lunes, 31 de octubre de 2011

Sobre pruebas a pasar, por si acasos y minutos musicales

–…y este es mi padre. Papá este es el chico del que te he hablado, Jesús José –dijo solícita la tardía adolescente omitiendo el menos formal Chuche por el que era conocido su noviete, que para la ocasión había aplacado su rebelde peinado a base de laca y nervios.

– Ah…hola –acertó a despegar los labios el cabeza de familia ante la mirada asesina de su señora esposa.

– Encantado, señor –se adelantó al artista anteriormente conocido como Chuche para estrechar la mano de su suegro mientras inconscientemente doblaba la bisagra lumbar en señal de respeto.

– Sí, sí…–añadió con desgana Don Genaro–, ¿y cómo has conocido a mi hija?

– Somos compañeros de clase en Estadística dos, la única troncal que compartimos. Yo he elegido la opción de las humanidades, no como Lorena que es de la rama tecnológica.

– Sé perfectamente qué rama estudia mi hija, chaval –dijo secamente el padre de la criatura–. ¿Humanidades? O sea, que eres hippie, librepensador o ambas cosas a la vez.

– ¡Papáaaaa!

– Lorena, cariño, a ver si en mi casa no voy a poder decir lo que me salga de las narices –se defendió Don Genaro contenidamente. Sin utilizar otras partes de su anatomía que se ajustaban más a la situación. Partes pares, para más señas.

La madre se materializó en la salita dando fin al momento de tensión por obra y gracia de unos taquitos de queso semicurado y una punta de lomo embuchado.

– Genaro, ayúdame con las bebidas, anda, no seas tan gruñón ­–conminó la anfitriona aliñando la frase con otra de esas miradas capaces de fundir aleaciones pobres en titanio.

– Voy….Jesús José, ¿qué te traigo para beber? –preguntó zanjando otras cuestiones.

– Una cerveza, si no es mucha molestia –respondió un poco demasiado rápido el opositor a ser aceptado ante las miradas alarmadas de madre e hija.

– Mejor te voy a traer un trinaranjus, que me parece que no tienes edad para beber –terció Don Genaro adoptando la misma mirada torva y la misma media sonrisa de quien se sabe ganador del asalto tras haber hecho caer en su trampa al contrincante.



Manzano se enfrentaba ayer a una prueba con el mismo grado de tensión de a la que se enfrentó nuestro amigo Chuche. Eso sí, sin esos aliados femeninos de los que dispuso nuestro galán de patio de instituto. Manzano se presentaba sin tener ninguno. Una afición que ya le ha tarareado la tonada recurrente para que se vaya, una directiva que asume con naturalidad la rápida combustión del primer cortafuegos que han dispuesto para esta temporada, unos jugadores que, dicen, no creen en su discurso monocorde ni en sus rotaciones esquizoides. Goyo llegó a primera hora de la tarde con varias cajas de cartón de esas que utilizan los americanos cuando dejan un empleo, ésas que siempre terminan coronadas por una foto de familia con perro de cara bonachona. Lo hizo por si acaso. Lo hizo por si volvía a salir el mismo equipo que en las últimas jornadas. Giró la llave de paso del agua de su despacho, apagó las regletas de seis enchufes y bajó el termostato de la calefacción al mínimo. Dispuso también al lado del banquillo una bolsa con una botella de agua fresca, una bolsa de patatas de cuya fecha de apertura no quiso acordarse y unos briks de zumo de marca blanca, lo que casi todos aprovisionamos cuando de irse de viaje se trata. Todo por si acaso. Dejó a Reyes en la grada que es algo que también le pedía el cuerpo antes de marcharse y se preparó para el chaparrón.

Entró el Atleti a empellones en el partido. Sin pasar apuros pero sin un dominio creador de ocasiones sostenido. Parece ésa una característica del equipo. El equipo posee una continua discontinuidad, tal vez por depender en exceso de Arda y Diego, jugadores de innegable clase y de evidente intermitencia. Seguíamos a base de impulsos cuando Arda puso un balón en el área medio blandito que Adrián cabeceó con saña a la red. Adrián, la llave ayer.



Adrián llegó al equipo casi pidiendo perdón por no tener gol y no haber dejado comisiones  en su incorporación, aspecto mucho más grave el segundo para la gerencia regente. Adrián fue el más destacado de los rojiblancos en esas travesías veraniegas por las previas europeas pero se vio tapado cuando empezó lo mollar por un delantero estrella y por un planteamiento rácano de un entrenador no dispuesto a dar cancha a dos delanteros. Aún así, cada vez que ha salido ha demostrado que es uno de los que más claro lee los partidos de todos los llegados. Cuando el equipo se obceca por el centro, ofrece desahogo en banda. Cuando las líneas contrarias se cierran, busca el espacio con inteligencia, tal y como hizo en el tercer gol, reculando hasta el punto de penalti para ejecutar una buena jugada de Filipe (al fin). Si hubiera sido Adrián el que fuera a conocer a los padres de su novia, éstos de entrada hubieran podido alegar que parece excesivamente calladito y algo raro, pero hubiera llevado un ramo de flores para la suegra y una botella de vino resultón para el suegro, un hueso para el perro y un habano para el abuelo de su amada. Su manera de ser es esa, ofrece lo que se necesita en cada momento. En los partidos, también. Goyo hasta ahora no lo había visto del todo, probablemente por reservón y timorato. Esperemos que a partir de ahora no lo olvide. Si es que tiene más tiempo para no olvidar.

Entre medias, se consiguió un gol de estrategia al que no sabemos si achacarle brillantez en el movimiento o excesiva contemplación por parte de la defensa maña. Conocimos a Micael, ese cromo del que no conocíamos la cara que nos salió al comprar un delantero centro mediante leasing chanchullero. Aplaudimos a Perea por ser como es, uno de los nuestros a pesar de sus fallos. No nos acabaron de convencer de nuevo ni Gabi ni Mario Suárez. Así pasábamos la tarde sacando conclusiones más o menos acertadas cuando nos dimos cuenta de que teníamos hambre. Cosas del cambio de hora, seguro. Con tres a cero en el marcador y el partido resuelto se fue del campo una buena parte de la parroquia que había comido a la una y media y a los que el estómago estaba avisando con sonido de lavadora centrifugando. Anticiparon la salida con la promesa de un pincho de tortilla con cebolla en cualquier bar de los aledaños antes de coger el metro. No se perdieron mucho. O sí.

Se perdieron un obsequio de la defensa atlética que el Zaragoza convirtió en gol, pero sobre todo, se perdieron unos minutos de despropósito musical. Una parte de la grada, convertida para la ocasión en orquesta pachanguera, atacó un repertorio de temas manifiestamente cuestionable. Tras un prometedor inicio acordándose del Sabio de Hortaleza, tema muy aplaudido como el que siguió, una melodiosa invitación a Manzano para que coja la puerta, empezó a decaer el concierto. La elección del siguiente tema fue la guinda amarga, la bulliciosa coral empezó a acordarse con calidez del ínclito Sánchez Flores entre la división de opiniones del resto del respetable, dado que muchos nos acordamos de él, sí, pero también de la señora madre que lo parió folclóricamente. Finalmente, los bises nos trajeron un encendido recordatorio al verdadero culpable de todo lo malo que pasa en el club, tema este que recabó más aplausos e incluso algún mechero encendido. Parecía que el concierto se alargaría hasta el pitido final cuando una jugada brillante y pinturera de Adrián y Arda devolvió la atención al césped hasta el final del encuentro.

