domingo, 31 de julio de 2011

Transiciones veraniegas

– ¿Y cómo dice usted que se llama el equipo contra el que jugamos? –inquirió Orestes mientras volvía a pegar el esparadrapo sobre el ahora maldito nombre que coronaba su camiseta adquirida no hace tanto.

– Estrógenos, se llama Estrógenos –contestó Teófilo muy serio pero algo confundido.

– No le haga caso, Don Orestes. Se llama Estronciogote –apuntó su vecino de dos filas más atrás mientras se liaba un cigarrillo de manera muy profesional.

Se presentaba nuestro equipo ante la afición en el primer partido oficial del año. Se mascaba en el ambiente un halo de provisionalidad. De transición hacia no se sabe donde. Muchas caras nuevas, otras que no lo son tanto pero a las que se mira con un cariño renovado y sorprendente. Más caras conocidas de las deseables según algunos. Sentidos y escatológicos recuerdos para algunos que ya no están, sobre los que gusta el respetable de acordarse no tanto de su cara como de sus familiares o incluso de sus muertos directamente. Caras que sobre las que recaían prácticamente todas las miradas. Caraduras, por supuesto. Los de costumbre.

Les hablaba yo de lo de la transición. Transición porque llegaban unos ya morenos tras haber disfrutado de las vacaciones y llegaban otros blancuchos pero esperanzados, con las maletas ya cargadas en el coche para marchar al día siguiente. Si tuviera que apostar, diría que la mayoría de los aficionados atléticos se han cogido las vacaciones en el mes de julio, dada la depresión reinante. Claro que a lo mejor la depresión no es postvacacional, a lo mejor es por las expectativas que genera el equipo. Un equipo en constante estado de transición. Un equipo al que los excesivos proyectos pesan demasiado en la mochila. Tanta alta y tanta baja hace que nadie tenga demasiado claro si ese delantero o ese lateral van o vienen. Si ustedes les preguntaran educadamente, ni los interesados sabrían qué contestar y responderían con otra pregunta, como si fueran de Mondoñedo o de Monforte de Lemos. También hubo otras cosas, no crean. Se sembró la grada de abrazos entre los compañeros de fatigas reencontrados y también de más recuerdos, de recuerdos a los que dejaron su abono por ésta o aquella razón. Se sembró de transiciones de tragos compartidos a una bota introducida de contrabando en la que esperaba un clarete bien fresquito.

Comenzó el partido y el aficionado constató que la condición física del equipo andaba también metida en transiciones, transición entre el trotar y el andar, que para correr ya habrá tiempo y gemelos menos cargados. Los buenos mozos del equipo contrario no exigían demasiado y se entretenía la grada repartiendo recuerdos de esos que les hablé antes en forma de canciones de letra poco trabajada y en forma de pancarta. Muchas pancartas. Algunas, ocurrentes y celebradas con regocijo. Otras, con menos consenso, recibidas con división de opiniones. Muchas sábanas, al fin y al cabo, que alguien echará de menos cuando vaya a mudar la cama de matrimonio. 

Dada la exigencia del choque y las exquisitas formas de los nórdicos, que no vinieron a dar ni un mal pisotón ni una patada en espinilla ajena, empezamos a fijarnos en las nuevas caras: en un lateral que ataca mucho mejor que defiende y al que se le coge la espalda con demasiada facilidad; en un mediocentro que intenta echarse el equipo a la espalda en éste, su tercer capítulo aquí, y del que no somos capaces de dilucidar si destaca por su músculo o por su clase; un portero que parece que ha perdido aplomo después de dos años con la espalda pegada al banquillo. Faltaban dos caras nuevas más en los que fijarse…

– ¿Solo dos? ¿Y ese delantero rubio? –dice alguien al fondo de la sala.

No, oiga. Ese delantero rubio no es nuevo. Aunque parezca que ahora lo hemos descubierto tras habernos olvidado de él, ni es nuevo ni creo que él haya olvidado el trato que se le ha dispensado.

