martes, 29 de noviembre de 2011

Romance de una entrada (no tan dura como se pretende)

Indignada y muy convulsa,
anda la Central Lechera,
como siempre torticera,
al pregonar su repulsa.
El motivo del quebranto,
el sufrir de esta manera,
no es por la deuda extranjera.
Es la entrada de Amaranto.

Cometió mortal pecado,
Luis Amaranto Perea.
Media España ya cojea.
¡Dañó a Apolo reencarnado!
La otra mitad, con pereza,
asiste a la infiel berrea.
No queda en entrada fea,
es símbolo de dureza.

Cualquier de los analistas,
empieza pidiendo roja.
Sin red ninguna se arroja,
algún otro oportunista,
¡Presidio y larga condena,
Madeira a la pata coja!
Padecen de tal congoja,
que hasta se saltan la cena.

También hay para el trencilla
que semejante atentado,
castigara, el muy taimado,
con tarjeta, ¡y amarilla!
Contertulios con perilla
piden sea ejecutado,
aunque sean reputados
agremiados y plumillas.




Me recuerda aqueste lance,
al vivido no hace tanto,
antes de lo de Amaranto,
con Messi pasó el percance.
Lo de Tomas, nuestro checo,
que migró de ser un santo,
a dar contra el diente canto,
por no ser llevado hasta Meco.

¿Podrá hacer más bicicletas?
Se pregunta el populacho.
¿Volverá a tomar gazpacho?,
Dicen los huelebraguetas.
¿Se podrá recuperar?
Preguntan cual metralletas,
¿tendríase que operar,
aunque sea de las tetas?

En fin, fue solo una entrada,
¿que llega tarde? Pues sí.
Si me preguntan a mí,
no veo tal barrabasada.
Al menos le dio de lado.
Además que la patada,
no se da con pie plantado.
Aún menos la canallada.

Saquemos un corolario,
más que la falta en sí,
lo que duele un potosí,
es quien fue destinatario.
A la hora de la falta,
tiene toque presidiario,
si das a la clase alta.
Esto no es igualitario.

Si a Perea se ha apoyado,
cuando errores cometió.
Se lo dice este gachó,
también nos tiene a su lado.
Diría más. Les insisto.
Que Perea no ha fallado.
Lo diré, visto lo visto.
Yo diría que ha acertado.

Pues nada más, me despido.
No gasten más verborrea,  
todo lo que les rodea,
no merece desmentido.
No entremos hoy en más cuitas.
aunque sea la más fea,
yo si bailo, es con Perea,
¡baile usted con las mocitas! 

domingo, 27 de noviembre de 2011

La mochila

Vamos los colchoneros por la vida con una mochila siempre a la espalda. Una pesada carga que llevamos a los hombros desde hace demasiado tiempo y que castiga nuestras vértebras lumbares y cervicales. El tamaño de la mochila y su peso es directamente proporcional a los años que llevamos siguiendo a nuestro equipo, siendo éstos pesos menos llevaderos si el veneno rojiblanco se metió en nuestro torrente sanguíneo hace ya décadas ¿Qué llevamos en esa mochila? Allí guardamos piedras, unas más pesadas y otras no tanto, pero con todas debemos cargar. Hay piedras muy difíciles de arrastrar, piedras destinadas a cimentar apropiaciones indebidas, cooperaciones necesarias, veinticuatro años de proyectos donde lo deportivo es secundario, gerencias ostentadas por representantes, vueltas rápidas alrededor de la M-30 y traslados figurados a la Peineta, por ponerles varios ejemplos. Las otras piedras, aunque de menor volumen, también son molestas, encontrándose entre ellas entrenadores de perfil bajo o de entreplanta, ventas incomprensibles, compras sonrojantes, el bigotito de Cléber Santana, la caída de culo del Pato Sosa y la reconversión industrial en fábrica de jugadores para otras marcas, blancas o no. Así pasamos los días, siempre con nuestra mochila al hombro, siempre con el esfuerzo de acarrear ese lastre dibujado en nuestras caras.

Solo en algunas ocasiones, cuatro o cinco veces al año a lo sumo, nos permitimos dejar la mochila a un lado. Siempre cerca, eso sí. Colocada cuidadosamente en un taburete o en el suelo al lado nuestro, pero nunca demasiado lejos para poder tocarla con la punta del zapato y saber que sigue ahí. Nos permitimos ese lujo sólo durante noventa minutos, con su correspondiente descanso y su descuento si lo hubiera. Durante ese tiempo, intentamos dejar a un lado la pesada carga y nos empapamos de esa ligereza fingida y antinatural. Llegamos a pensar incluso, envalentonados por dejar la mochila a un lado, que podremos mirar de igual a igual a aquellos a los que desde hace tiempo no miramos a los ojos. Queremos creer que veremos algo que nos hará olvidar momentáneamente la acostumbrada carga. Entonces, aparcamos la razón y nos lanzamos de cabeza a una piscina rebosante de ilusiones que brotan del corazón, nos zambullimos en una realidad irreal en la que no llevamos peso. Durante esos minúsculos lapsos de tiempo, nos traen sin cuidado los sistemas y hasta casi los nombres. Nos dan igual los partidos broncos, limpios, bien jugados, obtusos, escalenos o de poder a poder. Sólo buscamos asideros para agarrar allí a nuestro maltrecho orgullo. No nos acordamos de derechos televisivos conniventes que ahondan diferencias ni de la presión en banda. Solamente nos sentamos a sentir sin analizar demasiado.



Ayer era un día de esos. Un día en el que la mochila descansaba a nuestro lado, siempre presente, pero temporalmente aparcada. Durante un tiempo, nos llegamos a olvidar de ella casi del todo. Lo hicieron posible Assunçao, Perea, Domínguez, Adrián, Arda…, lo hicieron posible todos durante casi una hora. Dando la cara, soportando dignamente el peso del escudo, algo que debería presuponerse en todas las ocasiones pero que no siempre se cumple por obra y gracia de esa carga miserable. Lo hicieron a pesar de los mensajes que se recibían desde el banquillo, ayer muy por debajo de los jugadores, empeñado e insistente en recordarnos la inferioridad que la mochila nos otorga. Nos duró poco. A algunos tal vez les valga, menos concientes de la rémora que encorva nuestras figuras. A otros no nos vale, a lo mejor porque recordamos tiempos pretéritos en los que íbamos por la vida livianos, con la espalda recta y el pecho henchido de orgullo.

