jueves, 12 de diciembre de 2013

Parece mentira

Sentado en su sillón de orejas, Amadeo seguía pensando que parecía mentira. Cierto es que lo acababa de presenciar y que los periódicos que descansaban sobre la mesa baja del salón no podían mentir. Aun así, no acababa de creerlo. Parecía mentira.

Amadeo había despertado hace un par de días de lo que los médicos llamaban una ausencia prolongada. Un paréntesis en su vida de casi dos años. Un periodo de inconsciencia que los especialistas no acababan de explicarse. Desde aquel día de antes de las navidades de 2011 en el que en medio de una comida familiar Amadeo se ausentó sin motivo. Algunos opinaban que el episodio fue provocado por una indigestión de cigalas con los ojos más saltones que un mediapunta alemán, otros, que tal vez fuera la lógica consecuencia de una sobredosis de chistes malos lanzados al aire por su cuñado el que trabajaba en el ministerio. Su mujer incluso le acusó en los primeros momentos de no saber qué hacer para dinamitar una reunión con su familia, la muy malpensada. El caso es que Amadeo había pasado los dos últimos años estando pero sin estar. Ausente hasta que a principios de semana despertó de manera súbita. Parecía mentira.

Tras la sorpresa inicial de los suyos y el reconocimiento médico para ver que todo volvía a estar en orden, su familia le puso al día de todo: la niña se ha tenido que ir a Alemania porque estaba harta de poner en práctica las dos carreras y los idiomas como cajera de un supermercado. La crisis sigue y Urdangarín está pero como si no estuviera, tal vez también ausente pero con el riñón forrado en platino. Madrid no será olímpico por mucho relaxing café con leche que le añadamos al asunto y se ha muerto Manolo Escobar lo que da bastante pena. “¿Y el Atleti?”, preguntó Amadeo con ese ansia que todos los que somos como ustedes y como yo sentimos cuando llevamos tiempo sin noticias de los nuestros. “El Atleti fenomenal”, le dijeron sonriendo. “Mañana mismo juega un partido de Champions”. “¿Champions?”, inquirió Amadeo ilusionado pero extrañado. Su último recuerdo del Atleti fue un esperpéntico partido de Copa en el que el Albacete, al que nunca podremos agradecer suficientemente haber precipitado el despido de Manzano, doblegó a los nuestros. Sospechaba nuestro protagonista de lo que sus allegados le referían y pensaba que tal vez no quisieran contarle la verdad por si fuera demasiado cruda estando todavía convaleciente. Pidió a su cuñado el del ministerio que le comprara varios diarios y allí pudo ver que el Atleti no solo estaba en Champions sino que ya era primero de grupo sobrando varios partidos. Asimismo, certificó que el equipo colideraba la tabla clasificatoria liguera y que había despachado por la vía rápida la primera eliminatoria de esta Copa del Rey tan anacrónica en su afán del doble partido. Era cierto todo lo que le habían contado. Parecía mentira.



Recibía el Atleti al Oporto en el partido que cerraba la fase de grupos de la Champions y parecía mentira. Parecía mentira la relajación con la que ustedes, yo y nuestro querido Amadeo afrontamos un partido de este calado. Si después del sorteo de los grupos alguien nos hubiera dicho que este partido iba a ser intranscendente para nosotros para bien, que no iba a ser la fecha señalada, el todo o nada, el ser o no ser continental hubiéramos pensado que nos mentía descaradamente. Si no supiéramos nada sobre los anteriores encuentros la alineación que presentó el Cholo nos hubiera parecido mentira de las rotaciones que llevaba prendidas. Si ustedes y yo no lo hubiéramos visto nos parecería mentira cómo saltan acobardados al Calderón equipos con buenas hechuras. Parece mentira que en citas así los palos y la suerte, que es lo mismo casi siempre, se pongan del lado de los nuestros como en aquella bendita noche en tierra enemiga en la que Gabi alzó al cielo un trofeo de Copa. Parece mentira que Raúl García, otrora maltratado por pizarras e impacientes halle goles de todos los colores posibles. Parece mentira que Koke se haya convertido en este Koke total. Parece mentira que Diego Costa tenga el hambre que tiene, siempre dispuesto a convertir defensas de empaque en azucarillos disueltos en su poderío. Parece mentira que la grada disfrute con todos los modelos posibles de este Atleti parido a la semejanza del Cholo y parece mentira que a éste le sienten tan bien los trajes oscuros. Parece mentira que hasta los centrales de nombre impronunciable y peinado incomprensible cumplan y arranquen ovaciones merecidas. Parece mentira que los porteros suplentes se rediman parando penas máximas tras haberla liado un poco parda. Parece mentira que un chaval de diecinueve años recién cumplidos pueda atesorar tanto talento en su menudo cuerpo. Parece mentira.

Imaginen que por cosas de la vida o del destino ustedes hubieran pasado los dos últimos años ausentes. Imaginen que despiertan súbitamente y se encuentran este Atleti que gana llevando la manija o dejando la posesión para el que la quiera. Imaginen que abren los ojos de pronto y se topan con este Atleti que empequeñece al más espigado, que desespera a cualquiera desde los cimientos de la seguridad en lo que se hace. Imaginen por un momento que vuelven de donde estuvieran y reconocen a este Atleti al que las alturas no le dan miedo. Imaginen al resto de equipos del continente cruzando los dedos espasmódicamente por no encontrarse en el camino de este Atleti que tenemos hoy. Seguro que les pasaría como al bueno de Amadeo. Seguro que les parecería mentira.


lunes, 25 de noviembre de 2013

De monos, fríos y Calippos

Si el sábado por la noche ustedes tuvieron a bien darse un garbeo por los alrededores del Calderón o por boites y otros lugares de alterne en los que el aficionado rojiblanco gusta de ver los partidos de su equipo, inmediatamente detectarían un par de detalles: uno, que hacía un frío que pelaba, un frío muy adecuado para poner un partido a las diez de la noche, un frío de los que llenan las urgencias de gente tosiendo y las farmacias de guardia de ciudadanos con la nariz roja y la voz de Marlon Brando y dos, que todos los seguidores colchoneros iban acompañados a donde fueran de un mono. Sí, sí, de un mono. Como Marco, pero a la rojiblanca, que siempre tiene más gracia.


La consecuencia más llamativa de estos parones de selecciones tan antinaturales, tan a desmano, es la aparición de un mono al lado de cada aficionado. No ocurre esto con los hinchas de todos los equipos, no. Los hay a los que les da igual eso de estar quince días sin ver a los suyos sobre el campo, los hay que se alimentan de tertulias llenas de gritos y venas del cuello a punto de explotar. Los hay que se nutren de portadas de diarios deportivos que parecen editados en Lisboa o Braganza, por lo lusitanos que se vuelven en ocasiones así, y más en ésta. Los hay a los que les basta con mendigar balones dorados para jugadores con tendencia a la cabriola argumentando que al susodicho le hace mucha ilusión tener un balón de ese material para hacer juego con las dentaduras de varios de sus familiares. Hay gente pa’ tó, como decía aquel. No es así en cambio el aficionado a nuestro Atleti. El seguidor rojiblanco echa de menos al equipo de la misma manera que hace unos años, aquellos oscuros años antes del advenimiento de Simeone, le echaba de más y necesita su doble ración semanal. Su dosis en vena de emoción, de presión asfixiante y de intensidad. Su chute de evasión que le transporta a un mundo de esfuerzo, de sudor derramado y de brillantez e inspiración, que de eso también hay mucho aunque se diga menos. Por todo lo anterior, el hincha del Atleti nota brotar de su interior un mono que dependiendo de la circunstancias puede llegar al tamaño de un gorila de lomo plateado. Sin más remedio que aguantar los devaneos del calendario el fiel seguidor asume su condición de padre putativo del mono y le saca de casa, le apunta a clases de inglés después del colegio y si sale a tomar algo a media tarde le pide un trinaranjus del tiempo, que estos fríos para los simios de climas tropicales son proclives a la faringitis. No era raro en los últimos días presenciar el encuentro de dos vecinos de abono en cualquier calle y comparar los tamaños de los monos que el parón les había otorgado: “Pues el suyo ya está muy crecido”, decía un contable con asiento en tribuna baja comparando su mono con el de un abonado de tres filas más abajo que lo llevaba de la mano mientras el macaco lamía un chupachups con fruición.


Si ustedes le cuentan esto a otros, e incluso si osan contarle esto a uno de esos otros que ustedes saben, no les creerán y les mirarán como solo esos otros suelen mirar, siempre por encima del hombro, pero ya saben que, como en tantas otras cosas, ellos se lo pierden. Ellos no saben disfrutar de esas pequeñas cosas como la emoción de asistir a la función navideña del mono disfrazado de pastorcillo…




Saltó el Atleti al campo y el público y los monos acompañantes que se atrevieron a desafiar al frío aplaudieron a rabiar. Saltó también el Getafe y se presentó para la ocasión vestido de Calippo lo que de por sí es un punto negativo en un equipo que al que suscribe le cae medio mal por su presidente y por dar asilo político a una pléyade de mediapuntas. Puso el Cholo en liza a los habituales salvo Godín, al que suplió Darth Vader con solvencia y torería, y Diego Costa, que fue dejado por precaución en la banca siendo su lugar ocupado por Raúl García. Comenzó el partido a temperaturas ambientes, es decir frío y algo desangelado. Miraba la concurrencia a su derecha y a su izquierda y allí seguían los monos, comiendo pipas sin pelar, lo que es de agradecer dada la basura que se acumula en el estadio. Tras el calentamiento inicial, fue Arda en connivencia con los laterales, espléndidos de nuevos en despliegue y profundidad, el que templó el partido a base de aparecer por todas las zonas ofreciendo sus gotas de arte bizantina. Se ha echado de menos al turco en su ausencia, puede seguir funcionando el equipo, pero de un modo menos especial.


