jueves, 2 de marzo de 2017

A medio vestir

Andábamos tan enredados debatiendo sobre el buen juego o lo esquivo que se mostraba el gol que no supimos prestar atención a ciertas señales. Analizábamos si Gameiro era el primo pálido de Jackson Martínez o si había vida inteligente en el mediocentro. Cambiábamos y volvíamos a cambiar a Koke de posición utilizando el borrador de la pizarra. Discutíamos sobre los kilómetros de recorrido que le quedaban a Gabi o sobre si lo de Saúl era o no para tanto. Hablábamos también de Torres, claro. Demasiado, como siempre. Hablar de Fernando, hasta incluso algunas veces bien, ha llegado a convertirse en un deporte nacional íntimamente arraigado. Así pasaban los días, distraídamente, sin que a nadie se le ocurriera dudar de la defensa. Eso era inamovible. Cuando el Atleti cayera, la defensa seguiría en pie. Era lo único seguro. Quizás por eso ahora nos sentimos un poco a la intemperie. Desabrigados al ver que la defensa ya no es tan inexpugnable.

No hace tanto que la defensa del Atleti se mostraba inquebrantable. Este equipo fue construido a base de seguridad defensiva, sudor e intensidad. Recordamos decenas de partidos, especialmente a domicilio, en los que al adelantarse el Atleti en el marcador el encuentro se acababa. Daba igual la entidad del adversario. No importaba el asedio que pudiera venirse encima. Nada significaba que restaran cinco u ochenta y tres minutos. Un gol de los rojiblancos causaba en el rival un estado de desamparo parecido al que se producía cuando paraba la música y se encendían las luces de la discoteca. Sin la penumbra como aliada, el oscuro paisaje mágico lleno de posibilidades se tornaba en un descorazonador campo de batalla lleno de muertos vivientes. Un tanto rojiblanco devolvía de una bofetada a una realidad en la que hace tiempo que el hielo se había derretido en los vasos de tubo. Hubo más de un árbitro tentado de decretar el final nada más sacar de centro el equipo contrario ¿Qué sentido tenía prolongar la agonía? Todos sabíamos que nada malo iba a ocurrir. La defensa nos guardaba de cualquier mal. Dormíamos a pierna suelta porque la Guardia de la Noche velaba nuestro sueño en la retaguardia.


De un tiempo a esta parte, la defensa muestra debilidades más terrenales. Coger la espalda de los laterales ha dejado de ser un artículo de lujo. Los jóvenes centrales perdieron ese halo de veteranía que les adornaba incluso en el día de su debut y nuestro área ha dejado de ser un terreno vedado para cualquier actividad visitante. Se dan de tanto en tanto goles tras varios rebotes de esos en los que no se sabe si echar de menos una mayor fortuna o la contundencia de un central con bigote que no se andaba por las ramas. Sobre todas las cosas, se echa en falta a Godín, que no es poco.

Se pregunta la afición el porqué de que al uruguayo los ataques rivales le pillen a medio vestir tantas veces en los últimos tiempos. Sorprende ver al faraón despeinado y con la camisa sin abotonar cuando la jugada se presenta de improviso. Despistes que creíamos imposibles suceden. Tal vez la clave se esconda en la falta de rotación. Ahora que cualquier objetivo liguero que no pase por conservar la cuarta plaza ha entrado en el terreno de lo utópico, quizás llegó la hora de dosificar y cuidar al central. Dar la alternativa a los jóvenes, probar otras combinaciones en partidos de menos empaque. Eso sí, cuando las cosas se pongan serias, cuando el fuego se convierta en real, el charrúa siempre tiene que ser de la partida. Un Godín llegando una décima más tarde de lo normal al cruce sigue siendo uno de los mejores centrales del mundo. Diego posee la magia de ciertas estrellas del Hollywood clásico que, como Marilyn o como Mansfield, ganaban muchísimo a medio vestir.