jueves, 29 de noviembre de 2012

¡Al abordaje!


Se viene. Así lo dirían los nativos de las Indias Occidentales y de las tierras de Fuego. Lo tenemos encima. Así lo dirían los nuestros con la cara de expectación que debía pintarte esos momentos previos a abordar la nave que se acercaba por estribor. Se huele el combate. Salen los cuchillos de las fundas para acomodarse en los dientes. Aquí, nuestra tropa. Preparada para el combate. Cada uno en su puesto correspondiente. Todo el paño metido. La madera crujiendo. Las sogas gimiendo por la tensión. Los artilleros saboreando ya el regusto de la pólvora. Esta flota casi no conoció derrota desde que levó anclas en agosto. No hubo lid en la que no ofreciera bravura y honor, siempre honrando el pabellón rojiblanco. Siempre con la humildad como compañera. Muchas victorias, no hay memoria para las derrotas, por nimias. Así, de tan buena forma y con los vientos a favor, se presenta al duelo.

Enfrente, el enemigo. El de siempre. El único. Ese gobernador que rige el virreinato con la misma mano soberbia de siempre. Destaca la nave capitana, ataviada con la bandera blanca del que no está acostumbrado a mancharse nunca. A bordo, mercenarios traídos principalmente de Portugal, duchos en pasarse por el arco genital el tratado de Tordesillas y el de la urbanidad y las buenas maneras. Siempre el oro de su parte. Siempre intentando disfrazar de señorío la piratería. Siempre en la queja cuando los vientos no empujan de popa. Siempre enfrente. Nunca al lado, ni ganas de tenerlos. 



Justo antes del encuentro con la escuadra enemiga, ya con el rumbo fijado, el Almirante reúne a la marinería y alienta desde el puente de mando. Mira el pasaje con veneración al almirante Don Diego Simeone. Éste habla con voz pausada, queda. Les hace creer en ellos mismos. Les habla de tesoros escondidos en el vientre de la nao rival. Para quitar presión, les intenta convencer de que la lucha será como cualquier otra. Tres puntos solo. Ellos saben que no es así, que las tortugas que nadan en sus estómagos son del tamaño de las que avistaron cerca de La Española y tienen que ver con las grandes ocasiones. Con las batallas que llenan los libros. Con las historias engrandecidas por la leyenda que se contarán dentro de algún tiempo al calor de una hoguera.

Pasea el Almirante la vista entre los suyos y ve más allá de ellos. Ve cerca de él al fiel contramaestre, Don Germán Burgos, como siempre al tanto de todo, mirando de reojo timón y sextante. Ve Don Diego la línea de cañoneros y allí a aquel al que llaman el Tigre, el de mejor puntería, nacido ya en el Nuevo Mundo. Al asturiano Adrián y a Costa, el que tropieza constantemente por cubierta. Más allá están Arda el de Constantinopla, ese que le tiene  puesto nombre a cada ola del Mediterráneo de tanto que las conoce, y Jorge Resurrección, el más joven de todos. También ve a Mario y Gabriel, los encargados de la intendencia a bordo. Quedan en la retaguardia el osado Juanfran, el incisivo Filipe y los bravos Joao y Diego, ambos también del Nuevo Mundo. Hasta el grumete venido de Flandes, un larguirucho de flequillo indomable, se asoma para vivir el momento con todos. Todos juntos. Con la camisa roja y blanca abierta para ofrecer el pecho como primer parapeto. No hay lugar para achicarse ni para buscar el abrigo de cálida ensenada. No hay lugar para virar, para no ofrecer combate. No existen rendiciones ni capitulación. Hay lugar para entrar en la eternidad o para que varias onzas de plomo te manden a descansar al fondo de la mar. Se huele el combate. Se acerca. Lo tenemos encima…¡Al abordaje!

