martes, 31 de enero de 2012

Fumando ya no espero

Sé que no es bueno. Sé que todos ustedes esgrimirían una casi interminable lista de ventajas por no hacerlo. Sé que todos tenemos conocidos que enfermaron por culpa de tan canalla hábito. Lo sé todo. Llevo además cargada a la espalda una hipocondría apreciable que me obliga a observarme con asiduidad buscando peregrinos síntomas de enfermedades de futuro padecimiento. Y aún así fumo. Y a veces casi disfruto con ello. Aún sabiéndolo. Fíjense ustedes qué tonto se puede llegar a ser.

Uno recuerda sus inicios en el feo vicio, eran días de querer crecer más deprisa de lo aconsejable. Eran días de comerse el mundo equivocadamente. Eran días de toses arrancadas a una garganta casi virgen e inmaculada. Eran días de galopadas de Futre y de voleas de Alemao a la escuadra. Eran los últimos días de Arteche en el equipo. Eran días de echar mano al bolsillo de la trenca buscando la admitida ración de veneno. Eran días de fugas de calores desde el trasero hacia los corridos asientos de cemento del Calderón. Puede incluso que esos calores concentrados que todos dejamos allí provocaran aquella aluminosis que tanto se cacareó. Vayan ustedes a saber.

Desde aquellos días, uno ha seguido suicidándose en pequeños episodios. Ha tenido intentos de dejarlo, todos fracasados antes o después. Ha tenido épocas de fumar negro, de fumar rubio y de fumar sin tantas consideraciones raciales. Ha llenado ceniceros de boites y de salas de espera. Ha fumado en Moncloa mientras esperaba el último metro simulando desenvoltura. Ha cambiado de voz con el paso de los años y ya no puede imitar a Joselito cantando “La Campanera”. Uno sigue fumando más de lo que debiera e intenta hacer memoria del tiempo que lleva matándose a sorbitos. Uno recuerda un eufórico suelo lleno de colillas en el estadio del rival tras ganar una Copa. Uno recuerda ceniceros llenos en un bar tras un partido en Sevilla en el que nuestro actual entrenador firmó una permanencia. Uno recuerda recipientes repletos de cenizas y lágrimas tras un encuentro en Oviedo. Uno recuerda el primer puro que se fumó, subido en una nube con destino Neptuno tras un partido contra el Albacete. Uno recuerda cómo rebosaban los restos del tabaco, más caro pero igual de dañino, tras una prórroga en Hamburgo. Uno recuerda los pulsos acelerados, la tos que se ha convertido en una compañera, la carraspera sembrada por los ronquidos nocturnos. Uno recuerda muchas citas. A muchas de ellas ha dejado de acudir hace tiempo. Uno ya no deja su sucia herencia con filtro a la puerta de casi ningún discopub, por edad o por pereza. A uno sólo le queda seguir maltratándose con los partidos de su Atleti. Ese por el que tanto hemos gritado para empeorar nuestra maltrecha laringe de fumador. Pero, qué les voy a contar yo a ustedes que no sepan…




Desde que Simeone se hizo cargo del banquillo de nuestro equipo, he notado un descenso en el consumo de tabaco durante los partidos. No tanto en Málaga, pero sí definitivamente contra Villarreal y Real Sociedad. Ayer, servidor se acomodó delante del televisor con el paquete de cigarrillos a mano, casi haciendo guardia. Ayer, uno encaraba la noche con el firme propósito de reducir la adquisición de papeletas para el enfisema. De entrada no pudo ser: tanto la suplencia de Domínguez como el estilismo colchonero, camiseta azul marino, pantalón azul reglamentario que parecía descolorido y medias rojas, me obligaron a encenderme el primero de la noche. Este Atleti que parecía homenajear en la indumentaria al payaso del anuncio de Micolor salió feo. Salió menos entonado que en los dos últimos lances. Viendo las prestaciones ofensivas de Tiago y Mario y elucubrando sobre posibles mediocentros que mejoraran el producto, me eché mecánicamente un pitillo a la boca. Buscaba el mechero para inaugurar el nuevo castigo a los bronquios cuando empezó a aparecer Koke, cuyo partido de ayer, sin ser brillante, reclama minutos y titularidades. Empezó también a aparecer Arda, pero más que en la creación, en esa suerte tan suya que es la de lanzarse al piso para rebañar el balón al contrario con habilidad de carterista de tranvía de Estambul. Se vino el descanso tras un gol atropellado de Godín. Se vino casi sin avisar y casi sin haber fumado demasiado. Tal vez uno no fuma viendo a este Atleti que ha abrazado como religión el “Cholismo Sacrificado” porque le da reparo que los jugadores hagan tales excesos pulmonares mientras se ensucia los propios. Y si no es eso, díganme ustedes alguna otra razón más convincente.