Terminó el partido y, los que no se la habían echado al hombro en los primeros minutos de la segunda parte, se cargaron la mochila a la espalda. Todos se encaminaron a casa con paso cansado e irregular, probablemente por encontrar la carga aún más pesada que en el camino de ida. Se echaron en la cama buscando la posición más cómoda posible pero siempre cargando con ese lastre. Pasarán el domingo de mejor o peor manera y volverán el lunes a su rutina tirando de su rutinaria mochila. Se pondrán maquinalmente a ejecutar sus labores diarias sin casi notar que el peso ha aumentado. Seguirán viviendo. Pasarán las semanas y la mochila cada vez pesará algo más, siempre creciendo, nunca menguando. Nos permitiremos cada vez menos lujos en forma de aparcar la mochila a un ladito porque no tendremos ni ganas de quitárnosla para que no se vean las marcas del moreno de las vacaciones. Ni siquiera en esos partidos que acabaremos dejando de ver. A no ser que no sólo una minoría sea capaz de rebelarse contra ese peso castrante. Ese es el camino. Ningún otro es posible a estas alturas para solucionar la escoliosis que sufrimos. 

jueves, 24 de noviembre de 2011

Plan alternativo

–¡Que alegría me das! –exclamó el marido al conocer la predisposición de su consorte a hacer algo el sábado por la tarde

–Ya ves…–añadió ella con desgana mientras hojeaba una de las revistas de interiorismo salvaje a la que él estaba suscrito.

–Pues me ha comentado Piotr que en la sala experimental de teatro de la que te hablé, estrenan un montaje que versa sobre la influencia de las digestiones pesadas en la actual interpretación del mito de Ofelia.

–¿Ofelia la gorda de Mortadelo?

–¡No!...Ofelia la de William –respondió él con desesperación y con una familiaridad que solo se gana tras muchas noches de cine iraní con subtítulos en finés del norte, casi lapón–. Y para rematar podríamos ir al nuevo restaurante que ha abierto la pareja abierta, valga la redundancia, de Marco. Dicen las críticas que es como estar en la mismísima Anatolia. Auténtico sabor turco en el centro de la ciudad…

Al oír la palabra turco, algo se encendió dentro de ella. Fue como un brillante rayo de esperanza en el nublado panorama de sus ilusiones. Era la primera vez que conscientemente se iba a perder un derby desde que tenía uso de razón. Recordó a Marina, a Hasselbaink, a Torres, a Futre y Schuster y hasta a Rodax. Imaginó lo que sería cambiar la pintura roja y blanca en la cara que se ponía en ocasiones como esa por una base discreta en tonos arenas del Gobi ¿Y si ésta vez era una de las buenas y se lo perdía? ¿Y si después de todos estos años en los que la pequeña distancia que separaba a ambos equipos se había convertido en insondable grieta auspiciada por gestores de baja catadura moral se llevaban una alegría? Hay cosas que se llevan muy dentro, sentimientos y actitudes que se guardan en recovecos del alma y a las que no se puede dejar de hacer caso cuando deciden aflorar. Oía sin escuchar a su marido mientras peroraba sobre actores que se despojaban de cualquier atadura impuesta por la ropa que les constreñía y volvió del paseo por su mente a tiempo contestar a la pregunta planteada sobre con qué tarjeta pagar la reserva online de las dos butacas de patio que ya tenía seleccionadas en el portal para mentes y culos inquietos “tengounadeocioquenosequéhacerconél” punto com.



–Mejor no reserves de momento. Llevo unos días con un malestar general que no sé yo si vamos a poder salir el sábado. A lo mejor tenemos que buscar un plan alternativo, pero descuida, que puede que tengamos sabor turco –explicó ella sin hacer demasiado caso del mohín forzado que él dibujó en ese rostro al que la cuidada perilla quedaba tan bien. 

lunes, 21 de noviembre de 2011

Comicios color sepia

El camarero se dirigió a la mesa de la esquina con paso cansino. Si no fuera por el dinero que dejaban, aunque fuera en temporada baja como ahora, a ver quién era el guapo que aguantaba a estos madrileños ¡Qué pesaditos que eran, la verdad! Se atrevían a discutir de frescuras, de tipos de pescados, de harinas para fritura…Se atrevían con todo.

– Mire, esta sepia que nos ha traído debe estar mala –dijo el cliente auspiciado por esa inocencia del que se cree la leyenda urbana sobre siempre tener la razón.

– Esta sepia está recién cogida. De esta mañana, oiga –contestó el camarero con la superioridad del que tiene la confianza y los galones para apocopar el nombre de ciertas raciones: gamba plancha, chipirón ajillo. Era ésa una señal inequívoca de dominio, bastaba oír a un padre de familia con riñonera calada pedir unas puntillas a la romana o unas cigalitas a la plancha para catalogarlo como profano en la materia. Si se dice, se dice bien: ¡puntillas y cigala plancha, cociiiiiiiiina!

– Pero, ¿y ese color? ¿Es ese el color normal de una sepia?

– Es el color sepia papeleta para el senado que impone la junta electoral central. A mí ese color también me parece un naranja pálido o un salmón desmayado, pero yo con la administración no discuto. La última vez que se me ocurrió, me aplicaron la ley de costas y mire dónde me veo obligado a plantar la terraza ahora, como quien dice en la provincia de Cuenca. Así que a comérsela, que eso es una sepia con todo su demócrata color –apostilló el filósofo de velador ejecutando una media vuelta con tirabuzón de palillo en la boca de admirable ejecución e innegable dificultad.

