lunes, 27 de mayo de 2013

Epidemia


CIRCULAR MS/SSP 2013/05/23

De: Ministerio de Sanidad/Subsecretaría de Salud Pública

A: Responsables de Áreas Sanitarias, Directores de Centros hospitalarios adscritos


Como continuación de las anteriores comunicaciones referentes a la avalancha de casos diagnosticados del ya conocido como síndrome de mayo, ésta subsecretaría ha bajado a nivel 2 la alerta estatal de criticidad epidemiológica. Aun así, se considera todavía prematuro e irresponsable poner en conocimiento de los medios y la opinión pública en general el gran número de afectados por la patología, evitando de esta manera malas prácticas como las que se produjeron en alertas de epidemia anteriores como la de la gripe aviar, en la que se puso en cuarentena a los pacientes canarios por lo que pudiera pasar.

Dentro de la política de transparencia y fluidez en la comunicación que siempre caracterizó a este departamento, se adjunta ensayo clínico de campo realizado por el eminentísimo internista Ataulfo Solozábal Molina en el que se desvelan algunas claves sobre la enfermedad a la que nos enfrentamos.

Sin otro particular, queden saludados atentamente.


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Anexo I: 23/5/2013 Apuntes del ensayo clínico con pacientes aquejados del conocido como Síndrome de Mayo dirigido por el Dr. Solozábal Molina adscrito al Servicio de Medicina Interna del Hospital Provincial Ignacio Urdangarín de Fuenteturbia de Abajo.


Desde la madrugada del pasado sábado 18 de mayo, el Servicio de Urgencias de éste centro recibe múltiples ingresos de pacientes que presentan cuadros de similares características: afonía que impide la emisión de ningún sonido, luxaciones de codo de diferentes grados, estado general de euforia con episodios de risa compulsiva y hematomas severos en parte interior de ambos brazos. Se deriva a los pacientes al traumatólogo de guardia que descarta causas endógenas en cuanto al tema del codo pero alerta de que los individuos, de todas las edades, sexos, clases sociales y color de ojos, deberían estar experimentando un dolor casi insufrible por el desplazamiento de la articulación y en cambio, se muestran eufóricos y no paran de sonreír. Ya por la mañana del día siguiente, se habilitan boxes de aislamiento para poner en cuarentena a los afectados y se pone en conocimiento del ministerio la sintomatología y el volumen de infectados, los cuales siguen en ese estado de permanente felicidad y hasta se funden unos con otros en sentidos abrazos que suelen terminar en sollozos y vertido de lagrimones de un tamaño que aconseja administrar suero en vena para evitar deshidratación. Poco a poco evoluciona favorablemente el tema de la afonía y los pacientes empiezan a articular palabras en voz muy queda, casi imperceptible. No obstante, la enfermera Ridruejo parece entender en varios de ellos fragmentos sueltos de conversación en los que se repite la frase: “¡Catorce años!”, lo que hace pensar a este equipo médico en un episodio regresivo preadolescente. A consecuencia de ello, se pide opinión a los servicios de Psiquiatría y Neurología, que descartan daño sobrevenido en el cortex cerebral y conductas esquizoides pero observan que, cuando algún auxiliar o celador que viste bata blanca se persona al lado de los infectados para vaciar la cuña, éstos estallan en carcajadas y señalan al interfecto con ánimo de guasa, no ocurriendo nada de esto cuando el profesional sanitario que los atiende viste bata de color verde, azul o berenjena tostada, que los hay muy procaces.

Pasadas las primeras horas la situación se estabiliza si bien siguen llegando pacientes con el mismo cuadro al servicio de urgencia. Al tercer día se firma el alta del paciente alfa, el primero que llegó a este centro, y mientras se abrazaba a modo de despedida con otros pacientes todavía en observación y saludaba a varios afectados que esperaban su turno para ser diagnosticados ocurre un hecho que pudiera ser relevante para la comprensión de la enfermedad que nos ocupa: el televisor de la sala de espera mostraba imágenes de la reciente final de Copa celebrada el fin de semana pasado y un paciente malencarado que se había desplazado como consecuencia de un ataque de acidez estomacal galopante comentó nosequé sobre el arbitraje, sobre la suerte y sobre los malditos postes. Justo entonces, todos los pacientes afectados por el síndrome de mayo presentes en la sala prorrumpieron en sonoros y continuos cortes de manga, algunos de ellos compulsivos, dedicados al paciente del ardor de estómago. Incluso los pacientes ya escayolados y a los que el hematoma se les estaba poniendo de color amarillo limón no dudan en brindar enérgicos y sentidos cortes de manga al interfecto que finalmente tiene que retirar sus afirmaciones tan cargadas de mal perder mientras todos los infectados por el síndrome carcajean a costa del susodicho, muy feo él, todo sea dicho.

