Que madre
no hay más que una lo sabe todo el mundo, aquí y en la Patagonia ¡Ay, las
madres! Siempre tan atentas a esas pequeñas cosas que a nosotros se nos pasan:
– Orestes,
hijo, llévate una chaquetita, que luego refresca.
– ¡Mamá,
que estamos a veinticuatro de Julio y trabajo en un horno de pan!
– Pues para
cuando lo apaguéis…
Ya se sabe
como son las madres. Siempre viendo a sus retoños como los más guapos. Siempre
disculpando sus defectos y ensalzando sus virtudes a niveles estratosféricos.
“Es que el niño es muy independiente”, añaden sin rubor cuando el padre de
familia empieza a molestarse, solo ligeramente, al cumplirse el tercer día sin
aparecer por casa del zagal, seguramente centrado en los actos de celebración
del trigésimo cumpleaños del primo Nachete. “La niña siempre ha sido muy
desenvuelta y con mucho don de gentes”, sentencian haciendo oídos sordos de los
rumores que aseguran haber visto a Almudenita bailando ligera de ropa y de
prejuicios en un local situado en una vía de servicio. Fíjense si serán, que
hasta las madres de los asesinos en serie, siguen echando la culpa a los
amigotes de los desmanes de sus cachorros.
–
Ildefonsa, mujer, que han sido ciento cincuenta y tres puñaladas.
–Dice el
sumario que son ciento cincuenta y una, que cuando se trata de mi Matías
siempre os gusta exagerar, ¡arpías!
Otra
característica muy de las madres es la de no reconocer que sus vástagos han
crecido. Siempre serán niños y niñas, indefensos ante el mundo. Por ponerles un
ejemplo, cuando la madre que a servidor le parió se dirigía a un encargado de
la planta de caballeros de gran almacén, siempre decía buscar ropa para los
niños ante la atónita mirada del vendedor, no dando crédito al ver aparecer
detrás a dos maromos de casi dos metros, barba cerrada y calvicie más que
incipiente.
Un poco de
este comportamiento tan típicamente maternal tenemos nosotros, ustedes y yo,
con nuestro Atleti. No crean que disculpamos sus tropiezos, no, que para eso
analizamos con nuestros iguales sus cosas y tenemos bien marcadas nuestras
filias y nuestras fobias. Pero, ¡ay si algún aficionado de otro equipo osa
burlarse de su salida de balón o de cómo achica espacios desde la defensa! Allí
saltamos nosotros acero en mano para batirnos en duelo. También nos ocurre eso
de no acabar de verlo preparado para enfrentarse con los peligros del
calendario, a pesar de que a ojos vista el equipo parezca cuajado y adulto.
Todos somos un poco madres con el Atleti, sí. Y ya se sabe, aquí o en la
Patagonia, que madre, para el Atleti, no es que haya una, es que todos llevamos
una dentro.
Visitaba el
Atleti al Español y andábamos maternalmente preocupados ante el partido.
Pudiera ser el motivo del azar la ausencia de Falcao, ese típico amigo
responsable del hijo que regresa a casa un cuarto hora antes de su hora y con
dos goles bajo el brazo. “¿A qué hora vuelve Falcao?”, “Tiene que estar en casa
a las once”, “Pues tú te vienes con él. Ni un minuto más”. Quedaba la cosa, si
del ataque hablamos, en manos de Diego Costa, amigo con pinta de irresponsable
y algo alocado. “¡Pero si a Diego Costa le dejan hasta las doce y media!”, “Ya,
y si Diego Costa se tira por un puente, ¿tú también te tirarías?”. Lo que les
digo, comportamientos típicamente matriarcales ante el partido de Cornellá. Sin
importar la madurez mostrada por el equipo en las últimas apariciones y la
solvencia ante las ausencias. Cosas de madres.
Empezó el
Atleti achuchando. Mandón aunque sin demasiada profundidad. Mostraba el Español
una cara blandita, dulce, como de día de la madre. No daba sensación de poder
inquietar a los nuestros a pesar de la presencia de Simao.
– ¡Ah!,
¿pero Simao jugó?
Bueno,
siendo benevolentes podríamos decir que Simao estuvo sobre el campo y que
respiraba, siendo éste último un dato todavía por confirmar. Les hablaba antes de
la blandura de los pericos y de esa blandura se aprovechó el Atleti para
hacerse con el mando del marcador sin exponer demasiado: un desmarquito de
Diego Costa; medidas incursiones de Filipe y Juanfran; los detalles habituales,
aunque menos numerosos en los últimos partidos, de Arda; las llegadas de Raúl
García y, sobre todo, la seriedad de Mario Suárez. Profundizaremos en el tema
Mario por ser posiblemente el jugador que más ha cambiado desde la llegada de
Simeone al banquillo. Si de blandura hablábamos, Mario era el paradigma de la
misma hace unos meses. A pesar de sus otrora pelos afroamericanos, Mario daba
la sensación de no ruborizarse al llamar a su madre “mami” delante de los
compañeros de clase, de ir de la mano con ella a su edad y de asumir que al
pedir una fanta en un kiosko del parque, la madre sustituyera su petición por
un trinaranjus del tiempo, que ya se sabe que el gas es muy malo, y además
luego el niño no me cena. Éste Mario esponjoso y maleable, jugador al que daban
ganas de abrazar pero no de mandarle un balón comprometido, ha pasado con Cholo
a ser pieza clave, a mostrar carácter y a atribuirse galones en la salida del
cuero. Siempre bien colocado y sin complicaciones a la hora de distribuir, el
cuatro atlético se marcó un muy buen partido, si bien su desempeño luce mucho
más al tener como pareja en el mediocentro a Tiago, ese jugador que merecería
pagar entrada de los partidos que disputa y al que solo faltan las pipas para
completar con fidelidad el papel de espectador que usualmente interpreta.