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Para recibir al Levante, formación a los que los sondeos a pie de campo hasta la fecha otorgaban un muy meritorio grupo parlamentario propio, el estadio registró una abstención importante. Es el aficionado atlético mucho más dado a la abstención que al voto en blanco por razones obvias, y ayer se abstuvo mayoritariamente. Algunos contarán que era por el tiempo y hasta porque habrá habido muchos que fueron reclutados como vocales de mesa, pero no se crean, últimamente anda la gente con ganas de abstenerse de ir al campo. Puede que sea cierto eso de que cuando el día sale lluvioso da pereza hacerse el bocadillo para que el pan se quede correoso por la humedad a las orillas del Manzanares o que fueron numerosos los abonados agraciados con la ventura de desempeñar el papel de vocal, aunque fuera una u con diéresis de las que se pronuncia con boquita piñonera, pero uno piensa que los motivos son otros. Uno de ellos, el color que tiene el equipo. Un color indeterminado, como de sepia papeleta senatorial.

Hablando de papeletas, Manzano tenía otra importante por delante. A pesar de la victoria final, fue uno de los candidatos perdedores de la noche. Su capacidad para cambiar el rumbo del partido se vio mermada por dos cambios obligados por las lesiones y por un cambio que realizó la grada. No diremos que el escaño que ayer otorgó gran parte de la afición a Reyes no fuera merecido tal y como estaba el partido, pero nos deja un regusto a entredicho en la capacidad de gobernar del jiennense. Se le vio tenso, se le vio celebrando los goles con tono de animador de hotel todo incluido en vez de profesor de filosofía, un rol que le pega más. Se le vio también con un color de tez raro, varios grados de moreno menos al que acostumbra. Podría ser un sepia crispado.

Sigamos con los perdedores de la noche electoral, que no es plan de hacer uves con los dedos por un resultado aislado. Hablemos de Mario Suárez. El bueno de Mario está dejando pasar demasiadas oportunidades. No parece un candidato de confianza para llevar el gobierno del mediocentro. Mario deja pasar los partidos a su lado sin subirse a ellos. No destaca ni en defensa ni en ataque, sino todo lo contrario. Parece que ha llegado la hora de una moción de censura para su juego, la verdad. Perdedora también sale la fortaleza mental del equipo. Perdedora en todos y cada uno de los casos en los que se mide con las dudas en desigual plebiscito. Si el contrario plantea una campaña electoral de intercambio de golpes, por ahí se pierden los votos de la confianza en lo que se hace. Dos veces se estiró el Levante, quizás tres, dos diputados a las redes nos enviaron. Hubo algún otro más que no alcanzó los resultados esperados, pero tampoco queda caballeroso señalar en días como estos, días en los que todos ganan y se celebra la participación, aunque sea testimonial. En este grupo deberíamos meter a Salvio y su escoliosis y a Silvio y su mala salud de hierro.



Vayamos ahora con los ganadores de la noche. Candidatos que obtuvieron resultados dignos, sólo brillantes a ratos, pero los candidatos al fin y al cabo en los que mayor confianza se puede depositar. Si ellos fueran los cabezas de lista de esa papeleta color sepia, marcaríamos la x al lado de su nombre casi sin temor a equivocarnos a la hora de elegir a los que deben regir el destino del equipo: Arda, Adrian y Diego….De estos tres deben salir las medidas para salir de la crisis que acucia al equipo. Ellos deberían gobernar  la nave que recuperará la confianza de los mercados y el cariño de la prima de riesgo. Un cuarto a elegir pudiera ser Pizzi, aunque sea solo para formar un grupo mixto con mucho jamón york y poco queso destinado a segundas partes. Muy bien el turco, adornando con pausa y torería sus cada vez más altos niveles de popularidad en las encuestas. También bien Adrián, cargo electo por aclamación que nunca defrauda y alrededor de quien siempre pasan cosas, la mayoría buenas. Si acaso, habría que pedir una mayor participación en el juego del partido político. Ayer le hicieron un penalti de libro que un interventor avinagrado consideró como fingimiento, a pesar de que difícilmente se puede fingir una caída en la que aterrizas con la oreja. Ahora toca Diego. Diego lo intenta, busca el voto en mítines multitudinarios, lo busca también puerta a puerta. Intenta con clase buscar coaliciones al borde del área, llega, manda y se desespera muchas veces ante la inmovilidad de sus compañeros. Estuvo bien en ambas partes del debate, primero más adelantado, después compartiendo mediocentro con Mario, aunque en ese momento a su partenaire se le viera que no anda para complicadas legislaturas.

Finalizado el escrutinio, podemos decir que se alcanzó una mayoría en las urnas del juego. Mayoría simple, por supuesto, pero suficiente para sacar un escaño más que un rival que lleva una campaña admirable. Merecería la pena reflexionar algo más de un día en si estas mayorías tan simples serán suficientes para sacar adelante otras leyes y otros partidos de más enjundia. El recuento de votos arroja datos claros: el entrenador no está en su mejor momento de popularidad, suceso que no debe sorprender cuando se pone al frente del gobierno al cuarto o quinto de la lista de candidatos manejada en su momento. De momento salva su puesto de trabajo, una de las directrices de la nueva legislatura. Pero lo mantiene en precario, sin los apoyos necesarios. Esperaremos expectantes para ver si se le manda al paro, eso sí trayendo a otro, que habrá que crear empleo. Solo nos queda pedir que no traiga muchos recortes y que nos quite este tonalidad de piel que mostramos últimamente…como de sepia desilusionada, vamos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Historias feudales seleccionadas de ayer y hoy

Sacaba brillo el señor marqués a su nabo, al de oro, claro, cuando escuchó alboroto a través de la ventana que daba a la fachada sur de su palacete. Se asomó disimuladamente para ver a la mayoría de sus siervos en pie de guerra. Una masa desgreñada y mayormente desdentada que, horca y antorcha en mano, pedía a gritos ser escuchada. Retrocedió el noble un par de pasos para asegurar su invisibilidad ante la turba y se puso a pensar qué mosca habría picado a sus vasallos para salir de sus humildes chozas en una noche como esa.

