lunes, 28 de octubre de 2013

Silencio, se rueda...

Los preparativos habían finalizado y todo el mundo estaba en su sitio: el director de fotografía había iluminado la escena con mimo, los de diseño de producción habían conseguido que el césped pareciera una alfombra perfecta en la que no sobresalía ninguna brizna rebelde. Todos los actores maquillados, los cuarenta y pico mil extras expectantes, ansiosos por el comienzo de la sesión. Fue entonces, justo cuando la calculada coreografía previa llegó al punto razonable de perfección, cuando el fornido ayudante de dirección que llevaba colgado un cronómetro al cuello consultó por última vez sus apuntes, esos que siempre llevaba encima, y se acercó a la silla del director para decir que todo estaba listo. El director, siempre vestido de negro riguroso, le escuchó y se apoyó en el respaldo sobre el que se podía leer Cholo Simeone un segundo antes de decir: “¡Silencio señores!, ¡Cámaras!, ¡Acción!”

El chico de la claqueta, sustituida esta vez por un silbato, dio por iniciado el rodaje y la primera secuencia se desarrolló con una rapidez cegadora. Plano largo de un equipo que saca de centro, ataque furibundo al estilo batalla de Braveheart, varias escaramuzas en las que el resultado sonríe a los de rojo y blanco y balón cruzado, dañino, para que llegue el nuevo héroe, el áctor por el que suspiran jovencitas en edad de merecer y algún señor con bigote. Su primera película desde el inicio, su primera titularidad y a los trece segundos el guión le ofrece la posibilidad de abrirse un hueco en la historia. Tras el arrollador inicio, sin duda un guiño del director a los que llegan pronto al cine y se chupan todos los trailers, aunque sean de sesudas películas españolas, se presentan los personajes en diferentes escenas que llegaran más o menos hasta el minuto cuarenta y cinco de metraje. Los malos de la película no son malos realmente, se convierten en espectadores de excepción de la trama, están ellos con sus trajes verdes y blancos como podrían estar cualesquiera otros, el nudo de la historia, de ésta y de muchas más de las que se ruedan esta temporada, se filma en rojo y en blanco, y si es con pantalones azules mejor.

Guardaba el argumento del filme alguna sorpresa más para la segunda parte. Aquel actor del que se empezaba a dudar, ese que leyó el libreto en verano y decidió sumarse a la producción trayendo consigo unas maletas cargadas con la gloria de su extensa filmografía, demostró que le quedan papeles que interpretar para rato. Bordó primero un plano rebosante de hambre, de ansia por acallar a los que dudaban. No podría haber acabado la escena de mejor manera, brillantes estuvieron todos desde el inicio y fue él quien se lanzó sin especialista de por medio a finalizar el trabajo coral cruzando un balón con la testa. Saciada el hambre del artista, su segundo encuentro con el gol tuvo más de sangre fría, de plano con matices y gestos que estalló en un remate con el alma. Suyo fue también el pase que habilitó al actor de moda, ese por el que se pelean usando formas más que discutibles la cinematografía brasileña y la autóctona de aquí. Terminó la escena como suelen terminar todas las que toca últimamente nuestro galán con cara de pocos amigos, en la red, claro.



El desenlace tuvo algo de poético, algo de círculo que se cierra. Completó la cuenta el actor veterano, el secundario de lujo, el que se deja el alma y la piel en cada escena. Fue como un no crean que he dicho mi última palabra, no se queden solo con el inicio de la trama, con esa precocidad insultante con la que el ilusionante nuevo actor se presentó en la película, me queda cuerda para rato y juntos podemos convivir en futuros rodajes porque, a pesar de que mi papel sea menos proclive al lucimiento, la producción se cae sin mí. Razón tiene.


