miércoles, 27 de junio de 2012

Veinticinco años y un día


25 años y un día. Una condena, lo que yo les diga. Una condena ejemplar es lo que llevamos soportando con más estoicismo del deseable. Podríamos alegar que a muchos nos deslumbró aquel desembarco aéreo con un Futre casi adolescente del brazo. Citaríamos como atenuante los primeros años de tremendismo y de humo esparcido a golpe de verborrea cercana, los titulares con tanta mayúscula, los cortes radiofónicos repletos de palabras e insultos inventados “¡Miren qué gracia! ¡Este sí que dice las cosas como deben decirse!”, añadían algunos que no podían llegar a sospechar que la mano derecha sí sabía lo que hacía la izquierda porque hacía lo mismo: llevárselo y no ponerlo.



Cumplido el mismísimo vigesimoquinto aniversario de la coronación, uno empieza a plantearse que no hemos debido ser suficientemente buenos para que nos reduzcan la condena. Ni hemos ayudado en la lavandería ni en el economato de la prisión. La condena continúa y se extiende mientras nos miramos los unos a los otros con fundadas sospechas de nuestra complicidad a la hora de fabricar el arma punzante del silencio sumiso. Los que más y los que menos proclamamos nuestra inocencia, culpamos al jurado o a un abogado defensor borrachín y tartamudo en vez de preguntarnos qué cuota del delito de tragar nos corresponde. También pensamos que a lo mejor, un día de estos como quien no quiere la cosa, algún tribunal con potestad revisará nuestra condena con lo que casi mejor no hacer nada. Lo malo de pensar así es que el día en el que un tribunal se ponga a ello, ya no habrá cárcel, celdas ni presos y hasta las pesas del patio donde otrora entrenaban forzudos internos habrán sido vendidas en incómodos plazos.

“¿Y por mala salud? Lo mismo nos conmutan la condena por mala salud”, intervenimos algunos, inasequibles al desaliento de la autocomplacencia. Hombre, mala salud, lo que se dice mala no parece que se tenga. Hemos aguantado puñaladas en el patio, en la celda, puñaladas vestidas de infierno snob, puñaladas en el sentimiento y en la identidad, puñaladas en el bolsillo, puñaladas en el buen gusto, en las entendederas, puñaladas que seccionan la ilusión de la cantera y puñaladas bañadas en el óxido de las comisiones. A día de hoy podemos decir que hemos perdido sangre a litros, pero seguimos en pie. Callados mayoritariamente, pero en pie. No nos debe quedar mucho porque justo hoy, para celebrar el oscuro aniversario, nos hemos desayunado el rancho de una nueva puñalada. Eso sí, adornada con ocho velas que asemejan ocho millones procedentes de Mönchenglad…como leches se diga, que uno ya no sabe ni ponerle nombre a todas de tanta puñalada como ha recibido.

lunes, 25 de junio de 2012

Eslovaco, a mi pesar...


Pues no, suizo no creo que sea. No soy puntual como los relojes de aquellos lares y no me va eso de la neutralidad. Pudiera ser que fuera andorrano, por lo de estar en minoría de manera acostumbrada y por lo de comprar tabaco al por mayor o tal vez azerbaiyano si supiera qué leches es lo que distingue a los que se refugian debajo de ese gentilicio. Nada, lo tengo decidido…Me parece que soy eslovaco. Sí, sí. Eslovaco de pura cepa. Tiene fuerza

– ¿Usted de dónde es?

– Yo, de Villarejo de Salvanés.

– Pues déjeme pasar, hombre, que yo soy eslovaco y seguro que tengo más prisa.

– Pase, pase, ¡cómo no!

Una vez decidida la procedencia, que suele ser lo más engorroso, procedo a explicarles el por qué de mi adopción por esa república tan centroeuropea. Uno ha decidido exiliarse, aunque sea de esta manera tan arbitraria, porque no reconoce a los que tiene alrededor, al resto de compatriotas. No crean que eso sucede solo por el hecho de que la españolidad sea una salsa poco ligada por tantos ingredientes como realidades nacionales la componen, no. Me pasa también, a lo de no reconocer a mis iguales me refiero, en otros aspectos de la vida. Con el Atleti, sin ir más lejos. Más de una vez uno se ha sentido de un eslovaco que asustaba cuando veía a parte de la grada del Calderón postrada de hinojos ante las carreras sin rumbo ni tino que Reyes perpetraba antes de que nos dejara dejando tanta gloria como llevó.



