver partidos como el del Deportivo del pasado fin de semana. Encuentros copiados al más mínimo detalle. Choques mellizos, casi idénticos a los del Leganés o el Alavés que tanto alarmaron a los cenizos de guardia. Son las servidumbres de un Atleti que de un tiempo a esta parte se ha instalado perpetuamente en la nobleza de la tabla abandonando su antiguo rol de revelación pintoresca. Los rivales desfilarán por el Calderón o recibirán a los nuestros calcando el planteamiento: líneas juntas, defensa algo adelantada, un portero al que venerar y un delantero con vocación de náufrago que a lo peor hasta se dedica a repartir estopa, como el punta de los gallegos.

Hace un par de meses, sentado en una terraza con un viejo compañero de fatigas y calvicies, reparamos, fijándonos en las mesas desde las que los adolescentes nos miraban como a reliquias babilónicas, en la uniformidad estética de los tiempos. Recordábamos los años de instituto y su hormonal ecosistema de pijos Privata, punkies de imperdible en la oreja, rockers de tupé arquitectónico, mods soñando que la Vespino fuera Lambretta y heavies que ocultaban la mirada en un mar de pelo. Hoy en día, a uno le cuesta encontrar los rasgos distintivos, las diferencias entre unos y otros. Si acaso podría trazarse una línea entre aquellos de ellos, al género masculino me refiero, que están fuertes y los que están muy fuertes. Lo más probable sea que, pese a creernos todavía jóvenes, somos tan mayores que los vemos iguales. Los asumimos como clones ante nuestra incapacidad de distinguirlos. Algo así debió pasarle a los dinosaurios. Tal vez nunca pudieron diferenciar los tipos de meteorito que los convirtieron en carne de museo de Ciencias Naturales.


Volviendo a los partidos clónicos, no queda otra que acostumbrarse. Buscar espacios donde no los hay. Desequilibrar por fuera y cambiar de registro para filtrar pases por dentro en la siguiente jugada. Abrir los campos y esperar. Son estos encuentros donde importa menos el toque o el balón largo y más la paciencia. No mirar el reloj más de lo necesario y nunca dejar de creer. Nadie recuerda, con el paso de los años, si los choques que supusieron tres puntos fueron más o menos sufridos ni si la recompensa llegó a pocos minutos del final cuando el rival cayó como fruta madura. Lo más probable sea que, pese a creernos todavía jóvenes, los aficionados del Atleti nos hemos hecho tan mayores que vemos a la mayoría de los equipos que se enfrentan al nuestro como si fueran el mismo.

Sentados en una terraza tras finalizar el partido del Atleti, la cerveza nos supo a nostalgia mientras en el horizonte se dibujaba un año de partidos trabados que se decidirán por detalles. Encuentros clonados. Comentamos que añorábamos una barbaridad a aquellos equipos visitantes con beisbolera que meneaban el balón y las caderas a ritmo de rockabilly o a esos conjuntos con cresta que se presentaban en nuestro feudo volcándose al ataque como si no hubiera futuro. Echábamos también de menos tener más pelo, pero esa es ya otra historia.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Cuando muera

En mi declaración de últimas voluntades he dispuesto que, cuando muera, esparzan mis cenizas sobre algún partido como el de anteayer en Barcelona. A pesar de sus ratos de agobio y de sus fases de juego poco reluciente. No crean que no disfruto con las goleadas plácidas ni con los encuentros en los que el Atleti gana por agotamiento cuando a los rivales les llega el otoño a las piernas, pero es en este tipo de choques donde uno quiere reposar eternamente.