Pasada una semana desde el estallido de la epidemia todos los pacientes en observación presentan evolución favorable. Muchos de ellos han solicitado al office de enfermería la posibilidad de obtener camisones a rayas rojas y blancas, atuendo éste que favorece la mejoría de los pacientes a ojos vista. Aún a día de hoy, éste equipo médico no encuentra más explicación a la epidemia que un origen vírico desconocido hasta ahora aunque existen artículos publicados en fecha similar del año 1992 en los que se describen síntomas parecidos a los de la enfermedad actual. Éste centro continúa haciendo seguimiento de los primeros pacientes a los que el mal se les presentó de manera ambulatoria, pero, a pesar de que la afonía inicial ha remitido en la mayoría de ellos, la emoción les impide explicar de manera racional el porqué de lo suyo. No obstante, a poco que uno les pinche, estos se levantan como resortes de la silla para alzar las manos al cielo y cantar a voz en grito, ¡Aleeeeeeeeti, Aleeeeeeeti, Atlético de Madriiiiiid!, lo que a ojos de este equipo médico pudiera tener relevancia a la hora de futuros desarrollos de fármacos. Todavía se observan episodios de cortes de manga furibundos y estallidos de risa dedicados a otros pacientes que andan con los hombros caídos y arrastrando los pies, pero parece que se puede dar por controlada la epidemia gracias al buen funcionamiento de los protocolos existentes para enfermedades de este pelaje.

Firmado: Dr. Ataulfo Solozábal Molina

Jefe de Medicina Interna del Hospital Provincial Ignacio Urdangarín



Saltó el Atleti al césped del Calderón y el Mallorca, como equipo buen educado que es, le estaba esperando formado para hacer pasillo a los gloriosos campeones de Copa. La grada, plagada de pacientes que durante los días anteriores al choque habían desarrollado y superado sin demasiadas consecuencias el síndrome de mayo, pedía con no poca guasa que tras el pasillo de los jugadores a los campeones, fuera Manzano el que le hiciera un pasillo al Cholo o incluso que los jugadores del Atleti le hicieran un pasillo a Manzano para coserle a collejas de manera conmemorativa por su buen hacer al frente de la nave rojiblanca. Manzano estuvo medio escondido todo el partido. Avergonzado, no podía ser de otra manera, al ver lo que es capaz de hacer un entrenador que sabe con una plantilla de calidad inferior a la que dispuso el jiennense de la patilla de gafa coloreada.

Empezó el Atleti el partido con los titulares de la final de Copa. Con los héroes cuyos nombres estarán hilvanados para la historia unos junto a los otros. Empezó con ellos y la afición se hartó de aplaudirles, a pesar de que muchos aficionados todavía andaban con los brazos en cabestrillo por lo de las luxaciones de codo. Salió el Atleti fluido, relajado pero sin ánimo de hacer daño a un equipo que bastante tiene con su situación y con lo que tiene en el banquillo. A pesar de que el partido tenía su punto de entretenido, el aficionado atlético dejaba discurrir los minutos comentando con el de al lado batallitas sanitarias, que es algo que siempre gusta contar a todo el mundo: cómo le habían tratado en los hospitales a los que habían acudido, cómo a pesar del reposo prescrito seguían repartiendo cortes de manga a aquellos que se hacían merecedores de los mismos y cómo todos se morían de la risa viendo la cara de estreñimiento que aquejaba desde una semana a vecinos y compañeros de trabajo de los que suelen ir por la vida con el pecho hinchado al más puro estilo de paloma torcaz.