Gregorio abrió el despacho que creía nunca más abriría. Dejó la caja sobre el escritorio. Rescató la foto de la familia con perro bonachón y la dejó en su sitio, a la izquierda de la pantalla del ordenador. Giró el termostato a 21 grados y se sentó en el sillón de oficina aliviado. Finalmente, se había ganado al menos un partido más de continuidad. Gracias a una victoria de la que no se deben sacar demasiadas conclusiones. Una victoria engañosa tal vez, ante un adversario que no creyó demasiado en sí mismo. Falta saber si lo hecho ayer se mostraría suficiente ante rivales de más enjundia. Mientras tanto, la afición no deja de pensar si lo de ayer habrá sido un espejismo. No debería ponerlo fácil el seguidor atlético tras un inicio esperanzador que ha estado a punto de acabar en la cuneta de las ilusiones perdidas de tantas temporadas. Nos tendrán que ganar como Chuche a su futuro suegro. Lo de ayer es poco y también Manzano lo sabe. Por eso no deshizo la caja con sus pertenencias. Por si acaso.

viernes, 28 de octubre de 2011

El barro de antaño

Llevábamos esperando al partido durante todo el día, aunque a lo mejor fuera por eso de jugar los últimos de la jornada y haber visto cómo los demás aficionados tomaban su dosis estipulada de fútbol. Se esperaba el partido también por ser uno de esos choques clásicos jugados de poder a poder de los que uno suele sacar imágenes para guardar en el disco duro de la memoria. Imágenes en color sepia salpicadas con el barro que florecía en la Catedral cuando llovía como lo hizo ayer. Ayer no se hizo ni una migaja de barro, nada, ni tan siquiera un barro de ese fino y moderno que casi no ensucia pero que es aplicable de manera terapéutica en cutis o riñonadas. Tampoco se jugó nada que pueda ser calificado de poder a poder, fíjense ustedes que cosas.   

De unos años para acá, estos partidos se nos han dado bien. Puede que ya no sean de esa intensidad que tenían en los ochenta, cuando estos encuentros eran batallas casi épicas que se libraban con pantalón ajustado y con esa camiseta roja cruzada de hombro a hombro por una raya blanca y otra azul que terminaba empapada y arcillosa, pero siempre dejan algo. Ayer también lo hizo, nos dejó preocupación a raudales. Barro no nos dejó, lo que es, es. Preocupación y mal sabor de boca, desde luego.

Les hablaba antes de lo bien que se nos daba jugar últimamente en San Mamés y sí se nos daba. Era salir al campo con un delantero rubio y otro moreno y los leones retraían las garras un poco. Hubo ayer algún despistado seguidor bilbaíno que preguntó si salían Forlán y Agüero de titulares incluso:

– Hombre, Joseba, que Forlán y Agüero ya no juegan con estos, pues. Que por lo visto eran unos mercenarios. Ahora tienen a uno que llaman el Tigre.

– Pues nada…Mejor, mejor –añadía Joseba aliviado mientras veía calentar a los suyos sin asomo de retraimiento, de garras ni de espíritu.

Ayer se rompió esa tendencia, como muchas otras tendencias positivas que se van rompiendo desde hace tanto tiempo. Tal vez salga a cuenta incorporar en nómina a un notario del libro Guinness de los records negativos para que dé fe de los quebrantos de nuestro equipo, que tanto viaje en avión debe salir por un pico.

No les quiero castigar con un pormenorizado análisis del partido, pero algo habrá que decir. El Atleti salió a encarar el partido de medio lado. Mirándolo de reojo. Algo demasiado agazapado pero intentando salir a la contra. Cogía Turan la responsabilidad atacante y llegaron oportunidades para ambos equipos. Más claras las del Athletic, eso sí. En la segunda parte nuestro equipo fue vapuleado por incomparecencia. Tampoco compareció el barro y miren ustedes que llovió una barbaridad. Pero nada, no asomó.

El que parece que seguirá asomando pero por poco tiempo es Manzano. Ayer nos dejó alguna reflexión casi póstuma, antes y durante el partido. Habló de que, puestos a calificar la temporada hasta ahora, le ponía un notable pero se olvidó de agradecer a sus jefes la libertad de expresión que para decir patochadas similares disponen los empleados atléticos por obra y gracia de la falta de exigencia. Se le leyó en los labios justo al recibir el tercer gol un reproche por cómo se había realizado una segunda parte fatal tras una primera fenomenal. Hombre, Gregorio, fenomenal tampoco. Que fue más o menos meritorio llegar con empate al descanso no lo vamos a discutir. Pero fenomenal no. Por caridad. Las declaraciones de Manzano explican mejor que cualquier croquis lleno de flechas qué pasa en la entidad: donde debería haber exigencia, solo existe acomodamiento. Quede claro que debemos dar a Manzano el peso que tiene independientemente de lo desafortunado y funcionarial que esté en sus declaraciones. Él no es más que el perfectamente intercambiable escudo humano que en este momento se encuentra en primera línea. Después de él vendrá otro. Da igual quien. Y si no viniera otro, los tiros apuntarían a Caminero o al señor que pinta las rayas del campo. Aún así, parece significativo lo de la falta de exigencia. Tal vez será que no se tiene la capacidad de exigir demasiado a unos jugadores que no son propiedad del club en su totalidad, no vaya a ser que se enfaden y no se les pueda revender en alguna trastienda. Y aquí, precisamente aquí. En este momento y sin haber caído una gota, aparece el barro. Más que barro, un lodo pestilente.



Por ese lodo se está arrastrando la historia de una entidad jornada tras jornada. Ese lodo lo inunda todo, sin respetar a ninguno de los estamentos de la sociedad, cada vez menos deportiva. Da igual que venga éste o aquel. Da igual una nueva temporada a la que se le caen los objetivos a las primeras de cambio. Lodos que provienen de polvos lejanos. Nos queda poco, no crean. Casi no tenemos ni una identidad, algo que, por poner un ejemplo, nuestro rival de ayer siempre ha sabido cuidar y mimar aún en los momentos peores. La nuestra debe estar en algún rincón, sepultada bajo toneladas de barro. Un barro que se acumula desde hace casi un cuarto de siglo ¡Qué tiempos estos, qué bien drenan los campos y qué mal los despachos!

miércoles, 26 de octubre de 2011

De charcuterías, chacinas y chopped...mucho chopped

Baldomero se incorporó de la cama mecánicamente. Con ese aturdimiento que dan las siestas de pijama y sudores. Esas siestas que se mastican. Esas reservadas para los fines de semana o para las tardes de jornadas intensivas y demarrajes en etapas pirenaicas. No andaba muy sobrado de tiempo antes de que cerrasen. Después de acicalarse, debía pasar por la charcutería del mercado situado enfrente de su casa. Su descuido mantenía al frigorífico en un despoblamiento espartano, pero no por ello iba a renunciar al bocadillo acostumbrado para cenar. Nada de barritas sustitutivas ni de ensaladas para llevar. Todo el mal que pudiera ocasionar esta liturgia a sus arterias se paliaba con creces gracias al ritmo que se imponía para vencer las interminables cuestas que salpicaban el camino de vuelta hacia su casa desde el trabajo. 

