Prudencio seguía atento las evoluciones de los pequeños en el campo. Al entrenamiento normalmente le llevaba su mujer, pero hoy que podía, había querido ir él. Echó la vista a un lado para ver a todos los padres y madres que se agarraban crispados a la barandilla que circundaba el campo, y vio caras de tensión, sí. ¿Pero esto no debía ser algo divertido para los niños? Él como mucho animaba a su hijo diciéndole que lo estaba haciendo muy bien cuando se acercaba a la banda, en cambio los otros progenitores interpelaban a sus vástagos con giros escuchados a doctos tertulianos o entrenadores de corbata estrecha: “Pedrito, provoca el dos contra uno en banda, que no presionas” o “Jaimito, aprovecha la superioridad que proviene del desequilibrio para encontrar el último pase”. Decididamente no le gustaba. Los niños, todos calzando botas en tonos amarillo uranio o verde plutonio (aprovechando la inquietante actualidad) copiadas a sus metrosexuales ídolos, se pasaban el partido más pendientes de mirar a sus padres-representantes que de disfrutar de lo que esto era, un juego.
Otra característica común eran las meriendas preparadas para el postpartido. Agazapadas en mochilas de marca se guardaban barritas energéticas, zumos de varias frutas enriquecidos con vitaminas a tutiplén o sándwiches integrales de pavo. Qué diferencia con sus tiempos, cuando dejabas a tu equipo con diez durante el tiempo que tardabas en coger el pan con chocolate que tu madre te bajaba al portal. Ese bocadillo que solo se mordisqueaba en los saques de banda para no distraerte del partido, ese con el que rematabas cuando no llegabas con la cabeza en una suerte precursora de lo que luego fue la mano de Dios, ese bocadillo que muchas veces marcaba el fuera de juego: “Tienes el bocadillo adelantado con respecto al último rival, por posición e influencia” decía algún listillo. Pero luego cayó en que no, en que antes no se jugaba con minucias como el fuera de juego. De hecho el amigo gordito se sentaba a veces en el poste del equipo contrario para pegar la hebra con el portero, sólo reaccionando cuando la jugada llegaba a esa área, convirtiéndose así en pichichi aprovechado.
En estas estaba cuando terminó el partido, momento en el que una turba desquiciada de padres y madres saltaron al campo para poner rápidamente chubasqueros de goretex a sus proyectos de estrellas, no fuera a ser que se resfriaran. Su hijo se acercó lleno de barro y él le preguntó si se había divertido. “Mucho” dijo el niño con ese gesto que tanto le recordaba al abuelo, a su padre. De camino al aparcamiento, su hijo se cruzó con un compañero que utilizaba una mano para dársela a su padre y la otra para tomar un reconstituyente de alto valor proteico.
– Hasta el próximo día Carlos, hoy has estado flojo en la recuperación de balón, ¿eh? –dijo el otro niño, a lo que respondió su hijo con un gesto desganado mientras el padre del otro tomaba cartas en el asunto.
– ¿Eres el padre de Carlos? Encantado, mi hijo lleva jugando con el tuyo desde alevines. ¿Qué tal los ves? Yo creo que el pasar del campo de arriba a éste les ha perjudicado, yo creo que esta hierba artificial es de un polímero distinto y eso se nota.
– Pues no lo había pensado, la verdad –admitió Prudencio sin detenerse.
– Pues sí, se nota y mucho –dijo enfatizando el indignado padre–, sobre todo si juegas con taco de aleación de aluminio. Pero lo peor es que el entrenador es muy malo. A tu hijo le dará igual porque es central pero este año a mi hijo le están poniendo escorado en la banda izquierda, a pie cambiado, a pesar de que al entrenador le he dicho ya varias veces que él rinde más de mediapunta.
– Perdona, pero tenemos un poco de prisa –dijo tirando del niño hacia el coche y dando la espalda al improvisado estratega que se volvió desairado en busca de otro contertulio.
Ya en el coche, y después de esperar un tiempo prudencial (como no podía ser de otra manera), Prudencio se dirigió a su retoño:
– Carlos, no quiero que te juntes más con ese niño.
– Gracias papá –dijo con alivio el chaval.
Buenas,D.Emilio.Ay,aquellos partidos,hace taitantos años,entre críos.Con piedras o mochilas simulando los postes,con el: "quédate tú de portero","no,yo no","vaaale,pero de portero-delantero"."Venga,el que marque el último gol gana".La impresión que le producia a uno jugar contra los de aquel barrio,que venían perfectamente equipados,todos iguales,y con la publicidad serigrafiada en el pecho,del bar de la zona,cuyo dueño era el tío de uno de los jugadores.Luego,los pobrecitos de mi bando(que íbamos con unas camisetas blancas de esas de interior,rayadas malamente de manera artesanal,les pegábamos un baño a los figurines.Qué tiempos!!!
