jueves, 27 de septiembre de 2012

Crónica de oídas del Betis-Atleti


Fue ayer. Ayer mismo. No había habido señales previas de la gravedad de la situación. Ni una tos de esas que sale del pecho, ni un cambio de color. Nada. Hace solo tres días parecía lozano y sanote. Mostraba con desenvoltura imágenes del Celta-Getafe o del Athletic-Málaga sin presagiar lo malito que estaba. Cumpliendo con su obligación hasta el último momento. La verdad es que podría haber avisado, haber dicho algo para que nos hubiera permitido despedirnos de él. Se fue de la manera en la que vivió, silenciosamente. Sin poner un pero a si le colocaban al lado del DVD o de si el trapo que de vez en cuando le aliviaba del polvo era demasiado áspero. Fue ayer. Ayer mismo. Justo a las nueve menos cinco. Casi sin dar tiempo para la reacción ni para llamar a urgencias. A esa hora justo, el grandísimo cabrón del decodificador decidió dejar de funcionar…

Imaginarán ustedes las escenas de pánico que se vivieron en mi santa casa: movimiento de aparadores con fuerzas sacadas de insospechados lugares; expediciones a las partes traseras de los muebles machete en mano para intentar abrir camino entre la selva de cables; desenchufar todo y volverlo a enchufar; conectar el euroconector al ventilador y colocar la salida de la antena en la tostadora para ver si el destino sonreía. Nada. La oscuridad y el silencio por respuesta. Como testigo mudo, el bocadillo preparado con esmero y premeditación. Los días como los de ayer no son días para reducciones al Pedro Ximénez ni para lechos tibios de brotes tiernos, son días de bocadillo rápido pero contundente. Días para no despegar la vista de la pantalla y para comer con las manos. Ya si eso me pone usted mañana el rodaballo, que no anda uno en noches como estas para arabescos con la paleta del pescado.

El partido había comenzado ya en el Villamarín cuando servidor andaba ya en la fase de pegar puñetazos al aparato y la verdad es que el decodificador acusaba el castigo con estoicismo. Solo dio muestras de debilidad cuando un botón, uno de esos que nunca en la vida se había llegado a pulsar, saltó de la consola principal ejecutando en su caída un doble mortal con tirabuzón muy celebrado por el bocadillo, ya frío, y por el perro, que recogió el gimnástico botón del suelo al instante con el ánimo de otorgarle una medalla de mordiscos. Superada esta fase de negación, los siguientes movimientos se centraron en intentar ver el partido por internet. Esta fase de asimilación de la pérdida duró solo cinco minutos, los suficientes para comprender que con una retransmisión en la que los protagonistas se mostraban parados cinco segundos de cada cuatro poco se podría solucionar por muy aderezada que estuviera la congelación de imagen con unos excelentes comentarios en ruso con acento de Siberia, de Siberia del sur, para ser más precisos. A estas alturas de la película, uno se había perdido las alineaciones, los sistemas, ignoraba si el dominio era alterno y si el campo mostraba unas condiciones óptimas para la práctica del fútbol, pero aún así, inasequible al desaliento, revolví cajones, rastreé armarios empotrados y encontré al único compañero posible para compartir la pena de ayer: el transistor.

Oír un partido de fútbol por la radio en estos tiempos es difícil. Pudiera ser porque ya hemos perdido la capacidad de imaginar que teníamos antaño, cuando se oía eso de “baja el balón con el pecho a lo Rocío Jurado” o “patadón al cielo, cuidado con los ovnis”, pero pudiera ser más bien porque las emisoras radiofónicas han optado por dejar de radiar, qué bonita palabra, los partidos y dedicarse a crear empleo entre colectivos de exjugadores, exárbitros y hasta exmaridos con la característica común de ser humoristas frustrados. No pidan ustedes saber si el balón anda rondando un área o la zona medular, no pidan ustedes saber si los rivales presionan con denuedo o esperan agazapados, no pidan enterarse de lo que ocurre. Lo que les van a dar es un curso acelerado de baja comedia perpetrado por los más graciosos del vestuario y de las facultades de Ciencias de la Información que en el mundo han sido.