Gobernaba el señor marqués su feudo con mano de seda acharolada. Eran tiempos de prosperidad pero ya se sabe cómo es la gleba, dos malas cosechas y piden hogueras para quemar a alguna bruja. Había heredado el marqués su feudo de un señor que dio grandeza a aquellas tierras. Un señor de los de antes, de patilla poblada y culo pelado de abrir surcos con el arado. Todo el esplendor que aquel trajo pareció menos esplendor cuando la turba empezó a tildarle de villano. Esa era una lección que el marqués había interiorizado muy bien. Él nunca dejaría que la masa llegara a señalarle. Y si había que ceder algo a sus súbditos, se cedía y en paz.

La masa de vasallos, como toda masa necesitaba un rumbo. Ese rumbo lo marcaban los hermanos escribanos de la abadía que se alzaba al pie de las tierras del noble. Bastaba con que uno de los monjes deslizara una idea en las mentes de cuatro o cinco campesinos para que esa idea se convirtiera en estandarte a lo largo y ancho del feudo. Eso lo tenía muy claro el marqués. Por ello, nunca osaba contradecir lo que los monjes opinaban, aunque fuera a costa de colmarles de unos privilegios que nunca tuvieron por aquellos lares. Dentro de los frailes escribanos existían dos facciones bien diferenciadas: por un lado, los que realizaban sus copias en papiro blanco inmaculado y plagado de soberbia, por otro, los que sobre lino de Egipto copiaban los textos utilizando tintas azul y grana de falsa humildad. A ambos grupos intentaba contentar el marqués por igual. Si los unos creían que aquel labrador recolectaba mejor en el centro de la retaguardia que en un lateral, allí lo ponía el noble. Si los otros pensaban que se cosechaba mejor con un falso delantero centro, así se hacía. Qué distintos eran aquellos tiempos en los que el anterior señor no permitía influencias externas. Qué diferente al trato hacia él de los monjes escribanos. Cuán embarazosos episodios se vivieron cuando el anterior señor, considerado un Sabio por muchos, incluso por este humilde cronista, decidió apartar de las labores del campo a un labriego que ya no estaba para esos trotes. Los clérigos comenzaron una campaña de acoso y derribo que acabó con su cese tras haber puesto en duda su honor y hasta su hombría. Ahora no, ahora se vivía una calma interesada que fomentaba el noble heredero a base de no cobrar diezmos a los frailes y de no reclamar su legítimo derecho de pernada.




Azuzado por su ayuda de cámara el marqués decidió a regañadientes salir al balcón para aplacar la ira del vulgo. La causa del quebranto de la masa enfervorecida era el pedrisco que había arruinado la cosecha de frutales y la búsqueda de un responsable al que cargarle el muerto. Enseguida se encontró a uno. Un campesino rubio y espigado que nunca se metía con nadie. Un hombre callado que venía a trabajar las tierras arrendadas como temporero desde Britania. Un labrador que siempre había usado con brillantez los aperos de labranza y al que la suerte no le acababa de sonreír del todo últimamente. Su independencia y el no alinearse con ninguna de las dos facciones existentes en la abadía le habían puesto bajo sospecha. Pasó de callado a blasfemo, de tímido a taimado y de trabajador infatigable a perezoso practicante de sortilegios. Miraba el señor marqués a la turba profiriendo gritos vengativos. La noche se llenó de voces que clamaban lo que, para ellos, sería la solución a los problemas de aquellas tierras: “Entréguenos al nueve señor marqués”, “Arriende esa parcela a Negredo o a Soldado”. Mientras tanto, los frailes sonreían satisfechos algo apartados del griterío ante una nueva muestra de su influencia. Resultaba chocante que todos los males que últimamente acuciaban a la explotación se pudieran achacar a ese humilde trabajador, pero ya saben ustedes que siempre es mejor buscar un chivo que mirarse el ombligo para descubrir qué no funciona. El señor marqués alzó las manos pidiendo silencio y exclamó con voz algo trémula:

– ¿Queréis al nueve? –forzando una dramática pausa que se fue rellenando con los murmullos de asentimiento de la plebe­–. Sea entonces…

La turba estalló en vítores hacia su marqués para, seguidamente, dirigirse a paso ligero hacia la magra cabaña donde el campesino del número nueve descansaba con su familia. Lo arrasaron todo. Casa, graneros y campos de labranza iluminaron la noche con las llamas de la injusticia. Sólo de esa manera se asegurarían de que los últimos malos resultados acabaran. Ya no había nada por lo que preocuparse.

Todavía resonaban algunos ecos de revuelta en los oídos del señor marqués cuando volvió a sus quehaceres sin pensar demasiado. Se sentó cómodamente y agarró de nuevo el objeto al que tanto le gustaba sacar brillo. Su nabo…el de oro, por supuesto.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Llamada del futuro



Junio de 1987

El jovenzuelo de camisa profusamente estampada se introdujo en la cabina telefónica en la que el timbre sonaba insistentemente. Descolgó el aparato con curiosidad mientras sus ojos recorrían las pintadas que adornaban el recinto y percibió un olor acre, como de orines olvidados.

– ¿Diga?

– Hola Carlos. Soy tú. Tú mismo dentro de casi veinticinco años –respondió una voz excesivamente familiar.

– ¿Qué? ¿Cómo?

– Sí leche, que soy tú. A ver, escucha que no tengo todo el día y no quiero ni pensar a cuánto andará el minuto de llamada de móvil a fijo del pasado. No te agobies con los exámenes que te va a dar igual.

– ¿Seré abogado?

– No criatura, estarás en el paro, como casi todo el mundo. Tendrás dos carreras, hablarás con fluidez tres idiomas y entenderás varios dialectos regionalistas que te servirán para resolver crucigramas de una dificultad apreciable, pero de trabajo, nada. Además –continuó el Carlos futurista para intentar animar a su yo ochentero–, España ganará la Eurocopa entrenada por Luis Aragonés y el gol lo meterá un chico del Atleti que acaba de nacer como quien dice.

