jueves, 28 de febrero de 2013

Ensayo sobre los sueños


Soñaba el rival con enjugar una renta que parecía insuficiente. Soñaba y se envolvió para materializar su sueño en un manto de sobreexcitación. Soñaba con el campo a rebosar, soñaba que podía hacerse pero en el fondo era un sueño inquieto, el mismo que se vive tras atreverse a cenar callos o manitas de cerdo y mojar mucho pan. Soñaba que a base de empuje podría hacer achicarse al Atleti y el sueño le duró cinco minutos o tal vez seis, el tiempo que necesitó Diego Costa para domar un balón alocado y mandarlo a soñar a las mallas del equipo sevillista. Despertó de su sueño el equipo contrario empapado por el jarro de agua fría administrado por Diego, jugador para el que ya no encontramos en ningún bolsillo adjetivos que puedan calificar su grandiosa temporada.

Despertaron los nervionenses y empezaron a soñar los nuestros. Primero fueron los más pequeños los que cayeron rendidos por lo tardía de la hora, cayeron pronto pero soñaron con un día de primavera. Soñaron con ver un autobús que recorre las calles de la capital con destino Neptuno. Soñaron con ponerse la rojiblanca de nuevo para ir al colegio y que esa señorita de cara avinagrada que se tiene por mocita madrileña les vuelva a mirar con cara rara. Después de los más pequeños el sueño venció a los más veteranos, fue justo después de que tras otra cabalgada de Diego Costa, Falcao se adelantara a la defensa rival y despertara a base de bofetada goleadora a aquellos aficionados locales que todavía no lo habían hecho del todo. Los más mayores soñaron con las finales de los años 60. Soñaron con Collar y con Peiró. Con el rival de siempre, el mayor, el único, postrado a nuestros pies. Soñaron en blanco y negro y soñaron como ese blanco y negro pasaba paulatinamente a un sepia descolorido y más tarde a un color de gran definición. Soñaron con ponerse la bufanda al cuello y acercarse andando a donde se vaya a jugar la final. Soñaron que llevaban de la mano a sus nietos para que estos recibieran su bautismo rojiblanco en tan noble cita.




Discurría el partido por cauces soñados aunque algo bruscos y el sueño nos acabó ganando la partida a nosotros, los de mediana edad. Los que probablemente mirábamos con más reticencia el partido de ayer sin reparar en que, más allá de lo que los nuestros propongan en el campo, nunca hay que dudar del efecto revitalizante que la alineación de Reyes provoca en los equipos contrarios. Empezamos a soñar y lo hicimos con una sonrisa dibujada en la boca. Soñamos con una falta que Schuster dibujó con precisión de arquitecto y con un Futre desmelenado perforando la escuadra de la portería enemiga. Soñamos con cuando nos pusimos cascos de obra y nos escapamos de casa para celebrarlo a pesar de que en dos días teníamos la selectividad. Soñamos con volver a vivir una noche de aquellas y poder llegar a veteranos para contarlo a los más pequeños.

Hemos soñado todos y ni el siempre madrugador despertador ha conseguido que despertemos del todo. Mecánicamente, hemos ido repitiendo las liturgias de cada mañana pero teníamos el sueño todavía presente en nuestras cabezas. Pasaban imágenes de lo que fue, de lo queremos que sea y de lo que será. Hemos soñado con la final soñada. Hemos soñado con el sueño que el Cholo lleva tiempo propiciando. Hemos soñado sin querer despertar ¡Chissst! Les ruego no hagan demasiado ruido al salir, seguimos soñando…

lunes, 25 de febrero de 2013

El bueno, el feo y el malo.


El bueno

Miren que si hubiera que calificarle sin conocerlo demasiado la mayoría votaríamos por proclamarle el feo de la película. Su corpachón, sus maneras torpes y esa cara que nunca querrías encontrarte en un callejón siniestro a las horas en que los gatos migran a pardos así lo aconsejarían. También los hay a los que el cuerpo les pediría otorgarle el título del malo. El malo por sus subidas de tensión (menos cada vez) y esa tendencia a meterse en líos que de vez en cuando manchan su labor sobre el campo. El malo por sus ya pretéritos coqueteos con las salidas nocturnas llenas de excesos que nos contaban nuestros conocidos en las ciudades en las que jugó como cedido. El malo por llegar hermoso y lleno de lustre en la baja lorza tras vacaciones degustando los guisos de una mamá a la que uno imagina con la misma cara que su churumbel, aspecto éste que no debe ser minusvalorado a la hora de dejarse algo en el plato. También pensaba que era el malo Manzano, ese gran estratega del color de las patillas de las gafas, al menos más malo que Salvio, al que prefirió antes que a él demostrando gran conocimiento balompédico e incluso estético. Equivocados andaríamos si eligiéramos así. Él es indiscutiblemente el bueno de la película.