Entre chiste y chiste, el Betis metió un gol y debió ser también de chiste. Como pueden comprender, servidor reía a carcajadas ante el tanto verdiblanco, ante las ocurrencias de los contertulios y ante la inquietante mirada de ese maltratado decodificador al que anteriormente había ganado a los puntos en desigual combate. Mientras tanto, descansaba el bocadillo sin tocar encima de una servilleta de papel. Solo. Frío y huérfano. Había perdido el bocadillo la esperanza de acabar la noche calentito en un estómago cuando se oyó que Falcao aprovechó un pase que fue casi remate de Raúl García tras servicio de Arda, al que ayer imaginábamos de nuevo rizado. Tras el gol, las risas dejaron oír que el Atleti achuchaba, que el portero del Betis se erigía en figura y que era cuestión de tiempo el desnivelar la contienda. Animado por estas señales y dejándome empapar del clima humor reinante, ataqué el bocadillo casi helado, pero no tanto como el cuerpo que dejó el nuevo gol bético, una vez más de chiste. Hubo quien habló de la responsabilidad de Asenjo en los goles, hubo quien habló de la baja de un Courtois que encajó igualmente un gol acorde con los comentarios del gabinete humorístico habitual el domingo pasado, pero no hubo nadie que se acordara de Joel, que a la postre es el único que es de los nuestros desde chico.



Volvieron los equipos del descanso y anuncios de casas de apuestas (¿dónde quedaron esos spots del Restaurante Atrapallada y lo buena que hacen la lubina?) impidieron escuchar el penalti a Falcao y la expulsión que dejaba camino franco al Atleti. Se oyó que Diego Costa entraba en el campo tras el gol y marcó en el primer balón que tocó. Se descosió el Betis y se descompuso la grada tras polémica mano de Filipe y polémica mano con expulsión de un delantero verdiblanco con nombre de sopa y pasaron los minutos sin que pasara demasiado más allá de las chanzas de los comentaristas y los calambres en los empastes ante cada bocado del gélido bocadillo. Hubo tiempo aún para oír que un Raúl García recuperado brillantemente para la causa remachaba a placer otra nueva genialidad traída de Turquía y no hubo tiempo para más porque si lo hubiera habido, hubiera conllevado claro riesgo de ingreso por ataque de risa ante las mamarrachadas que se vertían en los estudios con pecera y micrófonos.

Hasta aquí esta crónica de oídas. Esta crónica ciega, como esas paellas con todo pelado que no acaban de tener la misma gracia que las otras. Una crónica desde la oscuridad que trae un resplandeciente segundo puesto. Una crónica de otros tiempos, de cuando no existía el payperview ni las plataformas digitales, de cuando se escuchaban los partidos por la radio y a la vez se veían en las salas de proyección de las cabezas. De cuando el balón, más amante que nunca besaba las mallas. De cuando los entrenadores del Atleti eran muy parecidos a éste que tenemos ahora. De cuando la radio deportiva era deportiva y no de variedades. De cuando el Atleti ganaba casi siempre y estaba en lo alto de la clasificación, como ahora. Fue ayer. Ayer mismo.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Segundas unidades


– Pero Leocadia, ¿cómo quieres que le eche aceite de girasol extra al coche? ¡Si me dijo el del concesionario que no bajara del semisintético! ¡Que me va a perder reprís!

– Pues ya me contarás que hacemos con los doscientos veintisiete litros que tenemos en la alacena….Y tú niño, ¡cómete el medio quintal de magdalenas que te tocan, que caducan pasado mañana!