Empezó la segunda parte y ahí me tuve que encender otro. Casi sin querer, no crean. La cosa estaba tranquila pero Adrián y Falcao perdonaron dos ocasiones de esas de las que uno se acuerda en la misma medida que de la suegra o de ese inspector de hacienda que te mira por encima de las gafas mientras pones cara de beato. Siguió el partido con el Atleti peleón y casi solvente a ratos. No tuvo mayores problemas Courtois salvo en el último arreón de Osasuna. Sacó tres manos muy buenas tras muchos minutos de absentismo sobrevenido y con cada una de ellas me encendí un cigarrillo. Será porque soy débil y no acabo de asumir que los tiempos hayan cambiado de esta manera. No acabo de creerme la firmeza defensiva, la contundencia en los balones divididos y los calambres que asoman por las pantorrillas de jugadores que tenía por estilistas. Me tengo que pellizcar para asimilar que ante cualquier imprevisto en forma de lesión, antes nos íbamos con un gol encajado de más y ahora el fisioterapeuta sale a cortar la jugada con maneras de líbero. Acabó el partido con más sufrimiento del debido, con el mortal amigo agazapado entre mis dedos índice y corazón. Poblando de humo el final de un partido que mereció ser de más sosiego.

Llevo unos días levantándome de mejor humor. No sé si serán por las tres victorias seguidas, por los cero goles encajados o por la menor absorción de nicotina durante los partidos. Ahora, cada mañana vacío en la basura el contenido de un cenicero famélico, despoblado. Él me mira con cara de hambriento y pide en silencio más ceniza que llevarse al coleto. Dice mi mujer que hasta me atrevo a cantar en la ducha. No con la voz de Jimmy Sommerville, que la cosa no da para eso, pero sí visitando registros vocales más allá de Tom Waits. Me encuentro mejor la verdad y hasta debo confesar que ahora los paquetes de Ducados me duran casi dos días. Fíjense que esta mañana me he permitido la frivolidad de correr tras el autobús que se escapaba sabiéndolo perdido. Solo por hacer ejercicio. Por parecer más sano. Igual de sano que este Atleti se está mostrando en lo deportivo ¿En lo institucional? Miren, si vamos a hablar de lo institucional, denme fuego antes, se lo suplico. 

miércoles, 25 de enero de 2012

Posesión...

(Les pido disculpas de antemano por el improvisado giro en el hilo argumental de las temáticas agónicas, pero hay momentos que se prestan más a marcarse una travesura...)

El anciano exorcista se detuvo unos instantes a la entrada del pasillo para recuperar el resuello. Los sonidos que salían de la habitación distaban mucho de ser considerados humanos. Cerró los ojos un par de segundos para buscar en lo más recóndito de su ser un soplo de ánimo que le permitiera afrontar el trance. Abrió la puerta. Lo primero que notó es el frío. Un frío sobrenatural. Luego le golpeó la desnudez de la estancia. Una cama y una silla desvencijada, nada más. Sobre la cama parecía descansar una mujer cuyas profundas ojeras enmarcaban unos ojos sin vida y un rostro lleno de heridas. En la silla, un hombre que intentaba mostrar fortaleza a pesar de estar a punto de derrumbarse se levantó para recibirle:

– Gracias a Dios, Padre. No creo que superemos este ataque –dijo entre susurros cogiéndole las manos con avidez–. Como le conté por teléfono, somos una familia normal y feliz. Siempre juntos: servidor, mi Pepa y los niños. He tenido que mandar a los niños con mi hermana para que no la vean así.

Las plañideras confidencias del hombre se vieron bruscamente cortadas por los gritos de la mujer:

– ¡Centro do campo criativo! ¡Triplo pivote! ¡Albornouses, toalhas! ¡Você também pode pagar, escudos ou pesetas!

Mientras soltaba su deslavazado discurso, la yacente madre de familia expulsaba babas verdes por la boca y emitía ventosidades con evidente regocijo. El cura comprendió que el marido no exageraba un ápice cuando relató la desesperada situación unas horas antes. No exageraba cuando contó cómo de un día para otro y sin previo aviso su Pepa impuso la obligación de llamarla Yosefina, “Pero que suene a Shosefina”, decía siempre ella. No exageraba tampoco cuando contó el episodio con una vecina a la que introdujo el dedo en el ojo por no sé qué trifulca sobre horarios de bajadas de basura. No exageraba lo más mínimo cuando aclaraba que su mujer había adquirido don de lenguas, ella que hablaba castellano mal y balbuceaba el panocho huertano, ahora se expresaba en varios idiomas vernáculos con maneras de traductora. No exageraba aún cuando exponía preocupado el cambio de comportamiento de su hijo Pepito, que pasó tras la metamorfosis de su madre de ser un niño apocado a pisar manos y repartir coces muleras entre los retoños del parque donde jugaba. No exageraba en ningún caso. Aunque pudiera parecer mentira.



El sacerdote se sentó en el borde de la cama sin mostrar reparo mientras la enferma giraba la cabeza como para rematar un centro desde línea de fondo, eso sí, marcando los tres tiempos del remate, que el estar postrado no es óbice para cabecear de mala manera y continuaba blasfemando con aquella voz que parecía no pertenecerle:

– ¡Bacalhau da frontera! ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Gostaria mais defesas! ¿Por qué? ¡É a culpa de o calvo da estreita ligação! ¡Mateu Lahoz é a melhor!

El Padre abrió con parsimonia el maletín que le acompañaba desde que había empezado a ejercer su ministerio. Besó la estola y depositó sobre la mesa un libro de tapas negras y una imagen plastificada.

– ¿Hay esperanza? ¿Puede hacer algo por ella, padre?

– Tenemos que depositar todas nuestras esperanzas en este tratado de fútbol pinturero forrado en piel noble escrito por un antiguo utillero de la Naranja Mecánica y en esta foto de Don Luis Aragonés, adalid del tiquitaca, hijo. Si encomendándonos a ellos no es posible, veo difícil solución.

