miércoles, 23 de abril de 2014

Los nuestros y los suyos

Fue terminar el encuentro y todas las miradas se posaron de nuevo en él. Mientras los rivales, que son los nuestros y los suyos, agradecían el apoyo a la afición y marchaban hacia los vestuarios con el sabor áspero que el partido dejaba en los paladares, él se acercó con sus compañeros para saludar a los aficionados que habían viajado desde Inglaterra para tan magna ocasión y después, en vez de ganar el túnel de vestuarios con premura, se demoró, quiso hacerse el remolón para ser el último de los protagonistas en abandonar el campo. Recorría con su mirada el estadio, una vez más guapo a rabiar, y degustaba el momento mientras los aficionados rivales, que son los nuestros y los suyos, le ovacionaban con los corazones en la garganta. Quiso Fernando regalarse este momento y quisimos todos que fuera perfecto, que la primera parte de la película acabara con el bueno cabalgando hacia la puesta de sol. Dentro de ese homenaje que la grada ofreció a uno de los suyos estaba también el reconocimiento hacia el único de los rivales que no se escondió, al único que, con tintes de náufrago, se atrevió a discutir el aburrido guión planteado desde su caseta. A uno de los pocos delanteros que en los últimos años hemos visto hacer perder su proverbial tranquilidad  a Miranda. A un grande, vamos.  



Una vez que había recolectado todas las imágenes, todos los aromas que guardará para siempre en el cajón de los buenos recuerdos, arrancó a correr hacia el túnel de vestuarios como si quisiera fijar en la película de su memoria este pasaje y borrar los que se vivieron antes. Los de un partido planteado con tanta racanería por una de las dos partes. Los de un choque sin demasiadas oportunidades, con esfuerzos medidos al milímetro. Los de una contienda y por extensión una eliminatoria que se decidirá por un detalle nimio tal vez: una ausencia, una tarjeta sacada a destiempo, un rebote en el trasero que cambia la trayectoria de un disparo flojucho o la lesión de un cancerbero del que las malas lenguas piensan si no fingiría para evitar verse envuelto en la odiosa comparación con el que será su sucesor. Pocos episodios del partido de ayer se escribirán en los libros de historia del arte balompédico y, si se escribieran, debería ser para glosar que los de rojo y blanco fueron los que expusieron y lo intentaron y que su técnico se fue medio disgustado con el resultado mientras el entrenador rival lucía una sonrisa de oreja a oreja camino a la caseta escoltado por la troupe de ayudantes pendencieros venidos de Lusitania.

Muchas veces, a lo largo de los caminos que todos transitamos hacia nuestros sueños, nos encontramos con personajes grises que desempeñan a la perfección su papel en el teatro de la vida. El papel del entorpecedor, de la piedra en el camino, del funcionario que ni se digna a levantar la vista del periódico para decir que falta el formulario B235 compulsado por triplicado, del empleado del banco que anuncia que el crédito no fluye, de los Gregorios Manzanos y de los Texeira Vitienes, del vuelva usted mañana o del yo también tengo prisa qué se ha creído. Esos pequeños obstáculos existen para ser sorteados y casi nadie se vuelve a acordar de ellos una vez superados. Este Chelsea o más bien la manera a la que se obliga a jugar a este Chelsea es el obstáculo a salvar de cara a vivir el sueño. Ese sueño que es nuestro y es suyo, ese sueño que aunque parezca mentira también lo comparte el aislado delantero centro del equipo rival. Ese al que a punto de abandonar el césped con la mochila llena de emociones tuvo tiempo de hacer feliz a un aficionado lanzándole su camiseta, esa que, vaya donde él vaya, siempre será también la nuestra. 

martes, 15 de abril de 2014

Relatos, partidos y finales

Los ojos de Don Herodoto Muchedumbres han visto casi de todo. Tantos años detrás de la barra del bar es lo que tienen. Ahora Don Herodoto, jubilado por necesidad y presión familiar sigue acudiendo al bar cada mañana, como ha hecho siempre. Hoy en día el negocio lo llevan sus hijos y, cuando la afluencia así lo exige, su nieto el mayor echa una mano pero él siempre está ahí, siguiendo lo que pasa desde una mesa estratégicamente colocada para vigilar todo lo que ocurre en el local. Cuenta Don Herodoto que, a pesar de la crisis, nota un cambio en el carácter y modus operandi de la mayoría de los clientes que aciertan a dejarse caer por el bar de un tiempo a esta parte. Da igual que estos sean asiduos de los que piden lo de siempre y entran saludando a la parroquia o que se trate de clientes nunca vistos y nunca repetidos, todos se comportan de esa inquietante manera. Dice nuestro protagonista que cuando su hija, con ánimo de agilizar la gestión de la comanda, inquiere por los cafés a la vez que anota los postres, los clientes se extrañan y solicitan pedir cada cosa a su tiempo, no queriendo mezclar tartas de Santiago y cortados con sacarina en el mismo viaje. Relata Don Herodoto, visiblemente sorprendido, que en las noches de los viernes, cuando cobra vigencia la oferta de dos por uno en combinados de importación, muchos clientes prefieren pagar primero una copa y luego otra, aunque de este modo no ahorren y paguen una cuenta más abultada. Exigen los clientes que cada copa sea disfrutada y servida de manera individual, cuidada, no pensando en beberse la segunda antes de echarse al gaznate la primera.