Se dirigía la afición al estadio hablando todavía de la segunda unidad, pero no de esa segunda unidad que transita por las ofertas que los hipermercados, siempre tan atentos a las necesidades del cliente, ponen a nuestra disposición para que acaparemos lo que no necesitamos a mitad de precio. Nada de eso. Se hablaba de la segunda unidad del Atleti y su desempeño en tierras hebreas. Se analizaba la tranquilidad que otorga eso de tener por fin a un delantero suplente o casi ya titular para cuando a Falcao se le corte la digestión. Se comentaba con alivio lo que ha tardado un técnico en darse cuenta de que Raúl García tiene de mediocentro lo que de chato de nariz. Se especulaba sobre la posibilidad de que Emre haya dado más pases largos con sentido en el partido de Tel Aviv que la suma de todos los dados por los mediocentros habidos en el oscuro periodo conocido por la masa atlética como el Sanchezflorismo sensitivo e ilustrado. Se recogían firmas para presentar un recurso por si la UEFA pudiera extender de manera cautelar la sanción a Tiago en competición europea, doméstica e incluso amistosa vista su aportación. Se hablaba de casi de todo pero con buen ánimo, con ese poso agradable que el debate futbolístico ha tomado desde que el Cholo cogió  las riendas de nuestra pizarra táctica y, a la vez, de nuestros corazones.

Puso Simeone en liza a la primera unidad, a esos titulares que no pueden dormirse en los laureles viendo lo visto entre semana. Puso también a Tiago, ese prejubilado del sector del mediocentro que aparece inexplicablemente presente en convocatorias y alineaciones y dejó a Mario en el banquillo. El resto, los habituales. Bueno, los habituales más Diego Costa, que le ha comido la tostada a base de entrega, tropezón y rechace ventajoso a un Adrián que sigue mostrando episodios de déficit de atención de cara al gol. Dominaba el Atleti en los primeros compases más por inercia que por juego y el ataque, comandado por Costa, se contagiaba de esas maneras tan suyas de pisar el área como un concursante de Humor Amarillo para mostrarse trastabillado y atropellado. Solamente cuando el balón caía, menos veces de las debidas, a Koke y a Arda se abrían claros de sol futbolístico en la nublada creación rojiblanca. Aún así, llegaron ocasiones, principalmente por mediación de un Falcao destemplado en el remate y sin esa chispa en los ojos de las primeras fechas del curso.

Salpicaba la grada las acciones del partido con comentarios sobre variantes que el banquillo pudiera ofrecer ante el poco juego ofertado cuando Godín abandonó sus posiciones inesperadamente. Arrancó generoso, algo alocado y también cargado de hombros, como él suele hacerlo. Pillo al Valladolid algo descolocado o posiblemente distraído con tanto runrún sobre lo profundo que parecía el banquillo del rival.

– Acabo de pasar al lado del banquillo del Atleti para un saque de banda y me han dado ganas de echar una moneda de espaldas y pedir un deseo de lo profundo que parece –se oyó decir a un interior pucelano en una interrupción del juego.

Total, que ganaba Godín metros en su sprint y se apoyó en Koke, una vez más uno de los mejores, que le devolvió el balón en el momento preciso para que éste tuviera tiempo de encarar al portero contrario y finalizar esa jugada con tintes de otros tiempos con una picada brillante. Fue tal el alarde, que se alzaron voces entre el respetable que aseguraban haber visto cómo crecía un incipiente bigote en el labio superior de Godín a medida que se iba acercando al área rival y que, cuando éste remató sutilmente a las mallas, ya tenía volúmenes de mostacho épico. Se puso el Atleti por delante de manera natural. Sin demasiado buen juego pero sin pasar apuros. Sin brillantez pero con oficio. Con la primera unidad pero también con algo de la segunda. No tardó en ensanchar la ventaja la escuadra rojiblanca tras penalti tonto del que fue objeto Diego Costa que ejecutó Falcao y nos fuimos al descanso con esa sensación de superioridad conocida en los últimos tiempos tras años de incertezas y con un punto de decepción al ver que, tras golpe en la cabeza debidamente regado con agua milagrosa, el pelo de Arda seguía igual de lacio que la semana pasada.



