lunes, 15 de diciembre de 2014

Catálogo de caras (o señalar está muy feo)

Tenía ya el partido mala cara sin haber empezado. Tenía pinta de haber salido esa noche y no haber descansado lo suficiente. Tenía el rictus avinagrado y daba un poco igual que enfrente estuviera el Villareal, equipo que tradicionalmente trata al balón de manera obsequiosa, o un equipo en el que se juntan solteros y casados. Lo mismo es que la tarde, el día, el fin de semana e incluso el tiempo transcurrido desde que unos cuantos se citaron para matar o morir coincidiendo de casualidad con aquella mañana en la que visitaba el Calderón el Depor tenían también mala cara. Cara como de nausea. Cara de aquí hay algo que huele mal y no está uno seguro que sea lo que todo el mundo señala como causante del mal olor.

Además de las malas caras, también el señalar, como les decía en el párrafo anterior, se ha puesto muy de moda. Cualquier aficionado al fútbol se siente señalado en los últimos tiempos por opiniones en las que parece que solo por acudir a un estadio estamos ante una persona muy violenta. Si además de ello, uno lleva una bufanda del Atleti o una camiseta rojiblanca, lleve ésta o no publicidad de Azerbaijan, Land of Fire serigrafiada, hablamos entonces  de un asesino en serie que deja a Jack el Destripador o a Hannibal Lecter a la altura de Ned Flanders o Mary Poppins. A este lamentable y zafio atropello que sufre el aficionado rojiblanco de a pie en las últimas fechas, hay que sumar la torpe manera de gestionar cualquier asunto por la gerencia del club, como es costumbre por otra parte en todo lo que no sea poner el cazo. Uno ya no sabe si la culpa es de todos, de solo algunos, de los que cantan o de los que callan. Uno no sabe si se va a expulsar a los pocos violentos que se camuflan en la masa o simplemente no se les va a dejar exhibir su parafernalia. Uno no sabe si van a pagar justos por pecadores o no va a pagar absolutamente nadie, que es algo muy de este país nuestro, y lo que uno detecta es que la masa social anda un poco confundida no sabiendo dónde está el enemigo, si uno mismo es bueno o malo o si a partir de ahora habrá que ir al fútbol como se va a la ópera y si no se van a poder comer Triskis en los descansos porque hacen mucho ruido y pudiera la comisión de antiviolencia acústica tomar cartas en el asunto.

Muchos creemos que si la pareja que se sienta tan acurrucada en cada partido del Atleti o ese señor del puro que lleva tantos años manchándose los pantalones con la mugre de su asiento en el primer anfiteatro no aciertan a saberse señalados o señaladores y no tienen una opinión clara sobre si habría que vaciar un fondo del Calderón o solamente echar a los delincuentes, palco incluido, del estadio, malamente puede saber cuál es la mejor solución para el tema un señor que no aparece por el estadio desde que tenía granos en la cara y se refugiaba tras el rotundo físico del padre que le puso al mando de la nave de manera fraudulenta. Es más, uno cree, malpensado que es, que las aparentemente fulminantes medidas tomadas por el veterinario no practicante además de chapuceras e insuficientes tienen por objetivo el señalamiento, sí, de todo aquel que le recuerde ahora o en el futuro su condición de apropiador indebido. Son los violentos a los que me enfrenté, dirá desde la barrera mientras da vueltas y más vueltas a la M-30 con el pecho henchido. El problema que todos tenemos es que parece haberse trazado una raya imaginaria pero muy presente entre nosotros. Una parte culpa a la otra de que a la hora del café un indocumentado le haya tildado de asesino por ser del Atleti y la otra parte acusa a aquellos de generalizar, de meter en el mismo saco a todo un fondo. Todos tienen su parte de razón y también su pizca de culpa, miren por donde, y uno solo espera que el tiempo haga decrecer estas aguas que ahora bajan crecidas y malencaradas.



Con estos antecedentes y con la climatología como mala aliada, no es de extrañar que el partido naciera con cara de circunstancias. La cara del partido tenía de todo, eso sí, pero era una cara poco armónica, una cara rara tirando a desagradable. Para ser más exactos, la cara del partido recordó a la cara de otros partidos de otros tiempos que casi no queremos recordar aunque debe valer de excusa que el equipo tenía cara de cansado por lo sucedido entre semana en Turín. Lo intentaba el Atleti con su rostro ojeroso, falto de descanso, y fiaba su suerte el Villareal al talento de Vietto y la omnipresencia de Bruno. Pudo el Atleti ponerse por delante y no se nos hubiera quedado demasiada cara de sorpresa: algún balón parado, alguna meritoria parada de Asenjo, ese portero con más pinta de monitor de gimnasio lowcost que de ir bien por alto y algunas malas elecciones en los últimos metros. Estuvo el equipo algo menos inspirado, tal vez contagiado por el ambiente y a medida que fueron pasando los minutos fue mutando la cara de abandonado por las musas a una cara de ansiedad, de paciente que espera los resultados de una prueba en urgencias.  Se partió el partido y hubo muchos que al mirar la cara de Miranda echaron de menos la de Giménez, también los hubo que decidieron no querer ver más la cara de Cerci e incluso hubo algunos que se alegraron de que apareciera la carita dulce de Mario Suárez en escena para intentar equilibrar la cosa. Llegó el gol del conjunto visitante cuando aún se reflejaba en nuestras caras que no se había perdido del todo la esperanza, justo después de que Moyá sacara a una mano un disparo con cara de gol incontestable, y dejó al Atleti con cara de incredulidad, con cara de esto no puede estar pasándome a mí después de tantos partidos inmaculado en casa.


Tal vez no haya más análisis que realizar del partido de ayer que el de mirar las caras de los nuestros y ver todavía marcada la huella que el intensísimo partido de Turín dejó en ellas. Tal vez solo fuera un accidente, cruzarse por azar con un partido con cara de pocos amigos. Lo más seguro es que sea así pero también estamos seguros de que las vacaciones de Navidad le van a venir bien al equipo, a la grada y a los ánimos. Ya verán ustedes como cuando nos volvamos a ver tenemos todos mejor cara…

martes, 2 de diciembre de 2014

Los otros

Siempre que ocurren sucesos como el del domingo pasado el personal tiene tendencia a expresar sus sentimientos en caliente. Es algo humano. Se entiende la necesidad de intentar sacar a base de palabras, más o menos afortunadas, a ese bicho enorme que se nos instala en el estómago a los que esto nos gusta y nos toca de cerca. Como también suele ocurrir en estos casos, los hay que dan en el clavo con precisión de cirujano que en sus ratos libres se dedica a la prestidigitación y los hay que no se enteran ni de que un tren de mercancías pase por la puerta de su casa haciendo sonar la bocina a todas las horas en punto. Lo triste del caso es que los que dan en el clavo son personas como usted y yo, que no tenemos ningún mando en plaza y los que andan más perdidos que una burra en un garaje de tres plantas son los que deberían poner orden en el tema. Cosas que pasan.

Servidor piensa que esto es un problema de fútbol, sí, pero que no solo el fútbol tiene la capacidad de extirpar a los otros si no le acompañan durante la intervención muchos otros estamentos de nuestra sociedad. Ustedes y yo sabemos que alrededor del fútbol hay gente maravillosa, gente a la que hemos conocido viajando junto al Atleti, gente que ha venido a vernos después de muchos años con la excusa de un partido, gente con la que nos abrazamos como hermanos pese a ser desconocidos, parejas que se han conocido en un bar de los aledaños del Calderón y ahora pasean sus ojeras de la mano de unos mellizos vestidos de rojiblanco que no pueden parar quietos un momento. El fútbol nos hace reír o llorar como magdalenas con su azúcar en lo alto y nos hace pasar malas o buenísimas noches. Todo eso es el fútbol y no es poco. También tiene a los otros, claro, pero eso es lo que no se debería consentir.

A los otros, a esos que a muchos entre los que me encuentro nos quitan las ganas de ir a los estadios, habría que decirles con palabras de pocas sílabas para un mejor entendimiento que recojan sus bártulos y se muden a otros barrios. A ellos realmente les da igual esto, el fútbol es la excusa y unos colores su coartada, pero a los otros les proporcionaría el mismo placer una pelea en el recinto ferial entre los habitantes de Fuenteturbia de Arriba y Fuenteturbia de Abajo o tirar botellas tras una manifestación por una buena causa que a ellos se la refanfinfla soberanamente. Los otros se meten con usted por no saltar cuando ellos saltan, con el negro por ser de otro color y hasta escupen a un niño de cinco años que no llega a entender qué problema hay en ir a un estadio con la camiseta que los Reyes le han traído para gran disgusto de su padre, que es aficionado del equipo rival desde que era un mico. El futuro de los otros está escrito con tintes de drama. Acabarán en una cuneta o con sus huesos en la cárcel. Acabarán en un río con la cabeza abierta tal vez y lo mejor que habrán hecho por la sociedad es no haberse cruzado con nadie normal. A los otros habría que exigirles también que antes de cerrar la puerta para marcharse devolvieran a los aficionados de bien lo que nos han arrebatado en todos estos años de tropelías: la posibilidad de poder ir a ver a tu equipo a lugares como San Sebastián, Sevilla o ahora La Coruña, la tranquilidad de saber que no habrá ninguno de los otros de otras ciudades que te afeará el gesto de celebrar un gol de tu equipo en equivocado recuerdo de las hazañas de esos otros supuestamente cercanos a los que mucha gente mete en el mismo saco que a ti pese a no tener absolutamente nada que ver. 