Llevaba más de cuarenta años aprovisionándose en el mismo lugar. Volvía por costumbre, simple y llanamente. El antiguo puesto al que era difícil superar en cuanto a calidad del género había decaído con el paso del tiempo. Ése que fuera un templo donde algunos iniciados probaron aquel jamón en el que apartar la grasa era pecado mortal, se había convertido en un melancólico lugar casi borrado del mapa por el crecimiento de dos grandes superficies construidas en sus cercanías. Tampoco había ayudado en nada el dueño que se hizo cargo del local hace ya casi veinticinco años en una operación oscura. Paulatinamente había dejado de traer esas viandas recordadas como antológicas: ese salchichón que rezumaba en la bandeja el rastro de su esencia, ese chorizo recio que se retraía al contacto con la lengua, la sobrasada de color casi granate que dejaba un agradable picor en el paladar. 



Todo eso había pasado. Ahora, el derivado del cerdo perdía diariamente batallas ante el avance de los embutidos de pavo. Ahora, el local se había erigido en uno de los más firmes defensores del chopped en todas sus variedades: chopped traído de Portugal, chopped de carne sospechosa a precios impopulares, chopped como eje de la dieta. Aún así, los clientes seguían acudiendo, llamados por inercia, por fidelidad a recuerdos grabados por sus papilas, por amor a una causa casi perdida. De vez en cuando algo les hacía recordar la antigua grandeza. Una partida barata pero resultona de chacinas, un regusto a sabores perdidos.

Otro aspecto que merecía la pena destacar es lo poco que duraban los empleados en la charcutería. Baldomero se acordó del inseparable ayudante del antiguo dueño, un señor de bigote poblado y delantal aderezado con pimentón que fue testigo de su infancia y adolescencia hasta que se prejubiló por las bravas como consecuencia de la llegada de los actuales gestores. Ahora ya no pasaba eso. En la actualidad, la charcutería parecía más una ETT o una agencia de compra y venta de nuevos talentos del fiambre que lo que debería ser, un monumento conmemorativo al tratamiento de las carnes del cochino. Recordaba nuestro protagonista ya con lejanía a dos de los últimos aprendices que habían prestado sus servicios en el puesto. Uno, bajito, habilidoso y con rasgos medio indios. Otro, espigado, algo enjuto y de un pelo rubio alborotado. A ambos les había cogido mucho cariño. Tenían talento, sí señor. Había que ver cómo manejaban el corte: fino si se terciaba o más gordo si el usuario gustaba de un bocado más contundente. Y nada de máquinas loncheadoras, no. Cuchillo en mano desplegaban su genialidad. Cortando chopped, por supuesto, pero de manera exquisita.

Llegó un día en el que no aparecieron más por el puesto. Se marcharon. Uno, con muy malos modos, otro, de manera silenciosa y casi furtiva. Unos dicen que la causa fue el aburrimiento, otros dicen que fueron empujados a marcharse. Cuando alguna señora le afeaba al dueño la calidad y el corte de las lascas de lacón despachadas, el dueño se escudaba en que no es que el lacón fuera malo, es que los aprendices perdían el amor por el trato al público. Siempre acababa su perorata con un convencido: “Es que ya sabe, Doña Angustias, los aprendices de charcutería despachan donde quieren”. Será por eso, pensaba la clientela. Seguro que era un problema de poco compromiso de la juventud ante su primer empleo, decía la concurrencia cuando veían salir del garaje al dueño con un flamante descapotable.

El puesto sigue abierto. Probablemente seguirá funcionando algunos años más. Varios aprendices nuevos han llegado o llegarán para sustituir a aquellos que se marcharon. Alguno tal vez pueda hacer olvidar aquellos cortes. O no, vayan ustedes a saber. Dará igual, porque la fiel clientela seguirá acudiendo una o dos veces por semana a ese puesto que hace esquina en el mercado. El dueño explicará con voz queda lo que la sociedad charcutera ha crecido desde que él se hizo cargo de ella. Hablará sobre un futuro traslado a un puesto mayor en otro mercado que será mucho mejor para el comprador. Hablará, explicará y hasta sacará unos libros de cuentas medio emborronadas para justificarse, pero seguirá vendiendo chopped por más que quiera disfrazarlo, pensó Baldomero mientras metía la llave en la cerradura del portal de la finca.

lunes, 24 de octubre de 2011

Quien no se consola es porque no quiere

El director de la sucursal española de la multinacional del entretenimiento casero levantó la vista de unos papeles que no decían nada en particular. Tampoco los estaba leyendo, para qué nos vamos a engañar. Se trataba de escenificar su disgusto ante los probadores y programadores del juego de fútbol de inminente lanzamiento navideño. A pesar del calculadísimo ambiente informal que planeaba en la empresa, ejemplificado en la ausencia de corbatas y pantalones de tergal de tacto lija, de vez en cuando convenía mantener las distancias. De otra forma, las cosas podrían desmandarse.

– Contadme entonces –comenzó el gerente paseando la mirada con dureza ante los jovenzuelos de pelo descuidado y barba de tres pelos que suponían el músculo en España de la compañía.

– Pues mira Borja, resulta…

– Don Borja, si no os importa –cortó el responsable ensanchando más el terreno entre él y los genios de la programación.

– Eh…de acuerdo, Don Borja. Pues resulta que ayer, compilando las últimas rutinas del paquete de mejoras de la versión 5 punto 2 punto 3 punto 7 del juego, nos dimos cuenta de que hay problemas en un equipo. En el Atleti –explicó muy serio el más hablador de todos–. Nos pusimos a jugar un partido para verificar los fallos, elegimos aleatoriamente un equipo, el Mallorca, que no debería ser problemático. Eso sí, para que no fuera tan fácil la cosa, programamos un gol en contra nada más empezar el partido. De penalti tonto y a lo mejor injusto, que no queda bien manipular a base de código los parámetros vectoriales…

– Al grano, Óscar, al grano –se impacientaba el jefe ante la verborrea adornada de su empleado, lo que no sentó bien a la audiencia, no por la interrupción, a lo mejor merecida, sino por la alusión al grano, problema endémico en las frentes y mejillas de los trabajadores en nómina.

– Lo que le decía. A pesar de la desventaja de partida, las características del equipo rojiblanco deberían haber bastado para remontar el partido, pero ahí empezamos a detectar la incidencia. Como bien sabe usted, cada equipo tiene unas opciones de velocidad, resistencia, puntos defensivos y puntos ofensivos, habilidad y talento, pues bien, cuando un jugador elige al Atleti todas las opciones bajan al mínimo, a valores de un segunda B, para ser más claro.

