De nada había
valido el haber salido justo después de comer. Ahí estaban de nuevo. Primera,
freno, punto muerto. Atrapados. Parados en el kilómetro cincuenta y siete con
doscientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien
quiera más detalles. La radio hablaba de niveles amarillos en la circulación,
sin duda refiriéndose al tono de tez que se extendía entre los conductores ante
tal atasco. Es lo que tienen los puentes. Si no tuvieran estos finales y
aquellos principios, tal vez serían demasiado perfectos para ser de verdad. Aquilino
dormía profundamente. Cosas de las digestiones subsiguientes a un plato colmado
de judiones de la Granja
con su correspondiente repetición, un cuarto de cochinillo ronchón y unas
cucharadas de ponche segoviano, “No me lo como todo, no vaya a ser mucho”,
había dicho él pretendiendo parecer comedido, manda güevos. Así, con g, que es
más gráfico. Los niños empezaban a impacientarse tras la cuarta proyección de
la película de Disney y lanzaban al aire las preguntas malditas: “¿Cuánto
queda, mamá?, ¿Cuándo llegamos?”. Ella intentaba contestar sin dejar de
concentrarse en el embotellado tráfico. Primera, freno, punto muerto. La radio
repite que Tráfico recomienda el regreso escalonado ¿Cómo se escalona el
regreso? ¿Quedo con el vecino y volvemos por turnos? ¿Se vuelve en orden de la
fecha de nacimiento? ¿De la primera letra del apellido? ¿Del signo zodiacal?
Eso estaría bien. Alivia saber que todos los conductores viven su
enclaustramiento bajo la influencia del signo de Leo con ascendente Acuario.
Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente cincuenta y seis
kilómetros y setecientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo,
para quien quiera más detalles.
Jugaba el Atleti
más o menos a la hora en la que el puente se podía dar oficialmente por
finalizado. Seguramente muchos todavía no habrían vuelto, atrapados en la
consabida caravana por no saber escalonarse los muy ignorantes. Jugaban los
nuestros ante el Depor al final de un puente que empezó ahondando en Europa la
depresión postderby. Si en vez de puente, llega a ser viaducto, algún
aficionado de poca personalidad se hubiera tirado ante las lecturas vertidas
sobre el estado del equipo. Si hace cuatro meses, mes arriba o mes abajo,
alguien nos hubiera dicho que estaríamos vivos en Copa y en Europa y segundos
en Liga, con una ventaja de cinco puntos sobre el autoproclamado mejor equipo
del mundo, la galaxia y constelaciones sin vida inteligente, hubiéramos
invitado a ese profético alguien a una semana en un hotelito con encanto de
Torrevieja en régimen de media pensión por lo menos. Nos ha hecho subir el
nivel de exigencia este Atleti de esta temporada, lo que es bueno. No nos
debería hacer perder la perspectiva, lo que sería malo.
Salió el Atleti
algo atascado, no sabiendo escalonarse en el trayecto hacia la portería de
Aranzubía. Pretendía llegar al destino prendido de Diego Costa y sus
desmarques, lo que a efectos circulatorios se traduciría en un camino lleno de
tirones, choques por alcance y usos excesivos del embrague. Sin ánimo de ser
poco optimista, parece claro que el equipo ha perdido frescura en la presión y
se muestra más prudente a la hora de exceder la velocidad del balón,
seguramente sumido en un valle físico de esos que los preparadores miden con la
precisión que da el cronómetro colgado al cuello. Amagó el rival más no llegó a
inquietar seriamente, dejando aromas de equipo que pasará serios problemas. Decían
los agudos comentaristas de gafa de pasta que el Depor echaba de menos en la
creación a Pizzi, ausente ayer como consecuencia de la cláusula “arrieritos
somos”, que tan de moda sigue estando entre los cedidos. Mal le irá al equipo
gallego si debe encomendarse a ese mediapunta de mirada huidiza al que tanto
valora, a pesar de las crisis y las estrechuras, nuestro equipo gerente.