Se puso el
Atleti por delante tras remate de Raúl García llegando, que es lo suyo y daba
el equipo sensación de solvencia y de bloque trabajado. Andábamos las
madres/aficionados felices por lo bien que se portaba el equipo/niño cuando
sale de casa, sin hurgarse la nariz y pidiendo las cosas por favor y se nos
vino el descanso. Nos dimos cuenta entonces que se nos hacía mayor el churumbel,
que ya sale de casa y se porta como debe, sin esas rabietas de falta de
concentración que no hace mucho costaban dos goles en cinco minutos. Comenzó la
segunda parte y se echó el niño atrás tal vez demasiado. Podría achacarse a esa
timidez que los mozalbetes, desenvueltos en casa, suelen mostrar ante los
extraños y las tías del pueblo con bigote, pero nosotros, desde nuestra
maternal atalaya, sentimos una extraña seguridad de que nada puede torcerse a pesar
de la cortedad del resultado. La segunda parte pasó rápido, con esa rapidez con
la que crecen los infantes. Pasó tan rápido ante nuestros ojos que hasta pasó
toda nuestra vida en diapositivas delante nuestro al ver cómo Turan se
lesionaba y pedía el cambio. Llegó el Español un par de veces, con poca fe la
verdad, y el partido languideció sin que el corto resultado se moviera aunque
el Cebolla y un Adrián con síntomas de recuperación pudieran haberlo hecho más
holgado.
Deja el
partido aromas a que el niño/equipo se ha hecho mayor. A que sigue trayendo
buenas notas y a que cada día crece, a pesar de que nosotros, como buenas
madres, no nos acabemos de dar cuenta porque lo vemos a diario. Vemos con
sorpresa como la casa parece recogida y que no ha habido desastres reseñables
tras haberle dejado solo todo el fin de semana aunque, si miramos con
detenimiento, quedan por pulir ciertos aspectos como la posible falta de
ambición para cerrar resultados o el intentar dormir los partidos cuando éstos
se vuelven algo locos, sí, pero el niño demuestra que se puede confiar en él,
lo que nos llena de orgullo maternal. Y a nosotros, ustedes y yo, que vemos a
este Atleti como si fuéramos sus madres, hace que se nos caiga la baba. Eso lo
saben aquí y en la Patagonia.
– Cosme,
hijo, ¿te has tomado los cereales?
– No mamá,
ya no tomo cereales desde que se me cayeron todos los dientes. Además, me
alteran la glucosa. Uno tiene que cuidarse cuando cumple noventa años….
Pues a mi la segunda parte no me gustó un pimiento. No debemos de seguir con esta extraña costumbre de prestar bombonas de oxígeno a nuestros rivales cuando lo único que les hace es que les demos la extrema unción. Si Rayos, Pucelas y colistas nos terminan poniendo los cataplines de corbata, cuando vengan toros más bravos ...
ResponderEliminarUn abrazote.
Al final, D. Emilio, el mal rato por la lesión de nuestro turco casi se hace pesadilla, oiga.Creo que al final no es para tanto.
ResponderEliminarSe nos ven las costuras con demasiada frecuencia. O eso parece. Sigo con la mosca detrás de la oreja, pero bueno.
Lo de Mario es digno de estudio. Fuí muy crítico con el y sin embargo lo han metido en vereda. Con lo que me queda sospechar que es un pelín perrete pero le ha visto las orejas al lobo.
El partido fué flojito, tirando a castaña pilonga pero, ¿sabe?, ahí seguimos. Lo que dure, duró.
Buenos dias.
PS.Recuerdos a su señora madre. Si ha criado al menos a dos maromos de casi dos metros, barbas cerradas y calvicies mas que incipientes, y además sigue a dia de hoy buscando ropas para sus "niños", merece el máximo respeto y admiración. Como todas, por otra parte. Se lo digo yo, que perdí a la mía hace ya demasiado tiempo...
La segunda parte fue un tostón, sí. No crea que a servidor le agrada esta excesiva relajación, pero creo que existe una confianza en lo que se hace que hace que nadie sobre el campo piense que puede pasar algo malo. Cualquier día pasará y se torcerá algo...Veremos entonces cómo se reacciona, aunque en el partido ante el Betis pareció que se reaccionó bien.
ResponderEliminarAbrazos varios, amigo..
Lo grande de todo esto, Don Carlos, es que, por muchas tribulaciones que nos traigan del brazo estas desconexiones o bajones o vaya usted a saber, insisto en que flota en el aire un aroma a tranquilidad y confianza desconocida en la casa desde hace mucho tiempo.
ResponderEliminarBuenos días..
PD: Afortunadamente (o desgraciadamente, vaya usted a saber), ya no asiste con nosotros a comprar la ropa pero en celebraciones señaladas lo ha vuelto a hacer y no sabe usted con qué naturalidad habla de sus niños y de lo cortas que hacen las mangas esos taimados fabricantes que no comprenden el hecho diferencial de los brazos kilométricos de sus vástagos. Un número, oiga...
D. Emilio hay un dicho típico de mi pueblo que pregunta:
ResponderEliminar¿QUé es el abrigo?
- Lo que te pone tu madre cuando ella tiene frío.
Un abrazo
Los dichos de los pueblos, siempre sabios...
EliminarAbrazos, Don Victor.
Esperando que sepan disculpar los posibles trastornos que sufran como consecuencia del síndrome de abstinencia de tonterías noveladas, debo decir que el tiempo libre, esquivo siempre, ha abandonado a servidor de ustedes en el día de hoy por lo que no habrá función.
ResponderEliminar¡Que no escribo nada del partido de ayerporque no doy de sí, vamos!
A seguir bien....