Se sentó
Cholo en la sala de prensa cuando resonaban todavía las bocinas de los coches,
los petardos y los taponazos de las botellas de champán. Se sentó y, como es
costumbre, parecía una persona totalmente distinta a la que minutos antes se
contenía a duras penas para no saltar al campo y marcar a un adversario que
quisiera sumarse al ataque en un dos contra uno por banda. Comedido. Sereno.
Tranquilo a pesar de esa felicidad que le rebosaba por los bolsillos del traje
estrecho de las grandes ocasiones. Habló pausado y recordó a todos y a cada uno
de sus jugadores, a sus ayudantes, a los empleados de la entidad, a ustedes y a
mí. Simeone, que conoce y forma parte del pasado del Atleti, nos ha traído un
presente impensable para todos en tiempos escasamente pretéritos y nos permite
mirar a un futuro que se antoja perfecto con él al mando de la nave. Hablaba y
su discurso navegaba entre plurales, entre el grupo, entre nosotros, los que estábamos en la
grada, entre nosotros, los que nos vestimos de corto y entre nosotros, los de casa o los del bar, los que vimos el partido en una habitación de
hotel de cinco estrellas o los que lo vimos en un edificio declarado en ruina. Habló y todos nos
sentimos uno solo. Hablaba Cholo y todos éramos él. Nada de tus ni de yos. Nada
de singularidades. Todos éramos una primera persona del plural en la que cabía
toda esa singularidad tan grande que tiene nuestro Atleti. Hablaba y las
palabras que salían de su boca se transcribían inmediatamente en la historia
rojiblanca con letras de oro de muchos quilates. Hablaba y muchos de nosotros
seguíamos con los ojos llorosos tras haber vertido instantes antes lágrimas de
alegría que llevaban catorce años embalsadas. Hablaba y no se podía casi creer el
poco tiempo que había pasado desde que estuvo hablando de manera parecida en
Bucarest y en Mónaco. Hablaba y uno se daba cuenta de lo diferente que es su
discurso y por extensión el de todos nosotros al de ellos, al de los otros, a
los que viven trufados de singulares. De yos y de egos. Hablaba y ensanchaba
más si cabe esa distancia insalvable entre unos y otros. Agua y aceite en las
dos orillas de la capital. Una capital que se fue a la cama preñada de
felicidad cuando las luces del alba se atisbaban en el horizonte. Un horizonte que
se pintaba de rojo y blanco, como debe de ser.
Les contaba
servidor de ustedes apenas un par de días antes del choque que la cosa le olía
bien. No crean que el que suscribe pretendiera hacerles creer que posee algún
don, alguna capacidad extrasensorial que le pudiera hacer ganarse la vida
ataviado con túnica y con las gafas del revés para leer mejor los posos del
café torrefacto, ni mucho menos. Esos olores le venían a uno de un modo
subjuntivo, como un ojalá, como un fuerte deseo, como un ya nos toca, leche,
como un ¿y si fuera esta vez?, pero no era como otras veces, parecía más claro,
no me pregunten por qué. A muchos de nosotros nos olía igual y por ello, de ese
modo imperativo que nos autoimponemos los atléticos cuando de apoyar a nuestro
equipo se trata, la afición se personó de manera singular en el campo rival sin
detenerse en el precio desmedido que habían pagado por las entradas, en la más
que discutible manera de hacerse con ellas tras interminables colas y sin
detenerse tampoco en los presagios de casas de apuestas, de analistas
futbolísticos de pelada calva y voz atiplada y de esa prensa que trataba la
final como si el equipo propietario de ese estadio que parece una penitenciaría
del medio oeste americano jugara la misma contra un equipo mozambiqueño, porque
si no se hubieran quedado en casa. Mucha racha era la que el rival llevaba
cosida, catorce años, se dice pronto, sin poder meter mano a quien más ganas
tenemos. Todo estaba preparado. Las cartas echadas….
Sacó el
Atleti de centro y se fue Arda a por el contrario a pecho descubierto. Sin
echar el balón atrás, que es lo que se suele hacer en estos casos. Regateó a
dos o tres rivales y la grada se encendió más si había lugar a que eso
ocurriera porque recordó el inicio de la final de Bucarest, aquella en la que
el turco tiró un caño antes del primer minuto que descolocó a la defensa del Athletic.
Para ser justos, tras el inicial envite se echó el equipo un poco demasiado
atrás y sufrió. Y sufrieron más, sufrimos todos en suma cuando tras corner el
adversario se puso por delante con un cabezazo demasiado franco precedido de
una posible falta, faltita a lo mejor, a Godín.
