lunes, 20 de mayo de 2013

Plurales y singulares


Se sentó Cholo en la sala de prensa cuando resonaban todavía las bocinas de los coches, los petardos y los taponazos de las botellas de champán. Se sentó y, como es costumbre, parecía una persona totalmente distinta a la que minutos antes se contenía a duras penas para no saltar al campo y marcar a un adversario que quisiera sumarse al ataque en un dos contra uno por banda. Comedido. Sereno. Tranquilo a pesar de esa felicidad que le rebosaba por los bolsillos del traje estrecho de las grandes ocasiones. Habló pausado y recordó a todos y a cada uno de sus jugadores, a sus ayudantes, a los empleados de la entidad, a ustedes y a mí. Simeone, que conoce y forma parte del pasado del Atleti, nos ha traído un presente impensable para todos en tiempos escasamente pretéritos y nos permite mirar a un futuro que se antoja perfecto con él al mando de la nave. Hablaba y su discurso navegaba entre plurales, entre el grupo, entre nosotros, los que estábamos en la grada, entre nosotros, los que nos vestimos de corto y entre nosotros, los de casa o los del bar, los que vimos el partido en una habitación de hotel de cinco estrellas o los que lo vimos en un edificio declarado en ruina. Habló y todos nos sentimos uno solo. Hablaba Cholo y todos éramos él. Nada de tus ni de yos. Nada de singularidades. Todos éramos una primera persona del plural en la que cabía toda esa singularidad tan grande que tiene nuestro Atleti. Hablaba y las palabras que salían de su boca se transcribían inmediatamente en la historia rojiblanca con letras de oro de muchos quilates. Hablaba y muchos de nosotros seguíamos con los ojos llorosos tras haber vertido instantes antes lágrimas de alegría que llevaban catorce años embalsadas. Hablaba y no se podía casi creer el poco tiempo que había pasado desde que estuvo hablando de manera parecida en Bucarest y en Mónaco. Hablaba y uno se daba cuenta de lo diferente que es su discurso y por extensión el de todos nosotros al de ellos, al de los otros, a los que viven trufados de singulares. De yos y de egos. Hablaba y ensanchaba más si cabe esa distancia insalvable entre unos y otros. Agua y aceite en las dos orillas de la capital. Una capital que se fue a la cama preñada de felicidad cuando las luces del alba se atisbaban en el horizonte. Un horizonte que se pintaba de rojo y blanco, como debe de ser.




Les contaba servidor de ustedes apenas un par de días antes del choque que la cosa le olía bien. No crean que el que suscribe pretendiera hacerles creer que posee algún don, alguna capacidad extrasensorial que le pudiera hacer ganarse la vida ataviado con túnica y con las gafas del revés para leer mejor los posos del café torrefacto, ni mucho menos. Esos olores le venían a uno de un modo subjuntivo, como un ojalá, como un fuerte deseo, como un ya nos toca, leche, como un ¿y si fuera esta vez?, pero no era como otras veces, parecía más claro, no me pregunten por qué. A muchos de nosotros nos olía igual y por ello, de ese modo imperativo que nos autoimponemos los atléticos cuando de apoyar a nuestro equipo se trata, la afición se personó de manera singular en el campo rival sin detenerse en el precio desmedido que habían pagado por las entradas, en la más que discutible manera de hacerse con ellas tras interminables colas y sin detenerse tampoco en los presagios de casas de apuestas, de analistas futbolísticos de pelada calva y voz atiplada y de esa prensa que trataba la final como si el equipo propietario de ese estadio que parece una penitenciaría del medio oeste americano jugara la misma contra un equipo mozambiqueño, porque si no se hubieran quedado en casa. Mucha racha era la que el rival llevaba cosida, catorce años, se dice pronto, sin poder meter mano a quien más ganas tenemos. Todo estaba preparado. Las cartas echadas….



Sacó el Atleti de centro y se fue Arda a por el contrario a pecho descubierto. Sin echar el balón atrás, que es lo que se suele hacer en estos casos. Regateó a dos o tres rivales y la grada se encendió más si había lugar a que eso ocurriera porque recordó el inicio de la final de Bucarest, aquella en la que el turco tiró un caño antes del primer minuto que descolocó a la defensa del Athletic. Para ser justos, tras el inicial envite se echó el equipo un poco demasiado atrás y sufrió. Y sufrieron más, sufrimos todos en suma cuando tras corner el adversario se puso por delante con un cabezazo demasiado franco precedido de una posible falta, faltita a lo mejor, a Godín.