Poco dio de sí el partido más allá del ambiente festivo e incluso festivalero. A lo mejor se pudiera hablar de la ansiedad de un Falcao que quería dejar como testamento un golito de esos suyos, a lo mejor se pudiera hablar de la manía que tienen los equipos con eso de tocarle las narices a Diego Costa. Tal vez pudiéramos hablar de los buenos minutos de Óliver y de que Arda parece otro con el pelo a lo marine. Pudiéramos hablar del insultante estado de forma de Courtois y hasta de lo aparatoso golpe que el pobre Filipe se llevó sin comerlo ni beberlo. Podríamos hablar del Cata, del que se acordó un sector de la grada de manera justa, afeándole la conducta y deseando su salida con deshonor tras ese encontronazo con una aficionada con la que se empleó con mucha más dureza que con los delanteros rivales con los que se cruzó por los caminos. No hubo manera, la afición estaba para otras cosas. Para recordar principalmente. Para fijar más si es posible las imágenes de lo vivido hace algo más de una semana en esos recovecos en los que el cerebro guarda las cosas inolvidables. Las cosas de las que uno tira en los momentos malos. La afición sigue enferma de felicidad, sigue con una euforia casi patológica ¡Bendito síndrome de mayo!

lunes, 20 de mayo de 2013

Plurales y singulares


Se sentó Cholo en la sala de prensa cuando resonaban todavía las bocinas de los coches, los petardos y los taponazos de las botellas de champán. Se sentó y, como es costumbre, parecía una persona totalmente distinta a la que minutos antes se contenía a duras penas para no saltar al campo y marcar a un adversario que quisiera sumarse al ataque en un dos contra uno por banda. Comedido. Sereno. Tranquilo a pesar de esa felicidad que le rebosaba por los bolsillos del traje estrecho de las grandes ocasiones. Habló pausado y recordó a todos y a cada uno de sus jugadores, a sus ayudantes, a los empleados de la entidad, a ustedes y a mí. Simeone, que conoce y forma parte del pasado del Atleti, nos ha traído un presente impensable para todos en tiempos escasamente pretéritos y nos permite mirar a un futuro que se antoja perfecto con él al mando de la nave. Hablaba y su discurso navegaba entre plurales, entre el grupo, entre nosotros, los que estábamos en la grada, entre nosotros, los que nos vestimos de corto y entre nosotros, los de casa o los del bar, los que vimos el partido en una habitación de hotel de cinco estrellas o los que lo vimos en un edificio declarado en ruina. Habló y todos nos sentimos uno solo. Hablaba Cholo y todos éramos él. Nada de tus ni de yos. Nada de singularidades. Todos éramos una primera persona del plural en la que cabía toda esa singularidad tan grande que tiene nuestro Atleti. Hablaba y las palabras que salían de su boca se transcribían inmediatamente en la historia rojiblanca con letras de oro de muchos quilates. Hablaba y muchos de nosotros seguíamos con los ojos llorosos tras haber vertido instantes antes lágrimas de alegría que llevaban catorce años embalsadas. Hablaba y no se podía casi creer el poco tiempo que había pasado desde que estuvo hablando de manera parecida en Bucarest y en Mónaco. Hablaba y uno se daba cuenta de lo diferente que es su discurso y por extensión el de todos nosotros al de ellos, al de los otros, a los que viven trufados de singulares. De yos y de egos. Hablaba y ensanchaba más si cabe esa distancia insalvable entre unos y otros. Agua y aceite en las dos orillas de la capital. Una capital que se fue a la cama preñada de felicidad cuando las luces del alba se atisbaban en el horizonte. Un horizonte que se pintaba de rojo y blanco, como debe de ser.




Les contaba servidor de ustedes apenas un par de días antes del choque que la cosa le olía bien. No crean que el que suscribe pretendiera hacerles creer que posee algún don, alguna capacidad extrasensorial que le pudiera hacer ganarse la vida ataviado con túnica y con las gafas del revés para leer mejor los posos del café torrefacto, ni mucho menos. Esos olores le venían a uno de un modo subjuntivo, como un ojalá, como un fuerte deseo, como un ya nos toca, leche, como un ¿y si fuera esta vez?, pero no era como otras veces, parecía más claro, no me pregunten por qué. A muchos de nosotros nos olía igual y por ello, de ese modo imperativo que nos autoimponemos los atléticos cuando de apoyar a nuestro equipo se trata, la afición se personó de manera singular en el campo rival sin detenerse en el precio desmedido que habían pagado por las entradas, en la más que discutible manera de hacerse con ellas tras interminables colas y sin detenerse tampoco en los presagios de casas de apuestas, de analistas futbolísticos de pelada calva y voz atiplada y de esa prensa que trataba la final como si el equipo propietario de ese estadio que parece una penitenciaría del medio oeste americano jugara la misma contra un equipo mozambiqueño, porque si no se hubieran quedado en casa. Mucha racha era la que el rival llevaba cosida, catorce años, se dice pronto, sin poder meter mano a quien más ganas tenemos. Todo estaba preparado. Las cartas echadas….