– Entonces… ¿es una posesión, padre?

– Hijo mío, el espíritu que está dentro de tu mujer desprecia la posesión. Es una presencia más dada al patadón y al cerrojazo…–aclaró lapidariamente el cura mientras seguían rasgando la noche los aterradores alaridos…

– ¡Pepe é bom! ¿Por qué? ¡Eu prefiro a Cristiano que Messi! ¡Bacalhau grelhados! ¡Vitoria Setúbal! ¡Maniche y Costinha!...

lunes, 23 de enero de 2012

La idea

Enero de 1985

– O sea, que cree usted que debo habilitar una línea ilimitada de presupuesto para desarrollar su idea –dijo en tono irónico el presidente de la empresa tecnológica tras oír con paciencia lo que le había expuesto su empleado.

– Eso es lo que le he venido a pedir, señor. Si trabajamos con recursos suficientes, creo que podremos obtener resultados en un plazo, digamos de dos años.

– Pero vamos a ver criatura, ¿quién narices va a querer comprar una red que se expanda por todo el mundo para poder conectar millones de terminales y acceder a todo tipo de informaciones a tiempo real? ¿No se da cuenta de que nadie pagará por ello? –cortó muy convencido uno de los accionistas mayoritarios de la compañía.

– Y no solo información –continúo el insistente emprendedor –, también se podrá compartir música, ver cine en casa y hasta poder chatear con jóvenes casaderos de otros hemisferios buscando amistad o lo que surja, pero preferiblemente lo que surja. Imagínense a uno de Puertollano paseando de la mano de una indonesia que ha conocido gracias a nuestro invento, esta va a revolucionar las relaciones personales en ciudades y pueblos a partes iguales.

– Sí, y vamos nosotros y nos creemos que el público dejará de ir al cine para verlo en su casa ¡Despierte, alma de Dios! ¿Sabe lo que ha recaudado la última entrega de Indiana Jones? ¿Sabe los discos que lleva vendidos Springsteen de su último LP? ¿Sabe usted quien podría estar tan desesperado para echarse un ligue cibernético en los tiempos de liberación genitourinaria que corren? –dijo el presidente levantándose de su cómodo asiento y apretando los puños con crispación –. Vuelva a su sitio y siga trabajando en la nueva generación de videos beta. Ese es el futuro, eso es lo que nos va a hacer ganar paladas de dinero, hombre.

El idealista empleado salió del despacho con las orejas gachas y se dirigió a su cubículo arrastrando los pies. Lo último que oyó tras la cristalera del despacho fue la voz del consejero apostillando: “¿Cómo dice que lo iba a llamar? ¿Intenet? De verdad es que este tío es gilipollas de remate…”

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Anoeta se presentaba como una dura prueba para este nuevo Atleti hecho a la medida de su creador. Se trataba de un campo hostil en el que plasmar sobre el terreno el nuevo modelo, la nueva idea. Si algo ha conseguido el Cholo en sus pocos días al frente del equipo es grabar su idea a fuego en las mentes de los jugadores. Se la han comprado sin excepciones. Creen en ella a pies juntillas y sin ninguna cortapisa. Fruto de esa creencia ciega y del compromiso que trae sujeto de la mano, el Atleti se llevó los tres puntos de San Sebastián casi sin sufrimiento. Una victoria importante para un equipo que crece a pasos agigantados desde el sacrificio, desde la fe absoluta en lo que propone aquel número catorce que ha migrado a entrenador de corbata estrecha. Desde el integrismo de unos jugadores convertidos en feligreses de la religión cholista que pretenden convertirnos en creyentes de comunión semanal con este estilo. 
  
Habrá que dejar claro que, al igual que en el anterior envite ante el equipo gres cerámico, no se puede concluir en qué medida contribuye a la holgada victoria el contrario. La Real que se encontró el Atleti contrapuso como único argumento para hacer frente a los nuestros la petición de manos: la grada pedía manos en casi todas las jugadas al borde del área, los jugadores pedían manos en todos los lances en los que el balón rebotaba en un atlético y hasta la parroquia arracimada frente a una pantalla plana de una taberna del casco viejo donostiarra pedía raciones de manitas de cerdo sin pensar en ulteriores digestiones pesadas. Aún así, bienvenidos sean estos nuevos tiempos en los que las dudas las crean los contrarios, por supuesto.

Una vez admitida la sustancial mejora, se podrían abrir debates colaterales de cara a manejar alternativas y mejoras al modelo: se podría perorar sobre hasta dónde podría multiplicar sus prestaciones el equipo con unos mediocentros de más calado y menos trote; se podría pensar en medir la falta de oxígeno con el que acaban en algunas jugadas Arda y Diego debido al generoso esfuerzo defensivo y si ese déficit puede nublarles el juicio en las zonas dónde más daño deben hacer; se podría pedir a la señora de Juanfran referencias de si ha notado algo raro en su marido en las últimas semanas, dado que casi no reconocemos a este nuevo lateral con aires cariocas, cariocas de Brasil, no de rotulador; se podría realizar colecta pública para comprarle a Courtois una consola portátil para que se entretuviera en los largos tiempos muertos en los que el cuero no ronda sus dominios; se podría preguntar a Godín qué ha pasado todo este tiempo, qué ha cambiado para que ahora vuelva a ser el que fue. Benditos debates por el hecho de ser accesorios.