Continúo con los dos que quedaban. El que mejor y el que peor lo hicieron. Empezando por las malas noticias, el nuevo central se mostró lento. Bastante lento en ocasiones. En sus cambios de dirección algunos amantes del western vieron semejanzas con el famoso caballo del malo. No nos llevemos las manos a la cabeza todavía, serán cosas de la carga de trabajo, excusa que queda muy bien a estas alturas caniculares de la temporada para calificar lentitudes y controles de balón que se van al foso. Como no podía ser de otra manera en este huerto donde brotan las buenas noticias que es nuestro club, la buena noticia trae otra mala en el bolsillo, junto a las llaves y el móvil. Adrián. Un jugador con movilidad, que se ofrece, que sabe de qué va este juego pero que no tiene gol. Lo busca y a veces lo encuentra, pero no lo lleva en los genes como dicen algunos comentaristas muy finos. Aún así, será un elemento muy aprovechable durante el año.

De Adrián partieron los dos goles que hicieron salir del tedio a la afición. Los goles los materializó Reyes, bonitos y bien acabados. Sin embargo, parece prematuro calificar de sociedad el entendimiento entre ellos. Lo que parecía un final plácido se convirtió en un final preocupante gracias a uno de esos fallos que ahora surgen espontáneamente pero que el trabajo diario los convierte en un automatismo. Un fallo de los que nos quitan varios puntos a lo largo de una temporada, será cuestión de volver a acordarse de la carga de trabajo, que tiene las espaldas muy anchas.

Pocas conclusiones, apenas algunas sensaciones de esas que gustaban tanto a nuestro antiguo entrenador. Ahora bien, sensaciones no muy buenas. Sensaciones de que andamos en un continúo periodo de transición. Sensaciones de que entre tantas idas y venidas faltan mimbres aún. Sobre todo falta alguien que sea capaz de llevar la pelota desde la defensa al ataque en condiciones, tampoco vendría mal algún individuo de gatillo fácil para ayudar al cuero en su transición hacia el gol. Muchas transiciones. Tal vez demasiadas.

Andaba enfrascado en sus cosas Orestes con Teófilo al lado mientras ambos vivían su particular transición hacia la parada de metro cuando formuló el corolario del partido:

– Pues al final estos del Estropicio nos han dejado mal cuerpo.

– Orestes, el mal cuerpo y el estropicio no es cosa de noruegos. Es más cosa de otros, los que se hacen los suecos cuando se ha preguntado por los millones. 

martes, 26 de julio de 2011

La flauta

Esto es lo que nos hemos ganado. Hace dos, o casi tres meses, nuestros méritos nos otorgaron el derecho de jugar este partido. El precio de su abono del año pasado, la camiseta de ese jugador que ahora nos niega, todo el frío y el calor que pasó usted en su comodísimo e impoluto asiento, las malas caras de su familia por irse antes del postre de la comunión de su sobrino el mediano, las siestas perdidas y las noches en las que el enfado no dejaba al sueño apoderarse de usted, la multa que pagó cuando la grúa se llevó su coche convenientemente aparcado encima de una acera enfrente del Parque de la Arganzuela, todo junto. Todo lo que pasó la pasada temporada desemboca en este partido.

Si alguno de ustedes se llegara a desmoralizar ante esta realidad que nos ahoga, será que es un cenizo y un pesimista recalcitrante porque gestores premiados en foros respetabilísimos y entrenadores filósofos tan amantes del eufemismo semántico como del jersey prieto lo calificaron de crecimiento sostenible. Fíjense que hasta en algunos casos se atrevieron a saludar desde el tercio en un ejercicio de atrevimiento que dividió opiniones al son de cánticos discutibles.

Pues eso, que este partido, bueno no, son dos, son el premio a nuestra brillante temporada anterior. Partidos traicioneros, partidos esquivos, partidos de esos que te escrutan con la mirada torcida, como aquel toro al que se negó a lidiar Rafael de Paula por tener sabiduría maligna en sus ojos. Partidos sin mucho que ganar y con mucho que perder. Partidos que pueden frenar el crecimiento aquel del que les hablaba antes, estancado desde hace veinticinco años según la opinión del que suscribe, pero será que uno no sabe tanto como otros reputados atleticólogos.