No les voy
a negar que tras el gol, todos pensamos por un momento en que se repetiría un
pasado demasiado continuo, pero no dejó el equipo que eso fuera a más, ni mucho
menos. Los pelotazos entregados al contrario de los primeros minutos se
volvieron combinaciones con el balón a ras de césped con Arda, Koke y Diego
Costa como principales protagonistas y donde no llegaba el juego llegaba el
coraje de Gabi, siempre Gabi, omnipresente, hiperventilado, colosal en la
presión y un Mario que se fue entonando tras unos inicios llenos de balones
regalados y de blandura. Achuchaba un Atleti lleno de coraje, lejos de aquellos
otros Atletis que se desinflaban tras encajar el primer golpe en contiendas
parecidas y consiguió hacer recular al equipo de las mocitas a base de balones
al área.
Llegó
entonces a Falcao un balón suelto, un balón del que no se esperaba mucho, un
balón de esos que llega botandito en clara muestra de informalidad y que
siempre es difícil de controlar. El colombiano, lejos de su hábitat natural lo
pisó con tibieza y lo dejó rodar libre no fuera el balón a enfadarse. Pegado a
Falcao se encontraba Albiol, al que costaba reconocer sin chándal y sin comer
pipas en el banquillo, pero él no supo entender la idiosincrasia de aquel balón
que quería entrar en la historia aun habiendo nacido para ser carne de saque de
banda a la altura de los banquillos. Bailó Falcao con él una cumbia y un
vallenato como se baila en su tierra, con ese ritmo que llevan en las venas los
que nacen al lado de un mar calentito y lo acarició seguidamente en dirección a
un Diego Costa que rompía la línea defensiva en una diagonal que hubiera
firmado un alfil negro con muy mala idea. Golpeó el brasileño con el alma, con
la suya y la de todos allí puestas y ese balón se fue en dirección al poste
tras ser rozado por el portero favorito del oráculo lusitano. Se produjo
entonces un hecho relevante, algo crucial para comprender el devenir del
partido. Ese balón que soñaba con ser estrella de los medios de papel
couché, ese balón que posteriormente fue adoptado por Filipe Luis y que ahora
descansa en la estantería de la habitación de invitados de un chalet situado en
una zona residencial de las afueras de la capital preguntó educadamente al
poste de la portería si podía rebotar en él e irse para dentro, a lo que
contestó el poste a modo de confidencia que sí, que sin problema, que los
postes habían celebrado una asamblea previa al partido y habían decidido que se
alineaban con la causa rojiblanca a modo de reivindicación para hacer ver al
público el problema estructural que aqueja al sector maderero español.
Estalló la
noche en gritos de celebración de la afición, se abrazaron los jugadores,
apretó los puños el Cholo y ese balón con aspiraciones y los cuatro postes se
miraron de manera cómplice guiñando un ojo. Volvió el Atleti a agazaparse un
poco, el rival se estiró un tanto y fueron entonces esos postes resalaos y
rojiblancos los que se erigieron en protagonistas. Tres veces, tres, rebotaron
los intentos del equipo blanco con alma negra en unos postes que se reían a
carcajadas de manera coordinada ante los aspavientos que hacían los integrantes
de esa escuadra tras cada tentativa. Se reían los postes, se reía el balón y
cantaba la afición rojiblanca alentada por Simeone y el partido se enfangó,
principalmente por dos razones: la entrega del Atleti en los balones divididos
y esa tendencia a la patada sin balón y a la rabieta que posee intrínsecamente
el rival cuando el viento no sopla en la dirección que su guión marca. Justo
entonces, salió del banquillo el que siempre quiere erigirse en protagonista de
cualquier película con su muñeco Karanka al lado para provocar su expulsión en
un capítulo más de su lucha para ser despedido con finiquito y derecho a
prestación subsidiaria. Quedó el muñeco al frente solo, desamparado sin su
ventrílocuo, quedó con las piernecitas inanes, como Nicol sin Mari Carmen, como
Monchito sin José Luis Moreno.
Comenzó la
prórroga con el Atleti mejor, más entero, creyendo más que los hombres
dirigidos por el muñeco desamparado y con un Simeone desatado en la banda,
haciendo más kilómetros en el área técnica que Seitaridis en toda su carrera.