Queda un regusto de idea a pulir, a cuidar, a mimar como propia. Los hay que opinan que la idea es fea y debo mostrarme en desacuerdo, lo que es feo es salir a cualquier campo a que te pinten la cara mientras deambulas sin la dignidad que otorga nuestro escudo. Debatamos sobre la idea. Busquemos pros y contras sobre ella. Intentemos colocarla en aquel rincón para ver si le da más la luz pero guardémosla como oro en paño. Venimos de travesías por el desierto de los dibujos que se parten, de las autogestiones, de las líneas defensivas que se adelantan en un guiño al suicidio, de las grisáceas tácticas jiennenses y hasta de los sistemas basados en las sensaciones. Ahora tenemos algo más. Algo reconocible. Algo nuestro. Una idea. 

jueves, 19 de enero de 2012

Genios y figuras

– Goyo, vamos, que se nos hace tarde… –llamó de nuevo Gregorio, el padre, intentando no acumular más retraso del acostumbrado de camino al colegio.

Goyo colocaba extasiado en perfecta alineación la numerosa colección de figuras. Todas con torsos pintados de rojo y blanco, todas con el pantalón azul, como debe ser. Descansaban sobre esas peanas que fracasaban en el intento de apegar al terreno escorzos imposibles y remates acrobáticos. Gregorio se detuvo un momento en el quicio de la puerta del dormitorio viendo cómo su hijo volvía a pasar revista a su ejército de leyendas rojiblancas, su pasatiempo favorito. Miraba lleno de orgullo al comprobar que el pequeño, que tanto se parecía a él, había heredado su misma pasión. Esa pasión que le llevó a iniciar la colección hace ya demasiados años. Revivió la antigua liturgia, el olor del plomo fundido y la avidez con la que invadía los moldes, el mimo al limpiar los pinceles, la sequedad que provocaba el aguarrás en sus manos...Continuó durante muchos años alimentando esa afición que le hurtaba horas y vista, dejándola solo de lado, aparcada por la falta de tiempo, cuando su familia se multiplicó. Su hijo Goyo creció, empezó a juguetear con ellas, las hacía bailar alrededor de un garbanzo con hechuras de balón, aprendió los nombres de los representados, retuvo lo que significaron en la historia de su equipo, revivió los partidos tantas veces contados por sus mayores, organizó sus propios concursos de lanzamientos de golpe franco en los que las figuras de Luis, de Pantic, de Dirceu, maltrataban las escuadras de unas porterías con redes de malla de patatas, desplegaba sus recursos a la manera de Antic, a la de Ivic o incluso a la de García Traid, imaginaba los gritos de Arteche y Pereira pidiendo avances de sus laterales, galopaba por las bandas de una alfombra gastada de la mano de Futre o de Leivinha, se zafaba del marcaje de los deberes del colegio para dibujar remates de cabeza de Gárate o de un niño pecoso de Fuenlabrada, dejó junto a esos trozos de plomo pintado tardes enteras, les hablaba y les deseaba las buenas noches y hasta le pareció que alguna vez Leal respondió a su despedida nocturna levantando levemente la mano vendada.




Hace un par de años Gregorio y Goyo modelaron sus últimas figuras llevados por la euforia. No utilizaron el plomo como materia prima, lo sustituyeron por un menos contaminante poliéster resinoso. Evidentemente, las figuras perdieron peso, pero no solo masa real y medible, perdieron el peso de tener toda una historia atrás. Las figuras actuales son más quebradizas, más frágiles. Muchas de esas últimas figuras están apartadas de las demás, en un cajón del que ya casi no salen. La mayoría de ellas resisten mucho peor el paso del tiempo que sus congéneres de recio plomo a pesar de las tremendas diferencias en la fecha de fabricación. Seguramente, en menos tiempo del que pensamos, nadie se acordará de ellas. Dentro de unos años, demasiados probablemente, alegrías puntuales harán que un anciano Gregorio y hijo Goyo tengan la tentación de retomar el antiguo hobby de crear con sus manos esas nuevas figuras. Al final desistirán, se impondrán a sí mismos la falsa creencia de que no van a hacer más por falta de tiempo o por cortedad de vista, pero no será por eso. No lo harán por no sentir como suyas esas figuras más ecológicamente ligeras, por no saber si ése que tal vez la merecería pertenece al Atleti en su totalidad o en un tanto por ciento despreciable, por no conocer cuánto tiempo se quedará a nuestro lado, por la pérdida de peso, en suma, de los candidatos a ser inmortalizados. La colección seguirá constando de los mismos elementos. No se sumará ninguno más. Y ambos dos seguirán mirando cómo el pequeño Goyito, la tercera generación, empezará a escenificar sobre una manta convertida en improvisado campo de fútbol una gran parada de Reina a disparo de un zancudo jugador con las medias bajadas que no puede ser otro que Rubén Cano. 