martes, 20 de noviembre de 2012

El compromiso


–…como le decía, soy fuerte y no me asusta trabajar duro. Poseo un terreno a las afueras del pueblo en donde seguro que podemos ser felices. Antes vivíamos allí mi madre y yo, pero ya habrá oído usted que ella desapareció inesperadamente de un día para otro justo cuando el circo se estableció por tiempo limitado en la capital de la provincia. La Guardia Civil maneja dos hipótesis: una, que harta de hacer tantos equilibrios presupuestarios dada nuestra condición humilde se enroló como funambulista en la troupe. Otra, que se acercó demasiado a la jaula de los leones, cosa asaz probable dada su condición de corta de vista y la condición de los leones, cuyo currículo alimenticio incluía de manera probada a dos domadores, a un payaso llorón y a un incontable batallón de pesados comerciales del Círculo de Lectores. Desde entonces la casa está triste, vacía…

Iban dirigidas estas palabras a Remigio, padre de la criatura objeto de la petición de mano. Sopesaba Remigio los argumentos expuestos y escrutaba cuidadosamente a la persona que se sentaba enfrente intentando ocultar los lógicos nervios propios de trances así.

– No sé, no sé…– intervino Remigio –. Es todavía joven…y casi no ha salido de casa. Siempre anda debajo de las faldas de su madre.

– Lo sé. Sé que para usted y su señora será duro, pero ya hemos hablado y no le parece mala idea. Como le he dicho, nunca le faltará un plato que llevarse a la boca…Nos irá bien. La soledad es muy mala y entre dos se combate de manera mucho más efectiva. Alguien con quien compartir ilusiones, inquietudes y las fechas de vacunación del ganado, que siempre se me pasan. Alguien con quien acurrucarse en las duras noches de invierno…

– ¿Acurrucarse? Esa es otra. No tiene casi experiencia. No ha tenido más contacto con el sexo contrario que el que a su edad surge de manera natural aunque mal vista con aves de corral y cabaña caprina…

– No se apure, Don Remigio. Que una es joven pero leída y hasta escrita en ciertas lides. Si hay que enseñar a su Remigín lo que se tercie, aquí está servidora para iniciarle en las artes del solaz sin animales de cuadra de por medio….

– Sea entonces….¡Remigín! –gritó el padre a modo de llamada –. ¡Baja! ¡Está aquí Marceliana con licencia para pretenderte!...



Nos ha acostumbrado este Atleti en los últimos tiempos a manejar un concepto que muchos creíamos perdido: el del compromiso. Desde la llegada de Simeone, el equipo puede jugar bien, mal o incluso peor, pero se atisba claramente un rumbo, una identidad, un fin común que une a jugadores y técnicos (como comprenderán, meter a la gerencia en esta ecuación quedaría de un frívolo que abrumaría) ¿Que toca deleitarse con el duende que despliega el juego del turco de rizo pretérito? Ahí andan todos para colaborar y hasta contemplar la obra de arte ¿Qué toca remangarse y cerrar las prietas filas ante una expulsión o un pinchazo de isquiotibial? Ahí estarán todos juntos de nuevo, unidos en una suerte de Fuenteovejuna rojiblanca guionizada por el Cholo. No hay declaración de representante o padre de jugador con aspiraciones de madre de folclórica que resquebraje la unidad. No hay rotaciones ni estancias en el banquillo que hagan asomar palabras más altas que otras. No hay descontentos. No hay ruedas de prensa incendiarias. No hay titulares en la prensa alimentados desde dentro, aunque probablemente no los hubiera tampoco aún cuando algún mediapunta se presentara ante los medios en ropa interior y anunciando futura operación de cambio de sexo o de demarcación, de tan ocupados como andan los reporteros glosando las gestas de los dos estomagantes contendientes de siempre.