– ¿Y eso? ¿Error de programación? ¿Un virus?

– Nosotros no comentemos errores de programación –dijo con una sonrisa suficiente otro de los empleados, un Mario Suárez por el pelo, pero con 50 kilos más–. Lo del virus también está descartado, hace unas semanas encontramos uno, llamado Fifa, que sí que baja los valores de las opciones reproduciendo sensaciones de pesadez en las funciones que calculan el rendimiento individual, pero ya está en cuarentena.

– Si me permites, eh…, permite Don Borja –retomó el speech el primero de ellos–, no crea que este bajón se refleja solo en las características grupales. También las características de cada jugador sufren una merma considerable. Por ponerle un ejemplo, el botón de pase adelantado o al hueco no funciona con normalidad, tampoco el de desmarque ventajoso, lo que hace que solo se pueda utilizar la combinación de teclas de pase al pie. La función de chut desde fuera del área, inutilizada también. Además, lo que no se explica es que, cuando parece que todo vuelve a su ser o su estar, que no en vano pertenecemos a una industria claramente anglófila, no puede mantenerse más de un ataque por jugador, siendo este un claro hándicap a la hora de buscar una continuidad en el juego. Es como si no pudieran jugar bien todos los jugadores a la vez.

– ¿Y el modo supermanager tampoco funciona? –preguntó cada vez más desanimado Borja María de Senovilla y Bradley, todo lo contrario a un hombre hecho a sí mismo.

– El supermanager falla más que una escopeta de feria, si me permite la expresión. El supermanager deshabilita el módulo de sustituciones que puedan cambiar el partido y acumula jugadores de banda que no juegan por la banda, entrando en un bucle infinito y estomagante de mediapuntas, todo sea dicho.

– Pues no va a salir nadie de aquí hasta que no se solucionen los problemas –bramó con el indicador de paciencia en rojo Don Borja–, no podemos permitirnos que la competencia nos tome la delantera en esto también.

– No, si la delantera no nos la van a coger, por eso no se preocupe. Les hemos llamado y ellos tienen el mismo problema con el lanzamiento que están preparando –intervino el doble obeso del blandito mediocentro colchonero–. No les funciona el Atleti, se les van los indicadores a cero, como a nosotros.



Borja Mari respiró un poco, ya se había visto teniendo que dejar el club de golf y las noches enológicas que a su superficial novia tan sugerentes le parecían. Aún así, intentó buscar alternativas poniendo en práctica las enseñanzas aprendidas en el master que Tita Cuqui le financió tan desinteresadamente.

– Pero, ¿lo habéis comprobado todo?

– Todo es poco Don Borja. Con decirle que Jonathan (el del pelo y cintura con exceso de volumen), se ha pasado el fin de semana en las oficinas para probar y para, a la vez, batir el record nacional de alimentación a base de pizzas de masa pan –añadió Óscar de manera gráfica.

– ¿Y no será que no hay ningún error? ¿No será que los valores del equipo y del manager no son para tanto? –intervino uno de los más callados de los genios, un mozalbete que no parecía tener más de trece años­–. Todos hemos asumido que por valores de jugadores y de equipo, el Atleti debería estar entre los cuatro primeros, pero…¿no será que realmente es un equipo para estar octavo o noveno?

Todos reflexionaron sobre lo que acababa de decir el precoz tecnólogo. Podría ser. A lo mejor los parámetros con los que los colchoneros estaban dotados en base de datos eran irreales. A lo mejor habían cogido datos históricos para programar y deberían hacer hecho un update de las últimas temporadas con sus respectivas características a la baja. No obstante, Borja Mari retomó el pulso de la reunión.

– Ok, compilad todo de nuevo y si no se ven errores seguimos con el plan establecido. Salimos al mercado aunque sea así. Probablemente tengáis razón, el Atleti lleva demasiado tiempo con los valores objetivos en rojo. Informadme cuando terminéis –finalizó el responsable dando la reunión por terminada.

Los programadores se dirigían a la puerta cuando fueron sorprendidos por Ainhoa, la única chica que trabajaba en la oficina, ganando a las carreras el espacio entre ella y la sala de reuniones.

– Jefe, chicos. He encontrado el problema. Se trata de un programa espía portugués. Se llama Mendes. Es como un troyano que se asocia con los ficheros corruptos que pueblan el núcleo directivo de los programas gerentes caraduras atacando de igual manera los sistemas operativos y los bancarios.

–Gracias Ainhoa. Buen trabajo –dijo Borja para romper el silencio ya que el resto de los presentes presentaba una coloración de cara que recorría todos los tonos del rojo hasta llegar al granate de Jonathan. Es lo que tienen los genios de la informática, tratan a los servidores y a los pixeles con total naturalidad pero no saben cómo se debe tratar a una dama. 

viernes, 21 de octubre de 2011

Gris

Servando se levantó automáticamente de la cama. El mismo sonido de despertador que llevaba sirviendo de electrónico gallo en los últimos treinta años. Tras el frugal desayuno y la ducha con agua ni muy fría ni muy caliente, paseó como cada mañana la vista por el ajado armario. Se decantó por el traje gris, bueno, por uno de ellos. La mayoría de sus trajes eran de ese color por la sencilla razón de que él pensaba que le quedaban más o menos bien. Salió de casa con tiempo suficiente y se cruzó con el vecino del sexto izquierda en el portal.

– Buenos días –saludó Servando sin alzar demasiado la voz.

Nada, otro día sin respuesta. Desde pequeño le había ocurrido. La gente pasaba al lado suyo sin reparar en él. Cuando se repartían los castigos en el colegio era una ventaja desde luego, siempre se libraba. Nunca tuvo que escribir cien veces aquellas frases rehabilitadoras ni recibió golpes de regla en los nudillos. A medida que pasaban los años, potenció su capacidad para sacar partido de su desapercibida invisibilidad. Nunca fue voluntario en nada, nunca fue primero, ni segundo ni tercero. Nunca sacó más nota de la absolutamente suficiente, a pesar de haber podido hacerlo. Siempre ahí. Ni en un extremo ni en el otro. Siempre gris.

Inició una mañana como cualquier otra. Sellando pólizas y archivando montañas de papeles irrelevantes ¿Importaba algo? Nadie leía sus informes, otrora cuidados, ahora ausentes. Nunca se le propuso ascender, pero tampoco formó parte de ninguna lista de posibles despidos. Tal vez todo proviniera del traje, tal vez él lo veía gris y realmente era un traje de camuflaje. Un traje que conseguía el mismo efecto que esos aviones de última generación que burlan radares. Pero no. El traje no era de ninguna aleación de titanio superligero. El traje simplemente combinaba a la perfección con su personalidad. Él era gris.