Sabido es que en la producción de este año de nuestro Atleti el papel de bueno estaba asignado a un actor de culebrón con el nueve a la espalda, claro. Así se asumía con naturalidad hasta que un secundario que comenzó la temporada casi sin frase ha pasado a llevar sobre sus hombros el peso de la trama ahora que el film se encamina al desenlace. El bueno complementa al colombiano y ofrece un sinfín de posibilidades a sus compañeros. Despliega un catálogo de desmarques a cual más valioso, enloquece a unas defensas rivales que se visten de impotencia cuando se topan con él y provoca faltas, penalties y desahogo en sus compañeros. Si los críticos tuvieran criterio, algo escaso tanto en el fútbol como en el cinematógrafo, ya habría alcanzado una cota de protagonismo similar a actores de otras productoras a los que nuestro intérprete no debe envidiar nada en cuanto a preponderancia e importancia en su equipo, que es el segundo de la liga, no lo olvidemos. Las últimas escenas de los partidos terminan todas igual, allí está él, cabalgando hacia el horizonte después de haber descosido al rival con la rapidez de su revólver y nosotros en pie y con lágrimas en los ojos por tan emocionante final.




El feo.

El feo de la película lo es por méritos propios. Por más que intente alisarse el pelo a la japonesa y vestir chaquetas llenas de colores y de malos gustos, no es fácil engañar al ojo del que mira y ve ese culo tan bajo y esos brazos tan cortos enmarcando un pecho demasiado estrecho. Es feo, sí, pero es gracioso. El feo de la película nos tenía conquistados desde hace tiempo, probablemente porque amén de feo es el que más talento interpretativo posee de todos los que aparecen en el largometraje. Él, poseedor de esa pinta de ser el amigo que siempre se apunta a la última sea ésta donde sea, siempre ha sido un actor algo discontinuo pero brillante cuando aparece en escena. Sus taconcitos, sus caños y sus sonrisas de oreja a oreja le hacen a menudo aparecer en las quinielas para llevarse un galardón al mejor actor secundario con maneras de principal. Él, ha desempeñado a la perfección durante la mayor parte de la película el papel del que da el pie de frase para que el protagonista se luzca, lo que en términos del séptimo arte se conoce como el último pase. Aún así, últimamente se le ve raro, con poca chispa. Dicen las malas lenguas que quiere cambiar de aires aunque lo desmintiera, dicen otros que la exigencia física que el director impone durante el rodaje no puede ser soportada de forma sostenida por alguien más dado al arte que al sudor. Dicen muchas cosas pero esperamos que no sean del todo ciertas, porque lo cierto es que necesitamos al feo. Necesitamos que vuelva su sonrisa y sus lances pintureros. La película sin él no es lo mismo, puede que sea más intensa, pero pudiera que algo más aburrida.

El malo.

El malo, como buen malo que se precie, visitó de nuevo la escena de sus crímenes y lo hizo subido en una ola de popularidad. El malo, al que sufrimos en su momento, ha demostrado en innumerables ocasiones que sufre vértigo en cuanto sus equipos alcanzan ciertas cotas en las clasificaciones y muestra a las claras que no es actor para empresas demasiado ambiciosas. En la película de ayer, sus primeras frases fueron destinadas a no dejar hacer su papel al actor de enfrente en vez de centrarse en sus intervenciones, algo de lo que suele pecar. Más tarde, cuando las cosas parecían ponerse de cara, introdujo un cambio que hizo que los suyos se partieran, algo muy del gusto del malo, celebrado creador de ese método interpretativo conocido como Manichismo partido en dos, en el que cuatro actores se colocan en primer plano, cuatro actores en un segundo plano fundido con el paisaje y un extra, si es posible gordito y alocado, corre de un grupo al otro con un balón en los pies sin demasiado criterio convirtiendo la película en un bodrio infumable pero pretendidamente sesudo. Vino bien que apareciera el malo en escena porque repuntó el film tras la depresión que pudiera haberse producido tras el guiño amargo que la trama trajo de Europa durante la semana. Vino bien porque sale la película reforzada, algo esencial dado lo que el guión deparará en tres días. No nos está quedando mal la peli de este año, no señor….