¿De verdad es tan complicado echar a los otros? Uno cree que no dado que los otros son treinta y no más, rodeados, eso sí, de un numeroso rebaño de palmeros confundidos por una adolescencia más o menos tardía. Uno cree que sería tan sencillo como que se pusieran de acuerdo instituciones, aficionados y, con la iglesia hemos topado en el caso de nuestro equipo, dirigentes de los clubs para erradicar a los otros de la ecuación, para evitar la indignación y la vergüenza que uno siente cuando piensa en que le puedan llegar a confundir con uno de los otros por el hecho de ser del Atleti.

Vergüenza sintió uno también cuando tras finalizar uno de los partidos con menos pinta de partido que uno recuerda por todo lo que había sucedido en la previa, salió el presidente del Atleti, peluca y micrófono en mano, a decir que esto no tenía que ver nada con ellos. Que como lo que había sucedido había pasado a una distancia prudencial del Calderón y a la hora del desayuno, que a él que le registraran. Salió a condenar la violencia con su acostumbrado verbo atropellado pero para hacerse a un lado, para quedarse quieto como Don Tancredo mientras pasaba el toro de lo acaecido con los pitones muy cerca. Se hizo a un lado el cañí presidente que consiente la presencia de los otros con la complicidad del que no quiere remover avisperos no vaya alguien a mirar para él o para con el que cooperó necesariamente para quedarse con esta casa que tan grande les viene. Se quitó de en medio de manera vergonzante con esa rebosante falta de autoridad moral que él potencia creyendo que es casticismo y uno por primera vez en su vida pensó en la fortuna que tienen los aficionados de otros equipos a los que sus dirigentes les han hecho el inmenso favor de expulsar de los estadios a sus propios otros. Se mostró indocumentado, no sabiendo ni contestando como es costumbre. Callando y otorgando de la misma forma que ante la degradación del estadio u otros asuntos que deberían requerir su atención y obtienen callada por respuesta. A lo mejor tendremos que preguntarle al apropiador, que lo mismo y a pesar del soterramiento de la M-30, se enteró de algo de lo que pasó en una de sus múltiples vueltas a la vía de circunvalación.

Seguro que muchos de ustedes, al igual que el que suscribe, tienen hijos de corta edad en los que han depositado la enorme expectativa de que continúen la tradición familiar del amor a unos colores. Seguro también que, a pesar de que uno sospecha que a día de hoy no se van a enterar demasiado de lo que pasa, planean cuándo será el momento en que los enanos, vestidos de rojiblanco, visitarán el Calderón por primera vez. Uno solo espera que el día que eso ocurra ya no quede ninguno de los otros entre los que acudan al estadio. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

Lo simple y lo grandioso

No hay nada más desmoralizante que unas patatas bravas que no son bravas, la verdad. Sepan ustedes que el verdadero nivel de un establecimiento hostelero no lo marcan las ensaladas tibias de brotes tiernos sobre lecho de milhojas de rodaballo trufado a los tres vinagres y medio, de eso nada. El verdadero nivel de un bar, de una casa de comidas o de un colmado con aspiraciones de restaurant, lo marcan las cosas más simples y a la vez más grandiosas, como las patatas bravas.

No hay nada peor en la vida que intentar vestir a ese tétrico gato con la forma alargada de las patatas congeladas que se ahogan en una indescriptible mezcla de tabasco y tomate frito Orlando para que parezca la grácil liebre que es esa patata cocinada con esmero en dos fases, primero a fuego suave y luego a brasa viva. Esa patata de corazón esponjoso y armadura crujiente que nada a braza en la célebre salsa que deja en la boca retazos de cuando iba usted los domingos al Rastro o de cuando quedó con Julia para ir a tomar algo a la salida de la academia y los nervios se le escaparon corriendo calle Toledo arriba. Más dramático incluso que el caso de las bravas perpetradas a base de kétchup, de tomate natural pelado o de cualquier atrocidad parecida es el de aquellos lugares que pretenden reinventarlas con dudosísimo gusto. No, mire, las bravas no necesitan ser deconstruidas de ninguna de las maneras. Deconstrúyase usted esa barba tan moderna que se ha dejado para acentuar su imagen de creador, que nos ha sacado los segundos llenos de pelos, muy hipsters, eso sí, pero pelos al fin y al cabo.

Por desgracia, no se suele valorar la simpleza, craso error, pero sigan mi consejo, antes de decidirse a acercarse a comer a cualquier sitio o ahora que se acercan estas fechas de caza y captura de restaurantes con salones espaciosos para salir con los compañeros de celebración, acódense en la barra de cualquiera de esos establecimientos y pidan una de bravas para probar. Recuerden que normalmente lo grandioso está en lo más simple.



Prácticamente se llenó el Calderón para recibir al Olimpiakos y si no lo hizo en mayor medida fue por esa necesidad de dejar vacía toda la grada situada debajo de la zona en la que se sitúan los aficionados visitantes en nuestro estadio. En esta ocasión fue un acierto no por seguridad si no porque cualquier que se hubiera sentado en las filas bajas no hubiera podido disfrutar del espectáculo dado que los seguidores rivales tendieron varias pancartas con tamaño de sábana bajera que llegaban casi hasta el césped para hacer sentir a los suyos como en casa. Comentó algún abonado de los de solera que lo mismo en el Corte Griego o como se llame el gran almacén más famoso de El Pireo, ya debe ser la semana fantástica y blancolor a la vez. Además de la ropa de cama con cortinas a juego, traía varios alicientes el rival bajo su heleno brazo: un hombre de la casa como Roberto, poco afortunado ayer, en la portería, varios viejos conocidos del fútbol español como Abidal y, sobre todo, un entrenador de lo más ocurrente en el banquillo.

Vaya por delante que las declaraciones previas al encuentro y el comportamiento saliendo al campo del humorista metido a entrenador rival tras el pitido final para saludar a los nuestros muestran un respeto hacia el equipo y en particular hacia el trabajo de Simeone que es de reconocer, pero vaya por detrás que este chistoso es el mismo que le hizo aquello a Pizo, el mismo que tanto se reía a pesar de ser atlético de cuna y tradición, lo que luego lleva a los que cambian a la agria acera de enfrente a besar con más fruición ese escudo con forma de despertador, el mismo que gritaba “me lo merezco” en un arrebato de humildad tras meter un gol y el mismo que siempre ha tenido mucha más leyenda que números por ser salao y bien parecido. La afición del Calderón, poco desmemoriada, recordó en varios tramos del partido su afición por las partes pudendas de rivales melenudos, lo que parece ser que al graciosísimo entrenador no le acabó de parecer jocoso, miren por dónde.

Se puso el Atleti a la faena tras el pitido inicial y lo hizo homenajeando a la grandiosidad de la simpleza. A hacer lo que sabe hacer sin ningún otro aditamento, sin más pretensiones que las altísimas que este equipo nos ha regalado, sin más alharacas que las justas y necesarias. Fue uno de esos partidos grandes por simples. Arrolladores por aplastamiento de un rival que ayudó, todo sea dicho, contagiado de la futilidad que emana de su banquillo. Fluía todo desde el primer minuto como se espera, como debe de ser. Con un Arda omnipresente encontrando esos huecos que derrumban defensas, con Raúl García de la mano del gol, su gran compañero, con un Juanfran desatado en ataque, con Gabi volviendo a ser el Gabi de siempre, con Tiago ayudando y con Mario cuando le sustituyó menos esponjoso que de costumbre, con Ansaldi ganando ventaja en el duelo con Siqueira, Con Giménez haciéndose mayor al lado de un Godín que es como un superhéroe de la Marvel pero con más poderes, con Koke para un roto y un descosido, con Moyá de oyente y con la cabeza de Mandzukic mostrando precisión de cirujano del cabeceo.


Dicen algunas crónicas que hubo poco partido y uno no está de acuerdo porque hubo mucho. Mucho por parte de los nuestros, casi incomparecencia por inferioridad en el rival. Lo grande de este Atleti que con el paso de las jornadas va cogiendo poso de equipo para recordar como lo fue el de la temporada pasada, es su grandiosa simpleza. Sus mejores momentos se dan en los partidos como el de ayer. Cuando la presión asfixia al rival, cuando tanto cuerpo a tierra como en combate aéreo demuestra su solvencia. Huyan ustedes de los que quieren vestir el gato futbolístico de demasiados toques, de adjetivos grandilocuentes que pretenden explicar carencias, de pensar que lo mejor es lo más enrevesado. Este equipo nuestro se engrandece con esa simpleza llena de matices. Este grupo cocinado con esmero por las pizarras de Simeone y Burgos en dos fases, la de la defensa solidaria en la que el primer atacante muerde como el que más y el ataque del bloque sin desdeñar el balón parado demuestra en cada choque la belleza de la simpleza, de que si se trabaja y se cree, se puede. Sigan mi consejo, antes de acercarse a ver cualquier partido de fútbol, antes de dejarse embaucar por cantos de sirena que glosan el fútbol de estos o aquellos y comparan churras con merinas repetidamente, vénganse para el Calderón y degusten un partido del Atleti para probar. Recuerden que normalmente lo grandioso está en lo más simple.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

De suecos, suecas y landismo

Cuando uno viaja a tierras escandinavas ya sabe lo que espera: calles limpias, gente educada con tendencia a quedarse en casa, frío y rubias y rubios que exacerban el espíritu del recordado Alfredo Landa que todas y todos llevamos muy dentro. Nada de eso se encontró el Atleti en su visita a Malmoe a excepción de las calles limpias, que dicen los que allí estuvieron que en ellas se podía tomar sopa de cocido sin ningún reparo de lo pulquérrimas que lucían. Fue sonar el silbato de un colegiado que se saltó la lección de Barrio Sésamo en la que Coco analizaba razonadamente la diferencia entre amarillo y naranja pálido, casi pomelo enfermizo, y el rival dejó claro que durante noventa minutos y sus correspondientes descuentos se iba a pasar los tópicos que de los nórdicos se tienen por el forro de sus blancuzcas entrepiernas. Nada de educación, nada de rubios de mirada azul cielo y sonrisa límpida. Nada de quedarse en casa, lo que cuando de balompié hablamos equivale a lanzarse al ataque y no quedarse en los alrededores del área propia. Presionaban los locales y el Atleti esperaba veterano, conocedor ya de casi todos los códigos en los que se mueven los partidos. Rompían los suecos con su proverbial costumbre de mirar para otro lado y hacerse los idems, mordiendo buscando el bulto en cada balón dividido lo que sirvió también para constatar de nuevo la de encuentros en los que nuestro equipo recibe tarascadas hasta en el cielo de la boca, aspecto este que no se sabe muy bien como liga con la costumbre ya elevada a tradición de que ciertos medios españoles atribuyan al Atleti una desmedida violencia.

