lunes, 1 de octubre de 2012

Maternal crónica del Español-Atleti


Que madre no hay más que una lo sabe todo el mundo, aquí y en la Patagonia ¡Ay, las madres! Siempre tan atentas a esas pequeñas cosas que a nosotros se nos pasan:

– Orestes, hijo, llévate una chaquetita, que luego refresca.

– ¡Mamá, que estamos a veinticuatro de Julio y trabajo en un horno de pan!

– Pues para cuando lo apaguéis…

Ya se sabe como son las madres. Siempre viendo a sus retoños como los más guapos. Siempre disculpando sus defectos y ensalzando sus virtudes a niveles estratosféricos. “Es que el niño es muy independiente”, añaden sin rubor cuando el padre de familia empieza a molestarse, solo ligeramente, al cumplirse el tercer día sin aparecer por casa del zagal, seguramente centrado en los actos de celebración del trigésimo cumpleaños del primo Nachete. “La niña siempre ha sido muy desenvuelta y con mucho don de gentes”, sentencian haciendo oídos sordos de los rumores que aseguran haber visto a Almudenita bailando ligera de ropa y de prejuicios en un local situado en una vía de servicio. Fíjense si serán, que hasta las madres de los asesinos en serie, siguen echando la culpa a los amigotes de los desmanes de sus cachorros.

– Ildefonsa, mujer, que han sido ciento cincuenta y tres puñaladas.

–Dice el sumario que son ciento cincuenta y una, que cuando se trata de mi Matías siempre os gusta exagerar, ¡arpías!

Otra característica muy de las madres es la de no reconocer que sus vástagos han crecido. Siempre serán niños y niñas, indefensos ante el mundo. Por ponerles un ejemplo, cuando la madre que a servidor le parió se dirigía a un encargado de la planta de caballeros de gran almacén, siempre decía buscar ropa para los niños ante la atónita mirada del vendedor, no dando crédito al ver aparecer detrás a dos maromos de casi dos metros, barba cerrada y calvicie más que incipiente.

Un poco de este comportamiento tan típicamente maternal tenemos nosotros, ustedes y yo, con nuestro Atleti. No crean que disculpamos sus tropiezos, no, que para eso analizamos con nuestros iguales sus cosas y tenemos bien marcadas nuestras filias y nuestras fobias. Pero, ¡ay si algún aficionado de otro equipo osa burlarse de su salida de balón o de cómo achica espacios desde la defensa! Allí saltamos nosotros acero en mano para batirnos en duelo. También nos ocurre eso de no acabar de verlo preparado para enfrentarse con los peligros del calendario, a pesar de que a ojos vista el equipo parezca cuajado y adulto. Todos somos un poco madres con el Atleti, sí. Y ya se sabe, aquí o en la Patagonia, que madre, para el Atleti, no es que haya una, es que todos llevamos una dentro.

Visitaba el Atleti al Español y andábamos maternalmente preocupados ante el partido. Pudiera ser el motivo del azar la ausencia de Falcao, ese típico amigo responsable del hijo que regresa a casa un cuarto hora antes de su hora y con dos goles bajo el brazo. “¿A qué hora vuelve Falcao?”, “Tiene que estar en casa a las once”, “Pues tú te vienes con él. Ni un minuto más”. Quedaba la cosa, si del ataque hablamos, en manos de Diego Costa, amigo con pinta de irresponsable y algo alocado. “¡Pero si a Diego Costa le dejan hasta las doce y media!”, “Ya, y si Diego Costa se tira por un puente, ¿tú también te tirarías?”. Lo que les digo, comportamientos típicamente matriarcales ante el partido de Cornellá. Sin importar la madurez mostrada por el equipo en las últimas apariciones y la solvencia ante las ausencias. Cosas de madres. 



Empezó el Atleti achuchando. Mandón aunque sin demasiada profundidad. Mostraba el Español una cara blandita, dulce, como de día de la madre. No daba sensación de poder inquietar a los nuestros a pesar de la presencia de Simao.

– ¡Ah!, ¿pero Simao jugó?

Bueno, siendo benevolentes podríamos decir que Simao estuvo sobre el campo y que respiraba, siendo éste último un dato todavía por confirmar. Les hablaba antes de la blandura de los pericos y de esa blandura se aprovechó el Atleti para hacerse con el mando del marcador sin exponer demasiado: un desmarquito de Diego Costa; medidas incursiones de Filipe y Juanfran; los detalles habituales, aunque menos numerosos en los últimos partidos, de Arda; las llegadas de Raúl García y, sobre todo, la seriedad de Mario Suárez. Profundizaremos en el tema Mario por ser posiblemente el jugador que más ha cambiado desde la llegada de Simeone al banquillo. Si de blandura hablábamos, Mario era el paradigma de la misma hace unos meses. A pesar de sus otrora pelos afroamericanos, Mario daba la sensación de no ruborizarse al llamar a su madre “mami” delante de los compañeros de clase, de ir de la mano con ella a su edad y de asumir que al pedir una fanta en un kiosko del parque, la madre sustituyera su petición por un trinaranjus del tiempo, que ya se sabe que el gas es muy malo, y además luego el niño no me cena. Éste Mario esponjoso y maleable, jugador al que daban ganas de abrazar pero no de mandarle un balón comprometido, ha pasado con Cholo a ser pieza clave, a mostrar carácter y a atribuirse galones en la salida del cuero. Siempre bien colocado y sin complicaciones a la hora de distribuir, el cuatro atlético se marcó un muy buen partido, si bien su desempeño luce mucho más al tener como pareja en el mediocentro a Tiago, ese jugador que merecería pagar entrada de los partidos que disputa y al que solo faltan las pipas para completar con fidelidad el papel de espectador que usualmente interpreta.

