Nuestro equipo es equipo de domingos por la tarde de sobremesa larga, es equipo de siesta de pijama en la cama, no de quedarse dormido en el sillón viendo el Tour o cualquier documental de ñues cruzando ríos infestados de cocodrilos con aviesas intenciones.
Es por ello que nadie se temía nada bueno cuando ayer a las 5 se nos citó para ir a la casa de ese antiguo amigo que hace tiempo que no lo es para tomar el té. Ese antiguo amigo en los últimos años se ha convertido en lo que coloquialmente se conoce como un nuevo rico, todos sospechamos que el dinero lo han amasado de manera no muy académica (de hecho, fíjense ustedes qué lengua tiene la gente, dicen que el padre de familia era abogado defensor de Julián Muñoz).
Una vez el servicio te abre la puerta, la madre de la familia te recibe en la biblioteca vistiendo abrigo de visón a pesar de los 22 grados de temperatura y el padre, para no ser menos, se pone sombrero aunque le caigan goterones de sudor por los lados de su reluciente calva. Entonces, se te hace pasar a la salita de té mientras se glosa a cada paso dónde se ha adquirido esta figura de porcelana o aquel busto de un artista moldavo perseguido por maldito y por pederasta. Ya en la sala, se te presenta al otro invitado de la tarde, un arbitro recién ascendido que, boquiabierto por el despliegue del nuevo rico, no dejó de vigilarnos en toda la tarde por si se nos ocurría robar la plata y que permitió que nos pusiéramos un gol (en fuera de juego) abajo incluso antes de que se sacara la bandeja de sandwiches de pepino.
No piensen ustedes que este invitado fue el culpable de lo que fue un descalabro de tarde, no, el problema fue nuestro equipo: a pesar de que somos nosotros los que por historia y linaje siempre hemos mirado a la familia del nuevo rico desde arriba, este cambio de posición en los últimos tiempos nos descoloca. No es fácil mantenerse impasible cuando te enseñan las fotos del crucero por el Caribe o del safari por Kenya sabiendo que tú hace algunos años que llevas veraneando en tu pueblo de Cuenca (que no veas que fresquitos pasamos el verano en casa de mi suegro).
A pesar de su dinero, el nuevo rico sorbe el té (aunque sea negro de Ceilán), moja los emparedados como si fueran sopas de pan y apoya los codos en la mesa mientras eructa, pero nosotros, gente bien educada y que no desentonamos en cualquier ambiente, nos hacemos pequeños, qué digo pequeños nos hacemos como Torrebruno antes de dar el estirón.
Mención aparte merecen los niños de la familia anfitriona, tienen varios y de varias edades y colores pero destacan dos de ellos por su mala educación, el mayor llamado Andrespalop (nótese que la familia pone nombres muy raros, dicen que babilonios, desde que estuvieron de weekend en Jordania) decidió que nadie iba a tomar una segunda taza (traída de Shangai, oiga) y perdió todo el tiempo que quiso. La más pequeña, llamada Diegocapel, obsequió a los presentes con un variado surtido de cabriolas, caídas sin que nadie le tocara y poses aprendidas en una escuela de expresión corporal de Tribeca (es la artista de la familia, apunta la madre, le ha salido a mi abuela que era cupletista).
Total, que poco antes de las siete se nos invitó a abandonar la casa y nos fuimos con una sensación de duda, no está claro qué va a pasar este año. El inicio esperanzador hacía pensar que volveríamos a estar donde debemos, es decir, mirando con condescendencia a estos nuevos ricos e incluso a esos otros de Castellón que han pegado el pelotazo con el azulejo, pero no se, no se. La clave será esperar porque el objetivo, no lo olvidemos, será que nos inviten a tomar el té el año que viene en el Palace (junto a Neptuno, vamos) o en la propia Inglaterra (cuna de esta costumbre) en casa del Chelsea o del Arsenal.
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