lunes, 15 de octubre de 2012

El monasterio


El sol de la tarde recortaba la imponente silueta del monasterio que se erguía intentando alcanzar el cielo sobre la cordillera. Ya desde varios kilómetros antes, el caminante lo podía ver a lo lejos cuando se detenía a recuperar el resuello tras el esfuerzo de afrontar las rampas que conducían a esa atalaya que tan de moda se había puesto. Lo primero que impactaba al llegar a sus puertas era la sensación de paz que impregnaba el alma y un silencio que solo osaba romper el río que corría al lado de la sede de la congregación. Una vez se traspasaba el umbral, un grupo de lamas, todos ataviados con sus túnicas rojas y blancas, se movía industriosamente por el patio. Resultaba curioso como realizaban sus tareas domésticas de manera tan sincronizada: los de la parte de atrás se adelantaban al unísono para achicar el patio y los de la parte delantera rodeaban a un yak intentándolo llevar a un flanco, allí donde la presión es más efectiva. Flotaba en el ambiente un aroma a felicidad y a armonía que no había visto en ningún sitio.



– El señor Coladores, supongo. Soy el hermano Filipe, su guía aquí en el monasterio –agregó adelantándose y haciendo una pequeña reverencia uno de los miembros de la orden–. ¿Le gusta lo que ve?

– Eh…Sí, sí, claro. Es un lugar diferente. ¿Lleva usted mucho tiempo aquí?

– Llegué hace casi tres años procedente de otro monasterio en el noroeste de las montañas, una congregación dedicada a la pesca y al marisqueo. Estaba perdido cuando lo hice, pero aquí he encontrado mi sitio, sobre todo desde que el maestro vino a nosotros, hace ya casi un año. Él me ha cambiado la vida.

– Ya…y, ¿cuándo podré ver al maestro para la entrevista?

– Todas las cosas llegan, no se impaciente. La piedra es piedra aunque acabe en canto rodao. Fíjese en los hermanos. Todos han sabido esperar su momento. Por ejemplo, ese de allí, el de la nariz grande, es navarro y llevaba una vida desdichada en el mediocentro, el maestro alineó su espíritu quince metros más adelantado y ahora es feliz y se siente útil. Mire también a ese otro hermano que está en el huerto, ha adoptado el nombre de la humilde cebolla y se ha hecho vegetariano tras haber llegado a nosotros rayando la obesidad tras una existencia llena de excesos. Todo gracias al maestro.

– Eso, eso. Vayamos a ver al maestro. No le hagamos esperar más…

– El pájaro que tiene prisa e intenta volar con el ala mojada se espanzurra, el pájaro sosegado despega sin problemas. Antes de eso tiene que verle el hermano Mario. Él es el que distribuye los tiempos de nuestros movimientos e inicia la secuencia de meditación con balón. Otro caso impresionante el del hermano Mario. Era un pusilánime y un sin sangre que pretendía reafirmar su personalidad a base de peinados afro. Ahora es la mano derecha del maestro. Hermano Mario –saludó el hermano Filipe–, le presento al señor Coladores, es el periodista que viene de la ciudad.

– Largo camino ese –dijo el monje que desempeñaba las funciones de ayudante del maestro–. El hombre hace su camino por largo que sea, pero mejor ponerse filis en los zapatos….

– Eh…Ya, ya…¿Puedo ver ya al maestro?

– Ahora pasamos, pero recuerde que el agua nunca viaja más rápido que la corriente, aunque de la mineral prefiero no hablar…

Flanqueado por los dos cicerones, se adentró en una habitación oscura y austera. Llegaban a sus oídos los mantras que un grupo de ayudantes recitaban extasiados en una estancia cercana cuando una figura vestida de negro se acercó a él prácticamente levitando. Estaba claro que el hombre que tenía enfrente tenía algo especial, algo que le hacía diferente a tantos otros a los que había entrevistado. Sin llegar a hablar siquiera, llegaba a comprender el por qué de que todos los que se acercaban a él, creyeran ciegamente en su persona. Había llegado a escuchar incluso que fieles de muchas otras religiones, musulmanes turcos o colombianos de sólidas creencias católicas, habían abandonado su fe para abrazar la suya en cuanto le conocieron. No era de extrañar…

– Maestro…Un placer conocerle….–dijo el columnista visiblemente nervioso.

– No me llame maestro, se lo ruego. Llámeme Diego Pablo….

7 comentarios:

  1. Maestro... Usted si que es un maestro.
    Aunque yo, fíjese, más que un monasterio tibetano, a este Atleti lo compararía con algo más ruidoso, una factoría o algo así o un motor en la que todas las piezas se mueven de forma sincronizada en pos de un objetivo común. Aunque, también es verdad, describirlo sería mucho más aburrido...
    Buenas Tardes, D. Emilio.

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  2. Ahora que usted lo dice, tal vez el Cebolla pegara más en ese escenario industrial...a Mario y Filipe no acabo de verlos todavía, a pesar de la mejora mostrada en ambos casos...

    Buenas tardes, ya casi bordeando las noches...

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  3. Ommmm¡ Ommmm¡ Ommmm¡
    Cholo Simeommmm¡

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  4. Grande, Don Juanillo....jajajaja...

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  5. Don Javier, agradezco su ofrecimiento pero mi intención es mantener únicamente enlaces a blogs del Atleti o páginas de deporte en general.

    Gracias de nuevo y saludos.

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  6. Vengo en busca de la crónica contra la Real, esperando que fuese tan buena como la del año pasado: esa historia de una película de un niño que se pasaba el día en el cuarto de baño. Y en cambio encuentro esto, mucho mejor si cabe, le felicito. (soy LH)

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  7. Agradeciendo el amable comentario de Don LH, debo de nuevo escudarme en la, ya casi, proverbial falta de tiempo para saltarme alguna crónica de manera arbitraria...

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