Como los malos estudiantes, nos presentamos a esta reválida veraniega con la lección prendida con alfileres, esperando que la flauta vuelva a sonar. Curioso lo de la flauta, tanta estructura en el club, tantos puestos de nueva creación en los que el sentimiento se ha convertido en denominador común y volvemos a fiarnos de la flauta. Nos presentamos al examen sin saber a qué asignatura nos enfrentamos ni cómo vamos a responder. Gestión basada en las casualidades. Planificaciones estratégicas apoyadas en la chufla.



¿El premio? Volver a Europa. Pero a la Europa pequeña y pobre. A una Europa en la que casi no aceptan los euros. Esa es la recompensa. Ofrecer una posible revancha al Aris o a otros equipos de semejante fuste. Colaborar en el rescate griego desde un punto de vista menos crematístico que el del Banco Central Europeo. Tener los jueves ocupados para no poder anticipar el fin de semana en sitios de dudosa reputación y baja intensidad lumínica.

Allí estaremos de nuevo, con el agua embotellada y con el abanico o tal vez con una sudadera por si la noche sale ventosa. Allí asistiremos al torpe alumbramiento de un nuevo proyecto. Basado en la flauta. Curioso lo de la flauta.

jueves, 21 de julio de 2011

Souvenirs

De vuelta ya. Anda uno intentando superar la depresión postvacacional, otra enfermedad de nuevo cuño a la altura de plagas modernas como el jet lag por el paso del horario de verano al de invierno o la ansiedad por el exceso de oferta de ocio en centros comerciales del extrarradio. Y es que uno se tiene que reciclar, debe mudar paulatinamente de piel para volver a ponerse el traje de diario, cosa nada fácil tras haber circulado durante casi una quincena con el disfraz de turista.

Un turista debe siempre anteponer comodidad a elegancia, es por ello que aquel representante de ventas para la zona centro y noroeste que de normal gusta hacerse el nudo de la corbata bien gordo y que un pañuelo a juego asome su punta en el bolsillo de la americana, se pone sus bermudas  llenas de compartimentos y no duda en proteger sus pies con calcetines tobilleros de esos que abandonan el talón a las primeras de cambio para ir a reunirse con los dedos. El turista completa su puesta en escena con la cámara de fotos en lugar visible y una sonrisa, digamos tonta. Algunos piensan que esa sonrisa medio tonta es el reflejo inconsciente de una psique que advierte de la indignidad de ser inmortalizado en pantalones cortos y es que esas frases del estilo: “Benito, no tienes tú ya las piernas para enseñarlas”, acaban minando la psique, la autoestima y hasta las ganas de tomar gazpacho bien fresquito.

Así caracterizado el turista se lanza a cazar momentos. Para cazarlos mejor se ayuda de la cámara no vaya a ser que la memoria le traicione cuando tenga que explicar a su vecino el del quinto que esa catedral a la que ha tirado dieciséis fotos aúna elementos del románico y del gótico en proporción casi exacta. Aún así, no contento con aprehender el paisaje de dieciséis maneras diferentes, refuerza su cacería con la compra de merchandising típico: “Lo que te decía, estas almendras garrapiñadas representan las piedras con las que se construyó el templo. Y fíjate, fíjate, hay almendras con forma claramente románica y almendras que no pueden ocultar su condición gótica, ¿qué cosas, eh?” El turista regatea, el turista se enzarza con el vendedor aborigen haciendo mímica o hablando muy alto para que se le entienda mejor. El turista paga caro lo barato, bebe agua embotellada y se estriñe por culpa de la distinta condimentación de las comidas. Eso sí, nunca le abandona esa sonrisa medio tonta.

Pero a veces, solo a veces, el turista se encuentra con un souvenir que le llega, que le hace pensar. Algo que le hace mudar la sonrisa tonta por una sonrisa que sale de más adentro, tal vez del bazo. Para fijar el precio de la transacción, el turista eleva la voz y se intenta entender en lenguas no romances con el vendedor de cara afilada. Aunque sepa que seguramente le esté engañando. Aunque el vendedor le recuerde a Dobrovolsky, otro mediapunta que nos dejó profunda huella. 