lunes, 16 de enero de 2012

La segunda cita

La segunda cita es la mejor. Ya sé que la primera está sobrevalorada socialmente. Ya sé que muchos recuerdan ese primer asalto con añoranza, sin rememorar el ridículo clavel rojo en la solapa para poder ser reconocido, sin acordarse de los tacones que dejaron ampollas, de los pantalones de tergal que provocaron picores. Nadie se acuerda de las inseguridades, de esos cafés que se beben ardiendo para acortar tiempos ni de los que se enfrían de tanto removerlos. Casi ninguno guarda en su memoria los funcionariales lugares comunes, los torpes momentos de tanteo en los que se engrandece el trabajo propio, se disfrazan de apasionantes las tediosas aficiones y se multiplican con velocidad de panes y peces las estrellas de aquel hostal en segunda línea de playa en el que se veranea. La segunda es otra cosa. En la segunda cita se pisan terrenos a los que el éxito de la repetición otorga mucha más firmeza. Se aposentan las tan cacareadas mariposas estomacales. Las verdades y a lo mejor los cuerpos se muestran más desnudos. Los minutos se empiezan a abrigar con familiaridad. Se elige el segundo plato con la tripa en vez de con la cabeza. Todo eso conlleva una segunda cita, sí. Pero también algo más. La necesidad de arriesgarse. La obligación de mostrar algo adicional, algo de encanto que asegure ulteriores encuentros. Ese segundo capítulo debería traer aparejado una mayor exigencia. Así debería ser.

El Calderón se desperezó temprano para servir de escenario a la segunda cita con el Atleti de Simeone. Una cita a la que muchos acudían rendidos de antemano por el aroma de los recuerdos que ofrece el Cholo. A esos recuerdos de otros tiempos vino a sumarse los que trajo Molina como entrenador del equipo contrario. Flotaba en el ambiente la sensación de que la primera cita no fue como se esperaba sin dejar de admitir que al veredicto se le pegaban como lapas demasiados atenuantes: el poco tiempo de trabajo, las urgencias, el fantasma de batacazos pretéritos. Para esta segunda cita se debería pedir algo más. Como debe de ser.

Propone Simeone un equipo musculoso. Un conjunto que no se pierde en preámbulos. Un amante directo pero eficaz. Acabaron los tiempos de la sensibilidad almibarada con fachada de cartón piedra. Llegan los tiempos de un grupo de jugadores que parecen haber comprado la idea del Cholo y la han hecho suya. Llegan días en los que los nuestros quedan victoriosos en cada choque y cada balón dividido. Llegan momentos de solidaridad y de jalear con regocijo la presión y los escorzos a ras de hierba destinados a robar balones al contrario. Tiempos que llegan y que no debieron irse nunca de las orillas del Manzanares. O así debería haber sido.

Cholo ha conseguido en dos sesiones de terapia convencer a un equipo sin alma de que sí la tienen, muy escondida por las capas de mediocre pintura de la anterior etapa, pero ahí está. Solo había que rascar un poco para sacarla. No era tanto una cuestión de pizarras, sistemas y pivotes, era un problema mental. Y de eso, Simeone sabe un rato. De encender a las masas, de lanzar soflamas que enderezan espaldas cheposas y animan a echar a andar. Cuando pase el efecto inicial, esa idealización de los primeros encuentros, esa pasión inicial, habrá que evaluar si detrás de ese disparo de adrenalina expendida en el vestuario queda algo más. Habrá que ver si queda un equipo que se maneja como tal. Como siempre debería haber sido.

Simeone, chico listo, parece saber rectificar y dio entrada en el elenco titular a Adrián y Arda, jugadores damnificados en la primera cita no quedando claro si fue por fríos o por ser estrechos de pecho. Ayer quedó claro que un club en el que la calidad huye hacia otros pastos con sus correspondientes comisiones por medio, éstos dos deben jugar casi siempre. Ambos, junto a Falcao en el remate y, sobre todo, Diego, conforman nuestra nómina de artistas. Unos artistas que deben juntarse para que pasen cosas diferentes, no esperadas. Admitiendo que los solistas hicieron un partido notable, ayer fue un partido para destacar a los menos dados a la lírica. De justicia es reivindicar a la segunda línea del equipo, a los secundarios. Esos a los que tanto hemos puesto en duda. Ese Tiago que parece resucitado tras haber atravesado un desierto de forma física en la temporada pasada y el inicio de esta. Ese Juanfran que derrocha voluntad y esfuerzo y al que sigue faltando pausa y saber medir. Ese Gabi que parece crecer y abarcar más campo en este régimen lleno de testosterona recién instaurado. Ese Filipe que parece más seguro y hasta un poco más alto. Ese Miranda que ayer se anticipó a cada tímida intentona atacante de su par. Esa clase media es la que parece haber dado un paso al frente. Como debe de ser.



Tras el partido de ayer, queda un regusto a equipo aguerrido. A equipo que embestiría contra las lanzas del enemigo si su recién llegado general así lo ordenara. Queda un equipo directo. Un compañero de fatigas que no dejará una poesía sobre la almohada, ni un beso perfilado con lápiz de labios en el espejo. Nunca sorprenderá llevando a su partenaire a pasar el fin de semana a París con lo puesto, pero tampoco parece nos vaya a dar sofocos en forma de partidos vergonzantes en los que el oso del escudo se esconde detrás del madroño para no tener que ver la burda exhibición de nada. El Cholo se ha ganado una tercera, una cuarta y algunas citas más. Habrá que sondearle con mayor profundidad fuera del ambiente de ese campo entregado a su causa y con rivales no sumidos en estados depresivos, sí, pero de momento conquista a su manera. Desde una verticalidad algo ruda pero familiarmente reconocible. O al menos así debe de parecer ser. 