Quedó Falcao en la caseta tras el asueto de la media parte y salió Adrián, lo que provocó encendidos debates de si éste pertenece ya a la segunda unidad o puede considerarse miembro de la primera aún. Empezó a jarrear sobre el estadio y el partido discurría por vías secundarias que le dirigían al final sin demasiado esfuerzo. Hete aquí, que en un tiro flojo, tonto y con forma de churro azucarado, ese becario belga que le estamos formando al Chelsea se metió uno de los goles más tontos que uno recuerda, lo que hizo aflorar preguntas en la popular sobre la necesidad que se tiene de tener tantísima paciencia con unos y tan poca con otros como Joel, portero también joven y pecaminosamente nuestro del que se dice que pertenece a la cuarta o quinta unidad, siendo benevolentes con su situación.

Sirvió el gol para que el Atleti dudara de esa superioridad natural de la que dispuso hasta entonces y se echara atrás, algo temeroso. Bajó también el equipo físicamente, lo que ya se había percibido en anteriores envites que dibujaron una línea entre los que están en la primera unidad o en la segunda unidad de los estados de forma y se hacían chanzas sobre si Tiago puede considerarse miembro de algún grupo que tenga que ver aunque sea colateralmente con algún tipo de estado de forma. Se hizo el equipo pucelano con el control del juego aunque sin demostrar peligro y se llegó a temer algo por el resultado pero con esa confianza de que casi nada puede torcerse que el Cholo ha insuflado en todos nosotros desde ese momento hasta el final.

Terminado el partido, la afición volvía a casa comentando que si bien los últimos minutos ante el Rayo pudieran considerarse accidente, los de ayer pudieran considerarse peligrosa reincidencia. Se habló también de posibles permutaciones entre elementos de la primera y la segunda unidad. Se preguntó por la mascarilla capilar antiencrespamiento de Turan y se sopesó si el bagaje de juego está a la altura del bagaje de puntos, no alcanzándose unanimidad en el diagnostico. Hubo también quien dijo que el calendario ha sido excesivamente benévolo en este arranque y hasta hubo alguien que sacó de una mochila enorme treinta y cinco bolsas de pistachos que había adquirido, como no podía ser de otra manera, aprovechando una oferta de la segunda unidad a mitad de precio en una gran superficie. Cosas de la segunda unidad y sus circunstancias….

lunes, 17 de septiembre de 2012

Espaciosas reflexiones sobre el Atleti-Rayo


– ¿Y cuándo dice usted que empieza de nuevo esta temporada del Atleti?

No se extrañen. Pareciera que este parón por selecciones, que como todos pilla a desmano y deja los fines de semana incompletos y repletos de ocio, fuera realmente una nueva pretemporada. Tuvo sus partidos de fin de temporada, aunque fueran solo dos, y tuvo un último encuentro para recordar, de esos que hacen que la gente tome la calle pintándola de rojo y blanco y hasta deje escapar lagrimitas ante la nueva conquista.

– ¡Uy!, es verdad. Si estamos todavía de celebración….

Sí, sí. Las últimas imágenes que tenemos guardadas en las retinas son de victoria, de conmemoración y hasta de un poco de incredulidad por cómo se produjo. Ha pasado tanto tiempo que día a día adquieren gradualmente un tono sepia agradable en nuestros recuerdos. Parece que fue hace mucho. Parece que fue mucho antes de lo que fue. Parece que hasta hablamos de Mónaco como hablamos de las pesetas.

– ¿Se acuerda usted de lo que costaba un café cuando el Atleti ganó la Supercopa al Chelsea? – inquiere el aficionado mientras remueve el cortado con ganas.

Tal vez nos pudiéramos poner románticos y hablar de un Atleti y de un partido de otra época y no nos faltaría razón. Seguramente lo de hablar de esa manera sea por tantas cosas como han cabido en este caprichoso e innecesario parón (y también un poco por lo de subida del IVA, no nos engañemos).

– ¡Pero si han sido solo tres semanas mal contadas! No exagere, que tampoco han pasado tantas cosas...