– ¿La Eurocopa del 88?

– No hijo, esa no. Bueno, ya te enterarás. Ahora lo más importante. Pasado mañana son las elecciones del Atleti. Ni tú ni el abuelo podéis votar a quien ibais a votar.

– ¿A Gil? Pero si va a traer a Futre…

– Hazme caso.Al principio parecerá que trabaja para el club, pero no trabaja para nadie que no sea él mismo. Y luego vendrá su hijo con un señor de peluca, las dos mayores calamidades de la historia colchonera. Votad a quien sea, a Cotorruelo o a Santos Campano, da igual, pero no votes a Gil. No habrá manera de echar ni a él ni a su familia en los próximos veinticinco años. Hay que cuidar a nuestro Atleti.

– Vale, vale. Se lo diré a papá –añadió el joven Carlos todavía extrañado pero secretamente convencido de lo que le decía su yo exterior.

– Así se hace. Pues nada te dejo…¡Ah!, otra cosa, ¿ves ese restaurante seminuevo que tienes enfrente?

– ¿McDonalds?

– Sí, pues vete al Burger King. Si entras dentro verás a Julia, otra que parece que de entrada te hará feliz pero que te quitará el coche, la casa de Atocha y no te permitirá ver a tus hijos más que un fin de semana al mes. Nada, nada, tú al Burger o a una casa de comidas caseras, que eres muy propenso al triglicérido alto.

– Ya… –dijo Carlos no entendiendo demasiado lo que él mismo se había dicho.

– Y no te eches tanta laca, leñe, que ahora tengo yo que sufrir con alopecia tus excesos por querer parecerte al cantante de los Cure. 

– Muy bien. Oye….gracias –se despidió el Carlos tecnopop. Colgó el teléfono y salió de la cabina dispuesto a hablar con su padre y cambiar el voto en las elecciones del próximo día 26. Si preguntaba por qué, diría que había estado hablando consigo mismo. Ojalá muchos hubieran tenido esa oportunidad.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Canteras, dificultades y comisiones

Virgilio es un pequeño gran jugador de los que habitan en la cantera del Club Atlético de Madrid Sociedad Anónima Deportiva. Él no sabe de apropiaciones indebidas ni de cooperaciones necesarias, él solo sabe de gambetear por la banda derecha y de dejarse literalmente la piel del trasero y del alto muslo en los campos de tierra o de césped artificial en los que disputa sus partidos el Cadete E rojiblanco.

Desde ya hace algunos años, acude a entrenar con disposición tres veces por semana para alimentar el sueño que tiene desde que casi no levantaba un palmo del suelo. Ha ido escalando peldaño a peldaño una escarpada montaña de sueños en la que sus compañeros también son sus competidores por ganarse el puesto, seguir formándose en la cantera colchonera y, quién sabe, a lo mejor algún día llegar al primer equipo y sentir cómo debe ser eso tan especial de que un estadio entregado coree tu nombre.



A medida que se va haciendo mayor, también repara en la dificultad añadida que tienen los chavales de la cantera para llegar al fin que les relataba más arriba. Sigue manteniendo intacta la ilusión, por supuesto, pero ya no le parece tan pesado eso de tener que estudiar para sacar buenas notas, que nunca se sabe. Virgilio no acaba de entender cómo se pudo vender a De Gea, cómo es que Joel ha visto cerrado su paso por un portero muy bueno pero que se encuentra aquí de paso. Tampoco llega a comprender qué pasó con Keko y su no renovación a pesar de ser una de las promesas más firmes de la cantera española. Le cuesta asumir el rol de Koke en el equipo, cada vez más secundario a pesar de que nunca defraudó las expectativas depositadas y se pregunta por qué hubo algunos que dudaron y siguen dudando de Domínguez. Se pregunta muchas cosas, tal vez demasiadas. Tal vez solo sea un adolescente lleno de dudas como los demás.

Lo que no sabe Virgilio es que nosotros tenemos las mismas dudas que él a pesar de que ya casi no nos acordamos de cuando éramos adolescentes. Tenemos también la duda de si Virgilio tendría más oportunidades si en vez de ser de Madrid fuera de Cascais o si en vez de que fuera su padre el que le acerca a los entrenamientos se buscara un representante de traje impecable y moral relajada. Uno mira a esos campos de entrenamiento donde habita el fútbol puro y le parece encomiable la entrega de los chavales sabiendo lo difícil que lo tienen. Uno piensa que no lo deberían tener tanto. Cuidando a los Virgilios de hoy tendremos un equipo identificado e identificable mañana. Claro que a lo mejor no queremos gente que se deje el trasero al lanzarse a la hierba para tapar un disparo rival, a lo mejor lo que queremos es jugadores que dejen unos euros limpios a base de comisiones. Vayan ustedes a saber.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Hablando desde el intestino

Hoy les voy a hablar sobre el proceso productivo de la Agonía. Uno, se acerca al Calderón o se sienta delante del televisor y se concentra todo lo que puede y le dejan en el partido que está viendo. Más o menos a la altura del descanso, en esos momentos en los que el espíritu se engrandece gracias a la contundencia de un bocadillo, uno ya sabe lo que más tarde o al día siguiente contará a los muchos o pocos que tiene a bien perder una fracción de su tiempo leyendo las tonterías que se le ocurren. Ayer no fue distinto. Servidor tenía en la cabeza un bosquejo sobre lo que contar como tantas otras veces, pero visto lo visto, esa historia se perderá. No compartiré con ustedes esa historieta nonata y la dejaré amarillear en un rincón de los sesos. Allí cogerá olor a cerrado y se mezclará con otros pensamientos hasta convertirse en un batiburrillo sin forma que lo mismo se compone del fin del plazo voluntario de pago del IBI, que de lo que la presencia de Tiago mejora la circulación del balón del equipo contrario. Finalmente, se perderá. Acabará reposando en un sitio ignoto y nunca más volverá. Probablemente sea lo mejor para todos.