Todo lo positivo que trae apegada la llegada del nuevo mesías de la presión asfixiante deja una última reflexión preocupante: una vez más lo han conseguido. El recurrente escudo humano vuelve a tapar las vergüenzas que asoman por doquier. La utilización de un arma del calibre del Cholo ha vuelto a acallar voces y a echar tierra sobre el debilitamiento de la plantilla, las ventas regaladas, la elección por descarte del anterior entrenador y el haber tirado la Copa en una maniobra sin precedentes, la destitución diferida. Y eso si solo hablamos de los atropellos acaecidos en los últimos meses. Si confeccionáramos una lista de los desaires y apropiamientos sufridos en veinticinco años, no tendríamos papel suficiente ni talando una superficie apreciable del Amazonas. Insisto, lo han conseguido. Han vuelto a rizar rizos con la connivencia de la lacia memoria de un amplio sector de la masa. Y eso, nunca debiera ser así. 

miércoles, 11 de enero de 2012

De mudos que hablan por los codos

– Pues no parece tener nada fuera de lo común. Los resultados de las pruebas son perfectamente normales –dijo el médico mientras escribía uno de esos informes que solo galenos, boticarios y algún arqueólogo cuya tesis doctoral versó sobre la piedra de Rosetta pueden descifrar.

– ¿Seguro doctor? No sabe usted en qué estado de azar vivimos desde que se manifestaron los primeros síntomas…Ya ve, él que siempre ha sido muy desenvuelto y muy de chanza…Tendría usted que ver qué chistes cuenta cuando nos reunimos toda la familia, algo subidos de tono, ya me entiende…Pero a pesar de ser chistes verdes, los cuenta con tal gracejo que incluso a mi tía la soltera, la que se estuvo escribiendo tantos años con una capitán de regulares acuartelado en Ceuta que resultó ser casado, con nueve hijos y propietario de un rebaño de ovejas autóctonas del Rif, una vez, de tanta risa como le dio, se le volvió la dentadura postiza del revés y hubo que reanimarla de manera bastante agresiva…Con patadas en el esternón y todo por parte de mi cuñado el de Ponferrada, que no sé yo dónde empezaba la reanimación y dónde el cobrarse la deuda pendiente por haber opinado de él que tenía facha de salteador de caminos desde el mismo día en que se lo echó en la cara.

– Pues insisto. Todo es normal: el escáner cerebral, la tensión de las cuerdas vocales, la resonancia de la garganta y hasta la morfología y tonalidad de la lengua. Es de destacar incluso, el pelazo que tiene el paciente, que no tiene mucho que ver pero causa admiración. Pero no, no existe causa subyacente para su mudez.

– Hombre, doctor…Su diagnóstico me dejaría más tranquila si hablara siempre o no hablara nunca…Pero lo de ahora pasa de castaño a oscuro…Habla solo a veces, aunque sean muchas a veces…Y eso que anunció que no iba a hablar más…Fíjese que hasta le compré un pizarrín para que lo llevara colgado del cuello y así no ver mermada la fluida comunicación que mantenemos a pesar de su elección de acogerse al modo y manera de vida de un mudo…Y de repente, le oí hablar en la radio…Dos días después en la tele, en un programa deportivo de esos modernos en los que los presentadores lo mismo te hablan con desenfado de jugadas de estrategia para los saques de esquina que de lo difícil que es encontrar una mujer de su casa para los futbolistas de medio campo hacia delante…Me fui para él, no crea…Pero Enrique, ¿tú no eras mudo? Me dijo que era ver un micrófono y saber que no podía mantener la jornada continua de mudo…Y es que él siempre ha sido muy así…Es ver una alcachofa o una grabadora de cinta cassette y se pone a largar…Y con esa gracia que él siempre ha tenido…Que si los jugadores juegan donde quieren…Que si se va ese de ahí que parece infeliz por no cobrar vendrá uno igual o mejor que él…De hecho, si me pusiera usted en esa tesitura, le aseguraría que, desde que dijo que no iba a hablar nunca más, larga más que antes cuando esta mudez autoimpuesta no había aterrizado en nuestras vidas…Con decirle que hasta interviene en presentaciones de libros…



– Descartadas las causas físicas, debemos centrarnos en el apartado psicosomático –cortó el neurólogo bruscamente en un acceso de impaciencia–. ¿Stress en el trabajo? ¿Problemas familiares?

– ¡Uy, no! ¡Quite! Problemas familiares no pueden ser…A pesar de las rencillas que le referí antes a usted, somos una familia bastante bien avenida…Si acaso el mediano nos da algún disgustillo que otro…Ya sabe cómo son estos jóvenes…No es fácil lidiar con un adolescente de cuarenta y tres años y medio…Pero no, son cosillas sin importancia…Debe ser cosa de la presión laboral…Ya sabe que mi Enrique trabaja de cara al público ¿Se puede creer que una pandilla de desharrapados sin más oficio ni beneficio que montar alboroto disfrazados de abeja Maya están empeñados en que se vaya de su puesto? Cooperador le llaman…Claro, ¿cómo no va cooperar? Él siempre ha sido muy de ayudar a la gente…Como cuando ayudó a los herederos de Don Remigio, el que vivía en la entreplanta, a vaciar el piso de efectos personales y de muebles con un trapero amigo suyo que se quedó un porcentaje de los derechos de restauración de una cómoda Luis XIV que el vecino heredó de un tío abuelo comunista que tuvo que huir a Toulouse…Siempre cooperando, sí…Claro que si además se saca un pellizquito, mejor que mejor, que el mundo del séptimo arte anda de vacas flacas con tanta descarga directa…A descargar camiones directamente les ponía yo a esos…