¿Usted cree? Ha sido tan grande este paréntesis que ha cogido maneras de armario espacioso, un armario Sungaard con acabados en Wengué (como Arsene el del Arsenal), por ponerles un ejemplo. Dentro de este armario tan aprovechable y funcional ha cabido principalmente un estado de desamparo general en el país por la tristeza del jugador que exhibe muslos, morritos y gilipollez a manos llenas. Ha cabido el examen de selectividad de Óliver Torres; varios goles de un Falcao en partidos internacionales y varias declaraciones torpes de su señor padre, al que uno imagina recibiendo a la prensa en el patio de la hacienda con guayabera abierta y sombrero panamá que apenas puede cubrir el cabello excesivamente teñido de negro petróleo; un gol con Turquía de Emre, del que todavía no tenemos opinión formada más allá de la buena predisposición que mostramos por ser buen amigo de Arda. Ha cabido que la UEFA incluyera a nuestra entidad entre los sospechosos de impagos y de morosidad; han cabido comunicados desmintiendo eso de la falta de liquidez, chistes sobre el asunto, que es una de las reglas de la casa cuando de desmentir desmanes se refiere, y hasta referencias a la mala idea que tiene Platini para estas cosas. Mala idea que ya se conocía desde aquella falta que se le coló a Arconada por la sobaquera cuando merendábamos Nocilla de dos colores. Ha cabido una celebración de los 25 años del escarnio con excursión guiada a Burgo de Osma. Amén de un programa de actos apretado como el cinturón del homenajeado, lo más relevante fue la lista de comparecientes. Entre los asistentes los había conniventes, esperados, justificados y sorprendentes. De los primeros y los segundos no merece la pena ni hablar, de los terceros, queda la comprensión ante su presencia y de los cuartos, uno no acaba de entenderlo, pero espera que existan razones para ello. Fíjense si han cabido cosas. Y eso que el armario no está ni medio lleno. ¡Qué buena compra hemos hecho y qué espacioso es!

La afición todavía comentaba lo espacioso que parecía el estadio cuando el Atleti salió al campo. Enfrente el Rayo, equipo que ofrece espacios al rival por obra y gracia de un sistema con defensa de tres pergeñado por Paco Jémez, al que recordábamos como jugador racial que ha migrado a entrenador de corbata corta. Dejó el Cholo en el banquillo a Adrián, que anda un poco distraído y sacó a Diego Costa, ese jugador que cuando se retire hará carrera como actor secundario en películas de narcotraficantes. Sacó Jémez a su Adrián, al del Rayo, y el muy hijo de su padre volvió a mostrar que es un jugador monísimo pero que de fútbol anda escaso tirando a hueco. Volvía Koke a ocupar la posición más adelantada del centro del campo y el equipo se completaba con el resto de titulares habituales. Aprovechaba el Atleti lo espaciosa que estaba la noche con constantes permutaciones de posición de los de arriba, si bien por la presencia de Costa se vio a Falcao un poco más atrás que de costumbre, fuera de esos espacios en los que hace pupa de la buena. Andaba el partido en un sí pero un no cuando el balón llegó a uno de nuestros favoritos, al turco, y la afición en pleno se llevó las manos a la cabeza…



– Pero, ¿qué se ha hecho esta criatura en el pelo?

Sí, queridos. Arda se ha pasado al alisado japonés dejando atrás esos rizos salvajes como deja atrás a los laterales cuando gambetea en el pico del área. Lo ha hecho a traición, aprovechando lo espacioso de los días vividos y ha guardado incluso la plancha del pelo en el armario del que les hablaba, que todavía queda bastante hueco. Si miran ustedes allí, justo en la balda de abajo, verán también qué cantidad de mascarillas hidratantes, acondicionadores y champús antagonistas del tirabuzón atesora el otomano y, claro, la gente anda dolida porque ese pelo ensortijado que afianzaba su idolatrada imagen ha dejado paso a un aspecto de cantante de música ligera de esos que firman más galas en Latinoamérica que a este lado del océano. Aún así, Turan volvió a dejar buenos detalles, más lacios que en otras ocasiones, pero buenos al fin y al cabo.