No sé si les pasa a ustedes también, pero a servidor muchas veces le parece que el partido del Atleti está guionizado en la cabeza de Simeone y se desarrolla exactamente como él lo ha visualizado antes, cuando se sentó frente a una máquina Olivetti para plasmar en el libreto del encuentro sus ideas. Ni el más celebrado escritor de finales felices pudiera pensar en que la perla que debuta en el once inicial abra el marcador a los trece segundos, que se redima la estrella a la que se suponía casi extinguida, que tenga su plano el actor de Lagarto y que cierre la cuenta el gran capitán. Nueva muestra de cine de autor. Nuevo estreno con gran éxito de público y de la crítica que realmente sabe de esto, no esa crítica que solo entiende de superproducciones con más promoción que argumento, pastiches por los que asoman actores de morrito atusado que cobran cheques llenos de ceros por interpretar un guión chusco que acaba justificando su mediocridad en base a lo que decide el señor de la claqueta o del silbato, lo mismo da. Nueva muestra de genialidad de este director de actores. Es tan abrumadora la sensación que le queda a uno cuando se queda pegado a la butaca mientras desfilan por la pantalla los títulos de crédito de lo que acaba de ver que casi olvida benévolamente a los productores. Esos productores que tienden más a llevárselo muerto que a darle al director todo lo que pida visto lo visto. Pese a ello, les recomiendo que hagan acopio de palomitas y se sienten cómodamente para el siguiente estreno que se producirá en unos días. No les defraudará…

miércoles, 23 de octubre de 2013

Depresiones y tristezas a la austrohúngara

Nada más tomar tierra en Viena el avión que transportaba a la expedición rojiblanca, los empleados del aeropuerto se dieron cuenta de que había algo raro en los recién llegados. Era cierto que todos los integrantes bajaban por la escalerilla ordenadamente con sus elegantes uniformes, pero se les notaba tristes, deprimidos, y eso es algo que no escapa a un austriaco por muy cargador de maletas que sea porque deben saber ustedes que los habitantes del país centroeuropeo son muy aficionados al psicoanálisis desde tiempos de Freud y a la tarta Sacher desde tiempos de Sissi Emperatriz, que todo sea dicho era una señora mucho más gorda de lo que nos enseñaron en las películas.


No crean que el estado depresivo se circunscribía solamente a los jugadores, técnicos y palmeros varios que viajaron a la ciudad vienesa, nada de eso. Cientos y aún diría miles de aficionados atléticos anduvieron a lo largo de todo el día como sin gracia, desganados, en un estado de astenia producida por la depresión que provoca el equipo en ellos. La mayoría de ellos anunciaron cuando la noche extendía su manto y se acercaba la hora del encuentro que no iban a cenar de lo desanimados que estaban y que como mucho se tomarían una leche con colacao antes de irse a la cama por el qué dirán. Muchos incluso, prefirieron no ver el partido por la tele por lo tristísimos que seguro que se iban a poner al verlo y cambiaron de cadena para ver al equipo transmesetario y la vez europeísta, que ese sí que es un equipo que da gusto ver y que alegra el alma con sus circulaciones de balón tan parecidas a las del balonmano antes de pitar pasivo. Para los que ayer el ánimo no les daba para fútbol, hoy les reserva el destino otro partido de los que llena de júbilo y gozo al espectador, nada más y nada menos que el mejor equipo de la galaxia y el universo conocido, ese en el que juega un jugador con peinado relamido que se quita la camiseta en cuanto tiene oportunidad sacando a relucir la corista que lleva dentro. Si a pesar de todo la moral sigue flaqueando, deben saber ustedes que no es de recibo hacer planes para el fin de semana, que los dos equipos que compiten con el único objetivo de poner el corazón contento y lleno de alegría a la totalidad de la humanidad se miden en irrepetible lid el sábado a la hora de sacar a los niños al parque, en lo que ya ha sido bautizado por los medios como el trigésimo octavo partido de lo que va de siglo. ¡Ay!, (suspiro profundo, casi lánguido) y nosotros con esta tristeza y este mal fario encima…