Se puso el Atleti por delante tras remate de Raúl García llegando, que es lo suyo y daba el equipo sensación de solvencia y de bloque trabajado. Andábamos las madres/aficionados felices por lo bien que se portaba el equipo/niño cuando sale de casa, sin hurgarse la nariz y pidiendo las cosas por favor y se nos vino el descanso. Nos dimos cuenta entonces que se nos hacía mayor el churumbel, que ya sale de casa y se porta como debe, sin esas rabietas de falta de concentración que no hace mucho costaban dos goles en cinco minutos. Comenzó la segunda parte y se echó el niño atrás tal vez demasiado. Podría achacarse a esa timidez que los mozalbetes, desenvueltos en casa, suelen mostrar ante los extraños y las tías del pueblo con bigote, pero nosotros, desde nuestra maternal atalaya, sentimos una extraña seguridad de que nada puede torcerse a pesar de la cortedad del resultado. La segunda parte pasó rápido, con esa rapidez con la que crecen los infantes. Pasó tan rápido ante nuestros ojos que hasta pasó toda nuestra vida en diapositivas delante nuestro al ver cómo Turan se lesionaba y pedía el cambio. Llegó el Español un par de veces, con poca fe la verdad, y el partido languideció sin que el corto resultado se moviera aunque el Cebolla y un Adrián con síntomas de recuperación pudieran haberlo hecho más holgado.

Deja el partido aromas a que el niño/equipo se ha hecho mayor. A que sigue trayendo buenas notas y a que cada día crece, a pesar de que nosotros, como buenas madres, no nos acabemos de dar cuenta porque lo vemos a diario. Vemos con sorpresa como la casa parece recogida y que no ha habido desastres reseñables tras haberle dejado solo todo el fin de semana aunque, si miramos con detenimiento, quedan por pulir ciertos aspectos como la posible falta de ambición para cerrar resultados o el intentar dormir los partidos cuando éstos se vuelven algo locos, sí, pero el niño demuestra que se puede confiar en él, lo que nos llena de orgullo maternal. Y a nosotros, ustedes y yo, que vemos a este Atleti como si fuéramos sus madres, hace que se nos caiga la baba. Eso lo saben aquí y en la Patagonia.

– Cosme, hijo, ¿te has tomado los cereales?

– No mamá, ya no tomo cereales desde que se me cayeron todos los dientes. Además, me alteran la glucosa. Uno tiene que cuidarse cuando cumple noventa años….

7 comentarios:

  1. Pues a mi la segunda parte no me gustó un pimiento. No debemos de seguir con esta extraña costumbre de prestar bombonas de oxígeno a nuestros rivales cuando lo único que les hace es que les demos la extrema unción. Si Rayos, Pucelas y colistas nos terminan poniendo los cataplines de corbata, cuando vengan toros más bravos ...

    Un abrazote.

    ResponderEliminar
  2. Al final, D. Emilio, el mal rato por la lesión de nuestro turco casi se hace pesadilla, oiga.Creo que al final no es para tanto.
    Se nos ven las costuras con demasiada frecuencia. O eso parece. Sigo con la mosca detrás de la oreja, pero bueno.
    Lo de Mario es digno de estudio. Fuí muy crítico con el y sin embargo lo han metido en vereda. Con lo que me queda sospechar que es un pelín perrete pero le ha visto las orejas al lobo.
    El partido fué flojito, tirando a castaña pilonga pero, ¿sabe?, ahí seguimos. Lo que dure, duró.
    Buenos dias.
    PS.Recuerdos a su señora madre. Si ha criado al menos a dos maromos de casi dos metros, barbas cerradas y calvicies mas que incipientes, y además sigue a dia de hoy buscando ropas para sus "niños", merece el máximo respeto y admiración. Como todas, por otra parte. Se lo digo yo, que perdí a la mía hace ya demasiado tiempo...

    ResponderEliminar
  3. La segunda parte fue un tostón, sí. No crea que a servidor le agrada esta excesiva relajación, pero creo que existe una confianza en lo que se hace que hace que nadie sobre el campo piense que puede pasar algo malo. Cualquier día pasará y se torcerá algo...Veremos entonces cómo se reacciona, aunque en el partido ante el Betis pareció que se reaccionó bien.

    Abrazos varios, amigo..

    ResponderEliminar
  4. Lo grande de todo esto, Don Carlos, es que, por muchas tribulaciones que nos traigan del brazo estas desconexiones o bajones o vaya usted a saber, insisto en que flota en el aire un aroma a tranquilidad y confianza desconocida en la casa desde hace mucho tiempo.

    Buenos días..

    PD: Afortunadamente (o desgraciadamente, vaya usted a saber), ya no asiste con nosotros a comprar la ropa pero en celebraciones señaladas lo ha vuelto a hacer y no sabe usted con qué naturalidad habla de sus niños y de lo cortas que hacen las mangas esos taimados fabricantes que no comprenden el hecho diferencial de los brazos kilométricos de sus vástagos. Un número, oiga...

    ResponderEliminar
  5. D. Emilio hay un dicho típico de mi pueblo que pregunta:
    ¿QUé es el abrigo?
    - Lo que te pone tu madre cuando ella tiene frío.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los dichos de los pueblos, siempre sabios...

      Abrazos, Don Victor.

      Eliminar
  6. Esperando que sepan disculpar los posibles trastornos que sufran como consecuencia del síndrome de abstinencia de tonterías noveladas, debo decir que el tiempo libre, esquivo siempre, ha abandonado a servidor de ustedes en el día de hoy por lo que no habrá función.

    ¡Que no escribo nada del partido de ayerporque no doy de sí, vamos!

    A seguir bien....

    ResponderEliminar