La medida
fue aprobada por una ajustada mayoría simple. Bastó con que se pusieran de
acuerdo los del lobby de propietarios de áticos con terraza y pérgola para que
finalmente la junta de propietarios, reunida en sesión extraordinaria,
decidiera que dado el creciente índice de criminalidad en la zona era necesario
contratar seguridad privada para las noches de los fines de semana y fiestas de
guardar. No es que lo del índice de criminalidad fuera algo probado pero sí que
es verdad que había crecido el grado de preocupación entre los vecinos que
frecuentaban el arenero sito en las zonas comunes tras haber sido sustraído al
descuido y a plena luz del día un balón de goma con motivos de Bob Esponja.
Días más tarde de la reunión, la empresa administradora envió a Néstor Edgardo.
Néstor Edgardo paseaba su escaso metro y medio por la urbanización embutido en
un terno azul con cuello de borreguillo que realzaba notablemente sus hechuras
abotijadas. Ya desde los primeros días de instauración del servicio de
seguridad, crecía en la vecindad un clima de tranquilidad y de confianza. No es
dinero, decían algunos refiriéndose al tan bien usado incremento en la cuota
comunitaria. Las madres de nervio más vivo dejaban a sus vástagos llegar media
hora más tarde los sábados por la confianza que daba ver rondar a Néstor
Edgardo linterna en mano “¿Y no será poco armamento una linterna a pilas?”, se
preguntaban algunos destacados miembros de la escalera derecha, la más
partidaria de la labor del vigilante. “No es necesario Liboria, he oído que
Néstor Edgardo sirvió con honor en los cuerpos especiales del ejército
boliviano. Ahí donde lo ves tan abrochadito, es una máquina de matar”.
Pasaban las
semanas y la vida en la comunidad había cambiado radicalmente. Nunca más volvió
un rapaz a su casa sin la pelota que previamente había bajado al arenero, fuera
ésta de Bob Esponja o conmemorativa del mundial de Sudáfrica, y tal era el
estado de seguridad en el que se vivía que incluso se le devolvió a Zulemita,
la hija de Reme y Damián, un móvil que había dejado olvidado a cosa hecha en el
ascensor con ánimo de que sus padres le compraran otro con mucho más bluetooth.
Los vecinos olvidaron echar los cerrojos Fac e incluso los hubo que dejaron la
puerta abierta de tan segura que se había vuelto la comunidad. Lo cierto es que
Néstor Edgardo, diligente en sus primeros días de servicio, había empezado a
quedarse más tiempo del aconsejable en la garita de la entrada del portal. Ya
casi no sacaba la linterna a pasear y se quedaba sentado toda la noche,
arrebujado en el cuello de borreguillo de su cazadora llena de chapitas con el
logotipo de la empresa. Normalmente se quedaba dormido casi a jornada completa
y su sueño solo era turbado por la llegada de algún joven descarriado de esos
que viven las madrugadas con intensidad o por la salida al amanecer de algún
propietario de perro que de manera descortés despertaba a Néstor Edgardo con un
educado buenos días que se podría haber guardado para otra ocasión. Muchos
fueron los que, por entrar o salir a deshoras, se encontraron con la mirada
torcida y asesina de Néstor Edgardo, mirada totalmente justificada por el hecho
de que el turno de noche es muy duro y cambia los biorritmos que es una
barbaridad.