Esperaba el Atleti en el túnel de vestuarios del estadio vienés empapado de esa decadencia tan austrohúngara que se respira en la ciudad y salió detrás Simeone de negro, como es costumbre y como merecía la ocasión de tan negras como pintan las cosas para la causa. Puso El Cholo en liza a un equipo con algunos cambios, sin duda destinados a paliar la depresión reinante. Jugó Darth Vader de titular y mostró sangre fría y hasta buen trato al balón en algunos lances, lo que solo puede ser interpretado desde el hecho de que no se debe enterar mucho de lo que pasa por cuestiones idiomáticas y la depresión no ha calado en él de la misma forma que en los demás. Jugó también Raúl García acompañando al compungido Diego Costa como segunda punta, algo sobre lo que Villa y Adrián, la conexión sidrera del equipo, debería reflexionar y jugó Tiago, que ya casi es más titular que Mario Suárez. Empezó el Atleti dominando, sin duda sobreponiéndose a la procesión que iba por dentro, a un rival voluntarioso y poco más. Avisaron pronto los nuestros y golpearon poco después, tras un pase que Koke vislumbró entre los lagrimones que anegaban su rostro y que fue rematado casi sin gana por Raúl García tras cesión de un inapetente de cara al gol Filipe.




No crean que el gol mejoró el quebradizo ánimo de los nuestros, nada de eso, deambulaba el Atleti como alma en pena por el campo y fruto de ese deambular arrancó Diego Costa desde campo propio, encaró con esa potencia tan suya que nace del dolor y tras dejar a un rival sentado y con las piernas anudadas gordianamente batió por bajo al portero austriaco en lo que suponía un segundo gol que casi no se celebró por nuestros taciturnos jugadores. Solo tras el gol del de Lagarto pareció estirarse algo el rival y hasta dispuso de una oportunidad con tiro al larguero incluido lo que incrementó más si cabe el pesar rojiblanco ante la galopante crisis de juego y resultados. Cuentan los entendidos que Simeone tuvo que hacer de tripas corazón en el descanso e intentar dar consuelo a un plantel deshecho y cariacontecido ante la que estaba cayendo.


Tras el descanso quedó Filipe en la caseta debido a lo que se dijo que pudiera ser una contractura y desde estas líneas se achaca a una enfermedad psicosomática motivada por la tristeza y la desazón y salió Insúa en su lugar. De botas del argentino nació un centro que Diego Costa remachó apesadumbrado a la red en lo que suponía un segundo gol que no mermaba su pena. Poco más dio de sí el partido. Si acaso algún detallito de Arda, que ayer ni sonrió ni nada que se le pareciera y alguna arrancada del Cebolla, cuyo aroma, al de cebolla me refiero, impregnó el ambiente para hacer brotar el llanto en propios extraños y hasta en un señor de Salzburgo que se acercó a ver el partido para pasar un buen rato, craso error. Justo antes del partido final, llegaron noticias de que en otro campo, en la Alemania más profunda, Fernando Torres había metido otro par de goles para no ser menos que Diego Costa y que ambos hechos sumían más si cabe en un estado depresivo a la afición rojiblanca.



Termina la primera vuelta de la fase de grupos de la Champions con el equipo mostrando síntomas preocupantes: nueve puntos de nueve posibles. Segundo en liga a solo un punto del equipo del orfebre rococó y dos por encima del conjunto interestelar presidido por un señor que antes era constructor y ahora se cree Napoleón. Diego Costa como pichichi y Courtois como segundo en el trofeo Zamora. Simeone no parece hacerse con el control de una situación depresiva que amenaza la estabilidad interna del vestuario. Los servicios de emergencia de las principales localidades patrias han iniciado una campaña de vigilancia exhaustiva del aficionado atlético, pues dado como están las cosas no es descartable que alguno cometa alguna barbaridad llevado por la aflicción. ¡Ay!, (suspiro profundo, casi un hipido de plañidera), ¡qué pena más negra y qué tristeza tenemos encima!

lunes, 7 de octubre de 2013

¿Hay alguien ahí?