Las imágenes del entrenamiento previo de nuestro equipo en la víspera del partido en Udine nos mostraron un chándal distinto. Un chándal gris. Con toques vintage de última moda gafapastera, pero gris al fin y al cabo. Sin demasiadas ganas, nos sentamos ante la pequeña pantalla y nos dimos cuenta de que el equipo salía con una alineación gris. Probablemente muchos pensaron que prescindir del triple pivote era una señal de abandono del grisáceo camino. Se equivocaron. Aún así, el abandono del repetitivo esquema nos trajo una evidencia: con Assunçao en el campo no son necesarios otros dos escuderos de la bipolaridad destructivo-creativa. Simplemente, puso oficio sobre el campo, lo que no es poco desde luego. El bueno de Paulo ha pecado de invisible en muchas ocasiones, pero no en el campo. En el campo se conduce con honradez y con más o menos acierto, dependiendo del día. Deberíamos agradecerle mucho. Una parte importante de los escuálidos resultados de los últimos tiempos. Fuera del terreno, nunca dijo una palabra más alta que otra aunque se le tratara de manera ventajístamente injusta. Aunque él siempre fuera el undécimo nombre que se recitaba cuando se recordaba la alineación. Aquí acaba lo único salvable. Fíjense qué cosas. El eterno hombre gris fue lo más brillante de ayer. Otro tono de gris, un gris con reflejos marengos.

Les contaba yo antes lo de una alineación gris. Lo fue. Una alineación llena de actores de reparto de esos cuyas caras suenan pero de los que no podríamos enumerar más de dos películas en las que han trabajado. Vimos algo más a Pizzi, por poner un ejemplo, un jugador medio habilidoso y posiblemente útil como revulsivo para según qué ocasiones, no como un recurso titular a mi juicio. En cuanto a los que tienen la obligación de aportar algo más de color, notamos a Falcao de nuevo demasiado lejos del área y, a lo mejor por cosas de la iluminación artificial, parece que cuanto más lejos se mueve de la portería le cambia el tono tostado de su cara por uno más ceniciento, más gris, para que me entiendan. Resumiendo, una amplia gama de grises.

Al frente de todo, un técnico plomizo. Un hombre en el que ni los excesivos y arbitrarios cambios en los colores de las patillas de sus gafas pueden cambiar su monótona imagen. Un entrenador del que sorprenden sus estadísticas de partidos en primera porque sería el último que nos vendría a la cabeza si intentáramos hacer memoria, tal y como pasó a los irresponsables de la entidad el verano pasado. Un señor que no cae ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Una figura que no hace ruido y al que no saludan los empleados del club cuando se los encuentra camino del vestuario. No por nada, simplemente no le ven, parece mimetizado con el gris del hormigón de los cimientos.

Se nos marchó la tarde sin casi darnos cuenta. Son de esos días en los que uno mira el reloj preocupado porque el tiempo ha pasado volando y piensa que se le ha hecho muy tarde sin darse cuenta, pero no por habérselo pasado muy bien. Y, justo al final nos metieron dos goles que casi ni dolieron ¿Pudimos ganar? Seguramente ¿Lo merecimos? Pues puede que sí o a lo mejor no, vayan ustedes a saber. A lo mejor la virtud de estos partidos perfectamente olvidables se encuentra situado en el empate. En la equidistancia entre la claridad de la victoria y la negrura espesa de la derrota merecida. Y si es a cero, mejor, que todavía habrá alguien que intente hacer lecturas positivas en base a la esterilidad. Son los signos de estos tiempos nublados que vive la parroquia rojiblanca. Tiempos de excesiva duración, anodinos, funcionalmente arrinconables en el baúl de los recuerdos que no se pretende desempolvar. Mañana o tal vez pasado nos miraremos en el espejo y veremos más canas que no nos darán un tono más interesante, sino una apariencia más gris. Pasarán los años y enfilaremos el camino del nuevo estadio en tonos grises para ver qué nos echan de comer, algo descolorido, seguro. Las bufandas y camisetas habrán perdido sus vivos tonos erosionados por un tiempo que dejará en ellas una pátina de aburrimiento y de conformismo. Lo asumiremos al igual que lo asumimos en el presente. Y nos dará igual, o no mucho, quién sabe. Mientras no seamos capaces de unirnos para sacar del club a los que nos han instalado en este plomizo escalón, somos y seremos grises.


Servando colgó con mimo el traje en el armario, se ciño el batín de tonos neutros y se dirigió hacia la cocina. Puso el esmirriado filete sobre la sartén sin recordar si era de ternera o de cerdo. Pasados unos minutos lo retiró del fuego y lo miró fijamente sin ser capaz de adivinar por qué había cogido ese color tan extraño ¿Lo había puesto en la sartén demasiado pronto? Parecía cocido en vez de a la plancha. Borró el pensamiento de un plumazo mientras se dirigía al comedor para dar cuenta de su penoso pedazo gris de carne.

jueves, 20 de octubre de 2011

Juegaterapia

Disculpen el atrevimiento por saltarme el guión previsto y por poner en duda la frase del señor Shankly en la que reflexionaba sobre la importancia del fútbol sobre todas las cosas. No, oigan, hay cosas realmente mucho más importantes, de largo. 

Para los descreídos de este tipo de iniciativas, debo decir que yo mismo he intentado colaborar con ellos modestamente y que he constatado la gran labor que hacen. Les dejo con su mensaje:

Me gustaría presentaros brevemente un proyecto fascinante La Fundación "Juegaterapia.org". Su objeto es recoger todo tipo de consolas usadas, mandos y juegos para niños enfermos de cáncer y distribuirlas en hospitales con zona de oncología infantil. La idea es hacer más llevaderas las sesiones de quimioterapia en los hospitales y arrancar así alguna sonrisa.

Su lema "la quimio jugando se pasa volando".

Las consolas se entregan con una pegatina con los datos del donante, para que el niño al que les llega o un familiar suyo pueda agradecerlo con una llamada, un mensaje... Las consolas se entregan a niños ingresados, aunque se ceden al centro hospitalario, de forma que cuando el paciente es dado de alta los dispositivos se quedan en las habitaciones para que sean utilizados por otros niños. 

Se hacen muy largas las horas en los hospitales y más a estos niños que deben estar en sus habitaciones aislados. Pasar sus largas sesiones distraídos y olvidándose a ratos del dolor es muy importante para ellos.
Su sede está en Madrid, C/Sagasta nº 8 donde podéis enviar todas vuestras consolas y juegos. También cuentan con la colaboración de 20 Asociaciones Federadas de la Federación Española de Padres de Niños con Cancer (FEPNC) con sedes en muchas provincias españolas.
Os animo a visitarles y seguirles día a día en facebook/juegaterapia.org donde ya cuentan con más de 10.000 seguidores y podéis ver las fotos con las entregas en los hospitales, el listado de Asociaciones colaboradoras y los cientos de mensajes y felicitaciones que reciben por la labor desarrollada. O en su pag web www.juegaterapia.com, o en su correo electrónico info@juegaterapia.org

Casi todos tenemos en casa juegos con los que los niños ya no juegan, consolas guardadas en cajones y casi olvidadas pero que pueden ser de muchísima utilidad todavía. Preguntarles por favor a vuestros hijos si quieren donarlas a estos niños. Los pequeños y los jóvenes suelen ser los más solidarios y si ya no los usan los dan con entusiasmo. 
Os agradecería muchísimo que reenviárais este mail a vuestros contactos, que lo comentarais a amigos o en vuestras empresas y despachos profesionales. La ayuda puede estar en cualquier parte y es siempre bienvenida.

lunes, 17 de octubre de 2011

Cronicas de la Alhambra...con sus detalles y todo...

