Ayer el Atleti empató un partido que tal vez mereció ganar o tal vez no, en el que la afición no sabía muy bien si, antes de entrar al campo debía pedirse un pacharán o un gin-tonic y si, ya en el descanso, el bocadillo de tortilla con pimientos o mortadela con aceitunas convalidaba como merienda o como cena.
Los jugadores tampoco lo tenían muy claro, tal vez vimos síntomas de mejoría en Forlán y Tiago o tal vez no, tal vez Filipe hizo su peor partido su llegada al Atleti o tal vez no, tal vez a Godín en vez de una apendicitis aguda lo que se le manifestó fuera un cuadro de descomposición (o cagueta si no son ustedes tan finos), o vaya usted a saber, puede que todo lo anterior fuera verdad o todo falso, porque ayer nada importaba.
Al partido de ayer solo le faltó alguien con el suficiente valor para emular a Rafael de Paula y decir que no se debía jugar porque el encuentro miraba con intención y ganas de cogerte, y esperar dignamente a que sonaran los tres avisos para que la Guardia Civil salga a rematar al morlaco o al maestro, que nunca se sabe.
Se preguntarán ustedes, de naturaleza curiosa, el por qué de esta indefinición y esta apatía, pues bien todo esto viene desencadenado por esa enfermedad de nuevo cuño que se conoce como el cambio de hora.
Hace años, cuando se cambiaba la hora para ajustarse al horario de verano o de invierno, la gente atrasaba o adelantaba el reloj de pulsera, el de bolsillo y hasta el carillón del comedor y sanseacabó, pero ahora no mis queridos lectores, ahora no.
El cambio de hora ha pasado a ser una enfermedad que provoca irritabilidad, malestar general, sequedad de mucosas y tos con esputo abundante y se ha sumado a otros males modernos como la depresión postvacacional, el déficit de atención en niños hiperactivos o el stress de mozalbete al que su padre obliga a ir a clases de twaekondo o de flauta travesera. Gran parte del mérito de la expansión y divulgación de esta enfermedad se le debe atribuir a los canales de televisión y, en especial, a Antena 3.
Las noticias (o el parte, como decía mi abuelo) de Antena 3 han descubierto una mina en estas nuevas plagas del siglo XXI y, oscilando entre lo apocalíptico y lo esotérico, salen a la calle para preguntar al personal como llevan los síntomas y para dar testimonio de la lucha contra esta lacra, lo que se viene a sumar a esa campaña que ha dejado nuestras carreteras como las narices de un adolescente onanista (es decir, llenas de puntos negros).
Por su parte Telecinco, siempre a la vanguardia de los documentales, ha contraprogramado con un especial que trataba sobre cómo Belén Esteban sufre el cambio de hora y cómo afecta esto a Fran, el camarero del bar Rascacielos y a la sazón esposo de la princesa del pueblo.
Con este panorama, no parece raro que ayer Avelino, un respetable ciudadano que se disponía a dar su paseito de la tarde para bajar el colesterol siguiendo las recomendaciones de su hija que estudia 3º de Medicina, saliera de casa con la desorientación propia y justificada por la hora ganada y la desazón provocada por las noticias con que los partes habían bombardeado desde una semana antes. Nada más poner un pie el la vía pública, vio que se le acercaban tres niños vestidos de esqueleto, dos niñas que parecían las brujas de Salem, y varios zombis caracterizados con más o menos fortuna, viéndose obligado a huir a la carrera sintiendo el aliento de los afectados por el cambio de hora en el cogote y oyéndoles repetir como un mantra infernal:
-¡Truco o trato, danos golosinas Avelino!
El corazón de Avelino no resistió la carrera más allá de la cuarta manzana y cayó fulminado en un callejón, al lado de unas cajas de estanterias Sanvaard de Ikea. Los efectivos del Samur que se personaron en el lugar del suceso sólo pudieron certificar su muerte reflejando en el informe que la causa más probable del fallecimiento era el cambio de hora.
Me comentan que Matías Prats abre el informativo de las 3 con Avelino en portada.
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