Tenía ya el
partido mala cara sin haber empezado. Tenía pinta de haber salido esa noche y
no haber descansado lo suficiente. Tenía el rictus avinagrado y daba un poco
igual que enfrente estuviera el Villareal, equipo que tradicionalmente trata al
balón de manera obsequiosa, o un equipo en el que se juntan solteros y casados.
Lo mismo es que la tarde, el día, el fin de semana e incluso el tiempo
transcurrido desde que unos cuantos se citaron para matar o morir coincidiendo
de casualidad con aquella mañana en la que visitaba el Calderón el Depor tenían
también mala cara. Cara como de nausea. Cara de aquí hay algo que huele mal y
no está uno seguro que sea lo que todo el mundo señala como causante del mal
olor.
Además de
las malas caras, también el señalar, como les decía en el párrafo anterior, se
ha puesto muy de moda. Cualquier aficionado al fútbol se siente señalado en los
últimos tiempos por opiniones en las que parece que solo por acudir a un estadio
estamos ante una persona muy violenta. Si además de ello, uno lleva una bufanda
del Atleti o una camiseta rojiblanca, lleve ésta o no publicidad de Azerbaijan,
Land of Fire serigrafiada, hablamos entonces de un asesino en serie que deja a Jack el
Destripador o a Hannibal Lecter a la altura de Ned Flanders o Mary Poppins. A
este lamentable y zafio atropello que sufre el aficionado rojiblanco de a pie en
las últimas fechas, hay que sumar la torpe manera de gestionar cualquier asunto
por la gerencia del club, como es costumbre por otra parte en todo lo que no
sea poner el cazo. Uno ya no sabe si la culpa es de todos, de solo algunos, de
los que cantan o de los que callan. Uno no sabe si se va a expulsar a los pocos
violentos que se camuflan en la masa o simplemente no se les va a dejar exhibir
su parafernalia. Uno no sabe si van a pagar justos por pecadores o no va a
pagar absolutamente nadie, que es algo muy de este país nuestro, y lo que uno
detecta es que la masa social anda un poco confundida no sabiendo dónde está el
enemigo, si uno mismo es bueno o malo o si a partir de ahora habrá que ir al
fútbol como se va a la ópera y si no se van a poder comer Triskis en los
descansos porque hacen mucho ruido y pudiera la comisión de antiviolencia
acústica tomar cartas en el asunto.
Muchos
creemos que si la pareja que se sienta tan acurrucada en cada partido del
Atleti o ese señor del puro que lleva tantos años manchándose los pantalones
con la mugre de su asiento en el primer anfiteatro no aciertan a saberse
señalados o señaladores y no tienen una opinión clara sobre si habría que
vaciar un fondo del Calderón o solamente echar a los delincuentes, palco
incluido, del estadio, malamente puede saber cuál es la mejor solución para el
tema un señor que no aparece por el estadio desde que tenía granos en la cara y
se refugiaba tras el rotundo físico del padre que le puso al mando de la nave
de manera fraudulenta. Es más, uno cree, malpensado que es, que las
aparentemente fulminantes medidas tomadas por el veterinario no practicante
además de chapuceras e insuficientes tienen por objetivo el señalamiento, sí,
de todo aquel que le recuerde ahora o en el futuro su condición de apropiador
indebido. Son los violentos a los que me enfrenté, dirá desde la barrera
mientras da vueltas y más vueltas a la M-30 con el pecho henchido. El problema
que todos tenemos es que parece haberse trazado una raya imaginaria pero muy
presente entre nosotros. Una parte culpa a la otra de que a la hora del café un
indocumentado le haya tildado de asesino por ser del Atleti y la otra parte
acusa a aquellos de generalizar, de meter en el mismo saco a todo un fondo. Todos
tienen su parte de razón y también su pizca de culpa, miren por donde, y uno
solo espera que el tiempo haga decrecer estas aguas que ahora bajan crecidas y
malencaradas.
Con estos
antecedentes y con la climatología como mala aliada, no es de extrañar que el
partido naciera con cara de circunstancias. La cara del partido tenía de todo,
eso sí, pero era una cara poco armónica, una cara rara tirando a desagradable.
Para ser más exactos, la cara del partido recordó a la cara de otros partidos
de otros tiempos que casi no queremos recordar aunque debe valer de excusa que
el equipo tenía cara de cansado por lo sucedido entre semana en Turín. Lo
intentaba el Atleti con su rostro ojeroso, falto de descanso, y fiaba su suerte
el Villareal al talento de Vietto y la omnipresencia de Bruno. Pudo el Atleti ponerse
por delante y no se nos hubiera quedado demasiada cara de sorpresa:
algún balón parado, alguna meritoria parada de Asenjo, ese portero con más
pinta de monitor de gimnasio lowcost que de ir bien por alto y algunas malas
elecciones en los últimos metros. Estuvo el equipo algo menos inspirado, tal
vez contagiado por el ambiente y a medida que fueron pasando los minutos fue
mutando la cara de abandonado por las musas a una cara de ansiedad, de paciente
que espera los resultados de una prueba en urgencias. Se partió el partido y hubo muchos que al
mirar la cara de Miranda echaron de menos la de Giménez, también los hubo que decidieron
no querer ver más la cara de Cerci e incluso hubo algunos que se alegraron de
que apareciera la carita dulce de Mario Suárez en escena para intentar
equilibrar la cosa. Llegó el gol del conjunto visitante cuando aún se reflejaba
en nuestras caras que no se había perdido del todo la esperanza, justo después
de que Moyá sacara a una mano un disparo con cara de gol incontestable, y dejó
al Atleti con cara de incredulidad, con cara de esto no puede estar pasándome a
mí después de tantos partidos inmaculado en casa.
Tal vez no
haya más análisis que realizar del partido de ayer que el de mirar las caras de
los nuestros y ver todavía marcada la huella que el intensísimo partido de
Turín dejó en ellas. Tal vez solo fuera un accidente, cruzarse por azar con un
partido con cara de pocos amigos. Lo más seguro es que sea así pero también
estamos seguros de que las vacaciones de Navidad le van a venir bien al equipo,
a la grada y a los ánimos. Ya verán ustedes como cuando nos volvamos a ver
tenemos todos mejor cara…