lunes, 1 de julio de 2013

De pájaros gordos y Copas Confederaciones

Los pájaros gordos se acercan con suficiencia a las terrazas en las que los humanos toman el poco fresquito que la ciudad les otorga. No se acercan con prevención como los pájaros enclenques o como se acercarían los gatos, descuideros reconocidos en el mundo del velador. Los pájaros gordos, hartos de triunfos y de que los demás les aplaudan hasta cuando no lo merecen, se acercan a la mesa del comensal ufanos, seguros de sí mismos. No se les ocurra a ustedes tirarles una miga hurtada a un cuscurro de pan, de eso nada. Por tan poco premio el pájaro gordo no mueve el pico. El pájaro gordo, dolido en su orgullo ante tal afrenta, hinchará el pecho de esa forma tan característica que tiene, esa que hace que el color rojo del plumaje se acentúe, y afeará al transeúnte la ocurrencia de la miguita:

- Sepa usted que aquel señor de allí nos ha dado varios trozos de bienmesabe y, si nos tiró pan, fue porque previamente lo había mojado en la salsa de los caracoles, que estaba de rechupete, todo sea dicho…

Comprenderán ustedes la sorpresa con la que el esforzado asistente terracero recibe estas afirmaciones, mucho mayor que cuando el camarero repeinado hacia atrás con aceite de freidora informa de que las cañas tienen un suplemento de tres euros con cincuenta por ser tomadas a la fresca.

Estas actitudes hacen que el pájaro gordo acabe cayendo gordo, valga la redundancia, y que el ciudadano medio obvie el acto de lanzar miguitas o panchitos al suelo no vaya a ser que el pájaro gordo se encare y le ponga en un brete delante de todos los demás ocupantes de las mesas. Es entonces cuando el pájaro gordo, lejos de pararse a pensar si no estará haciendo algo mal para que no le echen nada, se reboza en autocomplacencia y se convence de que el mundo se equivoca, de que el individuo que no le ofrece lo que él quiere es un impresentable y de que no se puede esperar nada más de un señor que acude a la terraza con riñonera y sandalias que muestran unos dedos como morcones.

Pasa el tiempo y el pájaro gordo pierde lustre hasta el punto de que ya parece una broma seguir llamándole gordo. Él, enroscado en sus posiciones, mira con condescendencia a aquellos otros gorriones que levantan la patita y hacen un volatín por los restos de un plato de patatas onduladas y no se plantea cambiar de estrategia alimenticia aunque ya se le noten las costillas bajo el plumón. El pájaro gordo se pasa por el forro de la entrepierna las teorías evolutivas y opina firmemente que no hay que adaptarse al entorno, sino que el entorno se debe adaptar a él.

Terminará el verano, vendrán los vientos del norte y el pájaro gordo se mostrará famélico. No asomará en él ni una pizca de reconocimiento frente a los errores cometidos y casi no tendrá fuerza para levantar el vuelo y migrar a parajes más cálidos lo que le hará presa fácil para algún gavilán de plumaje dorado que se encuentre a lo largo de la travesía. A punto de ser devorado seguirá pensando en aquella salsa con la que se acompañaba a los caracoles….




Se acercó España con suficiencia a la terraza veraniega de la Copa Confederaciones, ese torneo pretendidamente relevante con la misma tradición que aquel trofeo Spiderman que los atléticos todavía recordamos, y lo hizo empachada de triunfo. Gorda de halagos. Se acercó a tierras cariocas y mostró signos altamente preocupantes. Solo dejó cuarenta y cinco minutos contra Uruguay y una exótica goleada a Tahití, poca cosa. Más allá de eso, ganó a Nigeria sin merecerlo y con síntomas de proverbial debilidad defensiva y superó a Italia en unos penaltis que castigaron a los transalpinos, claramente superiores en tres cuartas partes del partido. Servida la final soñada, uno observa cómo se suceden los debates estériles siempre con el aplauso, con la ovación ciega como ruido de fondo. Que si nueves de verdad o nueves falsos, que si dobles pivotes o pivotes dobles, que cómo puede seguir convocando a este tío o que cómo no juegan estos dos con lo buenos que son en las islas británicas, que si me echa usted un barquito de pan mojado en la salsa de los caracoles, que está de rechupete, todo sea dicho…

A la Roja, al igual que al equipo transmesetario del que toma principalmente su idea, se le está empezando a ver el truco si el mago no está rápido de manos. Los pájaros rivales saben dónde tocar pelo y pluma. Saben que planteando partidos hoscos, partidos a cara de perro con líneas de intensa presión muy arriba el pájaro gordo se cortocircuita. Mientras tanto, el pájaro gordo sigue aferrado a su idea, a una idea que se vende como irrenunciable como si no hubiera otros caminos. Como si el tiquitaca no pudiera tener variantes en las que también primara el buen trato por el balón. Como si llevar el modelo al paroxismo de no tirar a puerta o de querer enlazar cinco pases dentro del área pequeña rival fueran el axioma inamovible. El pájaro gordo y rojo, con el Sr. Marqués al frente, se pasa por el forro de las patrias entrepiernas las teorías evolutivas y opina que no hay que evolucionar, que no hay que adaptarse al entorno. Que si esta fórmula nos valió en varias ocasiones es que es la buena de verdad. No hay debate sobre la gordura que otorgan los resultados y se aplaude todo, hasta, valga el ejemplo, la presencia en la formación titular de un lateral derecho del que sorprende no sólo su titularidad sino que se pueda ganar la vida con el balompié.


Terminará el verano y se atisbarán a lo lejos citas de mayor calado. El pájaro gordo las afrontará algo más chupado de cara. Flaco por las dudas que le corroen pero empachado con los epítetos complacientes que le dedica el personal. No asomará en él ni una pizca de reconocimiento frente a los errores cometidos y casi no tendrá fuerza para levantar el vuelo y volver a migrar a los cálidos parajes en los que se acaba de disputar el crematístico trofeo confederado. Eso le hará presa fácil para algún gavilán de plumaje dorado tirando a amarillo brasileño o a algún halcón de pecho azzurro que se encuentre a lo largo de la travesía. A punto de ser devorado seguirá pensando en aquella salsa con la que se acompañaba a los caracoles….

2 comentarios:

  1. Se nos ven las costuras D. Emilio, aunque todavía no las costillas porque todavía no nos han destronado. Pero si siguen por este camino no tardarán mucho.
    Es ahora cuando hay que demostrar la valía. Es ahora cuando hay que poner en danza tanto título nobiliario y tanto epíteto desmesurado. Ahora, señor marqués, hay que ser seleccionador. El mundial está a la vuelta de la esquina y hay mucho lobo agazapado que en cuanto nos descuidemos nos suelta una dentellada....como ayer.
    Si de verdad el mejor entrenador del mundo es tal, tiene un año por delante para demostrarlo, no vaya a ser que sólo sea un pájaro que engordó en plato ajeno.

    Buenos días.

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  2. Preocupante, muy preocupante. Y más que por cómo se han presentado las cosas, por la falta de reacción ante lo que los partidos depararan. Fíjese usted cómo estará el patio en cuanto al tono de pleitesía y vasallaje al Marqués que le han otorgado el derecho de pernada periodístico por lo de Javi Martínez en las semifinales, siendo ése un cambio de lo más incomprensible y reaccionario que uno recuerda, solo superado por el amigo Johan cuando fiaba su suerte a un remate de Alexanco que nunca acabó de llegar...

    Mi percepción es que hay mucho más talento en el equipo que entrenador en el banquillo, lo que tal vez no baste para futuras lides....

    Buenos días.

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