Los
preparativos habían finalizado y todo el mundo estaba en su sitio: el director
de fotografía había iluminado la escena con mimo, los de diseño de producción habían
conseguido que el césped pareciera una alfombra perfecta en la que no
sobresalía ninguna brizna rebelde. Todos los actores maquillados, los cuarenta
y pico mil extras expectantes, ansiosos por el comienzo de la sesión. Fue
entonces, justo cuando la calculada coreografía previa llegó al punto razonable
de perfección, cuando el fornido ayudante de dirección que llevaba colgado un
cronómetro al cuello consultó por última vez sus apuntes, esos que siempre
llevaba encima, y se acercó a la silla del director para decir que todo estaba
listo. El director, siempre vestido de negro riguroso, le escuchó y se apoyó en
el respaldo sobre el que se podía leer Cholo Simeone un segundo antes de decir:
“¡Silencio señores!, ¡Cámaras!, ¡Acción!”
El chico de
la claqueta, sustituida esta vez por un silbato, dio por iniciado el rodaje y
la primera secuencia se desarrolló con una rapidez cegadora. Plano largo de un
equipo que saca de centro, ataque furibundo al estilo batalla de Braveheart,
varias escaramuzas en las que el resultado sonríe a los de rojo y blanco y
balón cruzado, dañino, para que llegue el nuevo héroe, el áctor por el que
suspiran jovencitas en edad de merecer y algún señor con bigote. Su primera
película desde el inicio, su primera titularidad y a los trece segundos el guión
le ofrece la posibilidad de abrirse un hueco en la historia. Tras el arrollador
inicio, sin duda un guiño del director a los que llegan pronto al cine y se
chupan todos los trailers, aunque sean de sesudas películas españolas, se
presentan los personajes en diferentes escenas que llegaran más o menos hasta
el minuto cuarenta y cinco de metraje. Los malos de la película no son malos
realmente, se convierten en espectadores de excepción de la trama, están ellos con
sus trajes verdes y blancos como podrían estar cualesquiera otros, el nudo de
la historia, de ésta y de muchas más de las que se ruedan esta temporada, se
filma en rojo y en blanco, y si es con pantalones azules mejor.
Guardaba el
argumento del filme alguna sorpresa más para la segunda parte. Aquel actor del
que se empezaba a dudar, ese que leyó el libreto en verano y decidió sumarse a
la producción trayendo consigo unas maletas cargadas con la gloria de su
extensa filmografía, demostró que le quedan papeles que interpretar para rato. Bordó
primero un plano rebosante de hambre, de ansia por acallar a los que dudaban.
No podría haber acabado la escena de mejor manera, brillantes estuvieron todos
desde el inicio y fue él quien se lanzó sin especialista de por medio a
finalizar el trabajo coral cruzando un balón con la testa. Saciada el hambre
del artista, su segundo encuentro con el gol tuvo más de sangre fría, de plano
con matices y gestos que estalló en un remate con el alma. Suyo fue también el
pase que habilitó al actor de moda, ese por el que se pelean usando formas más
que discutibles la cinematografía brasileña y la autóctona de aquí. Terminó la
escena como suelen terminar todas las que toca últimamente nuestro galán con
cara de pocos amigos, en la red, claro.
El
desenlace tuvo algo de poético, algo de círculo que se cierra. Completó la
cuenta el actor veterano, el secundario de lujo, el que se deja el alma y la
piel en cada escena. Fue como un no crean que he dicho mi última palabra, no se queden solo con el inicio de la trama, con esa precocidad insultante con la que el ilusionante nuevo actor
se presentó en la película, me queda cuerda para rato y juntos podemos convivir
en futuros rodajes porque, a pesar de que mi papel sea menos proclive al
lucimiento, la producción se cae sin mí. Razón tiene.
No sé si
les pasa a ustedes también, pero a servidor muchas veces le parece que el
partido del Atleti está guionizado en la cabeza de Simeone y se desarrolla
exactamente como él lo ha visualizado antes, cuando se sentó frente a una
máquina Olivetti para plasmar en el libreto del encuentro sus ideas. Ni el más celebrado
escritor de finales felices pudiera pensar en que la perla que debuta en el
once inicial abra el marcador a los trece segundos, que se redima la estrella a
la que se suponía casi extinguida, que tenga su plano el actor de Lagarto y que
cierre la cuenta el gran capitán. Nueva muestra de cine de autor. Nuevo estreno
con gran éxito de público y de la crítica que realmente sabe de esto, no esa
crítica que solo entiende de superproducciones con más promoción que argumento,
pastiches por los que asoman actores de morrito atusado que cobran cheques
llenos de ceros por interpretar un guión chusco que acaba justificando su
mediocridad en base a lo que decide el señor de la claqueta o del silbato, lo
mismo da. Nueva muestra de genialidad de este director de actores. Es tan
abrumadora la sensación que le queda a uno cuando se queda pegado a la butaca
mientras desfilan por la pantalla los títulos de crédito de lo que acaba de ver
que casi olvida benévolamente a los productores. Esos productores que tienden
más a llevárselo muerto que a darle al director todo lo que pida visto lo visto.
Pese a ello, les recomiendo que hagan acopio de palomitas y se sienten cómodamente
para el siguiente estreno que se producirá en unos días. No les defraudará…