Lejos quedan los tiempos de las visitas vergonzantes a campos pequeños, de las bromas del lunes a la hora del café y de las declaraciones altisonantes. Lejos quedan también los tiempos en los que se sacaba mucho más pecho del que recomendaba el juego y los resultados globales, ya saben esos tiempos de jersey de pico y famélica figura. Simeone convence desde el trabajo, desde el discurso pausado y humilde y, sobre todo, desde sus ideas a todos los padres y madres rojiblancos, encantados y convencidos de entregar sus manos y hasta algún antebrazo a la causa. Probablemente se pudiera pedir algo más. Sería deseable mejor juego y una mayor continuidad en el mismo. Sí, pudiera ser. Aún así, tras venir de donde venimos, de ese territorio yermo de patadón, comisión y tentetieso, a uno le parece buen partido este Atleti reconocible. Cercano. Con licencia para llegarnos a donde hace tiempo que no nos llegaba. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Los episodios anodinos


Qué sería del mundo sin sus capítulos grises, sin sus episodios anodinos. Sin esos señores de traje desgastado que compulsan fotocopias y revisan que cada formulario tenga pegada una póliza de diez pesetas para asegurar que ninguno de sus bordes toca la frontera de la línea de puntos que la limita. Sin esa ventanilla que se cierra inexorablemente cuando llegan las dos en punto, anunciando a los cuatro vientos que mejor vuelva usted mañana. Sin el pescado hervido y las patatas cocidas a las que alguien olvidó echar sal. Sin los besos llenos de rutina. Sin el abrir el buzón con el desapasionamiento que deja el encontrar solo facturas. Sin las cenas en casa de un viejo amigo para ver el vídeo de su boda. Sin las películas basadas en hechos reales que se ven entre sueños, esas que además del alma en vilo te dejan el cuello contracturado. Ya saben, ese tipo de cosas….

Qué sería de los partidos de nuestro Atleti sin sus capítulos grises, sin sus episodios anodinos. Sin esos preámbulos cuyos primeros veinte minutos son para tirar a la basura. Sin esas ocasiones en las que merecería ser titular Koke, vista la justeza de calidad del centro del campo. Sin el abuso de los balones en largo. Sin la proverbial lucha de Falcao. Sin la victoria del músculo sobre el talento. Sin los laterales, menos largos que de costumbre. Sin la llegada del llegador. Sin un rival que justifique cualquier tipo de desazón. Sin casi ni un tiro a puerta en contra. Sin la, hace un año impensable, dependencia de Mario Suárez. Sin ese gol de Adrián al segundo remate y casi pidiendo perdón por haber picado el balón con mala idea en el primero. Sin una segunda parte tan para olvidar como la de Matrix o como la de cualquier otra película salvo El Padrino. Sin esas dos horas que no guardan casi atisbo de brillantez. Sin esas citas en las que la victoria cobra una mayor importancia por las dos derrotas previas. Sin tres puntos y poco más. Ya saben, ese tipo de cosas….



Aún así, por más anodino que sea el episodio, nunca hay que perder la esperanza de que ocurra algo especial. Algo diferente. Una luz que vence a las sombras. Un rayo de sol que se salta el guión pergeñado por las nubes. Colocar uno de los formularios en lo alto de la pila porque la solicitante recuerda a un antiguo amor de verano. Dejar la ventanilla abierta cinco minutos más allá de la hora. Ese pescado espartanamente hervido pero en su punto. Los besos que dejan sabores que duran años. Abrir el buzón y encontrar la postal esperada. Pasar un rato con viejos amigos como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez. Coger postura en el sillón con la película basada en hechos reales y dejar que la siesta se vaya de las manos. Ya saben, ese tipo de cosas….

Aún así, por más anodino que sea el episodio, nunca hay que perder la esperanza de que ocurra algo especial. Algo diferente. Una luz que vence a las sombras. Un rayo de sol que se salta el guión pergeñado por las nubes. Aunque eso especial venga precedido de una mano que ayudó al control. Plantarse delante del portero. Levantar la cabeza. Realizar una sutil finta simulando el pase al compañero. Acostar al portero con un regate de trasero, que es como regatean ciertos iniciados. Acariciar al balón para que viaje a la red sin miedo. Sonreír de oreja a oreja. Ya saben, ese tipo de cosas que tiene Arda Turan….