Sacó el Atleti de centro y se fue Arda a por el contrario a pecho descubierto. Sin echar el balón atrás, que es lo que se suele hacer en estos casos. Regateó a dos o tres rivales y la grada se encendió más si había lugar a que eso ocurriera porque recordó el inicio de la final de Bucarest, aquella en la que el turco tiró un caño antes del primer minuto que descolocó a la defensa del Athletic. Para ser justos, tras el inicial envite se echó el equipo un poco demasiado atrás y sufrió. Y sufrieron más, sufrimos todos en suma cuando tras corner el adversario se puso por delante con un cabezazo demasiado franco precedido de una posible falta, faltita a lo mejor, a Godín.


No les voy a negar que tras el gol, todos pensamos por un momento en que se repetiría un pasado demasiado continuo, pero no dejó el equipo que eso fuera a más, ni mucho menos. Los pelotazos entregados al contrario de los primeros minutos se volvieron combinaciones con el balón a ras de césped con Arda, Koke y Diego Costa como principales protagonistas y donde no llegaba el juego llegaba el coraje de Gabi, siempre Gabi, omnipresente, hiperventilado, colosal en la presión y un Mario que se fue entonando tras unos inicios llenos de balones regalados y de blandura. Achuchaba un Atleti lleno de coraje, lejos de aquellos otros Atletis que se desinflaban tras encajar el primer golpe en contiendas parecidas y consiguió hacer recular al equipo de las mocitas a base de balones al área.

Llegó entonces a Falcao un balón suelto, un balón del que no se esperaba mucho, un balón de esos que llega botandito en clara muestra de informalidad y que siempre es difícil de controlar. El colombiano, lejos de su hábitat natural lo pisó con tibieza y lo dejó rodar libre no fuera el balón a enfadarse. Pegado a Falcao se encontraba Albiol, al que costaba reconocer sin chándal y sin comer pipas en el banquillo, pero él no supo entender la idiosincrasia de aquel balón que quería entrar en la historia aun habiendo nacido para ser carne de saque de banda a la altura de los banquillos. Bailó Falcao con él una cumbia y un vallenato como se baila en su tierra, con ese ritmo que llevan en las venas los que nacen al lado de un mar calentito y lo acarició seguidamente en dirección a un Diego Costa que rompía la línea defensiva en una diagonal que hubiera firmado un alfil negro con muy mala idea. Golpeó el brasileño con el alma, con la suya y la de todos allí puestas y ese balón se fue en dirección al poste tras ser rozado por el portero favorito del oráculo lusitano. Se produjo entonces un hecho relevante, algo crucial para comprender el devenir del partido. Ese balón que soñaba con ser estrella de los medios de papel couché, ese balón que posteriormente fue adoptado por Filipe Luis y que ahora descansa en la estantería de la habitación de invitados de un chalet situado en una zona residencial de las afueras de la capital preguntó educadamente al poste de la portería si podía rebotar en él e irse para dentro, a lo que contestó el poste a modo de confidencia que sí, que sin problema, que los postes habían celebrado una asamblea previa al partido y habían decidido que se alineaban con la causa rojiblanca a modo de reivindicación para hacer ver al público el problema estructural que aqueja al sector maderero español.



Estalló la noche en gritos de celebración de la afición, se abrazaron los jugadores, apretó los puños el Cholo y ese balón con aspiraciones y los cuatro postes se miraron de manera cómplice guiñando un ojo. Volvió el Atleti a agazaparse un poco, el rival se estiró un tanto y fueron entonces esos postes resalaos y rojiblancos los que se erigieron en protagonistas. Tres veces, tres, rebotaron los intentos del equipo blanco con alma negra en unos postes que se reían a carcajadas de manera coordinada ante los aspavientos que hacían los integrantes de esa escuadra tras cada tentativa. Se reían los postes, se reía el balón y cantaba la afición rojiblanca alentada por Simeone y el partido se enfangó, principalmente por dos razones: la entrega del Atleti en los balones divididos y esa tendencia a la patada sin balón y a la rabieta que posee intrínsecamente el rival cuando el viento no sopla en la dirección que su guión marca. Justo entonces, salió del banquillo el que siempre quiere erigirse en protagonista de cualquier película con su muñeco Karanka al lado para provocar su expulsión en un capítulo más de su lucha para ser despedido con finiquito y derecho a prestación subsidiaria. Quedó el muñeco al frente solo, desamparado sin su ventrílocuo, quedó con las piernecitas inanes, como Nicol sin Mari Carmen, como Monchito sin José Luis Moreno.


