No tomen esto como la crónica del esperpento que ayer el Atleti brindó en Noruega, no merece ni una línea a pesar de haber ganado. Tómenlo como un homenaje a los (cada vez más) lectores que por aclamación popular pedían la vuelta de las Crónicas de Fuenteturbia. Sí, sí el pueblo de la trama del El oriundo.
Mientras en el escenario improvisado del casino del pueblo deambulaban las miembras (si lo dice una exministra, yo también puedo) de la compañía teatral itinerante, los integrantes del Comité de Vigilancia por la Etica y la Moral de Fuenteturbia no perdían detalle. El Comité, recién constituido esa misma tarde estaba compuesto por Don Rufino, representando al poder político, Don Matías, representando al poder espiritual como párroco y Don Clemente, que desempeñaba un doble papel en el grupo, como opinión científica autorizada por su condición de veterinario de la pedanía y como opinión artística al ser el único que había ido a Madrid en una ocasión para ver un cabaret.
La compañía teatral itinerante había llegado al pueblo unas horas antes en el marco de la gira “TeatroMancha: cultura hasta en la asadura” que con el patrocinio de la Diputación provincial y la Junta de Comunidades pretendía llevar al último rincón del territorio las artes escénicas. La directora de la compañía, Edith (aunque realmente se llamaba Eduvigis), era una española hija de emigrantes que había vivido el mayo del 68 en París mientras su padre se ganaba la vida de fresador en un taller de la Rive Gauche, por lo que no encajó demasiado bien que, previo a su estreno, la obra debiera ser censurada por el Comité:
-Son ustedes unos “retrgógrados”, unos “geaccionagios” y unos “cagcas” –les acusó con su acento francés impostado-. Yo he actuado en los “escenagios” más importantes del mundo y nunca me “encontrgé” con una pandilla de “trgogloditas” semejante. No se puede “poneg” coto a la libegtad de “exprgesión”
-Mire Doña Edith –terció Don Rufino-, llevo siendo alcalde de este pueblo 27 años y lo he sido con el Movimiento, con la UCD, con el CDS, con el PSOE y ahora con el PP, así que no me toque los cojones con lo de las libertades, que más abierto de mente que yo no encontrará a nadie.
Una vez finalizada la representación de evaluación y con solo un cambio en el vestuario exigido por Don Matías (una bata de guatiné que dejaba al descubierto una longitud de muslo de la actriz principal que poco dejaba a la imaginación) y otro en el texto recomendado por Don Rufino (cuando la protagonista exclamaba aterida de frío: “Cúbreme, cúbreme ya” y ya se sabe que cubrir en provincias significa otra cosa), Don Rufino se encaminaba junto con su fiel Serapio al bar de Dámaso, convertido en lugar alternativo para echar la partida de julepe dada la ocupación que el casino estaba sufriendo en aras de la expansión cultural.
-Serapio, vaya miradas que te echaba la protagonista –apuntó el alcalde-. Mañana seguro que después de la función triunfas.
-Quite Don Rufino, estas mujeres de ciudad no están hechas para mí.
-Serapio, ¿Cuánto hace que no estás con una mujer?
-¿La Gertrudis cuenta? –inquirió Serapio.
-No Serapio, no me refiero a las chicas del club de carretera. Me refiero a pasar las noches de invierno acurrucadito con una mujer, que tengas una comida caliente al llegar de tu ronda y que la casa cuartel tenga el toque femenino que le falta.
-Mucho Don Rufino, mucho.
-Lo ves, un hombre debe buscar a su complemento, sin ellas no somos nadie. Mira como estoy yo desde que me falta mi Úrsula.
La falta de Doña Úrsula, como lo decía Don Rufino, era la manera de referirse a que un día su esposa desapareció sin previo aviso. Evidentemente, Don Rufino no iba a permitir que nadie en el pueblo pensara que le había abandonado por lo que organizó batidas de búsqueda capitaneadas por Serapio en toda la comarca que, a pesar de que terminaron sin éxito y de que incluso los cazadores furtivos no encontraron rastro de la alcaldesa consorte, para Don Rufino eran la prueba irrefutable de que Doña Úrsula se había despeñado en las cárcavas que había al sureste o había caído en uno de los variados pozos diseminados por las parcelas de labor. Todas estas sucesos desembocaron en unos funerales casi de estado por el eterno descanso de Doña Úrsula e incluso con el enterramiento de sus objetos personales y de su gato Lucas en el panteón familiar, previa firma del certificado de defunción (pagado debidamente por Don Rufino) por parte de un forense borrachín en excedencia. Cada año, Don Matías ofrecía misa por ella al llegar la primavera para recordarla, haciendo oídos sordos de las malas lenguas que aseguraban haber visto a Doña Úrsula en la capital, del brazo de un tratante de ganado que, casualmente, rondaba la comarca en los días anteriores a su trágica desaparición.