– Al grano, señora. Vayamos a lo del trabajo…

– Pues ahora que usted lo menta, pudiera ser lo del trabajo…Es que su jefe es un poco malencarado…Un sieso de manual…Tendría que verle, con esa cara tan poco simétrica y proporcionada, con esa nariz de rumbo nornoroeste…Mi Enrique sufre en silencio pero yo creo que tiene miedo…No sé si será acoso laboral pero basta que diga que quiere a un entrenador pinturero para que el otro busque a un técnico posibilista…No gana para disgustos y por ello se escuda en ametrallar las ondas hertzianas a golpe de declaración, desde su inflexible postura de ser mudo, por supuesto, pero sin rehuir ninguna pregunta.

– Mire, yo no puedo hacer mucho más por ustedes. Tengo la sala de espera llena de pacientes y acumulo demora –puntualizó el especialista para no desairar a la concurrencia–. Yo creo que si habla cuando quiere es que no es mudo, pero…

– ¿Y no cree que para ser mudo habla demasiado?

– Pudiera ser, pudiera ser….

lunes, 9 de enero de 2012

El jersey


– Yo creo que me queda un poquito corto –dijo en voz bajita el yerno mirando cómo el jersey regalado apenas le cubría los codos.

– Pues hijo, es la talla más grande –añadió contrariada su suegra –. Mira que se lo dije a la dependienta, dame uno con las mangas extralargas que mi yerno está muy mal hecho. El año que viene no voy a regalarte nada. Te compras tú lo que veas, aunque sea de ese estilo tan tuyo y luego me decís qué os ha costado. ¡Qué pena, con lo bonito que es!...

Tirso bajó la mirada hacia el jersey sin querer detenerla demasiado. Sin querer comprometer a su retina más tiempo del necesario. Bonito, decía. De todo menos de bonito podría calificarse esa combinación de colores fruto de la errática mente de un diseñador recién diplomado en mal gusto. Se entretuvo pensando en que si los jerseys tuvieran título, como los cuadros, éste se llamaría “Hiroshima diez minutos después”.

– …ni mangas más largas ni tallas americanas. Menos mal que Tirsito no ha heredado la percha de su padre –continuaba la mamá política alzando por enésima vez a su nieto, que acusaba ya el mareo de tanto sube y baja en la montaña rusa de los brazos familiares.




Tras haber sobrevivido a otra navidad llena de celebraciones-trampa, de atragantamientos con uvas, de cuñados malencarados, de sopas de marisco con demasiado pimentón y de gordos repartidos entre mucha gente y toda muy trabajadora, nos sentamos enfrente del televisor el sábado por la noche vistiendo las prendas que Sus Majestades los Reyes de Oriente nos habían otorgado, para hacerlas a nuestro cuerpo, más que nada. Así, una legión de colchoneros a los que la nueva bufanda les provoca sarpullido y deben desabrocharse el primer botón del flamante pantalón de pana en tonos tostados para paliar los excesos propios de las fechas, se preparaban para retomar su vuelta a la rutina y a los lugares comunes tan poco comunes que trae de la mano este equipo nuestro.

Se presentaba el Atleti en Málaga sin haberse probado antes el jersey recién traído en las rebajas invernales. Un jersey llamado Simeone. Un jersey que, a pesar de no haber sido calibrado, parecía prometer abrigo de otros tiempos. No sabíamos si nos quedaría corto, si nos sentaría como un guante o si no nos pegaría con las camisas que tenemos en nuestro fondo de armario. Presentaba la prenda un agujero, el que ha dejado Reyes en una de las mangas. Dada su actitud, no creo que se nos escape el calor por ese orificio, pero su marcha deja dos reflexiones que deberían hacerse: una, lo mal que elegimos como afición a la hora de otorgar amores y fidelidades últimamente; otra, puestos a hacer regalos, rebajas y saldos, nuestra premiada directiva se antoja llena de maestría, será por ese mantra machacón y miserable que propugna que los jugadores juegan donde quieren sin preguntarse el por qué de que ya casi nadie quiera jugar aquí.

Salió el Cholo con Juanfran y Salvio en las mangas para intentar cubrir a base de balones desde la línea de fondo la hipotermia que sufre Falcao desde aquellos primeros partidos con vocación de espejismos que parecen tan lejanos. Salió Tiago de cinco. Salió Gabi como complemento de no se sabe qué, como de costumbre, y salió la defensa más titular posible a la espera de que Silvio confirme o no su condición de niño burbuja. Lo realmente novedoso es con lo que no salió. Ni con Adrián ni con Arda, los que hasta ahora mejor habían abrigado el maltrecho y tiritón torso rojiblanco, lo que deja flotando la sospecha de que los diferentes no están de moda en esta nueva manera de vestir.

– ¿Y a los Obama? ¿No los sacó?

– No, de momento no. Pero nunca se sabe.