Acababa casi de comenzar y todos nosotros, todos en plural veíamos que se
podía, que era el día. Ya no olía a posibilidad, ya no era un ojalá, un
subjuntivo. Era un indicativo tornándose en imperativo, ocasión como esa no se
iba a presentar. Fue entonces cuando Koke, enorme y descomunal toda la noche,
levantó la cabeza desde la banda como levantó la cabeza Geli en Zaragoza hace
diecisiete años y puso un centro al primer palo que cabeceó Miranda, o Pantic,
o ustedes y yo, o nosotros, o todos, al fondo de la red. Se puso el balón, ese
balón ya famoso a día de hoy, contento como unas castañuelas al volver a
guarecerse en unas mallas que le recibieron con los brazos abiertos y saludó en
su camino hacia la historia a unos postes que mostraban una sonrisa de oreja a
oreja.
Reaccionó
el contrario pese a estar desquiciado y siguieron los postes a lo suyo. Allí
donde los postes no llegaban llegó Juanfran, que minutos antes parecía muerto,
como el Cid, tras patada alevosa de un jugador muy tonto y con muy mala idea y sacó bajo palos un
balón que no tenía intención ninguna de volver a meterse en ningún sitio, y
sobre todo Courtois, especialmente en un lance en el que paró un disparo a
bocajarro con el corazón más que con sus largas extremidades superiores. La
impotencia hacía mella en el rival llevándole a repartir señorío en forma de
protesta y plantillazo hasta el punto que el hijo pródigo, aquel que antes idolatraba
al ventrílocuo y ahora se revuelve contra él a cambio de una renovación con
varios ceros puestos en fila, decidió que Gabi tenía la nariz fea según los más
que discutibles cánones de belleza que él maneja y quiso colocársela de un
puntapié. Se organizó una tangana, claro está, y salieron a defender el honor
del repeinado madeirense el muñeco desamparado y hasta jugadores no convocados
y castigados por el luso que habla con el estomago a los que, de manera
terapéutica, hubo que recetar empujones y hasta alguna bofetada para que
volvieran a sus cabales.
De ahí al
final, discurrieron los minutos lentos, cansinos, como suelen pasar en estos
casos. Duraban los minutos años y los catorce años del pasado se tornaron en
segundos. Aguantaba el Atleti subido en una ola de emociones que invitaban a
recordar. A saltar de alegría y acordarse de los que ya no están, de esa
generación de atléticos que no habían vivido algo así, del gol mal anulado a
Perea, de los tantos a los pocos segundos de comenzar, de los penaltis con
expulsión de regalo y de la cara de desesperación de un Niño de Fuenlabrada
exhausto tras haberlo intentado todo. Fue un saber que lo que se estaba
viviendo sería contado dentro de un tiempo a los nietos. Fue un apuntemos esta
fecha y celebremos su aniversario cada año. Fue una explosión en plural, una celebración
en la que cabe todo lo singular que tenemos cada uno. No hubo terceras
personas. Solo una en la que latían a la vez millones de corazones. Solo una
que hablaba con una misma voz. La de El Cholo sentado en la sala de prensa.
Mi querido y admirado D. Emilio, no hay nada mas que añadir.
ResponderEliminarFelicidad inmensa. Satisfacción plena. Ya tocaba celebrar de nuevo. Ya tocaba estar en el lado bueno de la historia, una historia que apuntará este recuerdo con letras de oro, como bien apunta.
Ya no recuerdo si los palos fueron antes o después del gol de Miranda. De hecho, casi no recuerdo nada del encuentro, porque ver a Gabi levantar esa copa, en ese estadio y ante "esos" me ha hecho perder cualquier capacidad de analítica. Los goles y la Copa como síntesis de una noche para la historia.
Obviamente es una exageración, porque si que recuerdo todo. Y será un recuerdo imposible de olvidar. De esos que se guardan en lo mas profundo, para rescatar en los momentos malos. De esos que te recuerdan que también se puede llorar de alegría.
Buenísimos dias. Somos Campeones de nuevo.
...¡y qué nervios pasamos! Nervios tamaño familiar, nervios tamaño fotografía de la que se pone en un marco de plata regalado por una tía abuela que vive en la costa....
EliminarMereció la pena todo. Todos y cada uno de los minutos vividos y todos los nervios con gigantismo que se instalaron en nuestras tripas durante el camino.
Una locura. Algo que recordaremos, y aquí hablo de manera muy personal, a un nivel superior que otros títulos.
Enhorabuena a todos...por la victoria y por ser del Atleti, que es algo que habría que celebrar más...
Buenas tardes..
