Los fines de temporada sirven para hacer balances. Balances que, desde hace un tiempo, se plasman en los libros de cuentas de manera muy diferente a la de tiempos pretéritos. El sector de la ingeniería financiera más o menos aprovechada, ha experimentado cambios estructurales en su aplicación a las sociedades anónimas deportivas. En la actualidad, se rellenan filas de excel de números que portan una estela de más o menos decimales y se suman, restan o promedian esas cantidades añadiendo el maquillaje necesario para que el dato final se parezca a lo que se quiere. Así, los contables se han tenido que operar la miopía, se han puesto una camiseta escotada de esas que llevan los hombres modernos y se han depilado el pecho, dejando atrás su tradicional imagen de chaqueta de tweed con los codos rozados y esa mirada escrutadora que aparecía por encima de las gafas de cristales profundos. Además, han recibido una formación que les ha reciclado en expertos en imagen y tendencias, para que, allí donde antes había un signo negativo después de una transacción mercantil, ahora aparezca un apunte con efecto pestaña postiza. Hemos pasado de llevarnos las manos a la cabeza ante el excesivo pago por ese fichaje que no llegó a debutar a ver el importe abonado con otros ojos, será porque el importe lleva una base muy natural en tonos camel y una sombra con reminiscencias a arenas del Sahara.
No solo se puede hacer lo mismo con los importes, se puede hacer con más números, con posiciones en una tabla por ejemplo. Se puede elegir el periodo a conveniencia, cortar, pegar y filtrar por donde apetece a uno y así soltar sin pudor que, mirando las clasificaciones, estamos ante un periodo triunfal. También con las transacciones mercantiles se pueden adoptar estas prácticas, no crean. Vendo al que parece un cantante de rock, al otro y a aquel de más allá, el espigado de la cara pecosa. Compro a ese, me ceden a un individuo de pelo ensortijado y me regalan a un mediapunta a punto de explotar por la compra de tres botellas de aceite de colza virgen extra. Sumo todo, comparo los números, le quito lo destinado al impuesto revolucionario que exigen los agentes y le echo cara. Mucha y dura.
Como uno no pretende que se hagan mala sangre, que bastante tienen ustedes con toda la información que rodea a nuestro equipo, ni quiere tampoco aburrirles ahondando en un tema de sobra conocido por todos, les voy a hablar de otro tipo de balance. Del balance personal de un jugador en esta temporada que ha vivido un emocionante epílogo en forma de europeo sub-21, torneo con el que nos hemos medicado como atenuante del síndrome de abstinencia futbolístico, como reafirmante de lo que muchos pensábamos de Domínguez y el primo de la intérprete de “Mi gato” no supo o no quiso ver, como reconstituyente de la expectativa depositada en Adrián y como astringente sentimental para cuando no volvamos a ver a De Gea con nuestro escudo en el pecho.
Continuando, que es gerundio. Les vengo a hablar del año de alguien al que por ser educado y callado se le prefiere ningunear. Será también por el hecho de no haber vestido nunca camisetas con logos de Bwin o de Unicef, esa organización de la que dicen que se dedica de igual manera a repartir arroz entre la infancia necesitada y amañar semifinales. Los medios pasan de puntillas al lado de las informaciones que tienen que ver con él, olvidando que alguien, por muy ruso y muy excéntrico que sea, decidió pagar por contar con él lo que nadie nunca pagó por ningún jugador español. No, no, es muchísimo más interesante hablar, por ejemplo, de un equipo alemán que, últimamente, tiene más seguidores y repercusión que más de la mitad de los equipos de la pretendida mejor liga.
Aún así, hablamos de un señor que es campeón de Europa y del Mundo. Hablamos del que materializó el gol del primero de los triunfos. Hablamos del que siempre se acuerda de los atléticos cuando llega una celebración y así hacernos un poco más partícipes de la fiesta. Hablamos de una estrella con mayúsculas y negrita. Un crack al que en este verano, la foto más escandalosa que le tomarán será una en la que aparecerá con la cara llena de arena jugando en la playa con sus hijos y con su novia de siempre, la que ahora es su mujer. Una mujer cuyo padre no es conocido ni intenta influir en su yerno para que cambie de equipo. Un suegro que no pretende meter mano en nada, tal vez porque su mano no tiene ese halo de divinidad que tienen las manos de los suegros de otros.
No ha sido un buen año, claro está, a lo mejor ha pasado un periodo lógico de adaptación, a lo mejor ha sido por una nueva mala racha con las lesiones o por la repercusión que tuvo el marcharse de la que fue su casa en los últimos años. También se dijo que los nuevos compañeros no le querían, cosa que no pareció cierta al verles celebrar su primer gol. Seguro que le aprecian y valoran como todos los que antes compartieron vestuario con él. Sea lo que fuere, no se preocupen. Volverá.
Volverá a perforar las redes de los adversarios. Volverá a ejercer de embajador de los nuestros allá donde vaya. Volverá a dejar atrás a defensas boquiabiertos. Volverá a hablar lo justo y necesario. Volverá a dibujar desmarques en espera del balón soñado. Volverá a presionar honradamente a centrales malencarados. Volverá a rematar en esa postura que a ustedes y a mí nos obligaría a guardar reposo durante un periodo indeterminado. Volverá a asumir cambios y suplencias con naturalidad y sin un mal gesto. Volverá a no besar escudos que no siente como suyos cuando el viento sopla de cara. Volverá a provocar noches de sueño ligero en porteros de vestimenta atrevida. Volverá.
Y si por alguna extraña conjunción planetaria no hubiera de volver, aquí siempre le esperaremos con los brazos abiertos. En su casa. De donde salió un día tras sentir el tacto de la espada y de la pared. Él siempre dice que un día retornará. Todos esperamos ese día. El día en el que, muchos de los que se han marchado, volverán al campo con sus camisetas con el nueve a la espalda. Entonces, miraremos a los lados y veremos que se ha recuperado algo de eso que creíamos perdido. Algo que no es medible ni se puede reflejar con números por mucho colorete que le ponga ese contable de nueva generación de cejas perfiladas. Algo nuestro, algo reconocible. Un trozo del Atleti