–Vente para
acá Vladimir –apremió el comandante James a su colega ruso.
Se acercó flotando
Vladimir Evtushenko a la escotilla por la que miraba el americano y él lo pudo
ver también. Por fin pasaba algo en la estación espacial internacional, todo
sea dicho. Los primeros días hace ilusión, la verdad, eso de la ingravidez, lo
de tomarse una pastilla que aúna todas las propiedades de un perol de lentejas
con chorizo y lo de hacer pis y caca en la dirección que sea, pero cuando
llevas más de una semana la estación es un tostón de tamaño grande tirando a
enorme. Los dos astronautas, el americano y el ruso, habían hecho buenas migas
sin pensar en antiguas guerras frías ni templadas y se pasaban el día mirando
por la escotilla, pendientes de cada giro en órbita de la estación o de la
Tierra con la misma cara que ponen los niños en los caballitos cuando se acerca
el momento de cada vuelta en que papá, mamá y los abuelos saludan efusivamente
el paso del coche de bomberos en los que están montados.
– ¿Les
decimos algo a los demás?
– ¡Quita,
quita! A esos ni agua…
Los demás
eran el jefe de la expedición, el coronel chino Tan Dao, al que ninguno tragaba
por su afán de estar constantemente haciendo experimentos como el de juntar en
condiciones de gravedad cero coca cola y Bayleys para ver si de verdad se hacía
bola y por esa natural desconfianza del ser humano hacia el oriental que no
lleva un delantal y habla bien un idioma que no es el suyo, y el ingeniero
alemán Jurgen Masthuerzer, dedicado en cuerpo y alma realizar paseos espaciales
en bañador de competición sin tener en cuenta la cercanía del sol ni las protecciones
cincuentas lo que le otorgaba un aspecto de rojo pasión que no hubiera
desentonado nada en una playa balear.
Siguieron
mirando los dos con curiosidad, sin comprender el motivo de lo que estaba
ocurriendo…
Supo el
público de San Siro, el local y el muy numeroso visitante que viajó a tierras
lombardas, que se trataba de un partido de tamaño grande tirando a enorme. Solo
de esa manera pudieron todos ser capaces de rodear al encuentro del clima
justo, del ambiente necesario para que flote en el ambiente esa atmósfera que
lleva aparejada citas así. Lo notaron técnicos, jugadores, aficionados que
estábamos en nuestras casas y hasta los carabinieri que velaban por la
seguridad en el recinto. Salió el Atleti con todo lo que tenía y salió el Milán
con una alineación con vocación de organización de reinserción social para
jugadores en fase terminal de juego. Se hicieron pronto los nuestros con el
balón y con el control pero no podían más que asomarse sin entrar del todo a
los balcones en donde se hace daño a los rivales. Agazapado el adversario de
entrada, empezó el equipo rossonero a crecer viendo ese sueño que para los
extremos derechos es Insúa. Volvió loco por momentos un jugador con clase pero
con demasiadas aes en su apellido al argentino y de ese lado partieron las
oportunidades que equilibraron la contienda y metieron un poco de miedo en el
cuerpo, todo sea dicho.
Pudo
adelantarse el Milán y no lo hizo principalmente porque debajo de los palos del
Atleti hay un portero que dejará un páramo cuando se marche a otras tierras. Un
portero mayúsculo y en negrita. Un portero estratosférico. Un portero de los
que gana puntos sin poner cara de intensidad forzada, sin cambiar el rictus de
cualquier día en la oficina. Retrocedió el Atleti un tanto al ver que el rival
podía hacer daño y de allí al descanso se pasó a otra fase, a una de estudio,
de medición de fuerzas, de sacar una mano y volver a levantar la guardia para
no encajar, que estos partidos no son propicios para la locura ni para cancerberos
como Asenjo.
Salió el
Atleti tras el descanso con otra pinta. Más confiado quizás. Tal vez fue
necesario que Simeone recordara a los suyos de lo que son capaces y la de
partidos de este tamaño XXL que llevan disputados juntos desde que sus caminos
se juntaron para gloria de todos. Se hizo el Atleti con los mandos y el Milán
pareció achicarse a lomos de las excentricidades de un delantero con más fama y
leyenda que juego y números. Ensancharon hasta coger el tamaño justo para el
partido todos los nuestros pero destacaron un Godín expeditivo, unos brillantes
Mario, Koke y Gabi, siempre Gabi, y un Diego Costa que volvía a corroborar que
cuando los partidos cogen tamaño de buey de arrastre, él siempre estará allí.
Merecía el Atleti ponerse por delante pero no acababa de llegar la ocasión
propicia. Hubo quien reclamó a voz en grito algún disparo desde fuera del área
sabedor de que enfrente estaba Abbiati, el portero que más que tirarse se
acuesta pero tuvo que ser, claro está, de nuevo el balón parado el que
impartiera justicia en el marcador.
Sacó Gabi
un córner con vocación de quedarse corto y un defensor despejó alto, muy alto, tanto que el balón debió andar cerca de pegar contra algún satélite en órbita o
contra la mismísima estación espacial internacional. Bajó el balón sin prisas.
Llovido y medio flojo, casi ingrávido. Esperaban en el segundo palo Diego Costa
y Miranda y hubiéramos pensado que vaya casualidad que fueran ellos dos, los de
los goles en ocasiones espaciales, los que estuvieran allí si este Atleti de El
Cholo diera lugar a pensar en casualidades en vez de en movimientos estudiados
y medidos. Cabeceó Costa casi de parado, extrayendo del cuello toda la fuerza
que el balón con ínfulas de astronauta no traía consigo y Abbiati, fiel a sus
principios, hizo que se tiraba cuando en realidad se acostaba para contemplar
como entraba en la portería ese balón que pareció soso en sus comienzos.
Queda la
vuelta, sí, y habrá que tratarla como merece. Será un partido también de tamaño
apreciable. Probablemente no de tamaño tan grande como el de ayer, por el
resultado y por la moral con la acudirán los milanistas al Calderón, pero será
de buena talla. Seguro que será un partido como todos los partidos grandes, con
fases bien diferenciadas y seguro que el público sabrá fabricar el ambiente que estas citas requieren. Seguro también que los nuestros se pondrán el traje
apropiado para la ocasión. Un traje que valga para asistir a la fiesta de los
cuartos de final, una fiesta a la que el Atleti parece invitado por méritos
propios.
Miraban los
dos, el ruso y el americano, por la escotilla en dirección a la Tierra y reparaban en que a cada vuelta parecía
coger mayor tamaño la mancha que se estaba extendiendo por todo el continente europeo.
La mancha, de dos colores, rojo y blanco, había surgido en la parte norte de la
península itálica y ya dominaba casi en su totalidad el territorio del viejo
continente.
Partido grande, D. Emilio, muy grande. Partido de los que dan lustre. Escenario mítico y rival de fuste. Y ahí, el Atlético. Supo dominar, supo contener, supo sufrir y supo golpear. Toda una declaración de intenciones.
ResponderEliminarNo se donde llegaremos (ya lo he dicho alguna vez antes) pero allá donde el destino ponga la meta, llegaremos con la satisfacción de noches como la de ayer. Puro orgullo...
Muy buenos dias.
Y tuvo el partido todo lo que tienen los partidos grandes tirando a hermosotes..Sus diferentes fases, sus ratos de miedo y de esperanza, su estallido final, etc...
EliminarTampoco sé donde llegaremos pero deberíamos intentar guardar todos los recuerdos de esta temporada bajo siete llaves para que nunca se pierdan en el olvido...
Buenos días,
Muy bueno!
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