No les voy a negar que tras el gol, todos pensamos por un momento en que se repetiría un pasado demasiado continuo, pero no dejó el equipo que eso fuera a más, ni mucho menos. Los pelotazos entregados al contrario de los primeros minutos se volvieron combinaciones con el balón a ras de césped con Arda, Koke y Diego Costa como principales protagonistas y donde no llegaba el juego llegaba el coraje de Gabi, siempre Gabi, omnipresente, hiperventilado, colosal en la presión y un Mario que se fue entonando tras unos inicios llenos de balones regalados y de blandura. Achuchaba un Atleti lleno de coraje, lejos de aquellos otros Atletis que se desinflaban tras encajar el primer golpe en contiendas parecidas y consiguió hacer recular al equipo de las mocitas a base de balones al área.

Llegó entonces a Falcao un balón suelto, un balón del que no se esperaba mucho, un balón de esos que llega botandito en clara muestra de informalidad y que siempre es difícil de controlar. El colombiano, lejos de su hábitat natural lo pisó con tibieza y lo dejó rodar libre no fuera el balón a enfadarse. Pegado a Falcao se encontraba Albiol, al que costaba reconocer sin chándal y sin comer pipas en el banquillo, pero él no supo entender la idiosincrasia de aquel balón que quería entrar en la historia aun habiendo nacido para ser carne de saque de banda a la altura de los banquillos. Bailó Falcao con él una cumbia y un vallenato como se baila en su tierra, con ese ritmo que llevan en las venas los que nacen al lado de un mar calentito y lo acarició seguidamente en dirección a un Diego Costa que rompía la línea defensiva en una diagonal que hubiera firmado un alfil negro con muy mala idea. Golpeó el brasileño con el alma, con la suya y la de todos allí puestas y ese balón se fue en dirección al poste tras ser rozado por el portero favorito del oráculo lusitano. Se produjo entonces un hecho relevante, algo crucial para comprender el devenir del partido. Ese balón que soñaba con ser estrella de los medios de papel couché, ese balón que posteriormente fue adoptado por Filipe Luis y que ahora descansa en la estantería de la habitación de invitados de un chalet situado en una zona residencial de las afueras de la capital preguntó educadamente al poste de la portería si podía rebotar en él e irse para dentro, a lo que contestó el poste a modo de confidencia que sí, que sin problema, que los postes habían celebrado una asamblea previa al partido y habían decidido que se alineaban con la causa rojiblanca a modo de reivindicación para hacer ver al público el problema estructural que aqueja al sector maderero español.



Estalló la noche en gritos de celebración de la afición, se abrazaron los jugadores, apretó los puños el Cholo y ese balón con aspiraciones y los cuatro postes se miraron de manera cómplice guiñando un ojo. Volvió el Atleti a agazaparse un poco, el rival se estiró un tanto y fueron entonces esos postes resalaos y rojiblancos los que se erigieron en protagonistas. Tres veces, tres, rebotaron los intentos del equipo blanco con alma negra en unos postes que se reían a carcajadas de manera coordinada ante los aspavientos que hacían los integrantes de esa escuadra tras cada tentativa. Se reían los postes, se reía el balón y cantaba la afición rojiblanca alentada por Simeone y el partido se enfangó, principalmente por dos razones: la entrega del Atleti en los balones divididos y esa tendencia a la patada sin balón y a la rabieta que posee intrínsecamente el rival cuando el viento no sopla en la dirección que su guión marca. Justo entonces, salió del banquillo el que siempre quiere erigirse en protagonista de cualquier película con su muñeco Karanka al lado para provocar su expulsión en un capítulo más de su lucha para ser despedido con finiquito y derecho a prestación subsidiaria. Quedó el muñeco al frente solo, desamparado sin su ventrílocuo, quedó con las piernecitas inanes, como Nicol sin Mari Carmen, como Monchito sin José Luis Moreno.


