miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cinco minutos

Ignacia no confiaba demasiado en estas modernidades, la verdad, pero allí estaba ella con el mejor de sus vestidos. Y todo por hacerle caso a su nieto el pequeño, el de su hija la que vive en la capital. Speed dating. Citas rápidas. La idea era sentarse delante de un desconocido y charlar durante cinco minutos para ver si merece la pena plantearse con él amistad o lo que surja. Ella, que todavía lucía hermosa a pesar de sus años, tenía claro que muchos de los que ocuparan la silla de enfrente buscarían más un lo que surja que una amistad o algo más serio, pero ella se había decidido a acudir allí sin pensar demasiado. Ya habían pasado muchos años desde que a su Basilio se lo llevara una peritonitis galopante sobrevenida por la coz de una mula traidora en el bajo vientre y ella se sentía sola. Decía su nieto que así era como los de la ciudad encontraban a alguien con quien espantar esas soledades llenas de recuerdos que dolían. No es que no hubiera tenido proposiciones a lo largo de estos años, nada de eso, las hubo hasta aderezadas por los pretendientes con varias hectáreas de tierras de labor, cabezas de ganado y hasta un puesto vitalicio de panadera consorte en una tahona del pueblo de al lado. A todos dijo que no con agradecimiento porque no se sentía preparada. Tal vez hoy las cosas fueran a ser diferentes. Ojalá fuera así.

Uno, que lleva ya algunos años viendo caso todos los partidos del Atleti, había llegado a perfeccionar una técnica casi infalible de predicción sobre el desempeño de los nuestros en el partido a jugar. Bastaban con cinco minutos, solo cinco, lo que dura una cita rápida, para saber si el Atleti que ese día saltaba al césped iba a dejar buen sabor de boca o un cabreo de mil demonios. No me pregunten por los indicadores que uno consultaba para llegar a tal conclusión, no se trataba de hechos aislados si no de un conjunto de detalles y gestos que conformaban el mapa colchonero para ese día. Unas veces era una carrerita desganada de Forlán la que se sumaba a las medias descolocadas de Agüero para presagiar un petardazo de partido, otras veces un primer control orientado de Caminero y un guiño de Kiko para vaticinar que a continuación seríamos testigos de noventa minutos que quedarían en el recuerdo. A veces Schuster se plantaba en el mismísimo centro geométrico del campo y desde allí hacía volar a lo largo de treinta metros un balón que aterrizaba mansamente a los pies de un portugués de nombre Paulo que había avisado con anterioridad de que ese día estaba por la labor con una sacudida de su melena. Otras, bastaba casi con consultar la alineación, ver que salía de inicio Richard Nuñez o Ibagaza y prepararse para lo peor. Ya les digo, solo cinco minutos o incluso menos para hacerse una idea general que raramente fallaba.

De un tiempo a esta parte, uno, a pesar de que con la edad empieza a tener cada día más manías, ha dejado de preocuparse por esos pequeños hechos significativos, por esos cinco primeros minutos de los partidos y el aroma que desprenden. Para ser exactos, cuando les digo de un tiempo a esta parte debería decir desde que Simeone está en el banquillo. Desde su llegada uno sabe lo que se va a encontrar y, por ello, da casi hasta un poco igual el resultado y hasta si se juega mejor o peor, si para llegar al objetivo marcado el camino es de rosas o de espinas. Hace un tiempo, viendo el inicio del partido de Valladolid o el de ayer mismo, uno se temería algo malo, un partido de esos que duelen y que se instalan en el compartimento de los recuerdos a olvidar sin poder hacerlo nunca, pero eso ya no pasa. Uno sabe que, ante cualquier síntoma de decaimiento en cualquiera de los que salen al campo, allí estará él. Aplaudiendo o echando una bronca como se deben echar las broncas, como las echaríamos ustedes y yo, invocando a la camiseta que portan y a la gente que se ha reunido para acompañar al equipo dejando sus vidas aparcadas por noventa minutos. Uno espera que Simeone esté muchos años con nosotros porque él ha sabido espantar esas soledades que muchos sentíamos a pesar de estar rodeados de nuestros iguales. Ojalá sea así.



Puso El Cholo en liza a un equipo en el que tenían cabida las rotaciones pero lo hizo con medida, mesuradamente como suele hacer él las cosas. Un toquecito allí y otro allá: Villa y Gabi para dotar al banquillo de veteranía, Filipe también para que se pudiera ver a Insúa, ese jugador con el que durante bastante tiempo teníamos dudas de si era real y salieron del equipo Raúl y Manquillo, volviendo al plantel Arda y Juanfran. Simeone rota pero sin volverse loco, dando a cada partido la importancia que tiene, que ya se sabe que las rotaciones pueden traer más de un disgusto y si no que le pregunten a Galileo. Ya a los cinco minutos, lo que dura una cita rápida, quedaron dos cosas claras: una, que los fabricantes de camisetas o los responsables de marketing e imagen de los equipos no tienen vergüenza por vestir al Osasuna como si fuera el Borussia de Dortmund en versión low cost y dos, que iba a costar sacar adelante el partido.