Hay veces que es mejor dejar la racionalidad a un lado y dejar que las ideas salgan desde otros lugares. Después del partido de ayer, el cuerpo pide a uno dejar que las palabras salgan del vientre. Concretamente del intestino grueso. De allí salen frases digeridas pero salvajes, ricas en nutrientes pero regadas con la bilis acumulada en noches como la pasada. Del intestino no salen oraciones que alimentan debates sobre trivotes ni sobre jugar con dos puntas y con carrileros largos. Al mondongo le dan igual los sistemas. Ya puede su equipo jugar con cinco atrás o despreciar las bandas que a sus tripas se la refanfinfla. De allí solo se expulsa rabia o pura alegría, dolor o amor sin envolver. Sensaciones en bruto. Ideas que distan mundos de estar edulcoradas.



De allí mismo, hoy nos brotan las ganas de soltar que es una vergüenza lo que vimos. Nos sale preguntar lo de cuántas veces más es necesario hacer el ridículo para que alguien o todos reaccionemos de una vez. Nos sale pedir cabezas. Nos nace una rebeldía que esperemos tarde en evaporarse al ver cómo se pisotea sistemáticamente una historia. Se nos genera una envidia completamente insana al ver cómo el colista nos da lecciones de actitud. Nos da más envidia todavía si antes de nuestro partido hemos visto el encuentro de ayer en San Mamés, un homenaje al fútbol. Nos salen muchas cosas, tal vez demasiadas. Es lo que tiene eso de irse a la cama con un cabreo antológico. Uno duerme mal, cosa que no se podría asegurar de muchos de los actuales empleados cuya nómina paga el Club Atlético de Madrid Sociedad Anónima Deportiva, y se levanta con el intestino en pie de guerra. Con ganas de no volver a perder tardes ni noches asistiendo al bufo espectáculo. Con deseos de borrarse de alguna lista si eso fuera fácil.

Tras episodios como el de ayer, solo les pido, si me permiten el atrevimiento, que cuando alguien escriba o parlamente sobre objetivos, sobre crecimientos, sobre calidades de plantillas comparadas, sobre conjuras o sobre grupos unidos para sacar esto adelante, tomen aire despacio, no con superficialidad, de manera pausada, llenando torax y sobre todo abdomen. Dejando que el oxígeno despierte a sus normalmente tranquilos intestinos para que de ellos broten las crudas palabras o, en su defecto, una sonora pedorreta. Lo que la ocasión requiere y merece la mayoría de las veces. 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Italianizarse o no italianizarse (he ahí la cuestión)

– Básicamente, las cosas empezaron a torcerse desde el primer momento. Lo más normal es pasar el año malcomiendo, bebiendo como descosidos y conociendo a gente de diferentes culturas, credos y etnias en sentido más bien bíblico –expuso sin prestar demasiada atención a las caras de sus progenitores Toribia, la mayor de los hermanos mellizos al nacer tres minutos después–. Él, desde que llegó aquí empezó a desviar el presupuesto de la bebida a la compra de ropa de diseño. Solo vive para ir al mercado y traer diferentes variedades de mozzarella de búfala con denominación de origen o de salami especiado. Además está lo de los gestos con las manos.

– ¿Qué pasa con los gestos? –preguntaron al unísono los padres.

– Pues que abusa de ellos. Desde que llegamos parece que tiene un tic. No para de mover las manos. Es como un kárate kid acelerado. Lo exagera tanto que un día vamos a tener un disgusto. Con deciros que el lunes pasado le soltó sin querer una soberana ostia al cartero explicándole que a él el jamón ibérico no le llena, que donde esté el prosciutto…

Los padres se dieron cuenta de la gravedad de la situación. Lo que iba a ser un año de Erasmus en las distendidas condiciones que su hija acababa de describir más arriba había desembocado en un cambio tan profundo en su hijo el pequeño (por solo tres minutos de diferencia) que se habían visto obligados a personarse en el piso que ellos estaban sufragando en Milán para sus retoños con toda la urgencia posible.

– Si no me creéis, pasad…pasad a su cuarto

La realidad de lo que vieron les abofeteó con dureza. Discos desperdigados de Umberto Tozzi, de Nicola di Bari y de Sergio Dalma, ése napolitano de Sabadell. Cuadernos atestados con cantidades y proporciones con las que elaborar una pasta fresca que se pegue en el paladar durante dos segundos exactos, ni más ni menos. Un armario repleto de blazers cruzados, camisetas de rayas livianas y casuales y jerseys finitos en todos los colores pastel imaginables. Miraran donde miraran, la estancia destilaba una transalpinidad excesiva.

El sonido de la puerta les sacó de su enfrascamiento. Abandonaron el cuarto con sigilo y salieron al salón disimulando su procedencia.

– Ciao. Mamma, che cosa stai facendo qui? –exclamó Prudencio, al que ahora conocían por Enzo en su círculo.

– ¡Ay, hijo mío! ¡Qué alegría! –decía su madre mientras lo abrazaba zambulléndose en un exceso de varonil fragancia, fresca, pero cargante a la vez.

–Perché siete venuti? –siguió preguntando Prudencio-Enzo gesticulando sin parar mientras su madre le aplicaba una llave de judo al cuello para poder seguir besando las mejillas de su hijo con velocidad de metralleta.

Don Romualdo, el padre de familia, contempló la bucólica estampa de amor materno filial, recordó las actividades a las que su hija se confesaba entregada, sopesó el precio del metro cuadrado en el centro de la capital lombarda, calibró la cantidad de gomina que su hijo portaba en el pelo y calculó la posibilidad de reengancharse al ERE anticipado de su empresa al que había renunciado para poder costear la italianización de su familia a base de mandar a los niños allende los Apeninos. Fue un segundo solo de clarividencia. Un segundo que le hizo crecerse:

– Se acabaron las gilipolleces…Mañana, todos de vuelta a Albacete.