ResponderEliminarY ahora,la pregunta del millón.Y no veré mal que no la conteste.¿Podria saberse el porqué de esa adversión suya hacia los innombrables?
¿Sabe una cosa que hasta hace no demasiado no era capaz de explicarme, Don Charly? Cómo era posible que jugadores profesionales tuvieran sobrecargas, tirones y agotamientos varios por jugar miércoles y domingo cuando nosotros jugábamos ocho horas al día desde junio a septiembre.
ResponderEliminar¿El por qué de mi fijación? Piense en ejemplos de mediapuntas: para mí son la sacarina del futbol, el descafeinado del balompié, la cerveza sin alcohol del deporte. Suele definirse como tal, el jugador que no tiene suficiente gol para etiquetarse como delantero, suficientes pulmones para ser mediocentro, ni suficiente regate y velocidad para ser extremo.
Que quiere que le diga, son ni chicha ni limoná, ni fú ni fá, son la tibieza, el no posicionarse, los grises que evitan tomar partido por el blanco o el negro. Eso sí, admito que son personajes que suscitan amor u odio, piense, piense en los defensores qeu tiene, por ejemplo, cierto mediapunta paradigimático que en la actualidad hace todo lo posible para que lo internen en una prisión turca (¡cuánto daño ha hecho el cine de denuncia!)
Es verdad,es verdad,lo de las lesiones!.Yo pensaba lo mismo.¿Y esto otro?,viendo partidos por la tele(de chaval),"¡Pero tira,hombre,que estás cerquísima!.Luego,de más mayorcito,uno cuando pisaba un campo de 100 x 60,se daba cuenta de que,¡coño(con perdón),no estaba tan cerca!.La perspectiva de las distancias,según la edad.
ResponderEliminarSí que es afinada su definición del puesto,en general,pero,¿no cree ud. que catalogar de tal manera a alguno de los denominados como tales,podría ser un poco injusto?
Por poner algún ejemplo,¿qué me dice ud. de Valerón,Silva,o incluso Iniesta(cuando juega en ese puesto)?
Lo creo, Don Charly, creo que es injusto catalogar a todos por igual, pero eso es lo que nos hace desconfíar de los mediapuntas, nuestra tendencia al extremismo.
ResponderEliminarDe los que usted nombra, sólo catalogaría como mediapunta a Valerón, los otros dos son centrocampistas en mi humilde opinión. El canario ha sido un gran jugador, pero no ha llegado a ser lo que debería haber sido por talento, un jugador de referencia. Creo que no funcionó en el Atleti por la presión que conlleva un grande, presión que en el Depor está más diluida. En cualquier caso, un placer verle jugar desde sus años en Mallorca.
Permítame ofrecerle contraejemplos de jugadores que, o han malogrado sus carreras por encasillarse en la maldita posición o que han vivido rodeados de polémica por su ubicación incompatible con muchos sistemas: Kaka (así, sin acento), Ronaldinho, Robinho, Aimar, el trío transalpino (Baggio, Totti, Del Piero), Burrito Ortega y en un alarde de costumbrismo exótico incluso Munitis.
No hablemos de de Jurado...por caridad, que tengo los cereales todavía en la boca del estómago.
Ha habido mediapuntas extraordinarios. Ronaldinho era (ya no sé lo que es) mediapunta. ¡Zidane lo era! Valerón, como han citado. O Juninho y Pantic en el Atleti... Porque dígame usted que era Pantic si no mediapunta... y era un futbolista de los pies a la cabeza (esa que nos dio la Copa del Rey en Zaragoza).
ResponderEliminarSon futbolistas que efectivamente no tienen el suficiente gol para ser delanteros, ni la capacidad de sacrificio para ser mediocentros. O quizá lo que sería un sacrificio es ponerles de mediocentro. Tienen tanta clase que merecen la libertad del mediapunta para moverse por donde quieran y crear... y divertirse, que, como cuenta su relato, es la esencia del fútbol.
¿Conoce en primera persona la obsesión de los padres por sus hijos futbolistas?
Yo cuando tenga un hijo espero no encontrarme con ello. Aunque he oído hablarr mucho del asunto.
Un abrazo y esta noche espero que se forje una bonita historia.