“¿Hay alguien ahí?”, pregunta con voz trémula la rubia de bote (con todas sus consecuencias) asomándose a la oscura habitación de la que parecía salir el ruido. Uno diría que la rubia, que casi no cabe en ese jersey de tantas tallas menos, espera que el asesino psicópata responda diciendo que sí que está él pero que como ha preguntado de esa forma tan educada desde el quicio de la puerta ya no la va a descuartizar como ha hecho con el resto de sus compañeros de curso.

–Hágase cargo usted –añadiría el presunto homicida dejando a un lado la sierra eléctrica o el cuchillo jamonero adquirido en la teletienda–, de que uno no asesina por vicio, sino que es la coyuntura macroeconómica la que le hace a uno desfogarse de esta sangrienta manera, aspecto que, a juicio de servidor y del terapeuta del seguro que me trata con desigual fortuna, no es ni más ni menos preocupante que la actitud de las adolescentes que acampan durante varias noches para ver en primera fila un concierto de una banda juvenil de acné furioso.

Pero como el mundo es de otra manera y el cine de terror, o el terror de cine que para el caso es lo mismo, respeta sus tradiciones de manera celosa, la rubia acaba como acaba tras la absurda pregunta, poniendo todo perdido de sangre, de vísceras y de las fibras que suelta ese jersey tan ajustado, fibras de esas que se agarran a las tapicerías de los coches y no hay manera de sacar ni aún con aspirador de mano, lo que de por sí ya merecería una muerte lenta como poco…

Da igual que el horario sea nocturno, como lo fue en ocasiones anteriores, u horario de vermú como lo fue ésta vez. Uno viene observando desde que la temporada nació que los equipos rivales saltan al Calderón con miedo, con la misma prevención con la que la rubia lanza su pregunta a la oscuridad del sótano, sabiendo sin querer saber que allí, agazapado, hay algo amenazante. Nada más y nada menos que un equipo, claro.



Puso El Cholo en liza a los sospechosos habituales con la única entrada de Mario por Tiago con respecto a las últimas citas y puso Luis Enrique, triatleta a tiempo parcial y entrenador sobrevalorado a tiempo completo, a un equipo con diez rubias (muchas de bote, con todo lo que ello conlleva) ataviadas con jersey celeste ajustado y a un portero del que se esperaba poco por su manga corta y su camiseta de surfero, blanca para más inri. Salió el Atleti arrollador, exuberante. Asestaban los nuestros puñaladas en la defensa viguesa con los laterales como principales cómplices. Gran partido de Juanfran y Filipe, lo que viene siendo costumbre y gran acompañamiento del resto de líneas, destacando Diego Costa, serial killer de cabecera del equipo y todo el centro del campo. No veía el Celta resquicio por el que escapar de la avalancha rojiblanca y solo el portero con alma de skater mantenía vivos a los gallegos. Se vivieron grandes minutos de los que firma este Atleti, juego directo, combinaciones veloces, finalizaciones de Costa y méritos del portero. Pudo el Atleti adelantarse de penalti pero, como buena película del género, el portero con hechuras de graffitero impidió que el partido muriera prematuramente, que ya se sabe que las muertes si duran y son muy sangrientas, visten más en la gran pantalla. No obstante, se fue de manera justa aunque corta el Atleti con ventaja al descanso, fue en un remate tras pase de la muerte de Filipe que resume lo que es este equipo: gol estilo Fuenteovejuna, todos a una. El colectivo frente a la individualidad hasta a la hora de empujar un pase con aroma de medio gol.