Finalmente, pasan los días y el souvenir llega a la que será su casa tras haber estado descansando plácidamente en el equipaje de mano. El turista busca un sitio ideal para colocar la pieza cobrada y no acaba de encontrarlo. En el preciso momento en el que lo deposita donde sea, ya está pasado de moda. Entonces, el turista se para. Vuelve a observar el souvenir y se pregunta si fue una buena compra. Analiza los cinco elementos del recuerdo y comprende que los souvenirs de esta clase tienen una vigencia muy limitada. Ya sea porque a uno de los elementos no se le acaba de querer, ya sea porque otro no nos quiere a nosotros, ya sea porque a ese se le dejó marchar, ya sea porque a aquel no se le quería y ahora sí, ya sea porque al pequeño se le quiere pero también se le discute.

Entonces, el turista recuerda las palabras que decía el vendedor: “Con este tipo de souvenirs nunca se sabe. Siempre están cambiando”. Tendrá razón. Será que solemos comprar caros los souvenirs y que no les encontramos el sitio adecuado. Será que llevamos mucho tiempo sin tener claro incluso nuestro sitio. Será que esa sonrisa medio tonta nos acompaña también en nuestra vida diaria aunque no la combinemos con esos pantalones cortos que tan poco nos favorecen.

lunes, 4 de julio de 2011

Resplandor (o falta de un hervor)


– Pues ya lo ven, es muy sencillo todo. Lo único malo es la soledad y el aislamiento ­–dijo el responsable de instruirles en sus quehaceres como guardeses del estadio durante el periodo vacacional.

– De eso no se preocupe. Como ya le he dicho anteriormente, soy escritor y estoy buscando tranquilidad para terminar mi novela. Además como estaremos los tres juntos no me aburriré aunque las musas se muestren esquivas –restó importancia Jack agradecido por sustraerse de las listas del INEM.

– Pues ya verá como las musas aparecen. Llevamos ya un tiempo a vueltas con las musas a cuenta del nuevo estadio. Le digo Las Musas como le digo Canillejas o Las Rosas, que cada uno coja la combinación que mejor le pille para ir allá cuando nos mudemos. Señora Torrance, ¿qué le parece si el cocinero le enseña la despensa en lo que arreglamos lo del contrato con su marido? Vaya Dick, vaya. Enséñeles las instalaciones pero tenga cuidado de que el niño no se haga daño con los restos de los coches monstruosos o los del concierto de la novia de Piqué, es que las cosas están mal y alquilamos el estadio algo más de lo necesario. Y eso que hemos tenido que decir que no a varias peticiones, no crean. A una convención de evangélicos del octavo o noveno día y a una concentración de indignados sin ir más lejos ¡Ya ven, con la de indignados que tenemos nosotros pagando abono, lo que faltaba! –se justificó el gerente mientras veía alejarse a madre e hijo acompañados por el cocinero.

– Oiga, ¿y no vendrá nadie seguro? Algún fichaje de campanillas a presentarse, algún agente…–inquirió Jack Torrance.

– Nada, nada…Este año por lo de los fichajes no se preocupe que no se esperan demasiados. Y de los agentes tampoco, que la mayoría tienen llave del estadio por si necesitaran algo. Sigamos por aquí –dijo cediéndole el paso–, le voy a enseñar a manejar la caldera. Una de sus obligaciones será la de purgar el sistema para que cuando volvamos de la pretemporada a celebrar el Villa de Madrid… ¡Uy, calle, qué tonto! Si el Villa de Madrid nos lo cargamos ya hace varios años tras un fugaz conato de mutación en trofeo Spiderman. Nada, que volveremos más tarde de las vacaciones, oiga.