Achuchaba el Atleti a balón parado y fue de esa manera como el titular de la cátedra de jugadas de estrategia Don Jorge Resurrección puso el primer gol en la cabeza del titular de la cátedra de llegadas y goles abrelatas, Don Raúl García I de Navarra. Continuaba el asedio al marco de un equipo Calippo que ya mostraba claros síntomas de derretimiento cuando, casi sin querer, llegó el segundo en forma de autogol tontuelo. Tontuela fue también la expulsión de Valera, ese supuesto lateral que se nos vendió en su día como el carrilero del futuro y que, a pesar de dejar de lado su pelo ochentero, demostró que debajo sigue sin haber demasiado.


Arrancó la segunda parte con el Calippo prácticamente licuado y golpearon otra vez Villa en boca de gol y Raúl García cabeceando de nuevo. Justo en ese momento, la afición ya entrada en calor reparó en que habían desaparecido los monos con los que habían accedido al estadio, al haber cumplido estos la función que se les encomienda, la de acompañar al hincha lleno de morriña por no poder ver a los suyos en el campo. No crean que algún aficionado no se alarmó ante la ausencia de los simios, los hubo incluso que se acercaron a un puesto de control pretendiendo que desde megafonía llamaran a un mono pequeño con forma de tití que vestía plumífero azul marino y pantalón de pana gorda. Terminó la desazón de golpe cuando el estadio presenció la obra de arte que Diego Costa tenía guardada para los pocos minutos de los que disfrutó. El de Lagarto se hizo sitio y giró el cuerpo para enganchar una chilena que de ser ejecutada por otro jugador hubiera acarreado la emisión urgente de varias cartillas de cupones para tazas de café y edredones con la foto del lance inmortalizado para la posteridad.



Moría el partido y todavía hubo tiempo para que la conexión astur, esto es Villa y Adrián, redondeasen la cuenta ante el alborozo de una afición que ya no se acordaba del mono de los últimos días ni de los parones que apetecen como acompañar a la suegra al callista. Marchaba el respetable feliz a sus casas y había olvidado el frío, la hora y el aburrimiento de la última semana pero guardaba en sus retinas la nueva exhibición de los suyos. Guardaba un gol de bandera y un partido completísimo ante un rival con sabor lima-limón. Comentaban los aficionados los distintos lances vividos de camino a sus vidas y algún despistado preguntó a otro porqué llevaba una cazadora pequeña y una bufanda rojiblanca tamaño infantil en la mano y éste no supo contestar. Recordaba lejanamente que acudió al partido de la mano de alguien, de un mono tal vez, pero no fue capaz de hacer más memoria. Estos chutes de fútbol que el Atleti proporciona dejan estos maravillosos efectos secundarios.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Teoría aplicada de grandes superficies (o Terror en el Hipermercado, según prefieran)

Ni playa ni montaña, ni tan siquiera sumido en un atasco, servidor de ustedes comenzó el puente metido en una gran superficie, echado pa’lante que es uno. Quizás tuviera que ver el hecho de que al abrir la nevera se le cayera a uno el alma a los pies. Solamente un limón seco con varios trienios de antigüedad guardaba el fuerte, no quedaba ni siquiera un mal sobre de ketchup de los que dan en las hamburgueserías o un árbitro que se haya comido un penalti en jornada previa. Todo vacío. La nada absoluta. El que suscribe llenó su carrito de artículos inútiles y de alguno necesario, claro está, pero siempre manteniendo la férrea disciplina táctica que la dueña de mi casa había esbozado en forma de lista. Una lista de esas que acaban manoseadas y arrugadas de tan consultadas, una lista plagada de ambigüedades, una lista en la que no se aclara al sufrido comprador por poderes si los yogures de fresa hay que comprarlos con trozos, edulcorados o bajos en grasa. En fin, que les voy a contar que ustedes no sepan.

Se acercaba el momento de mayor estrés para el visitante a la gran superficie: el de sacar todo del carro para pagar. El momento supremo, el momento que pone el corazón a doscientas pulsaciones incluso a los opositores a bombero. Uno, tras recoger el testigo de plástico que otorga el honor de poner cosas en la cinta de caja como cliente siguiente, fue sacando las cosas de forma ordenada según dictan los cánones del comprador profesional: primero lo congelado, luego lo fresco, un poco después las cajas de leche y los packs de bebidas en lata, en medio todo lo que no es ni fresco, congelado, ni está en caja o pack y por último los artículos de droguería. Quedan fuera de esta regla los huevos y el pan Bimbo, que por delicados pueden ponerse tanto al principio como al final, pero nunca mezclados con los otros recios productos. El caso es que ya andaba uno desplegando esas bolsas de rafia que hoy en día anegan los maleteros del sufrido ciudadano, esas invasoras de diseño de largas asas, esas usurpadoras del sitio que antes disfrutaban los balones en las partes de atrás de los coches, esas bolsas que impiden el partido espontáneo y hasta el gol regañao en cualquier porción de césped mínimamente practicable, esas que sirven para lavar conciencias medioambientales del comercio en general cuando, de improviso, aparece un señor de mediana edad que, primero colocándose en línea como si fuera un delantero burlando el fuera de juego y segundos después adelantándose unos pasitos, pretendía sacar ventaja en el noble arte de colarse. Ya casi veía uno la parte de atrás de su brillante chándal oscuro cuando éste que les habla decidió poner claras las cosas al espabilado caballero:

- ¡Uy!, no le había visto -aquí uno tiene que poner cara de que sí, de que seguro que no me ha visto, a pesar de los dos metros de altura y de la altura, valga la redundancia, que alcanza lo almacenado en el carro, víveres con los que se podría sobrevivir varios años en una isla desierta-. De todas formas, mire solo llevo estas dos minucias. Un par de productos que ni necesito ni utilizo de manera regular, pero que se me han antojado ahora que se inicia el puente ¿Me dejaría usted pasar?

Uno, que normalmente intentan conducirse por la vida de manera comprensiva y empática, le hubiera dejado pasar para verle alejarse con sus minucias rumbo al parking, pero hubo algo que le impulsó a decir que no, que de eso nada, que se mantuviera atrás que ese era el sitio que le correspondía. El individuo, claro está, se amohinó, sin duda poco acostumbrado a estar detrás, a esperar su turno y protestaba por lo bajinis lleno de soberbia. Ya les digo que todavía no sé si fue el ciclo lunar, el inicio del puente o qué fue lo que me empujó a no dejarle pasar bajo ningún concepto. Aunque ahora que lo pienso, lo mismo fue ese escudo en forma de despertador que lucía el gachó en el pecho del chándal, vayan ustedes a saber.



Solo con dar una vuelta por los alrededores del Calderón, se adivinaba que andaba la gente con ganas de fútbol. Invitaba a ello el rival, el horario y hasta una pequeña tregua climática antes de que lleguen los fríos siberianos que azotan nuestro estadio con regularidad. Dispuso el Cholo a los habituales en los partidos de casa, esto es, Tiago por Mario, y tuvo a bien además otorgar una nueva oportunidad a Adrián para sustituir al renqueante Arda. Salió el Atleti dubitativo y el Athletic con un uniforme que parecía un pijama de entretiempo y pareció durante los primeros minutos que el fútbol andaba todavía inmerso en la operación retorno del puente. Minutos de imprecisiones, de batalla estéril y de protagonismo para el árbitro, empeñado en sacar tarjeta amarilla a todo aquel que osara saltar en balón dividido por alto con Adúriz, que debe ser un futbolista que cae bien al gremio arbitral. Poco a poco se sacudieron los nuestros el buñuelo, por no decir la torrija, que es más de otros puentes, y fue principalmente de la mano de Koke, imperial de nuevo ayer encontrando huecos a la espalda de la zaga rival allá donde los hubiera, y de Villa, lo que es noticia y buena.

Fue el asturiano el que abrió la lata rival tras centro meritorio de Juanfran con un remate en escorzo invertido, o lo que es lo mismo un remate raro y medio mordido que además rebotó en un defensa antes de alojarse en la portería rival. Sirvió el gol para darle confianza al asturiano y para asentar a los nuestros. Si poco se había visto del equipo vasco hasta entonces, quejas en cada salto aparte, menos se vio a partir de ese momento. Solo quedó sobre el campo el Atleti, este Atleti reconocible e insaciable que nos ha tocado disfrutar. Se desdoblaban Juanfran y Adrián haciendo suya la banda derecha, se sumaba Filipe por la izquierda, Tiago se entonaba y Gabi demostraba una vez más que a pulmones no hay nadie que le gane. Encontraba el equipo a Villa con asiduidad, hecho que pudiera atribuirse a que el asturiano se mostró menos estático y más caído a banda izquierda y todo el ataque giraba en torno a Koke, siempre Koke.

Faltaba por sumarse a la fiesta Diego Costa y lo hizo culminando de manera brillante una arrancada suya de esas que rebosan velocidad, una jugada de esas que parece que va a perderse en el limbo de las jugadas olvidadas  por descontrolada pero que el de Lagarto controla de forma medida. Se quitó del medio a dos rivales con un cambio de pierna y fusiló por bajo dejando la moral rival y el partido finiquitados. Dicen las malas lenguas que, tras ver en los resúmenes de la noche, tarde en hora local, la finalización de Diego Costa en el gol, Scolari salió corriendo de su apartamento con vistas a la playa de Copacabana rumbo al consulado español más cercano, para ver si podría acreditar un abuelo extremeño que le hiciera tener bajo sus órdenes a un delantero como el que nos ocupa y no a Fred y otras extravagancias cariocas, Marimar incluido.  

Más de lo mismo en la reanudación: un Atleti desatado y unos leones con peligro de gatitos siameses. Toda la fiereza perdida de los bilbaínos militaba del lado de los madrileños, todos los balones divididos tenían color rojiblanco y los que no estaban divididos, también. Pudo el Atleti ensanchar la herida y pareció que no quisiera. Pudo Villa cabecear a la red tras otra subida del efervescente Juanfran y encontró carne de portero. Pudo Koke volver a sentar cátedra y pudieron varios meter un gol que se difuminó generosamente entre los participantes en la jugada. Pudo ser más si hay lugar para que se pueda pedir más a este equipo y ya les digo por adelantado que pedirles más parece caprichoso.