Fue entonces, solo un poco antes de que Juanfran rasgara la defensa local para que Koke finalizara casi artísticamente en boca de gol, cuando uno reparó en lo que pasaba. El Malmoe, como casi todos los equipos con los que nos hemos cruzado en Europa últimamente, respeta y teme al Atleti. Lo considera un grande. Un espejo en el que mirarse. Un David que ha salido victorioso contra todo pronóstico en su lucha contra los Goliaths señalados. Fue en ese momento y durante la primera media hora de la segunda parte en la que el Atleti anduvo medio apurado cuando uno reconoció el mérito del equipo escandinavo, querer luchar con sus armas, bastante limitadas por cierto, con un equipo superior física y técnicamente. Uno entendió todo y valoró en su justa medida la presión de los suecos y hasta las malas maneras que mostraron en ciertos lances. Uno supo qué era lo que había detrás y le pareció admirable su entrega y su fe. Su nadar para morir en la orilla cuando Raúl García fusiló al atardecer a su zancudo portero.



Ya con todo entendido e incluso asimilado y digerido, ya con la lección de lo que había ocurrido aprendida, uno entendió menos la falta de respeto a la que se somete de manera recurrente a nuestro equipo en casa, en nuestro país. Cierto es que queda poco sitio en espacios televisivos, carruseles radiofónicos y columnas de opinión para hablar del Atleti dado el número y la grandilocuencia de los adjetivos que se vierten cuando de glosar a otros clubes se trata, pero de justicia sería que se habilitara. Sigue sorprendiendo oír hablar de violencia, de límites del reglamento, de propuesta poco estética y no de solidaridad, de méritos, de equipo con mayúsculas más allá de cualquier resultado puntual. Siguen indignando las flores para un lado y las espinas para el otro, el ninguneo al vigente campeón de liga, los premios teledirigidos desde el despacho del Ser supuestamente superior y el abismo que parece abrirse en un punto de diferencia. Un punto que debería sonrojar al nuevo guardián de la excelencia por exiguo, por raquítico dada la diferencia monetaria entre los contendientes. Lejos de ello, ese punto flacucho y anémico aúpa a los palmeros a un éxtasis pluscuamteresiano y hace juntar los muslos a sus desdentadas mocitas madrileñas. Cosas veremos aunque no tengamos ganas de verlas.

Llevaba uno tiempo con ganas de hacer una crónica como ésta pero no acababa de encontrar un hueco para sentarse a parirla como es debido. Quería uno de nuevo predicar en el desierto, alzar la voz sabiéndose rodeado del clamor reinante. Quería uno sacar pecho aun teniendo en la retina un partido como el de ayer, con sus altos, con sus bajos, con su fealdad y su tímida belleza, con su árbitro cegato o al menos daltónico y con un rival que supo valorar en su justa medida al equipo con letras mayúsculas y negrita que tenía enfrente. A la postre, a uno pide el cuerpo acordarse de nuevo del genial Alfredo Landa para decir que en vez de “Vente a Alemania, Pepe” la película debería cambiar a “Vente a Europa, Atleti” 

jueves, 2 de octubre de 2014

El muerto vivo

Y no estaba muerto, no, no...

Se empeñaban muchos en enterrar a este Atleti y uno sospecha de dónde provienen los intereses que movían a los que cogían la pala. Querían quitarle la medicación y declararle desahuciado esgrimiendo síntomas extremadamente preocupantes como ese de que aprovecha las jugadas a balón parado, las cuida y las mima y ya se sabe que las jugadas a balón parado son de pobres, de equipos que no tienen otra cosa que hacer que trabajar los corners y ensayar las señas que hace el lanzador, que si una mano que se pasa por el pelo, que si un brazo en alto aireando la sobaquera, indescifrables códigos que anuncian si el cuero irá al primer palo con mala idea o un poco más allá, una vergüenza al fin y al cabo.

Pretendían dejarle abandonado en un rincón para ver si se iba consumiendo poco a poco y dejaba de molestar, que ese es el principio y el fin de todo, la molestia que supone tener enfrente un equipo que se ha sacudido toda la docilidad y la sumisión que tantos años estuvo criando alentado por los inapropiados apropiadores gestores de la nave. Andaban ya algunos encargando la corona de flores para este Atleti admirable del que hablaremos a nuestros nietos y a la también admirable comunión existente entre la grada y el campo siempre pasando por el banquillo y demuestra en cada envite, pero sobre todo en los de mayor calado, como el de ayer, que no es un grupo este contra el convenga apostar, un plantel donde no hay cabida para la más mínima duda.

Ustedes y yo, que somos de los que hemos hecho kilómetros de más por estar a su lado, que somos de los que por no perdernos un partido contra un rival de media tabla hemos buscado una excusa para faltar a la boda de un primo carnal, que nos hemos escapado de tanatorios y salas de espera de servicios de urgencias para ver solo unos minutos en el televisor grasiento del bar de enfrente sabemos que este Atleti está más vivo que nunca. Cierto es que precisamente nosotros, por ser nosotros, podemos detectar pequeños detalles a mejorar: una presión a destiempo, algún despiste defensivo, faltas de entendimiento de las que solventa el tiempo con solo discurrir…Leves catarros elevados a virus del ébola por los cenizos habituales. 



No estaba muerto, que estaba tomando cañas, lereleré

Sabe este Atleti vestirse con smoking y también con mono de trabajo y con ambas indumentarias se le ve cómodo, se le adivina una elegancia que proviene de dentro. Actúa este Atleti dominando varios registros, desarbolando a un equipillo de moda con fases de juego excelsas y luchando de igual a igual con una vieja señora turinesa disfrazada de Calippo por caprichos del marketing. Se mueve el Atleti como una máquina perfectamente calibrada pero sabe también encontrar petróleo agarrado a la anarquía de un turco que tiene el vicio de adueñarse de los partidos grandes. Lo hizo ayer igual que lo hizo hace poco en territorio enemigo y al igual que lo hizo en aquella final en la que a los pocos segundos se atrevió a tirar un túnel mientras los rivales andaban todavía persignándose.

No quiero engañarles. No crean que esto durará para siempre. Llegará un día en que este Atleti caerá, pero no va a ser tan pronto como muchos pretenderían. Les decía que caerá, al igual que cayeron otros equipos míticos del Atleti y de otros clubes, y cuando lo haga volveremos la vista atrás para poder glosar la enorme magnitud de lo conseguido. Entonces y solo entonces, tal vez alguien podrá ser tan osado para decir que este Atleti, el que tan viva y firmemente pisa los campos a día de hoy, ha muerto. ¡El Atleti ha muerto, Viva el Atleti!


No estaba muerto estaba de parranda

lunes, 15 de septiembre de 2014

Coincidencias

Discurría el partido por los cauces esperados y, como si fuera una broma del destino, coincidieron en espacio y tiempo dos sucesos que explican el desenlace del mismo. Parecía que iba a morir el encuentro firmando tablas y una estrella que vino de Oriente, como aquella que guio a los Magos, le dio una voltereta a un partido que pensaba ya en el restaurante al que iría a cenar tras ducharse y recoger a la novia y se llevó el Atleti de nuevo un derby, lo que empieza a ser costumbre y hasta asignatura de estudio en facultades de psicología bajo el epígrafe de teoría aplicada del Cholismo. Justo cuando salió Arda Turan al campo para apropiarse debidamente del encuentro, Doña Marcelina Desencuentros, de 78 años de edad y vecina de Asaltamontes del Arroyo, provincia de no me acuerdo dónde, se encendía un cigarrillo rubio sin boquilla, lo que provocó gran sorpresa entre sus hijos y nietos, convocados en el patio de su casa para degustar el acostumbrado arroz con langostinos de cada sábado.

Sorprendió Simeone de salida, algo que suele hacer cuando la cita es importante, y puso al mexicano confundido en sus amores sobre el tapete del estadio cuyas torres de las esquinas parecen atracciones de un parque acuático. Quedaban en el banquillo también Mario, lo que en partidos grandes reconforta un poco, no lo neguemos, y Arda, del que no se sabía si andaba todavía renqueante. Se vio también a Cerci y a Griezmann en el banco y uno pensó que si el partido se torcía pudiera haber argumentos para cambiarlo, sin duda tocado por un don profético que servidor atribuye a los gases que se acumularon tras excederse con las bebidas carbonatadas en la previa del choque. Nació el partido de manera esperable: aguantando el Atleti agazapado, prietas las filas, hurtando de nuevo al rival su alimento favorito, los espacios, y también de manera esperable se adelantaron los nuestros a balón parado. Fue Tiago quien remató esta vez también en el primer palo con la complicidad de su marcador y de un portero cuasijubilado que ya no está para ciertas lides ni para anunciar champús anticaspa.