domingo, 4 de noviembre de 2012

Crónica entre protestas del Valencia-Atleti


Tiene Valencia no pocos argumentos que justifican una visita: su clima, sus gentes, disfrutar de sus arroces justos de punto mirando a la Malvarrosa, sus ruinas de la Copa América y de un circuito imposible de fórmula 1 como testigos de lo que fue la civilización del pelotazo, sus kioscos decorados con azulejo labrado, sus costas y sus adentros, su albufera, sus mosquitos de tamaño familiar, sus talleres falleros, sus jovenzuelos de pelo pincho que se saltan los semáforos por principios, sus delfines del Oceanográfico que ejecutan coreografías con un toque arrevistado y sus camareros que no se sonrojan al presentar una cuenta de diez euros por dos horchatas de brik a temperatura ambiente.

Tiene Valencia algo más para Gervasia. Algo que justifica sus visitas más allá de disfrutar de las bondades que la ciudad ofrece: Merencio. Habían pasado ya casi dos años desde que se conocieron en una convención de gerentes comerciales de empresas eléctricas. Como no podía ser de otra manera, la chispa surgió enseguida y empezaron también enseguida los fines de semana de reencuentro, las citas cibernéticas y las llamadas que tan difíciles son de terminar. Era Merencio hombre mesurado en todas sus facetas: siempre responsable pero con un toque de desenfado que a ella le encantaba. Hablaba cuando debía y callaba para escuchar cuando tocaba. Formal y espontáneo a la vez. Todas esas virtudes y alguna que otra más, justificaban las idas y vueltas en AVE y las tristes despedidas dominicales y servían de cimiento para esos planes a medio plazo donde ella se veía mudándose a Valencia para estar juntos. Esta vez además irían al fútbol juntos por primera vez robando un par de horas a ese tiempo siempre insuficiente. Merencio la llevaría a Mestalla para ver a su Atleti, ese Atleti que probablemente fuera lo que más echara de menos ella si un día decidía dar el paso de irse del Manzanares para el Turia.

Fue traspasar los tornos de Mestalla y Gervasia empezó a notar comportamientos raros en Merencio. Se mostraba nervioso con solo transitar por los pasillos del estadio y protestó más de la cuenta cuando ella eligió el asiento de la izquierda argumentando que ese era al que él había echado el ojo de antemano. Decidieron tomar un par de cervezas y Merencio se indignó ante el discutible hecho de que la suya tenía menos espuma que la de ella e incluso la acusó de ocupar más espacio del debido solicitando casi burocráticamente que no invadiera su sitio. Entonces empezó el partido….



Salió el Atleti a Mestalla con la defensa habitual, la delantera del año pasado y con un medio del campo inédito: sacó el Cholo a Emre con Gabi, con Arda y con Tiago, ese asceta del esfuerzo físico. Salieron los nuestros a dominar el partido y salió el Valencia a defender el resultado, sin tener claro al cierre de estas líneas qué resultado pretendían defender. Empujaba el Atleti aunque sin demasiada profundidad y Mestalla se encendía en protestas por cada fuera de banda, por cada falta indiscutible y por cada rachita de viento que se levantaba. Buscaba jugar el Atleti y no jugar el contrario. Buscaba el equipo ché coartadas para enfangar el partido y las encontró en el árbitro. No tuvo a bien el señor colegiado sancionar debidamente las continuas interrupciones de los locales, tampoco tuvo a bien pitar nada en los reiterados abrazos, algunos dentro del área, a los que fue sometido Falcao por parte de unos defensas excesivamente cariñosos. Tuvo Falcao una noche difícil, a los sentidos abrazos de los centrales rivales hay que sumar la escasez de balones recibidos en condiciones y la brecha de recuerdo que Soldado, con esa involuntariedad que a los que son como él les viene de la cuna de su formación, le dejó en herencia. Si alguien merecía más, ese era el Atleti, sin poner demasiado en liza, no crean, pero con casi nada el Valencia se puso por delante tras excelente gol del repartidor de involuntarias coces en frentes ajenas. Acusó el Atleti el golpe y anduvo unos minutos perdido en la selva de las pocas ganas de jugar de los valencianos. Tiene el Valencia no pocos argumentos que justificarían otra manera de jugar: su historia, su plantilla y algunos jugadores de talento. Tiene otros que tal vez justifiquen esta otra elección de estilo: defensas de la cuadra lusitana de la protesta y el pescozón, el consabido delantero antipático y jugadores con talento para la autosatisfacción, el autoatropello y la incineración de coches de gama alta.

