– ¡Huang Ho, vamos para casa! Y deja de jugar con el perro que coge sabor si suda mucho.
El mozalbete de cara sucia entró en la casa familiar y se sentó en una de las esterillas que reposaban en el suelo para tal efecto. El padre, Huang Ho Tse, había tenido que explicar al niño en los días previos que ese jugador cuyo nombre coronaba el diez de la camiseta rojiblanca que nunca se quitaba ya no estaba en el equipo. Finalmente el niño había accedido a tomar como nuevo ídolo a Falcao, no sin antes haber tomado como referencia de transición a Forlán, lo que obligó a su progenitor a tener que argumentar que no era posible elegir al uruguayo porque también él se iba a ir. Los dos juntos habían borrado de la camiseta el nombre pretérito para colocar el del colombiano con esa facilidad con la que se borran este tipo de cosas en los productos oficiales licenciados del club que se adquieren en Asia. Se frota la superficie con una solución de hoja de bambú y de arena fina de coral y ya se puede serigrafiar lo que uno quiera. Aún así, Huang Ho Tse le dijo que no esperara ver al nuevo fichaje sobre el césped, que faltaba el transfer, un trámite para europeos y latinoamericanos que era difícil de comprender para ellos por el choque cultural.
La tele se veía con una neblina extraña, como si algún fuerte viento monzónico hubiera movido la antena que tan precariamente habían instalado en el tejado. Era la primera vez que juntos iban a disfrutar del partido en directo del Atleti, se acabaron los videos descargados de baja calidad y la repetición de las jugadas más interesantes en youtube. Ahora su hijo podría sentir qué era sentirse colchonero en vivo sin importar la distancia gracias a un horario pensado para gente como ellos, aficionados asiáticos a la mejor liga escocesa del mundo. Para ayudar en el rito iniciático esperaban sobre la mesa baja los aperitivos dispuestos para aplacar hambre y nervios a partes iguales: Mucho arroz repartido en cuencos de todos los tamaños junto a arañas fritas, brochetas de caballitos de mar, saltamontes rebozados y otras viandas igual de apetitosas, ya que en el sudeste asiático no se estila eso de abrir el bote de aceitunas negras o atiborrarse de cortezas de cerdo.
Comenzó el partido. Huang Ho Tse constató que la intención del equipo era prescindir de las ataduras carnales del pelotazo. Se notaba otra tendencia, una filosofía basada en las triangulaciones y en la limpieza a la hora de sacar el balón. Se había prescindido del famoso pelotazo a la cabeza de Reyes como principio y fin del juego. El equipo trabajaba con paciencia, siguiendo las enseñanzas de El Arte de la Guerra, esas que dicen que debes conocer a tu enemigo más que a ti mismo. No fue suficiente ya que todas las embestidas rojiblancas morían frente a la gran muralla dispuesta por el equipo navarro. Una intención buena que no estaba siendo premiada con el gol. Uno de los elementos fundamentales de la materia, la madera, privó en dos ocasiones de alcanzar el objetivo buscado por los caminos de la sabiduría futbolística. Manzano meditó. Miró en su interior y vio que la posible solución pasaba por la inclusión de uno de los nuevos fichajes, mitad europeo sí, pero también mitad asiático por su pasado en Estambul. Se intentó. Se buscó la verdad futbolística por caminos no transitados en los últimos tiempos. Se hizo casi internacional a un portero con nombre de novillero. Pero, a la postre, quedó un sabor agridulce. Deja un poso de plato bien especiado al que le falta el ingrediente principal. Nuestro ying es que jugando así, se recogerán los frutos, nuestro yang, que sin gol toda la filosofía se convierte en polvo.
Huang Ho salió del salón al acabar el partido algo desilusionado por el resultado. El padre accedió a la tienda por la puerta que comunicaba con la vivienda y se reunió con su esposa.
– Le he visto salir triste –dijo ella.
– Le queda mucho por aprender –sentenció Huang Ho Tse–, al igual que el agua busca su camino entre la montaña, él debe saber que no todo es fácil.
La conversación se interrumpió por la entrada en el local de una familia ataviada con camisetas y bufandas rojiblancas:
– ¿Tienen pan? Dos barras entonces –dijo el cabeza de familia ante el asentimiento de la señora Huang.
– Juan José, compra también un Red Bull para Juanjo, a ver si se espabila, que con estos horarios de partido y a las horas a las que llega de fiesta no ha pegado ojo –dijo la madre mirando las ojeras de oso panda que mostraba su retoño–. Y una latita de callos, que no hay comida hecha.
– ¿Saben ustedes qué estación de metro nos pilla más cerca? ¿Acacias o Embajadores? –preguntó el padre después de pagar.
– Embajadores –respondió solícitamente Huang Ho Tse que volvió enseguida a sus cosas mientras pensaba en el buen hacer de la liga de futbol profesional y su preocupación por los aficionados asiáticos que trabajaban en turno de tarde.