viernes, 5 de agosto de 2011

Gilmarinismo tardío

Andaba la prensa ocurrente en los días previos al partido. “Drama en Drammen” fue el titular más repetido. Cosas de la prensa, siempre rápida y ocurrente a la hora de buscar titulares con chispa y lenta y colaboracionista a la hora de denunciar ciertos atropellos.

Pasado ya un cuarto sobre las seis de la tarde, los aficionados atléticos se dejaron caer en sus sofás con cheslones. No tenían muy claro si la hora combinaba más con té y pastas o con cerveza y cortezas de morro, pero iban preparados para un partido de sustos. Un partido de esos en los que estás obligado a ganar fácil e incluso golear, pero uno de esos que no es muy difícil de encontrar en el armario de nuestra historia desde que se inició este glorioso periodo como sociedad anónima. Hace ya bastantes años, estos partidos ni se verían. A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido acortar la partida de tute o cancelar la cita con el callista por algo así. Total, ¿para qué?  Estos encuentros son para ganarlos cero a siete, diría en otras épocas algún colchonero echado p’alante con un cigarrillo pegado a las comisuras. Ahora no, ahora tenemos la memoria repleta de Timisoaras, Groningens y Ofis Cretas y no fumamos salvo en las bodas y bautizos. En la actualidad, estos partidos exigen un gran trabajo psicológico con la plantilla y una aclimatación progresiva al césped sintético ¡Que por algo así, no sea! Dice un notable representante de la corriente de pensamiento que impera en el club, esa que sienta su base en aparentar que lo fácil es muy difícil, esa que se basa en dar mucha más importancia de la que tiene a lo que se hace, esa de la que se han hecho adeptos  profesionales tan reputados como los compulsadores de fotocopias, esa, esa. El Gilmarinismo tardío.

Los seguidores del movimiento, llamados gilmarinistas tardíos en un alarde de originalidad, son partidarios de hablar pausadamente e interpretan balances muy a su manera. No se sonrojan a la hora de darle la vuelta a una gráfica impresa en cartulina para que la caída casi en picado parezca un crecimiento sostenible. Hablan de refuerzos que están a punto de venir, hablan de flecos, pero no gustan de profundizar en las causas por las que las jóvenes estrellas piden la salida de mejor o peor manera. El gilmarinista tipo recorre compulsivamente autovías de circunvalación soterradas parcialmente escudándose en los nervios pero muestra temple a la hora de descalificar a grupos de aficionados que asisten con preocupación a la sucesión de acontecimientos circenses. Aún así, lo más peligroso de estos individuos es su estrategia, la mismita que la del calamar. Echar tinta muy negra sobre todo lo que ocurre no vaya a ser que a alguien al que se le den muy bien las matemáticas, sume dos, veinte y cuarenta y cinco, reste cuatro y tres y no le salgan las cuentas por más que haga la prueba del cociente. Entonces, y solo entonces, el gilmarinista, al verse acorralado, hará un postrer movimiento para intentar subsanar solo en parte el problema estructural. Normalmente, este movimiento no es diferencial, manera más edulcorada de indicar que se trata de un nuevo episodio del castizo “tener tos y rascarse la barriga”. Siempre, el movimiento suele producirse como contingencia o plan de ajuste, nuevos modos de referirse a la expresión “a buenas horas mangas verdes”, lo que explica y justifica la etiqueta de tardío que califica a la corriente.

Una vez explicado el fenómeno, tal vez entiendan ustedes mejor el por qué del susto que se apodera del aficionado atlético en ocasiones tan señaladas como ésta. Pero ayer no fue así, mire usted por dónde. Ayer un gol tempranero de Adrián, jugador que al que suscribe cada vez le convence más, nos sacó el susto de la boca del estómago para hacernos pasar una tarde plácida. Una tarde en la que disfrutar del fútbol y de la superioridad de nuestro equipo. Un choque que pudiera servir de transfusión de ilusión en el casi seco torrente sanguíneo de la masa atlética. Pero quiten, quiten, se convirtió en una tarde perdida. El mismo episodio visto tantas veces de la serie ramplona. Un nuevo suficiente raspado en un examen del que se conocen las preguntas de antemano. Más de lo mismo. Más casi nada que llevarse a la boca. Ojalá que algún gilmarinista tardío con mando en plaza sea capaz de reflexionar sobre lo que se ve y se espera y reaccione. Y ojalá también que esa reacción no llegue demasiado tarde, como de costumbre.



 – ¡Cenizo!, ¡Agorero!, ¡Mal atlético! –increpaba un conocido gilmarinista tardío a un parroquiano que expresaba su pesimismo–. ¿Y del gol de Reyes no dice usted nada?

– Pues, no. Pero no por nada. Es que al final el callista me hizo un hueco a las ocho en punto y me lo perdí. Otra vez será ­­–dijo calmadamente mientras intentaba resarcir el plantón de ayer pidiendo una ronda de cafés para sus compañeros de tute. 

4 comentarios:

  1. Don Emilio,
    El objetivo de nuestro equipo debe ser siempre quedar entre los cuatro primeros, llegar a la final de la Copa del Rey año si y año también y estar en cuarto, semifinales o final en cualquier competición europea. Por desgracia, los gilmarinistas nos hacen navegar por mares mediocres, llenos de piratas sin escrúpulos, en donde fichar al Pato Sosa por ganar una comisión extra, es más importante que un titulo.
    Los atléticos de sentimiento seguimos pensando en la grandeza de este club y por eso nos duelo ver el descalabro constante de nuestra pasión. Por desgracia, no tenemos el dinero suficiente como para comprar las acciones e intentar colocar nuestro escudo donde merece, en lo más alto.
    Mientras tanto solo nos queda apoyar, desde el campo, desde casa o desde el callista.
    Un abrazo,

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  2. Don Carlos, a mi entender, el objetivo debe ser pelear con la cabeza alta en cada competición que se encare e intentar acortar con otros argumentos las distancias que el vil metal abre con otros equipos. Si a eso le sumáramos una gerencia que intenta no ahondar en esas distancias, que no se moviera a golpe de comisión y de subida de sueldo ya sería la leche.

    Un abrazo.

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  3. Don Carlos (perdone mi atrevimiento en el trato directo, podría haberle llamado don Pasión, pero opté por repetir el nombre con el que se dirige a usted don Emilio), dice usted que "no tenemos el dinero suficiente como para comprar las acciones e intentar colocar nuestro escudo donde merece". Mire por donde, ni el señor Gil, ni el señor Cerezo, debieron disponer de esa misma liquidez porque se hicieron con el club (el "cluz" según el segundo de los citados) sin poner un solo duro (que entonces se contaba en pesetas). Este, que debía ser uno de los motivos más elocuentes para denunciar a ese par de ladrones, se convierte un motivo aún más elocuente para callar, otorgar y seguir poniendo la mano. Por obra y gracia del gilmarinismo tardío al que tan acertadamente se refiere don Emilio, nos vemos abocados al silencio. Y si nos miccionan, nos dicen que llueve y todos chapoteando tan contentos.

    Un saludo.

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  4. ¡Qué rencoroso es usted Don Pablo! Mire que acordarse de un episodio ya prescrito para justificar la realidad que nos asola desde ya hace tantos años. Si se entera algún periodista de los de cámara de esas tendencias suyas a remover en el pasado para señalar a los golfos, son capaces de darle otro premio a la gestión. Una buena idea sería el de darles su peso en chorizos, muy gráfico y adecuado, por otra parte.

    Un saludo

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