Sé que no es bueno. Sé que todos ustedes esgrimirían una casi interminable lista de ventajas por no hacerlo. Sé que todos tenemos conocidos que enfermaron por culpa de tan canalla hábito. Lo sé todo. Llevo además cargada a la espalda una hipocondría apreciable que me obliga a observarme con asiduidad buscando peregrinos síntomas de enfermedades de futuro padecimiento. Y aún así fumo. Y a veces casi disfruto con ello. Aún sabiéndolo. Fíjense ustedes qué tonto se puede llegar a ser.
Uno recuerda sus inicios en el feo vicio, eran días de querer crecer más deprisa de lo aconsejable. Eran días de comerse el mundo equivocadamente. Eran días de toses arrancadas a una garganta casi virgen e inmaculada. Eran días de galopadas de Futre y de voleas de Alemao a la escuadra. Eran los últimos días de Arteche en el equipo. Eran días de echar mano al bolsillo de la trenca buscando la admitida ración de veneno. Eran días de fugas de calores desde el trasero hacia los corridos asientos de cemento del Calderón. Puede incluso que esos calores concentrados que todos dejamos allí provocaran aquella aluminosis que tanto se cacareó. Vayan ustedes a saber.
Desde aquellos días, uno ha seguido suicidándose en pequeños episodios. Ha tenido intentos de dejarlo, todos fracasados antes o después. Ha tenido épocas de fumar negro, de fumar rubio y de fumar sin tantas consideraciones raciales. Ha llenado ceniceros de boites y de salas de espera. Ha fumado en Moncloa mientras esperaba el último metro simulando desenvoltura. Ha cambiado de voz con el paso de los años y ya no puede imitar a Joselito cantando “La Campanera”. Uno sigue fumando más de lo que debiera e intenta hacer memoria del tiempo que lleva matándose a sorbitos. Uno recuerda un eufórico suelo lleno de colillas en el estadio del rival tras ganar una Copa. Uno recuerda ceniceros llenos en un bar tras un partido en Sevilla en el que nuestro actual entrenador firmó una permanencia. Uno recuerda recipientes repletos de cenizas y lágrimas tras un encuentro en Oviedo. Uno recuerda el primer puro que se fumó, subido en una nube con destino Neptuno tras un partido contra el Albacete. Uno recuerda cómo rebosaban los restos del tabaco, más caro pero igual de dañino, tras una prórroga en Hamburgo. Uno recuerda los pulsos acelerados, la tos que se ha convertido en una compañera, la carraspera sembrada por los ronquidos nocturnos. Uno recuerda muchas citas. A muchas de ellas ha dejado de acudir hace tiempo. Uno ya no deja su sucia herencia con filtro a la puerta de casi ningún discopub, por edad o por pereza. A uno sólo le queda seguir maltratándose con los partidos de su Atleti. Ese por el que tanto hemos gritado para empeorar nuestra maltrecha laringe de fumador. Pero, qué les voy a contar yo a ustedes que no sepan…
Desde que Simeone se hizo cargo del banquillo de nuestro equipo, he notado un descenso en el consumo de tabaco durante los partidos. No tanto en Málaga, pero sí definitivamente contra Villarreal y Real Sociedad. Ayer, servidor se acomodó delante del televisor con el paquete de cigarrillos a mano, casi haciendo guardia. Ayer, uno encaraba la noche con el firme propósito de reducir la adquisición de papeletas para el enfisema. De entrada no pudo ser: tanto la suplencia de Domínguez como el estilismo colchonero, camiseta azul marino, pantalón azul reglamentario que parecía descolorido y medias rojas, me obligaron a encenderme el primero de la noche. Este Atleti que parecía homenajear en la indumentaria al payaso del anuncio de Micolor salió feo. Salió menos entonado que en los dos últimos lances. Viendo las prestaciones ofensivas de Tiago y Mario y elucubrando sobre posibles mediocentros que mejoraran el producto, me eché mecánicamente un pitillo a la boca. Buscaba el mechero para inaugurar el nuevo castigo a los bronquios cuando empezó a aparecer Koke, cuyo partido de ayer, sin ser brillante, reclama minutos y titularidades. Empezó también a aparecer Arda, pero más que en la creación, en esa suerte tan suya que es la de lanzarse al piso para rebañar el balón al contrario con habilidad de carterista de tranvía de Estambul. Se vino el descanso tras un gol atropellado de Godín. Se vino casi sin avisar y casi sin haber fumado demasiado. Tal vez uno no fuma viendo a este Atleti que ha abrazado como religión el “Cholismo Sacrificado” porque le da reparo que los jugadores hagan tales excesos pulmonares mientras se ensucia los propios. Y si no es eso, díganme ustedes alguna otra razón más convincente.
Empezó la segunda parte y ahí me tuve que encender otro. Casi sin querer, no crean. La cosa estaba tranquila pero Adrián y Falcao perdonaron dos ocasiones de esas de las que uno se acuerda en la misma medida que de la suegra o de ese inspector de hacienda que te mira por encima de las gafas mientras pones cara de beato. Siguió el partido con el Atleti peleón y casi solvente a ratos. No tuvo mayores problemas Courtois salvo en el último arreón de Osasuna. Sacó tres manos muy buenas tras muchos minutos de absentismo sobrevenido y con cada una de ellas me encendí un cigarrillo. Será porque soy débil y no acabo de asumir que los tiempos hayan cambiado de esta manera. No acabo de creerme la firmeza defensiva, la contundencia en los balones divididos y los calambres que asoman por las pantorrillas de jugadores que tenía por estilistas. Me tengo que pellizcar para asimilar que ante cualquier imprevisto en forma de lesión, antes nos íbamos con un gol encajado de más y ahora el fisioterapeuta sale a cortar la jugada con maneras de líbero. Acabó el partido con más sufrimiento del debido, con el mortal amigo agazapado entre mis dedos índice y corazón. Poblando de humo el final de un partido que mereció ser de más sosiego.
Llevo unos días levantándome de mejor humor. No sé si serán por las tres victorias seguidas, por los cero goles encajados o por la menor absorción de nicotina durante los partidos. Ahora, cada mañana vacío en la basura el contenido de un cenicero famélico, despoblado. Él me mira con cara de hambriento y pide en silencio más ceniza que llevarse al coleto. Dice mi mujer que hasta me atrevo a cantar en la ducha. No con la voz de Jimmy Sommerville, que la cosa no da para eso, pero sí visitando registros vocales más allá de Tom Waits. Me encuentro mejor la verdad y hasta debo confesar que ahora los paquetes de Ducados me duran casi dos días. Fíjense que esta mañana me he permitido la frivolidad de correr tras el autobús que se escapaba sabiéndolo perdido. Solo por hacer ejercicio. Por parecer más sano. Igual de sano que este Atleti se está mostrando en lo deportivo ¿En lo institucional? Miren, si vamos a hablar de lo institucional, denme fuego antes, se lo suplico.