Empezaron entonces los vecinos a no salir ni entrar a casa en el
intervalo de tiempo en el que Néstor Edgardo cumplía a base de ronquidos
profundos su servicio de vigilancia y se alzaron voces críticas, que ya se sabe
que siempre hay gente disconforme con todo, que se preguntaban por la necesidad
de mantener el servicio. Los hubo incluso que se escudaron en el hecho de que
Néstor Edgardo lanzara la linterna a la cabeza de un vecino que volvió a casa
tarde y con mal recado alzando la voz y dando vivas al vino a granel. Las cada
vez más numerosas opiniones disidentes obligaron a convocar una nueva junta, de
nuevo extraordinaria. La presidencia presentó un gráfico en el que se
demostraba sin lugar para ninguna duda, razonable o no, que desde la llegada de
Néstor Edgardo la delincuencia había descendido a límites insospechados, fuera
este dato debido a que ningún vecino salía a la calle por no molestar al
vigilante o por otros motivos exógenos. De nuevo el lobby del ático apoyó la
moción para que el servicio continuara sin hacer caso de aquellos que
argumentaban que, si bien podía tolerarse que Néstor Edgardo pasase durmiendo
como un ceporro las ocho horas de turno, no eran de recibo las humedades que
estaba provocando en los trasteros con el constante goteo de babilla que se le
escapaba por un lado de la boca mientras vigilaba con los angelitos. De nuevo
fue aprobada la continuidad del servicio por una ajustada mayoría simple. Y es
que la seguridad es lo primero, oigan…

Encaraba el
Atleti la visita a Vallecas con una sensación creciente de inseguridad. Los
últimos resultados fuera de casa unidos al valle de forma por el que transitan
algunos de los nuestros, a la baja de Diego Costa e incluso a lo inquietante
que siempre resulta jugar en un campo con pared detrás de una portería dejaban
mal cuerpo de antemano en la afición. No contribuyó tampoco la alineación
puesta en liza por el Cholo a paliar la inseguridad de la ciudadanía dando
entrada en el equipo a Cata y a Raúl García en lo que pudiera entenderse como
un mensaje para dar valor a la eliminatoria de Europa League de la semana
entrante. Casi ni nos habíamos sentado nosotros y nuestras inseguridades en el
tresillo tapizado cuando el Rayo se adelantó en el marcador al descuido. Al
descuido de Cata que hizo de Don Tancredo y al de Filipe, al que ayer cogieron
la espalda en incontables ocasiones, más bien. Lo único positivo que dejaba el
gol rival era la seguridad de que había tiempo de sobra para la reacción y lo cierto
es que el Atleti reaccionó pero poco. Alguna que otra llegada con similar
capacidad de hacer daño que el que se haría deslumbrando al rival con una
linterna comprada en el chino de la esquina. Poco. Poco tirando a nada, para
ser más exactos.
Llegaba el
Rayo a base de coraje e incluso a veces juego pinturero y el Atleti dormitaba
plácidamente en la garita de la inseguridad y de las dudas. Sacaba Courtois
alguna mano de mérito y seguían los atacantes rayistas birlando la cartera a la
defensa rojiblanca de manera sistemática, siempre con Cata como panoli al que usar
de víctima en el timo de la estampita de manera recurrente. Si mal estuvo la
defensa, no estuvo mejor el resto del equipo. Superado y romo el centro del
campo y desconectado el ataque, con un Falcao presentando batalla estéril, con
un Adrián nadando en sus inseguridades y con un Raúl García al que se le
reconoce que tiene gol, pero que cuando no sabe dónde lo ha puesto no se le
reconoce casi nada más.
Marcó el
Rayo el segundo en jugada casi calcada al primero pero desde el lado contrario,
que siempre está bien diversificar las zonas de ataque y se vio al Atleti roto
por momentos. Lleno de inseguridad en lo que hacía. No asomó ni por un momento
ese equipo que no hace tanto reaccionaba con pundonor cuando la inspiración no hacía
acto de presencia y deambuló durante toda la segunda parte sin que quedara la
más mínima seguridad de que iba a pasar algo, para bien o para mal. De nada
sirvieron los cambios, Arda hace tiempo que ha dejado de trasmitir esa
seguridad pasmosa en lo que hacía y Cebolla parece aburguesado y poco dispuesto
a encabezar las revoluciones de antaño. Gustó la salida de Oliver, eso sí, pero
se antojó tardía aunque ilusionante. Poco, lo que les decía.
Más allá de
la pérdida de puntos sobrevuela en el ambiente una sensación de que el equipo
ha perdido la seguridad de hace unas fechas. Los amantes de las estadísticas
hablarán del tiempo que hace que no se gana fuera de casa pero lo cierto es que
no es lo mismo el empate en Mallorca, injusto y azaroso, que las dos últimas
derrotas en Bilbao y Vallecas. Probablemente los haya que alcen sus disidentes
voces para hablar de la justeza de calidad de la plantilla y de poner los pies
en el suelo tras haber cosechado unos resultados muy por encima de lo que la
lógica hubiera aconsejado. Aún así, lo que más preocupa es pensar que tal vez
se haya perdido algo de confianza y seguridad en la idea. Seguridad en lo que se
hace. Y en eso no vale con que solo crea una ajustada mayoría simple de los
jugadores. Porque la seguridad es lo primero, oigan…