Pecó el Atleti de conservador en los minutos que siguieron al tanto. Se aculó en demasía y ese paso atrás trajo bajo el brazo los momentos de mayor peligro para nuestra portería. Suerte de contar con Moyá, del que no solo se puede decir que le haya comido la tostada a Oblak en su pulso por la titularidad, sino que está consiguiendo la impensable hazaña de que la nostalgia por Courtois se diluya en los corazones rojiblancos. Empató el rival de manera también acostumbrada, por un penaltito evitable de Siqueira y la primera parte falleció envuelta en un dominio estéril de la escuadra diseñada para la venta de camisetas fucsias.

Comenzó el segundo tiempo siguiendo los mismos derroteros: el Atleti atrás, bien pertrechado pero desconectado de un Mandzukic que no parece casi ni croata cuando se aleja del área y de un Jiménez que rivalizaba con Arbeloa en el certamen local de malos y peores controles orientados. Amenazaban los de rojo y blanco en algún balón parado y tenía el balón el rival para no saber qué hacer con él.



Discurría el partido por los cauces esperados y, como si fuera una broma del destino, coincidieron en espacio y tiempo dos sucesos que explican el desenlace del mismo. Faltaba una media hora para que el choque certificara la cara de empate que llevaba puesta y la tablilla del cuarto árbitro se iluminó para anunciar que entraba el 10, que debutaba el turco en partido oficial y que lo haría sustituyendo a Gabi. Nada más entrar en el campo se puso a señalar y a hacer gestos ostensibles a sus compañeros para darles instrucciones: tú, Koke, ponte a hacer de Gabi; tú, Mandzukic, acércate más al área, hombre, que no muerde; tú, Tiago, sigue así, que estás hecho un coloso; tú, Jiménez, mira a ver si te vas a tomar por el mismísimo…Parecía que la salida de Arda sirviera para que cada uno supiera qué hacer, para que cada uno, excepción hecha del azteca desenamorado que fue pocos minutos más tarde sustituido por Griezmann, recordara cuál era el rol que le tocaba desempeñar. Fue salir Turan y se hizo dueño del partido y del balón, hecho que alegró sobremanera a un esférico mareado de tanta posesión sin enjundia y el balón se le agarró del brazo para jurarle amor eterno, se le cosió a la botas como si no hubiera conocido otras patadas en su vida que las que el otomano le propinó. Mientras tanto, Doña Marcelina aspiraba su pitillo con delectación e incluso hacía círculos de humo que se diluían con la brisa del anochecer.

En una ocasión previa pudo el balón corresponder al excelente trato con el que Arda le estaba obsequiando pero decidió salir rozando el poste ante la mirada consternada del portero-anuncio pero quiso el destino que fuera a la segunda cuando el turco rematara una jugada donde todos los que participaron lo hicieron de manera brillante, como si supieran que no podían agregar un control con la canilla a esa jugada, como si intuyeran que esa jugada pariría un gol que supondría una victoria en casa del amargo enemigo fucsia. Tanto Griezmann como Juanfran, tanto el amago de Raúl García como el remate de Turan resultaron medidos, perfectos. Justos y necesarios. Inapelables para un contrincante con más ambiciones textiles que futbolísticas. Dicen los que allí estuvieron, en el patio de Doña Marcelina digo, que fue rematar Arda con dirección a la red y la casi octogenaria señora se puso a toser como se tose cuando uno se echa un poco demasiado de nicotina para el bronquio, aspecto que provocó la alarma de su hija Eduvigis, que llevaba un tiempo sosteniendo que a mamá se le está marchando la cabeza.


Discurría el partido por los cauces esperados y, como si fuera una broma del destino, coincidieron en espacio y tiempo dos sucesos que explican el desenlace del mismo. Claro está que para ustedes y para mí, el suceso especialmente relevante para que el Atleti volviera a llevarse el gato al agua fue el primero. La imperial entrada de Arda Turan, tesoro bizantino de incuestionable calidad al que el equipo echa de menos como el comer cuando se ausenta. Aun así, incluso pareciendo sin discusión que la entrada del turco, y si me apuran, la de Griezmann, se muestran como los hechos diferenciales para el vuelco en el resultado del partido, uno, acostumbrado a que medios y analistas de camiseta fucsia justifiquen las victorias de nuestro equipo en base a las patadas que da, a la agresividad insana y a la villanía en general, no descarta que en esta ocasión no pudiendo agarrarse a la violencia haya alguien que señale a Doña Marcelina como causante de la derrota del emporio fucsia. Dirán que habrá sido porque la abuela fuma…

lunes, 8 de septiembre de 2014

De retornos con suspiros

¡Aaaaaaaaahhhhhhh!*

* Suspiro postvacacional que surge en preciso instante en el que se pulsa el botón de encendido del ordenador el día de la vuelta a la dura rutina….

Imaginen ustedes mi estado de ánimo. Llega uno al trabajo todavía con el recuerdo del aroma a aftersun metido en las pituitarias; con la decepción que ha sentido cuando la luz del baño de casa, que siempre es más impertinente que las luces de los baños de hoteles y apartamentos en primeras líneas de playa, le ha mostrado que el moreno tostado que uno exhibe está empezando a batirse en retirada; con la aberrante perplejidad del que ha visto por el paseo marítimo tantos atentados contra la estética y las más añejas tradiciones deportivas en forma de camiseta fuscia; con la nostalgia del que espera media hora a que quede una mesa libre en una terraza que ni fu ni fa, que el tiempo en vacaciones está para tirarlo, para regalarlo al primero que pase por al lado siempre que éste no lleve una camiseta fucsia, claro. Con todo, no crean que a uno lo que más le angustia es nada de lo expuesto en estas primera líneas. De eso nada. Lo que a uno le quita el sueño es el Atleti.

Todo lo que se diga es poco cuando del nivel de preocupación al que nos eleva el Atleti se trata. Una pena lo de este equipo, sí. Un equipo que parecía tan hecho, tan sólido como una roca. Un vigente campeón de liga nada menos que haya sido capaz de dilapidar toda su fortuna futbolística en tres o cuatro partidos como quien dice. El equipo está hecho unos zorros y no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta. Es que se han ido muchos, claro, dicen algunos embargados por el desánimo a pesar de que el delantero centro ya haya marcado un par de goles, haya dos laterales izquierdos donde antes solo había uno válido y el teórico portero suplente le arrebate por méritos propios la titularidad a un esloveno con gran cartel del que casi no conocemos ni la cara. No hagan ustedes caso de los que movidos por la falta de ambición pidan quizás algo de tiempo para ensamblar las nuevas piezas, para que se asimilen los automatismos marca de la casa. Escuchen ustedes a los que saben, los que dicen que no hay plantilla ni equipo y que hay que empezar a desconfiar del entrenador, aunque sea solo por su corte de pelo.



Muchos, con el rostro desencajado, se agarran como única esperanza a la estrategia, pero empiezan a detectar fallos en la pizarra a pesar de los dos goles trazados contra el Éibar. No hay juego ni se le espera y se augura que las competiciones serán un vagar como alma en pena si tomamos como botón de muestra los últimos minutos de los dos primeros partidos de liga. No caigan ustedes en la tentación de excusas baratas y manoseadas como esas de las cargas de trabajo o de los picos de forma que no hay más que ver a otros equipos en el campo y cómo disfruta uno con el nivel de excelencia de su juego y su atuendo, y es que, esta temporada, vestir de fucsia es tendencia.

Que no les den gato por liebre. No adoren dorados becerros que anuncian que este Atleti volverá a competir. Desoigan a los que, conscientes de lo conseguido el año pasado, no osan hablar de repetir ni mejorar resultados pero confían en que se disfrutará por el camino. El Atleti se encuentra en avanzado estado de descomposición y solamente con sucias técnicas barriobajeras, con una enconada vileza que no encuentra parangones en la historia de la insidia humana, fue capaz este equipo de ganar su primer título hace quince días como quien dice. Cierto es que lo hizo superando en juego, intensidad y méritos al rival, pero claro, es que el contrincante, adalid de la bonhomía, del señorío y de la vida fucsia, esperaba un terreno de juego y no un campo de batalla. O sea que se ganó un título, pero fue de tal manera que no debería haber valido. Si yo fuera Villar, además de ir a un logopeda, desposeería mediante bando o proclama al Atleti de la pasada Supercopa por ganarla de manera sucia y artera. Seguidamente se decretaría fiesta local para que todos los madrileños de nación o adopción pudieran asistir a un desfile glorioso en el que los próceres de nuestro deporte harían entrega al equipo fucsia del segundo título de los que constituirán un recordado sextete mientras el pueblo enfervorecido, no pararía de adquirir camisetas fucsias a docenas en tiendas oficiales y colmados regentados por ciudadanos de Shangai. ¡Qué pena da todo!