viernes, 22 de febrero de 2013

Contradicciones


A carniceros vegetarianos. A fiesteros que reniegan de la última copa. A madres que no quieren que comas bien y a padres y muy señores míos. A putas de comunión diaria. A okupas con hipotecas a treinta años. A guardas jurados que miran para otro lado cuando un abuelo se mete bajo el abrigo un paquete de salchichas Frankfurt. A contables con inclinación por las letras puras. A señoras que siguen encargando butano a pesar de tener gas ciudad. A románticos aferrados al realismo y a suicidas enamorados de la vida. A cazadores de ovejas lanares. A acomodadores para faquires. A comunistas a sueldo del capital y a conservadores de palestino al cuello. A generales pacifistas. A inventores carentes de imaginación. A marquesas que comen menú del día y a mendigos que desechan langostas criadas en cautividad. A gigolós que se hacen los estrechos. A cantautores con suerte en el amor. A defensas que trabajan el remate acrobático y a delanteros a los que satisface más una buena presión en banda. A separatistas por la unidad. A perros ladradores con pasión por morder pantorrillas. A soñadoras con los pies en el suelo y a pragmáticos que juegan a la primitiva. A cirujanos con temblor de manos. A periodistas que pierden objetividad a base de abrazos y canapés. A picadores anoréxicos y a matadores de toros que votan a los Verdes. A jugadores de fútbol aficionados que calientan más tiempo del que juegan. A notarios que han perdido la fe para poder darla. A mediadoras sociales que solucionan sus problemas a hostia limpia. A directivos que cogen el autobús. A filósofos con respuesta a todas las preguntas. A catedráticas que cometen faltas de ortografía y a analfabetos que leen a Proust antes de dormirse. A tenedores que no pinchan. A cuchillos que no cortan. A corsarios de centro comercial y a gente para la que vestir chándal es una actividad anaeróbica. A charlatanes de pocas palabras. A estoicos aficionados al lujo. A concejalas de urbanismo que no saben conjugar el verbo recalificar y a ligones de playa de meseta interior. A directores de cine español con ánimo de entretener. A forzudos de lágrima fácil. A escanciadores de agua del grifo y a banqueros sin ningún tipo de interés. A tímidas con tendencia al narcisismo. A mascotas que entrenan a sus amos. A abstemios con grandes cogorzas y a republicanos que se inclinan ante las coronas. A strippers pudorosas. A monjas impúdicas… A todos ellos, y también a nosotros, gente que arrastramos nuestras contradicciones por la vida de la mejor manera que se nos ocurre se nos ha quedado el cuerpo raro tras la eliminación del Atleti en la Europa League.



Vaya por delante que uno veía la eliminatoria perdida tras el partido de ida. Vaya también que la convocatoria para jugar en Rusia ofrecía la lectura de que el equipo técnico pensaba lo mismo. Vaya incluso que es cierto que la cortedad de la plantilla pudiera aconsejar centrar el tiro dado el riesgo de dispersarse. Vaya además, si me apuran, que con el frío que hacía en Moscú y lo desangelado que estaba el estadio dieran ganas de volverse para casa lo más rápidamente posible. Vaya por delante todo eso, sí, pero también no. Se nos ha quedado el cuerpo destemplado tras la eliminación. Pudieran pensar ustedes que se nos ha quedado el cuerpo lleno de contradicciones y tendrían razón. Mucha.

Andamos tristes por haber caído pero alegres por ver cómo Manquillo ha llegado para quedarse y cómo Saúl llegará en breve. Tenemos la esperanza de que las tres arrancadas, sí solo tres, seguramente pocas a juicio de muchos, de Adrián nos devuelvan a ese jugador de tanta clase pero tan frío como la nieve que se acumulaba en las periferias del terreno de juego de ayer. No podemos echar nada en cara a Asenjo, ese portero con alma de ariete que nos produce enfado y ternura a partes iguales. Tampoco al Cata, aunque este nos produzca miedo y pavor a la vez. No podemos reprochar nada al equipo o tal vez sí, por no haber sido capaz de meter más que un gol a un equipo aseado y ordenadito con nombre de multiusos del hogar. No es posible no esbozar una sonrisa al mirar el banquillo atlético y ver a todos esos chavales tan ilusionados y tan congelados dentro de sus mantas. No debiera haber nadie que mire al Cholo y no vea el futuro del Atleti en sus ojos, pese a ciertas elecciones que algunos puedan no compartir.

El fin de la participación del equipo en la Europa League nos deja nadando en contradicciones. Algunos pensamos que mejor centrarse en Liga y Copa mientras desfilan por nuestros recuerdos las imágenes en Neptuno no hace tanto celebrando el título ahora perdido (o tal vez tirado). Tenemos calor pero sufrimos escalofríos de manera regular. Da rabia que un equipo vulgar te apee de este viaje aunque el viaje no vaya a conducir demasiado lejos. Nos inunda la nostalgia pero a la vez miramos al futuro. Nos deja un sí, pero no. Un vuelva usted mañana y me pregunta cómo me encuentro porque ahora no sabría qué decirle. Pena y alivio. Alegría por no volver a tener que sufrir los comentarios de Manu Carreño y Juanma Castaño, ese humorista a pie de banda. Vacío por desbloquear la agenda los jueves por la tarde de aquí al verano. Todos lo decíamos pero era con la boca chica. Permítanme no insistir más, no tengo claro si reír o llorar desconsoladamente….

