jueves, 21 de marzo de 2013

¡Quememos al brujo!


Ya desde lejos se oía cómo la turba vociferaba. Eran decenas, tal vez cientos. Salieron del pueblo al caer la noche, que es cuando se suele quedar para hacer cosas tan mezquinas como estas. La muchedumbre, inflamada por las mediocres consignas de los jerifaltes de siempre, avanzaba decidida pidiendo justicia de la de andar por casa. Justicia injusta. Esa supuesta justicia que justifica violaciones, linchamientos y dedos en el ojo de entrenadores rivales “¡Quememos al brujo!”, era la proclama más repetida, el mantra que salía de las bocas que acompañaban a los gestos desencajados, a las miradas desquiciadas. Formaban la multitud individuos de variadas procedencias: los había de Pamplona, de Valladolid, de la Sevilla verde y blanca y de la Sevilla blanca y algo roja, los había también de Madrid, de esa parte de Madrid del norte que tan lejana se siente. Los había que habían escrito sobre el brujo, los había que habían hablado y subió el pan. Los había de tertulia nocturna, había ponentes de barra de bar con palillo pegado a la comisura, había militares de diversas graduaciones y había hasta un señor, llamado Vicente, que haciendo honor a su nombre se sumó a la masa por eso de ir donde va la gente y ahora era de los que más encendido estaba lanzando improperios antorcha en mano.

Hace ya tiempo que el brujo desplegaba sus artes en la comarca. Al principio le fue bien, ni él se metía con nadie ni nadie con él. Antes era casi como un elemento del paisaje. Un complemento. Alguien llamado a no hacer ruido. Alguien que pertenecía a esa clase de gente cuya cara es olvidada en el instante siguiente de cruzarse con ellos. Muy de vez en cuando, daba que hablar por algo que había hecho. Algo que los demás consideraban pequeño, insignificante casi. Algo que no molestaba a los de siempre, a los que partían el bacalao con la connivencia de los demás. Un día, de repente, el brujo empezó a destacar. Dejó atrás ese papel secundario que se le había atribuido de antemano y empezó a repartir sus conjuros por los campos de Dios de manera brillante. Mucho mejor de lo esperado. Ese brujo humilde de maneras y aspectos torpes se había convertido en un hechicero de primera. Sus camaradas recurrían a él pidiendo consejo o desahogo en balones comprometidos. Lo mismo ayudaba a las cuitas de sus conciudadanos cayendo a banda que en boca de gol. Se convirtió en referencia y se centró en su magia, algo por lo que no apostaban más de uno y más de dos. Bien es verdad que aún los que siempre creyeron en el brujo no estaban de acuerdo con ciertas acciones que realizaba, con algunas desconexiones mentales que solo servían para sembrar dudas sobre su competencia y alentar a los que empezaron a protestar tan pronto como nuestro protagonista despuntaba.




A día de hoy no caben dudas sobre la capacidad del brujo. Los que más y los que menos le calibran en su justa medida, que es muy grande por cierto. Nosotros, ustedes y yo, sabemos de lo que es capaz y disfrutamos a lo grande de sus enormes virtudes esperando que pula sus innegables defectos. No debemos ser los únicos, ya que incluso prestigiosos seleccionadores que convocan a los más reputados magos nacidos en cada territorio se disputaban sus servicios. Aún así, cada vez que el brujo sale de casa, muchos se apuntan al carro fácil de unirse a la turba que pide su ajusticiamiento en la hoguera. Se ha puesto de moda. Han bastado algunos lances desafortunados en la forma para que la cruzada siga en marcha. Será que eso de que el brujo obre prodigios con el balón en los pies escuece a aquellos a los que solo se les llena el bolsillo cuando los prodigios se obran en las dos mismas orillas de siempre. De nada vale lo positivo, hablemos de lo negativo de éste que de lo negativo de otros no se puede hablar so pena de vender menos cartillas para pegar los cupones que cada domingo se reparten para conseguir un edredón de pluma de gallina clueca con la cara serigrafiada de ese niñato repeinado que se cree tan guapo.

Se acerca la marabunta. Ya casi se distingue desde el recodo del camino el número diecinueve que adorna la puerta pintada en rojo y blanco de la casa del brujo “¡Quememos al brujo!, ¡Quememos al brujo!”, se sigue escuchando aunque en un tono más apagado, la verdad. Pareciera que el miedo a sus artes hubiera socavado la pobre conciencia colectiva. En el fondo no es más que eso. Miedo al brujo y a lo que representa. A una vía distinta. A alguien que prefiere alzar la voz aunque el guión establecido no le haya reservado frase alguna. Lo que hace el brujo molesta, por algo será. Siguen ladrando, será que seguimos cabalgando....

lunes, 11 de marzo de 2013

El último pase


“¡Vamos Niño, mátalo ya!”, “¡Ea, que este está ya aviado!”, “¡Venga, listo de papeles”, “¡Bueno va, ahora que hable el acero!”….