¡Aaaaaaaaahhhhhhh!*


*Suspiro irónico acompañado de una media sonrisa maliciosa del que este año volverá a vibrar con los suyos, del que se posiciona en un punto diametralmente opuesto al que ocupen aquellos que de fuscia han teñido su proverbial prepotencia… 

viernes, 18 de julio de 2014

Un premio muy repartido

Cuando uno lee ciertas noticias no puede evitar pensar en las imágenes que de manera recurrente se captan el día de la lotería de navidad. Ciudadanos en la puerta de administraciones de barrio sosteniendo improvisadas copas de una sidra El Gaitero medio tibia por recién comprada. La repetida imagen que todos tenemos en la retina ha sufrido pocos cambios desde que era uno un mozalbete, si acaso la inclusión en el bodegón del pintoresco señor de la administración de Sort al que ya le crece el bigote con vetas de oro gracias a la dorada bruja y su azarosa circunstancia. Lo que no ha cambiado son las coletillas que aderezan el momento: “Muy repartido” y “Entre gente trabajadora”. Dado que encontrar gente trabajadora o más bien gente que tenga un trabajo empieza a tomar tintes de búsqueda arqueológica, debe centrar uno su análisis en lo repartido que está siempre el premio. El premio y otras cosas, claro.

En la misma semana en la que Diego Costa posa en la web del Chelsea con cara de púber dispuesto a tomar la comunión de manos del Padre Yosé, en la que Adrián se marcha al Oporto con nocturnidad y en la que Filipe Luis I, el parco en palabras, anuncia su marcha al mismo club que el delantero de Lagarto por cosas que no tienen que ver con el vil metal ni tan siquiera, o ni tan Siqueira vayan a saber, colateralmente, a uno le vienen casi sin querer esas imágenes de las que les hablaba antes. Las del muy repartido como mantra y las de la muchachada enfervorecida. Les contaré el por qué: resulta que el coste de la operación de Costa asciende a 38 millones como 38 soles (uno se entera de esto porque los ingleses son unos indiscretos de aúpa, que si fuera por nuestro club pareciera que lo hemos cambiado por una quincena en una multipropiedad en la costa, valga la redundancia), Adrián se marcha del todo tras trocear sus derechos futbolísticos como el lomo de una ternera retinta en capítulos anteriores y parece que 20 millones han hecho que Filipe se mude a Londres gracias a un episodio de clausulitis menguante, un mal que aqueja a nuestra gerencia cada verano cuando oye tintinear la saca del negociador contrario entre sus refajos. 



Tomando como ejemplo la transacción en la que se ha visto envuelto el punta hispanobrasileño, dicen los que saben a pesar de que no interese que se sepa que el montante se despieza con precisión de matarife y obtienen su parte del pastel fondos de inversión, representantes de traje almidonado, el Valladolid, el Celta, el Braga y un viajante de fajas de Albacete que pasaba por allí y compró una participación del fichaje porque ya es una tradición en su familia comprar participaciones en cada sitio en el que para a tomarse un sol y sombra. Lo que les decía yo, muy repartido.  

Reflexiona uno sobre las peregrinas razones por las que las operaciones financieras que se producen con el Atleti de fondo se vuelven nebulosas y se pregunta por qué los números tienden a no cuadrar como aconsejarían el sentido común y la propiedad conmutativa de la suma, lección que ya aprenden los niños de ocho años en sus primeras clases de matemáticas pero parece ajena a veterinarios no ejercientes y productores con pelucón. Servidor de ustedes lleva unos cuantos años sin obtener respuesta pero eso sí, es llegar el verano, los rumores de fichajes y los brotes esquizoides de Manoletes y otras hierbas y a uno se le forma casi sin querer aquella manida imagen de los agraciados con ese premio tan repartido. Repartido y punto, claro. La gente trabajadora no tiene absolutamente nada que ver con estos pájaros. 

lunes, 23 de junio de 2014

Carta abierta al Señor Marqués

Estimado Sr. Marqués,

Espero que cuando reciba usted esta misiva tenga la sensación de que el tiempo de los últimos días ha discurrido de manera exasperantemente lenta. Más allá de ese deseo por los disgustos que nos ha brindado en una semana, vaya por delante mi falta de acritud hacia su persona. Me consta su bonhomía y que solo le separan seis grados de un mozalbete que aparece en el anuncio de una compañía de seguros, pero vaya también por delante mi reproche por no haber utilizado estos días, los que han mediado desde el partido ante Chile hasta el simulacro de amistoso que casi ninguno veremos esta tarde, para marcharse. Alguno dirá que cómo oso siquiera a insinuar que debiera usted coger la puerta y largarse con el agradecimiento de todos por los servicios prestados y uno está tan convencido de ello que lo refrendaría donde hiciera falta y ante quien fuera, sin pensar en las posibles consecuencias que traería que un plebeyo como el que suscribe se atreviera a afearle el gesto a un noble de azulada sangre.

Cree servidor de usted, señor Marqués, que su tiempo al frente de la selección ha terminado. Creo también que de justicia es reconocer el trabajo realizado: la tarea que se le encomendó, la de continuar con lo creado años atrás por un Sabio de gafa gruesa, patillas pobladas y mucha peor prensa que usted, la ha sabido llevar a cabo pese a ciertas manías suyas que exasperan a unos cuantos, léase la acumulación de mediocentros sobre el campo o la tendencia a falsear a los nueves. Es por ello, por honestidad hacia usted y hacia lo que ha logrado, por lo que uno cree que ha dejado transcurrir unos días preciosos para haber cogido la maleta y haberse despedido de manera elegante y atinada. Pudiera ser, queriendo ser bien pensado, que esté usted esperando a que termine el partido de hoy para despedirse a la australiana y que no lo haya hecho antes para no desestabilizar lo ya desestabilizado, hecho que uno no entendería que pero que puede llegar a asumir. Los más malpensados opinan que no se ha marchado todavía porque no tiene usted ninguna intención de marcharse y, con la mano en el corazón, creo que estaría cometiendo un error mayúsculo agarrándose a la poltrona, convirtiéndose en un aforado en su puesto, por muy de moda que esté esa práctica en todos los estamentos patrios.



Llegan tiempos de renovación al combinado nacional, tiempos en los que sobran porteros sin portería, falsos nueves falsos, consortes de cabareteras, jubilados sin subsidio y faltos de hambre en la mirada. Y usted, querido señor Marqués, no está ya para esos trotes. Nunca fue usted abanderado de revoluciones y sí maestro en la equidistancia, en el no discutir y en el si por esto dice usted que no será, será porque no es por esto. Habla usted de que cada uno va a lo suyo y lo dice como pidiendo perdón, como echando la bronca a un adolescente que le tiene acobardado mientras divulga dónde jugará este o aquel la próxima temporada. Descubre usted que en su ausencia los niños han hecho fiesta y convoca una huelga de brazos caídos no vaya a agitarse el gallinero. Abronca usted por su pasividad al nueve mentiroso y se imagina uno la misma imagen con aquel del que les hablaba antes, al Sabio, y pagaría dinero por ver cómo agarra de la pechera al delantero carente de remate. Sinceramente, uno cree que le queda grande la tarea, grande no por incapacidad y sí por carácter, el que tal vez le haya faltado en alguna que otra ocasión. Probablemente estará usted pergeñando la idea en las últimas horas y se deja mecer por los cantos de sirena de la prensa lacaya que acusa a los que piden su dimisión de desmemoriados. No les haga caso, por favor. Los que así le hablan no miran el interés balompédico y sí el suyo personal. Quieren seguir ahítos de macutazo y entrevistas facilonas y hasta allí llegan, se quedan en la superficie de un problema que en su núcleo pide una profunda limpieza y alguien que prefiera encerrarse a ensayar jugadas de estrategia hasta la extenuación a asistir a actos en los que le regalan su peso en miel de la Alcarria.

Poco más queda por añadir, estimado señor Marqués, espero que a usted le vaya bien, pero que le vaya bien un poco más lejos. Alejado del banquillo de la selección y de la falta de exigencia llena de autocomplacencia que uno ha ido notando en los últimos tiempos. Que este grupo y usted a la cabeza nos hayan dado mucho no debería eximirles de buscar nuevos retos y de trazar nuevas metas. Que parte de este grupo y usted a la cabeza han vivido tiempos mejores lo saben en China y sobre todo en Amsterdam y Santiago de Chile, y por ello le ruego que no se haga el remolón. Que antes o después del solteros contra casados de hoy ponga usted el cargo a disposición del pueblo o de los leones, lo que prefiera. Elija licenciarse con honores, ahora que todavía le quedan y no se aferre, como decía la Pantoja, no se aferre. Sepa que por menos, algunos tuvieron que irse por la puerta chica sin merecerlo, solo por no bailar aguas y tener forjado un carácter indomable. Al Sabio me refiero, claro.


Atentamente.

martes, 27 de mayo de 2014

Lo divino. Lo humano


Se pone uno a escribir esto y sigue notando el nudo que desde última hora del sábado se instaló en ese hueco entre los pulmones y el estómago en el que se hacen fuertes estas cosas cuando nos sorprenden. Se nota más atenuado, eso sí, pero solo por el paso del tiempo, esa universal medicina que cura todo menos la idiotez…

Lo divino

Maravillosamente divino es lo que este equipo ha conseguido. Ganar la liga de manera brillante y plantar cara hasta el último instante en la final de Champions a un rival, al rival. Le queda a uno el regusto amargo de la última batalla y gustaría que se produjera un último homenaje. Tal vez de manera más íntima. Una visita no institucional a Neptuno, solo ellos y nosotros. Sin pasarelas. Sin la animación de Carlos Jean. Sin ponerle una bufanda al rey de los mares, a ese dios barbudo y rojiblanco al que obligamos a tener siempre la casa recogida de la de veces que vamos a visitarle últimamente. A uno le consta que ellos lo saben, pero le encantaría ese último brindis. Ese último baile de reconocimiento. Esa ovación cerrada que merecen por un año inolvidable, por una temporada en la que se han hecho sitio en la leyenda.