Mi actual estado de extranjería proviene de la perplejidad que provoca la falta de debate, el pensamiento único, la sumisión que la masa muestra en todo lo que rodea a la selección. Vaya por delante que uno quiere que la selección gane como el que más, que lo de ser eslovaco de nueva adopción no pesa tanto como los años que uno lleva siendo español. Aún así, ese deseo de triunfo, esa cercanía vecinal no anula la capacidad de detectar preocupantes señales en el equipo y en su noble alineador. Si uno se acerca al bar de la esquina, es mirado con la prevención con la que se recibiría a un extraterrestre solo por el hecho de discutir el tema del doble pivote. Da igual que pidan ustedes una Mahou con acento de castellano viejo, si discute usted eso o lo de que en los equipos es necesario un nueve, inmediatamente será catalogado por la parroquia de la misma manera que un venusiano. No osen ustedes perorar sobre que, salvo el partido contra Irlanda, el resto de partidos han sido unos tostones infumables so pena de que la mayoría del pueblo le retire la palabra y hasta Remigio, el de la furgoneta del pan, decida no pasar por la puerta de su casa por apóstata. No se atrevan a discernir que una cosa es tiki-taka y otra muy distinta marear el balón sin objetivo claro. Cualquier día nos pegan una bofetada (a un extranjero queda feo darle con el puño cerrado) por decir en voz alta que los resultados llegan como consecuencia del enorme talento individual del grupo pese a cómo se está administrando el mismo.

Por eso, antes de ver cómo la turba enfurecida pide justicia horcas y antorchas en mano, uno se quita del medio y se hace eslovaco, aunque sea con pesar. Seguro que desde la posesión de ese pasaporte nuevecito y con olor a imprenta, uno puede opinar sin miedo sobre el daño que esos diez metros de adelanto en la posición de Xavi hacen al juego o sobre si no parece significativo que todos los rivales dejen la banda derecha de nuestro ataque desguarnecida ante el despliegue de fútbol total de nuestro carrilero diestro. Todos lo que oigan estas opiniones nos dejarán por imposibles. “Pobrecitos, estos eslovacos no saben nada de fútbol” y hasta lo mismo nos invitan a una ración de queso curado para que sepamos lo que es bueno. Ya les contaré cómo me va la vida de eslovaco, pero ahora tengo que dejarles, que desde que uno es eslovaco, tiene más prisa….

martes, 19 de junio de 2012

La perplejidad ante el guapo que quería ser feo


– ¿Pero de verdad te interesa también el partido entre Andorra La Vella y la Antigua República Yugoslava de Macedonia?

Estamos en modo Eurocopa, queridos todos. Es hora de administrarse sobredosis de fútbol para llenar las reservas de balompié como si fueran jorobas de camella, que los veranos se hacen largos sin un control orientado que llevarse a la boca. Hablemos de la Eurocopa y dejemos al Atleti de momento aparcado. Eso sí, sin dejar de vigilarlo como a un coche en doble fila, que el Atleti, o más bien los que con mano extendida hacia las comisiones dirigen su rumbo, tienen que estar siempre bajo supervisión, que luego pasa lo que pasa.

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Perplejos nos quedamos ante las caras de comprensión que se ven cuando esa modelo que se embolsa doscientos euros por zancada declara traumatizada que de pequeña se sentía un patito feo:

– Me llamaban jirafa y, claro, lo pasé muy mal. También tenía bastante complejo por mi pecho. Yo era muy plana, como Castellón, y me metía de relleno en los sostenes deportivos kilo y cuarto de manzanas reinetas cada vez que salía de casa… –dicen las afectadas por tal drama desde una habitación de hotel con vistas al Duomo de Milán mientras miran con hastío un desayuno ecológico y altamente proteico apenas mordisqueado.

– ¡Qué asco de vida, Astrid! ¡Sujetadores deportivos! Con lo malo que es sudar…¡Es de pobres o de gordos! –añade su compañera Alexandra calculando cuidadosamente el movimiento de su blanca dentadura para volver enseguida a morderse el interior de los carrillos y afilar más si cabe sus lobunas facciones.