Todo esto y muchas cosas más se oían en el callejón, en los burladeros y hasta en las localidades de barrera de la plaza en la que el estrafalario matador, autoproclamado como el primer torero 2.0 que la fiesta conocía, elaboraba la faena de su vida. Las frases que aconsejaban afrontar el momento supremo eran proferidas por apoderados de pelo ensortijado, familiares más o menos queridos y hasta novias de clavel reventón detrás de la oreja con vocación de folklóricas pero nada, él no hacía caso. Nuestro protagonista, conocido para la eternidad como El Niño del Gigabyte, torero de gran ascendente y número de seguidores en redes sociales y portales de contactos, no se había visto en una igual. El diestro apuraba las fuerzas de su adversario sin escuchar las voces que aconsejaban abreviar el trance, probablemente crecido ante el hecho de que hasta la fecha siempre había sido despedido a base de almohadillazos y hasta collejas de cada coso en el desplegaba su discutible pero vanguardista arte. El Niño del Gb, al que a partir de ahora nombraremos de tan apocopada manera aún a riesgo de que a alguno de los lectores le produzca atragantamiento, no había sido hasta la fecha capaz de dar un mal pase ni a una cabra con reúma por lo que quería disfrutar del momento dejándose llevar, no queriendo que el sueño finalizara. Quería demostrar que aquellos que glosaban su mal gusto en todas las suertes andaban equivocados, quería arrancar al destino un último pase más antes de llegar al momento álgido, tal vez sabedor de que gran número de aficionados le acusaban con maledicencia de entrar a matar sin arrimarse, casi por bluetooth.

Seguía desoyendo borracho de triunfo las voces que aconsejaban pasaportar al morlaco cuando, al hacer un desplante con ese estilo tan suyo de pato mareado, se arrancó el burel buscándole la ingle. Hizo carne feamente, pareciendo conocer de antemano que El Niño del Gb cargaba a la izquierda de esa manera tan celebrada por sus amigas de Facebook y cayó el torero en la arena. Allí, todavía a merced del toro, viendo cómo el dolor y la sangre le ganaban el pulso a la efímera gloria vivida, se arrepintió de su fijación por el último pase…




Lo contrario, exactamente lo contrario que le sobró a El Niño del Gigabyte es lo que le faltó ayer y en alguna que otra ocasión últimamente a nuestro Atleti. Se plantaba la Real en el Calderón con marchamo de equipo difícil pero algo apocado ante la tendencia de los rojiblancos de despachar por la vía rápida a aquel que osa saltar a la arena del feudo local. Se acularon los donostiarras en tablas, no excesivamente, no crean, pero sí bien plantaditos y hasta reservones, nunca mansos. Sacó el Cholo al Cebolla de enganche y se llevó el uruguayo un buen revolcón del lance. Es curioso cómo el Cebolla ha ido perdiendo gas con los meses o con los minutos, vayan ustedes a saber, hasta llegar al punto de la existencia de teorías que encuentran paralelismos igualmente negativos entre poner a jugar al Cebolla de inicio y dar de comer a un Gremlin a partir de las doce de la noche.

Sacó el Cholo al resto de los titulares y puso, de nuevo por necesidad, a Koke en el mediocentro. La presencia de Koke en el doble pivote no desentona y pudiera ser una opción digna de tener en cuenta si no fuera por el hecho de que aleja del área a uno de los pocos sobresalientes que pueden facilitar el último pase, esa suerte tan esquiva en la Ribera del Manzanares. Otro debiera ser Arda, participativo aunque desquiciado por momentos en el día de ayer, y otro Adrián, del que no se tienen noticias desde sus salidas por la puerta grande del año pasado. Poco más hay para brindar ese último eslabón de la cadena del juego. Ese trincherazo o ese pase de pecho que deja solo al rematador ante el portero rival. Esa es la mayor carencia del equipo y ya se atisbaba desde principio de curso. Algo conocido, vamos.