Milagrosamente divino es lo que Simeone ha creado. Fue entrar El Cholo en la sala de prensa y los allí congregados estallaron en aplausos. No era para menos. Al verle tocado pero nunca hundido fue más Simeone que nunca. Más nuestro. Ordenó y no aconsejó, porque lo que dice nuestro entrenador son órdenes para nosotros, no derramar una lágrima por este equipo y tenía razón una vez más. Este equipo merece reconocimiento, celebración y hasta ponerle un piso de tres dormitorios y plaza de garaje para coche y moto de pequeña cilindrada pero nunca pena. Se fija uno en este Simeone del sábado y le ve más animado en la derrota que lo que parece en la victoria y a uno le encanta. Recuerda uno que este mismo equipo, salvo Villa y algún otro que no servía en aquel momento, coqueteaba con el descenso en manos del grisáceo Manzano y no puede dar crédito a lo que lleva viviendo en estos últimos tiempos. Gracias Cholo.  

Divina, como es costumbre, se mostró la afición antes y después de la cita. Antes, desplazándose en masa a Lisboa sin pararse a pensar en el nimio detalle de tener entrada o no para el evento. Iba la afición a Lisboa para ver el partido pero también para estar con los suyos, con sus iguales. Los que quedaron en casa sacaron en el prólogo y epílogo del partido esas camisetas del Atleti que no se había quitado nadie desde la celebración de la semana pasada. Es curioso como el aficionado atlético siempre sabe medir cuándo ponerse la camiseta, poniéndola de igual manera en la victoria y en la derrota, midiendo los momentos en los que se luce, lo que le diferencia sustancialmente de aficionados de otro equipo que solo se enfundan su sosa camiseta cuando se gana. Después, volviendo con la tristeza instalada en el pecho pero orgullosos. Sabiendo valorar en su justa medida la gesta realizada. Cansados y con el ánimo algo magullado, nunca derrotado.



Pasadas unas horas, uno se da cuenta de que detrás del nudo hay algo más, algo que ocupa incluso más espacio que el nudo del que ya casi no queda rastro. La inmediatez del momento nos había hecho reparar solo en el nudo y en nada más, pero allí hay algo mucho mayor y más importante que cualquier nudo. Se trata de orgullo…

Lo humano

De manera comprensiblemente humana se comportó el equipo en los últimos minutos del tiempo reglamentario y en la prórroga. Pese a haberse comportado como dioses, detrás hay hombres. Hombres acalambrados, hombres exhaustos por demasiados partido a partido, demasiadas finales para una plantilla más corta de lo que su inmensidad esconde. Humano es Diego Costa y humana es su pierna, por más placenta que se añada al guiso. Tal vez eso les haga más grandes, su humanidad. Su capacidad para parecer inmortales cuando son como nosotros.

Ya se sabe lo que es una final. La cara y la cruz. El ying y el yang. Risas y llanto concentrados en un estadio. De todo tuvo esta final y todo estuvo dentro del guión que suelen seguir esta serie de citas salvo algunos aspectos miserables y repugnantemente humanos. Por ponerles un ejemplo, el de un ex presidente de gobierno que, para más inri, ejerce de relaxing alcaldesso consorte de la ciudad a la que pertenecen los dos contendientes en la final, saltando como una quinceañera ante los goles de uno de ellos, cosa que a uno no le parece normal ni elegante y que ha empujado a varios indecisos o abstinentes de voto a los colegios electorales en la jornada posterior al encuentro. De infrahumana vileza puede calificarse también la celebración de un gol superfluo y la posterior ejecución de bicicletas de la plañidera lusitana, siempre dispuesto a engordar su leyenda de inutilidad en partidos importantes, en partidos de hombres. Dispuesto a ser idolatrado más si cabe por los del mal perder y peor ganar demostró una vez más su catadura moral, su osadía por la espalda y su cobardía cara a cara. Nada que nos extrañe.

Veleidosamente humana parece ser esta copa que se echa de menos, y no por falta de méritos, en nuestras vitrinas. Van ya dos veces que nos deja plantados en el altar, a punto de pronunciar el sí quiero que nos una para siempre. Tiene esta copa curriculum de veleta y de ello pueden dar testimonio Benfica, Milán y Bayern, por poner un ejemplo, pero con ninguno ha mostrado un comportamiento de calientabraguetas como con nosotros. Osó en su día a plantar a Luis y ahora ha osado a plantar a Simeone, dos grandes de nuestra historia. Seguro que nos volvemos a encontrar en el camino cualquiera año de estos. Ella, melosa como siempre, se enganchará de nuestro brazo con salero y esta vez será para quedarse a nuestra vera.


En el aula de la escuela que el domingo hacía las veces de colegio electoral, uno esperaba su turno con la camiseta rojiblanca puesta. Notaba uno sin hacer ningún caso como las miradas se posaban en él y oía murmullos. Comentarios condescendientes vertidos por lo bajinis de los que ese día y solo es día se habían puesto la camiseta descolorida remetida bajo la cinta de la riñonera. Abarrotado estaba el recinto de números sietes, de reconocimientos a la ruindad y la villanía cuando a la cola que se estaba formando frente a la mesa de al lado llegó un niño de unos seis años de la mano de su madre. Se me quedó mirando unos segundos y sonrió señalándose el escudo de la camiseta rojiblanca que también él vestía. Ponía Gabi en la espalda.

jueves, 22 de mayo de 2014

Desde Bielorrusia con amor...

Guardamos todavía en la boca el regusto del champán paladeado, restallan aún en nuestra espalda las palmadas con las que se sellaron los abrazos recibidos y se muestra la voz también convaleciente del maltrato al que la hemos sometido desde que el sábado se nos vistió el Atleti de campeón de Liga cuando se nos echa encima otra cita con la historia. Nos debe el destino una bien gorda en forma de Copa de Europa y se la debe particularmente a Luis y a su personalísima interpretación del salto de la rana al celebrar el gol que nos hizo tocar el trofeo con la punta de los dedos. Fíjense si tendremos todos marcado aquel episodio que ninguno de los nuestros falla al acordarse del nombre del innombrable que nos la arrebató a traición desde tan lejos. Da igual que ustedes pregunten a mayores o a los más pequeños, a los que lo vivieron in situ, a los que lo vieron agolpados frente al escaparate de una tienda de electrodomésticos, a los que lo vivimos sin ser conscientes o a los que saben de aquel episodio de oídas. Schwarzenbeck. A todos nos sale casi instintivamente el nombre del muy malasombra y somos incluso capaces de escribirlo sin fallar cuando muchos de nosotros llamamos a Schwarzenegger Arnold porque no sabemos ni pronunciarlo. Schwarzenbeck, repetimos todos acordándonos de su peinado setentero y de todos sus mismísimos muertos.



El caso es que uno, que anda ocupado en sobrellevar estos días de transición entre final y final de la mejor manera posible, no puede evitar aunque sea sin querer posar una mirada furtiva en algún periódico, cenar mientras se desarrolla la sección de deportes de un informativo o escuchar de pasada una tertulia económica en la que se habla de balompié cuando se lleva el transistor a la oreja. Hablan los medios sobre la cita y analizan hasta la extenuación posibilidades de unos y otros pero, eso sí, siempre con el mismo sesgo salvo honrosas y meritorias excepciones. Pareciera que el equipo al que abiertamente apoyan el presidente del gobierno y el líder del principal partido de la oposición se enfrentara en la final a un conjunto bielorruso dado el trato que se da a cada uno de los contendientes. Si midiéramos el tiempo que los programadores de escaleta otorgan a cada rival en los espacios que tocan el tema, nosotros mismos, ustedes y yo, no tendríamos más remedio que sentirnos una barbaridad de bielorrusos. Diríase que, máxime cuando el Atleti ya tiene una liga para entretenerse y no molestar durante al menos otros dieciocho años, la comisión europea y la UEFA deberían emitir un comunicado conjunto para proclamar vencedor de la cita al rival sin que el partido se celebre dado que España, y por ende el equipo presidido por ese constructor empeñado en dominar el mundo, pertenece a Europa desde hace más tiempo que nosotros y nuestro equipo, pobres bielorrusos que acabamos de ver caer el telón de acero y no vamos a poder digerir la posible abundancia de títulos.


Lo más curioso del caso es que ni a ustedes ni a mí nos extraña esto. Hace tiempo que tenemos asumido que esto está montado como está montado y no esperamos justicia ni defensa de esta causa rojiblanco-bielorrusa que todos hacemos nuestra. Siente uno hasta un poco de pena, que no indignación, cuando nuestra queridísima relaxing alcaldesa le deseó hace algún tiempo todo tipo de parabienes al rival sin reparar en que pudiera enfrentarse en la final a un equipo de la misma ciudad, hecho que sin duda solo se explica al verse arrastrada por la pasión del momento y la bielorrusidad que nos atenaza. Le pide a uno el cuerpo mandar a tomar por las retaguardias bielorrusas a todos: medios, prebostes, correveidiles, esposas consortes metidas a regidoras, mediocres y garrapatas aferradas a la teta acostumbrada y solo espera que este equipo, al que nunca seremos capaces de agradecer suficientemente la felicidad que nos ha entregado, haga un esfuerzo más, uno de tantos que ha hecho esta temporada, para amargar la esperada fiesta a todos, para dar carpetazo en plan bielorruso a la zarandaja de la décima. No me pregunten por qué, pero tiene uno el pálpito de que la noche del sábado al domingo será de nuevo larga. Me da en la nariz que nos volveremos a reunir para que nunca nadie más se acuerde de Schwarzenbeck ni de sus antepasados. Ojalá sea así y se vuelvan a teñir las calles de rojiblanco, para que Neptuno nos reciba como el magnífico anfitrión que es después de haber brindado a la afición los títulos conquistados desde el humilde balcón de la embajada de Bielorrusia. 

lunes, 19 de mayo de 2014

Hace unos años....