Suma y sigue este equipo que de manera permanente nos dibuja una sonrisa y nos mantiene el pecho el posición de henchido orgulloso. Sea con oficio o con juego, sea en las buenas o en las menos buenas. Falten o no algunos pilares. Aún abrazando como un dogma de fe la filosofía del partido a partido, empieza uno a pensar que será difícil descabalgar a este grupo de la ola a la que les ha subido Simeone. Deberán andar con ojo los que andan delante con exigua ventaja y deberán seguir detrás los que andan amohinados por estarlo. Los que están poco acostumbrados a ver nuestra gloriosa retaguardia y protestan por lo bajinis siempre tan llenos de esa soberbia tan suya. No intenten colarse, leñe, y menos con ese chándal tan feo con ese escudo-despertador ahí puesto. 

lunes, 28 de octubre de 2013

Silencio, se rueda...

Los preparativos habían finalizado y todo el mundo estaba en su sitio: el director de fotografía había iluminado la escena con mimo, los de diseño de producción habían conseguido que el césped pareciera una alfombra perfecta en la que no sobresalía ninguna brizna rebelde. Todos los actores maquillados, los cuarenta y pico mil extras expectantes, ansiosos por el comienzo de la sesión. Fue entonces, justo cuando la calculada coreografía previa llegó al punto razonable de perfección, cuando el fornido ayudante de dirección que llevaba colgado un cronómetro al cuello consultó por última vez sus apuntes, esos que siempre llevaba encima, y se acercó a la silla del director para decir que todo estaba listo. El director, siempre vestido de negro riguroso, le escuchó y se apoyó en el respaldo sobre el que se podía leer Cholo Simeone un segundo antes de decir: “¡Silencio señores!, ¡Cámaras!, ¡Acción!”

El chico de la claqueta, sustituida esta vez por un silbato, dio por iniciado el rodaje y la primera secuencia se desarrolló con una rapidez cegadora. Plano largo de un equipo que saca de centro, ataque furibundo al estilo batalla de Braveheart, varias escaramuzas en las que el resultado sonríe a los de rojo y blanco y balón cruzado, dañino, para que llegue el nuevo héroe, el áctor por el que suspiran jovencitas en edad de merecer y algún señor con bigote. Su primera película desde el inicio, su primera titularidad y a los trece segundos el guión le ofrece la posibilidad de abrirse un hueco en la historia. Tras el arrollador inicio, sin duda un guiño del director a los que llegan pronto al cine y se chupan todos los trailers, aunque sean de sesudas películas españolas, se presentan los personajes en diferentes escenas que llegaran más o menos hasta el minuto cuarenta y cinco de metraje. Los malos de la película no son malos realmente, se convierten en espectadores de excepción de la trama, están ellos con sus trajes verdes y blancos como podrían estar cualesquiera otros, el nudo de la historia, de ésta y de muchas más de las que se ruedan esta temporada, se filma en rojo y en blanco, y si es con pantalones azules mejor.

Guardaba el argumento del filme alguna sorpresa más para la segunda parte. Aquel actor del que se empezaba a dudar, ese que leyó el libreto en verano y decidió sumarse a la producción trayendo consigo unas maletas cargadas con la gloria de su extensa filmografía, demostró que le quedan papeles que interpretar para rato. Bordó primero un plano rebosante de hambre, de ansia por acallar a los que dudaban. No podría haber acabado la escena de mejor manera, brillantes estuvieron todos desde el inicio y fue él quien se lanzó sin especialista de por medio a finalizar el trabajo coral cruzando un balón con la testa. Saciada el hambre del artista, su segundo encuentro con el gol tuvo más de sangre fría, de plano con matices y gestos que estalló en un remate con el alma. Suyo fue también el pase que habilitó al actor de moda, ese por el que se pelean usando formas más que discutibles la cinematografía brasileña y la autóctona de aquí. Terminó la escena como suelen terminar todas las que toca últimamente nuestro galán con cara de pocos amigos, en la red, claro.



El desenlace tuvo algo de poético, algo de círculo que se cierra. Completó la cuenta el actor veterano, el secundario de lujo, el que se deja el alma y la piel en cada escena. Fue como un no crean que he dicho mi última palabra, no se queden solo con el inicio de la trama, con esa precocidad insultante con la que el ilusionante nuevo actor se presentó en la película, me queda cuerda para rato y juntos podemos convivir en futuros rodajes porque, a pesar de que mi papel sea menos proclive al lucimiento, la producción se cae sin mí. Razón tiene.


No sé si les pasa a ustedes también, pero a servidor muchas veces le parece que el partido del Atleti está guionizado en la cabeza de Simeone y se desarrolla exactamente como él lo ha visualizado antes, cuando se sentó frente a una máquina Olivetti para plasmar en el libreto del encuentro sus ideas. Ni el más celebrado escritor de finales felices pudiera pensar en que la perla que debuta en el once inicial abra el marcador a los trece segundos, que se redima la estrella a la que se suponía casi extinguida, que tenga su plano el actor de Lagarto y que cierre la cuenta el gran capitán. Nueva muestra de cine de autor. Nuevo estreno con gran éxito de público y de la crítica que realmente sabe de esto, no esa crítica que solo entiende de superproducciones con más promoción que argumento, pastiches por los que asoman actores de morrito atusado que cobran cheques llenos de ceros por interpretar un guión chusco que acaba justificando su mediocridad en base a lo que decide el señor de la claqueta o del silbato, lo mismo da. Nueva muestra de genialidad de este director de actores. Es tan abrumadora la sensación que le queda a uno cuando se queda pegado a la butaca mientras desfilan por la pantalla los títulos de crédito de lo que acaba de ver que casi olvida benévolamente a los productores. Esos productores que tienden más a llevárselo muerto que a darle al director todo lo que pida visto lo visto. Pese a ello, les recomiendo que hagan acopio de palomitas y se sienten cómodamente para el siguiente estreno que se producirá en unos días. No les defraudará…

miércoles, 23 de octubre de 2013

Depresiones y tristezas a la austrohúngara

Nada más tomar tierra en Viena el avión que transportaba a la expedición rojiblanca, los empleados del aeropuerto se dieron cuenta de que había algo raro en los recién llegados. Era cierto que todos los integrantes bajaban por la escalerilla ordenadamente con sus elegantes uniformes, pero se les notaba tristes, deprimidos, y eso es algo que no escapa a un austriaco por muy cargador de maletas que sea porque deben saber ustedes que los habitantes del país centroeuropeo son muy aficionados al psicoanálisis desde tiempos de Freud y a la tarta Sacher desde tiempos de Sissi Emperatriz, que todo sea dicho era una señora mucho más gorda de lo que nos enseñaron en las películas.


No crean que el estado depresivo se circunscribía solamente a los jugadores, técnicos y palmeros varios que viajaron a la ciudad vienesa, nada de eso. Cientos y aún diría miles de aficionados atléticos anduvieron a lo largo de todo el día como sin gracia, desganados, en un estado de astenia producida por la depresión que provoca el equipo en ellos. La mayoría de ellos anunciaron cuando la noche extendía su manto y se acercaba la hora del encuentro que no iban a cenar de lo desanimados que estaban y que como mucho se tomarían una leche con colacao antes de irse a la cama por el qué dirán. Muchos incluso, prefirieron no ver el partido por la tele por lo tristísimos que seguro que se iban a poner al verlo y cambiaron de cadena para ver al equipo transmesetario y la vez europeísta, que ese sí que es un equipo que da gusto ver y que alegra el alma con sus circulaciones de balón tan parecidas a las del balonmano antes de pitar pasivo. Para los que ayer el ánimo no les daba para fútbol, hoy les reserva el destino otro partido de los que llena de júbilo y gozo al espectador, nada más y nada menos que el mejor equipo de la galaxia y el universo conocido, ese en el que juega un jugador con peinado relamido que se quita la camiseta en cuanto tiene oportunidad sacando a relucir la corista que lleva dentro. Si a pesar de todo la moral sigue flaqueando, deben saber ustedes que no es de recibo hacer planes para el fin de semana, que los dos equipos que compiten con el único objetivo de poner el corazón contento y lleno de alegría a la totalidad de la humanidad se miden en irrepetible lid el sábado a la hora de sacar a los niños al parque, en lo que ya ha sido bautizado por los medios como el trigésimo octavo partido de lo que va de siglo. ¡Ay!, (suspiro profundo, casi lánguido) y nosotros con esta tristeza y este mal fario encima…


Esperaba el Atleti en el túnel de vestuarios del estadio vienés empapado de esa decadencia tan austrohúngara que se respira en la ciudad y salió detrás Simeone de negro, como es costumbre y como merecía la ocasión de tan negras como pintan las cosas para la causa. Puso El Cholo en liza a un equipo con algunos cambios, sin duda destinados a paliar la depresión reinante. Jugó Darth Vader de titular y mostró sangre fría y hasta buen trato al balón en algunos lances, lo que solo puede ser interpretado desde el hecho de que no se debe enterar mucho de lo que pasa por cuestiones idiomáticas y la depresión no ha calado en él de la misma forma que en los demás. Jugó también Raúl García acompañando al compungido Diego Costa como segunda punta, algo sobre lo que Villa y Adrián, la conexión sidrera del equipo, debería reflexionar y jugó Tiago, que ya casi es más titular que Mario Suárez. Empezó el Atleti dominando, sin duda sobreponiéndose a la procesión que iba por dentro, a un rival voluntarioso y poco más. Avisaron pronto los nuestros y golpearon poco después, tras un pase que Koke vislumbró entre los lagrimones que anegaban su rostro y que fue rematado casi sin gana por Raúl García tras cesión de un inapetente de cara al gol Filipe.




