A uno, como
a muchos de los personajes que les presento en esta, su casa, a la hora de
hacer las desmadejadas crónicas de los partidos de nuestro Atleti, le gusta ir
por la vida jugando a la contra. Que me dicen ustedes que el último disco de
esa cantante regordeta es el cenit de la música contemporánea y mestiza, pues
servidor mirará para otro lado intentando revisitar una cassette con los
grandes éxitos a capela de Manolo Escobar. Que en la cola de la pescadería ese
señor con gorra de mayoral de ganadería brava reivindica al intérprete de “Mi
carro” como alfa y omega del arreglismo rumbero cañí, allí estará este que
suscribe para tildarle de retrógrado y de desahogado auditivo. Me gusta llevar
la contraria. Es más, me encanta defender con sangre una postura y más tarde la
contraria en otros foros. No crean que es por ser víctima de algún trauma
infantil sobrevenido por creer que a un niño que vivía en un puerto italiano,
al pie de las montañas, su madre le dejó con un mono como canguro sin que actuaran de oficio los servicios sociales, no. Pudiera
ser cabezonería o simplemente ganas de tocar las narices al personal.
Estas ganas
de llevar la contraria me han llevado a intentar escribir sobre el partido del
miércoles tomando distancia. Dejando reposar unas emociones demasiado alteradas
en las últimas horas. Bien podría haberles obligado a tragar una crónica llena
de signos de admiración y de epítetos inflados de superlatividad, pero no, casi
prefiero fijarme en el poso que queda ahora que empezamos a recuperar la voz,
ahora que nos duele menos el lomo por las vehementes palmadas en la espalda,
ahora que se difuminan los abrazos recibidos y que la cabeza vuelve a estar en
su sitio tras pasar por la correspondiente resaca eufórica. Justo ahora, en
este momento, es cuando me da por contarles cosas, aunque sea para llevar la
contraria.
Somos los
aficionados del Atleti gente que por definición llevamos la contraria. No es
fácil declararse seguidor de nuestro equipo en los tiempos que corren, pero aún
así, tenemos la certeza de haber elegido el mejor y más bonito camino sin
dejarnos llevar por la corriente de los que eligen caminos más fáciles. Solo
así se entiende la fidelidad y el amor a unos colores maltratados
sistemáticamente desde fuera y, lo que es más grave, desde dentro. Solo así se
entiende el disfrutar el doble de lo que disfrutan otros. Solo así se entiende
que la grada no se arranque con palmas de tango en las ocasiones en las que aparece
un equipo manso y flojo de remos y que no se viva en un constante giro del
cuello hacia la presidencia para mostrar la sentida división de opiniones, esto
es, cagarse unos en sus madres y cagarse otros en sus padres, con el único
ánimo de llevar la contraria, nada más.
Se presentó
el Atleti en Bucarest con ganas de llevar la contraria. Con ganas de oponerse a
una, a veces sutil y a veces descarada, corriente de simpatía hacia el rival.
Hablaban los analistas a los que invitan casi siempre en mesones de la calle
Infanta Mercedes de lo buenos que eran los muchachos de Bilbao, de lo que
corren y de lo bien aleccionados que los tiene Bielsa, ese entrenador admirable
pero con pinta de bibliotecaria. Casi no se glosaba nada sobre el Atleti, que
se presentaba como víctima propiciatoria para casas de apuestas y videntes que
leen los posos del café torrefacto. Salió el Atleti a morder, presionando
arriba. Se ganó el primer balón por alto a un Llorente desesperado y se creó el
primer peligro en una invención con caño incluido de esas que han hecho que Arda
sea de nuestros favoritos. Así, como si fuera un partido cualquiera y no una
final de desgaste como lo suelen ser casi todas, Falcao soltó un latigazo
inesperado y genial que nos puso por delante para llevar la contraria, ¡ea!
Acusaron
los vizcaínos tan temprano mazazo y andaba el Atleti por el campo sonriente,
con ganas de tocar las narices. Seguía la presión, la sensación de peligro
cuando los nuestros olían sangre y la seguridad en lo que se hacía aunque esto fuera
poco poético: victoria en los choques, patadón cuando era necesario y oficio a
raudales. No quería el Atleti la posesión, tal vez para llevar la contraria a
los que opinan que el fútbol moderno siempre debe discurrir por esa vía. Se
encontraba cómodamente agazapado como lo ha estado tantas veces nuestro equipo.