Pisa (Italia), un día cualquiera del año 1.187, año más o año menos, que después de tanto tiempo casi lo mismo da.

- Pues ustedes dirán lo que quieran, pero me da a mí que esta torre acabará cayendo

- Vayamos partido a partido.



Hace unos años, demasiados a juicio del que suscribe, tras el pitido final de un partido celebrado en una tarde calurosa y gloriosa en la que nuestro actual entrenador abrió la puerta de la victoria y Narváez Machón, de nombre Francisco Miguel, la agrandó para que cupiera el éxtasis de toda la parroquia rojiblanca, servidor de ustedes salió del estadio abrazándose a cualquiera que se encontrara transitando las calles aledañas al Calderón y se encaminó a Neptuno con una bandera rojiblanca anudada a la cintura y una bufanda en la frente a la manera baturra, aspecto éste que sirvió para que muchos de los que se cruzaron en el camino no acertaran a decidir si era éste un gesto de homenaje a Luís dado su apellido, un guiño al primer título del doblete histórico conseguido en la ciudad maña o una gilipollez de tamaño apreciable dado el calor que hacía. Más allá de condicionantes estéticos, uno se bebió una noche que descansaba rendida a los pies de la causa colchonera, una noche que cayó presa del equipo que había fabricado Antic para plantar cara a unos rivales que contaban con muchos más medios y más soberbia también. Aquella noche de hace unos años, demasiados seguramente, fue una de esas que se alarga por antojarse cortísima, una de esas que uno recuerda con más cariño pese a que el tiempo haya difuminado muchos detalles. Eso sí, uno recuerda que fue el amanecer quien aconsejó tocar retirada con la voz rota pero el ánimo inquebrantable, y con la bufanda puesta en la frente a la manera baturra, claro…




Poco puede uno añadir a todo lo que se ha dicho del partido del sábado. Tal vez podríamos hablar del deseo de conseguir algo que mostraron un grupo de jugadores por los que nadie hubiera dado un duro hace unos meses, ya caerán decían los profetas adscritos al régimen establecido, y la aliviada decepción que produjo en el espectador la actitud de un rival superado y entregado, de un rival en claro estado de descomposición al que parecía valerle el empate que valía a los nuestros en muchas fases del encuentro. Sería injusto hablar de uno más que de otro, aunque ese uno fuera Godín, autor del gol y por tanto protagonista del recuerdo que tendrán los atléticos del futuro cuando muchos otros detalles se hayan difuminado por el paso del tiempo. No se podría analizar el partido sin las lesiones de Costa y Arda, sin esos sollozos entre los que ambos se fueron al banquillo, sin esas lágrimas que se convirtieron en la gasolina que impulsaba a sus compañeros cuando los depósitos habían agotado la reserva de largo. Muchos de los que vieron el partido del sábado pero no han visto la mayoría de los partidos de este Atleti esta temporada quedaron admirados de la lucha, de la entrega de unos jugadores que han dejado a los habitantes de Fuenteovejuna en una panda de egoístas que van cada uno a la suya. Decía Simeone ayer que esto no es solo fútbol, que cuando alguien cree y trabaja para ello, se puede y probablemente esa sea la mejor enseñanza que uno puede sacar de todo esto. A ustedes y a mí, que hemos visto todos los partidos salvo aquel que no pudimos porque se casaba el primo Nicomedes con su novio de toda la vida en lo que era la primera boda gay del pueblo, evento que como comprenderán uno no iba a perderse, nos parece igual de admirable el equipo que en las otras 37 jornadas. Se pasó mal, eso sí. Se pasó mal por la cortedad de un resultado rácano con los méritos mostrados por los nuestros durante el partido y a lo largo del campeonato y por la emoción y trascendencia del momento, pero uno sabía que nada malo podía pasar. Llámenlo confianza en la justicia divina, llámenlo creer en el destino, llámenlo pensar que está escrito en los astros, llámenlo como quieran pero esta liga tenía que ser del Atleti, no podía ser de otra manera.


Hace un día, y les aseguro que parece mucho más, tras el pitido final de un partido celebrado en Barcelona en el que el Atleti conquistó con justicia su décima liga, uno se fue a abrazar a su hijo y pensó que era una pena que el pequeño no fuera un poco más mayor para poder comprender qué estaba pasando, para saber porque su padre tenía los ojos anegados en lágrimas. Deambulaba uno por la casa sin saber a qué habitación ir, sin saber si gritar o saltar, sin saber qué hacer con unos nervios que habían alcanzado dimensiones de buey de arrastre. Decidió uno salir a la calle y celebrar el título con sus iguales. Bajó y volvió a subir varias veces, comió excesivamente y bebió más de la cuenta y hasta tuvo tiempo para afear la condescendencia de aquellos que tienen la desfachatez de decir que se alegraban por nosotros cuando nuestros triunfos les reconcomen desde tiempos inmemoriales. Dejó pasar las horas soltando la adrenalina que se empeñaba en acuartelarse en tripas y corazón y de vez en cuando se pellizcaba en el antebrazo sin retorcer demasiado. Ya con la noche ganada y la familia en la cama, uno, al que los nervios tamaño familiar le impedían plantear una armisticio con el sueño, vio el partido de nuevo, cambiaba de canal compulsivamente buscando imágenes de la vuelta de los héroes y contaba las horas para poder salir con el alba para comprar los periódicos que glosaran la gesta rojiblanca, la de todo un año, la de un equipo fabricado a imagen y semejanza de Simeone con el que se ha sido capaz de hacer frente a los rivales, siempre, tanto ayer como hoy, tan soberbios. Fue entonces cuando servidor de ustedes decidió cerrar un círculo que se empezó a trazar hace unos años, tal vez demasiados, y, como homenaje a Luis y su apellido, se puso una bufanda en la frente a la manera baturra, claro…

miércoles, 23 de abril de 2014

Los nuestros y los suyos

Fue terminar el encuentro y todas las miradas se posaron de nuevo en él. Mientras los rivales, que son los nuestros y los suyos, agradecían el apoyo a la afición y marchaban hacia los vestuarios con el sabor áspero que el partido dejaba en los paladares, él se acercó con sus compañeros para saludar a los aficionados que habían viajado desde Inglaterra para tan magna ocasión y después, en vez de ganar el túnel de vestuarios con premura, se demoró, quiso hacerse el remolón para ser el último de los protagonistas en abandonar el campo. Recorría con su mirada el estadio, una vez más guapo a rabiar, y degustaba el momento mientras los aficionados rivales, que son los nuestros y los suyos, le ovacionaban con los corazones en la garganta. Quiso Fernando regalarse este momento y quisimos todos que fuera perfecto, que la primera parte de la película acabara con el bueno cabalgando hacia la puesta de sol. Dentro de ese homenaje que la grada ofreció a uno de los suyos estaba también el reconocimiento hacia el único de los rivales que no se escondió, al único que, con tintes de náufrago, se atrevió a discutir el aburrido guión planteado desde su caseta. A uno de los pocos delanteros que en los últimos años hemos visto hacer perder su proverbial tranquilidad  a Miranda. A un grande, vamos.  



Una vez que había recolectado todas las imágenes, todos los aromas que guardará para siempre en el cajón de los buenos recuerdos, arrancó a correr hacia el túnel de vestuarios como si quisiera fijar en la película de su memoria este pasaje y borrar los que se vivieron antes. Los de un partido planteado con tanta racanería por una de las dos partes. Los de un choque sin demasiadas oportunidades, con esfuerzos medidos al milímetro. Los de una contienda y por extensión una eliminatoria que se decidirá por un detalle nimio tal vez: una ausencia, una tarjeta sacada a destiempo, un rebote en el trasero que cambia la trayectoria de un disparo flojucho o la lesión de un cancerbero del que las malas lenguas piensan si no fingiría para evitar verse envuelto en la odiosa comparación con el que será su sucesor. Pocos episodios del partido de ayer se escribirán en los libros de historia del arte balompédico y, si se escribieran, debería ser para glosar que los de rojo y blanco fueron los que expusieron y lo intentaron y que su técnico se fue medio disgustado con el resultado mientras el entrenador rival lucía una sonrisa de oreja a oreja camino a la caseta escoltado por la troupe de ayudantes pendencieros venidos de Lusitania.