Lo dicho, perplejos de que la modelo diga que cuando es realmente feliz es cuando se pone unos vaqueros y una camiseta de publicidad de Desguaces Silverio deshilachada, de lo duras que son las jornadas de pasarela y lo que sufre el pelo con tanto tirón y tanto tinte sin amoniaco. Perplejos ante la capacidad que tienen para buscar un hueco en sus apretadas agendas para poder pasar tiempo de calidad con sus parejas, sea en Londres, Los Ángeles o Almendralejo. Les diría más, uno oye tantas mamarrachadas que ya no es que esté perplejo, es que directamente se le instala la perplejidad en el bajo vientre…

Se nos ha ido más de la mitad de la Eurocopa casi sin darnos cuenta y nos ha dejado cositas, como siempre pasa con estos eventos globalizados. Nos deja a una Grecia superviviente, a una Alemania eficiente, a una admirable afición irlandesa y a una reprobable hinchada rusa. Queda el poso de una Holanda irreconocible por mala, de una Italia irreconocible por su gusto en el trato del cuero y unas Francia e Inglaterra indefinidas. Queda también una selección de Portugal llena de jugadores que no desentonarían como cobradores de atracción de coches de choque y queda España…

– ¿Y qué pasa con España?

– No se me impacienten, que ahora vamos con ello.



España tiene una selección guapa. Si ustedes la ven venir andando por la misma acera seguro que posarían su mirada en ella con profesional deformación de radiólogo. Pocos combinados pueden sacar tanta belleza al campo, tanto talento junto. No siempre fue así, no crean. Antes, la selección iba por la vida convencida de que era fea. Salía a los campos encorvada y con un flequillo que pretendía tapar carencias y acnés en la frente. Aparecía llena de centrales y de complejos, de supuesta furia y de proverbial mala suerte. Esta selección un día se convenció de que era guapa. No resultona, no, guapa a rabiar, y lo hizo gracias a un señor de zapatos, patillas y sabidurías enormes. Se creyó lo de guapa a base de bien porque lo era y pasó a pisar las pasarelas de verde césped con altivez de triunfadora. Eso sí, aquel señor que convirtió a la feucha eterna adolescente en mujer de bandera, el de los zapatones, fue prácticamente licenciado sin honor de su cargo de descubridor de beldades por tener la culpa del calentamiento global, de la creación del virus de la gripe A y, principalmente, por jubilar merecidamente a un exjugador que duerme en atmósferas ricas en ozono.

Tras la salida de tan maquiavélica mente como ocupante del banquillo patrio, tomó las riendas de la carrera de la bella escuadra un hombre tranquilo, amigo de no levantar la voz ni de crearse enemigos. Continuó el nuevo ocupante la labor de aquel innombrable precursor sin toquetear en exceso lo que funcionaba y fruto de ello se consiguieron cimas impensables poco tiempo atrás. Llegaron los títulos a las vitrinas y a los blasones, el país se echó a la calle y fuimos testigos de cómo el nuevo técnico transmutaba el rojo de su sangre en azul nobiliario. A medida que se sucedían homenajes, ágapes y entregas de nabos de oro, el recién estrenado marqués empezó a prestar atención a deslenguados consejeros que pedían prebendas mientras repartían adulaciones. Comenzó el noble de nuevo cuño a meter mano en el guiso siempre desde la equidistancia a dos reinos futbolísticos: que el uno juega sin delantero centro, pues yo también; que el otro pone a ese que era lateral ahora de central, pues no seré yo menos aunque se me quede el lateral descubierto; que no me decido entre qué mediocentro poner, pues pongo a los dos aunque quede redundante…

La consecuencia de estas intrigas palaciegas es que la selección, indiscutiblemente guapa la miremos desde el perfil que la miremos, parece querer convertirse en fea. Da la sensación de que se muestra aburrida ante la profundidad y la intensidad. Pareciera que cree que es una ordinariez el fútbol vertical y vertiginoso y se enclaustra en el barroco tardío del toque por el toque. Tres partidos, tres, nos hemos echado al coleto. Dos de ellos impregnados por ese aroma a fútbol eufemístico y repetitivo por momentos, un juego que adolece de ganas de saltar a la yugular del contrario, no vaya alguien a pensar que eso es de gordos o de pobres. El otro partido fue de otra manera, probablemente por el menor nivel del rival, pero los tres dejan desazón en la tropa ¿Bastará la calidad individual para vencer en ulteriores lides? ¿Habrá una escuadra en la que después de llevar a cinco delanteros, incluyendo a Mata y Pedro, éstos jueguen menos minutos? ¿Se descubrirá, tras arduas investigaciones, que la presencia de Torres en el equipo dispara la prima y hasta la sobrina de riesgo? ¿Hasta cuándo se puede despreciar la banda derecha?