Continúo el encuentro por los mismos derroteros tras el descanso y pudo Villa matar el partido casi definitivamente antes de lesionarse, marró el asturiano como antes había errado otras oportunidades y quedó en el ambiente cierta preocupación, no tanto por su lesión, de pronóstico leve según parece, sino por esas desconexiones que sufre que pudieran ser propiciadas por el brutal tono físico de sus compañeros. No debe ser fácil, tomen ustedes a los nuevos fichajes como ejemplo, subirse a un tren que circula a la velocidad que exige Simeone a este convoy y el Guaje lo nota, más de lo debido tal vez. Fue Costa el que ensanchó la herida celeste en otra típica jugada de las suyas, balón largo al espacio carrera imparable plena de potencia y disparo seco abajo. La frialdad de ese asesino con una cara de asesino que no puede con ella parecía cerrar el partido y aupar a nuestro exterminador al olimpo del pichichi.  

Si hay algo típico del cine de terror y de sustos gordos son los finales. Suele ser costumbre que, cuando ya casi todo el elenco actoral anda criando malvas desde hace rato, pareciera que el psicópata flaquease. Acaban los gritos y el señor de la capa negra y la careta con la boca muy abierta parece vencido, desfondado tras la agotadora tarea de liquidar adolescentes. Algo así ocurrió ayer sobre el césped del Calderón. Fue echándose el Celta para arriba cada vez más y los nuestros se dejaron querer, sin duda presos del cansancio, de la exigencia física de las últimas citas. Recortó el Celta tras gol bien finalizado de un jugador con pinta de torero purista y empezó el Atleti, el asesino de nuestros amores a mostrar síntomas de extenuación. Miraba el respetable a los relojes y pasaban los segundos con una lentitud que daban ganas de estrangularlos para que espabilaran. Sirvieron estos minutos para acordarse de las ocasiones perdidas del inicio, para pasar algún que otro sobresalto y para que debutara Guilavogui (o Sí ya lo vi, como se le conoce en ciertos mentideros) sin mostrar más que buena planta.


Ya conocerán ustedes el final de la película. Finalmente resurgió el asesino y continuó acrecentando la racha de víctimas de la temporada. La rubia que llevaba ese indefendible jersey celeste acabó muriendo a sus pies dejando todo perdido de sangre, de vísceras y de esas fibras que se agarran a las tapicerías de los coches como un ministro a una poltrona. Ocho equipos pasaron por las manos de éste equipo nuestro con alma de ejecutor y los ocho quedaron desmadejados en el camino. Muchas muertes ya a la espalda de este equipo obsesionado enfermizamente por la presión y el compromiso, por no dejar testigos que puedan levantarse y siquiera gritar. Parece que nuestro depredador empieza a mostrar sentimientos, tal vez algo de debilidad achacable a la falta de frescura de piernas que habrá que seguir vigilando. Debo de confesarles que siempre que veo una película del género, servidor espera que todos mueran, todos menos el asesino, claro y más si este viste de rojo y blanco….

miércoles, 2 de octubre de 2013

Las muertes indecisas


- Lo que le estaba contando doctor, en mi familia somos muy de morirnos lento, de morirnos a plazos. No crea que morimos de forma agónica, nada de eso, nos morimos de manera indecisa, diferida. Por ponerle un ejemplo, mi abuelo estaba con el sudario puesto y hasta el párroco había pasado por casa para darle la extremaunción. Mi abuela Federica, que en gloria esté, era muy previsora y la había encargado un ataúd revestido de zinc con acabados en nogal, una cucada, vamos, pues bien, mi abuelo decidió que no era su hora y estuvo durante los siguientes diez años que si me muero que si no y claro, se acostaba en el ataúd por darle uso. Con decirle que se le enderezó la espalda a él, que siempre había sido algo cargado de hombros. Y luego está lo de mi tío, Quintín el del molino, le llamaban. Mi tío Quintín volvió a casa de la guerra desahuciado por un balazo en el trasero que derivó en fístula de 38 milímetros parabellum y allí estuvo postrado quince años sin saber si se moría o no hasta que llegó al pueblo una compañía de cómicos con la que venía mi tía y se levantó de la cama para fugarse con ella a Argentina. Cuando le preguntaron dijo que no había dicho que se encontraba muy bien para no disgustar a nadie y porque mi tío siempre ha sido bastante flojo, no nos engañemos…