Se presentaba en el Calderón el más italianizado de los equipos italianos para disputar el liderato del grupo de la Europa League que nos ha tocado en suerte. Un equipo que en el partido de ida nos ganó a la manera de la tierra, sin acabar de merecerlo demasiado, pero tampoco demasiado poco. No sabíamos tampoco qué Atleti nos íbamos a encontrar, aunque el rival y la capacidad de mimetismo de los rojiblancos vaticinaban a ese Atleti itálico que aplaude el cerocerismo como un hito del buen hacer defensivo.

Lo que sí sabíamos es que nuestros dos últimos Erasmus no serían de la partida inicial. Me refiero a los dos estudiantes a los que mandamos a Portugal para que se hicieran unos hombretones: Salvio y Reyes. Ambos estudiantes de intercambio aprovecharon de manera desigual su estancia en tierras lusas: Uno, ha vuelto con una mayor lozanía, aspecto este atribuible al tratamiento que del bacalao se hace en esas tierras, pero con los mismos hombros cargados. Otro, conoció al primo de Rosariyo durante su periplo, con todo lo que ello conlleva. Uno, parece confirmar el diagnóstico de irrelevante que le colgamos desde que le vimos. Otro, confirma día a día la impresión de que en el fútbol, como en la vida, lo más importante es utilizar la cabeza para algo más que para peinar balones en el primer palo. Ésta vez Reyes se quedaba fuera por gripe. Tal vez por haberse resfriado al echar de menos la manta que le abrigaba la temporada pasada contra viento y marea. La manta (más bien, el manta) azul de cuello pico. Mala pinta tiene lo de Reyes, no por sus méritos, innegables en esta temporada para sacar entrada de preferencia en la grada, sino por la decisión que en algún momento habrá que tomar sobre su futuro.

Salió el Udinese al campo y, al contrario que el protagonista de nuestra historia, se desitalianizó de golpe. No queda claro si fue por la climatología, por la capacidad del Atleti o por la preocupación que últimamente sufre el ciudadano del país de la bota por la calificación de su deuda, pero el Udinese fue de todo menos un equipo aguerrido, con un medio del campo mordedor, defensas expeditivos y delantero luchador. Y digo bien lo de delantero, pues deben saber ustedes que el fútbol italiano es el inventor de nuestra queridísima figura: el mediapunta. Sí, sí, arqueólogos de reputación intachable han encontrado vestigios de la presencia de mediapuntas (o trescuartistas, como dicen allí) a lo largo de toda la península itálica. Hecho este que explica a las claras el por qué de la crisis del fútbol azzurro y la no afluencia de aficionados a los estadios ante tal derroche de arte balompédico.

Les decía yo que el equipo rival se desprendió de su patriotismo en el túnel de vestuarios y salió mal peinado y con la perilla y la barba de tres días (ésa que solo ellos saben lucir con tal gallardía) trasquiladas. Para acelerar el proceso de desnaturalización de los de Friuli, Adrián les recetó dos goles casi nada más empezar el encuentro. Curioso lo de Adrián, todos apuntábamos como su único defecto la falta de gol y nos está dejando en mal lugar a base de tantos. Parece que el asturiano ha venido para quedarse en el equipo titular y en el imaginario atlético. Lo del equipo, porque no creemos que Manzano pueda andar con probaturas ahora que su crédito anda escuchimizado. Lo del imaginario por seguir coleccionando partidos como el de ayer. La presencia de Adrián libera a Falcao, que ayer al fin pudo sacudirse la ansiedad a base de gol, ofrece a Diego y Turan un destinatario claro para sus pases y genera pausa, elemento que no sobra en un equipo en el que la imprecisión florece silvestremente. Ejemplo de esta pausa es el tercer gol de ayer. De los dos primeros podremos decir lo bien que aprovecha los espacios para aparecer y lo bien que los finalizó. Del tercero podemos decir mucho más. Podemos hablar sobre el desmarque que dibujó junto a Falcao, podemos glosar la quietud con la que dejó pasar al defensa y podemos y debemos valorar su generosidad al ceder el balón a Diego. Otra nueva demostración de inteligencia y de saber de qué va esto.

Después de saborear la pausa y la tranquilidad que deja, el partido discurrió por cauces calmados hasta el final. Desde esta relajada posición parece atisbarse un futuro sin tantos cambios rotativos en el equipo. Manzano probablemente tenga aspecto de dueño de filatelia pero no parece que en esta nueva etapa vaya a empecinarse en posiciones erróneas. Parece haber cambiado el rumbo en lo que al redundante trivote se refiere, tema éste que podría aún refinarse a juicio del que suscribe con alternativas que aportaran algo de diferencia con respecto a nuestros blanditos Gattusos y Ambrosinis (léanse Gabi y Mario). Parece haber calado a Reyes y Tiago, a los que habrá que intentar reinsertar sin perder la cabeza y al fin se ha dado cuenta de que Domínguez y Adrián son indiscutibles. El partido de ayer nos deja un sabor desconocido. Por un lado, el resultado nos debería hacer sacar pecho, por otro, el juego sigue siendo discontinuo. La sensación que se podría sacar es que ayer se tuvo más efectividad que la acostumbrada y que el contrario colaboró activamente como consecuencia de su desitalianización. Tal vez seamos nosotros los que ayer hicimos un partido a la italiana, con mucha más efectividad que efectismo. A lo mejor es una etapa intermedia necesaria para llegar a la meta del buen juego. Los primeros partidos nos dejaron un regusto de buen trato al balón al que no acompañaron los resultados. Tal vez deberíamos darnos una tregua y agarrarnos al resultadismo durante tres o cuatro partidos antes de emprender empresas mayores. Podría ser una solución. Podríamos italianizarnos por un tiempo. Sin mediapuntas, eso sí. Pero con ese estilo que solo ellos tienen, el del gol injusto con el trasero en el minuto 95. El estilo que tanto gustaba a Enzo…perdón Prudencio.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Halloween...o como se diga eso

– ¿Y todas esas calabazas? –preguntó Doña Enriqueta

– Doña Enriqueta, que mañana es Hollywood –dijo muy serio el frutero mostrando un dominio innegable de las tradiciones sajonas.