Es en ellos, cuando el barro llega a la cintura, cuando cada decisión del árbitro se protesta como si no hubiera mañana, donde me gustaría yacer. Saber que habitaré por siempre al lado de ese Atleti de dientes apretados, presión alta y latigazos traidores a la contra. El fútbol sería un pasatiempo para clases acomodadas sin estos encuentros de sobresaltos y latidos de corazón que se desacompasan. No encontraríamos razón ninguna para cuadrar las actividades del fin de semana con el horario del partido sin esos controles orientados de Correa sobre un campo de minas. Sin los viajes de Filipe por las carreteras secundarias de la banda izquierda y sin las mil artimañas de Koke para amansar la pelota estaríamos hablando de petanca.


Puestos a pedir, quisiera también, si no es molestia, nombrar a Savic, a Juanfran y a Godín albaceas de mi escasísima fortuna. Son tipos de honor. Gente de fiar. De esos que no abandonan a un compañero herido en la batalla. Como último capricho, quisiera que Gabi no se retirara jamás. Desearía verle siempre con la rojiblanca puesta, mostrando esa oblicua sonrisa llena de gravedad con la que entra en el bar apartando adversarios cuando los vasos ya han comenzado a volar.

Debo reconocer que a lo mejor pido mucho o tal vez poquísimo. Evaporarme mientras el Atleti, el de Simeone, se faja regando de sudor y sangre un tapete de césped infinito. 

martes, 20 de septiembre de 2016

¿Cuánto cuesta Griezmann?

Una pregunta llena de aristas que se repite de cuando en cuando, sobre todo tras exhibiciones del francés como ante el Celta y el Sporting. Pudiera parecer lógico que alguien, con vocación de tratante de ganado, tuviera simple curiosidad por saber el valor de mercado del delantero, pero, ¿con qué fin? Contaba un conocido, empleado del monte de piedad, que cada mes acudía a sus oficinas una señora bien con la intención de revisar la tasación del anillo de compromiso que su difunto le obsequió cuando estaba en la mili. Con el paso del tiempo, esas visitas fueron motivo de gran especulación en la oficina, llegándose a cruzar apuestas sobre la autenticidad de una joya a todas luces fuera del alcance adquisitivo de un recluta, sobre cuándo empeñaría definitivamente la pieza o sobre en qué ventanilla sería depositado al fin el anillo de marras. Con menos chicha y algo más de imaginación escribió Tolkien una trilogía sobre algo parecido, vamos.

Este Griezmann que se erigió en máxima esperanza goleadora de un Atleti que en la pasada temporada pudo reinar o en líder de una selección francesa a la que aupó a la final de la Eurocopa pese a su planicie futbolística concita intereses, a veces desmedidos. Su presencia en las resabiadas ternas entre las que se otorgan los precocinados premios individuales o en las listas de los más deseados entre los que pisan las áreas contrarias provoca el merodeo. Si a todo ello le añadimos una pizca de la sinrazón que el mercado de fichajes pasado arrastró a la orilla, con los sonrojantes montantes de los traspasos de Pogba o Higuaín como botones de muestra, podría explicarse la polvareda alrededor del galo. Aun así se debe insistir, ¿de qué sirve conocer su tasación actual?, ¿qué objetivo ulterior se busca poniéndole precio?


Siendo desconfiado, cualidad muy higiénica cuando se habla de dinero a la ribera del Manzanares, podría pensarse en una estrategia a medio plazo para vestir una futura marcha. Ya conocen el desarrollo de la trama: oferta irrechazable, inversión recuperada con creces, los jugadores juegan donde quieren, se ha buscado lo mejor para todas las partes, vendrá otro igual o mejor, en fin, nada que no conozcan. Siendo confiado, no se encuentran razones para actualizar tantas veces la estimación económica de un posible traspaso de Antoine. Está claro que Griezmann ha crecido enormemente como jugador desde su llegada al Atleti pero no es necesario poner ceros al lado de esa afirmación para convencerse de ello.