Ha llegado la situación a tal extremo, que el propio Don Herodoto, sus hijos y hasta su nieto el mayor, que tiene la cabeza llena de pájaros de considerable envergadura, prefieren dedicar a cada tarea su tiempo justo, sin querer adelantar acontecimientos. Disfrutan del viaje sin intentar perderse demasiado logrando atisbar el destino. Se da el caso de que cuando un cliente algo presuroso pide una ronda de licores digestivos y de paso la cuenta, la familia Muchedumbres trae primero los chupitos para posteriormente, traer la cuenta tras el siguiente paseo hacia la barra aunque este proceder vaya radicalmente en contra de las mejores prácticas de ahorro de costes en hostelería publicadas por el International Institute of Research for bares, cafeterías, casas de comida, chigres y peñas recreativas, que de esto sabe un rato.



Pasan los días y Don Herodoto sigue detectando señales raras. Distintas. Señales que le obligan a pensar que algo está cambiando. Ya casi nadie quiere que, al pedir algún guiso de puchero, le dejen la perola en la mesa por si gusta repetir una, dos o diecisiete veces. Todos los preguntados dicen preferir abordar la comida plato a plato, paso a paso. Prefieren tomarse las cosas con más calma de la habitual, sin querer mirar más allá de las judías pintas con arroz. Asegura Don Herodoto que seguirá investigando para poder arrojar luz sobre este cambio en el comportamiento de la feligresía del bar aunque de momento no encuentra más factor común en los que se comportan de ese modo y manera que el de ser todos aficionados al Atleti, aspecto que de momento, parece no tener mayor influencia en el actuar de los individuos objeto del experimento que el de andar de aquí para allá con una sonrisa ancha y el pecho henchido de orgullo de un tiempo a esta parte….


Tan lejos y tan cerca. Restan ocho partidos, tres en Copa de Europa y cinco en Liga, pero no hay que osar mirar más allá del partido del Elche. Partido a partido o final a final como iluminó Simeone tras el partido de Getafe. Da igual que se avecine un partido feo y contrahecho o una cita épica ante rival de tamaño gigantesco. Vayamos paso a paso. Sin vender pieles de oso pero armados hasta los dientes para darles buena caza. El sueño es el más hermoso, pero debemos obligarnos a que sea un sueño a capítulos. Una puerta para entrar en la leyenda que se va abriendo por fascículos coleccionables. Partido a partido. Golpe a golpe. Verso a verso. Final a final. 

jueves, 10 de abril de 2014

Sobre infiernos y glorias

Cuando uno se imagina el infierno se imagina algo así, y quien dice el infierno dice la gloria, claro. Se vistió el Calderón de averno para recibir al pretendido porteador de la excelencia y el paladín del buen gusto se sintió obligatoriamente empequeñecido por la grandeza de lo que le había tocado presenciar. Cientos, miles de demonios a los que las rayas rojas y blancas arrebataron sus almas hace ya tiempo aguardaban en pie. Gritando. Animando con una voz que salía como una sola de la masa. Esto es el infierno, o la gloria, según se mire. Se desplegaba la consigna de uno de los padres del purgatorio, “Ganar, ganar, ganar y luego ganar…”, y el rival perdía fuelle sin haber siquiera roto a sudar, sin haber iniciado la primera carrera. Esa única voz, ese rugido telúrico y las danzas extáticas de los diablos rojiblancos echaban en las piernas de los contrarios toneladas de plomo. No había comenzado el partido y la tempestad desatada anunciaba sangre. Anunciaba el caos y prometía el cielo, lo que según se mire, puede ser lo mismo.