Jugaba el Atleti en Oporto, un campo que tradicionalmente no se le ha dado bien, y sacó Simeone una alineación que daba algo de aprensión. A la obligada baja de Diego Costa por aquel jugar a tope tope con un defensa eslavo se añadía la decisión técnica de prescindir de Koke de inicio. Ahí es nada, se plantaban los nuestros sin los dos jugadores más en forma para enfrentarse al rival más fuerte del grupo y fueron muchos los aficionados que volvieron a fumar después de varios años sin catarlo o de hincharse de bollos rellenos de crema a pesar de las horas de sudores pasadas en el gimnasio haciendo spinning u otras aberraciones de similar calado.

Comenzó el partido con los nuestros agazapados y algo indecisos. Poco cariño tenía el balón a los nuestros, tal vez por el maltrato que se le dispensaba y el rival, que no iba vestido de Oporto si no de Getafe con brillos, se hizo con el partido casi sin querer. La indecisión del Atleti se veía en la defensa, en un medio del campo sobre el que el balón pasaba volando y sobre unos delanteros desconectados. Se adelantaron los locales tras jugada de estrategia defendida de aquella manera y, por lo que se estaba viendo, daba la sensación de que allí, a orillas del Duero, en esa capital coqueta pero algo decadente, moriría la racha triunfal de los nuestros. Se sacudió algo el Atleti el dominio del adversario pasado el ecuador de la primera parte y hasta pudo empatar sin merecerlo demasiado en un remate de Raúl García que se estrelló contra el larguero tras haber contado con la inestimable colaboración del portero rival, firme seguidor de la añeja tradición de porteros con pantalón largo que esconden dentro a un tenor frustrado.



Ya en la segunda parte, y tras la correspondiente Simeonina salpicada con gritos del descanso, salió otro Atleti. No un Atleti brillante, que ayer para brillos ya estaba la camiseta de los dragones, pero un Atleti diferente, un Atleti menos indeciso con respecto a dejar morir la racha victoriosa. Un Atleti que tira de oficio cuando la inspiración le da calabazas. Empató Godín resarciéndose del fallo de marcaje en el gol enemigo, de nuevo con la venia del portero con mallas de gimnasia rítmica, y se vio que no era para tanto el rival, que más allá de la historia, la plantilla actual del equipo luso es apañada y poco más. Resucitó el Atleti y se hizo con los mandos prescindiendo de los delanteros, poco afortunados ayer. Salieron Koke y Oliver y aquello era otra cosa, no una para tirar cohetes, pero otra definitivamente. Fue entonces, cuando unos y otros empezaban a asumir que el empate no era malo para nadie, cuando en una falta al borde del área Gabi miró a Simeone y éste le hizo una seña. Una seña que pudiera ser interpretada por alguien que no entrena con el equipo como que El Cholo avisaba a Gabi de que iba a envidar a grande, a chica y a pares si los lleváis. Gabi, obediente, amagó con disparar mientras Arda se descolgaba de la barrera para fusilar al portero-cantautor a bocajarro en lo que suponía el enésimo gol atribuible a la pizarra de los que este año se han marcado.

Ganó el Atleti en un campo en el que hasta la fecha no había conseguido siquiera marcar un gol. Ganó el Atleti y lo hizo con oficio, zafándose de la mortaja de juego a la que parecía abocado en el inicio del partido. Ganó el Atleti más allá de rotaciones y de ausencias, más allá de nombres que no sean el de Diego Pablo y el de Germán. Llegarán otros días en los que la racha creerá que está a punto de expirar, pero le habrá cogido gusto a estar con los nuestros y no se querrá ir con facilidad para no desairar a nadie. No bajará este Atleti los brazos para dejarse ir, para que venga la parca de las rachas y los triunfos y merme sin esfuerzo esta fe inquebrantable que muestra. Esto es fútbol y algún día pasará, está claro, pero de momento a este Atleti y a su racha les queda cuerda por delante…