Vamos los colchoneros por la vida con una mochila siempre a la espalda. Una pesada carga que llevamos a los hombros desde hace demasiado tiempo y que castiga nuestras vértebras lumbares y cervicales. El tamaño de la mochila y su peso es directamente proporcional a los años que llevamos siguiendo a nuestro equipo, siendo éstos pesos menos llevaderos si el veneno rojiblanco se metió en nuestro torrente sanguíneo hace ya décadas ¿Qué llevamos en esa mochila? Allí guardamos piedras, unas más pesadas y otras no tanto, pero con todas debemos cargar. Hay piedras muy difíciles de arrastrar, piedras destinadas a cimentar apropiaciones indebidas, cooperaciones necesarias, veinticuatro años de proyectos donde lo deportivo es secundario, gerencias ostentadas por representantes, vueltas rápidas alrededor de la M-30 y traslados figurados a la Peineta , por ponerles varios ejemplos. Las otras piedras, aunque de menor volumen, también son molestas, encontrándose entre ellas entrenadores de perfil bajo o de entreplanta, ventas incomprensibles, compras sonrojantes, el bigotito de Cléber Santana, la caída de culo del Pato Sosa y la reconversión industrial en fábrica de jugadores para otras marcas, blancas o no. Así pasamos los días, siempre con nuestra mochila al hombro, siempre con el esfuerzo de acarrear ese lastre dibujado en nuestras caras.
Solo en algunas ocasiones, cuatro o cinco veces al año a lo sumo, nos permitimos dejar la mochila a un lado. Siempre cerca, eso sí. Colocada cuidadosamente en un taburete o en el suelo al lado nuestro, pero nunca demasiado lejos para poder tocarla con la punta del zapato y saber que sigue ahí. Nos permitimos ese lujo sólo durante noventa minutos, con su correspondiente descanso y su descuento si lo hubiera. Durante ese tiempo, intentamos dejar a un lado la pesada carga y nos empapamos de esa ligereza fingida y antinatural. Llegamos a pensar incluso, envalentonados por dejar la mochila a un lado, que podremos mirar de igual a igual a aquellos a los que desde hace tiempo no miramos a los ojos. Queremos creer que veremos algo que nos hará olvidar momentáneamente la acostumbrada carga. Entonces, aparcamos la razón y nos lanzamos de cabeza a una piscina rebosante de ilusiones que brotan del corazón, nos zambullimos en una realidad irreal en la que no llevamos peso. Durante esos minúsculos lapsos de tiempo, nos traen sin cuidado los sistemas y hasta casi los nombres. Nos dan igual los partidos broncos, limpios, bien jugados, obtusos, escalenos o de poder a poder. Sólo buscamos asideros para agarrar allí a nuestro maltrecho orgullo. No nos acordamos de derechos televisivos conniventes que ahondan diferencias ni de la presión en banda. Solamente nos sentamos a sentir sin analizar demasiado.
Ayer era un día de esos. Un día en el que la mochila descansaba a nuestro lado, siempre presente, pero temporalmente aparcada. Durante un tiempo, nos llegamos a olvidar de ella casi del todo. Lo hicieron posible Assunçao, Perea, Domínguez, Adrián, Arda…, lo hicieron posible todos durante casi una hora. Dando la cara, soportando dignamente el peso del escudo, algo que debería presuponerse en todas las ocasiones pero que no siempre se cumple por obra y gracia de esa carga miserable. Lo hicieron a pesar de los mensajes que se recibían desde el banquillo, ayer muy por debajo de los jugadores, empeñado e insistente en recordarnos la inferioridad que la mochila nos otorga. Nos duró poco. A algunos tal vez les valga, menos concientes de la rémora que encorva nuestras figuras. A otros no nos vale, a lo mejor porque recordamos tiempos pretéritos en los que íbamos por la vida livianos, con la espalda recta y el pecho henchido de orgullo.
Terminó el partido y, los que no se la habían echado al hombro en los primeros minutos de la segunda parte, se cargaron la mochila a la espalda. Todos se encaminaron a casa con paso cansado e irregular, probablemente por encontrar la carga aún más pesada que en el camino de ida. Se echaron en la cama buscando la posición más cómoda posible pero siempre cargando con ese lastre. Pasarán el domingo de mejor o peor manera y volverán el lunes a su rutina tirando de su rutinaria mochila. Se pondrán maquinalmente a ejecutar sus labores diarias sin casi notar que el peso ha aumentado. Seguirán viviendo. Pasarán las semanas y la mochila cada vez pesará algo más, siempre creciendo, nunca menguando. Nos permitiremos cada vez menos lujos en forma de aparcar la mochila a un ladito porque no tendremos ni ganas de quitárnosla para que no se vean las marcas del moreno de las vacaciones. Ni siquiera en esos partidos que acabaremos dejando de ver. A no ser que no sólo una minoría sea capaz de rebelarse contra ese peso castrante. Ese es el camino. Ningún otro es posible a estas alturas para solucionar la escoliosis que sufrimos.
Veo que no soy el único que carga con ese jodido peso. Hay que ver lo que pesa la dichosa mochila, Don Emilio. Lo peor de todo es verte encorvado y aguantar, encima, que se rían en la cara sin tener ningún motivo a mano por el que levantar la cabeza y defender nuestro presente. Ahí seguimos, con la carga a cuestas, cada vez más menguados, hsta que ya no nos podamos levantar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buenos días D. Emilio.
ResponderEliminarContinuando con el comentario de D. Pablo, lo peor es tener que aguantar los comentarios y la cara que se te queda. Sin un clavo al que agarrarse.
Un saludo.
Y continuando con sus apreciaciones, y a sabiendas de la catadura moral de los que la perpetraron, cómo escoció la dichosa pancartita...No porque lo lancen los aplaudidores de las trillizas tontuelas que celebran los goles como si hubieran visto un roedor, sino porque la gran mayoría de nosotros hemos reflexionado sobre lo mismo en más de una ocasión.
ResponderEliminarAbrazos para todos...
Sabe usted, don Emilio, que opino que la plantilla del Atleti no es tanto como algunos le parece. Pero, desde el sábado estoy seguro de que es más de lo que Manzano cree.
ResponderEliminarSe demostró durante la primera parte en la que el Atleti sorprendió al Madrid. Y ahí estuvimos, aguantando.
También habría que reflexionar en que cada vez nos conformamos con menos. El equipo hizo una primera parte digna y con eso vamos tirando.
Abrazos.
Sí, la verdad es que nos conformamos con poco, pero insisto en que hay partidos en los que, vistos los precedentes, importa más salir con el orgullo intacto que tener en cuenta otras disquisiciones futbolísticas.
ResponderEliminarManzano intentó taparse con la manta cuando arreciaba el frío y consiguió destaparse hasta que se le vieron todas las vergüenzas a la vez. Crédito agotado...
Un abrazo