Comenzó la prórroga con el Atleti mejor, más entero, creyendo más que los hombres dirigidos por el muñeco desamparado y con un Simeone desatado en la banda, haciendo más kilómetros en el área técnica que Seitaridis en toda su carrera. Acababa casi de comenzar y todos nosotros, todos en plural veíamos que se podía, que era el día. Ya no olía a posibilidad, ya no era un ojalá, un subjuntivo. Era un indicativo tornándose en imperativo, ocasión como esa no se iba a presentar. Fue entonces cuando Koke, enorme y descomunal toda la noche, levantó la cabeza desde la banda como levantó la cabeza Geli en Zaragoza hace diecisiete años y puso un centro al primer palo que cabeceó Miranda, o Pantic, o ustedes y yo, o nosotros, o todos, al fondo de la red. Se puso el balón, ese balón ya famoso a día de hoy, contento como unas castañuelas al volver a guarecerse en unas mallas que le recibieron con los brazos abiertos y saludó en su camino hacia la historia a unos postes que mostraban una sonrisa de oreja a oreja.



Reaccionó el contrario pese a estar desquiciado y siguieron los postes a lo suyo. Allí donde los postes no llegaban llegó Juanfran, que minutos antes parecía muerto, como el Cid, tras patada alevosa de un jugador muy tonto y con muy mala idea y sacó bajo palos un balón que no tenía intención ninguna de volver a meterse en ningún sitio, y sobre todo Courtois, especialmente en un lance en el que paró un disparo a bocajarro con el corazón más que con sus largas extremidades superiores. La impotencia hacía mella en el rival llevándole a repartir señorío en forma de protesta y plantillazo hasta el punto que el hijo pródigo, aquel que antes idolatraba al ventrílocuo y ahora se revuelve contra él a cambio de una renovación con varios ceros puestos en fila, decidió que Gabi tenía la nariz fea según los más que discutibles cánones de belleza que él maneja y quiso colocársela de un puntapié. Se organizó una tangana, claro está, y salieron a defender el honor del repeinado madeirense el muñeco desamparado y hasta jugadores no convocados y castigados por el luso que habla con el estomago a los que, de manera terapéutica, hubo que recetar empujones y hasta alguna bofetada para que volvieran a sus cabales.


De ahí al final, discurrieron los minutos lentos, cansinos, como suelen pasar en estos casos. Duraban los minutos años y los catorce años del pasado se tornaron en segundos. Aguantaba el Atleti subido en una ola de emociones que invitaban a recordar. A saltar de alegría y acordarse de los que ya no están, de esa generación de atléticos que no habían vivido algo así, del gol mal anulado a Perea, de los tantos a los pocos segundos de comenzar, de los penaltis con expulsión de regalo y de la cara de desesperación de un Niño de Fuenlabrada exhausto tras haberlo intentado todo. Fue un saber que lo que se estaba viviendo sería contado dentro de un tiempo a los nietos. Fue un apuntemos esta fecha y celebremos su aniversario cada año. Fue una explosión en plural, una celebración en la que cabe todo lo singular que tenemos cada uno. No hubo terceras personas. Solo una en la que latían a la vez millones de corazones. Solo una que hablaba con una misma voz. La de El Cholo sentado en la sala de prensa.

12 comentarios:

  1. Mi querido y admirado D. Emilio, no hay nada mas que añadir.
    Felicidad inmensa. Satisfacción plena. Ya tocaba celebrar de nuevo. Ya tocaba estar en el lado bueno de la historia, una historia que apuntará este recuerdo con letras de oro, como bien apunta.
    Ya no recuerdo si los palos fueron antes o después del gol de Miranda. De hecho, casi no recuerdo nada del encuentro, porque ver a Gabi levantar esa copa, en ese estadio y ante "esos" me ha hecho perder cualquier capacidad de analítica. Los goles y la Copa como síntesis de una noche para la historia.
    Obviamente es una exageración, porque si que recuerdo todo. Y será un recuerdo imposible de olvidar. De esos que se guardan en lo mas profundo, para rescatar en los momentos malos. De esos que te recuerdan que también se puede llorar de alegría.

    Buenísimos dias. Somos Campeones de nuevo.

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    1. ...¡y qué nervios pasamos! Nervios tamaño familiar, nervios tamaño fotografía de la que se pone en un marco de plata regalado por una tía abuela que vive en la costa....

      Mereció la pena todo. Todos y cada uno de los minutos vividos y todos los nervios con gigantismo que se instalaron en nuestras tripas durante el camino.

      Una locura. Algo que recordaremos, y aquí hablo de manera muy personal, a un nivel superior que otros títulos.

      Enhorabuena a todos...por la victoria y por ser del Atleti, que es algo que habría que celebrar más...

      Buenas tardes..