La historia del dichoso anillo culminó cuando el director de la casa de empeños decidió tomar cartas en el asunto. Al mes siguiente, hizo pasar a la señora a su despacho para atenderla personalmente. Tras mirar la joya desde todos los puntos de vista posibles, suspiró y con su mejor cara de circunstancias mintió a su clienta espetándole que el anillo era una imitación burda que no había sido antes detectada por la impericia de otros tasadores. No obstante, como compensación por las molestias ocasionadas, se ofrecía a mantener la última oferta que le hicieron por él, aún a sabiendas de que era falso. La mujer se levantó con una sonrisa pintada en la boca y, agradeciendo la atención prestada, se encaminó hacia la puerta. El director conminó a la señora a reconsiderar su postura. La oferta perdería validez en cuanto abandonara la oficina.

–Nunca tuve la menor intención de desprenderme del anillo. Ni ahora ni antes, fuera auténtico o falso –aclaró la señora condescendientemente–. Pero es que a ustedes, con esa cara de seta que gastan, se les veía tan entretenidos…

Venga de donde venga el afán de tasar constantemente a Griezmann, suba o baje su cotización, se crucen apuestas sobre su salida o permanencia, o se aventure sobre el club que pudiera pagar su fluctuante precio para convertirse en su próximo destino, solo es de esperar que el equipo rojiblanco no tenga ninguna intención de desprenderse de él. Ojalá, puestos a no desconfiar, se trate solo de un ejercicio para tener a algunos tan entretenidos, caras de seta aparte. 

martes, 13 de septiembre de 2016

Posesión irresponsable

No hay mayor acto de irresponsabilidad por parte de un rival que arrebatarle el balón al Atleti. Varios años de observación minuciosa me hacen enunciar este nuevo teorema, que como todos solo busca provocar para que lo refuten. Las cunetas del balompié están llenas de cadáveres de equipos que pensaron quitarse de en medio al Atleti manejando el cuero empalagosamente, adorando sin reparo al falaz becerro de oro del fútbol mundial, la posesión de balón. Es entonces, mientras el contrario amasa el balón, lo arropa y lo acuna con mimo como si fuera un recién nacido, cuando el conjunto de Simeone se muestra más puro y salvaje. Es entonces cuando más cómodo se encuentra, frente a los que maleducan el esférico. 

Suele suceder que los equipos que tratan la pelota como un neonato hayan interiorizado tanto su rol protagonista para con el balón que cuando éste cae en las botas de alguien que viste de rojiblanco, la desconfianza les hace perder el duelo. El Atleti se convierte para los jugadores rivales en una canguro que se presenta en casa con el pelo teñido de azul y piercings en todos los lugares imaginables para hacerse cargo del balón mientras te vas de cena. Los contrincantes a veces conceden, con todo el dolor de su corazón, un saque de banda sin mayor peligro y contienen el impulso de quitarle de las manos el cuero a Juanfran o Filipe antes de ponerlo en juego, exasperados al creer que no está siendo tratado como merece. Normalmente, los enemigos acaban desquiciados de tanto mirar el móvil, esperando ansiosamente que el Atleti llame para decir que al balón le ha subido la fiebre o que se ha declarado un incendio en su habitación mientras ellos estaban fuera.


Como les decía, es exactamente ahí, cuando el adversario se muestra más sobreprotector con la bola, cuando el Atleti se destapa. En esos terrenos aparece el mejor Griezmann, menos apretujado que con equipos de líneas abigarradas. Allí se puede ver a Koke descolgándose y llegando al área para hacer pupa. Saúl y Carrasco se sienten más libres para explotar sus potencias y velocidades respectivas. Los laterales pueden llegar por sorpresa y hasta Godín capitanea embestidas que comienzan en una arrancada que deja regusto a centrales de otras épocas. Siempre fue el Atleti un equipo de agazaparse y esperar el contraataque. Lo lleva en el ADN, como las rayas de los colchones. Así lo comprendieron el sabio Luis y el aplicado Ivic. Así lo supo ver Antic, pese a otorgar una mayor importancia a la pelota. Así lo adaptaron muchos y otros muchos, desgraciadamente, no supieron entender que el Atleti es mucho más Atleti a campo abierto.