Trasladó el pitido inicial el infierno de la grada al terreno de juego y entonces fueron ellos, los once demonios comandados desde la banda por el maestro de ceremonias, por el Lucifer vestido de negro riguroso, los que tomaron el testigo de la macabra celebración. Quedaban los rivales asustados, incapaces de reaccionar ante la avalancha, ante la presión llevada al paroxismo, ante el acoso y el derribo y ante lo poco que se notaban en los locales las ausencias, ante los delanteros asturianos que hace bien poco se daban por muertos y ahora mordían y herían los palos con remates amenazantes, ante los goles que se marcan por insistencia con el corazón. Poco podía contraponer el adalid de la estética ante el tsunami racial de los nuestros, si acaso algún detallito pinturero de Marimar, el único tal vez que, probablemente por inconsciencia, no parecía querer huir corriendo del coliseo antes de que salieran más leones con los que debatir sobre cristiandad. Corrían las once criaturas de las tinieblas que surgían de la grada y parecía que los que corrían eran cientos de miles. Miles de Gabis con las miradas inyectadas en sangre, los dientes apretados y los puños crispados haciendo frente a conejitos de la factoría Disney con camisetas conmemorativas de fundaciones qataríes, mal negocio.





Tras veinte minutos de orgía desatada de presión y anticipación, quiso el ángel caído que la cosa se estabilizara un poco y así lo comunicó a los suyos. Tomaron los diablos posiciones algo más conservadoras de manera ordenada y dejaron que el rival creyera en su no existencia, el mejor de los trucos, para hacerle caer en su propia trampa de dominio estéril. No existía fisura en las filas rojiblancas y se desató otro infierno, más calmado éste, el de la impotencia contraria. Tintes de pesadilla cobró cada lance para los artistas del club transmesetario: barría un Gabi multiplicado los poquísimos balones que ayer no cortó Tiago en el partido más excelso que uno le recuerda en toda su carrera. No hubo balón que no sacara con criterio cuando era menester ni tampoco hubo cuero que no despejara cuando el azar o el destino hacían que sus caminos se cruzaran. Lo poco que escapaba a los tentáculos de los mediocentros era solucionado por la defensa conservando el estilo de cada uno: Miranda con su proverbial e infernal elegancia, Godín con su bestial contundencia y los laterales con esa seriedad que se convierte en martirio para extremos incluso a pierna cambiada. Delante campaban el imperial Koke, del que ya hace tiempo que no sabemos qué decir de la de cosas que hemos dicho sobre él sabiendo que todas quedan cortas, un Raúl García ayer más sacrificado y Villa y Adrián, la dupla sobre la que alguien de poca fe pudiera haber sospechado sin conocer los oscuros planes de Simeone. 


Coronó el Guaje un partido mayúsculo en el que solo la poca fortuna le privó de marcar más de un gol y en cuanto a Adrián, lo mejor que se puede decir sobre su desempeño es que no se pareció al Adrián abúlico y sin sangre que llevamos viendo desde hace ya casi demasiado tiempo. Echen ustedes la culpa al ambiente importado de los dominios de Pedro Botero o a las palabras hipnóticas que El Cholo le dedicara en la previa del partido, pero la catarsis sufrida por el siete atlético le hace merecedor del premio Lázaro, por levantarse y no solo andar sino correr como un condenado. Quiso incluso el espigado belga sumarse a la fiesta sacando un balón maligno del trance de un mano a mano que silenció las voces solo por un segundo y entonces, justo entonces, Simeone, ese supremo burlador, ese que nos tienta dejándonos atisbar metas y gestas que ni tan siquiera nos atrevíamos a soñar, se agachó para comentar algo con El Mono Burgos y por el hueco que quedaba entre botón y botón de la negra camisa asomó un rosario, uno plateado que terminaba con una gran cruz. Entonces lo entendimos todo. Entendimos porqué estamos aquí, comprendimos que el bueno no es tan bueno y que de vez en cuando se marca partidos sonrojantes, caímos en la cuenta de que el malo es el bueno las más de las veces, reparamos que ángeles y demonios se confunden por su apariencia y comprendimos el misterio del infierno, o de la gloria, que es lo mismo se mire como se mire . 

miércoles, 2 de abril de 2014

Plañideras y otras hierbas

No acababa todavía de pitar el árbitro el final del partido con la alevosía del que pretende ahorrar sustos y malos ratos indebidos al titular de la plaza cuando la legión de plañideras habituales empezó a extender su cenizo manto por la geografía patria: Ahora ya sí que no, sin Costa no va a haber manera de meterles mano a estos en la vuelta ¿Y la Liga? Lo de la Liga va a ser una pena, tanto nadar para morir cuando ya se ve la orilla en lontananza. La legión de plañideras y otras lloronas augura derrotas en todos y cada uno de los partidos que el Atleti afrontará de aquí a final de temporada y echa cuentas con una calculadora científica Casio de si se podrá conservar en el menos malo de los casos la tercera plaza, que si tenemos que ir a la Champions del año que viene vía fase previa, nos echa seguro un equipo esloveno de corte defensivo pero alegre en el despliegue gracias al talento de un mediapunta con el nombre lleno de consonantes que solo conocen Maldini, Axel Torres y el niño de la del quinto, que va por mal camino en la vida.