Podríamos calificar de desigual la acogida que el respetable brindó a la representación teatral. Para ser más precisos hubo división de opiniones (unos se durmieron como troncos y los más se escaparon al bar de la plaza aprovechando el descanso del entreacto cansados de aplaudir con mayor intensidad los ronquidos de Zacarias que el arte de los actores). Antes de montarse en la furgoneta que les había traído al pueblo, Don Rufino insistió en convidar a la compañía a una cena típica fuenteturbiana, por un lado para intentar que Edith no hablara mal del pueblo ante los de la diputación y por otro para llevar a cabo su plan con respecto a Serapio.
-Don “Gufino” –intervino Edith- me he quedado “prgeocupada pog” la “geacción” del público. No “crgeo” que tengan muchas “opogtunidades” de “veg” una “vegsión librge” de Macbeth como la que le hemos “brgindado”
-¡Ca Doña Edith, si les ha encantado!, lo que ocurre es que aquí no somos muy de exteriorizar nuestras emociones –tranquilizó Don Rufino-. ¿Un traguito más de Anís? -para luego añadir- Serapio mientras cenamos con la señora directora escénica, acerca a la señorita protagonista a ver las cárcavas, que me ha dicho Doña Edith que es una amante de la naturaleza. (léase perroflauta, actriz y ecologista ¡qué combinación!)
Una vez en las cárcavas, Serapio enseñó a Zoe (la protagonista) lugares de anidamiento del pollo perdiz autóctono de la zona y pozas escondidas donde bañarse en noches de luna como esa hasta que una cosa llevó a la otra y entre la soledad de Serapio y el porte marcial que Zoe vio en él, llegaron a mayores en la era no sin antes tomar las medidas profilácticas adecuadas, cosa que a Serapio sorprendió sobremanera dada su falta de experiencia en estas lides fuera del mundo de las profesionales del amor. Allí aprendió Serapio que eso que Zoe le puso allí era de latex y que era eficaz en la prevención de enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados.
Transportémonos ahora 6 meses adelante en el tiempo, Don Rufino espera en su despacho a Serapio para hablar con él porque le nota raro, distinto. Hace bastante que no quiere ir a pasar un rato con Gertrudis al club y además le está cambiando el carácter. Hace menos de dos semanas zanjó dialogando una disputa de lindes y pastos entre Isabelo y Herminio sin levantar la voz y sin recurrir a sus ya legendarias dos hostias. Todo eso pensaba el alcalde cuando el cabo de la benemérita se presentó ante él:
-¿Me ha mandado llamar Don Rufino?
-Sí, pasa Serapio. Te he hecho llamar porque me tienes preocupado, te veo triste y alicaído. Vamos, como un perro aullando a la luna.
-¡Cómo me conoce Don Rufino! –reconoció Serapio-. Es por lo de Zoe.
-Pero Serapio, si hace seis meses que pasó, ¿no me irás a decir que te has enamorado?
-No es eso Don Rufino, es que yo a Zoe la aprecio mucho y no quiero que se quede preñada ni que coja unas purgaciones.
-Muy bien Serapio –respondió extrañado el alcalde-. Eso te honra, pero ¿qué coño tiene que ver eso con tu actitud?
-Que cuando fui con ella a las cárcavas me habló sobre las medidas que teníamos que tomar para evitar que se viera en tan embarazosa situación, valga la redundancia, pero es que ya no puedo más, creo que esta noche me voy a quitar el plástico que me puso en mis partes, que desde entonces mi vida es un calvario.
-Así me gusta Serapio, puedes volver a tus labores de vigilancia –apostilló el edil disimulando la carcajada que le venía a la boca y pensando que todo volvía a su ser en Fuenteturbia mientras el guardia civil salía del despacho.
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