Bienaventurados sean los equipos sobones con el balón, ganarán el efímero reino de los que triunfaron en la posesión de partidos que perdieron. Cuentan que en el vestuario rojiblanco se esperan con ansia las fechas en las que el calendario empareja a los nuestros con equipos de toque acaramelado. Mientras se afilan las uñas, los pupilos de Simeone se relamen pensando en la llamada que harán al móvil de los rivales avisando de que el balón no ha cenado nada de nada o de que les han metido tres o cuatro goles a la carrera, por poner un ejemplo. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El (mal) sueño de una noche de verano (tardío)

Les ruego sepan perdonar cualquier incorrección ortográfica o sintáctica que pudiera ocultarse a lo largo del artículo que ahora comienza. En mi defensa alegaré que lo estoy escribiendo sin apenas haber dormido. Rectifico, dormido sí, pero apenas sin haber descansado. He pasado la noche envuelto en una pesadilla horrenda. No creo que fuera el calor ni una cena excesivamente copiosa, debe ser cosa del subconsciente, siempre dispuesto a traicionarte en los peores momentos, como si fuera el talento de un mediapunta guadianesco.

Les cuento. La pesadilla comenzaba en los aledaños del Calderón. Iba yo, como otros muchos, acercándome al estadio y alrededor se oían conversaciones que identificaban cada temporada con un número de proyecto. Se escuchaban comentarios sobre entrenadores de quita y pon, sobre limpias en la plantilla e incorporaciones, muchas incorporaciones. Tras acceder al Templo rojiblanco, fui consciente de que no era un partido a lo que iba a asistir, sino a una presentación de trece o catorce fichajes de una tacada. Recuerdo ver la cara del Tren Valencia y la de Dobrovolski, algo congestionada por cierto. Recuerdo también a Richard Nuñez repartiendo besos a diestro y siniestro, al Pato Sosa cayéndose de culo, a Avi Nimni más perdido que un burro en un garaje y a Ibagaza ejecutando pases al hueco que se había formado en mi estómago. Recuerdo también a Maniche, Costinha y Seitaridis en unida fila, bailando una suerte de cancán a cámara lenta por tanta exigencia física. Un número, vamos. Lo que no fui capaz de atisbar fue quién era el entrenador que vigilaba la escena sin parecer querer formar parte del esperpento. Durante el sueño, el técnico estaba de espaldas y me fue imposible reconocerlo. Hubo momentos en los que pensé que era Maturana para al segundo siguiente creer que era Pastoriza y más tarde, Atkinson. Solo sé que su apariencia cambiaba casi a cada instante.


Tras un breve paréntesis onírico, se me reveló el siguiente pasaje de la pesadilla. De nuevo estaba sentado en el Calderón, aunque esta vez era presenciando un partido. El Atleti no jugaba a nada pero eso no sorprendía a la afición. Sobre el campo, deambulaba un equipo perdido y digno de lástima. Un conjunto roto, sin alma. Unos jugadores que llegaban siempre una décima tarde a cualquier balón dividido y que pifiaban pases aparentemente sencillos. Lo más curioso fue que nadie se removía en sus asientos excepto yo, e incluso algún aficionado, molesto por mi inocultable nerviosismo, me increpó pidiendo que me callara y apoyara al equipo, que la clasificación para la UEFA estaba todavía a tiro, siempre y cuando el Zaragoza o el Mallorca pincharan en sus próximos encuentros. Me senté por no armar más alboroto y ahí volví a sumergirme en el sueño, que se hizo más profundo.