Los libros de historia, al igual que los periódicos deportivos, son proclives al titular fácil y a omitir detalles que pudieran tener trascendencia. Un ejemplo de ello es la famosa frase de “Roma no paga a traidores”, pronunciada por algún tribuno senatorial remiso a pagar su deuda con los asesinos de Viriato. Lo que no dicen los libros de historia es que el tribuno añadió, en un alarde de empatía, “…pero id a preguntar al Manchester City, que paga cláusulas sin mirar si es a traidores o no”. Tampoco los historiadores se hacen eco de las palabras de la señora esposa de Arquímedes al ver cómo el empuje del cuerpo de éste desalojaba agua de la bañera por toda la estancia mientras gritaba ¡Eureka!: “Arquímedes, que el baño está recién fregado”. Como ven, pequeños pero importantes detalles.

Otro ejemplo de estas citas célebres en las que se difumina el contexto es la que la madre de Boabdil acuñó cuando su hijo hacía pucheros mirando con nostalgia el perfil de la Alhambra: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Lo que los libros no dicen es que Boabdil, sultán de Granada, se llamaba Boabdil Gregorio, poco queda escrito sobre su algo artificial tez olivácea ni sobre cómo gustaba de vestir elegantemente, cambiando de turbante o de patilla de gafas con profusión. No se menciona tampoco que las duras palabras de la madre que le parió fueron consecuencia de la cobarde estrategia que planteó a la hora de defender la ciudad nazarí ante el acoso del ejército cristiano. Más detalles, tal vez pequeños, pero relevantes.

Boabdil Gregorio, al que se conocía como Goyo con afán de economizar palabras en aquellos tiempos, también de recortes presupuestarios, dispuso una defensa de la ciudad basada en el trivote. Una línea de soldados delante de la retaguardia que, en anteriores batallas, fue recibida con buenos ojos ante el historial de descontrol que poblaba el curriculum en lucha de los sitiados. Pasadas ya varias jornadas desde las primeras escaramuzas, el trivote de capitanes moriscos se antoja redundante, espeso y hasta urticante a la hora de entrar en combate. No crean ustedes que el sultán Goyo fuera un iluminado por plantear las contiendas de esa manera, ni mucho menos. El doble o hasta el triple pivote de contención era una práctica adoptada a la moda de tierras florentinas y genovesas desde hace tiempo. Se trata de un recurso reservón y algo cagueta del que hacían uso con ligereza adalides de poco arrojo. Si además, como en el caso que nos ocupa, dos de ellos, los de cabello más largo y ensortijado, mostraban blandura de ánimo y abulia en la carrera, para qué queremos más.

A pesar de lo bien armadas que creía Boabdil Goyo a sus mesnadas, solo la desorganización del animoso pero bastante inofensivo ejército cristiano que sitiaba la explanada de los Cármenes no hizo que la derrota cayera sobre los hombres de Goyo en los primeros episodios de la batalla. Especial mención hacen las crónicas de la época de las dificultades que sufrió el responsable del flanco derecho, un mozárabe de Crevillente reconvertido a lateral por obra y gracia de las tácticas avanzadas del jefe musulmán y de la mala planificación a la hora de confeccionar la tropa. Por el lado izquierdo no crean que la cosa fue mejor, no. Por allí no atacó tanto el enemigo, pero en ese lado tomaba posiciones desde hace tiempo un soldado de frágil carácter, Filipe. Un artillero del que se tenían las mejores referencias cuando luchó en las guerras de tierras celtas pero, que desde su llegada a las filas de los sitiados, no acaba de mostrar esa maestría con el arcabuz que se le suponía. Les hablaba de las dos alas y sus dificultades pero no sería justo olvidarnos del centro de la retaguardia, tal vez la parte más entonada de la soldadesca mora. El dúo defensor junto al cancerbero y guardián del puente levadizo fueron tal vez de las pocas buenas noticias que acaecieron.



¿Delante? Delante la cosa no mejoró mucho. Desconectados de la guardia del triple pivote y desesperados. Desesperado el emir Diego, en quien debía recaer la labor de creación a la hora del combate, su falta de munición en forma de balón a la hora de dar el último pase hizo que acabara bajando a ayudar a los de la línea conservadora descuidando su importante tarea. Desesperado también el bereber Falcao, sin flechas con las que cargar su certera ballesta, buscaba sitios en los que ayudar a sus compañeros a pesar de su torpeza cuando no empuña un arma en sus manos. Desesperante, que no desesperada, fue la actuación en batalla del soldado de Utrera, aquel al que llamaban Reyes, probablemente porque su concurso en la contienda fue decisiva a la hora de decantarla hacia el bando de los Católicos, los Reyes, se entiende. El de Utrera, con los oídos llenos de de cantos y romances que ciertos juglares glosaban sobre su grandeza y su necesaria convocatoria para la selección de mejores soldados de Castilla y Aragón, volvió a escenificar lo que desde tiempos inmemoriales se califica como hacer la guerra por su cuenta. Pensaba el aga Reyes que su calidad en la contienda era muy superior al del resto de sus camaradas, pensaba también que cualquiera que fuera el cristiano que cruzara aceros con él, siempre saldría vencedor. Tal era su obcecación y suficiencia insuficiente que varios de sus colegas pensaron seriamente en acabar con su participación a base de alfanje que le hiciera perder la cabeza. No lo hicieron aunque lo pensaron, a lo mejor porque el aga Reyes, sin cabeza, seguramente combatiría de igual manera. 

Ya a punto de entregar la plaza, Boabdil Goyo, en un movimiento casi desesperado ordenó a la tropa ponerse a las órdenes de tres soldados venidos de Orán como refuerzo. En solo unos minutos, demostraron que uno de ellos, Paulo, podría haber llevado el peso defensivo de la contienda como había hecho en muchas otras, antes de que cayera en desgracia sin saber muy bien por qué. Otro, astur él y superviviente de las guerras con Don Pelayo, confirmó que debía siempre estar en la unidad de gala del equipo, por ser el que mejor visualizaba los espacios donde las batallas se ganan, por ser el que mejor se entendía con los de la vanguardia. Uno más, un herrero de Lusitania al que nadie había puesto una daga en las manos hasta ese momento, desequilibró y pudo desnivelar el curso de los acontecimientos de haber sido protagonista desde el principio. Detalles, en fin. Que no deben ser omitidos por relevantes.