No crean que el gol mejoró el quebradizo ánimo de los nuestros, nada de eso, deambulaba el Atleti como alma en pena por el campo y fruto de ese deambular arrancó Diego Costa desde campo propio, encaró con esa potencia tan suya que nace del dolor y tras dejar a un rival sentado y con las piernas anudadas gordianamente batió por bajo al portero austriaco en lo que suponía un segundo gol que casi no se celebró por nuestros taciturnos jugadores. Solo tras el gol del de Lagarto pareció estirarse algo el rival y hasta dispuso de una oportunidad con tiro al larguero incluido lo que incrementó más si cabe el pesar rojiblanco ante la galopante crisis de juego y resultados. Cuentan los entendidos que Simeone tuvo que hacer de tripas corazón en el descanso e intentar dar consuelo a un plantel deshecho y cariacontecido ante la que estaba cayendo.


Tras el descanso quedó Filipe en la caseta debido a lo que se dijo que pudiera ser una contractura y desde estas líneas se achaca a una enfermedad psicosomática motivada por la tristeza y la desazón y salió Insúa en su lugar. De botas del argentino nació un centro que Diego Costa remachó apesadumbrado a la red en lo que suponía un segundo gol que no mermaba su pena. Poco más dio de sí el partido. Si acaso algún detallito de Arda, que ayer ni sonrió ni nada que se le pareciera y alguna arrancada del Cebolla, cuyo aroma, al de cebolla me refiero, impregnó el ambiente para hacer brotar el llanto en propios extraños y hasta en un señor de Salzburgo que se acercó a ver el partido para pasar un buen rato, craso error. Justo antes del partido final, llegaron noticias de que en otro campo, en la Alemania más profunda, Fernando Torres había metido otro par de goles para no ser menos que Diego Costa y que ambos hechos sumían más si cabe en un estado depresivo a la afición rojiblanca.



Termina la primera vuelta de la fase de grupos de la Champions con el equipo mostrando síntomas preocupantes: nueve puntos de nueve posibles. Segundo en liga a solo un punto del equipo del orfebre rococó y dos por encima del conjunto interestelar presidido por un señor que antes era constructor y ahora se cree Napoleón. Diego Costa como pichichi y Courtois como segundo en el trofeo Zamora. Simeone no parece hacerse con el control de una situación depresiva que amenaza la estabilidad interna del vestuario. Los servicios de emergencia de las principales localidades patrias han iniciado una campaña de vigilancia exhaustiva del aficionado atlético, pues dado como están las cosas no es descartable que alguno cometa alguna barbaridad llevado por la aflicción. ¡Ay!, (suspiro profundo, casi un hipido de plañidera), ¡qué pena más negra y qué tristeza tenemos encima!

lunes, 7 de octubre de 2013

¿Hay alguien ahí?

“¿Hay alguien ahí?”, pregunta con voz trémula la rubia de bote (con todas sus consecuencias) asomándose a la oscura habitación de la que parecía salir el ruido. Uno diría que la rubia, que casi no cabe en ese jersey de tantas tallas menos, espera que el asesino psicópata responda diciendo que sí que está él pero que como ha preguntado de esa forma tan educada desde el quicio de la puerta ya no la va a descuartizar como ha hecho con el resto de sus compañeros de curso.

–Hágase cargo usted –añadiría el presunto homicida dejando a un lado la sierra eléctrica o el cuchillo jamonero adquirido en la teletienda–, de que uno no asesina por vicio, sino que es la coyuntura macroeconómica la que le hace a uno desfogarse de esta sangrienta manera, aspecto que, a juicio de servidor y del terapeuta del seguro que me trata con desigual fortuna, no es ni más ni menos preocupante que la actitud de las adolescentes que acampan durante varias noches para ver en primera fila un concierto de una banda juvenil de acné furioso.

Pero como el mundo es de otra manera y el cine de terror, o el terror de cine que para el caso es lo mismo, respeta sus tradiciones de manera celosa, la rubia acaba como acaba tras la absurda pregunta, poniendo todo perdido de sangre, de vísceras y de las fibras que suelta ese jersey tan ajustado, fibras de esas que se agarran a las tapicerías de los coches y no hay manera de sacar ni aún con aspirador de mano, lo que de por sí ya merecería una muerte lenta como poco…

Da igual que el horario sea nocturno, como lo fue en ocasiones anteriores, u horario de vermú como lo fue ésta vez. Uno viene observando desde que la temporada nació que los equipos rivales saltan al Calderón con miedo, con la misma prevención con la que la rubia lanza su pregunta a la oscuridad del sótano, sabiendo sin querer saber que allí, agazapado, hay algo amenazante. Nada más y nada menos que un equipo, claro.



Puso El Cholo en liza a los sospechosos habituales con la única entrada de Mario por Tiago con respecto a las últimas citas y puso Luis Enrique, triatleta a tiempo parcial y entrenador sobrevalorado a tiempo completo, a un equipo con diez rubias (muchas de bote, con todo lo que ello conlleva) ataviadas con jersey celeste ajustado y a un portero del que se esperaba poco por su manga corta y su camiseta de surfero, blanca para más inri. Salió el Atleti arrollador, exuberante. Asestaban los nuestros puñaladas en la defensa viguesa con los laterales como principales cómplices. Gran partido de Juanfran y Filipe, lo que viene siendo costumbre y gran acompañamiento del resto de líneas, destacando Diego Costa, serial killer de cabecera del equipo y todo el centro del campo. No veía el Celta resquicio por el que escapar de la avalancha rojiblanca y solo el portero con alma de skater mantenía vivos a los gallegos. Se vivieron grandes minutos de los que firma este Atleti, juego directo, combinaciones veloces, finalizaciones de Costa y méritos del portero. Pudo el Atleti adelantarse de penalti pero, como buena película del género, el portero con hechuras de graffitero impidió que el partido muriera prematuramente, que ya se sabe que las muertes si duran y son muy sangrientas, visten más en la gran pantalla. No obstante, se fue de manera justa aunque corta el Atleti con ventaja al descanso, fue en un remate tras pase de la muerte de Filipe que resume lo que es este equipo: gol estilo Fuenteovejuna, todos a una. El colectivo frente a la individualidad hasta a la hora de empujar un pase con aroma de medio gol.

Continúo el encuentro por los mismos derroteros tras el descanso y pudo Villa matar el partido casi definitivamente antes de lesionarse, marró el asturiano como antes había errado otras oportunidades y quedó en el ambiente cierta preocupación, no tanto por su lesión, de pronóstico leve según parece, sino por esas desconexiones que sufre que pudieran ser propiciadas por el brutal tono físico de sus compañeros. No debe ser fácil, tomen ustedes a los nuevos fichajes como ejemplo, subirse a un tren que circula a la velocidad que exige Simeone a este convoy y el Guaje lo nota, más de lo debido tal vez. Fue Costa el que ensanchó la herida celeste en otra típica jugada de las suyas, balón largo al espacio carrera imparable plena de potencia y disparo seco abajo. La frialdad de ese asesino con una cara de asesino que no puede con ella parecía cerrar el partido y aupar a nuestro exterminador al olimpo del pichichi.  

Si hay algo típico del cine de terror y de sustos gordos son los finales. Suele ser costumbre que, cuando ya casi todo el elenco actoral anda criando malvas desde hace rato, pareciera que el psicópata flaquease. Acaban los gritos y el señor de la capa negra y la careta con la boca muy abierta parece vencido, desfondado tras la agotadora tarea de liquidar adolescentes. Algo así ocurrió ayer sobre el césped del Calderón. Fue echándose el Celta para arriba cada vez más y los nuestros se dejaron querer, sin duda presos del cansancio, de la exigencia física de las últimas citas. Recortó el Celta tras gol bien finalizado de un jugador con pinta de torero purista y empezó el Atleti, el asesino de nuestros amores a mostrar síntomas de extenuación. Miraba el respetable a los relojes y pasaban los segundos con una lentitud que daban ganas de estrangularlos para que espabilaran. Sirvieron estos minutos para acordarse de las ocasiones perdidas del inicio, para pasar algún que otro sobresalto y para que debutara Guilavogui (o Sí ya lo vi, como se le conoce en ciertos mentideros) sin mostrar más que buena planta.


Ya conocerán ustedes el final de la película. Finalmente resurgió el asesino y continuó acrecentando la racha de víctimas de la temporada. La rubia que llevaba ese indefendible jersey celeste acabó muriendo a sus pies dejando todo perdido de sangre, de vísceras y de esas fibras que se agarran a las tapicerías de los coches como un ministro a una poltrona. Ocho equipos pasaron por las manos de éste equipo nuestro con alma de ejecutor y los ocho quedaron desmadejados en el camino. Muchas muertes ya a la espalda de este equipo obsesionado enfermizamente por la presión y el compromiso, por no dejar testigos que puedan levantarse y siquiera gritar. Parece que nuestro depredador empieza a mostrar sentimientos, tal vez algo de debilidad achacable a la falta de frescura de piernas que habrá que seguir vigilando. Debo de confesarles que siempre que veo una película del género, servidor espera que todos mueran, todos menos el asesino, claro y más si este viste de rojo y blanco….

miércoles, 2 de octubre de 2013

Las muertes indecisas


- Lo que le estaba contando doctor, en mi familia somos muy de morirnos lento, de morirnos a plazos. No crea que morimos de forma agónica, nada de eso, nos morimos de manera indecisa, diferida. Por ponerle un ejemplo, mi abuelo estaba con el sudario puesto y hasta el párroco había pasado por casa para darle la extremaunción. Mi abuela Federica, que en gloria esté, era muy previsora y la había encargado un ataúd revestido de zinc con acabados en nogal, una cucada, vamos, pues bien, mi abuelo decidió que no era su hora y estuvo durante los siguientes diez años que si me muero que si no y claro, se acostaba en el ataúd por darle uso. Con decirle que se le enderezó la espalda a él, que siempre había sido algo cargado de hombros. Y luego está lo de mi tío, Quintín el del molino, le llamaban. Mi tío Quintín volvió a casa de la guerra desahuciado por un balazo en el trasero que derivó en fístula de 38 milímetros parabellum y allí estuvo postrado quince años sin saber si se moría o no hasta que llegó al pueblo una compañía de cómicos con la que venía mi tía y se levantó de la cama para fugarse con ella a Argentina. Cuando le preguntaron dijo que no había dicho que se encontraba muy bien para no disgustar a nadie y porque mi tío siempre ha sido bastante flojo, no nos engañemos…


Jugaba el Atleti en Oporto, un campo que tradicionalmente no se le ha dado bien, y sacó Simeone una alineación que daba algo de aprensión. A la obligada baja de Diego Costa por aquel jugar a tope tope con un defensa eslavo se añadía la decisión técnica de prescindir de Koke de inicio. Ahí es nada, se plantaban los nuestros sin los dos jugadores más en forma para enfrentarse al rival más fuerte del grupo y fueron muchos los aficionados que volvieron a fumar después de varios años sin catarlo o de hincharse de bollos rellenos de crema a pesar de las horas de sudores pasadas en el gimnasio haciendo spinning u otras aberraciones de similar calado.