Hubo espacio en la noche para guardar bastantes cosas más: la dedicación de Diego Costa a los pases de la muerte; la efectividad cara a puerta; la continuidad de Mario Suárez en sus buenas actuaciones; una defensa solvente y un Koke, probablemente el mejor del partido, que si sigue creciendo a este ritmo como futbolista, hará necesario que le pidan una camiseta titular de una talla más. Cupo en el armario también una segunda parte tranquila; un tercer gol que parecía la repetición del segundo en el resumen de la tele y la abulia de Tiago, más pendiente de su jugada favorita, el señalar al contrario que a él se le escapa, que de hacer algo por alcanzarle. Cupieron asimismo unos diez minutos finales de verbena con tres goles del Rayo de los de que adornaban las tardes de gol “regañao” que ustedes y yo vivimos de pequeños y quedó sitio todavía para los gritos que debió dedicar el Cholo a la tropa ante tan inquietante epílogo.

– Pues sí que hemos pasado algo de susto, sí…

De vuelta a casa, abrimos el armario para guardar la bufanda y la camiseta y vimos que todavía quedaba espacio de sobra. Espacio que debería dedicarse a la mejora. Espacio que podría ser destinado al mantener la concentración. Queda margen, eso sí, pero qué quieren que les diga, servidor prefiere ver al armario medio lleno que medio vacío. ¡Hay que ver qué buena compra hemos hecho y que espacioso es!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Romance de la diva triste


Si buscan en la portada,
no queda ya Supercopa.
- A lo mejor de pasada…
- Me refiero a la de Europa.
- De esa no me viene nada -,
se responde a quemarropa.
De nosotros, la callada.
Del vecino, hasta en la sopa.

Miren que fue buena lid.
Más líneas merecería.
Aunque claro, aquí en Madrid,
parece majadería,
no ensalzar al adalid
con cualquiera fruslería.
Siempre Goliath, no David,
aunque sea nadería.

¿Cuál es la causa actual?
¿Qué es lo que ahora anda flojo?
¿Algo sobrenatural?
¿Un sistema con cerrojo?
¿Un fichaje virtual?
¿Otro dedo en otro ojo?,
¿Un problema sexual?
¿El cojo que sigue cojo?

Mucho más grave es que eso.
Se trata de una gran pena.
Un desgraciado suceso
- ¿Quién está triste? – La Nena.
¿Es una pena de peso?
Pena negra, una faena.
Lo dice el papel impreso,
se armó la marimorena.

¿Quién osó turbar su sueño?
¿Quién le borró la sonrisa?
No es un asunto pequeño.
¡Que se inicie la pesquisa!
Camina fruncido el ceño.
Callado, como si en misa.
Este hortera de diseño,
no puede estar de esta guisa.

Se para la rotativa,
se reúne el sanedrín.
Es la histeria colectiva,
el colmo del folletín.
¿Qué conjura destructiva
provocole este mohín?
¿Por qué se queja la diva?
¡Pero si es un querubín... ¡

Está triste la princesa.
Está triste, está contrita.
Ya no ríe, vive presa,
de una pena. Una penita.
No abre su boca de fresa,
pasea huraño su cuita.
Por no poner ya, ni tiesa,
se le pone, ¡pobrecita!



No celebra como antaño.
Pareciera contrariado.
¿Será una cuestión de tamaño?
¿Estará en la cima hastiado?
¿Será algo que ha hecho daño?
¿No será que le han violado?
¿Habrá sido con engaño?
¿Fue tras el muslo mostrado?

El gentío sale en masa
para buscar la razón,
para saber lo que pasa
ante tanta desazón.
Su alegría, que es escasa,
merece la expedición,
porque el tema ya traspasa,
el rango de conmoción.

¿Quién será el que no le ajunta?
¿Será tal vez el portero?
¿Puede ser el mediapunta,
el de ojos de lucero?
¿Será conjura conjunta?
¿Será envidia por dinero?
- ¡Leche ya!, tanta pregunta,
ni que fuera reportero.

¿Qué será? ¿Qué puede ser?
¿Cómo salvar el quebranto?
Mientras se tarda en saber,
el duelo tiende su manto.
Y ya puestos a joder
observamos con espanto
que hasta quieren remover,
Roma, para hacerle santo.

Esta falsa cristiandad,
se rasga la vestidura,
toda presa de ansiedad,
ansiosa hasta la asadura.
Tal es la infelicidad,
que merece su postura,
que cae la natalidad
y repunta la incultura.