lunes, 18 de febrero de 2013

Los que vuelven, los que tienen que estar y un señor muy listo

Decía ya hace algún tiempo un señor muy listo llamado Rochefoucault que nunca somos tan felices, ni tan infelices como pensamos. Ésta máxima, aún con las comprensibles reticencias que pueden aplicarse a algo que sale de la boca de un señor que por muy sabio que sea se pronuncia tan raro, pudiera aplicarse a la etapa que atraviesa nuestro Atleti en las últimas semanas. Somos conscientes, aunque a veces nos esforcemos en negarlo, de que el Atleti tiene algo de montaña rusa, de sube y baja descontrolado y eso es bueno, no crean. Si lo que ustedes y yo sentimos al ver a once jóvenes trotando en pantalón corto con una camiseta rojiblanca no tuviera algo de inexplicable, de tremendamente irracional, no engancharía tanto. Si los disgustos no nos dejaran sin cenar y las alegrías no empujaran a repartir besos de tornillo entre tus iguales esta bendita locura no sería lo mismo. Aún así, es de justicia apartarse un poco de vez en cuando. Tomar distancia aunque no sea mucha. Mirar a la clasificación y ver dónde se está y con qué mimbres. Mirar el cuadro de una competición por eliminatorias y reparar en que solo queda un paso para llegar a disputar el partido más bonito de cuantos se pueden disputar en nuestro país. Cierto es que si nos da por mirar el cuadro de otra competición, más internacional ella, uno pudiera llegar a deprimirse viendo el resultado de la ida y analizando fríamente el desempeño de esa figura recientemente redescubierta tras años de olvido en un cajón donde se guardan las cosas de cuando uno jugaba al balón en la calle: el portero-delantero.

Con todas estas premisas, con aquella felicidad ya casi olvidada en el último mes y la depresión amenazando con instalarse en el cuarto de invitados, se presentaba el Atleti en Valladolid. Sacó el Cholo el teórico equipo de las grandes ocasiones, los que tienen que estar, y sacó también a Tiago, sin quedar claro al cierre de éstas líneas si el portugués está para estas ocasiones o para otras mucho más pequeñas. Volvían a la titularidad Diego Costa, al que se esperaba como al hijo pródigo dado su estado de forma, y Gabi, tras esa rotación que mostró que él probablemente sea el único no rotable del equipo. Salió el portero larguirucho, la defensa de gala, salieron Koke y Arda, claro, y salió Falcao o alguien que se le parece mucho. Salió enfrente el Valladolid, ese equipo cuyos jugadores navegan entre la conceptualidad y los siete enanitos: Bueno, Rubio, Sereno, Valiente…, y lo hizo fiel a su identidad, gusto por el balón, buen toque y blandura a arrobas. Posiblemente no hubiera habido mejor campo para retomar la senda del triunfo fuera de casa que Zorrilla viendo cómo los nuestros, solamente con oficio y una línea de presión adelantada embotellaron a los pucelanos.



Llegó el gol relativamente pronto tras remate de Godín con el interior del hueso del tobillo y remache del doble de Falcao, al que por lo menos se le valora la buena colocación, y tras él el partido, que no nació guapo, se volvió más feo si cabe. Cuando los partidos se ponen difíciles de ver crecen las figuras de Gabi y Diego Costa, los que volvían. Presión, desmarques al hueco, batalla y tropezones. Sangre y poca sutileza. Sudor y alma. Montado en ellos dos llegó el segundo gol, obra del brasileño y hasta un tercero del Cebolla tras pase de Gabi y educada cantada de un lateral blanquivioleta que puso fin a la contienda.

Volvió el Atleti a ganar fuera de casa rompiendo la racha de la que tanto se ha hablado al igual que se quebró la racha de inexpugnabilidad en el Calderón. Estas cosas suceden. Ganó el Atleti con solvencia y dejándose de experimentos. Con los que deben estar sobre el campo y también con Tiago. Vuelve a casa con mucha más fe de la que se llevó a Valladolid y muchos de los nuestros reflexionaron sobre la infelicidad, sobre la felicidad y lo que oscila la aguja de los sentimientos colchoneros entre ambas. Ya lo decía Rochefoucault, que para algo era tan listo por mucho que tenga un nombre que se tenga que pronunciar con boquita de piñón. 

viernes, 15 de febrero de 2013

Levantarse y volver a andar...


Permítanme empezar la historia por el final aunque con ello le reste algo de emoción a la historia. Ella se va. Se marcha sin casi mirarnos y del brazo de otro. Sin recordar los buenos ratos que pasó a nuestro lado cuando la relación alcanzó sus momentos álgidos, a finales del año pasado y hace un par de años también. Nos quedamos con cara de tontos y con la autoestima casi por los suelos y la vemos desaparecer en el horizonte agarrada a uno que viste de verde, con lo discutible que es eso. Se va con uno con hechuras de Racing de Santander eslavo agarrándola del talle. Se va la Europa League. Sabíamos que era caprichosa y voluble, como buena competición por eliminatorias. Lo peor tal vez no sea que se vaya, es cómo nos deja.