Comenzó el partido con los nuestros agazapados y algo indecisos. Poco cariño tenía el balón a los nuestros, tal vez por el maltrato que se le dispensaba y el rival, que no iba vestido de Oporto si no de Getafe con brillos, se hizo con el partido casi sin querer. La indecisión del Atleti se veía en la defensa, en un medio del campo sobre el que el balón pasaba volando y sobre unos delanteros desconectados. Se adelantaron los locales tras jugada de estrategia defendida de aquella manera y, por lo que se estaba viendo, daba la sensación de que allí, a orillas del Duero, en esa capital coqueta pero algo decadente, moriría la racha triunfal de los nuestros. Se sacudió algo el Atleti el dominio del adversario pasado el ecuador de la primera parte y hasta pudo empatar sin merecerlo demasiado en un remate de Raúl García que se estrelló contra el larguero tras haber contado con la inestimable colaboración del portero rival, firme seguidor de la añeja tradición de porteros con pantalón largo que esconden dentro a un tenor frustrado.



Ya en la segunda parte, y tras la correspondiente Simeonina salpicada con gritos del descanso, salió otro Atleti. No un Atleti brillante, que ayer para brillos ya estaba la camiseta de los dragones, pero un Atleti diferente, un Atleti menos indeciso con respecto a dejar morir la racha victoriosa. Un Atleti que tira de oficio cuando la inspiración le da calabazas. Empató Godín resarciéndose del fallo de marcaje en el gol enemigo, de nuevo con la venia del portero con mallas de gimnasia rítmica, y se vio que no era para tanto el rival, que más allá de la historia, la plantilla actual del equipo luso es apañada y poco más. Resucitó el Atleti y se hizo con los mandos prescindiendo de los delanteros, poco afortunados ayer. Salieron Koke y Oliver y aquello era otra cosa, no una para tirar cohetes, pero otra definitivamente. Fue entonces, cuando unos y otros empezaban a asumir que el empate no era malo para nadie, cuando en una falta al borde del área Gabi miró a Simeone y éste le hizo una seña. Una seña que pudiera ser interpretada por alguien que no entrena con el equipo como que El Cholo avisaba a Gabi de que iba a envidar a grande, a chica y a pares si los lleváis. Gabi, obediente, amagó con disparar mientras Arda se descolgaba de la barrera para fusilar al portero-cantautor a bocajarro en lo que suponía el enésimo gol atribuible a la pizarra de los que este año se han marcado.

Ganó el Atleti en un campo en el que hasta la fecha no había conseguido siquiera marcar un gol. Ganó el Atleti y lo hizo con oficio, zafándose de la mortaja de juego a la que parecía abocado en el inicio del partido. Ganó el Atleti más allá de rotaciones y de ausencias, más allá de nombres que no sean el de Diego Pablo y el de Germán. Llegarán otros días en los que la racha creerá que está a punto de expirar, pero le habrá cogido gusto a estar con los nuestros y no se querrá ir con facilidad para no desairar a nadie. No bajará este Atleti los brazos para dejarse ir, para que venga la parca de las rachas y los triunfos y merme sin esfuerzo esta fe inquebrantable que muestra. Esto es fútbol y algún día pasará, está claro, pero de momento a este Atleti y a su racha les queda cuerda por delante…

lunes, 30 de septiembre de 2013

Reflexiones que quedan cortas sobre el derby

Justo antes de la hora de la cena, que es cuando los expertos dicen que es mejor hacer estas cosas, el hombre que vestía de negro riguroso se sentó en el borde y puso el tapón en el desagüe. Seguidamente abrió el grifo para que se fuera llenando la bañera y puso la palanca del monomando al medio pero un poco a la izquierda, con rumbo suroeste, vamos, que así se evitan chorros inesperados de agua gélida de los que acechan en la posición central. Mientras subía el nivel del agua, nuestro elegante protagonista medía cuidadosamente la temperatura con un termómetro encastrado en una tortuga de ojos saltones y colores vivos. Treinta y siete grados, lo justo. Aprovechó el tiempo que le sobraba para preparar una toalla con capucha y motivos de ositos, el body milk y hasta un patito de goma amarillo que sirviera de entretenimiento durante el proceso. Fue entonces, cuando todo quedó dispuesto de manera precisa, cuando el hombre de negro se acercó al banquillo de al lado para coger amorosamente a su colega, de nombre Carlo y de apariencia muy similar a la de Alec Baldwin, y se dispuso a darle un baño de madre y muy señor mío….

Se nos acaban los adjetivos, damas y caballeros. En recientes convenciones de blogueros, columnistas y lanzadores de bulos especializados en este Atlético de Madrid al que no se le atisba techo, los asistentes se quejaron de la cortedad de las palabras y la escasez de las hipérboles para calificar el crecimiento de este equipo y su desempeño en todas las ocasiones, en grandes y pequeñas citas. Se dice incluso que existe un mercado negro de adjetivos en el que adquirir algunos nuevos con los que glosar las hazañas de Simeone y los suyos, pero aun así ninguno es capaz de hacer justicia a lo vivido. Poco les podría yo añadir a todo lo que habrán visto y leído. Si acaso podría hablarles de ese pellizco de orgullo localizado en un lugar indeterminado entre el pecho y el estómago que últimamente sentimos todos. Tal vez les pudiera hablar de lo fácilmente reconocibles que somos ahora los seguidores colchoneros por ir andando por la calle con una sonrisa de oreja a oreja. De todas formas, y aun sabiendo la justeza de lo que yo pudiera aportar, aun sabiendo que lo que aquí lean les va a quedar como un jersey de algodón lavado con agua caliente, aquí se lanza el que suscribe.

Corto quedará todo lo que les diga sobre el partido. Corto lo que se añada sobre la presión asfixiante o sobre el jugar el balón con criterio, aspecto que no en todas las ocasiones se puede destacar. Corto y raquítico lo que les dijera sobre la firmeza de la defensa, sobre dos centrales que están tomando tintes titánicos y sobre un portero que nunca falla, y si falla y a punto está de liarla parda, tiene la suerte de su lado. Corto y de segunda mano sería todo lo que podría servidor pudiera expresar sobre los laterales. Uno, el izquierdo, brillante en el ataque y en la presión fruto de la cual llegó el gol del encuentro. Otro, el derecho, más sacrificado porque así tocaba, más pendiente de bailar con la más fea, aunque ella se crea guapa y relamida, más comprometido con vigilar a ese jugador que se suele reivindicar metiendo goles de dos en dos o de tres en tres a equipos que coquetean con el descenso. Corto y encogido sería lo que pudiera contarles sobre la jerarquía de Gabi y cómo siempre se encuentra donde se le espera. Ayudando, ofreciéndose o haciendo faltitas tácticas cuando se tercia. Pocas veces un brazalete le ha sentado a un jugador como le sienta a él, llegando a un punto de que uno no sabe si el brazalete no se pudiera sacar de su brazo y se ha fundido con su piel más allá de los terrenos de juego. Corto y escaso sería todo lo que se declarara sobre el partido de este Tiago renacido que ha dejado atrás, milagros Simeone mediante, toda esa abulia con la que aderezaba sus actuaciones. Hace poco tiempo, no demasiado, la jugada más representativa del portugués era el señalar a sus compañeros hacia dónde debían ir sin ir él nunca hacia ningún sitio, hoy, es él el que acude con disposición a donde toca y también a donde no toca, y si a eso le sumamos el buen trato hacia el balón que siempre mostró, para qué queremos más. Corto y extremadamente conciso sería lo que les mencionara sobre el partido de Villa. El asturiano ha asumido su rol, menos dado al escaparate que lo esperado y lo ha hecho silenciosamente y con buena cara. Cierto es que vive ahora más alejado del gol y sus circunstancias, pero ayuda al equipo a desplegar un juego de más combinación. Amén de para meter goles, que lo hará, para jugar este tipo de partidos vino y hasta el momento, sin enamorar, no ha defraudado.