Comenzó la prórroga con el Atleti mejor, más entero, creyendo más que los hombres dirigidos por el muñeco desamparado y con un Simeone desatado en la banda, haciendo más kilómetros en el área técnica que Seitaridis en toda su carrera. Acababa casi de comenzar y todos nosotros, todos en plural veíamos que se podía, que era el día. Ya no olía a posibilidad, ya no era un ojalá, un subjuntivo. Era un indicativo tornándose en imperativo, ocasión como esa no se iba a presentar. Fue entonces cuando Koke, enorme y descomunal toda la noche, levantó la cabeza desde la banda como levantó la cabeza Geli en Zaragoza hace diecisiete años y puso un centro al primer palo que cabeceó Miranda, o Pantic, o ustedes y yo, o nosotros, o todos, al fondo de la red. Se puso el balón, ese balón ya famoso a día de hoy, contento como unas castañuelas al volver a guarecerse en unas mallas que le recibieron con los brazos abiertos y saludó en su camino hacia la historia a unos postes que mostraban una sonrisa de oreja a oreja.



Reaccionó el contrario pese a estar desquiciado y siguieron los postes a lo suyo. Allí donde los postes no llegaban llegó Juanfran, que minutos antes parecía muerto, como el Cid, tras patada alevosa de un jugador muy tonto y con muy mala idea y sacó bajo palos un balón que no tenía intención ninguna de volver a meterse en ningún sitio, y sobre todo Courtois, especialmente en un lance en el que paró un disparo a bocajarro con el corazón más que con sus largas extremidades superiores. La impotencia hacía mella en el rival llevándole a repartir señorío en forma de protesta y plantillazo hasta el punto que el hijo pródigo, aquel que antes idolatraba al ventrílocuo y ahora se revuelve contra él a cambio de una renovación con varios ceros puestos en fila, decidió que Gabi tenía la nariz fea según los más que discutibles cánones de belleza que él maneja y quiso colocársela de un puntapié. Se organizó una tangana, claro está, y salieron a defender el honor del repeinado madeirense el muñeco desamparado y hasta jugadores no convocados y castigados por el luso que habla con el estomago a los que, de manera terapéutica, hubo que recetar empujones y hasta alguna bofetada para que volvieran a sus cabales.


De ahí al final, discurrieron los minutos lentos, cansinos, como suelen pasar en estos casos. Duraban los minutos años y los catorce años del pasado se tornaron en segundos. Aguantaba el Atleti subido en una ola de emociones que invitaban a recordar. A saltar de alegría y acordarse de los que ya no están, de esa generación de atléticos que no habían vivido algo así, del gol mal anulado a Perea, de los tantos a los pocos segundos de comenzar, de los penaltis con expulsión de regalo y de la cara de desesperación de un Niño de Fuenlabrada exhausto tras haberlo intentado todo. Fue un saber que lo que se estaba viviendo sería contado dentro de un tiempo a los nietos. Fue un apuntemos esta fecha y celebremos su aniversario cada año. Fue una explosión en plural, una celebración en la que cabe todo lo singular que tenemos cada uno. No hubo terceras personas. Solo una en la que latían a la vez millones de corazones. Solo una que hablaba con una misma voz. La de El Cholo sentado en la sala de prensa.

jueves, 16 de mayo de 2013

Olores


A medida que se acerca el día de mañana, flota en el ambiente un aroma distinto, huele de una manera especial. Algunos románticos dirán que será la primavera, que ha estallado alocada y nos trae reminiscencias a azahar y a naranjo, pero uno, que es mucho más prosaico para estas cosas, sabe que en la capital la primavera trae olores a alcantarilla tupida y caca de perro, pero aún así sí que nota que huele de una manera diferente. Un olor tal vez difícil de identificar pero agradable. Huele a día grande.