Todos nos mereciamos un fin de semana así. Inolvidable, para añadir a aquel del 92 en el mismo lugar y al mismo rival, o el doblete del 96.
ResponderEliminarUn abrazo a toda la familia atlética.
Nos lo merecíamos..Es así. No hay más que añadir.
EliminarUn abrazo, Don Víctor.
Que mala suerte tienen los seguidores de otros equipos que no pueden leer cuitas como estas aplicadas a sus equipos,Escondase, Don Emilio...es ud oro fino...y es ud, atleti.....cuidese....y sea feliz. .....(Liga 13/14, ya toca....no?)
ResponderEliminarAlgún confundido seguro que las lee pero seguro que no las acaba de entender del todo, para eso hay que ser del Atleti caballero.
EliminarCuídese y vayamos pasito a paso, aunque con el Cholo nunca se sabe...
No quiero volver a alabarle, Don Emilio. Su estilo ya no me sorprende, sólo me admira.
ResponderEliminarY no se olvide de los niños. Que algunos fueron al Bernabéu a ver la final. Sus caras en el gol de Miranda o cuando finalizó el partido, me hicieron ver que 14 años merecieron la pena.
Claro que merecieron la pena, Don Perico. Si el final es este, uno olvida todas las anteriores desilusiones y firmaría el mismo desenlace para una futura racha (aunque debo decir que me hubiera gustado que algunos jugadores, pocos, la verdad, pero principalmente me acuerdo de uno, Fernando Torres, hubiera podido ganar a la Canallesca)
ResponderEliminarLos niños no tienen que olvidar que estos últimos años están siendo históricos, que los recordarán cuando las lógicas sequías o el gilismo cooperante les arrebate este entorno de celebración casi continua, pero ahora disfrutan como enanos, como debe de ser...
Gracias
Buenos días, don Emilio. Enorme crónica la que se ha marcado. A destacar: “Se organizó una tangana, claro está, y salieron a defender el honor del repeinado madeirense el muñeco desamparado y hasta jugadores no convocados y castigados por el luso que habla con el estómago a los que, de manera terapéutica, hubo que recetar empujones y hasta alguna bofetada para que volvieran a sus cabales”. MEMORABLE.
ResponderEliminarNada más terminar el partido, lo primero en lo que pensé/pensamos fue en nuestros hijos/niños atléticos. Esta final es de ellos, ya que es lo que les faltaba.
Un abrazo y muchas gracias.
Efectivamente enorme, Don Paul. Se me ha ido la mano con la tecla esta vez, supongo que será un caso de verborrea eufórica semitransitoria. Para los que hayan llegado al final con dificultades y habiendo tenido que parar para avituallar, prometo que las próximas veces uno será más sintético, pero es que esta vez la ocasión lo merecía.
ResponderEliminar¡Los niños! Qué le voy a contar, con cuatro meses y con la rojiblanca puesta en la previa (no llegó al descanso, cayó rendido o tal vez extasiado tras el gol de Diego Costa)
Un abrazo y gracias a usted sus amables comentarios.
)
Grande su crónica, enorme, a la altura del evento. Me ha hecho revivir las sensaciones de ese viernes: el optimismo previo, la inquietud inicial, la casi resignación tras el 1-0, la esperanza de que esta vez no nos íbamos a rendir tan fácilmente, la alegría del gol de Costa, los subidones tras los palos, la agradable sensación de llegar a la prórroga más enteros y más fuertes...¡el gol de Miranda, igual que el de Milinko! y la subida al cielo final.
ResponderEliminarLo de después, mejor no lo cuento, pues no me acuerdo de mucho. Sólo sé que el sábado tenía una mezcla muy rara de euforia y mal cuerpo, de mente que va muy deprisa y cuerpo que va a trompicones.
Y para colmo, el niño pequeño, que, a pesar del frío oscense del lunes por la mañana, se empeña en ir al cole metidito en la rojiblanca, para que lo vean bien esos compañeros a los que se les habían pasado de repente las ganas de mirarlo por encima del hombro. ¿Y quién le niega ese capricho al niño? Yo no, desde luego.
Lo de las sensaciones encontradas tras el partido es totalmente normal, no se apure. Eso de que el cuerpo no reaccione tras una prórroga es perfectamente asumible, lo mínimo que puede pasar es que se te suba un gemelo o todo lo que haya mezclado en el estómago.
ResponderEliminarA los niños rojiblancos no hay que negarles nada en días como los que vivimos, solo verles la cara ya compensa cualquier mal rato pasado...