Si de cortedad hablamos, lo corto se vuelve diminuto cuando de glosar los minutos, los partidos y la temporada que llevan los tres titulares que faltan por mencionar. Corto de sisa todo lo que se expusiera sobre Don Jorge Resurrección, que de don merece ser tratado. Koke está cogiendo hechuras de jugador de época, de centrocampista total, de medio con pulmones fabricados en Alemania e imaginación salida de una orfebrería latina, de visionario que encuentra los resquicios que los demás no aciertan a ver a la espalda de los contrarios, de crack con cláusula de rescisión demasiado baja sea ésta todo lo alta que pueda ser. Corto e insuficiente todo lo que se explique sobre Arda Turan. A su ya consabido duende, a esa clase que destila en cada lance, ha añadido un compromiso impensable para un jugador de sus características. No solo brota poesía de sus botas cuando el balón tiene a bien pasar un rato con él, además deja detalles de los que se fijan en las retinas del hecho diferencial rojiblanco. Como ejemplos, podríamos citar esa bronca a Diego Costa poniendo la misma cara que Leónidas y sus 300 guerreros en las Termópilas, el blocaje que sirvió de reflexión al árbitro unos segundos antes cuando, a juicio de servidor, el de Lagarto estaba ya expulsado o una carrera de casi cien metros tras corner mal sacado persiguiendo sin ceder un metro de ventaja a esa nueva estrella que, a pesar de sus esfuerzos por parecer un deportista de diseño, atesora cara de tonto del pueblo. Corto y exiguo sería lo que pudiera uno aportar sobre el estado de forma de Diego Costa, sobre esa sangre fría, sin duda producto de su lugar de procedencia, Lagarto, que exhibe para finalizar a los palos largos, sobre el constante combate, sobre tener que salir del partido exhausto como única posibilidad, sobre el no rehuir el choque.


Corto y esmirriado quedaría todo lo que les diría y corto y esmirriado fue también el resultado que pudo ser de los que quedan para la historia. Cortas y malogradas aquellas oportunidades perdidas: el cabezazo de Tiago, el sutil lanzamiento de Koke a la escuadra y el mano a mano que Costa no le venció al agotamiento. Corto como de costumbre el argumento del rival cuando alguien se salta el guión, cuando la banca no gana en la ruleta: la protesta, el encanallamiento del prepotente, la impotencia del supuestamente omnipotente, la mueca de las mocitas con acné purulento, la rabieta del niño consentido, el codazo de un lateral con alma de cono y el saltarse la medicación de los que no controlan la ira. Quedó todo corto y poco más les podría decir yo porque todo quedaría con la longitud de un pantalón pesquero o de una manga francesa. Bueno, tal vez les podría hablar sin parar del hombre de negro y del agradecimiento infinito que todos debemos profesarle por devolvernos lo que los despachos se empecinan en arrebatarnos. Si corto parece lo que se enuncia sobre todo lo anterior, corto y diminuto sería lo que las palabras permitirían dibujar para hablar sobre él. No será el que suscribe el que añada más cortedad a toda su grandeza, a su saber y a cómo lo pone al servicio de la causa rojiblanca. Además, no quisiera servidor entretenerle con cortedades y minucias, todavía tiene que secar a su colega tras el baño…  

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cinco minutos

Ignacia no confiaba demasiado en estas modernidades, la verdad, pero allí estaba ella con el mejor de sus vestidos. Y todo por hacerle caso a su nieto el pequeño, el de su hija la que vive en la capital. Speed dating. Citas rápidas. La idea era sentarse delante de un desconocido y charlar durante cinco minutos para ver si merece la pena plantearse con él amistad o lo que surja. Ella, que todavía lucía hermosa a pesar de sus años, tenía claro que muchos de los que ocuparan la silla de enfrente buscarían más un lo que surja que una amistad o algo más serio, pero ella se había decidido a acudir allí sin pensar demasiado. Ya habían pasado muchos años desde que a su Basilio se lo llevara una peritonitis galopante sobrevenida por la coz de una mula traidora en el bajo vientre y ella se sentía sola. Decía su nieto que así era como los de la ciudad encontraban a alguien con quien espantar esas soledades llenas de recuerdos que dolían. No es que no hubiera tenido proposiciones a lo largo de estos años, nada de eso, las hubo hasta aderezadas por los pretendientes con varias hectáreas de tierras de labor, cabezas de ganado y hasta un puesto vitalicio de panadera consorte en una tahona del pueblo de al lado. A todos dijo que no con agradecimiento porque no se sentía preparada. Tal vez hoy las cosas fueran a ser diferentes. Ojalá fuera así.

Uno, que lleva ya algunos años viendo caso todos los partidos del Atleti, había llegado a perfeccionar una técnica casi infalible de predicción sobre el desempeño de los nuestros en el partido a jugar. Bastaban con cinco minutos, solo cinco, lo que dura una cita rápida, para saber si el Atleti que ese día saltaba al césped iba a dejar buen sabor de boca o un cabreo de mil demonios. No me pregunten por los indicadores que uno consultaba para llegar a tal conclusión, no se trataba de hechos aislados si no de un conjunto de detalles y gestos que conformaban el mapa colchonero para ese día. Unas veces era una carrerita desganada de Forlán la que se sumaba a las medias descolocadas de Agüero para presagiar un petardazo de partido, otras veces un primer control orientado de Caminero y un guiño de Kiko para vaticinar que a continuación seríamos testigos de noventa minutos que quedarían en el recuerdo. A veces Schuster se plantaba en el mismísimo centro geométrico del campo y desde allí hacía volar a lo largo de treinta metros un balón que aterrizaba mansamente a los pies de un portugués de nombre Paulo que había avisado con anterioridad de que ese día estaba por la labor con una sacudida de su melena. Otras, bastaba casi con consultar la alineación, ver que salía de inicio Richard Nuñez o Ibagaza y prepararse para lo peor. Ya les digo, solo cinco minutos o incluso menos para hacerse una idea general que raramente fallaba.

De un tiempo a esta parte, uno, a pesar de que con la edad empieza a tener cada día más manías, ha dejado de preocuparse por esos pequeños hechos significativos, por esos cinco primeros minutos de los partidos y el aroma que desprenden. Para ser exactos, cuando les digo de un tiempo a esta parte debería decir desde que Simeone está en el banquillo. Desde su llegada uno sabe lo que se va a encontrar y, por ello, da casi hasta un poco igual el resultado y hasta si se juega mejor o peor, si para llegar al objetivo marcado el camino es de rosas o de espinas. Hace un tiempo, viendo el inicio del partido de Valladolid o el de ayer mismo, uno se temería algo malo, un partido de esos que duelen y que se instalan en el compartimento de los recuerdos a olvidar sin poder hacerlo nunca, pero eso ya no pasa. Uno sabe que, ante cualquier síntoma de decaimiento en cualquiera de los que salen al campo, allí estará él. Aplaudiendo o echando una bronca como se deben echar las broncas, como las echaríamos ustedes y yo, invocando a la camiseta que portan y a la gente que se ha reunido para acompañar al equipo dejando sus vidas aparcadas por noventa minutos. Uno espera que Simeone esté muchos años con nosotros porque él ha sabido espantar esas soledades que muchos sentíamos a pesar de estar rodeados de nuestros iguales. Ojalá sea así.



Puso El Cholo en liza a un equipo en el que tenían cabida las rotaciones pero lo hizo con medida, mesuradamente como suele hacer él las cosas. Un toquecito allí y otro allá: Villa y Gabi para dotar al banquillo de veteranía, Filipe también para que se pudiera ver a Insúa, ese jugador con el que durante bastante tiempo teníamos dudas de si era real y salieron del equipo Raúl y Manquillo, volviendo al plantel Arda y Juanfran. Simeone rota pero sin volverse loco, dando a cada partido la importancia que tiene, que ya se sabe que las rotaciones pueden traer más de un disgusto y si no que le pregunten a Galileo. Ya a los cinco minutos, lo que dura una cita rápida, quedaron dos cosas claras: una, que los fabricantes de camisetas o los responsables de marketing e imagen de los equipos no tienen vergüenza por vestir al Osasuna como si fuera el Borussia de Dortmund en versión low cost y dos, que iba a costar sacar adelante el partido.

También en cinco minutos, cinco solo, lo que dura una cita rápida, Diego Costa le puso al partido el sello de casi finiquitado tras dos centros que llegaron de la derecha. Uno de Juanfran que remató con oportunismo y otro de Koke, otra vez Koke, que el de Lagarto cabeceó con maestría. Comentan en los mentideros federativos que el Sr. Marqués se está pensando convocar a Diego Costa para que juegue con la selección y uno, que no quiere malpensar, no puede creer que no le haya llamado ya sin poner en duda un criterio futbolístico más dado a llamar a canteranos de otro equipo de Madrid o poner a Koke de lateral derecho desaprovechando su capacidad como asistente. No se había llegado al ecuador de la primera parte y se volvía a mostrar ese Atleti que hemos visto crecer en los últimos tiempos. Rocoso y casi inaccesible, puede que poco brillante en ocasiones pero letal y con las ideas claras en muchas otras. Dos lunares tuvo el partido, dos, y los dos se concentraron en cinco minutos, lo que dura una cita rápida: el golpe en la rodilla que obligó a retirarse a Mario Suárez, del que en los últimos partidos se ha visto la versión buena, y el gol del rival tras centro al  área que al cierre de estas líneas no sabría definir si como bien sacado o como mal defendido.