Huele de la misma manera que debía oler cuando esos aficionados que acudían al estadio con su mejor traje aplaudían al ritmo acelerado de las imágenes del NODO y vitoreaban de forma mucho más comedida que en la actualidad las gambetas de Peiró, las galopadas de Collar y los remates de Jones. Huele como debía oler entonces: a linimento y sudor. A camiseta con botones. A fijador y a loción para después del afeitado. Huele al que gana saltándose los pronósticos. Huele a tomar el metro o el tranvía para mudar la celebración triunfante en dirección a lo conocido, a esas latitudes del sur de la ciudad que siempre fueron más nuestras.


Huele de la misma manera que olía cuando éste que suscribe era un jovenzuelo que se fue al fútbol dejando a sus padres indignados por ser la cita dos días antes del examen de selectividad. Huele como el mohín despechado de aquella novieta de cuyo nombre no quiero acordarme porque probablemente no me acordaría que no era capaz de entender el por qué de que el Atleti saliera ganador en la encrucijada planteada entre ella y la final. Huele a nervios, a saber sin saberlo del todo que uno recordará ese día mientras viva. Huele a brazos al cielo, huele a gol por la escuadra de Futre y a maestría en el lanzamiento de golpes francos de Schuster. Huele a los saludos de Solozábal a la grada y a un Superlópez menos sobrio. Huele mal también aunque parezca mentira, huele mal el señorío rancio de los de siempre cerrando los baños para que la afición rival no pudiera aliviarse como es debido. Huele a noche eterna de larga que fue, a ojeras de profundidad oceánica y a bostezos mañaneros frente al libro de Química. Huele a periódicos que se compran al día siguiente para ser guardados como tesoros que se enseñarán a los que vengan después. Periódicos que amarillean y que crujen cuando se vuelven a abrir con un escalofrío.




Huele como olerá el viernes con el sábado ya casi asomando. A abrazos con palmada en la espalda, que son mucho más abrazos, con esos vecinos de asiento que se convierten en hermanos. Huele a lágrimas, huele a esfuerzo. Huele a ganar, ganar y ganar. Huele al fijador que doma el contestatario tupé del Cholo. Huele a la colonia fresca pero discreta que se pone detrás de las corona Neptuno cuando sabe que los suyos van a ir a verle. Huele como olía ayer por la noche cuando elevamos a nivel de premonición eso de ver de nuevo a un pecoso de Fuenlabrada levantar otro título grande. Huele a Colombia, a Turquía y a Bélgica pero también a Leganés y a Alcobendas. Huele a Carabanchel y Embajadores. Huele a ese Madrid de dos colores. Huele al gesto torcido que se les quedará a los que, una vez más, ningunean a los nuestros y a nosotros mismos. Huele a la soberbia baldía del rival y huele al mismísimo coño de la Bernarda, que es como deben oler las redacciones de unos medios que analizan cómo se sientan en la mesa de un convite los de una acera soslayando lo que pasa en la otra. Huele a no me esperes levantada. Huele a mensajes de teléfono en manada. Huele al himno del Metropolitano rompiendo la noche. Huele a voces afónicas y a resacas. Huele a rojo y a blanco. Huele a como debía oler la colina que Robert Duvall había inundado de napalm en Apocalypse Now. Huele a victoria.


¡Forza Atleti!

martes, 7 de mayo de 2013

Preocupaciones


Cuando no es por esto es por aquello, y cuando no, por lo de más allá. El hecho es que Angustias se pasa el día preocupada. Su marido dice que todo proviene de su nombre, nombre que debe a una tía abuela malencarada con sus iguales femeninas pero gentil en exceso con los miembros, con perdón, del sexo contrario. El caso es que Angustias nació unos años después de que acabara la guerra, justo al poco de que su tía abuela se tirara al monte o más bien a todo aquel que anduviese por el mismo, fuera éste maquis, bandolero o pastor trashumante, ya que tras su ligereza de cascos no subyacía motivo ideológico ninguno, sino más bien motivos que solo el corazón y los bajos vientres pudieran llegar a descifrar.