Muchas veces, a lo largo de los caminos que todos transitamos hacia nuestros sueños, nos encontramos con personajes grises que desempeñan a la perfección su papel en el teatro de la vida. El papel del entorpecedor, de la piedra en el camino, del funcionario que ni se digna a levantar la vista del periódico para decir que falta el formulario B235 compulsado por triplicado, del empleado del banco que anuncia que el crédito no fluye, de los Gregorios Manzanos y de los Texeira Vitienes, del vuelva usted mañana o del yo también tengo prisa qué se ha creído. Esos pequeños obstáculos existen para ser sorteados y casi nadie se vuelve a acordar de ellos una vez superados. Este Chelsea o más bien la manera a la que se obliga a jugar a este Chelsea es el obstáculo a salvar de cara a vivir el sueño. Ese sueño que es nuestro y es suyo, ese sueño que aunque parezca mentira también lo comparte el aislado delantero centro del equipo rival. Ese al que a punto de abandonar el césped con la mochila llena de emociones tuvo tiempo de hacer feliz a un aficionado lanzándole su camiseta, esa que, vaya donde él vaya, siempre será también la nuestra. 

martes, 15 de abril de 2014

Relatos, partidos y finales

Los ojos de Don Herodoto Muchedumbres han visto casi de todo. Tantos años detrás de la barra del bar es lo que tienen. Ahora Don Herodoto, jubilado por necesidad y presión familiar sigue acudiendo al bar cada mañana, como ha hecho siempre. Hoy en día el negocio lo llevan sus hijos y, cuando la afluencia así lo exige, su nieto el mayor echa una mano pero él siempre está ahí, siguiendo lo que pasa desde una mesa estratégicamente colocada para vigilar todo lo que ocurre en el local. Cuenta Don Herodoto que, a pesar de la crisis, nota un cambio en el carácter y modus operandi de la mayoría de los clientes que aciertan a dejarse caer por el bar de un tiempo a esta parte. Da igual que estos sean asiduos de los que piden lo de siempre y entran saludando a la parroquia o que se trate de clientes nunca vistos y nunca repetidos, todos se comportan de esa inquietante manera. Dice nuestro protagonista que cuando su hija, con ánimo de agilizar la gestión de la comanda, inquiere por los cafés a la vez que anota los postres, los clientes se extrañan y solicitan pedir cada cosa a su tiempo, no queriendo mezclar tartas de Santiago y cortados con sacarina en el mismo viaje. Relata Don Herodoto, visiblemente sorprendido, que en las noches de los viernes, cuando cobra vigencia la oferta de dos por uno en combinados de importación, muchos clientes prefieren pagar primero una copa y luego otra, aunque de este modo no ahorren y paguen una cuenta más abultada. Exigen los clientes que cada copa sea disfrutada y servida de manera individual, cuidada, no pensando en beberse la segunda antes de echarse al gaznate la primera.

Ha llegado la situación a tal extremo, que el propio Don Herodoto, sus hijos y hasta su nieto el mayor, que tiene la cabeza llena de pájaros de considerable envergadura, prefieren dedicar a cada tarea su tiempo justo, sin querer adelantar acontecimientos. Disfrutan del viaje sin intentar perderse demasiado logrando atisbar el destino. Se da el caso de que cuando un cliente algo presuroso pide una ronda de licores digestivos y de paso la cuenta, la familia Muchedumbres trae primero los chupitos para posteriormente, traer la cuenta tras el siguiente paseo hacia la barra aunque este proceder vaya radicalmente en contra de las mejores prácticas de ahorro de costes en hostelería publicadas por el International Institute of Research for bares, cafeterías, casas de comida, chigres y peñas recreativas, que de esto sabe un rato.



Pasan los días y Don Herodoto sigue detectando señales raras. Distintas. Señales que le obligan a pensar que algo está cambiando. Ya casi nadie quiere que, al pedir algún guiso de puchero, le dejen la perola en la mesa por si gusta repetir una, dos o diecisiete veces. Todos los preguntados dicen preferir abordar la comida plato a plato, paso a paso. Prefieren tomarse las cosas con más calma de la habitual, sin querer mirar más allá de las judías pintas con arroz. Asegura Don Herodoto que seguirá investigando para poder arrojar luz sobre este cambio en el comportamiento de la feligresía del bar aunque de momento no encuentra más factor común en los que se comportan de ese modo y manera que el de ser todos aficionados al Atleti, aspecto que de momento, parece no tener mayor influencia en el actuar de los individuos objeto del experimento que el de andar de aquí para allá con una sonrisa ancha y el pecho henchido de orgullo de un tiempo a esta parte….


Tan lejos y tan cerca. Restan ocho partidos, tres en Copa de Europa y cinco en Liga, pero no hay que osar mirar más allá del partido del Elche. Partido a partido o final a final como iluminó Simeone tras el partido de Getafe. Da igual que se avecine un partido feo y contrahecho o una cita épica ante rival de tamaño gigantesco. Vayamos paso a paso. Sin vender pieles de oso pero armados hasta los dientes para darles buena caza. El sueño es el más hermoso, pero debemos obligarnos a que sea un sueño a capítulos. Una puerta para entrar en la leyenda que se va abriendo por fascículos coleccionables. Partido a partido. Golpe a golpe. Verso a verso. Final a final. 

jueves, 10 de abril de 2014

Sobre infiernos y glorias

Cuando uno se imagina el infierno se imagina algo así, y quien dice el infierno dice la gloria, claro. Se vistió el Calderón de averno para recibir al pretendido porteador de la excelencia y el paladín del buen gusto se sintió obligatoriamente empequeñecido por la grandeza de lo que le había tocado presenciar. Cientos, miles de demonios a los que las rayas rojas y blancas arrebataron sus almas hace ya tiempo aguardaban en pie. Gritando. Animando con una voz que salía como una sola de la masa. Esto es el infierno, o la gloria, según se mire. Se desplegaba la consigna de uno de los padres del purgatorio, “Ganar, ganar, ganar y luego ganar…”, y el rival perdía fuelle sin haber siquiera roto a sudar, sin haber iniciado la primera carrera. Esa única voz, ese rugido telúrico y las danzas extáticas de los diablos rojiblancos echaban en las piernas de los contrarios toneladas de plomo. No había comenzado el partido y la tempestad desatada anunciaba sangre. Anunciaba el caos y prometía el cielo, lo que según se mire, puede ser lo mismo.


Trasladó el pitido inicial el infierno de la grada al terreno de juego y entonces fueron ellos, los once demonios comandados desde la banda por el maestro de ceremonias, por el Lucifer vestido de negro riguroso, los que tomaron el testigo de la macabra celebración. Quedaban los rivales asustados, incapaces de reaccionar ante la avalancha, ante la presión llevada al paroxismo, ante el acoso y el derribo y ante lo poco que se notaban en los locales las ausencias, ante los delanteros asturianos que hace bien poco se daban por muertos y ahora mordían y herían los palos con remates amenazantes, ante los goles que se marcan por insistencia con el corazón. Poco podía contraponer el adalid de la estética ante el tsunami racial de los nuestros, si acaso algún detallito pinturero de Marimar, el único tal vez que, probablemente por inconsciencia, no parecía querer huir corriendo del coliseo antes de que salieran más leones con los que debatir sobre cristiandad. Corrían las once criaturas de las tinieblas que surgían de la grada y parecía que los que corrían eran cientos de miles. Miles de Gabis con las miradas inyectadas en sangre, los dientes apretados y los puños crispados haciendo frente a conejitos de la factoría Disney con camisetas conmemorativas de fundaciones qataríes, mal negocio.





Tras veinte minutos de orgía desatada de presión y anticipación, quiso el ángel caído que la cosa se estabilizara un poco y así lo comunicó a los suyos. Tomaron los diablos posiciones algo más conservadoras de manera ordenada y dejaron que el rival creyera en su no existencia, el mejor de los trucos, para hacerle caer en su propia trampa de dominio estéril. No existía fisura en las filas rojiblancas y se desató otro infierno, más calmado éste, el de la impotencia contraria. Tintes de pesadilla cobró cada lance para los artistas del club transmesetario: barría un Gabi multiplicado los poquísimos balones que ayer no cortó Tiago en el partido más excelso que uno le recuerda en toda su carrera. No hubo balón que no sacara con criterio cuando era menester ni tampoco hubo cuero que no despejara cuando el azar o el destino hacían que sus caminos se cruzaran. Lo poco que escapaba a los tentáculos de los mediocentros era solucionado por la defensa conservando el estilo de cada uno: Miranda con su proverbial e infernal elegancia, Godín con su bestial contundencia y los laterales con esa seriedad que se convierte en martirio para extremos incluso a pierna cambiada. Delante campaban el imperial Koke, del que ya hace tiempo que no sabemos qué decir de la de cosas que hemos dicho sobre él sabiendo que todas quedan cortas, un Raúl García ayer más sacrificado y Villa y Adrián, la dupla sobre la que alguien de poca fe pudiera haber sospechado sin conocer los oscuros planes de Simeone. 


Coronó el Guaje un partido mayúsculo en el que solo la poca fortuna le privó de marcar más de un gol y en cuanto a Adrián, lo mejor que se puede decir sobre su desempeño es que no se pareció al Adrián abúlico y sin sangre que llevamos viendo desde hace ya casi demasiado tiempo. Echen ustedes la culpa al ambiente importado de los dominios de Pedro Botero o a las palabras hipnóticas que El Cholo le dedicara en la previa del partido, pero la catarsis sufrida por el siete atlético le hace merecedor del premio Lázaro, por levantarse y no solo andar sino correr como un condenado. Quiso incluso el espigado belga sumarse a la fiesta sacando un balón maligno del trance de un mano a mano que silenció las voces solo por un segundo y entonces, justo entonces, Simeone, ese supremo burlador, ese que nos tienta dejándonos atisbar metas y gestas que ni tan siquiera nos atrevíamos a soñar, se agachó para comentar algo con El Mono Burgos y por el hueco que quedaba entre botón y botón de la negra camisa asomó un rosario, uno plateado que terminaba con una gran cruz. Entonces lo entendimos todo. Entendimos porqué estamos aquí, comprendimos que el bueno no es tan bueno y que de vez en cuando se marca partidos sonrojantes, caímos en la cuenta de que el malo es el bueno las más de las veces, reparamos que ángeles y demonios se confunden por su apariencia y comprendimos el misterio del infierno, o de la gloria, que es lo mismo se mire como se mire .