Después de dar siete vueltas en un aparcamiento de centro comercial con 35º de temperatura y un 95% de humedad relativa, después de haber pagado 20 euros para dos personas (y eso que era en la sesión golfa, que dan ganas de decirle golfa a la taquillera por los precios que cobra), después de haber hecho la pertinente cola para comprar el equipo básico de supervivencia (es decir, súper dúo combo monstruoso-tirando- a-gigante que consta de dos refrescos de tres litros cada uno, dos quintales de palomitas y un superbol de nachos con queso cheddar) y de buscar entre tinieblas utilizando la luz del móvil dónde coño tienes que aposentar las posaderas, se está preparado para disfrutar de una sesión de cine en condiciones.
Cualquiera de ustedes será consciente de la crisis que al cine acucia, crisis sobrevenida por el sorprendente hecho de que haya gente que prefiera ver el cine en casa con su joumcinema recién comprado bajándose la película del emule (cosa que ustedes no harán, no lo dudo, que aquí solo entra gente respetable, oiga) a gastarse 40 € en una tarde de domingo poniendo en serio riesgo la salud cardiovascular por el tamaño del combo o por la alta probabilidad de sufrir el síndrome de la clase turista por el tamaño de las butacas.
Lo malo de los multicines es que, uno que de natural es despistado, no siempre se mete en la sala de la película que quieres ver, por lo que, ante ti se abre el siguiente abanico de posibilidades:
Lo malo de los multicines es que, uno que de natural es despistado, no siempre se mete en la sala de la película que quieres ver, por lo que, ante ti se abre el siguiente abanico de posibilidades:
· Opción a) Te metes en la sala donde echan la superproducción con un presupuesto de muchos ceros (pero muchos) en efectos especiales que todo el mundo ha visto, normalmente te gusta y al salir exclamas :
-Si es que tenemos que venir más al cine, merece la pena lo que hemos pagado.
· Opción b) Te metes en la sala donde echan la comedia romántica de moda, normalmente pasas el rato medio entretenido y al salir exclamas:
-O esta película ya la he visto o es que son todas iguales, chico conoce chica, al principio se caen un poco mal pero después de varios avatares se dan cuenta de que no pueden vivir el uno sin el otro y acaban juntos.
· Opción c) Te metes en la sala donde echan una película de cine español, en ella después de unos títulos de crédito que duran más que la trama por la cantidad de entidades estatales que subvencionan, se muestra la realidad introspectiva de un monaguillo ninfómano adicto al pegamento (ahora se explican que con este planteamiento al menos dos televisiones autonómicas, el ICO y varias productoras independientes de comunidades con realidad nacional diferenciada hayan puesto dinero), además recuerdas que el actor de turno se ha cansado de decir por todos los platós que para meterse en el papel del monaguillo estuvo ayudando en los oficios de la parroquia de San Cosme y San Damián durante seis años y, claro te llega. Nada más salir exclamas:
-¡Será joputa lo que ha hecho, y con el dinero de todos!
· Opción d) te metes en la sala en la que echan una joya de cine iraní con subtítulos en checheno, evidentemente es tan genial que te empequeñeces ante su grandeza y, no pudiendo resistir tu insoportable superficialidad, te clavas durmiendo tres horas en el cine, tras lo que exclamas:
-¡Se me ha quedado el cuello como a la madre del rey!
Pues bien queridos lectores, lo que pasó en el partido del Atleti en el pasado fin de semana es un claro caso de opción b), la comedia romántica. Empezó el partido con el Atleti dominando, creando oportunidades y pareciendo que se iba a llevar el partido, pero tras encajar el primer gol, la afición exclamó a coro:
-¡Esta película ya la hemos visto!
Y sí, ya lo llevamos viendo demasiado tiempo en la mayoría de salidas a domicilio del equipo. Unas veces el chico no se entera porque sale con la caraja y otras veces es la chica la que parece que sale bien pero no mata los partidos y al final pasa lo que pasa, drama amoroso con tintes de descuelgue en la clasificación respecto a los rivales por entrar en Champions.
Para terminar, en este último film es de justicia destacar la intervención estelar de un secundario de lujo, que en este tipo de películas suele hacer el papel de antiguo novio buenorro o de exnovia casquivana que hace dudar a los protagonistas de si seguir adelante con lo suyo. Sí, sí, ese que ustedes piensan: el árbitro. La actuación del árbitro solo se justifica si después de la comida con que le debieron agasajar los directivos del equipo gres-porcelánico se le hubiera ido la mano con el tinto, el brandy, los “solesysombra” y dos gin-tonic mientras gritaba a los cuatro vientos que un Ramírez Domínguez no se arredra nunca si de beber se trata. Vaya por delante que su actuación no debe justificar lo que desde hace tiempo pasa fuera de casa, pero convendrán conmigo que, después de no pitar tres penaltis meridianamente claros y de desquiciar al personal no fuera extraño que en todo sitio donde había un atlético viendo el partido se oyera la misma exclamación que a la salida de las películas de cine español:
-¡Será joputa lo que ha hecho, y con el dinero de todos!
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