Les contaba que Angustias navega por la vida en un constante sinvivir: unas veces por la situación económica, otras por motivos de salud y otras porque en el amor tampoco se encuentra llena del todo con el gruñido que su esposo le dedica a modo de buenos días cada mañana. Angustias sufre. Mucho. Siempre la mente llena de esas pequeñas preocupaciones que el resto de los mortales son capaces de aparcar como a un utilitario y que a ella le quitan el sueño. Ella se pasa el día cavilando y solo deja de darle vueltas a la cabeza en los intervalos de desazón y apuro que siguen a uno de los más de quince infartos diarios, de miocardio y cerebrales a partes casi iguales, que ella, muy convencida, alega sufrir ante la mirada atónita de su médico de cabecera. Angustias lleva últimamente unos días en los que casi no sale de casa. Se le ha metido en la pelota que está siendo acechada por una banda de sicarios que ejecutan secuestros express por encargo y sale del portal con mil ojos y a deshoras, lo que está siendo muy apreciado por los comerciantes orientales de su barriada, siempre dispuestos a expenderle cuarto y mitad de pan rallado y un sobre de sopa de ave con estrellitas a las tres de la mañana. “¡Secuestros express a mí!”, aclara cuando le pregunta la del segundo izquierda por sus extraños husos horarios. “A mí no me van a pillar”, aclara sin sospechar que a su vecina probablemente le extrañe menos lo de empanar al rayar el alba que lo del secuestro express, concepto que todavía se sigue asociando en ciertos círculos con el hecho de llevarse al descuido a una cafetera en contra de su voluntad.


Todo el día inmersa en preocupaciones, aunque sean nimias a ojos de muchos. Así pasa la vida de Angustias. De nada sirven los consejos desinteresados de los que la rodean. Ella no puede evitar preocuparse….



Debo confesarles que los últimos partidos me han instalado en un sinvivir. Cuando no es por esto es por aquello o tal vez por lo de más allá, pero el hecho es que me paso el día preocupado. Se acerca la final de Copa a velocidad de crucero y anda el Atleti soso, sin chispa y aún diría flojo. Uno intenta seguir el consejo de muchos de los que le rodean, consejos sabios que hablan de la desmotivación propia de aquel que ha conseguido casi matemáticamente el objetivo marcado al inicio de la temporada o de las cargas de entrenamiento minuciosamente programadas para que el día de autos salgan los nuestros como motos de abultada cilindrada y tubo de escape trucado pero aún así sigue preocupado. No crean que la preocupación se centra específicamente en alguna zona del campo, en una esquina retirada del área grande por ejemplo, no, la preocupación se reparte de manera equitativa por todos los rincones del equipo.


Preocupa de igual manera el estado de Juanfran y su indescifrable peinado que las maneras edulcoradas de un Mario al que no volvimos a ver como querríamos desde lo de Bucarest. Preocupa que últimamente Godín y Miranda vayan al cruce al trote y de puntillas, como si les apretaran los zapatos y no quisieran provocarse un uñero. Preocupa que Diego Costa ande más metido en esas luchas que dirime con todos y consigo mismo que en tirar aquellos desmarques que nos sorprendieron. Preocupa que Courtois se siga poniendo esos ternos amarillos que harían blasfemar castizamente a Luis Aragonés. Preocupa que Gabi no tenga varios pulmones de repuesto. Preocupa que Koke no haya más que uno. Preocupa que Óliver no se haya echado algún año, algún kilo y algún minuto de más a la espalda. Preocupa no saber dónde tienen la cabeza Falcao y Arda. Preocupa ver una sutil mejora en Adrián y no tener claro si todo es un problema de morriña  atenuado por jugar en Riazor. Preocupan las titularidades de Raúl García y las pocas suplencias del Cebolla. Preocupa que Filipe se pase o no llegue cerrando al segundo palo. Preocupa que, en lo que se pudiera considerar un efecto contrario al que Sansón sufrió en su día, el renacido tupé de Simeone tenga algo que ver en todo esto.


Así pasa uno los días, inmerso en preocupaciones que pudieran parecer nimias a ojos de otros. Ya uno no encuentra consuelo ni en las noticias que aparecen sobre la incorporación a la dirección deportiva de Andrea Berta, ojeador con nombre de actriz italiana de corpiño ajustadísimo que suponemos ojeará donde siempre se suele ojear cuando de fichajes se trata en ésta, nuestra casa. De nada sirven los consejos desinteresados de los que me rodean, no puedo evitar preocuparme….