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  2. Todos nos mereciamos un fin de semana así. Inolvidable, para añadir a aquel del 92 en el mismo lugar y al mismo rival, o el doblete del 96.

    Un abrazo a toda la familia atlética.

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    1. Nos lo merecíamos..Es así. No hay más que añadir.

      Un abrazo, Don Víctor.

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  3. Que mala suerte tienen los seguidores de otros equipos que no pueden leer cuitas como estas aplicadas a sus equipos,Escondase, Don Emilio...es ud oro fino...y es ud, atleti.....cuidese....y sea feliz. .....(Liga 13/14, ya toca....no?)

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    1. Algún confundido seguro que las lee pero seguro que no las acaba de entender del todo, para eso hay que ser del Atleti caballero.

      Cuídese y vayamos pasito a paso, aunque con el Cholo nunca se sabe...

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  4. No quiero volver a alabarle, Don Emilio. Su estilo ya no me sorprende, sólo me admira.

    Y no se olvide de los niños. Que algunos fueron al Bernabéu a ver la final. Sus caras en el gol de Miranda o cuando finalizó el partido, me hicieron ver que 14 años merecieron la pena.

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  5. Claro que merecieron la pena, Don Perico. Si el final es este, uno olvida todas las anteriores desilusiones y firmaría el mismo desenlace para una futura racha (aunque debo decir que me hubiera gustado que algunos jugadores, pocos, la verdad, pero principalmente me acuerdo de uno, Fernando Torres, hubiera podido ganar a la Canallesca)

    Los niños no tienen que olvidar que estos últimos años están siendo históricos, que los recordarán cuando las lógicas sequías o el gilismo cooperante les arrebate este entorno de celebración casi continua, pero ahora disfrutan como enanos, como debe de ser...

    Gracias

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  6. Buenos días, don Emilio. Enorme crónica la que se ha marcado. A destacar: “Se organizó una tangana, claro está, y salieron a defender el honor del repeinado madeirense el muñeco desamparado y hasta jugadores no convocados y castigados por el luso que habla con el estómago a los que, de manera terapéutica, hubo que recetar empujones y hasta alguna bofetada para que volvieran a sus cabales”. MEMORABLE.
    Nada más terminar el partido, lo primero en lo que pensé/pensamos fue en nuestros hijos/niños atléticos. Esta final es de ellos, ya que es lo que les faltaba.
    Un abrazo y muchas gracias.

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  7. Efectivamente enorme, Don Paul. Se me ha ido la mano con la tecla esta vez, supongo que será un caso de verborrea eufórica semitransitoria. Para los que hayan llegado al final con dificultades y habiendo tenido que parar para avituallar, prometo que las próximas veces uno será más sintético, pero es que esta vez la ocasión lo merecía.

    ¡Los niños! Qué le voy a contar, con cuatro meses y con la rojiblanca puesta en la previa (no llegó al descanso, cayó rendido o tal vez extasiado tras el gol de Diego Costa)

    Un abrazo y gracias a usted sus amables comentarios.
    )

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  8. Grande su crónica, enorme, a la altura del evento. Me ha hecho revivir las sensaciones de ese viernes: el optimismo previo, la inquietud inicial, la casi resignación tras el 1-0, la esperanza de que esta vez no nos íbamos a rendir tan fácilmente, la alegría del gol de Costa, los subidones tras los palos, la agradable sensación de llegar a la prórroga más enteros y más fuertes...¡el gol de Miranda, igual que el de Milinko! y la subida al cielo final.
    Lo de después, mejor no lo cuento, pues no me acuerdo de mucho. Sólo sé que el sábado tenía una mezcla muy rara de euforia y mal cuerpo, de mente que va muy deprisa y cuerpo que va a trompicones.
    Y para colmo, el niño pequeño, que, a pesar del frío oscense del lunes por la mañana, se empeña en ir al cole metidito en la rojiblanca, para que lo vean bien esos compañeros a los que se les habían pasado de repente las ganas de mirarlo por encima del hombro. ¿Y quién le niega ese capricho al niño? Yo no, desde luego.

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  9. Lo de las sensaciones encontradas tras el partido es totalmente normal, no se apure. Eso de que el cuerpo no reaccione tras una prórroga es perfectamente asumible, lo mínimo que puede pasar es que se te suba un gemelo o todo lo que haya mezclado en el estómago.

    A los niños rojiblancos no hay que negarles nada en días como los que vivimos, solo verles la cara ya compensa cualquier mal rato pasado...

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