En otro lugar del estadio, Wendy se distraía admirando lo ideal que había quedado el césped para la planta de boniatos tras tanto evento, hecho que fue aprovechado por Dick, el cocinero, para hablar con Danny a solas:

– Danny, ¿tú eres rarito, no? –el niño afirmó tímidamente–. Te he visto hablar con tu dedo cuando nadie te mira. No eres el único, unos lo llaman resplandor, otros falta de un hervor. Sé de lo que hablo porque aquí trabaja un extremo sevillano con tu mismo don. Aún así quiero avisarte de que tengas cuidado. No te acerques nunca al despacho 237. Allí pasaron cosas muy malas. Allí se acordó la venta de Torres, se firmó el fichaje de Maniche y Costinha, se bajó la cláusula de Agüero y se renovó casi automáticamente a Pitarch. Hazme caso, Danny ¡Aléjate del despacho 237! –dijo el cocinero con ese énfasis que ponen los de su gremio cuando se les corta la mayonesa.

El tiempo pasó, el personal que quedaba en el estadio se fue de veraneo a Torrevieja o a Matalascañas y los Torrance empezaron a habituarse a la que sería su casa durante el próximo mes. Jack cada día mostraba un carácter más hosco, se quejaba de continuos dolores de cabeza y regañaba a Danny cuando hacía ruido al jugar con su coche a pedales. Se pasaba horas delante de la máquina de escribir bebiendo. Había dejado de afeitarse hacía ya un par de semanas y ofrecía un aspecto descuidado, como el de nuestro antiguo entrenador. Mientras tanto, Danny recorría investigando los interminables pasillos del recinto. Un día, sus pasos le llevaron cerca del despacho 237. Algo le atrajo hacia él. Una fuerza desconocida y extraña. Cuando se disponía a girar el pomo de la puerta, se materializaron en el pasillo dos hermanas gemelas en edad sub-21 cuyas caras le eran familiares. Ambas le miraban muy quietas, como inquietantes figuras de cera. De repente, un río de sangre brotó del ascensor de la derecha. Danny se asustó y quiso correr pero sentía que sus pies no podían moverse del suelo. La siguiente imagen que vio le hizo sentir un terror que hasta ahora no sabía que alguien podía experimentar. Las dos hermanas estaban bañadas en sangre y constató que las conocía, eran Cabrera y Gallegos, otro resultado de la maldición del despacho 237. Una pareja que llegó al estadio un día y de la que nunca se volvió a saber. Danny gritó. Mucho. Muy alto. Como se grita un gol de tu equipo en el descuento, vamos.

Wendy salió de la cocina cuchillo en mano asustada por el grito de su hijo y se dirigió al salón en el que Jack pasaba la mayoría del tiempo. Él no estaba allí. Rodeó la mesa sobre la que descansaba la vieja máquina de escribir y la pila de folios que componían la novela y lanzó una mirada a la hoja que asomaba por encima de la Olivetti. Se quedó petrificada ante lo que vio:

Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta
Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta
Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta
Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta  Mediapunta

La misma palabra se repetía a lo largo de toda la página. Se armó de valor para mirar al resto de hojas escritas. Lo mismo. El maldito vocablo repetido en cientos de hojas tamaño dinA4 idénticas.

– ¿Qué crees que estás haciendo Wendy? –bramó un enfadado Jack desde lo alto de la escalera.

– Yo…, esto…, nada. No estoy haciendo nada –dijo Wendy con voz trémula, si puede caber aún más temblor en una voz muy parecida a la de Verónica Forqué.  

– Me quieres joder. No crees en mí. Piensas que soy un perdedor. Piensas lo que pensaba Quique de Fran Mérida. Que no llegaré a nada. Te voy a enseñar a respetarme –dijo Jack acorralándola.

Ante el ataque de Jack, Wendy se defendió con el cuchillo clavándoselo en los isquiotibiales, lo que siempre asegura una baja de al menos dos meses, incluyendo los primeros partidos de liga y algún compromiso de selecciones. Tras zafarse de él, corrió en busca del niño al que encontró en posición fetal tras el impacto del encuentro con las promesas uruguayas. Lo cogió en brazos con decisión y se encerraron en el baño. Jack se colocó al otro lado de la puerta.