Las señales no eran buenas ya desde el inicio: Tiago de capitán y Asenjo con un traje mucho más embutido que de costumbre, y eso que la costumbre en su caso siempre aconseja un par de tallas más. Al igual que en Vallecas, casi ni habíamos interiorizado la alineación, casi ni habíamos reparado en a qué banda caería Arda cuando de meritoria jugada se adelanto el Rubin Kazan. Fue entonces cuando a algunos, esos que anteriormente hablaron de la bonanza en el sorteo, de lo bueno que es cruzarse con equipos rusos cuando andan ciscados en las pretemporadas de invierno y hasta de que a un equipo con nombre de quitagrasas para el hogar se le debía ganar sin despeinarse se les torció el gesto. Discurrió el partido de manera anodina, con un Atleti romo, pesado de piernas, desafortunado y, lo peor de todo, con pinta de equipo inofensivo y en las caras de los aficionados grada se sucedían los mohines, los visajes y todo tipo de muecas con las que acompañar la sensación de impotencia que flotó durante toda la noche a la orilla del Manzanares. Ya se sabe que cierto sector de la grada, alarmado sin duda por esos ataques de expresividad que surgen espontáneamente cuando lo que ven en el campo no es de su agrado, silba como válvula de escape aunque no se sepa a quien. En la opinión de este humilde cronista no era día para eso aunque entiende que el grado de sorpresa que sufre el que ve cómo su cara se convierte en un mapa de gestos involuntarios pueda recurrir a esa práctica. Probablemente no faltara razón a los que echaron de menos a Gabi y Koke, a los que echaran de más a Adrián, al Cata y al Cebolla y a los que hubieran puesto a éste o a aquel más pegados a la raya de cal o más sentados en el banquillo. Ya les digo, les entiendo, pero no puedo compartirlo.



Las decisiones del Cholo, sus rotaciones, los descansos que administra, sus premios, esas sentidas celebraciones de los goles, esas ruedas de prensa ejemplares y hasta el decirle a Asenjo que suba a rematar un corner postrero pensando con el corazón y no con la cabeza es lo que nos ha traído hasta aquí. Justamente hasta el punto de acabar desilusionados en una noche más templada de lo normal para el mes de febrero por haber perdido el tren europeo pero con las posibilidades intactas en Liga y Copa. No hace tanto estas desilusiones las teníamos en noviembre y lidiábamos con lo que quedaba de temporada agarrados a causas chicas. Es muy posible que llegados a este tipo de citas se vean más las costuras de la plantilla, sí. Lo de convertir el agua en vino durante tanto tiempo debe ser difícil. Ha sido imposible para muchos otros antes y lo será con seguridad para muchos después. Este proyecto se llama Simeone. Desgraciadamente no hay más.

Les decía antes que, tras este estado de orfandad europea que se nos ha quedado tras lo de ayer, lo que preocupa es cómo de tocado queda el equipo ¿Será capaz de remontar tras los palos de las últimas semanas? ¿Se atreverá a decirle hola a la Copa, invitará a un gintonic a la liga o dejará que ambas se vayan del brazo de otros? Debemos pensar que sí. Deberá de nuevo el equipo arreglarse, echarse unas gotas de colonia más o menos cara tras la oreja y enderezarse la corbata. No queda otra que plantarse enfrente de esas otras competiciones y sacar la mejor de las sonrisas aunque ahora parezca que cualquier sonrisa posible anda deprimida y escondida en el más recóndito de los bolsillos. Debe el Atleti levantarse y volver a andar, a pesar de los tropezones.

– ¡Hola!, soy el Atleti. ¿Cómo te llamas? –dijo él acercándose de manera insegura pero intentado disimular el nerviosismo….

lunes, 11 de febrero de 2013

Inseguras seguridades


La medida fue aprobada por una ajustada mayoría simple. Bastó con que se pusieran de acuerdo los del lobby de propietarios de áticos con terraza y pérgola para que finalmente la junta de propietarios, reunida en sesión extraordinaria, decidiera que dado el creciente índice de criminalidad en la zona era necesario contratar seguridad privada para las noches de los fines de semana y fiestas de guardar. No es que lo del índice de criminalidad fuera algo probado pero sí que es verdad que había crecido el grado de preocupación entre los vecinos que frecuentaban el arenero sito en las zonas comunes tras haber sido sustraído al descuido y a plena luz del día un balón de goma con motivos de Bob Esponja. Días más tarde de la reunión, la empresa administradora envió a Néstor Edgardo. Néstor Edgardo paseaba su escaso metro y medio por la urbanización embutido en un terno azul con cuello de borreguillo que realzaba notablemente sus hechuras abotijadas. Ya desde los primeros días de instauración del servicio de seguridad, crecía en la vecindad un clima de tranquilidad y de confianza. No es dinero, decían algunos refiriéndose al tan bien usado incremento en la cuota comunitaria. Las madres de nervio más vivo dejaban a sus vástagos llegar media hora más tarde los sábados por la confianza que daba ver rondar a Néstor Edgardo linterna en mano “¿Y no será poco armamento una linterna a pilas?”, se preguntaban algunos destacados miembros de la escalera derecha, la más partidaria de la labor del vigilante. “No es necesario Liboria, he oído que Néstor Edgardo sirvió con honor en los cuerpos especiales del ejército boliviano. Ahí donde lo ves tan abrochadito, es una máquina de matar”.