Como lo estuvo con Luis, como lo estuvo con Ivic y García Traid. Como cuando
Manolo se hinchaba a meter goles culminando contragolpes eléctricos. Sin
despreciar el balón pero sin amasarlo. Llevando la contraria a los que miran
más el dato del reparto de la posesión que a los que miramos una idea. Seguían
mordiendo los nuestros, eso sí, y fruto de esa voracidad llegó un segundo gol
que pudiera calificarse de colectivo en el esfuerzo y de brillante en la
ejecución del colombiano, empeñado en la noche rumana en llevar la contraria a
los alguna vez hablaron sobre su torpeza con el balón en los pies.

Con el
rival sonado y el resultado encarrilado, la emoción que envolvía la cita nos dio
una tregua para que pudiéramos fijarnos en otros aspectos. En el desempeño de algunos
de los nuestros de los que más hemos dudado: en un Mario Suárez que dejó entrever
una jerarquía ignota para nosotros: “¿Ese es Mario Suárez?”, “Pues parece
Matthaus en alguna arrancada”, se oía con incredulidad en bares y casas de
comidas; en unos centrales imperiales que no dejaron resquicio alguno para la
reacción ni para el sueño enemigo; en un Courtois seguro y solvente en el juego
aéreo, uno de los peligros que la noche traía bajo la capa; en un Gabi que no
solo aplico pulmones, como de costumbre, sino también cabeza y empeine. Todos
ellos lo bordaron con cenefa y hasta con punto de cruz, todos lo hicieron así
probablemente para llevar la contraria a los que temían.
Discurría
el partido sin demasiados sobresaltos, más cercano a una goleada que a una
posible reacción, cuando la afición reparó en que también los peones más
ofensivos de nuestra escuadra andaban con ganas de contradecir. Contenidos en
la subida y firmes atrás Filipe y Juanfran, sacrificados y comprometidos Diego,
Arda y Adrián, dando brillantez al sudor y hasta a la sangre con la que el
turco regó el césped. Por encima de todos, Falcao. Los niños de ambos lados de
la ría soñarán a partir del miércoles con el colombiano con más aprensión que
con la que sueñan con el hombre del saco. También soñarán Iraizoz y Amorebieta,
no crean. Dio Falcao un recital de desmarque, aguante y remate. Dio una clase
magistral de la asignatura troncal “Cómo ser un delantero centro” y justificó esa
preferencia nuestra por los tigres sobre los leones a la hora de ser campeones que
arrastramos desde tiempos de Torrebruno.
Finalizó el
partido con Diego brindando un gol en el que mezcló a partes iguales pinturería
y potencia. Estallaron los gritos. Se fundieron los atléticos en abrazos.
Saltaron lágrimas y hasta algunos se quedaron clavados en los asientos, vacíos
y yermos tras la acumulación de sensaciones. Quedó Simeone, el artífice del
milagro, casi de la misma manera. Quieto. En segundo plano. Tal vez para llevar
la contraria a los que le acusan de excesiva vehemencia en la celebración y la
arenga. Tal vez para contradecir a los que vaticinábamos esa pizca de
tribunerismo que tuvo de jugador y que no ha mostrado en su irreprochable etapa
como técnico. Gracias Cholo. Por tus contradicciones y por tus ganas de llevar
la contraria. Gracias de corazón.
Llegaron las fotos, las canciones
recurrentes, las banderas ceñidas a la cintura y las bufandas interpretando el
papel de cachirulo baturro. Llegaron los mensajes en manada. Llegaron los
besos. Los guiños de ojo que anunciaban noche larga y cariñosa con ánimo de llevar
la contraria a la planificación familiar. Llegó todo eso y nuestra razón se
empeño en llevar la contraria a nuestro corazón y a nuestras emociones. Se
empeñó en recordarnos que no debemos coger demasiado cariño a los actores de la
función de ayer que no hacían más que contestar inoportunas pero comprensibles
preguntas sobre si Fulanito se quedará o se irá. Nos llenamos de felicidad
contradictoria y henchida de este sí pero no en el que vivimos. Neptuno se
llenó de almas y de algún desalmado. El desalmado abandonó por la puerta falsa,
como es su costumbre, el lugar de los hechos. Nos dimos cuenta de que no habíamos sufrido, para llevar la contraria a los que así piensan desconocedores de la historia del equipo. Nos empapamos de dulzura con esos
pequeños toques agrios acostumbrados. Sumidos en la eterna contradicción. En
llevar la contraria. En esa belleza que percibimos en hacerlo ¡Bendita manera de llevar la contraria la nuestra!