Llegados a este punto y probablemente con el amargo sabor de la primera derrota liguera en casa todavía en el paladar, los hay que abogan, tal vez con razón, por dar la alternativa a esos novilleros que vienen empujando desde abajo: bien Saúl, devolviendo así a Koke a la zona de tres cuartos o bien Óliver, aquel que nos hizo enamorarnos de sus quites veraniegos hace ya demasiado tiempo. Otros en cambio, se acuerdan de Diego y los lances pintureros que nos dejó el año pasado y sacuden la cabeza por el esfuerzo no realizado en su fichaje. Incluso los hay que piensan que Insúa, el tímido y desaparecido fichaje invernal, pudiera cumplir esa función dando al conjunto un toque de espectáculo cómico taurino que siempre es de agradecer para aliviar tensiones.

Podríamos escudarnos en que el resultado de ayer debiera haber sido un cero a cero para ser más justos. Podríamos pensar que ese linier con maneras de picador malo no levantó el banderín cuando debía de manera premeditada. Podríamos argumentar que qué más da ser segundo que tercero siendo el premio el mismo y nos lo podrían refutar razonadamente o con los sentimientos en la mano. Podríamos incluso preocuparnos más de lo debido y mandar a los corrales al optimismo reinante hace solo unos días. Podríamos seguir dando vueltas a la cabeza, a la faena, a cómo se atragantan ciertos partidos con equipos como el Rubin Kazan de San Sebastián. Podríamos simplemente pensar que a hay veces en las que no acaba de salir ese último pase…

martes, 5 de marzo de 2013

Cerrar el círculo


Ha sido un poco como volver al pueblo de tus mayores, al sitio donde veraneabas de pequeño sin que tu memoria lo recordara nítidamente. Ha sido como ver ese portalón que servía de portería y recordar a aquel amigo con las rodillas cosidas de costras, medallas de pasados remates a gol. Ha sido como revivir el saludo de la tía Octavia, besadora de repetición y poseedora de un frondoso bigote heredado de su padre, al que todos llamaban El Lechuza por lo abiertos que tenía los ojos cuando rondaba por el pueblo junto a su compañero de pareja de la Benemérita. Ha sido como bañarse en el río y coger cangrejos con lustre de bogavantes. Ha sido como cogerle cariño de nuevo a aquel pollo al que se le bautizó con el castizo nombre de Manolo y reparar en su falta sin sospechar que Manolo acabara sus días como plato principal, todo rodeado de arroz. Ha sido como decir adiós a los abuelos un domingo por la tarde y dormirse nada más salir del término municipal para despertar de nuevo en la acostumbrada cama de la capital. Ha sido eso. Ha sido cerrar el círculo.   

Tras el partido de Málaga, a uno le asaltan visiones de lo que sucedió hace poco más de un año, justo el día en el que Cholo debutaba en el banquillo atlético. Ha sido como ver de nuevo a un Simeone algo intranquilo sentado en el primer asiento del autobús que llevó al equipo hasta La Rosaleda. Ha sido como intentar olvidar la oscura secuela de la mediocridad que nuestros dirigentes nos volvieron a brindar de la mano de Manzano. Ha sido como sentir de nuevo la expectación por ver si la mano del nuevo técnico se notaba tan prematuramente. Ha sido como volver a intentar detectar señales positivas donde probablemente no las hubiera. Ha sido como volver a convencer a los camaradas de tertulia de que un empate no es malo para empezar si lo comparamos con de dónde se venía, el desastre con el Albacete. Ha sido eso. Ha sido cerrar el círculo.



A lo largo de este año y pico, hemos visto cómo el Cholo pisa firme el suelo sabedor de que su idea está instaurada y de que jugadores y afición matarían y morirían por ella. Ha sido como asistir al alumbramiento de un equipo modelado a su imagen y semejanza. Ha sido como identificarse una vez más con un grupo que muerde, suda y se faja. Ha sido como revivir imágenes de unos colores a los que hay que ganarles sin ponerlo fácil. Ha sido como reconocer a una escuadra de ceño fruncido y de labios apretados. Ha sido como comprender que los nuestros lucen elegantes con el smoking y no desentonan cuando de mancharse las manos se trata. Ha sido como asumir que, a pesar de que probablemente falte aún más calidad en el último pase que hace un año, la tropa es seria, fiable y se puede contar con ella para cualquier escaramuza. Ha sido como volver a reconocer sabores de un Atleti que creíamos perdido en la sima anónima de las sociedades deportivas y recuperarlo un poco. Ha sido como revivir triunfos y volver a guardar historias que se contarán dentro de un tiempo. Ha sido como volver a sentir orgullo muy dentro. Ha sido todo eso. Ha sido cerrar el círculo.