Así lo refieren las crónicas de esos tiempos. Un ejército infiel derrotado, aunque no del todo. Todavía los hubo que justificaron la pérdida de Granada y buscaron señales positivas en el hecho de mantener porterías a cero. El ejército enfiló el camino a las Alpujarras frío, desmoralizado, sin tener claro hacia dónde les llevarían futuras batallas a lo largo de otros reinos. Boabdil Goyo arrastró durante largo tiempo fama merecida de acongojado. Los sitiados erraron sin rumbo fijo, arrastrando los pies y lamiendo heridas por las que se escapaban hemorragias de puntos de los que más tarde se acordarían. Llegarían futuras escaramuzas, algunas ganadas, otras perdidas. Todas ellas escribieron la historia del ejército que luchó en la ciudad de la Alhambra. Una historia que será revelada en futuras entregas. Una historia en la que los detalles, por pequeños que estos fueran, deberían haber sido tenidos en cuenta. 

viernes, 14 de octubre de 2011

El Atleti es como una caja de bombones

Doña Visitación tomó asiento en el banco adosado a la marquesina dispuesta a dejar morir esos minutos que agonizan esperando al autobús. A su lado, pero siempre dejando esa distancia que se guarda con los desconocidos y con los exnovios, esa que no nunca disminuye por lo que pudiera pasar, se sentaba un individuo con una caja en las rodillas. Vestía traje claro y adornaba su cabeza con un peinado discutible y algo tazonero. Se quedó mirando a Visitación muy fijamente, lo que hizo que ésta agarrara el bolso instintivamente.

–Mi mamá siempre decía que la vida es como una caja de bombones –dijo tras escrutar a su acompañante de asiento el tiempo suficiente para hacerla sentir incómoda.

– Ya…–añadió Visi con una tensión evidente, una tensión de corner en contra cuando se agota el tiempo de descuento.

– Nunca sabes cuál es el que te va a tocar –continúo el individuo con un tono de voz que denotaba poco espabilo, hecho este que por otra parte no impide a algunos sujetos ostentar la titularidad del lateral derecho en equipos que luchan por campeonar en nuestra liga bipolar–. Se lo dije a Bubba y al teniente Dan. Se lo dije incluso al presidente en varias visitas que le hice. Lo constaté cuando corría alrededor del país y cuando luché en una guerra contra unos a los que llamaban Charlies. Lo sé seguro…y eso que yo no sé mucho de casi nada.

– Mire oiga, si quiere usted dinero lo pide como es debido. Empiece usted a teorizar sobre la eterna dicotomía de si pedir o robar, continúe perorando sobre una descendencia numerosa y poco subvencionada. Desgrane las diferentes variantes del sablazo callejero o arrebáteme de un tirón el collar de perlas cultivadas que mi Ambrosio, que en gloria esté, adquirió para mí en Mallorca en un arrebato de pasión con ensaimadas, pero no me filosofe mientras esperamos un autobús con destino La Ventilla. Eso no se lo consiento yo a nadie y menos a un nadie con traje color crema –disparó verbalmente Doña Visi, claramente contrariada aunque conocedora del daño que el estudio de las humanidades ha producido en la sociedad.

– Pero, es que mi madre dice que…

– No se escude en su madre, caradura. Que bastante vergüenza pasará la pobre viéndole a usted debatiendo sobre destinos prefijados y libres albedríos con la connivencia tardona de la EMT ¡Hala, para el metro que me voy, aunque tenga peor combinación y dos transbordos con longitud de media maratón! –añadió ella despidiéndose a la francesa y dejando a nuestro protagonista con la misma soledad que sentiría un náufrago.



Y es que, damas y caballeros, en algo si tiene razón ese personaje que espera el autobús que le llevará hacia las entrañas de la ciudad. En que no solo la vida, sino también los partidos de nuestro Atleti son como una caja de bombones. Nunca sabes si te tocará ese amargo que tantas veces hemos saboreado en los últimos tiempos o si será ese con el toque justo de dulzura y un relleno sorprendente de buen juego. No apostaríamos un diezmo de nuestra soldada a qué cara tendrá nuestro Atleti en el próximo encuentro. Eso es una de las herencias que siempre podremos agradecer, entiéndanme, a los actuales gestores. Han difuminado una identidad. Un aroma perfectamente reconocible forjado por años y gotas de sudor de jugadores míticos. Ahora nos queda esta versión tombolera, sin luz y sin color la mayoría de las veces, pero nuestra siempre al fin y al cabo. Nos sentaremos mañana por la noche con diferentes grados de expectación ante el televisor para ver qué versión de nuestro equipo toca. Puede que salga un combinado que funciona como un reloj suizo o como una blackberry de nueva generación. Puede que ninguna de las dos cosas. 


Sé que esto le da emoción a la cosa. Sé que estas incertidumbres probablemente añadan sal al guiso. Pero algunos somos más cuadriculados. Queremos previsibilidad. Saber que abrirás la nevera y allí te esperará el cartón de leche y la mantequilla de fácil untado. Queremos rutina de triunfos. Esa que tuvimos en un pasado que no deberíamos olvidar. Llevamos unos años con las retinas y los bolsillos llenos de petardazos sonados en Valencia o en Santander, en Gijón o en Huelva. Queremos otro Atleti. No queremos subidas y bajadas de tensión. Queremos seguridad y fiabilidad. Queremos sentarnos con el convencimiento de que hallaremos algo conocido y de que el hueso de la aceituna no se nos atragantará ante un fallo en cadena y doble tirabuzón de carambola de nuestra defensa. Tal vez estemos pidiendo mucho, a lo mejor es así. De cualquier forma, no me hagan demasiado caso. Yo no sé mucho de casi nada.

jueves, 6 de octubre de 2011

"Ligus interruptus"

No me gustan estos parones auspiciados por la FIFA en medio de las competiciones domésticas. Me parecen incluso peores además cuando se producen recién empezadas ligas, copas y competiciones europeas. No son fechas para estos partidos de selecciones. Ahora son tiempos de pensar en si la tarjeta amarilla que te acaban de sacar te impedirá jugar el próximo domingo, no dos semanas después cuando el cardenal de la patada donada graciosamente ya ha desaparecido de la canilla del atacante. Me parecen el injerto de un peral en una mata de fresas. Me parecen una llamada a la hora de la siesta del domingo. Me parecen una interrupción impertinente. Un “ligus interruptus”, vamos.

Ahora que estamos así, en confianza y ya con el traje y el tacón quitado, les diré bajito que a mí estos partidos no me motivan. Me llaman más la atención, por irme a un extremo, las pachangas veraniegas del Atleti, ¿qué quieren que les diga? Y miren que los veranos para los que soñamos en rojo y blanco son casi de todo menos ilusionantes desde hace casi un cuarto de siglo, desde el secuestro que sufrimos por parte de apropiadores y cooperadores. Pues, aún así, me provocan un mayor cosquilleo esos partidos con olor a aftersun que los clasificatorios de la Roja. Y si el partido de nuestro equipo es de competición oficial, no les cuento. Llámenme poco patriota, llámenme nacionalista colchonero, llámenme al móvil por las mañanas y al fijo por las tardes, que atenderé debidamente. Pero es así, no puedo remediarlo.

No crean que no me alegro de los éxitos de la selección, ni mucho menos. El que suscribe fue el primero en salir a la terraza de un hotel del extranjero a sacudir a gritos la piel de gallina que le puso el gol de Iniesta hace un año y pico. Con tintes de pasodoble, no les digo más ¡Qué bien saben ciertas cosas fuera de España! Pero no me pidan que compare porque, para mí no es lo mismo. Si hubiera sido el gol de Torres, hubiera estado más cerca, por sentirlo como algo un poco más nuestro tal vez. Pero los goles que se le marcan a Armenia no los acabo de interiorizar de la misma manera que uno de Koke, aunque sea en semifallo y en flagrante fuera de juego. Son cosas que pasan.