Llegó el partido al descanso y Gervasia no salía de su asombro ante el comportamiento de su amado Merencio. Protestaba por esto, por aquello y por lo de más allá. Protestaba ante la, a su juicio, desigualdad de rajas de chorizo entre los bocadillos de ambos. Protestaba ante lo lejos que caían los aseos y por el pasodoble que la banda de música típica de aquellos lares interpretó con discutible acierto. Andaba Gervasia inquieta, no tanto por el desempeño del Atleti, como por el resultado y el talante de su acompañante cuando sus pensamientos se vieron interrumpidos por el inicio de la segunda parte.

Salió el Atleti tras el descanso y se vieron ganas de darle vuelta a la situación. Salió también el Valencia y se vieron las mismas ganas, sino mayores, de que se jugara poco. Empezó a aparecer Arda y empezó a llegar el Atleti con más frecuencia. Sacó el Cholo al Cebolla, a Raúl García y a Mario Suárez y contraatacaba el Valencia con marrullería. Protestaba la afición en Mestalla por las tarjetas mostradas, por los recortes en sanidad y por el incremento del precio del mejillón criado en cautividad. Atacaba el Atleti con corazón. Dando la cara. Más por la izquierda que por la derecha, donde Juanfran lleva unos partidos mostrando señales inquietantes. Se volcó el Atleti sin premio, fue premiado el Valencia sin volcarse y los equipos fueron despedidos entre las consabidas protestas y gritos de burro dirigidos hacia un árbitro que merecería por parte de la afición valenciana un mayor reconocimiento por la permisividad mostrada. Salió el Atleti derrotado. Sabíamos que tendría que llegar tarde o temprano. Probablemente llega esta primera derrota de manera injusta, probablemente no fuera el mejor partido de los nuestros pero fastidia un poco la manera de producirse y ante el rival que ha sido. Queda el equipo en pie, o eso esperamos. Queda una temporada larga en la que no parece que vayan a sucederse accidentes como éste si sigue el equipo en el mismo nivel. Puede que no venga mal este tropiezo para ganar perspectiva y para conocer los límites del equipo. No es malo conocerlos.  

De camino a los vomitorios, protestaba Merencio por la lentitud en el desalojo del recinto, por el frío que había pasado por culpa de la previsión meteorológica previa que hablaba de noche primaveral y por las migas del bocadillo que seguía encontrando en la geografía de su chaqueta. Abandonó la pareja el estadio cogidos del brazo y notó Gervasia una metamorfosis en su partenaire, volvía a ser aquel Merencio atento y amable a medida que se alejaba del coliseo de la avenida de Suecia. Él propuso ir a un restaurante romántico que a ella le había gustado especialmente tras cenar en una de sus primeras escapadas. Ella fingió el supuesto olvido de un pañuelo para volver tras sus pasos y encaminarse de nuevo al estadio. Fue solo acercarse un poco y Merencio empezó a protestar por el tráfico, por el olor a sobaco que suelen desprender las masas de gente y por cómo se está extendiendo la reprobable práctica de ponerse los albornoces como batas, lo que se comprende. “¡Uy!, qué tonta, si lo tengo aquí”, mintió Gervasia cambiando de dirección. Enseguida volvió Merencio a ser aquel del que se había enamorado. Todo el mundo tiene sus cosas, unos no toleran bien la bebida, otros no pueden comer más allá de las doce de la noche y otros no deberían acercarse a un campo de fútbol para no protestar por todo. Solo hay que conocer los límites de cada uno. No es malo conocerlos.