También en cinco minutos, cinco solo, lo que dura una cita rápida, Diego Costa le puso al partido el sello de casi finiquitado tras dos centros que llegaron de la derecha. Uno de Juanfran que remató con oportunismo y otro de Koke, otra vez Koke, que el de Lagarto cabeceó con maestría. Comentan en los mentideros federativos que el Sr. Marqués se está pensando convocar a Diego Costa para que juegue con la selección y uno, que no quiere malpensar, no puede creer que no le haya llamado ya sin poner en duda un criterio futbolístico más dado a llamar a canteranos de otro equipo de Madrid o poner a Koke de lateral derecho desaprovechando su capacidad como asistente. No se había llegado al ecuador de la primera parte y se volvía a mostrar ese Atleti que hemos visto crecer en los últimos tiempos. Rocoso y casi inaccesible, puede que poco brillante en ocasiones pero letal y con las ideas claras en muchas otras. Dos lunares tuvo el partido, dos, y los dos se concentraron en cinco minutos, lo que dura una cita rápida: el golpe en la rodilla que obligó a retirarse a Mario Suárez, del que en los últimos partidos se ha visto la versión buena, y el gol del rival tras centro al  área que al cierre de estas líneas no sabría definir si como bien sacado o como mal defendido.


Fue la segunda parte rara. Una segunda parte de esas que se tienen que jugar cuando casi ninguno quiere hacerlo. Pensaba el Atleti en citas futuras, citas del fin de semana, citas que no deberían ser rápidas y pensaba el Osasuna que no podría meter mano a los rojiblancos ni aunque el segundo tiempo durara una eternidad. A pesar del corto margen, no recorrían el estadio ni runrunes ni temores infundados, hasta eso han sido capaces de conseguir Simeone y los suyos. Si acaso, flotaba en el ambiente algo de preocupación por lo tarde que se estaba haciendo y lo tirano que es el despertador cada mañana, pero no quedaba resquicio para esos miedos, algunos autoimpuestos y otros institucionalizados de tanto repetidos: el sufrimiento, la leyenda del Pupas, los goles de jugadores con flequillo rebelde en el tiempo de descuento. Murió el partido y se dieron la mano los contendientes comentando que el próximo partido lo deberían disputar en dos tiempos de cinco minutos con un descanso de un minuto para beber agua o bebidas carbonatadas, que muchas veces cinco minutos bastan para muchas cosas en la vida y se marchó Simeone para el túnel de vestuarios a buen paso para poder reflexionar durante cinco minutos, lo que dura una cita rápida, en lo que iba a decir a los suyos…

3 comentarios:

  1. Pues si usted se dió cuenta en cinco minutos, D. Emilio, yo pequé de optimismo en el mismo tiempo. Lo vi facilito, y lo corroboró el de Lagarto.
    Pero claro, asi lo sintieron estos, que querían quitarse el estorbo para ver mas allá en el tiempo, y nos regalaron un partido de esos, de antes aunque no tan antes. Si, de esos que hacían volar puntos del Calderón como por ensalmo.
    Hasta nuestro turco se sumó a la fiesta, fallando dos de las que dejan la cosita preparada nada mas que para ponerse el pijama. Pero no, oiga, hay que darle emoción a la cosa. La emoción del Cholo, ya sabe, el resultado incierto, si, pero no me tires a puerta, no vaya a ser que acertes y la caguemos. Pero emoción al fin y al cabo. De esa que sirve para que los avispados comentaristas deportivos mantengan un nivel y recuerden con nostalgia aquellos tiempos en los que cualquier mindundi te remontaba puntos en aquellos tiempos no tan lejanos...

    Mala noticia (quién lo diría) lo de Mario, por cierto.

    Ya vienen...

    Buenas tardes.

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  3. Pudo ser un partido de esos de antes en las formas, pero este Atleti tiene unos fondos que no tenían muchos otros de los que uno recuerda. Tiene mucha menos calidad que el del doblete, eso sí, pero tiene un compromiso que uno no había visto con estos ojitos.

    ¿Sabe qué? Que servidor cree tanto en lo que ve y en lo que cree saber sin haber visto que ya no siente esa emoción, esa incertidumbre por el resultado en citas así. Uno sabe que la moneda caerá de cara pase lo que pase.

    Lo único bueno que trae lo de Mario es poder ponerle cara a Yoyaloví, imagino que entrará en la convocatoria.

    Buenos días

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