Fue la segunda parte rara. Una segunda parte de esas que se tienen que jugar cuando casi ninguno quiere hacerlo. Pensaba el Atleti en citas futuras, citas del fin de semana, citas que no deberían ser rápidas y pensaba el Osasuna que no podría meter mano a los rojiblancos ni aunque el segundo tiempo durara una eternidad. A pesar del corto margen, no recorrían el estadio ni runrunes ni temores infundados, hasta eso han sido capaces de conseguir Simeone y los suyos. Si acaso, flotaba en el ambiente algo de preocupación por lo tarde que se estaba haciendo y lo tirano que es el despertador cada mañana, pero no quedaba resquicio para esos miedos, algunos autoimpuestos y otros institucionalizados de tanto repetidos: el sufrimiento, la leyenda del Pupas, los goles de jugadores con flequillo rebelde en el tiempo de descuento. Murió el partido y se dieron la mano los contendientes comentando que el próximo partido lo deberían disputar en dos tiempos de cinco minutos con un descanso de un minuto para beber agua o bebidas carbonatadas, que muchas veces cinco minutos bastan para muchas cosas en la vida y se marchó Simeone para el túnel de vestuarios a buen paso para poder reflexionar durante cinco minutos, lo que dura una cita rápida, en lo que iba a decir a los suyos…

jueves, 19 de septiembre de 2013

Las señoras enfadadas

Si ustedes tienen a bien darse un garbeo por San Petersburgo, cosa que les recomiendo, la imagen que les quedará de la ciudad más allá de la afrancesada monumentalidad, del Hermitage, del tráfico infernal o de las aspirantes a modelo de piernas infinitas que se cuelgan del brazo de señores con cuello de toro cinqueño será la de las señoras enfadadas. No existe salón de museo, taquilla de atracción turística o puesto de cobro del metro en el que no se haya habilitado una silla sobre la que descansa las posaderas una señora con gesto avinagrado. Ellas están ahí para afearle a usted cualquier actitud que se le ocurra adoptar: que si no se pueden tirar fotos, que si no queden atrás del grupo, que si no se adelanten al grupo, que qué es eso de tener ganas de hacer pis, sigan, sigan, dicen maldiciendo en cirílico. Casi no hay que proporcionar motivo para recibir una bronca de esas damas de falda desgastada, de esas herederas de la más rancia tradición soviética del ceño fruncido que hasta se permiten el lujo de propinar un pescozón a un viajante de embutidos de Vitoria que solicita amablemente si podría tirarle una foto con la parienta delante de un icono. ¿Que qué tiene que ver esto con el partido de ayer? Pues más allá de la procedencia del rival, no mucho la verdad, pero ahí lo dejo por lo que pueda pasar.


Saltaron los equipos al campo y una vez alineados para el besamanos comenzó a atronar por la megafonía el himno de la Champions. Quien más y quien menos sintió en la boca del estómago ese cosquilleo peculiar de las grandes ocasiones y lo atribuyó no tanto a la grandeza del rival o de la competición si no a la musiquilla esa que se te mete por el espinazo. Fueron muchos los que, sin duda llevados por la emoción del momento, proclamaron que el himno de la Champions es al fútbol lo que Paquito Chocolatero a las fiestas de pueblo, afirmación que desde la gerencia de este blog se eleva a rango de teorema.

Puso Simeone en liza al equipo de gala habitual y puso a Adrián, el añorado, para suplir a Diego Costa. Dispuso el entrenador del Zenit a su equipo en el campo con planteamiento rácano de inicio, lo que unido a la equipación de los rusos planteó dudas sobre si era el Zenit de San Petersburgo o el Poli Ejido. No quería el rival ir a buscar nada y el Atleti lo buscaba atenazado o más bien precavido, que ya se sabe que en cumpleaños de cuñados y torneos cortos como este los traspiés se pagan caros. Llegaba el Atleti poco y si lo hacía era aprovechando los balones parados, en los que Koke está empezando a opositar para cátedra. Fruto de uno de ellos se adelantó el Atleti tras remate de Miranda en el primer palo. Un remate que nos recordó a aquel otro de hace unos meses que tan felices nos hizo.



Tras el descanso, se puso el partido arisco, enfadado como las taquilleras del metro de San Petersburgo. Los rusos adelantaron líneas y ni las paradas de Courtois ni el larguero pudieron evitar el empate de Hulk, jugador con pinta de cantante de bachatas con pasión por los anabolizantes. Enfadada pintaba la cosa y daba la sensación de que aquel equipo timorato de los primeros cuarenta y cinco minutos podría llegar a atreverse a echar un jarro de agua gélida sobre las ilusiones rojiblancas. Sacaba el Zenit su cara de señora enfadada y se mostraba el Atleti tímido, temeroso de decir que quería ir al servicio a pesar de tener ya las rodillas juntas para evitar desalojar la vejiga.

Tuvo que ser él. El que no entiende de enfados ni de caracteres avinagrados. Ese que se parece a ese amigo que todos tenemos al que nuestra mujer le tiene algo de manía por ser gracioso y hacernos olvidar las obligaciones propias de un consorte. El turco de la barba. El adalid y mesías del ardaturanismo. El que peleó un balón que deseaba entrar en la portería pero se resistió a ello. El que metió un gol de rebote que los más fieles a la causa califican como un milagro con aroma otomano. Fue él el que con el gol devolvió la tranquilidad a la parroquia, la condición de inofensivo al equipo ruso y hasta le sacó a regañadientes una sonrisa forzada a todas las señoras enfadadas que pueblan las atracciones turísticas de San Petersburgo.

Quiso Baptistao sumarse a la fiesta con un tanto de jugador que lleva más dentro de lo que hasta la fecha ha enseñado y se llevó el Atleti los puntos en su partido menos inspirado desde que ha comenzado la temporada. A pesar de las bajas, de lo que pesan ciertas competiciones y su himno y de los partidos que se ponen con cara de señora enfadada se sobrepuso este Atleti de fuertes convicciones. Desde ayer, dicen las guías turísticas de San Petersburgo que hay salas de museos en los que alguna señora de falda desgastada se permite el lujo de esbozar una sonrisita de vez en cuando, que es algo que más allá de la procedencia del rival del partido de ayer no tiene mucho que ver, pero ahí lo dejo por lo que pueda pasar.  

lunes, 16 de septiembre de 2013

Relaxing crónica del Atleti-Almería (o de cómo la Agonía se pasa al bilingüismo de andar por casa...)

El despertador de Casiano suena pronto, tan pronto como cantaría un gallo si hubiera algún gallo cerca del feo bloque de pisos en el que vive desde que se casó. Todas las mañanas sale de casa hacia el trabajo, ese bien tan preciado en estos días, y recorre el trayecto abstraído, pensando en sus cosas. Nada más llegar al sitio donde desarrolla su actividad se pone el mono de faena y comienza a realizar mecánicamente las tareas que él mismo se impone. Le da igual eso de ser el único que desde hace mucho tiempo aparece por la obra. Él, cumplidor como es, prepara la mezcla, la extiende sobre el muro que está levantando y apila ladrillos con la máxima precisión aun sabiendo que no habrá capataces ni aparejadores que revisen lo que hace, que nadie se pasará a ver cómo va una obra a la que los tiempos y las circunstancias están dejando morir de inanición. Cierto es que de cada seis meses más o menos aparece por allí una cuadrilla de obreros de diseño. Obreros con el mono inmaculado y con la manicura recién hecha que no se paran siquiera a saludar a Casiano. Justo esos días aparecen también muchos periodistas que tiran fotos a los peones repeinados mientras cogen un ladrillo y lo llevan de un lado a otro enseñando una sonrisa que acompañará a las noticias sobre lo adelantado que va todo. Casiano sabe que ni esas representaciones ni los acontecimientos de la semana pasada cambiarán el hecho de seguir trabajando en soledad, de no tener siquiera un compañero al que comentar el frío que hace o si ha dormido mal, pero continúa con sus quehaceres pese a todo. Manda a Casiano para allá, dijo el arquitecto sabedor de la fama de responsable que se ha ganado nuestro protagonista en la constructora. Allí sigue él. Solo él. No abandonará su puesto pese a parecerle extrañísimo que solo un obrero esté trabajando en un estadio con vanas aspiraciones de olímpico. Él seguirá yendo pase lo que pase y apenas se permitirá acercarse a media mañana a un bar de Canillejas para tomar una relaxing cup de café con leche, que es cosa typical de Madrid…


Jugaba el Atleti contra el Almería en horario de relaxing café, copa y puro y la gente se acercó al Calderón happy y contenta, con ganas de ver fútbol. Había ganas de disfrutar one more time del equipo tras el siempre inoportuno parón de national teams y la gente comentaba de camino al estadio que visto lo visto seguirá siendo nuestra home por muchos years, sobre la de time que ha debido pasar desde que three jugadores del Atleti jugaran de titulares con la Red. Realizó El Cholo some cambios con respecto al equipo de costumbre y dejó en el banquillo a Mario, Arda y Miranda. Salieron por ellos el renacido Tiago, el musculoso y llegador Raúl García y el debutante Giménez, que mostró criterio during the match a la hora de sacar el balón y dudas a la hora de ir al corte, incluido el de pelo. La no presencia de Arda otorga al Atleti un talante more industrial, more de maquinaria pesada. Una escuadra que apuesta por el heavy metal sobre cualquier otro posible estilo. Lidera a la voz Diego Costa, esa pesadilla para cualquier central de estos times, se apunta al bajo Villa y a la percusión de la moral del adversario Gabi.  



Resistió poco el Almería, la verdad, y no es cuestión de minusvalorar el trabajo of the rival cuando enfrente se planta esa cadena de montaje futbolística en la que se ha convertido el Atleti. Primero Villa tras mostrar dotes adivinatorias sobre para dónde iba a salir un rechace and then Costa de penalti pusieron a los nuestros en advantage. Antes del descanso acortó el contrario tras jugada atropellada y de blandura defensiva pero fue un espejismo, palabra que servidor no sabe cómo se dice in english y por eso no la traduce y mucho menos la pronuncia.

After the break, siguió el Atleti a lo suyo. With esa actitud machacona, with esa hambre, with esa máxima de no hacer prisioneros. Avisó Koke haciendo temblar the larguero y, más tarde, sentenció Tiago tras asistencia de Simeone con la pizarra. Quedó tiempo para poco más, si acaso para ahorrar esfuerzos de cara al compromiso Champions y para que Raúl García y Koke consiguieran el cuarto al alimón antes de que el rival maquillara el resultado o como se dice en la lengua de Shakespeare, making up the result.


Sigue el Atleti a lo suyo y lo hace encaramado on the top de la clasificación. Cuatro de cuatro. Sigue el Atleti ahí y, lo más importante es que llega al objetivo siguiendo distintas ways, todas ellas válidas. Cuidando más o menos la estética la cosa funciona y cada match que pasa la afición se contagia de optimismo sin atisbar límites. ¡Que pase el siguiente!, o el next, que se diría, reclama el personal mientras degusta un relaxing café con leche, que es cosa typical de Madrid…

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Con cara de nuevos...