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No es que no me guste Halloween, no es eso. Vaya por delante que, si los más pequeños de la casa pasan un buen rato con esta nueva manera de celebrar una fiesta de toda la vida, a mi me vale. Aunque uno sea más de castañas que de pintarse marcadas ojeras. Aunque uno haya visto en los dos últimos días disfraces de esqueleto, de bruja sexy, de asesino en serie, de piratas zombies sexys, de demonio y de vampiresa sexy y acabe preguntándose si se trata de una celebración de lo que da miedo o de la casquivanía. Aunque uno prefiera escribir esto el día de difuntos con unos buñuelos en la boca del estómago, como se hacían estas cosas antes….

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Cindy y Junior apresuraron el paso una vez que el ayudante del sheriff del condado les dijo que todo estaba bien… ¿Estaba bien?...La playa estaba desierta, como correspondía a esa época del año. Solo al fondo, casi al lado de la orilla, se veía un capazo del que sobresalían unos bracitos que intentaban agarrar el aire que los rodeaba. Habían pasado dos días infernales. Nunca pensaron que se podía pasar tan mal ¿A quién se le podía ocurrir raptar a una niña de cinco meses? A las horas interminables llenos de ansiedad había que sumarle las miradas escrutadoras de aquellos que acostumbraban a juzgarles: “¡Qué se puede esperar de unos padres así!”, decían algunos que seguían sin entender aquel embarazo nada más graduarse que impidió que Junior fuera a la universidad con la beca de fútbol que le otorgaron. La vida daba vueltas constantemente, ahora estabas arriba, mañana abajo. El quarterback del equipo de la localidad y la capitana de animadoras ahora trabajaban a tiempo parcial en la gasolinera de Dale y vivían en una caravana a la salida de Appletree Hill. Justo en el desvío anterior del cartel de salida del pueblo: “Está usted dejando Appletree Hill. Seguro que volverá”

Seguían avanzando ansiosos por estrechar en sus brazos a la pequeña. Querían que todo terminara. A nadie le hace gracia que el canal 9 de Maine pase dos días hablando de ti y que planten una unidad móvil a diez metros de la puerta de tu casa, bueno, de tu caravana. Allí donde la niña desapareció en un descuido. Uno pensaba que estas cosas solo pasaban en la tele. Ahora les había pasado a ellos. Por fortuna todo parecía haber acabado… ¿Seguro que había acabado?... Llegaron a la altura de la niña. Cindy la abrazó, recorriendo con las manos la pequeña anatomía para asegurarse de que estaba bien…No estaba bien. Una madre sabe de estas cosas… Parecía sana, incluso se podría decir que había engordado en esos dos días. Sería una sensación, un bebé no puede engordar demasiado en tan poco tiempo. La miro frente a frente. La mirada le pareció extraña. Distinta…No es ella, no sé lo que es pero esta no es mi hija...Se obligó a apartar de la cabeza esos pensamientos. Serían las noches sin dormir. Junior la cogió para hacerle cosquillas debajo de la barbilla y provocar esa risa que todo lo curaba. Entonces se dieron cuenta. La niña sonrió mostrando unos dientes perfectamente alineados, unos dientes amarillentos. Dientes de fumador o de alguien que abusaba del café no de un bebé. Los bebés no tenían dientes. “Está usted dejando Appletree Hill. Seguro que volverá”…Ella no había vuelto…



Espero me permitan la licencia de inspirarme en la manera de contar las cosas del señor King, referencia en lo que a historias del tipo que nos ocupan se trata. No solo dos días, veinticuatro años llevamos durmiendo mal. Veinticuatro años de pesadilla. Muchos años cogiendo en brazos a nuestro equipo y notando algo raro. No es él. El equipo que se marchó entonces era conocido por luchar por todos los títulos, aún cuando de antemano parecieran perdidos…derrochando coraje y corazón…Un equipo al que ahora miramos y no acabamos de reconocer. Un equipo que ha mutado en sociedad anónima deportiva y que mengua a ojos vista en arrojo, patrimonio e identidad. Da miedo, la verdad. Da miedo un presente marcado por la turbiedad en la gestión y la irrelevancia en lo deportivo. Da más miedo todavía un futuro con la institución esquilmada.

Da bastante miedo también, terror incluso, pensar en que una aplastante mayoría de los aficionados firmarían sin dudar un solo segundo el tercer o el cuarto puesto…cuando quedas entre todos campeón…Terror produce asimismo el asumir ridículos con naturalidad y comprensión…que esta tarde también peleará…Canguelo produce la constante búsqueda torpe de enemigos entre los que nunca lo fueron sin reparar en que el principal enemigo se sienta en un sillón de orejas tapizado recientemente pero pagadero a 120 días, como casi todo…porque siempre la afición se estremece con pasión… Pánico se percibe entre los que no acaban de entender qué demonios tienen que ver los fondos de inversión con el balompié...a un equipo de verdad…Repelús da ver como los jugadores pasan fugazmente por una entidad que se las ve y se las desea para encontrar referencias…defendiendo sus colores…Grima da pensar que no tenemos casa: un estadio vendido y otro del que se promete recurrentemente su construcción inminente como si del cuento del lobo se tratara…Yo me voy al Manzanares…Prevención produce el que cada vez acuda menos gente al estadio y el que haya habido tantos buenos atléticos que han tirado la toalla abandonando su abono…donde acuden a millares…Pavor experimenta el que analiza la realidad atlética y constata que tras esa sonrisa amigable de club moderno se esconden unos dientes amarillentos de deudas, apropiaciones indebidas, enriquecimiento a manos llenas y vueltas rápidas a la M-30.

“Está usted dejando el Calderón. Seguro que volverá”…El Atleti hace tiempo que no vuelve…Y eso nos debería dar miedo…y pena también. Mucha pena.