Alarmante cuando menos esa pretensión de afear lo bello. Esa intención de llevar al paroxismo el juego combinativo. Todos queremos lo mejor para el equipo, pero si en el camino hacia lo mejor se puede hacer gala de esa guapura que se atesora mejor que mejor. Pretender pensar que cuando más guapa está esta selección es cuando se calza unas zapatillas llenas de agujeros suena peligroso. Un día de estos alguien se dará cuenta de que ese dedo del pie que asoma tiene un uñero y lo señalará cebándose. Será tarde entonces para poner mohines y arrojar caídas de ojos que desarman.  

jueves, 7 de junio de 2012

Lo de casa, lo de fuera y el jamón de recebo


Ciriaco es de esos que siempre minusvalora lo que tiene en casa. De esos que posa la mirada más tiempo del que el decoro aconseja en las mujeres de sus vecinos a pesar de que su señora muestra una belleza y lozanía apreciable. Ciriaco acostumbra a arrepentirse de su elección de los platos del menú del día justo en el mismo momento en el que el camarero sirve el primero a sus compañeros de mesa. Suele pensar que el destino le prueba poniendo en su camino carnes poco jugosas cuando el pescado que reposa en el plato de enfrente está fresco. Malgasta su vida mirando hacia un lado con envidia insana y acomplejada mientras se hunde en el convencimiento de que la suerte sonríe enseñando más dentadura a los demás. No caben objetividades, lo de otros siempre es mejor.

Cualquier día de estos, Ciriaco verá como su mujer, harta de desaires, se echará un novio jovencito con cuerpo cincelado en gimnasios de barrio y paseará muy atortolada por delante de la casa consistorial agarrada de un brazo del volumen de un jamón de recebo. Cualquier día de estos, el especialista del aparato digestivo al que consulta Ciriaco, expondrá a nuestro protagonista que tiene una úlcera del tamaño del túnel de Viella no por su dieta, sino por lo mal que le sienta todo lo que come mientras lo compara con las pretendidas viandas que degustan otros. Entonces se acabarán carnes y pescados, serán tiempos de calditos insípidos y desgrasados. Tal vez entonces, Ciriaco sea capaz de valorar lo que tuvo en casa, o tal vez no, vayan ustedes a saber.  



Recurrentemente, Caminero se da una vueltecita por las Ramblas antes de pedir audiencia a las altas instancias deportivas de ese club empeñado provincianamente en ser algo más que un club. Uno se imagina a Jose Luis llegando a las oficinas blaugranas con un ejemplar de La Farola al pecho, pidiendo limosna en forma de cesión graciosa, aumentando la reciente leyenda atlética de responsable nodriza para que jugadores de otras casas pasen la edad del pavo con nosotros. Más allá de planificaciones y métodos de trabajo, esos grandes desconocidos a orillas del Calderón, la clave del lustre de la cantera supramesetaria la dio el recién huido entrenador de la mediterránea casa, ese de sensual claridad capilar y contumaz estrechez de corbata: “La diferencia entre otras canteras y la nuestra es que aquí los ponemos”. Ahí se resume todo. Sencillo, ¿no?  

Nuestro director deportivo, y por ende la sociedad anónima deportiva, pone ojitos a los polluelos de otros nidos mientras reparte finiquitos entre los cachorros de nuestra camada. Ahora que Pantic se aleja del filial y ya casi no nos alcanza la vista para verle la espalda, el equipo de este año se desmonta con esas maneras tan poco elegantes que son norma de la casa. Noguera, Regalón, el fornido portero y muchos otros se despiden dejando un sabor a no se sabe qué. Evidentemente, hay que huir de una visión nacionalista de la cantera. Evidentemente, no todos valen para el primer equipo. Aún así, uno se pregunta si este Tello que provoca suspiros es mejor a su edad que un Keko harto de ganar en todas las categorías inferiores del fútbol patrio al que no se le dieron apenas oportunidades ¿Dicen ustedes que no había tercer delantero esta temporada? ¿Hubiera valido Borja o incluso Ibrahima para ese papel? ¿Compensa mandar a Joel a hacer recados mientras se vitamina al belga de la triste figura?

La noria sigue girando y parece que da menos vértigo mirar a los lados que hacia uno mismo. Cantera y cantera, se dijo alegremente hace no demasiado con la boquita de piñón. Recurrentemente, Caminero, ese Ciriaco con barba de tres días y chaqueta de sport de marca, seguirá paseando su verbo fluido por oficinas ajenas. Deseando con avaricia lo que tiene el de enfrente y ninguneando lo de casa. Cualquier día de estos, veremos a uno de los canteranos desechados paseando atortolado del brazo de un equipo con el brazo como un jamón de recebo. Tal vez provocará úlceras tan grandes como el túnel de Viella por no haber sido capaces de valorar lo que se tiene en casa, o tal vez no, vayan ustedes a saber.