Lo siguiente que recuerdo fue una pared de color azul llena de pegatinas de patrocinadores. Imagino que me encontraba en una sala de prensa. Frente al micrófono se sentaba un entrenador enjuto y atezado que repetía, sistemáticamente, la palabra sensaciones. Se veía satisfecho al técnico, tal vez por algún triunfo recién conseguido. Profetizaba, sin duda crecido, que pasarían muchos años antes de que el Atleti volviera a levantar un título y terminaba la frase alzando la voz para hacerse oír por encima del clamor que se escuchaba en el exterior pidiendo la convocatoria para la selección de Reyes. De repente, al lado suyo apareció un señor, al parecer también entrenador, que atendía al nombre de Goyo. Vestía ricos ropajes de seda oriental que combinaba desacertadamente con el color de las patillas de sus gafas. En un momento dado, comenzó a proferir sonoras carcajadas mientras levantaba tres dedos en cada una de sus manos. “No hay dos sin tres, no hay dos sin tres”, decía entre risotadas con un marcado acento jiennense.

En ese punto del sueño me desperté acongojado. Intenté desperezarme con el tembleque todavía metido en lo más profundo del cuerpo y, mientras me preparaba un café que borrara toda huella del mal sueño en el que había pasado sumido la noche, repasé en el móvil los comentarios que en las últimas horas se habían volcado en las redes sociales. Sorprendentemente se hablaba de ciclo acabado. También se criticaba el carácter eminentemente conservador del equipo colchonero y la poca vistosidad de su juego. Tuve tiempo incluso para leer una atropellada teoría apocalíptica sobre las consecuencias en el medio ambiente de alinear cuatro mediocentros de corte defensivo y una disertación de lo más ceniza sobre el vicio de coleccionar empates con recién ascendidos. No tuve más remedio que pellizcarme, para asegurarme de que la pesadilla había terminado. Pasadas varias horas sigo sin estar del todo seguro. 

sábado, 3 de septiembre de 2016

Los jugadores juegan donde quieren, pero menos

Las mentiras, al igual que Romario o Agüero, tienen las patas muy cortas. Bastó acercar un micrófono a un Diego Costa recién aterrizado en la concentración de la selección para que el castillo de falsedades tejido cuidadosamente a lo largo del verano se derrumbara con un soplido. Quizá nadie contó con que las palabras del de Lagarto se desbocarían como sus carreras hacia el área contraria. Diego se explicó con claridad y reconoció que quiso volver, pero que no hubo manera. De un plumazo se desvanecía la tinta vertida interesadamente durante el periodo estival. Si Costa no volvió a recalar en el Atleti no fue por él. Por Simeone tampoco.

El hispano-brasileño era el elegido. El deseado. La petición expresa. La guinda para coronar un pastel con el que ahuyentar las dudas que pudieran albergar afición, técnico y compañeros. Con Diego, el equipo recuperaría un nueve de garantías y ese estilo algo pendenciero que se nos ajustaba como un guante. Un delantero letal con el que pasear por Europa, la gran asignatura pendiente, sin complejos. Aún antes de anunciar en caliente que quería reflexionar, Cholo pensaba en Costa y nunca tuvo ojos para ningún ariete más. Las cosas del amor, que a veces se explican desde un despecho anterior, como en este caso.


Una vez confirmado por el del Chelsea que su no fichaje no fue una cuestión de voluntades, como se había asegurado, solo queda pensar que fue el vil metal el que truncó la incorporación del atacante. No queda otra que exigir a los gestores atléticos explicaciones sobre la operación. Si el jugador quería y el banquillo otorgaba, ¿dónde radicó el problema? ¿tan seca andaba la caja para acometer su fichaje a pesar de las ventas, las cesiones y los premios recibidos en las competiciones de años anteriores? Ni ese ápice de utilidad vamos a poder arrancarle a Jackson Martínez. Ruego que nadie saque la calculadora, sabido es que la contabilidad atlética es una especie de agujero negro interplanetario en el que dos y dos no siempre suman cuatro.