Por buscar la solución,
para mermar su tristeza,
se me ocurre solución.
¡Que llamen al de Hortaleza!
Y tras darle un coscorrón,
que le deja de una pieza,
le espeta: “¡So fantasmón!”,
con su sabida agudeza.

(Terminada la función,
confesaré mi torpeza.
Donde dije fantasmón,
se me vino a la cabeza
otra calificación.
Al terminar, como empieza,
no le llamé marión.
Cayó la c, por limpieza.)

lunes, 3 de septiembre de 2012

Famélica pero agradecida crónica tardía de una noche inolvidable


El Atleti arrolló al Chelsea en la final de la Supercopa de Europa. Lo que era un partido con vocación de premio, de celebración diferida de unos deberes bien hechos, para nosotros fue mucho más. Fue un reencuentro con uno de los nuestros, pero sobre todo con nosotros mismos. Fue una maravilla de partido en todos los aspectos. Hasta aquí, la crónica de lo ocurrido ayer. Una crónica famélica, desnutrida y alarmantemente tardía. Seguro que ya habrán leído mucho sobre lo del viernes. Seguro que habrán visto una y mil veces los goles de la contienda. Seguro también que habrán reparado en que cualquier palabra que hayan leído u oído se queda alarmantemente corta ante lo vivido. Por ello, no pretendo buscar mayores adjetivos que los escuchados. No me quedan más epítetos que añadir.

– …pero, Don Emilio, ¡no nos deje así! Hable sobre la voracidad de Falcao, sobre ese turco que administra las pausas con maneras de torero bueno, sobre ese Koke omnipresente y maduro. Hable aunque sea de que a Courtois no se le mancharon los guantes…

Sería injusto. Quedaría frívolo hablar más de unos que de otros. Quedaría raro adornar con palabras uno de los mejores partidos que uno recuerda de nuestro Atleti. Déjenme hablar sobre otras cosas. Sobre minucias de esas que a uno tanto le gustan.



Llegó Simeone a nuestras vidas hace ni un año. Ya estaba con nosotros, claro. Era uno más del imaginario de grandes que todos tenemos guardado en esos extraños compartimentos que se custodian con celo de tesoros. Los hay que le ponían en una posición más prominente y los hay que le colocaban en un escalón no tan señalado. Debo decir que servidor siempre le tuvo en la zona media-alta de los recuerdos, quizá porque su imagen y la de Kiko desatados en la celebración, devuelve a la lengua sabores a lágrimas vertidas en aquella tarde-noche de prematuro verano en la que tocamos el cielo. Una en la que el Albacete sirvió de casi mudo testigo en nuestro camino hacia la historia. Les decía que llegó Simeone y, miren que casualidad, arribó de nuevo tras otro partido con el Albacete que no nos trae más sabor a la boca que el sabor de la vergüenza. También tenemos ustedes y yo otro compartimento por ahí escondido repleto de sabores amargos, de sabores sonrojantes, de Patos Sosas y de Timisoaras. Sabores que de vez en cuando nos asaltan sin aviso, sabores que nos empeñamos en olvidar aunque no debiéramos. Llegó Simeone a un equipo con síntomas de herido grave. Un equipo enfermo que era mejor de lo que parecía por mucho que el anterior galeno, líbrenos el destino de encontrarnos con él y las patillas de sus gafas por tercera vez, opinara de manera contraria. Llegó a un equipo que olía a sufrimiento. A descenso o a complicaciones. A música de viento en casa e indiferencia fuera de ella. Llegó y lo cambió absolutamente todo, miren por dónde.

