Se nos
viene encima la Champions y uno repara en que tiene muchas ganas de
eliminatoria. No crean que uno menosprecia la liga, nada de eso, que la liga es regularidad y ésta, sea deportiva o intestinal, siempre ha tenido muy buena
prensa, pero lo cierto es que con este Atleti tienen las eliminatorias un no sé
qué que las hace especiales. Vaya por delante que las fases de grupos tienen su
encanto y te permiten ver varias ciudades de una tacada, lo mismo que si se
contrata un crucero, vamos, pero las eliminatorias son otra cosa, ¡dónde va a
parar!
“A morir,
los míos mueren: no le tienen miedo a la muerte” escuchábamos a Simeone hace
poco describiendo lo que les decía en el párrafo anterior, esa sensación de que acontecimientos muy raros
tienen que suceder para ver a este Atleti tumbado sobre la lona de un torneo
copero. Siempre habrá alguno de ustedes que
se acordará de los oscuros episodios de Gil Manzano y su escondida forma de
cargarse el último duelo contra el equipo de Marimar Jr., o de Asenjo, el empequeñecido
portero que soñó con ser goleador ante aquel equipo ruso con nombre de detergente
antimanchas, Rubín Kazán, y esos nítidos recuerdos justifican aquellos hechos como
accidentes, excepciones a una regla interiorizada: Asegúrense de que el Atleti
está bien muerto antes de darle la espalda para besar a la chica, no
vaya a ser que se levante y les fastidie el plan.
Antes de
que clarines y timbales suenen y los balones rueden, debe uno reconocer que
espera grandes cosas de esta competición que históricamente se ha portado con
nuestros colores de tan hijoputesca manera pero conviene recordar la dificultad
de la empresa. Volveremos a vivir capítulos de la milagrosa lucha del David rojiblanco
con los Goliaths presupuestarios del continente. Quedarán los cadáveres de
muchos por el camino y solo tenemos la certeza de que, si tuviéramos que ver el
cuerpo de los nuestros yaciendo en la cuneta, será exhausto pero no derrotado.
Sin un gramo de sangre más por derramar, habiendo hecho sudar tinta al
adversario y verter lágrimas de orgullo entre los suyos.
Antes de
que se den cuenta habremos llegado a la primera estación de este apasionante
pero intrincado viaje que termina en Berlín. Empieza el trayecto en Alemania,
el mismo país en el que esperamos que finalice dentro de siete partidos. La
historia comenzará a escribirse cuando nos montemos en el convoy de la ilusión
en Leverkusen, una ciudad no muy grande con nombre de enfermedad rara:
–….lo
siento pero las pruebas no mienten Don Tatiano. El suyo es un claro caso de
síndrome de Leverkusen.
– ¡Qué
disgusto, doctor Lumbalgio! ¿Cuánto me queda de vida?
– Ciento
ochenta minutos. Noventa de ida y noventa de vuelta.