Tal vez lo más grave de las declaraciones de Diego Costa no sea imaginar lo que pudo haber sido y no fue o constatar que las peticiones del técnico caen en un saco agujereado por la dirección. Lo peor habrá sido descubrir que el mantra que lleva lustros acompañando las ventas injustificadas y las bajadas de cláusula a la altura de los tobillos pierde vigencia. Es de esperar que nuestro rumboso presidente no vuelva a asegurar que los jugadores juegan donde quieren, no vayan a recordarle en el futuro este pequeño episodio canicular. Aunque llegados a tal nivel de descaro, lo mismo nos desayunamos pasado mañana con una variante de la consigna: los jugadores juegan donde quieren, pero menos. Todo en Cerezo es imprevisible, menos su peinado. 

jueves, 1 de septiembre de 2016

Volver de Milán

Dejémonos de elucubraciones y análisis apresurados. El Atleti, nuestro Atleti, el del Cholo y sus guerreros, el que fue capaz de enamorarnos de nuevo, no ha vuelto de Milán. Ahí radica todo el problema. El equipo no ha regresado aun de la capital lombarda y deambula, todavía, con la amarga medalla de subcampeón colgada al cuello por el césped del estadio donde se disputó la final.

Cierto es que el grupo se marchó de vacaciones, volvió al trabajo, viajó a Australia y se hizo fotos enternecedoras con crías de canguro, jugó el Carranza y alguna otra pachanga más, presentó fichajes y comenzó la liga, pero lo hizo todo a distancia. Fue como casarse por poderes. Lo hicieron, pero no. Están sin estar. Siguen en Milán del primero al último. Intentando digerir lo indigerible. Sintiendo incluso punzadas de dolor en la herida, más fresca de lo que pudiera parecer.

De nada sirve teorizar sobre sistemas, mediocentros, jugadas a balón parado buscando tratamientos de fertilidad, estados de forma, piernas cargadas, motivaciones y metas, viejas y nuevas caras, roles a desempeñar ni rumores mientras el Atleti siga varado en San Siro, enredado en las mallas que aquel maldito penalti no quiso besar.


Inútil se antoja cualquier debate sobre si Gameiro funcionará pese a ser el segundo o, más bien, el quinto plato. Sobre si Gaitán debiera tener guardado un sitio en la alineación de cara a ensanchar los campos con estrecheces o sobre si pronunciamos el nombre de Vrsaljko con un mínimo de dignidad: poco puede pedirse a los que acaban de llegar a un conjunto que hizo añicos el billete de vuelta a la vez que su mayor sueño.

No merece la pena tampoco personalizar ni señalar, que además queda muy feo. Koke no es Koke ni Saúl es Saúl. Oblak tampoco es el mismo y Juanfran suda lágrimas cada vez que sube por la banda. Ninguno ha vuelto. No aporta nada comparar estadísticas ni medir actuaciones. No hablamos de nombres ni se barajan alternativas. Tampoco se trata de una cuestión de estilos futbolísticos, no ahora. Hablamos de volver. De reponerse, aún maltrechos, y pasar página, aunque cueste.

Hablaba recientemente Simeone en una entrevista de muerte y de duelo a la hora de referirse a aquella noche de mayo. Quiso el técnico mostrar más entereza de la que realmente guarda y añadió que el luto había terminado, no siendo cierto. La nación rojiblanca va quemando las etapas del duelo más lentamente de lo deseado. Ya hemos pasado por la negación, por la ira y por la negociación pero queda un trecho para dejar atrás la depresión que desembocará en la aceptación de lo que ocurrió. De inoportunas, como mínimo, deberían calificarse las críticas, algunas muy descarnadas, que sobre jugadores y, especialmente, técnico se han vertido tras los dos primeros partidos de Liga. Venían a decir que los dos tropiezos nos alejaban del objetivo sin ser conscientes que el único y principal objetivo debe ser comprar un pasaje de vuelta. Volver de Milán.