Andaban los dos con cara de nuevos, que es lo que toca en estos casos. Con cara de despistados, con cara de turistas de los que pasean por el Madrid de los Austrias con un plano mal doblado en la mano y asomando una cartera regordeta de las que atraen a carteristas originarias de los Cárpatos como moscas a la miel. Con cara de dónde está el baño, que me llevo aguantando desde que llegué a Barajas. Pues al fondo a la derecha, como en todos los edificios de bien. ¡Ah!, dicen ellos empezando a asimilar este tipo de cosas, esa desconfianza hacia los baños que se ubican al fondo a la izquierda y hacia las casas en las que hay que pasar por el salón para ir a los dormitorios.



Andaban los dos con su cara de perdidos y les tumbaron en una camilla, les llenaron el pecho de electrodos y les sondearon las rodillas pegándoles con un martillo de relojero. Pululaban alrededor suyo las enfermeras, varios auxiliares y un medico al que les habían presentado nada más llegar a la clínica. Villalón creían recordar que se llamaba ese galeno con cara de no repartir más que pronósticos reservados. Llegados a este punto, fueron introducidos en una sala donde esperaba una señora bajita con manos de pianista venida a menos. Les esperaba jeringuilla en mano para cubrir el expediente del análisis de sangre “¡Hala, a mirar para otro lado, que luego os mareáis y me cae bronca!”, añadió la extractora con desenvoltura. “Primero tú, el rubio…¿Tú te llamas?...¡Ah!, sí, si lo pone en las etiquetas. Alder…AlDarthVader, ¿no? Y tú te llamas, Guilavo…Willowi, ¡eso!”




Andaban los dos con su cara de nuevos, con su cara de burros en un garaje, con su cara de desubicados y aguantaban estoicamente el picotazo como lo aguantamos todos, intentando ocultar que a pesar de la de veces que a uno le han pinchado sigue dando grima y reparo a partes iguales. Mientras la ATS rellenaba varios tubitos, repararon en que la repisa de enfrente albergaba muchos otros tubos llenos de sangre. Alrededor de treinta habría. Las muestras de los análisis al resto del plantel. No eran de color rojo encendido como la que a ellos les acababan de extraer. Sorprendentemente, muchos presentaban algunas vetas blancas que se mezclaban con el rojo en perfecta armonía. Los había con más líneas blancas sobre el mar rojo en el que nadaban pero destacaba uno sobre todas las demás. Uno en el que la sangre presentaba rayas rojas y blancas del mismo grosor, rayas rojas y blancas que recorrían el torrente sanguíneo de alguien tras ser bombeadas por un corazón que también imaginaban rojo y blanco. Con su cara de nuevos y con mucha curiosidad miraron la etiqueta adherida al tubo. Diego Pablo Simeone leyeron. 

jueves, 29 de agosto de 2013

De desguaces e intermediarios de cebollas

Miraba El Cholo por la cristalera de uno de los funcionales y modernos salones del hotel en el que el equipo se hospedaba mientras daba cuenta mecánicamente de un café con leche y de una rebanada de pan con tomate y pernil de la tierra. Quedaban pocas horas para el partido y nuestro técnico pensaba en los últimos ajustes, en las palabras exactas a utilizar para exacerbar el ánimo de los suyos justo antes de salir al campo. Tomaba Simeone su merienda, esa comida tan ninguneada por nutricionistas y endocrinos, siempre pendientes del desayuno como base de todas las teorías, y ya las ediciones digitales de los periódicos daban por hecha la venta de Demichelis en lo que se calificaba como una operación redonda como un donut de chocolate. No quería Simeone acabar de creer lo que se oía y se preguntaba con qué cara le tendría que pedir al central argentino que se dejara la piel en el campo si en algún momento las circunstancias del partido aconsejaran u obligaran su participación. Pensaba El Cholo en lo de la operación redonda como una rueda de tractor e intuía que había algo que se le escapaba, algo que ni los que gobiernan el fútbol ni los que dan fe de ello en los medios deben conocer. Lo de Demichelis sería una operación redonda como una pizza cuatro estaciones si estuviéramos hablando de intermediarios de cebollas, por ponerles un ejemplo: ¡Que negocio he hecho, Ceferina! Le compré un cargamento de cebollas a un agricultor a quince céntimos el kilo y lo he vendido en el mercado central a setenta. Redonda como el volante de un autobús de la EMT sería también si de operaciones de las que se realizan en un desguace hablamos, compra usted un coche para el arrastre por cien euros y vende sus piezas por más del triple de lo que pagó por él. Cavilaba Simeone sobre la redondez de ciertas operaciones cuando, ya después de acabar con su merienda, se encontró con el Mono Burgos en el hall y comentaron que, más allá de redondeces e incluso esfericidades, ellos iban a disponer de un central menos para afrontar el curso y que si no sería posible que ciertas operaciones estuvieran pergeñadas por gentes de despacho que debieran dedicarse a intermediar en la compra de cebollas o a comprar coches para el arrastre. No se les daría mal, ya que casi todo lo que tocan queda para echarse a llorar o para el desguace.


Salió el Atleti al campo dispuesto a afrontar otra final y salió con el equipo de gala y con Courtois de amarillo, algo que nos gusta más. Salió el rival con Marimar Jr. de titular y salió con Chés en vez de Iniesta, hechos que reflejan a las claras que el nuevo mister culé no solo tiene problemas de gusto a la hora de elegir americanas de vivos colores. Comenzó el partido y se echó el Atleti un poquito demasiado atrás, tal vez tímido o tal vez agazapado, vayan ustedes a saber. Amasaba el balón el rival y pudo hacer daño a los nuestros tras un par de esas combinaciones infinitas y algo cansinas. Pasaban los minutos y a cada minuto que pasaba respondía el Atleti adelantando un metro las líneas y ganando en seguridad y aplomo. Encontró el rival la coartada de la supuesta violencia rojiblanca para intentar disimular su impotencia y empezaba a salir el Atleti a la contra con mala idea, con Arda manejando el avance desde el centro y con Diego Costa como primera línea de infantería. Pudo cambiar el partido de manera drástica antes del descanso, pudo ponerse el Atleti por delante a pies de Koke, pero sobre todo en un remate del turco que el suplente en la selección del suplente en su equipo sacó de forma increíble y ya no hubo tiempo para más que para que el Atleti se marchara al vestuario dueño del partido y confiado en el plan y el rival se fuera a la caseta con Xavi y Busquets erigidos en asesores del árbitro en lo que a cuestiones disciplinarias se refiere.



Nada más mostrarse, la segunda parte heredó lo que se vio en el final de la primera: el Atleti mandón y lleno de peligro y el equipo del novio de Shakira enfurruñado, con esa típica rabieta que los niños consentidos desarrollan cuando alguien osa discutir la propiedad de un juguete o el orden establecido. Volvió de nuevo el cancerbero que ayuda a calentar al futuro padre del hijo de Sara Carbonero a sacar una mano con tintes de milagro tras disparo intencionado de Villa y fue entonces, justo entonces, cuando el colegiado, bien asesorado por los mediocentros que vestían de azul y grana, decidió que hay ciertos asuntos que no deben cambiar a lo loco de la noche a la mañana. Hay ciertas cosas que tienen un orden, un guión establecido. Usted es el protagonista de la película y aquel señor del sombrero es un secundario, esto es lo que hay. No debe el secundario robar un plano que no le corresponde supuestamente, no debe uno saltarse ciertos escalafones decididos en redacciones y juntas extraordinarias de intermediarios de cebollas encerrados en los cuerpos de presidentes de clubes de fútbol. Pensó en todo esto el trencilla y pensó también en los estudios de sus hijos, en el seguro médico privado y en lo que pudiera llegar a pasar si al final de la película el malo, que para ustedes y para mí es el bueno, se llevara a la chica del brazo.

Expulsó el árbitro a un Filipe que cinco minutos antes había sufrido un plantillazo alevoso del jugador que colecciona balones dorados por un forcejeo con Alves, ese jugador con vocación de artista circense, tras consultar con un linier que estaba a sesenta metros de la jugada, lo que justifica las reticencias de Platini y Blatter a la hora de introducir las nuevas tecnologías en el fútbol. Con semejantes facultades visuales en los auxiliares de banda, el ojo de halcón es algo claramente superfluo. No contento con eso, expulso también a Arda, que ya estaba con sudadera y chancletas en el banquillo, probablemente por decirle en otomano antiguo lo que merecía y hasta pitó un penalti cabriolero que fue desperdiciado por el ayer desdibujado astro del gesto ausente. Aguantó el Atleti con diez y metió el miedo en el cuerpo a aquellos que no acostumbran ni gustan de sentirlo. Achuchó el Atleti con casta y un orgullo que ayer todos sentimos durante y tras el partido y se vino para casa con la cabeza alta y la convicción fuerte, como debe de ser.


Esta tarde, a la hora de la merienda, Simeone se tomará de nuevo un café con leche y puede que hasta una rebanada de pan con tomate. Si le apetece, le pondrá encima una loncha de jamón mucho más bueno que el de la tarde anterior y se sentará tranquilo a ver lo que depara el sorteo de Champions. Mientras discurre el sorteo y sale una vez más Butragueño a sacar los rivales más débiles posibles para acomodarlos en el grupo del equipo de las mocitas, pensará El Cholo en lo que se ha acortado la distancia entre ellos y nosotros. Reflexionará también nuestro técnico sobre lo difícil que el entorno va a poner dar ese último paso, el de la igualdad plena, el de os voy a mirar a los ojos y sé que no os gusta, sé que estáis acostumbrados a mirar a los demás por encima del hombro y no os manejáis bien si no es así. Pensará también en lo difícil que desde dentro le pondrán poder dar ese último paso. Pensará en Demichelis el efímero, el central que será recordado como el Juan Pablo I de los fichajes del Atleti. Pensará en las operaciones redondas y en lo cojo que se le queda el equipo a pocos días de vista del cierre de mercado. Pensará en formas y maneras de seguir haciendo del agua caldo y hasta en desguaces e intermediarios de cebollas, cómo no….