Yendo al meollo del asunto, al del partido me refiero, las plañideras, entre hipidos, apagaron los televisores cuando vieron al de Lagarto echarse mano al alto muslo y se fueron a la cama sin tomar postre, para castigarse más. Otros en cambio, preferimos trasladar el mantra del partido a partido a un entorno más local e impaciente para vivir el encuentro de ayer minuto a minuto, detalle a detalle. La lectura pesimista, esa lectura que parece sin motivo haber estado aparejada a la historia rojiblanca a pesar de ganar mucho más de lo que se perdió y de sonreír mucho más de lo que sufrió, mostraría que el Atleti no jugó demasiado, que se limitó a cerrarse de manera ordenada despreciando el balón la mayoría de las veces. Otras lecturas, las de servidor por ejemplo, resaltan con admiración la fortaleza mental de un equipo al que un tirón inoportuno y traidor derrumba el plan diseñado para abordar el castillo ajeno. El pinchazo en el muslo de Diego tiró por tierra la estrategia del balón largo y el ir a buscar al rival a sus terrenos y el equipo asumió el golpe con naturalidad, buscando otro camino, como siempre hizo cuando encontró una senda obstruida. Decidió El Cholo entonces esperar, ejecutar esa coreografía de líneas juntas que el equipo baila con tanta perfección y sincronía. Decidió Simeone cambiar de plan, dejar de ir a presionar a un portero con alma de corista de varietés, alejar un poco más a Villa de la portería que tan cerca estuvo de perforar cuando el partido recién nacía y uno está convencido de que si hubiera elegido otro plan, el C o el plan H, también hubiera acertado, como suele hacer siempre.   



Dirían las plañideras que tras los primeros minutos no se vio al Atleti y de nuevo estarían erradas. Se vio a un Atleti rocoso, denso, un Atleti que no lo pasó mal salvo en los cinco minutos posteriores al gol de Marimar aunque estuviera enfrente el equipo de la pretendida excelencia, el equipo de la delicadeza, de los entrantes servidos en cucharilla para descubrir mejor las diferentes texturas, ese equipo que tantas veces aburre y al que dan ganas de pitar pasivo sin necesidad de ponerse el traje de árbitro de balonmano. Dijo Simeone en la rueda de prensa de la víspera que el equipo competiría y de nuevo lo hizo, con sus armas, no con las de otros que pretenden pensar que solo hay un camino para llegar a Roma o a Lisboa.

Argumentarían las plañideras que el portero sacó un par de manos estratosféricas y uno coincide en eso y bendice el día en que Thibaut entró en nuestras vidas con su acné, su nariz de presidente de república francesa y su flequillo de estudiante de BUP, a la vez que maldice el día en que Londres le llame a filas de regreso sin que haya más que resistencia pacífica desde Madrid. Añadirían pañuelo en mano las plañideras que como el gol de Diego sale uno de un millón y otros pensamos que qué fortuna la nuestra de que haya salido en tan noble circunstancia. Es curioso que Diego, al que servidor aún le sigue viendo como accesorio, fuera el que dejara de lado su inclinación hacia el barroquismo y el control orientado algo exagerado para plasmar en tamaño zapatazo las enseñanzas absorbidas en la Bundesliga, competición en la que se venera el tiro a trallón.


Con el partido todavía caliente las plañideras se llevaban las manos a la cabeza pensando en las ausencias que habrá en la vuelta, en las cortedades de plantillas, en los ya te decía yo que estos no iban a aguantar, en los bastante lejos han llegado con la carita de hambre que traían y otras paparruchas semejantes. Basándose en tan aberrantes conclusiones asegurarán también comprender el porqué de jugar al límite del reglamento y otras atrocidades que los tertulianos de camiseta Zanussi perpetran pero habrá otros, y uno espera que sean muchos, que disfrutan de lo lindo de la temporada que nos ha tocado vivir. De los matices que uno encuentra en cada partido, de aquella nueva jugada de pizarra ensayada, de los planes B, C o H, de los titanes hispanobrasileños que se llevan la mano a donde el trasero empieza a perder la batalla de la gravedad y de los guardametas que se ponen más nerviosos en un examen de recuperación que ante un penalti.  Hace tantísimo tiempo que uno no veía la botella tan llena que le parece que todavía podría albergar un poco más de ese líquido que nos da la vida…y olvídense de las plañideras, leches…