Dejaré pasar estos días poniendo el punto muerto en la marcha que ya tenía engranada: la de hablar de rotaciones, de sistema más o menos simétricos, de si prefiero a Miranda o a Godín para acompañar a Domínguez o de si Turán y Adrián son estrechos de pecho o es que les han dado camisetas de la talla S. Me dedicaré a otras cosas. Asuntos que, en comparación, me parecen más interesantes a día de hoy. A mi juicio, quede claro. Pero es que a mí, hablando de comparaciones de gritos y sus decibelios, no hay gritos como los que proferí cuando marcaron Forlán o Pantic. Salieron de muy hondo. Es lo que hay.

lunes, 3 de octubre de 2011

Pronóstico reservado

– Diga treinta y tres –dijo asépticamente la doctora recién licenciada que regentaba el servicio de urgencia.

– Treinta y tres –repitió Arsenio con obediencia y sin tener muy claro el por qué de utilizar siempre ese número ¿Será que el treinta y tres da tos? ¿Será que provoca silbidos bronquiales? ¿El treinta y cuatro conlleva mejoría?

– Puede usted bajarse la camiseta –dijo ella zanjando a la vez el reconocimiento y un nuevo episodio de esa bisoña incomodidad que sentía ante las desnudeces decadentes y algo indignas de la mayoría de los pacientes que visitaba–. Pues creo que ha cogido usted un virus.

– ¿Un virus? ¿Como el virus FIFA?–inquirió el paciente buscando algo más de definición en los metros finales del diagnóstico.

– Sí, sí, lo que yo le diga. Anda el ambiente plagado de virus. No sé si será por esto de que no llueva o por lo de la crisis, que la crisis tiene la culpa de casi todo. Fíjese que hay teorías aceptadas casi sin reservas que dicen que en estos tiempos de estrecheces hay muchos más virus en el ambiente. Por lo visto, andan alocados buscando organismos rollizos y bien alimentados y, claro, eso ahora es difícil.

–Ya. Y…entonces, ¿lo de tos?

– Se trata de un cuadro claro de tos improductiva. Es decir, toser por toser. Usted tose porque está en casa encerrado sin hacer nada. Si sale al cine o a pasar la tarde a un merendero no tosería ¿Tenía usted algo previsto para hacer antes de encontrarse postrado en el lecho del dolor?

–Bueno…yo, supongo que ir al fútbol. Al Calderón, vamos.

– ¡Vaya, vaya! Le vendrá bien. Lo dicho, airéese, tome muchos líquidos y quedamos a la espera de ver cómo evoluciona–dijo mientras Arsenio salía de la consulta con la duda de si los botellines prepartido favorecerían esas evoluciones. Líquidos eran, desde luego.

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Acudía a consulta nuestro equipo en la tarde dominical para ver si los síntomas mostrados en los dos últimos partidos merecían tratamiento. Algunos preguntaban si no sería por falta de reposo, a lo que daban ganas de contestar que a ver si ahora vamos a pensar que la plantilla es corta cuando hace dos semanitas se bendecían las rotaciones y las profundidades de banquillo. Salió el enfermo con el camisón hospitalario de gala, o al menos uno de los camisones que pensamos que le sienta mejor, pero sin trivote, un hábito que fue recibido a principio de temporada como saludable pero que, después de pocos partidos se ha convertido en un vicio que enlentece considerablemente la circulación. La del balón, principalmente. La presencia de tres elementos del mismo corte en el sistema circulatorio provoca varices en la creación y prurito en la continuidad del juego.

El partido resultó tan improductivo como la tos diagnosticada. Juego a ráfagas, oleadas de dolores de cabeza para unos porteros que se sobrepusieron con entereza a las migrañas atacantes. Rachas de fútbol demasiado horizontal, casi postrado. Golpes, fases de muchos golpes. Fases trabadas que dejan olor a réflex y moretones en las tibias y, tal vez, en las convicciones de un equipo no sobrado de autoestima. El enfermo pudo llevarse el partido, sin duda, solo con que las arritmias sufridas en el remate de aquellos que deberían hacer latir las redes con fuerza se hubieran estabilizado. Aún así, nos quedamos mirando al yacente y no acertamos a saber si tiene un color estupendo o se pone amarillo por momentos. No sabemos si darle el alta o llevarle a cuidados intensivos. Seis años de carrera, tres de residencia y dos de especialidad para llegar a estas no conclusiones. Vaya…



Los primeros análisis no han resultado concluyentes: parece que este año los triglicéridos defensivos están más altos, sí, pero parece que los niveles de la glucosa goleadora tienen altibajos. Picos contra equipos de menor exigencia y valles contra los que deben luchar con nosotros por la curación que ofrecen las zonas nobles de la clasificación. Aún así, hay indicadores que ofrecen una lectura clara: el lateral derecho se rehabilita a ojos vista cuando Silvio es quien lo ocupa, especialmente en ataque; Mario Suárez lleva unos partidos segregando mucosidades y demasiados balones comprometidos hacia los contrarios, hecho que merece recetarle banquillo como medida higiénica; Falcao pierde eficacia como remedio contra la astenia goleadora cuanto más alejado se encuentra del área contraria; Arda aparece y desaparece como un eczema al que se rasca compulsivamente, alternando mejorías con recaídas; Reyes…, ¡ay Reyes!, Reyes se ha convertido en el placebo de este equipo, su presencia como excipiente parece necesaria pero no acaba de serlo, su efecto disminuye con los días de administración y dan ganas de dejar de medicarse con él, sobre todo si espaciar su toma pudiera traer consigo la titularidad del genérico asturiano Adrián, medicamento éste que alivia el malestar general a base de desmarques y visión de juego colectivo.

El partido de hoy y por extensión la temporada del equipo pudiera declararse como de pronóstico reservado. Al no tener claro el mal, si es que lo hubiera, que nos aqueja, dan ganas de decir que hemos cogido un virus. Sí, sí, un virus que es lo que suelen decir los médicos cuando no tienen ni repajolera idea de lo que le pasa al paciente. Mirando las cosas con filosofía, pudiera ser que lo hayamos incubado tras las dos primeras goleadas en casa y que a partir de ahora empezaremos a enderezar la espalda tras el inoportuno ataque de ciática de estos tres resultados. Mirándolo de manera negativa, se podría pensar que realmente estuvimos bajo sus efectos en los partidos contra Racing y Sporting y que, pasados los momentos febriles de buen juego, ahora es cuando estamos en nuestro estado natural ¿Qué nos queda? Seguir vigilando la evolución del paciente (¿o deberíamos decir que los pacientes somos nosotros?). Mirarle fijamente las pupilas, dar con la dosis justa de medicina e incluso golpear si es necesario con un martillo en la rodilla para ver si los reflejos repuntan. Eso sí, sin estridencias, que solo faltaba que además de esta tos tan improductiva pero tan cabrona, se nos rompiera también el ligamento cruzado.