Acabó la noche
fea, pero fea de verdad. Fea con ganas. Fea de solemnidad. No es que hubiera
empezado bonita, nada de eso, que fea nació igual que murieron la mañana y la
tarde, pero ya se sabe que las noches se miden por cómo acaban, al igual que se
ponderan las mañanas por cómo nacen y las tardes por cómo se quedan. Fea estaba
la noche, también húmeda y fría, lo que ya va pegando por las fechas en las que
estamos. Sacó el Cholo para enfrentarse al Académica a la cara b del equipo,
esa cara b que hubiéramos tildado de fea e incluso suicida en otros tiempos y
que, gracias a las artes de embellecer lo estéticamente discutible de nuestro
entrenador, nos hace mirarla desde otros ángulos descubriendo maticen interesantes
donde antes solo hubiésemos visto fealdad.
Nació el partido
feo también. Nació sin dueño reconocido. Sin alma. Salió flojo de chiqueros y
uno hubiera esperado pañuelos en la grada para devolver el partido a los
corrales si no hubiera sido la noche tan fea, que no daban ni ganas de meter la
mano en el bolsillo para sacar nada que no fueran unos caramelos de menta sin azúcar.
Como ante tantas otras cosas feas que hay en la vida, la parroquia pensó que si
no se miraba mucho hacia el juego sería como si no existiera, por lo que empezó
la valiente hinchada que se dio cita a la Ribera del Manzanares a no prestar demasiada
atención al partido ni a la noche. Se formaron corrillos que glosaban sobre ejecuciones
de desahucios o de opciones de compra de mediapuntas estrábicos a precio de
delanteros rompedores. Se hablaba de la posibilidad de que Don Cristino, el que
vive en ultimo piso de una de las torres del Puente de Segovia, convenciera a
su suegra para convertirse en émula de un Baumgartner cañí que saltara desde el
tejado del edificio pertrechada con un traje ignífugo confeccionado con bolsas
de basura con asas y latas de cerveza San Miguel. Se hablaba de si la deuda de
Doña Araceli con Doña Olalla ha llegado al nivel del bono basura después de
tres meses sin devolver los tres euros que se le prestaron para adquirir un
bocadillo de atún con pimientos morrones en un momento de flaqueza espiritual.
Hablaba la afición de sus cosas hasta el momento, empezada ya la segunda parte,
en el que Don Hilario, siempre tan cabal en su papel de reserva espiritual de
la templanza del segundo anfiteatro, aconsejó que acabaran las conversaciones
cruzadas y se prestara atención al partido, aunque la atención fuera difusa y
dedicada solo al equipo rival, apoyando su petición en el hecho de que en
cualquier momento un fondo de inversión con supuesto capital portugués hace
desembarcar en nuestra plantilla a los tres jugadores del Coimbra que menos se
caigan al suelo espontáneamente.
Siguiendo los
consejos de los que saben, empezó la grada a echar más cuenta de lo que sucedía
en el rectángulo de juego, hecho que fue agradecido por los ponentes en forma
de gol de Diego Costa, de falta flojita pero magistralmente colocada por Emre y
de gol lusitano para otorgar supuesta emoción. No crean que la afición se metió
en el partido tras ninguno de estos hechos, no. Seguían comentando, aunque
fuera por lo bajinis, para no desairar a Don Hilario. Hablaban de si este fin
de semana que viene es cuando se cambia la hora, hablaban de si la sección de
El Soplo de Manolete ha pasado a ser un foro de cardiología, dado el nivel de
aciertos del susodicho periodista o peroraban sobre si los abrigos de ahora no
tienen nada que ver en cuanto a poder calorífico con los de antes. Hablaban
también de los nueve puntos conseguidos en la primera vuelta de un grupo que ya
se antojaba facilón y de las ilusiones depositadas en la liga al despedirse
para ser tragados por la fea noche. Fea con avaricia, fea sin mesura. Fea como
un hijo no deseado engendrado por el feo de los hermanos Calatrava y Rossy de
Palma en una mañana de resaca.