Venía su llegada teñida de incógnita. Incógnita por poder parecer bisoño, incógnita por no saber qué parte de su fichaje se debía a sus condiciones como técnico y qué parte a su condición de símbolo capaz de acallar la indignación de la grada. Fue casi tras su llegada cuando empezamos a ver que las cosas cambiaban. Ya en los primeros lances, dejaba el equipo impronta de aguerrido y de comprometido. Probablemente el resultado distara de esa lírica algo cansina que tan de moda se ha puesto en el balompié patrio, pero era mucho viniendo de donde se venía. Fueron pasando las jornadas y la parroquia empezaba a reconocer al equipo, algo olvidado desde hace tiempo. Quedaban claras las filias y las fobias. Los vicios y las virtudes. Se escalaban posiciones en casa, se soñaba en Europa y sobre todo, se acabaron los acostumbrados disgustos por incomparecencia y falta de valores. Para reforzar esas señales que todos veíamos sobre el césped, las salas de prensa se llenaron con su presencia de sentido común. De declaraciones de esas que uno quiere oír. De discursos sin sitio para la queja mediocre. Sin soflamas incendiarias. Con los argumentos del que sabe que el trabajo camina de su lado como un compañero.

Moría la primavera y andábamos por la vida con la mirada luminosa. No tanto por una liga que se quedaba corta ante el peso de una primera vuelta que lastraba la espalda del equipo, pero sí por una competición europea que nos dejó imágenes para guardar en esos compartimentos de los que les hablaba antes: Roma, las visitas de Udinese y Valencia al Calderón, una finta de Adrián, un segundo infinito en el que Arda levanta la cabeza, una cabalgada de Juanfran y, por supuesto el idilio de Falcao con el gol. Fueron pasando los días y sucedió lo impensable unos meses antes, volver de Bucarest con la gloria en el bolsillo. Celebraban los protagonistas el título sobre la hierba todavía regada con sudor y Cholo se echaba a un lado. Como los más grandes en la victoria. Sin golpes en el pecho. Sin aspavientos ni teatrales desmayos para besar el pasto. Un discreto segundo plano para el artífice de todo. Se echó la afición a la calle con avidez y él fue probablemente uno de los que más disfrutó. Como uno cualquiera de nosotros, sí. La conmemoración fue especial porque no solo se ganaba algo. Se recuperaba una identidad, el orgullo de pertenecer a unos colores. Se espantaba ese fantasma de que la camiseta pesa en demasía cuando siempre aportó ligereza y un extra a los que tuvieron el honor de vestirla. Fue Cholo el que hizo entender a los jugadores el peso exacto de la misma. Fue él y nadie más.

Se vino el verano con la promesa del partido de ayer, ése del que tan pírrica reseña les he brindado, y con superiores esperanzas en el banquillo que en el césped. Llegó la cita y Simeone, siempre tan escrupuloso con las liturgias del fútbol, puso en liza a once que estuvieron el año pasado. A once que creyeron en él y sobre todo en sí mismos. Enfrente esperaba el campeón de Europa y uno de los nuestros. El final ya lo saben ustedes. No podría ser de otra manera aunque sí de una manera menos brillante. Justo al final, cuando el pitido del árbitro rompió la noche de Mónaco para dejar paso a una noche muy corta y muy larga a la vez, uno, que es así de retorcido, busca imágenes que guardar en aquellas desordenadas cajas que pueblan su cabeza. Encontró dos muy por encima de las demás. Una es la de un jugador rubio triste por fuera y seguramente muy contento por dentro saludando tras el partido a una afición que estuvo admirable en el reconocimiento. Otra es la de un entrenador que se vuelve a apartar a un lado cuando estallan las alegrías. Como los más grandes en la victoria.

Poco más resta por decir. Queda agradecerle al Cholo todo. Queda agradecer al destino por tenerle entre nosotros y por devolvernos a un Atleti que pensábamos perdido. Queda el orgullo y las voces que no se apagan. Queda un Neptuno al que se está malacostumbrando. Quedan unos niños que a la mañana siguiente se pusieron la rojiblanca para bajar al parque. Quedan unos padres que mantienen la sonrisa a pesar de la subida del IVA. Sería deseable que quedaran más cosas, sería deseable que tanta grandeza encontrara complicidad en otros estamentos del club. Queda el legado de un Simeone que se ha ganado un sitio de los mejores en esos compartimentos. Ojalá siga con nosotros mucho más tiempo. Ojalá nos pueda devolver más de lo que ya ha hecho, que es mucho...