Pasaban las semanas y la vida en la comunidad había cambiado radicalmente. Nunca más volvió un rapaz a su casa sin la pelota que previamente había bajado al arenero, fuera ésta de Bob Esponja o conmemorativa del mundial de Sudáfrica, y tal era el estado de seguridad en el que se vivía que incluso se le devolvió a Zulemita, la hija de Reme y Damián, un móvil que había dejado olvidado a cosa hecha en el ascensor con ánimo de que sus padres le compraran otro con mucho más bluetooth. Los vecinos olvidaron echar los cerrojos Fac e incluso los hubo que dejaron la puerta abierta de tan segura que se había vuelto la comunidad. Lo cierto es que Néstor Edgardo, diligente en sus primeros días de servicio, había empezado a quedarse más tiempo del aconsejable en la garita de la entrada del portal. Ya casi no sacaba la linterna a pasear y se quedaba sentado toda la noche, arrebujado en el cuello de borreguillo de su cazadora llena de chapitas con el logotipo de la empresa. Normalmente se quedaba dormido casi a jornada completa y su sueño solo era turbado por la llegada de algún joven descarriado de esos que viven las madrugadas con intensidad o por la salida al amanecer de algún propietario de perro que de manera descortés despertaba a Néstor Edgardo con un educado buenos días que se podría haber guardado para otra ocasión. Muchos fueron los que, por entrar o salir a deshoras, se encontraron con la mirada torcida y asesina de Néstor Edgardo, mirada totalmente justificada por el hecho de que el turno de noche es muy duro y cambia los biorritmos que es una barbaridad. 

Empezaron entonces los vecinos a no salir ni entrar a casa en el intervalo de tiempo en el que Néstor Edgardo cumplía a base de ronquidos profundos su servicio de vigilancia y se alzaron voces críticas, que ya se sabe que siempre hay gente disconforme con todo, que se preguntaban por la necesidad de mantener el servicio. Los hubo incluso que se escudaron en el hecho de que Néstor Edgardo lanzara la linterna a la cabeza de un vecino que volvió a casa tarde y con mal recado alzando la voz y dando vivas al vino a granel. Las cada vez más numerosas opiniones disidentes obligaron a convocar una nueva junta, de nuevo extraordinaria. La presidencia presentó un gráfico en el que se demostraba sin lugar para ninguna duda, razonable o no, que desde la llegada de Néstor Edgardo la delincuencia había descendido a límites insospechados, fuera este dato debido a que ningún vecino salía a la calle por no molestar al vigilante o por otros motivos exógenos. De nuevo el lobby del ático apoyó la moción para que el servicio continuara sin hacer caso de aquellos que argumentaban que, si bien podía tolerarse que Néstor Edgardo pasase durmiendo como un ceporro las ocho horas de turno, no eran de recibo las humedades que estaba provocando en los trasteros con el constante goteo de babilla que se le escapaba por un lado de la boca mientras vigilaba con los angelitos. De nuevo fue aprobada la continuidad del servicio por una ajustada mayoría simple. Y es que la seguridad es lo primero, oigan…



Encaraba el Atleti la visita a Vallecas con una sensación creciente de inseguridad. Los últimos resultados fuera de casa unidos al valle de forma por el que transitan algunos de los nuestros, a la baja de Diego Costa e incluso a lo inquietante que siempre resulta jugar en un campo con pared detrás de una portería dejaban mal cuerpo de antemano en la afición. No contribuyó tampoco la alineación puesta en liza por el Cholo a paliar la inseguridad de la ciudadanía dando entrada en el equipo a Cata y a Raúl García en lo que pudiera entenderse como un mensaje para dar valor a la eliminatoria de Europa League de la semana entrante. Casi ni nos habíamos sentado nosotros y nuestras inseguridades en el tresillo tapizado cuando el Rayo se adelantó en el marcador al descuido. Al descuido de Cata que hizo de Don Tancredo y al de Filipe, al que ayer cogieron la espalda en incontables ocasiones, más bien. Lo único positivo que dejaba el gol rival era la seguridad de que había tiempo de sobra para la reacción y lo cierto es que el Atleti reaccionó pero poco. Alguna que otra llegada con similar capacidad de hacer daño que el que se haría deslumbrando al rival con una linterna comprada en el chino de la esquina. Poco. Poco tirando a nada, para ser más exactos.

Llegaba el Rayo a base de coraje e incluso a veces juego pinturero y el Atleti dormitaba plácidamente en la garita de la inseguridad y de las dudas. Sacaba Courtois alguna mano de mérito y seguían los atacantes rayistas birlando la cartera a la defensa rojiblanca de manera sistemática, siempre con Cata como panoli al que usar de víctima en el timo de la estampita de manera recurrente. Si mal estuvo la defensa, no estuvo mejor el resto del equipo. Superado y romo el centro del campo y desconectado el ataque, con un Falcao presentando batalla estéril, con un Adrián nadando en sus inseguridades y con un Raúl García al que se le reconoce que tiene gol, pero que cuando no sabe dónde lo ha puesto no se le reconoce casi nada más.