– Vamos cabritillos, dejadme entrar –exclamó fuera de sí para seguidamente emprenderla a hachazos con la puerta.



Poco más podría resistir la puerta. A cada golpe de hacha se desmoronaba como un sistema defensivo sin achique de espacios. Wendy intentó sobreponerse al terror que la paralizaba y obligó a Danny a salir de la estancia a través de la ventana del baño. Ya se preparaba para lo peor cuando todo quedó en una calma tensa. Jack se había marchado.

Nuestro protagonista se dirigió al antepalco del recinto deportivo arrastrando la pierna herida y despachó por el camino a base de hachazos al cocinero, que había vuelto porque se había dejado la crema solar de protección 35 en la taquilla,  y a un diplomado en fisioterapia en busca de empleo que, a la vista de su cojeo, se acercó por si tenía un calambre que requiriera sus conocimientos. Siguiendo sus huellas, descubrió que Danny se había escondido en el laberíntico cuarto de las facturas impagadas y de los precontratos con agentes de cabecera. Allí se dirigió blandiendo el hacha con saña. La rabia le impedía fijarse en el camino que estaba siguiendo, solo quería dar caza al niño. De pronto, se dio cuenta de que se había perdido. De que ya no podía recordar si había pasado varias veces ante la estantería donde se guardaban los dossieres de fichajes brasileños de renombre como Cleber o Eller. Danny sí fue capaz de encontrar la salida del laberinto. Él se había aventurado entre los archivos de fichajes brillantes y de contrataciones sin comisiones y fue muy fácil no perderse. Volvió sobre sus pasos para encontrarse con su madre y ambos abandonaron el aislado estadio a lomos de una bicicleta engalanada hace tiempo con motivo de algún triunfo menor.

Jack, desesperado, se sentó. Agotado. Comprendiendo que el final estaba cerca, dejó de pelear. Cayeron como una nevada que empezaba a cubrirle los folios en los que se explicaban los detalles de la operación del Pato Sosa.

(Nos leemos tras las vacaciones. Las mías, claro ¿Qué se creían?)

viernes, 1 de julio de 2011

Romance sobre el estado de la nación atlética



Todo empezó con Agüero.
y su intención de marchar.
Se ha portado regular,
si quieren que sea sincero.
“¿Será solo por dinero?”
se pregunta la afición,
otros le llaman cabrón,
entre ellos, mi frutero.


¿Mal aconsejado? Puede.
¿Se precipitó? Seguro.
Merece epíteto duro.
Lo que hizo, hízolo adrede.
Difícil se desenrede
tamaña cuestión dolosa.
¡Cómo estará ya la cosa,
que hasta cuentan que se quede!


Habrá que mirar a quien
fijó su precio a la baja.
Solo importa el hacer caja
¿Al juego? Pues que le den.
¿Al sentimiento? También.
Nuestro ilustre mandatario
le tilda de mercenario
con mirada de desdén.


Ahora se marcha De Gea
siguiendo con el escape.
Ni con sábana que tape,
cambia la cosa, muy fea.
Vendemos más que el Ikea,
si fuéramos lotería
para el rival, alegría,
para casa, ni pedrea.


Mientras tanto el presidente
ahora ejerce de mudito.
Ya no habla, pobrecito,
si no hay micrófono enfrente.
Con este cambio aparente,
su chiste es más reflexivo.
Si es de lo deportivo,
ya habrá otro que lo cuente.


Entre los chistes de ahora,
destaca la autoentrevista.
Consejero periodista
se enfrenta a su grabadora.
Acabó con: “Ya es la hora”,
cuando, enfrente del espejo,
le apeteció un salmorejo
a su excelencia gestora.


Si poseen esa osadía
ojeen ustedes la prensa
ni aunque sea de la tensa
tenemos de calma un día.
Aquí todo el mundo pía,
se supera el sobresalto,
aún con el listón tan alto.
El listón de felonía.


Solo como colofón,
a la audiencia le reitero
de mis versos el primero,
pero con aclaración.
Como dice mi frutero,
con ese tono faltón:
¡Hace falta ser cabrón!
Y el único no es Agüero.