Metió Costa, demostrando
que su cabeza sirve para algo más que para sopesar durezas de frentes
contrarias, un gol casi regalado por un portero que no salió y unos centrales
que no encimaron y el partido cambió. Cambió como un embotellamiento cuando se
abre un carril adicional, como cuando la Benemérita deja circular por los arcenes, que es
algo que siempre hace mucha ilusión al que conduce. Más que por la fluidez de
los nuestros, el partido se convirtió en una autopista de incontables carriles
por cómo se averió el equipo herculino, muy flojo de moral y de argumentos
futbolísticos. Llegó entonces el turno de Falcao, hambriento como urbanita que
se desplaza a la típica casa rural. Se atracó el tío, vamos. Le hincó el diente
con la misma voracidad al primer plato a pase de Koke, a un segundo de volea
pinturera tras meritoria asistencia de un recogepelotas al que deberían ascender
en el cadete en el que jugara, a un tercero de penalti autogestionado, a un
cuarto en el que se jugó el físico y casi el químico y a un quinto de glotón
redomado. No tuvo la falsa intención de dejarlo para otro momento, de decir que
si eso dejaba algún gol para alguien más necesitado y hambriento, como Adrián
por ejemplo, por si eran muchos cinco goles. Queda la hartura de goles para la
historia y entra el colombiano en ella en plena digestión de tanto tanto, frase
muy tonta y redundante pero que a servidor hace mucha gracia utilizar en una crónica,
la misma que si usara, ¿usted no nada nada?, o, es que no traje traje.
Tras el partido
queda regusto a goleada con mucha más pegada que juego pero alegra la llegada
de un resultado de esta holgura para ahuyentar las dudas que pudieran haber
asaltado a la parroquia. Uno, al que como antes les decía, este Atleti ha
devuelto la exigencia que nunca debió perder, considera el resultado una vuelta
al buen camino aún con ese bajón físico que se detecta, bajón en ciertos
momentos preocupante en jugadores como Juanfran, al que sus amistades en la
selección no parecen sentarle del todo bien. Termina el puente de mejor manera
que empezó, lo que no era difícil y afrontamos la operación retorno con el estómago
lleno de goles. Ojalá los hayamos poder digerido para lo que esta semana
ofrecerá, que no es poco.
“¡Uy!, me he
quedado algo traspuesto”, tuvo Aquilino la desfachatez de decir tras dos horas y media de rebuznos en
los brazos de Morfeo. “¡Qué tarde!, ¿Ha terminado ya el Atleti?”, preguntó. “Seis
ha metido. Seis”, respondió ella estirando la espalda. Terminaba bien el
puente. Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente treinta y
tres kilómetros y cuatrocientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro
abajo, para quien quiera más detalles.
Uy, D. Emilio. Los atascos. Que desesperación.
ResponderEliminarUno que lleva casi 20 años en la carretera como aquel que dice, lleva los atascos como un mal del infierno. Últimamente prefiero dar un rodeo kilométrico si puedo evitar cruzar la capital en fechas de riesgo de operaciones salida/entrada. Se conocen sitios, se descubren restaurantes y se pierde el tiempo en cosas provechosas. Como conducir, por ejemplo.
En cuanto al set al pobre Depor, ¿qué decir?. Una orgía de goles ante un débil equipo gallego que no demuestra nada. Bueno si, que Falcao es un goleador superlativo que rodeado de buenos futbolístas hará historia aquí o donde no diga Punto Pelota.
Al final van a conseguir que baje a ver un partido al Calderón, que lo voy necesitando.
Buenos dias.
Muy débil el Depor, sí. La goleada sirve en mayor medida para celebrar el tema personal del colombiano al que debemos empezar a desacostumbrarnos que para subir la moral de las huestes y sacar conclusiones más sesudas.
ResponderEliminarBuenas tardes...
PD: No sea mezquino con sus horas de sueño, y menos para ver Punto Pelota...su salud se lo agradecerá...
No se preocupe usted, D. Emilio, mis horas de sueño no se envilecen con tales folletines. Lo que pasa es que es difícil que no te hagan llegar a los oídos los rebuznos cuando estás rodeado de burros, ya sabe usted...
ResponderEliminarYo para mi sueño soy mas clásico aunque sin llegar al pijama de cuadros que apunta D. Carlos Fuentes en su blog...
Buenos dias...
Inundados de burros estamos, Don Carlos. Y en todos los estamentos de la sociedad, no crea....Sin ir más lejos, si alguien osara a darse un garbeo por la (in)noble zona del Calderón, se sentiría transportado a la reserva natural del burro de Rute (aunque sin ese gracejo que tienen los animales que moran allí, claro)
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