Marcó el Rayo el segundo en jugada casi calcada al primero pero desde el lado contrario, que siempre está bien diversificar las zonas de ataque y se vio al Atleti roto por momentos. Lleno de inseguridad en lo que hacía. No asomó ni por un momento ese equipo que no hace tanto reaccionaba con pundonor cuando la inspiración no hacía acto de presencia y deambuló durante toda la segunda parte sin que quedara la más mínima seguridad de que iba a pasar algo, para bien o para mal. De nada sirvieron los cambios, Arda hace tiempo que ha dejado de trasmitir esa seguridad pasmosa en lo que hacía y Cebolla parece aburguesado y poco dispuesto a encabezar las revoluciones de antaño. Gustó la salida de Oliver, eso sí, pero se antojó tardía aunque ilusionante. Poco, lo que les decía.

Más allá de la pérdida de puntos sobrevuela en el ambiente una sensación de que el equipo ha perdido la seguridad de hace unas fechas. Los amantes de las estadísticas hablarán del tiempo que hace que no se gana fuera de casa pero lo cierto es que no es lo mismo el empate en Mallorca, injusto y azaroso, que las dos últimas derrotas en Bilbao y Vallecas. Probablemente los haya que alcen sus disidentes voces para hablar de la justeza de calidad de la plantilla y de poner los pies en el suelo tras haber cosechado unos resultados muy por encima de lo que la lógica hubiera aconsejado. Aún así, lo que más preocupa es pensar que tal vez se haya perdido algo de confianza y seguridad en la idea. Seguridad en lo que se hace. Y en eso no vale con que solo crea una ajustada mayoría simple de los jugadores. Porque la seguridad es lo primero, oigan…

lunes, 4 de febrero de 2013

...Y justo entonces....


“…y justo entonces, cuando ya resonaban en la escalera los decididos pasos de los policías locales abriendo paso a un cerrajero muy mal encarado y el secretario judicial desenfundaba el capuchón de su boli Bic para levantar acta de lo que ocurriera a la hora de ejecutar el desahucio, apareció él y consiguió paralizarlo. Consiguió incluso que los que venían a echarme de casa hicieran una colecta en la que se recaudó el importe de tres mensualidades y el capuchón del boli Bic del secretario, que ahora es utilizado por mi niña la mediana de pasador de pelo como vívido recuerdo de lo que nos tocó lidiar…”


“…y justo entonces, cuando el ánimo empezaba a flaquear entre algunos miembros de la grada rojiblanca. Cuando ni las arrancadas de Juanfran, ni el pundonor de Koke, cuando ni la pelea, menos proverbial que de costumbre eso sí, de Falcao, cuando ni la presencia de un Adrián con la misma mala idea de un peluche de color lila cuando pisa el área contraria parecían bastar para doblegar al rival, apareció él y consiguió invertir la situación. Ya antes del gol se vio que la cosa había cambiado con su sola aparición en el campo. Un par de arrancadas llenas de potencia devolvieron la esperanza en llevarse la victoria en un partido con mucho más empuje que juego. Entonces vino el corner y el portero rival, impecable aunque poco exigido hasta el momento, decidió brindar un sentido homenaje a las denominaciones de origen de La Mancha y La Rioja Alavesa y a sus vendimiadores saliendo a por uvas. Pero uvas gordas, no crean. Aún así, uno prefiere pensar que más que homenajear a los esforzados agricultores que doblan la raspa en aras de recolectar racimos de la variedad Tempranillo, el portero rival dejó pasar el balón cegado por la admiración, influenciado por esa cara de malo de película de narcotraficantes, por los rebotes que le suelen favorecer y hasta por su terrenal debilidad, mostrada también ayer en lances de los que debería huir como de la peste para no quedar encasillado como jugador polémico, problemático y candidato constante a la expulsión fulminante…”




“…y justo entonces, cuando pensábamos que empezaba otra semana anodina en la que volveríamos a comer pasta y arroz para intentar estirar al máximo el magro sueldo, apareció él con un jamón de recebo bajo el brazo, casi sin decir nada lo colocó sobre el jamonero aquel que llevaba años huérfano de uso y se puso a cortar lonchas con la misma finura del pelo del ya ausente Emre. Dispuso las lonchas en un plato creando un abanico de colores rojo y blanco. Blanco de grasa en el exterior, un rojo casi granate en el interior y terminó su obra colocando en el centro dos lascas que girando sobre sí mismas formaban un número diecinueve, su número. Los niños aplaudían a rabiar ante la pericia en el corte y cayeron rendidos al poco rato tras hartarse de comer algo que no fueran macarrones. Solo entonces él se marchó, casi sin despedirse, pero con esa serenidad en la mirada que solo poseen los héroes como él, los que siempre llegan cuando un rescate se necesita…”  