Los primeros compases del partido dejaron sensación de destemplados, por conocidos y por prescindibles. Pronto se atisbó que el jersey buscado despreciaría lanas vírgenes o cachemires, sutilezas y tactos suaves. Busca Simeone calentarse a base de tejido áspero, rudo. Busca el resultado por encima del diseño y la elaboración. Busca más echarse a los hombros la piel de la oveja recién esquilada que adquirir el producto en la sección de caballeros de un gran almacén. Busca el compromiso, la intensidad y el picor de la lana salvaje, conceptos estos que ha repetido desde su llegada sin que nadie apostille que se trata de mínimos exigibles, no de señas de identidad.


Para no pecar de pesimista, se vieron algunas cosas. Complementos probablemente. Tal vez asuntos menores dentro del diseño global. Pero se vieron. Una defensa más firme en la que destacó Godín, un Tiago menos superado físicamente y un portero que sigue salvando puntos para mayor gloria del equipo de un barrio elegante de Londres. Nos queda también el haber igualado en la primera prueba de vestuario el bagaje de puntos conseguidos fuera de casa en la presente temporada, lo que habla dramáticamente del anterior ocupante del banquillo. Nos queda poco, la verdad. O mucho si lo comparan ustedes con de dónde veníamos.


Deberemos dar tiempo al tiempo. Rescatar paciencias perezosas para ver cómo el jersey va amoldándose a nuestra anatomía a medida que se va dando de sí tras los lavados de cada fin de semana. Aún así, muchos seguimos pensando que el jersey, sea gris y triste como el que vestíamos o sea duro pero caliente como el que nos ofrece el Cholo, no se basta para tapar un cuerpo mal hecho. Un cuerpo desigual, en el que el talento no sobra. Un cuerpo del que nos dijeron a principios de temporada que era saleroso y lleno de matices y que se ha revelado como escuchimizado y cargado de hombros. Mejor plantilla, nos dijeron ¡Qué cosas hay que oír! Nos pondremos el jersey con el afán de no despreciarlo como regalo destinado a tapar bocas. Al levantarnos de nuestro asiento en el Calderón, notaremos que nos deja los riñones al aire haciendo gala de su cortedad. No por ello debemos dejar de levantarnos. Aunque la falta de tejido prometa lumbalgias futuras. Hay que seguir de pie para hacer saber a los que lo maltratan que este no es el cuerpo que queremos. Y que no hay jersey que pueda tapar eso. 

martes, 3 de enero de 2012

Tiempo de Reyes

Con un nuevo año triunfante,
se ve venir a los Magos.
Esos Reyes algo vagos,
aunque suene redundante.
No parezca malsonante.
Solo una noche completa,
no es sudar la camiseta.
Ser flojo es, y bastante.

Unos Reyes que se vienen
y otro que se quiere ir.
Lo acaba el tío de decir.
Ni aunque quieran lo retienen.
“¡Yo me voy, ya llueva o truene!”,
dice el pensador de Utrera.
“Esto ya no es lo que era”,
con indignación sostiene.

Empezó la temporada,
viendo con preocupación,
que nos dejaba carbón,
o lo que es lo mismo, nada.
Se preguntaba la grada
qué le pasaba al muchacho.
Nunca logró el populacho
dar con respuesta aceptada.

“Si se queda es a sumar”,
dijo el Cholo aterrizado,
pobrecito, equivocado,
de lo que había de encontrar.
De sumar o de restar,
de cualquier operación
nunca supo el muy melón.
No destaca en el pensar.

Y es que nunca fue muy zorro,
el amigo “Ozantonio”.
y ha engordado patrimonio,
pasándonos por el forro.
Ahora opina que es engorro,
quedarse aquí, y lo respalda,
en nostalgia de Giralda.
No lo hubo más ceporro.

Tal vez su no laborar,
se justifique en la pena.
Más yo pienso que es ajena,
la causa de su llorar.
Si me piden aportar,
no diría yo añoranza.
El fin de la adivinanza,
nos hace a otro mirar.



Diría que falta vigor,
que no encuentra la alegría,
desde aquel bendito día,
que marchó su valedor.
Su más firme defensor,
sin él se encuentra muy triste,
sin él, el que calza y viste
ese jersey constrictor.

Sin darle tantos galones,
sin Flores que haya en el banco
parece que fuera manco,
no acaba las conducciones.
Las más de las ocasiones, 
terminan en cuerpo a tierra,
con Reyes solo, a su guerra,
y con varios lamparones.

Su historia con la afición,
de amores y desamores,
de malos y de peores,
con tintes de culebrón,
termina con división.
Los que le hayan alentado,
ahí llevan su negociado,
no me causa turbación.

Se va con la risa puesta.
Se va tras haber fingido,
fiebre y hasta sarpullido,
de manera deshonesta.
Si ustedes hacen encuesta,
los hay que quedan contritos,
y dedican pucheritos
a sus feos por respuesta.

Nos deja en fútil herencia,
su lance más celebrado,
el de esperar al driblado
en absurda reincidencia.
Tuvimos mucha paciencia,
con él, con su pierna izquierda,
y en no mandarle a la mierda, 
si permiten la licencia.

Adios Reyes, corazón.
Los Reyes nos proveerán.
Y a falta de tortas, pan,
nos traerán en el zurrón.
Tu presencia era carbón,
ve y que te aguante Del Nido.
Gracias por haber venido,
y hasta nunca, so….carbón