viernes, 1 de febrero de 2013

Eliminatorias que no importan, manos y gente de criterio


Tal vez ustedes no lo supieran pero ayer había eliminatoria de copa, bueno, ustedes sí que lo sabían, que por eso en su mayoría son gente de criterio, gente que si cobra es en nómina y no en sobre color manila y ve la vida de color rojo y blanco. Daba la sensación de que salvo a ustedes y a mí, y también probablemente a los aficionados del Sevilla, a nadie más le importaba la otra semifinal de copa, la de ayer. Seguían los medios en las horas previas desglosando las bondades del enésimo encuentro del siglo, desmenuzando cada cara, cada gesto. Analizando hasta la saciedad más estomagante si aquel mediapunta que se metió el dedo en la nariz antes de sacar un corner no estaría con ese gesto pergeñando una jugada de estrategia innovadora parida en las pizarras de grandes pensadores de los que calientan el trasero en cómodos asientos Recaro. Fuera de eso, todo lo demás da igual. La masa ya ha obtenido su ración recurrente de alimento y ahora se sienta en el sillón a digerir su hartura con la sal de frutas de los comentarios que se vierten en las tertulias deportivas. Los asistentes al banquete mediático siguen maldiciendo a aquel sorteo caprichoso e insensible que quiso con sus azares que del partido de siempre, esa comilona que tanto repite, salga solo un puesto en la final y que el otro puesto salga de una especie de pedrea para pobres. De un partido que no llena páginas de diarios, fíjense ustedes qué injusticia más grande. Ante tal dislate, se oyen voces, algunas de pito, que hasta recogen firmas para que no solo el título de Copa, sino el de Liga, el de Supercopa, el de Champions y hasta el de los premios Limón y Naranja que reparten las peñas periodísticas se diriman única y exclusivamente entre los dos contendientes de costumbre. Prestigiosos consultores de corbata almidonada y calcetines de rayas de colores que buscan dar una falsa impresión de desenfado han realizado estudios de mercado que aseguran que la celebración de treinta y cinco clásicos al año en modalidad de playoff sería lo justo. Esta competición, al mejor de dieciocho partidos, sería lo que realmente necesita el balompié patrio, dejando así de lado partidos intrascendentes que solo sirven para cansar al espectador y para que los dos niños de los ojos de todos coleccionen goles de todas las facturas que luego son inmortalizados en serigrafías sobre tazas de café. A la espera de que las más altas instancias deportivas tomen cartas en el asunto e institucionalicen el interminable duelo, nosotros, raros que somos, preferimos hablar de lo que vimos ayer.



Recibía el Atleti al Sevilla con la final de Copa en un horizonte bastante cercano. Si el partido se hubiera celebrado hace unas semanas, justo antes de que el equipo hispalense destituyera de su banquillo a ese entrenador tan gracioso y tan reguapo que es leyenda en la acera oscura, hubiéramos apostado con los ojos cerrados a que el Atleti pasaba la eliminatoria sin demasiado esfuerzo. Como el partido se celebró anoche a deshora y como a los de Nervión ha llegado ese entrenador cuyo movimiento de brazos solo puede ser comparado con el de expertos en artes marciales, vendedores  de coches usados o vendedores de coches usados con cinturón negro de kung fu, la parroquia no andaba muy por la labor de apuestas ni de arriesgar. Influía, cómo no, el hecho de que el pueblo todavía digería el partido de la noche anterior para que se esperara un partido ligero. Un partido digestivo. Un aperitivo balompédico. Nada de eso ocurrió finalmente. Será porque somos raros y los nuestros también se vuelven así cuando se ponen la sagrada camiseta rojiblanca, será porque los contrarios también sufrieron episodios de enajenación mental transitoria, pero lo cierto es que salió un partido eléctrico. Intensidad pura. Con bastantes imprecisiones. Con errores de bulto y con notables desaciertos. Y con manos. Con muchas manos.

Discurría el partido por los primeros minutos de la segunda parte. Atacaba en oleadas un Atleti que hubiera merecido mejor suerte en el marcador durante un primer asalto frenético, cuando, presionado por Diego Costa, Spahic decidió expulsarse al tirarse de cabeza a por el balón y abrazarlo con singular cariño. Ejecutó Costa la pena con esa finura con la parece tocado en los últimos tiempos. Se prometía muy feliz el partido ante diez y por delante en el luminoso cuando en un desajuste llegó la segunda mano. Fue Godín, que puso una mano blanda, floja. Una mano tal vez algo innecesaria a la altura del trasero que igualó la contienda en número y marcador. Siguió el Atleti arriba y no se arrugó el Sevilla tampoco. Repartían golpes los contendientes sin saber que el destino guardaba una tercera mano, la que supuso el segundo de los nuestros transformado por Diego Costa en similar ubicación al primero. Hubo más manos, no crean, pero no fueron tan relevantes por no vistas o no queridas ver. Sobre todo hubo manos que aplaudieron a rabiar y se agarrotaron por la emoción. Manos enguantadas y a la intemperie que poblaban la grada del Calderón. Manos de gente rara. Gente que gusta de nadar contracorriente y esperar al postre porque el proclamado plato principal les deja fríos. Gente que busca la pedrea, el partido de los pobres. Gente que espera la vuelta con la ilusión del que sabe que las espadas siguen en alto aunque sobre partidos como éste o como el que vendrá no se emitirán ediciones limitadas de edredones con la cara de los protagonistas. Esa gente es la que sabía que ayer había una eliminatoria de Copa en toda su extensión. Gente de criterio….